RESUMEN
En este artículo se plantea el valor, así como la singularidad, de las fuentes orales como un instrumento metodológico imprescindible para conocer el pasado del pueblo gitano. La propuesta se realiza a partir del relato de vida de un «hombre de respeto» gitano de Asturias que fue entrevistado como parte de un proyecto de historia oral sobre la memoria de los gitanos acerca de su experiencia vivida durante la Guerra Civil y el franquismo. Concretamente, nos centraremos en una de las historias que este hombre nos contó acerca de un suceso ocurrido en Madrid a mediados de los años cincuenta y las repercusiones que tuvo para la comunidad gitana española. A través del análisis de este testimonio y del discurso antigitano al que dio lugar aquel suceso en la prensa de la época, mostraremos las complejas relaciones que se establecen entre lo vivido y lo imaginado dentro de la configuración de la memoria.
Palabras clave: Historia oral; memoria; gitanos; franquismo; antigitanismo.
ABSTRACT
This article outlines the value and singularity of oral sources as an indispensable methodological tool to know the past of gypsy people. The proposal is based on the life story of an old gypsy “man of respect” from Asturias (Spain) who was interviewed as part of an oral history project on the memory of gypsies about their lived experiences during the Spanish Civil War and Franco dictatorship. Specifically, we will focus on a particular story told by this man about an event happened in Madrid in the mid 50s and its implications for the Spanish gypsy community as a whole. Through the analysis of this testimony and the anti-gypsy discourse to which that event gave rise in the press of that time, we will show the complex relationships established between what was experienced and what was just imagined in the configuration of memory.
Keywords: Oral history; memory; gypsies; Franco’s regime; anti-gypsyism.
SUMARIO
«[…] le había entrado esa manía de quien cuenta historias y nunca sabe si son más hermosas las que ocurrieron de verdad […] o bien las que se inventan […] pero después, cuanto más se disparata más advierte uno que vuelve a hablar de las cosas que le han ocurrido y que ha comprendido en realidad viviendo».
Italo Calvino, El barón rampante
«El hombre [decía Carmen Martín Gaite en un hermoso ensayo sobre el arte de narrar], o cuenta lo que ha vivido, o cuenta lo que ha presenciado, o cuenta lo que le han contado, o cuenta lo que ha soñado. Aunque lo más frecuente es que componga sus historias con elementos extraídos de los cuatro montones»[1]. Y que lo haga de tal modo, podríamos añadir, que a veces, al leer o escuchar el resultado de esa mezcla, pueda resultarnos difícil, cuando no incluso imposible, saber dónde termina lo vivido, lo presenciado o lo conocido solo de oídas y dónde empieza lo estrictamente inventado.
Ciertamente, todo narrador suele echar mano de materiales procedentes de muy diversas fuentes experienciales a la hora de elaborar sus relatos, ya sean estos de ficción o de aquellos que, como en el caso del que se ocupa este artículo, pretenden dar cuenta de lo «realmente» sucedido. Como cualquier historiador oral sabe, cuando les pedimos a nuestros entrevistados que nos hablen de su pasado, no solo recuerdan y nos hablan de aquello que vivieron como protagonistas o presenciaron como testigos, sino también de lo que otros les contaron, o ellos mismos escucharon por casualidad, e incluso de lo que en algún momento desearon, soñaron o temieron que sucediese pero nunca llegó a ocurrir. Es más, las fronteras que, dentro de la memoria, separan lo vivido de lo simplemente imaginado son tan lábiles y difusas que a veces los entrevistados nos cuentan historias sobre un determinado hecho que afirman haber vivido —sufrido «en mis propias carnes», dicen algunos; visto «con mis propios ojos», confiesan otros— pero que nunca tuvo lugar, al menos no exactamente de la manera en la que ellos lo recuerdan.
La presencia de este tipo de elementos no factuales en los llamados relatos de experiencia
personal siempre ha despertado las sospechas de aquellos historiadores que, como decían
Raphael Samuel y Paul Thompson, se ocupan preferentemente de «realidades históricas
duras» Samuel y Thompson ( Samuel, R. y Thompson, P. (1990). The Myths We Live By. London and New York: Routledge.
Aunque bien es cierto que, en sus inicios, la historia oral necesitaba, como dice
Abrams, defenderse de estos escépticos que trataban de deslegitimarla, atacando su
elemento más vulnerable
En este sentido, trabajos como el del propio Portelli sobre la muerte de Luigi Trastulli
Y esto es precisamente lo que vamos a hacer a lo largo de las siguientes páginas a partir del testimonio de un hombre de respeto gitano sobre un crimen cometido por unos individuos de su misma etnia en el Madrid de los años cincuenta y las consecuencias que, según él, tuvo este suceso para el resto de los gitanos españoles. A través del análisis de las complejas relaciones que, dentro de este relato en particular, se establecen entre lo vivido y lo imaginado, y entre la memoria colectiva y la individual, intentaremos mostrar lo que, desde su singularidad, pueden aportar las fuentes orales en general al estudio de la historia reciente del pueblo gitano. Pero antes, quisiera presentar brevemente a su narrador y las circunstancias en las que me contó esa historia.
