ISSN: 2255-3827 • e-ISSN: 2255-3827
ARTÍCULOS
Sumario: Referencias bibliográficas
Cómo citar: Pinzani, Alessandro; Quintana, Laura; Sánchez Santiago, Alfredo (2025). Introducción al dossier: “Enfoques críticos del trabajo en la era neoliberal: sufrimiento social, políticas del cuerpo y nuevos imaginarios democráticos”. Repensar el trabajo para el mundo que viene. Las Torres de Lucca. Revista internacional de filosofía política, 14(1), 001-008. https://doi.org/10.5209/ltdl.99122
Durante mucho tiempo, varios autores han sugerido, desde diferentes perspectivas teóricas, que podríamos estar a punto de entrar en un período en el que el trabajo perderá su centralidad tanto en la garantía de la reproducción social como en la definición de la personalidad individual. Esta tesis del “fin del trabajo” ha resurgido cada vez que una nueva crisis económica o un avance en la automatización parecía perturbar el capitalismo. De hecho, en las sociedades capitalistas contemporáneas, un número creciente de posibles trabajadores y trabajadoras se consideran “inútiles” para el funcionamiento del sistema económico, mientras que aquellos que aún tienen empleo enfrentan demandas exigentes, así como constantes formas de explotación corporal, que generan diversos efectos de sufrimiento, tanto físico como psíquico. Se ha vuelto imposible pensar así en el mundo laboral sin hacer referencia a patologías como el agotamiento, el cansancio, el estrés e incluso la depresión. Estos efectos se acentúan con una creciente sensación de cierre del futuro, en un mundo cada vez más desigualitario, confrontado con el resurgimiento de visiones políticas poco democráticas, y progresivamente afectado por las consecuencias de la catástrofe ambiental. Todos fenómenos vinculados con un modelo económico, anclado a la lógica del crecimiento y la acumulación, que ha terminado resultando devastador tanto para cuerpos como para territorios.
Los discursos sobre el “fin del trabajo” y también aquellos que anuncian el advenimiento de la era del “trabajo inmaterial” tienden a subestimar el impacto ecológico del trabajo, el lugar estructural que ocupa en la organización de las relaciones sociales y su incidencia negativa sobre el cuerpo y la economía psíquica del individuo contemporáneo. El trabajo, no lo olvidemos, es una actividad a la que consagramos un tercio de nuestra vida adulta y el entorno principal de socialización en las sociedades capitalistas avanzadas. A pesar de ello, la filosofía social y política ha quedado rezagada en las discusiones sobre el significado social y subjetivo del trabajo en comparación con otras disciplinas de las ciencias sociales, como la sociología del trabajo, la economía, la sociología de las organizaciones, el derecho laboral o la teoría política de la empresa.
En los últimos años, sin embargo, diferentes enfoques de la filosofía social y la teoría crítica están repensando el trabajo y su centralidad política (López Álvarez, Sánchez Madrid y Navarro Ruiz, 2023) de la mano con reflexiones renovadas sobre prácticas económicas que resulten más sostenibles e igualitarias: por ejemplo, modelos de decrecimiento, economía ecológica, nuevas propuestas de socialismo no ancladas al crecimiento, economías poscapitalistas, etc. Las propuestas de la teoría crítica y de la psicopatología del trabajo (Dejours, Déranty, Renault y Smith, 2018) han permitido iluminar los perniciosos efectos subjetivos generados por los nuevos modelos de organización del trabajo en la era neoliberal, basados en la supervisión constante de la actividad del trabajador, en la indistinción entre vida y trabajo, en el imperativo de reciclaje constante de las competencias profesionales y en una exigencia de desempeño que transgrede todos los límites materiales, pero también jurídicos, de la corporalidad del individuo (López Álvarez, 2016). El concepto de alienación, tan relevante en la tradición marxista, ha servido por su parte para articular una crítica específica de las relaciones laborales en la sociedad contemporánea, especialmente en estudios centrados en determinar la dimensión emocional que implica el trabajo y el impacto de esta actividad sobre la autoestima del individuo. Las investigaciones sobre meaningful work (Yeoman, 2014) desarrollan esta reflexión en un sentido especialmente relevante.
