Santa Marta, guardiana de hogares ajenos
Abstract
La historia de Santa Marta es paradojal y conmovedora. Representada en el arte con una escoba y un cucharón, que la marcan como encargada de las tareas domésticas, vive a la sombra de sus hermanos María de Betania —la Magdalena— y el resucitado Lázaro. Es la silenciosa mujer que toca el ruedo de Jesús con la esperanza de curar su vergonzante hemorragia menstrual; es la que debe limpiar y cocinar mientras su espiritual hermana, que “elige la mejor parte”, permanece absorta (y ociosa) ante las palabras de Jesús. Luego de una dolorosa agonía, el dramático protagonismo de Marta en su propia muerte era un hecho innegable, pero este le es arrebatado teatralmente cuando inesperadamente un coro de ángeles transporta gloriosamente a los cielos el alma de su hermana. Santa Marta muere días después, a la intemperie, humildemente acostada en el piso, sin ángeles y sin música. Murió como vivió, sin estridencias. Mujer sin hombre, familia, ni hogar propios, la virgen Marta es, paradójicamente, venerada como patrona de las amas de casa.
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