Se llamaba Aquilino Jiménez, aunque la mayoría de la gente lo conocía como el Tío
Silvino, y era lo que entre los gitanos españoles se conoce como un «hombre de respeto»;
es decir, una persona que es reconocida por otros gitanos dentro de su comunidad como
la máxima autoridad moral, no solo por tener un conocimiento más profundo de la «ley
gitana» que los demás, sino sobre todo por haber llevado una vida virtuosa de acuerdo
con la misma, y es llamado como tal para intervenir y mediar en aquellos conflictos
que puedan surgir tanto dentro de su familia como entre grupos de parientes distintos
al suyo
El absoluto vacío historiográfico que por aquel entonces existía sobre este tema Durante y después de 2006, sin embargo, se empezaron a publicar varios trabajos al
respecto como los de Martín ( Martín, D. (2006). Los gitanos en la guerra civil española. Comunicación presentada
en el Congreso Internacional «La Guerra Civil Española 1936-1939». Disponible en:
Rothea, X. (2007). Hygiénisme racial et kriminalbiologie. L’influence nazie Dans l’appréhension
des gitans par les autorités franquistes en Espagne. Etudes Tsiganes, 30, 26-51. Disponible en: https://doi.org/10.3917/tsig.030.0026.
Rothea, X. (2014). Construcción y uso social de la representación de los gitanos por
el poder franquista 1939-1975). Revista Andaluza de Antropología, 7, 7-22.
Rodríguez Padilla, E., de la Flor Heredia, M. y Fernández Fernández, D. (2009). El Pueblo Gitano en la Guerra Civil y la Posguerra en Andalucía Oriental. Granada: Asociación de Mujeres Gitanas ROMI.
Bel ( Bel, R. (2009). Los límites de la historia oral en una comunidad ágrafa y esquiva:
el caso de la comunidad gitana neuquina. Comunicación presentada en el IX Encuentro
Nacional y III Congreso Internacional de Historia Oral de la República de Argentina.
Disponible en: https://bit.ly/2wvOhzH.
Por todo ello recuerdo que, cuando tras varios meses de infructuosa búsqueda de informantes, por fin conocí al Tío Silvino no pude evitar pensar que había sido el azar el principal motivo de aquel afortunado encuentro, tan extraordinario y singular como la propia relación que posteriormente mantuvimos durante los más de cinco años en que estuvimos trabajando en la construcción de su relato de vida. No obstante, con el tiempo he ido entendiendo que, más allá de que el encuentro como tal fuese efectivamente producto de la casualidad, la excepcionalidad de este caso en el que he acabado por centrar mi tesis doctoral estaba relacionada con algo distinto, y mucho más importante: a diferencia de mis otros informantes, en el caso del Tío Silvino no fui tanto yo (o no fui yo solamente) la que lo elegí a él, sino que fue él más bien el que me eligió a mí para contar su historia, y al hacerlo me enseñó que, después de todo, no somos nosotros, los historiadores orales, los que damos voz a nuestros informantes, por mucho que nos guste esta idea y la repitamos una y otra vez, sino ellos los que nos legitiman a nosotros a escuchar a su historia.
El Tío Silvino era un conversador incansable, además de un excelente y prolífico narrador de historias, que, desde un primer momento mostró tantas ganas de hablar como yo de escucharlo. Sin embargo, lo que él quería contarme no se ajustaba del todo a lo que yo había ido buscando: «De esto de la posguerra nosotros es que tenemos poco que hablar […]. No es como decir “bueno, cómo ha sido tu vida, tu modo de ser, cómo te has criado”. Entonces ahí sí hay una historia».
Cuando los entrevistados dicen no tener nada o poco que contar sobre un determinado
acontecimiento o periodo histórico no siempre significa que carezcan de recuerdos
al respecto, sino que, o bien consideran que aquellos que tienen carecen de interés
y relevancia para lo que ellos creen que el historiador está buscando, o bien que,
como el caso del Tío Silvino, están más interesados en hablarnos de otros asuntos.