El trabajo, en efecto, puede ser una fuente de realización personal, una herramienta de formación de las capacidades físicas e intelectuales del individuo y un potente dispositivo de inclusión social. Pero fácilmente puede degenerar en lo contrario cuando la inseguridad laboral o la pobreza arrojan a los márgenes de la comunidad a poblaciones consideradas superfluas o sobrantes (Pinzani, 2020; Fasolino, Sánchez Santiago y López Álvarez, 2021), cuando el lugar de trabajo se convierte en un entorno hostil en el que se reproducen y amplían las relaciones de desigualdad que existen en otras esferas de la vida social (desigualdades basadas en el género, la clase, el capital cultural e incluso el capital erótico) o cuando el trabajo se articula con formas de producción depredadoras que desgastan la vida de los cuerpos y de los territorios en su imbricación. En todos estos casos, el trabajo se convierte en un foco de preocupantes patologías de orden cognitivo y corporal (Moreno Pestaña, 2016) y de daño ecológico-político.
Otros enfoques han insistido recientemente en la necesidad de democratizar las relaciones laborales. El desarrollo de hábitos democráticos en el lugar de trabajo ha sido visto como un poderoso antídoto para desprivatizar el malestar laboral y recomponer las solidaridades disueltas por el management neoliberal (Sánchez Madrid, 2018), al tiempo que como una condición necesaria para hacer frente a tres de los retos más acuciantes que enfrentan nuestras sociedades en la actualidad: el aumento dramático de las desigualdades sociales (Piketty, 2013), el auge del populismo reaccionario (Levitsky y Ziblatt, 2018) y la intensificación del cambio climático (Klein, 2014). En esta línea de reflexión encontramos propuestas formuladas desde paradigmas tan distintos como la tradición neorrepublicana, el neopragmatismo o la epistemología política. La democratización del trabajo se ha conceptualizado como un instrumento indispensable para garantizar la efectiva libertad del trabajador frente a prácticas despóticas de autoridad (González Ricoy, 2014), como un derecho social y político íntimamente ligado a la justicia y la igualdad (Ferreras, 2017, 2018), como una palanca de democratización de la sociedad en su conjunto (Cukier, 2023) o incluso como un modelo de toma de decisiones más eficaz (en términos económicos y ecológicos) que formas oligárquicas alternativas (Landemore y Ferreras, 2016).
Estos han sido algunos de los paradigmas teóricos con los que ha dialogado desde 2020 el proyecto nacional i+D “Precariedad laboral, cuerpo y vida dañada. Una investigación de filosofía social”, coordinado por Nuria Sánchez Madrid y Pablo López Álvarez en la Universidad Complutense de Madrid1. Este proyecto, finalizado en septiembre de 2024 y de cuyo equipo de trabajo han formado parte los/as editores/as de este número monográfico, ha promovido una intensa reflexión colectiva acerca de la experiencia contemporánea del trabajo en la tensión entre explotación y emancipación. Su objetivo ha consistido en estudiar el impacto psicofísico, epistémico, ecológico y moral que acarrea la actividad laboral, pero también el margen posible de autonomía que los y las trabajadoras pueden conquistar a través de su acción concertada o mediante la reforma de los marcos institucionales y constitucionales vigentes. En ambos planos, el proyecto ha ofrecido análisis teóricos interdisciplinares de las disfunciones que afectan a los entornos laborales en las sociedades actuales y de las patologías sociales que provocan, especialmente en las sociedades del Sur Global, donde los efectos de las técnicas neoliberales de gobierno son más deletéreos (Quintana y Sánchez Madrid, 2023). Elevados índices de desempleo, multiplicación del trabajo informal y no asalariado, trabajadores y trabajadoras empobrecidas, desreglamentación de las relaciones laborales, fragmentación de las trayectorias profesionales, desarrollo de la economía de la deuda: estas y otras manifestaciones de la precariedad contemporánea, acentuada tras la gran recesión de 2008, adquieren en estas geografías una dimensión alarmante y sitúan a la filosofía social ante la exigencia de ofrecer nuevas formulaciones conceptuales y diseños institucionales sensibles a las fuentes del sufrimiento social en la sociedad contemporánea (Sánchez Madrid, 2021).
Con el objetivo de dar un nuevo impulso a esta línea de reflexión, este número especial de Las Torres de Lucca recoge diversas contribuciones que nos permiten ahondar en diagnósticos críticos sobre el trabajo en las condiciones del capitalismo actual y en alternativas para confrontar las dinámicas de explotación, violencia y sufrimiento que este hoy en día genera.
