Clarimundo e Clarinda: a força de amar por imagem
Resumen
La Crónica del Emperador Clarimundo, de João de Barros (1496-1570), cumple 500 años, debidamente acogida por la crítica, por diversos motivos que van desde la corta edad del autor al componerla, a la Profecía de Fanimor que la integra o a la primacía cronológica entre los llamados «libros de caballerías portugueses». A estos justos reconocimientos hay que sumar lo que es importante para cualquier lector, incluso no especialista: la indiscutible excelencia del texto surgido de la fértil inventiva de Barros, sustentada en la tradición artúrica y, más cerca, en Amadís de Gaula. La vertiginosa secuencia de episodios, típica del modelo novelesco, se mantiene fiel a las predicciones del exordio, revisitadas seductoramente desde los más diversos ángulos. En uno de ellos, decisivo, Clarimundo se enamora definitivamente de Clarinda, al contemplar su imagen retratada sobre una távoa ('tabla'). El dispositivo, con amplias implicaciones intrínsecas y extrínsecas, se inserta en el corazón de la iconografía clásica y medieval, pagana y cristiana, como propongo examinar en este artículo.
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