De hecho, al decirme aquello durante la primera entrevista, el Tío Silvino estaba
poniendo sobre la mesa su propia agenda y tanteando, de algún modo, hasta qué punto
yo estaba dispuesta a apartar a un lado la mía y escuchar lo que él quería contarme,
como, en efecto, acabaría haciendo finalmente. Y lo haría, en parte, porque, como
he explicado antes, en aquel momento no contaba con otros informantes, y en parte
también porque sabía que la entrevista es el arte de la paciencia y que por muy irrelevantes
que, en relación a nuestros temas de investigación, pueda parecernos en un primer
momento lo que nuestros entrevistados nos quieran contar, siempre debemos seguir escuchando
y esperar antes de juzgar
Tío Silvino:
Hubo algo, aquí en Madrid que mataron a dos serenos, y entonces hubo una orden de que todos los gitanos de España iban a salir de España. Y la hija lo detuvo y le dijo que no, que eso no podía hacerlo.
Carmen:
¿La hija de quién?
Tío Silvino:
De Franco.
Carmen:
Ah, ¿sí?
Tío Silvino:
Claro. Que eso no podía hacerlo porque éramos muchos y si había un día un levantamiento de armas que podíamos estar en contra de ellos. Entonces aquí, después de rechazar eso, dio la orden de que todos los gitanos que estuvieran viviendo en sus casas que tenían marchar de sus casas. Y eso sí se cumplió.
Carmen:
¿Y dónde se fueron entonces?
Tío Silvino:
Aunque no fuera más que 24 horas, salir de la casa y volver a entrar.
Carmen:
Pero ¿por qué?
Tío Silvino:
Caprichos de don Franco. Salieron todos en general. Mi padre vivía en Oviedo. De aquella había tres familias en Oviedo viviendo en casas, y tomó la guardia civil y la policía, hablaron con mi padre: «Jiménez, pasa esto, tenéis que salir». «Pero, ¿cómo voy a marcharme yo de mi casa». «Es una orden, tiene que salir. Márchese usted hoy y vuelva mañana, pero tiene que salir. Tenemos que hacer el visto bueno de que ha salío de su casa». Tenía que hacer el visto bueno. Las tres familias que había, las tres tuvieron que salir, y en Gijón y en Avilés… Bueno, en Asturias, en todas las partes, porque mataron los gitanos allí a dos serenos, pero ¿qué culpa tenemos los gitanos de Oviedo, ni los de aquí tampoco?
Carmen:
Y eso ¿en qué año fue más o menos, Aquilino?
Tío Silvino:
Pues te voy a dicir…
Carmen:
¿Era usted pequeño?
Tío Silvino:
Sí, pero no recuerdo en qué años fue.
Carmen:
¿Después de la guerra?
Tío Silvino:
Sí, sí, sí, por supuesto, por mucho […] entre el 50 y el 60.
Recuerdo que, tras escuchar aquella historia, mi primera reacción fue de incredulidad. ¿Cómo podía la muerte de dos serenos a manos de unos gitanos en Madrid haber provocado la idea de expulsar de la península a todos los gitanos españoles? Y en caso de que así ocurriese, ¿cómo podía haberse tratado tan solo de un capricho de Franco y que fuese finalmente una simple niña, hija del dictador, pero una niña al fin y al cabo, la que finalmente le indujera a abortar aquella descabellada idea? Por muy disparatada que me resultase, todavía quedaba algo más sorprendente sobre aquella historia que yo no podía imaginar entonces y que, un mes y medio después de aquella entrevista, el Tío Silvino me contaría mientras hablábamos de un tema completamente diferente (el origen indio de los gitanos):
Tío Silvino:
Y esto que estamos hablando, Franco quiso mandarnos a las islas de Fernando Poo y la India dijo que se los mandaran a sus tierras que eran de allí.
Carmen:
Ah, ¿sí? Yo no sabía esa historia Aquilino. ¿En qué año?
Tío Silvino:
Pues esto fue en la posguerra, no recuerdo en qué año, en el cincuenta y tantos. ¿Tú no sabes que aquí mataron a unos serenos que todos los gitanos tuvieron que salir de sus casas porque estaban muy afectados?
Carmen:
Sí, me acuerdo que me lo contó.
Tío Silvino:
En aquella época.
Carmen:
¿A la isla de Fernando Poo?
Tío Silvino:
Y la hija de Franco dijo que no, que éramos españoles, que llevábamos muchos años aquí, ella fue la que aconsejó a su padre, que era imposible, que si se levantaba una guerra y estos hombres que saltábamos de aquí, que sacaban de España, que serían grandes enemigos. Y por eso no salimos de aquí. Pero él dijo esto.
Más sorprendida aún que la primera vez ante aquel nuevo dato sobre lo que pudo pasar pero nunca llegó a ocurrir, mi incredulidad inicial no hizo sino aumentar, y con ella mi interés por aquella historia y mi curiosidad por averiguar si aquellos hechos habían sucedido «realmente» o eran tan solo fruto de su imaginación. De haber ocurrido, pensaba, debía haber quedado algún registro escrito al respecto, sobre todo teniendo en cuenta las dimensiones adquiridas por aquel asunto en el que incluso el Gobierno indio había intervenido. Sin embargo, cualquier intento en este sentido fue en vano y así, poco a poco, fui olvidándome, no tanto de la historia como tal, sino de mi empeño por tratar de indagar en la realidad factual que había tras ella, pensando unas veces que aquella orden de expulsión nunca había tenido lugar y otras, por el contrario, que podía haberse producido sin dejar rastro alguno en los archivos. Sin embargo, un día de repente descubrí por casualidad que, además del Tío Silvino, había alguien más que recordaba, si no ya toda, al menos sí una parte de aquella historia.