Comenzamos el número con el artículo de Ángela Damián Aldana, quien propone detenerse –como eje central de su análisis– en el vínculo entre trabajo, procesos de subjetivación y poder capitalista. Combinando el arsenal conceptual del marxismo y la analítica foucaultiana del poder, la autora nos recuerda que el capitalismo no ha podido nunca prescindir de la producción sistemática de formas de subjetivación para mantener su hegemonía como modo de producción y sistema de dominación social y económico. Esta vinculación entre capitalismo y formas de subjetivación se deja sentir con especial intensidad en la esfera productiva, donde la constitución capitalista del sujeto laborante constituye una necesidad funcional para la reproducción del sistema.
Para sostener el proceso de acumulación, la lógica del capital requiere producir trabajadores abstractos y formalmente “libres”, desposeídos de sus condiciones de vida y enajenados con respecto a los medios y los resultados de su actividad. Pero, como advirtieron Marx y, posteriormente, Foucault, el capitalismo necesita al mismo tiempo desplegar toda una serie de coerciones estatales, mecanismos jurídicos y técnicas disciplinarias destinadas a insertar concretamente en el aparato productivo esa fuerza de trabajo abstracta, esa masa desposeída de proletarios “libres como el aire” (Marx). En los primeros tiempos del capitalismo, estas formas de gubernamentalidad incluyeron leyes para combatir la vagancia y la ociosidad, iniciativas de moralización dirigidas a la clase obrera y regulaciones específicas del trabajo asalariado que buscaban aumentar la dependencia de los y las trabajadoras (y su necesidad concomitante de trabajar) reduciendo los salarios, extendiendo la jornada laboral o prohibiendo las coaliciones obreras.
Algunas de estas técnicas desaparecieron con el tiempo o se transformaron como resultado de la evolución del aparato de producción y de la lucha organizada de los y las trabajadoras. Otras han llegado hasta nuestros días solapadas con nuevas formas de dominación. Es el caso de los instrumentos empleados por el poder capitalista para gobernar el espacio laboral mediante la racionalización del tiempo productivo. El control del ritmo y la velocidad del trabajo, la reglamentación meticulosa de los gestos y las operaciones del sujeto o la vigilancia y la evaluación de su rendimiento son algunos de los instrumentos que el capitalismo ha empleado históricamente para extraer plusvalor explotando a las clases subordinadas.
Estos instrumentos se mantienen plenamente vigentes en su fase neoliberal. Si existe alguna diferencia entre la fase fordista-disciplinaria y postfordista del capitalismo, esta atañe a los instrumentos de los que se sirve el neoliberalismo para extraer la máxima productividad de cada uno de los segmentos del “tiempo abstracto” (Postone) en los que se desarrolla la actividad productiva: tecnologías logísticas, sistemas perfeccionados de automatización, programas de control mediante algoritmo, herramientas de monitoreo en tiempo real, procesos digitalizados de estandarización del trabajo, etc. Este es el marco técnico-político en el que, de forma paradigmática, se desarrolla en nuestros días el trabajo de los operadores logísticos en centros de distribución de empresas multinacionales como Amazon y de los empleados en plantas de procesamiento de alimentos, como las de producción de carne. La contribución de Lorena Ramírez Hincapié centra su atención en estos casos contemporáneos de trabajo extremadamente precario, generalmente asignado a los grupos sociales más vulnerables y borrado de nuestra vista mediante su desplazamiento hacia la periferia de los centros urbanos o su externalización en países del Sur Global.
La autora opta por enfocar estas realidades partiendo de un marco teórico que pone en relación el régimen de temporalidad del neoliberalismo y la producción de precariedad y sufrimiento social en el ámbito del trabajo. Se apoya en la noción de “distribución de lo sensible” (Rancière) para comprender el tiempo como un elemento material indispensable para la dominación “policial” de los seres humanos, y en los desarrollos teóricos de Hartmut Rosa para presentar el capitalismo neoliberal como un sistema de dominación cuya cartografía temporal obedece al principio de la “aceleración”. En la esfera productiva, este régimen de temporalidad conmina al sujeto a acelerar su rendimiento, a producir más en menos tiempo, y ello entraña consecuencias directas sobre la integridad física, la salud mental e incluso la dignidad moral de los y las trabajadoras: dolores musculoesqueléticos, lesiones, desórdenes alimentarios, insomnio, fatiga crónica, depresión, burnout, etc. Puede decirse, por lo tanto, que la vulnerabilidad y la precariedad no son la consecuencia exclusiva de la destitución por parte del neoliberalismo de la infraestructura institucional y económica necesaria para garantizar una “vida vivible” (Butler), sino, de forma suplementaria, de la generalización de un régimen de temporalidad que resulta incompatible con los ritmos biológicos y las necesidades humanas fundamentales. Una “temporalidad invivible” [unlivable temporality] que, en la estela de los análisis de Butler, Ramírez Hincapié caracteriza del siguiente modo: “it is an ordering of time which exhibits a contradictory tension between the demands it issues and the conditions it provides for the satisfaction of those demands, and which results in a life permanently on the brink of collapse”.
El artículo de Sergio Vega Jiménez prolonga el análisis anterior profundizando en las causas estructurales, el marco político e institucional y los efectos subjetivos del trabajo precario. Su contribución a este número especial ofrece una minuciosa reconstrucción de los diferentes aspectos de la transformación neoliberal del mundo del trabajo desde los años ochenta del siglo pasado. La individualización de las relaciones laborales, la intensificación creciente del ritmo productivo y la redefinición de los métodos de organización del trabajo cuentan como hitos fundamentales de este proceso en el que todavía estamos inmersos. Sus efectos de superficie son ostensibles en todos los planos, desde el político hasta el subjetivo: fragmentación de los colectivos de trabajadores/as y desarme de los contrapoderes sindicales, privatización de las experiencias de malestar, auge de una cultura psicoterapéutica individualista, incremento de la prevalencia de patologías psicofísicas de distinto orden e intensidad ligadas al desempeño laboral, etc.
El autor coincide con Ramírez Hincapié en subrayar la relación de causalidad directa que puede establecerse entre la degradación de las condiciones laborales en la era neoliberal y el aumento alarmante de descompensaciones psicopatológicas entre un número cada vez mayor de profesionales de diversos sectores. Pero, siguiendo las tesis de autores como Cristophe Dejours, Jean-Philippe Deranty o Jean-Pierre Durand, Vega complementa las conclusiones de Ramírez Hincapié con un argumento que reviste el máximo interés para comprender la vinculación entre trabajo y sufrimiento en la empresa capitalista contemporánea: fenómenos subjetivos como el estrés o la ansiedad tal vez no sean sencillamente el síntoma o la manifestación somática de la organización actual del trabajo, sino el objetivo explícito que el management neoliberal busca producir para mantener la actividad laboral en condiciones de permanente tensión e hiperactividad. Pues, como también lo han mostrado los trabajos de la socióloga Eva Illouz, la experiencia de que fallamos una y otra vez, y la ansiedad por no obtener lo esperado, se pueden usar como motor para aumentar el rendimiento de los y las trabajadoras. Además, frente a una mayor presión e incertidumbre se hace más difícil resistir. En esta situación, Vega sostiene que la colaboración interdisciplinar de la filosofía y las ciencias sociales resulta indispensable no solamente para comprender las lógicas de la dominación social y su introyección conflictiva en la psique individual, sino para reconocer y saber interpretar el valor político y epistémico de las narraciones subjetivas del daño.
La asimilación subjetiva de la gramática contemporánea de la dominación es también objeto de análisis en el trabajo de Mustafa Çağlar Atmaca, quien enfoca este problema desde una teoría política de los afectos. Basándose en la teoría afectiva spizonista de Frédéric Lordon, Atmaca reflexiona sobre las narrativas mediante las cuales el capitalismo posfordista promueve un deseo por el trabajo en sí mismo, e incluso una romantización de este, que permite aceptar condiciones laborales cada vez más precarias, inseguras y agotadoras. Así, el artículo sugiere que las personas tienden a aceptar su servidumbre laboral apasionadamente, creyendo que las condiciones que redundan en su mayor explotación contribuyen a su crecimiento y satisfacción personal. Para concretarlo, el autor lleva a cabo un trabajo etnográfico (desarrollado en entrevistas estructuradas con 34 freelancers de Turquía) a partir del cual pone de manifiesto y elabora algunas narrativas clave de esta ética del trabajo apasionado. Entre estas se encuentran: la expectativa de una mayor libertad e independencia de las jerarquías tradicionales; la flexibilidad espacio-temporal de la actividad laboral realizable en cualquier lugar y en cualquier momento; el vínculo afectivo con el trabajo, asumido como camino para la autorrealización; e incluso la idea de que la satisfacción por el trabajo bien hecho se puede considerar más valiosa que la recompensa económica. Estas promesas producen formas de satisfacción y apego afectivo, cercanas a lo que Laurent Berlant definió como “optimismo cruel”. Se trata de aspiraciones que dan sentido a la vida de las personas, pero que muchas veces redundan en una saturación de su existencia por las constricciones laborales, en formas de autoexplotación, en dinámicas constantes de auto-promoción y “financiarización de la vida cotidiana”, es decir, en prácticas que reproducen, intensifican y naturalizan desigualdades socioeconómicas, mientras enmascaran el malestar constante que generan.