Se trataba del Tío Carlos, un hombre de respeto gitano igual que él pero trece años
mayor, en cuyo relato de vida, recogido por una antropóloga a mediados de los años
ochenta
Todos los gitanos tuvimos que sufrir por esto que pasó en Madrid. No se nos permitía
salir y cada vez que la policía nos veía en la calle nos llevaban a prisión. Esto
fue en 1952. Se extendió por las provincias cercanas. En Talavera no podíamos salir
de nuestras casas porque a un sereno lo mataron en Madrid y nosotros éramos gitanos
a pesar de que el que lo había hecho estaba encarcelado en Madrid. Esto siguió ocurriendo
durante bastante tiempo, y todos los gitanos éramos tratados como criminales y asesinos Ibid.: 152 [traducción personal desde el original en inglés].
Aquel terrible incidente que le habían contado al Tío Carlos justo al día siguiente
de ocurrir, y que luego afirmaba haberlo visto él mismo publicado en los periódicos
de la época, había tenido lugar, efectivamente, en el madrileño barrio del Puente
de Vallecas, la madrugada del 18 de agosto, pero no de 1952, sino dos años después.
Según el relato que, con ligeras diferencias entre sí, hizo la prensa sobre aquel
«sangriento suceso» YA, 18-8-1954.
Diario Madrid, 18-8-1954.
Pueblo, 18-8-1954.
Pueblo, 18-8-1954.
El Caso, núm. 120, 22-8-1954.
ABC, 18-8-1954.
A. Díaz Cabañete, «Los serenos», ABC, 6-9-1959.
ABC, 19-8-1954.
YA, 19-8-1954.
ABC, 19-8-1954.
Como podemos observar, a diferencia de la versión que le habían contado al Tío Carlos
y que, por otro lado, coincidía además exactamente con la tesis que semanas después
del suceso defendería el abogado de los acusados durante el juicio El Caso, núm. 125, 26-9-1954.
Nada más conocerse la noticia del fallecimiento del «infortunado sereno» Pueblo, 19-8-1954.
Ya, 19-8-1954.
Diario Madrid, 18-8-1954.
El Caso, núm. 120, 22-8-1954.
Ibid. Pueblo, 21-8- 1954.
Aquella extraordinaria manifestación de duelo por parte de todo el pueblo de Madrid
por la trágica muerte de un sereno que, según se repitió una y otra vez en la prensa,
simplemente cumplía con su deber no parecía estar fundamentada por la excepcionalidad
del caso, sino todo por lo contrario. En este sentido, un artículo de opinión, publicado
días antes del sepelio por el diario catalán La Vanguardia Española, sostenía que aquel movimiento de indignación popular desencadenado por lo ocurrido
en el Puente de Vallecas no habría hecho sino poner de relieve de manera dramática
el sentir general de la población madrileña hacia dos problemas que, según decía,
venían aquejando a la capital desde hacía bastante tiempo, siendo el primero de ellos
el propio estado de absoluta indefensión en el que se encontraban los serenos de Madrid
ante este tipo de agresiones «Sobre la autoridad de los serenos y la vecindad de los gitanos», La Vanguardia, 19-8-1954.
La figura del sereno nació en Madrid en 1756 y, aunque en un principio fue creada
para «liberar al vecindario del cuidado de encender, limpiar y conservar los faroles» Ibid.: 191-192.
A. Guilmain, «Conversación de medianoche», ABC, 18-6-1959.
Fuente: fondo fotográfico Martín Santos Yubero, Archivo Regional de la Comunidad de Madrid, sig. 44269.4.
Así pues, a la altura de los años cincuenta, podían verse cada noche en las principales
ciudades españolas a cientos de serenos que, con la misión de velar por el descanso
y la seguridad del vecindario, salían a hacer la ronda por las calles de su demarcación.
Uniformados con sus abrigos grises y sus gorras de plato, llevaban, además de las
llaves de los portales y un farol, un silbato y el chuzo: ese instrumento de palo
con un pincho de hierro en la punta que era al mismo tiempo su atributo y su principal
arma de defensa A. Guilmain, art. cit. «Sobre la autoridad de los serenos y la vecindad de los gitanos», art. cit.
A finales de junio de 1954, tan solo dos meses antes del crimen del Puente de Vallecas,
un periodista llamado Luis Leopoldo denunciaba, desde las páginas del semanario El Caso, varios episodios que habían ocurrido recientemente en Barcelona, en los que algunos
«serenos con poca serenidad» echaban mano de sus pistolas sin pensar que «ni todo
el que huye es un criminal» ni «es una razón poderosa el que uno escandalice» para
que conviertan «las pacíficas calles de una urbe en un campo de batalla» L. Leopoldo, «Serenos con poca serenidad», El Caso, núm. 111, 20-6-1954.
ISIDRO, «Madrileños 1954: El Sereno», ABC, 8-6-1954.
ISIDRO, ABC, 12-4-1956.
ISIDRO, ABC, 14-9- 1958.
ISIDRO, ABC, 22-5-1960.
ABC, 27-12-1960.
El primer apellido de los serenos agredidos en el Puente de Vallecas parece que nunca
estuvo claro, y así, mientras unos medios hablaban de los hermanos Rozas, otros hacían
referencia a ellos como Rojas e incluso Pozas en el caso de la foto de Antonio que
publicó el diario Pueblo el día 18-8-1954, aunque el más frecuente era el de Rosas, y por ello es el que aquí
estamos utilizando.
A pesar de la recurrencia de estos casos, los serenos eran considerados por gran parte
de la opinión pública como esos «dragones pacíficos e inofensivos» que, como señalaba
Andrés Guilmain, guardaban el sueño y el descanso del vecindario A. Guilmain, «Conversación de medianoche», ABC, 18-6-1959.
El Caso, núm. 18, 7-9-1952.
ABC, 3-11-1954 y ABC, 1-2-1956.
ABC, 5-2- 1957.
ABC, 24-9-1957.
ABC, 13-9- 1958.
El Caso, núm. 341, 15-11-1958.
De todos ellos, solo el último murió a causa de la agresión, pero ni siquiera este
caso hizo al pueblo de Madrid levantar su grito de indignación contra el crimen como
había sucedido en el del Puente de Vallecas cuatro años antes ni despertó el mismo
interés periodístico que este. Quizás porque el asesinato de Joaquín Rosas, a diferencia
del de Ángel Parrondo, no fue considerado por la opinión pública como un hecho aislado
perpetrado por un simple «delincuente común», sino como parte de una larga cadena
de crímenes cometidos por gitanos en el Madrid de esos años. Según afirmaba la prensa,
este sereno no era sino una víctima más de esa cadena, como lo había sido un año y
medio antes Tomás Medina, un joven ebanista que fue brutalmente asesinado de una puñalada
en el corazón por un gitano mientras volvía tranquilamente a casa con unos amigos
la madrugada del 3 de febrero de 1953 ABC, 3-2-1953.
El Caso, núm. 40, 8-2-1953.
Ibid.
La comparación entre estos dos sucesos, y ambos a su vez con otros ocurridos después
en circunstancias completamente diferentes y por individuos que solo tenían en común
su pertenencia al mismo grupo étnico, constituyó uno de los principales mecanismos
discursivos a través de los cuales la prensa presentó lo ocurrido en el Puente de
Vallecas como parte de ese otro problema más amplio al que, junto a la vulnerabilidad
de lo serenos, aludía el artículo de La Vanguardia Española anteriormente citado: la propia vecindad de los gitanos. Según decía este articulista,
los gitanos habían llegado recientemente a Madrid, al igual que otras muchas «gentes
míseras», atraídos «por las falsas luces de la ciudad» y se habían asentado en los
barrios suburbanos, trayendo «la perturbación y la suciedad a la urbe que toman como
campo de operaciones inaceptables» «Sobre la autoridad de los serenos y la vecindad de los gitanos», art. cit.
En término similares, y con un lenguaje si cabe aún más despectivo, hablaba también
El Caso en el extenso reportaje que, bajo el titular «El gitano asesino y su víctima», dedicó
a este suceso el día 22 de agosto de 1954: «Los gitanos», afirmaba al final del mismo,
a modo de conclusión, «constituyen un cinturón infecto en torno a nuestra ciudad»
compuesto por más de «cinco mil personas sin oficio conocido —salvo las más naturales
y honrosas excepciones—, que viven a salto de mata, que roban, que escandalizan, que
asesinan con un tremendo desprecio hacia la vida ajena. Son portadores de enfermedades
contagiosas; carecen de los elementales sentidos de moralidad y respeto…» El Caso, núm. 120, 22-8-1954.
Efectivamente, antes del crimen del Puente de Vallecas, El Caso había dedicado varios reportajes a sucesos similares protagonizados por gitanos y
en todos ellos estarían presentes, independientemente de la casuística específica
del caso, los mismos elementos que aparecían en la descripción realizada sobre los
gitanos que vivían en el extrarradio madrileño: la falta de trabajo y de higiene,
de instrucción y de nociones morales, de disciplina y de respeto a las normas de convivencia
social, además de una tendencia natural a la violencia, tanto física como verbal,
que los llevaba a enzarzarse frecuentemente en «feroces luchas entre ellos o con terceras
personas» El Caso, núm. 28, 16-11-1952.