Siguiendo con esta línea de reflexión se encuentran los artículos de Escutia, Seré y Fleitas González et al. Estos textos discuten las reconfiguraciones neoliberales del concepto de trabajo y de corporeidad y el modo como estas borran las fronteras entre vida privada y profesión, formación humana y profesional, tiempo libre y horarios de trabajo, sometiendo al individuo –su cuerpo, su mente, sus emociones y capacidades personales, su saber– a los imperativos de la producción capitalista.
El artículo de Nacho Escutia, afín al de Vega en varios puntos, explora cómo el trabajo ha sido reconfigurado como un proceso de subjetivación en las sociedades capitalistas contemporáneas. El autor investiga la historia del trabajo en el capitalismo, desde la perspectiva marxista inicial hasta la crítica posmarxista, argumentando que el trabajo ha dejado de ser el centro de las luchas sociales. En su lugar, diversos movimientos sociales, como el feminismo y el ecologismo, han ganado protagonismo. Escutia destaca la teoría neoliberal del “capital humano”, en la que los individuos se convierten en “empresarios de sí mismos”, incorporando el trabajo como parte fundamental de la vida y la identidad y explorando la autogestión y la competitividad como formas de integración social y de ciudadanía. En este proceso, el trabajo dejó de ser solo un derecho y se transformó en una responsabilidad individual, una “empresa de sí”, en la que el sujeto es tanto el capital como el gestor de su propio capital humano. Escutia argumenta que la visión del “capital humano” fragmenta el trabajo y crea un estado de precariedad constante, donde la búsqueda de autonomía se convierte en una forma de autoexploración continua. De esta forma, el neoliberalismo transforma el trabajo y la subjetividad, quitándole su papel revolucionario central y colocándolo en una relación de mercado en la que la propia vida se ve como inversión y recurso.
El artículo de Cecilia Seré, por su parte, explora cómo el capitalismo neoliberal ha transformado el cuerpo en un recurso productivo, enfatizando su dimensión de “extractivismo corporal”. Parte de la premisa de que el capitalismo, al estructurar las relaciones sociales, también define la relación del individuo consigo mismo, promoviendo el cuerpo como propiedad privada, esencial para el trabajo asalariado. Con el avance neoliberal, el cuerpo se convierte en una fuente de extracción de valor que incluye capacidades subjetivas, como habilidades emocionales y competencias personales que se mercantilizan y se utilizan en beneficio del sistema productivo. El neoliberalismo exige así que el individuo asuma la autogestión como una tarea constante: la auto-optimización y el rendimiento se convierten en imperativos que difuminan los límites entre vida personal y vida laboral. Esto se observa en una nueva serie de malestares que reflejan el desgaste subjetivo impuesto por esta estructura, como la depresión, el estrés y la ansiedad, reemplazando la fatiga típica del capitalismo industrial. La vida neoliberal, al exigir esta auto-producción, convierte cada acción, capacidad o relación en una oportunidad para extraer valor, en un fenómeno que la autora describe como “fracking corporal”. Finalmente, el texto propone una crítica al “realismo corporal”, cuestionando la idea de que el cuerpo tiene cualidades fijas susceptibles de ser explotadas, y señalando que la configuración actual del cuerpo como fuente de valor es una construcción del neoliberalismo. Seré sugiere, sin embargo, que este modelo no es la única forma de relación posible con el cuerpo y que podrían imaginarse alternativas que no se basaran en la propiedad ni en la extracción de valor. Con esta reflexión, invita a considerar otros modos de organización social que permitan relaciones más humanas y menos extractivas con el cuerpo y consigo mismo.