Esta tendencia a atribuir, desde una visión esencialista, determinados rasgos sociales,
culturales y morales negativos de carácter inmutable a todos los gitanos como una
forma de explicar los actos criminales realizados por ciertos individuos pertenecientes
a esta minoría étnica fue, según Marie Franco, un componente fundamental del discurso
de rechazo contra los gitanos que reproduciría una y otra vez este mítico hebdomadario,
desde su nacimiento en 1952 hasta principios de los años sesenta. Un discurso que,
como señala esta investigadora francesa, se caracterizaba, además, a nivel formal,
precisamente por ese tipo de escritura iterativa que acabamos de ver y que aparecía
reflejada no solo en la repetición de los contenidos, sino también de la propia estructura
de sus reportajes, los cuales solían empezar precisamente recordando a sus lectores
el carácter reiterado de estos crímenes cometidos por gitanos a lo largo y ancho de
toda la geografía española
En el caso del crimen del Puente de Vallecas, la virulencia que adquirió este discurso
antigitano, no solo en las páginas de esta publicación sino también en las de otras,
fue tal que algunos periodistas se vieron obligados a matizar sus opiniones ante las
acusaciones de racismo recibidas por una parte de la opinión pública, que consideraba
inaceptable aquel ataque sistemático que, a partir de un caso específico, estigmatizada
y criminalizaba a todo el pueblo gitano. Muestra de ello fue lo ocurrido al periodista
sevillano Manuel Sánchez del Arco, quien, tras cargar las tintas contra los gitanos
en reiteradas ocasiones a partir del asesinato de Joaquín Rosas, desde su columna
en la edición andaluza del diario ABC M. Sánchez del Arco, «Puente de Vallecas» (19-8-1954), «Temas menores» (20-8-1954),
«Más sobre el gitanismo» (22-8-1954), ABC (edición de Andalucía).
Ibid. M. Sánchez del Arco, «Levísimos comentarios», ABC (edición de Andalucía), 8-9-1954.
M. Sánchez del Arco, «Por un mundo mejor», ABC (edición de Andalucía), 1-9-1954.
Aunque parece que estas críticas consiguieron refrenar un poco la pluma de Sánchez
del Arco, no hicieron lo mismo con el resto de la prensa, la cual siguió publicando
artículos y noticias sobre estos «excesos» durante semanas y a veces incluso años
después de lo ocurrido en el Puente de Vallecas. De hecho, este suceso acabaría convirtiéndose
en un punto de referencia al que se volvía una y otra vez para comentar, mediante
argumentos analógicos, otros crímenes posteriores en los que, directa o indirectamente,
aparecían implicados individuos de etnia gitana, y plantear en los mismos términos
aquel «problema gitano» que, según decían, seguía afectando no solo a la capital,
sino a España entera. Por ejemplo, tan solo unas semanas después del asesinato de
aquel sereno, El Caso recordaba este suceso en relación a la noticia del suicidio cometido por un hortelano
en Ciudad Real después de que unos gitanos le hubiesen estafado una cuantiosa suma
de dinero con el famoso timo del tesoro enterrado El Caso, núm. 123, 12-9-1954.
«La gitanería errante y delincuente», ABC, 29-8-1954.
«El problema de la gitanería errante y delincuente», ABC, 15-7-1956.
La proliferación discursiva que el crimen del Puente de Vallecas desató en la prensa
española de los años cincuenta sacó a relucir, al tiempo que contribuyó a reforzar,
viejas ideas estereotipadas de carácter negativo que seguían presentes en el ambiente
social de la época acerca de la cultura gitana y el papel de los gitanos en la sociedad
española. A través de un lenguaje absolutamente deshumanizador que los tachaba de
elementos «parasitarios» M. Sánchez del Arco, art. cit. (22-8-1954).
M. Sánchez del Arco, art. cit. (20-8-1954).
El Caso, núm. 123, 12-9-1954.
«El problema de la gitanería…», art. cit. (15-7-1956).
El Caso, núm. 28, 16-11-1952.
M. Sánchez del Arco, «Más sobre…», art. cit. (22-8-1954).
Lope Mateo, «El cine y los gitanos», La Vanguardia, 3-7-1953.
M. Sánchez del Arco, «Más sobre…», art. cit. (22-8-1954).
Lope Mateo, art. cit. (3-7-1953).
Además de ser extraños, se decía que los gitanos habían demostrado una total incapacidad
para adaptarse a las normas de convivencia social. Para apoyar esta tesis, se recurría
a la idea de que toda la legislación anterior había fracasado en el intento de asimilarlos
a la civilización. En este sentido, el editorial del ABC de 1954 anteriormente citado afirmaba que, a pesar de haber pasado casi cinco siglos
desde que los Reyes Católicos promulgasen la primera pragmática que se ocupó de este
tema, los gitanos continuaban «en realidad fieles a costumbres semibárbaras y mostrándose
incapaces de consagrarse a ocupaciones laboriosas y útiles a la sociedad» «La gitanería errante…», art. cit. (29-8-1954).
El Caso, núm. 121, 29 -8-1954.
Así pues, si el crimen cometido por estos individuos tan solo reflejaba las características
negativas del grupo al que pertenecían, y la culpa era, por tanto, colectiva Pueblo, 27-3-1958.
El Caso, núm. 120, 22-8-1954.
Madrid, 18-8-1954.
El Caso, núm. 110, 13-6-1954.
La prensa no solo se hizo eco de este sentir popular, sino que al mismo tiempo lo
utilizó —a veces mediante la misma reproducción de las palabras de los demandantes
en estilo directo o indirecto—, para legitimar su postura frente a aquel problema «El problema de la gitanería…», art. cit. (15-7-956).
Las soluciones que se propusieron iban desde acciones de profilaxis social «con las
cuales», decía el ABC, «resulte posible dignificarlos y lograr que se remonten desde su triste condición
actual al ámbito de la vida ordenada y civilizada» «La gitanería errante…», art. cit. (29-8-1954).
El Caso, núm. 121, 29-8-1954.
«El problema de la gitanería…», art. cit. (15-7-956).
M. Sánchez del Arco, «Los zincalí», art. cit. (27-8-1954).
Adaptarse o marcharse. Estas parecían ser básicamente las dos opciones que, según
la mayoría de la opinión pública, tenían los gitanos a la altura de los años cincuenta
en España. Opciones que, por otro lado, gozaban de una larga tradición dentro de la
legislación española emitida contra los gitanos desde su misma llegada a la península,
la cual había oscilado fundamentalmente entre la asimilación (planteada en términos
de sedentarización forzada) y la expulsión del territorio español como formas de poner
fin al llamado «problema gitano» Martínez Martínez y Andújar Castillo ( Martínez Martínez. M. y Andújar Castillo, F. (2007). Los forzados de Marina en el siglo XVIII. El caso de los gitanos (1700-1765). Almería: Universidad de Almería
En este sentido, y en caso de cometer delito, los gitanos serían juzgados y castigados
así por las mismas leyes que cualquier otro ciudadano español, incluyendo la propia
pena de deportación que figuraba en el primer Código Penal de 1822, a partir del cual,
además, y fruto precisamente de esta idea de alejar al delincuente de la sociedad
en cuyo seno cometió el delito, se discutiría la posibilidad de establecer colonias
penitenciarias, en algunos territorios de ultramar, como por ejemplo las islas Marianas
o la guineana de Fernando Poo. En el caso de esta última, el debate adquiriría especial
intensidad en 1875, cuando la Academia de Ciencias Morales y Políticas convocó un
concurso planteando la conveniencia de llevar a cabo este proyecto siguiendo el ejemplo
inglés en Australia, y aunque finalmente fue desechado, gracias en parte al triunfo
de los argumentos en contra de Concepción Arenal
En 1933, tras la victoria de la CEDA en las urnas, el gobierno de la II República
aprobó, no sin cierta oposición, la llamada Ley de Vagos y Maleantes, según la cual,
como señala Gallardo Vaamonde, «no era necesaria la comisión de un delito, sino que
la mera sospecha de la inclinación a delinquir» —por no poder demostrar, por ejemplo,
tener un medio honrado de ganarse la vida o un domicilio fijo— permitía a las autoridades
poner en marcha las «medidas de seguridad» oportunas para prevenirlo Campos ( Campos, R. (2014). Pobres, anormales y peligrosos en España (1900-1970): de la “mala
vida” a la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Ponencia presentada en el
XIII Coloquio de Geocrítica. El control del espacio y los espacios de control. Disponible
en: http://www.ub.edu/geocrit/coloquio2014/Ricardo%20Campos.pdf ABC, 5-12-1934.
G. Corrochano, «¿Annobón, presidio?», ABC, 18-12-1934.
Heraldo de Madrid, 3-4-1935.