El artículo de Martín Fleitas, Agustín Aranco, Diego Castro, Facundo Correa, Abril Estades y Lucas Gili explora cómo la universidad contemporánea, y en especial las humanidades, han asumido un rol material en la producción y control del conocimiento en una economía política moldeada por el capitalismo. Utilizando un marco teórico materialista, el autor analiza el impacto de la corporativización, mercantilización, burocratización y precarización laboral en las universidades, que promueven una relación compleja y ambigua con el concepto de general intellect o intelecto general (una forma de conocimiento colectivo acumulado intergeneracionalmente, según Marx). La investigación sugiere que las humanidades, en lugar de actualizar las promesas de este saber público, enfrentan limitaciones derivadas de condiciones laborales precarias, el aislamiento individual, la aceleración de las demandas académicas y una técnica que fluctúa entre su ausencia y una falsa presencia. Estas condiciones generan, a su vez, efectos negativos en la salud física y mental de los docentes e investigadores, que se ven atrapados en un sistema de constante evaluación y producción, impulsado por métricas de impacto y otros indicadores cuantitativos que poco reflejan la calidad del conocimiento. El marco teórico se apoya también en las ideas de Virno sobre el cuerpo y la técnica y en el concepto de experiencia de Benjamin para analizar cómo la precariedad y la falta de apoyo institucional dificultan que la universidad contribuya efectivamente al bienestar colectivo. Muy al contrario, la universidad parece fortalecer su papel como reproductora de valores de mercado, premiando la cantidad sobre la calidad y adoptando una lógica que prioriza la competencia y la productividad individual. Esto lleva a una erosión de la experiencia laboral compartida y colectiva, esencial para el crecimiento del general intellect. El artículo finaliza señalando que este fenómeno no solo afecta la producción de conocimiento, sino que también genera una alienación en el trabajo universitario, obstaculizando el desarrollo de una comunidad académica capaz de movilizar un aprendizaje compartido. Los autores proponen, así, un análisis que permite entender cómo estas dinámicas afectan la relación de la universidad con el saber colectivo y recomiendan reconsiderar el papel de la institución en la economía contemporánea, con vistas a recuperar una perspectiva más crítica y humana en la producción y gestión del conocimiento.
Desde una orientación diferente, localizándose en un marco normativo interesado en trazar caminos de transformación frente a las realidades que ha impuesto el neoliberalismo en las últimas cuatro décadas, encontramos el artículo de Elly Vintiadis. En línea con otras perspectivas, la autora parte por caracterizar los efectos de desigualdad, precarización y sufrimiento psíquico que han tenido las intervenciones neoliberales, al desmantelar las garantías laborales, privatizar y mercantilizar los servicios públicos, y al autorresponsabilizar a los sujetos por completo de su suerte, en pos de privilegiar los intereses de una élite económica, para la cual la lógica del provecho, y la seguridad de los grandes capitales, se impone frente a los intereses públicos y sus criterios de accesibilidad, distribución e inclusión. Según Vintiadis, este diagnóstico pone de manifiesto que el neoliberalismo se basa en valores como la competitividad, la autodeterminación personal y la búsqueda del éxito individual, que tradicionalmente se han asociado con formas de subjetivación masculinas o atadas a un ideal tradicional –históricamente emergido– del varón como proveedor y capaz de estar en control de todo. Se trata de unos valores mediante los cuales se naturaliza la omisión de todas las formas de cuidado –tradicionalmente asignadas a las mujeres– de las que todos los sujetos en todo caso dependen. Estos valores han llevado además a subyugar tanto a los y las trabajadoras, que la libertad individual que el neoliberalismo predica también es puesta radicalmente en cuestión por sus prácticas concretas.
Para revertir este estado de cosas, Vintiadis propone acentuar la importancia del cuidado en el contexto laboral, y abordarlo desde el enfoque de capacidades de Amartya Sen, donde encuentra alternativas para tratar los problemas generados por el neoliberalismo, sin decidirse por una crítica más radical del capitalismo. A su modo de ver, tal enfoque con su énfasis en una libertad sustantiva y en las condiciones materiales necesarias para el ejercicio de los derechos y de las capacidades –diferenciadas de acuerdo con las necesidades de las personas y sus formas de vida– permitiría hacer valer y desplegar la dignidad humana, entendida como un “valor intrínseco del individuo” que requiere de condiciones contextuales. Este enfoque podría vincularse con la ética del cuidado y su énfasis en la interdependencia y la responsabilidad hacia los demás, y llevaría a problematizar la división entre trabajo productivo y reproductivo, a crear marcos y garantías para que las labores del cuidado sean reconocidas (en términos económicos, espaciales y de tiempo), así como a repartirlas de manera más equitativa sin que recaigan sobre todo en las mujeres, particularmente en las empobrecidas y racializadas. Pero, de acuerdo con la autora, la transformación requerida no se puede limitar a la implementación de ciertas políticas públicas, sino que precisa de un cambio fundamental en los valores, unos más centrados en la interdependencia y en la mutua colaboración.
El artículo de Ana Miranda cuestiona algunos de los supuestos que articulan la posición de Vintiadis. En efecto, Miranda se distancia de la ética del cuidado, no solo porque puede caer en el riesgo del esencialismo, al omitir las diferencias materiales concretas que se dan entre las mujeres, sino sobre todo porque su enfoque moral-normativo pierde de vista las relaciones de poder y los conflictos económico-políticos que subyacen a las tareas de cuidado. Por esto el artículo se centra justamente en estas relaciones de poder, desde el marco de análisis que ofrecen las teorías feministas poscoloniales y descoloniales, para las cuales el cuidado no es un valor sino una práctica materialmente condicionada y “una forma de trabajo afectivo y encarnado”.
Partiendo de los planteamientos de las feministas marxistas sobre la manera en que el capitalismo depende del trabajo reproductivo no remunerado de las mujeres para llevar a cabo sus procesos de acumulación, el artículo examina, desde una perspectiva descolonial y poscolonial, las experiencias de las mujeres migrantes, especialmente aquellas trabajadoras pobres y racializadas, en el contexto de la crisis contemporánea de los cuidados para identificar mecanismos de explotación, opresión y violencia sobre sus cuerpos y que sostienen las cadenas globales de cuidados. Estas relaciones de explotación obstaculizan la agencia y
organización política de las trabajadoras migrantes, y sin embargo esta agencia en todo caso se hace valer en prácticas colectivas por sus derechos que se han organizado más allá de las alianzas sindicales tradicionales. De hecho, el activismo de algunos de estos movimientos de mujeres ha llevado a un cambio en la conciencia y politización de sus problemas, permitiéndoles verse a sí mismas como trabajadoras racializadas, en lugar de meramente como emprendedoras en el mercado informal del cuidado o como “cuidadoras” naturales. El artículo deja pensar así las ambivalencias de las cadenas globales de cuidados, que funcionan a la vez como procesos de feminización neocolonial de la migración y a la vez como un contexto de lucha y resistencia. Por esta vía se acentúa la importancia de la economía política feminista, decolonial y poscolonial para abordar los problemas emergentes de la crisis de los cuidados, desde un enfoque que simultáneamente da cuenta de las opresiones hoy persistentes en las intersecciones entre raza, clase y género. Desde aquí pueden trazarse otras formas de relación centradas en la co-dependencia y la solidaridad que pueden indicar caminos para promover la transformación de una sociedad basada en el trabajo –y en sus procesos de abstracción y de explotación de cuerpos y territorios– hacia arreglos sociales más sostenedores, plurales e igualitarios.
Continuando con esta exploración de alternativas emancipadoras al orden laboral neoliberal, las contribuciones de Christophe Dejours y Emmanuel Renault, como artículos invitados, cierran este número especial con un último eje de reflexión dedicado al problema de la democracia laboral, que ambos autores abordan desde enfoques distintos, pero complementarios.
Christophe Dejours defiende el valor teórico del psicoanálisis para pensar la relación entre trabajo y democracia. Apoyándose en los presupuestos de la psicodinámica y en la noción de “trabajo vivo”, el autor define el trabajo como la actividad real y efectiva desarrollada por los y las trabajadoras durante su jornada laboral, una actividad que a menudo entra en conflicto o resulta directamente incompatible con las normas prescritas por la dirección de la empresa o la organización. El trabajo “real” exige tomar decisiones improvisadas, adoptar estrategias adaptativas y, sobre todo, establecer dinámicas de cooperación para responder eficazmente a los obstáculos encontrados durante el desarrollo de la actividad laboral. En este sentido, el trabajo puede ser considerado un ámbito de formación de habilidades y hábitos democráticos, pues en él emergen necesariamente espacios de deliberación donde los y las trabajadoras están obligados a dialogar con otros/as colegas para establecer acuerdos normativos, reglas de trabajo y formas colectivas de savoir faire.