Dentro de este contexto, y teniendo en cuenta que la Ley de Vagos y Maleantes, fue
utilizada como un instrumento de represión generalizada de los gitanos no solo durante
la II República, sino también durante el franquismo, ya que, a pesar de su celo «en
desmontar la legislación republicana», el nuevo régimen mantuvo esta y la aplicó hasta
1970 Campos ( Campos, R. (2014). Pobres, anormales y peligrosos en España (1900-1970): de la “mala
vida” a la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social. Ponencia presentada en el
XIII Coloquio de Geocrítica. El control del espacio y los espacios de control. Disponible
en: http://www.ub.edu/geocrit/coloquio2014/Ricardo%20Campos.pdf
No hemos logrado desembarazarnos de los gitanos, ni hemos logrado tampoco incorporarlos
a la vida civil […] Y yo pregunto: ¿Es tan difícil evitar la trashumancia de los gitanos
y de los individuos del mismo rahez? […] ¿Cómo sería posible reducir al gitano a la
condición de ciudadano sedentario, de agricultor, de obrero, etc.? Ese ya no es un
tema para el cronista, sino para el legislador. Aunque no está de más recordar que
España posee una hermosa Guinea, y que aquel sería un excelente lugar para el contumaz,
para el gitano —o el vago— que se empeñase en continuar viviendo fuera de la ley
Recuerdo que en una de las últimas conversaciones que tuve con el Tío Silvino, al preguntarle si había seguido las noticias sobre las deportaciones de ciudadanos comunitarios de etnia gitana llevadas a cabo por el Gobierno francés de Sarkozy durante el verano de 2010, me dijo: «No, no sabía nada pero, vamos, que no me extraña. Esto es normal. Nunca nos han dejado parar en ningún sitio. Siempre ha pasado igual. Siempre la misma historia. Hoy es aquí y mañana allí. ¿O es que ya no te acuerdas de lo que te conté de cuando Franco quiso mandarnos a Fernando Poo?». Y, una vez más, me contó aquella historia que parecía estar tan presente en su memoria como ausente lo estaba de los registros escritos de la época.
El hecho de que aquel intento de expulsión de todos los gitanos de España a esta isla
guineana por parte del Gobierno franquista, como consecuencia del asesinato de un
sereno cometido en Madrid por un individuo de esta etnia, nunca tuviese lugar no significa
que el testimonio del Tío Silvino no sea verdadero, aunque el tipo de verdad histórica
que contiene tiene que ver menos con lo que «realmente» ocurrió que con lo que él
imaginaba o sabía que podía haber ocurrido y temía, además, como acabamos de ver,
que podría volver a suceder en cualquier momento y en cualquier sitio. Así pues, para
entender el valor de este testimonio como fuente histórica debemos empezar a pensar
los hechos que aparecen en él menos en términos de su exactitud que en los de su posibilidad,
entendida esta como la «proyección subjetiva de una experiencia imaginable»
En este sentido, podríamos decir que, aunque puede que Franco nunca pensase «realmente»
en expulsar a todos los gitanos de España como afirmaba el Tío Silvino, lo cierto
es que el miedo a la expulsión parece que formaba parte del «horizonte de posibilidades
compartidas» por la comunidad gitana Ibid.: 88.
Es más, como también hemos podido observar, no era la primera vez que el crimen cometido
por un gitano servía de detonante para criminalizar a todos los gitanos a través de
«esas lógicas simbólicas con importantes repercusiones mediáticas que dan pie a pensar
el conjunto a partir de situaciones locales»
El hecho de que los gitanos hayan continuado siendo víctimas de distintas formas de
violencia, discriminación y racismo podría ser una de las causas que explicarían esta
tendencia a olvidar su pasado, o a no hablar del mismo, que tradicionalmente se les
ha atribuido Ver San Román ( San Román, T. (1997). La diferencia inquietante. Viejas y nuevas estrategias culturales de los gitanos.
Madrid: Siglo XXI.
Gay y Blasco, P. (2001). ‘We don’t know our descent’: How the Gitanos of Jarana manage
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Fonseca, I. (2009). Enterradme de pie. La odisea de los gitanos. Barcelona: Anagrama.
la amenaza del internamiento y de cualquier otra catástrofe sigue estando presente
para los manouches de la región de Pau. Este punto de vista, que de entrada parece exagerado, parece
estar justificado, no obstante, por la realidad que les rodea, en la que se pueden
pronunciar públicamente comentarios racistas referidos a ellos sin que esto tenga
consecuencias y en la cual una política de control y reclusión continúa situándoles
como ciudadanos aparte, siempre sospechosos. Por lo tanto, su condición no se ha modificado
en absoluto en este aspecto desde hace un siglo […]. Aun estando diferenciados, el
pasado y el presente a menudo llegan a confundirse. Lo que ocurrió puede volver a
ocurrir en cualquier momento
Fuente: Archivo General de la Administración, Sección Cultura, Agencia de Informaciones Gráficas «Torremocha», Caja F/1336 (Sobre 1).
Es precisamente de ese miedo, real o imaginario, a que lo que ocurrió pueda volver
a suceder de nuevo, también apuntada por Michael Stewart para el caso de una comunidad
roma en Hungría
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