Además, la práctica de la democracia en el lugar de trabajo proporciona al trabajador una recompensa simbólica derivada de su aportación al trabajo común, y esto constituye una fuente primordial de autoestima que el análisis psicoanalítico interpreta en términos de sublimación. El problema, según Dejours, es que las condiciones que hacen posible la sublimación, a saber, la existencia de espacios de cooperación vertical y horizontal entre trabajadores/as, o de protocolos de reconocimiento del trabajo bien hecho, han sido erosionadas por la extensión del management neoliberal, minando la salud mental de un número cada vez mayor de trabajadores y trabajadoras. Para hacer frente a este estado de cosas, la teoría psicoanalítica y el saber acumulado por los y las psicoanalistas sobre el sufrimiento laboral constituyen recursos críticos extraordinariamente valiosos, pues nos permiten comprender las descompensaciones psicopatológicas y los obstáculos para la sublimación que se derivan de la organización neoliberal del trabajo.
Por su parte, la contribución de Emmanuel Renault analiza la fortuna desigual que han tenido los proyectos y las reflexiones sobre democratización del trabajo en la historia europea de los dos últimos siglos. Habiendo formado parte de diversas corrientes del movimiento obrero como un elemento utópico de primer orden, la democracia laboral no parece ser defendida hoy con determinación por la izquierda política o sindical, y ni siquiera por los teóricos de la democrática radical, quienes defienden la necesidad de democratizar la democracia política sin aportar ninguna reflexión sobre la extensión de este proyecto al mundo del trabajo.
Recientemente, sin embargo, la cuestión de la democracia laboral ha vuelto a ocupar el centro del debate intelectual en filosofía, ciencias políticas y otras disciplinas afines. Después de recopilar los argumentos generalmente esgrimidos a favor y en contra de la democracia laboral, el artículo de Renault pasa revista a tres de las posiciones más destacadas en este debate y propone una alternativa. En primer lugar, analiza las discusiones sobre workplace democracy, de carácter más bien reformista, que abogan por extender la democracia liberal realmente existente al espacio laboral incluyendo a representantes de los y las trabajadoras en los consejos de administración de las empresas o en otros órganos de toma de decisiones. A continuación, examina la propuesta de otros/as autores/as que, desde una perspectiva anticapitalista, apuestan por concentrar el poder sobre la producción en una asamblea de trabajadores/as. Por último, explora el paradigma de la democracia industrial defendido a principios del siglo pasado por G. D. H. Cole, quien propone aunar la democratización de la economía y del trabajo en un proyecto de participación de los y las trabajadoras en todos los niveles del ejercicio del poder en el espacio laboral (y no solo en las decisiones más generales, como en el segundo modelo).
Frente a estos enfoques, Renault coincide con Dejours en proponer un modelo de democracia laboral “desde abajo” inspirado en el pragmatismo de John Dewey, una opción que afirma las potencialidades democráticas que pueden surgir de los colectivos de trabajo a través de formas de cooperación productiva o procesos autónomos de deliberación. Su conclusión es que el proyecto de democratización del trabajo tendrá futuro en la medida en que seamos capaces de reforzar estos hábitos democráticos frente al programa neoliberal de atomización de las culturas laborales.
Quedan finalmente diversas cuestiones abiertas que siguen asediando al pensamiento, en medio de las dificultades y enormes retos que las complejas condiciones del trabajo en la actualidad nos plantean. Por una parte, podríamos preguntarnos si los daños y el sufrimiento social vinculados hoy a los entornos laborales no tendrían que ver solamente con dinámicas del neoliberalismo, como lo plantearon la mayor parte de los artículos de este número, sino que, como lo analizó ya Marx y lo desarrolló la teoría crítica del valor (Kurz, Jappe), atañen a estructuras que la lógica del capitalismo reproduce una y otra vez. Pues el trabajo, tal y como se genera en las condiciones de abstracción del sistema capitalista, implica una “extracción de energía vital” tangible y concreta, que sujeta a los cuerpos a servir no más que como puro “gasto de nervios, músculo y cerebro” para valorizar el capital (Marx). Y esta dinámica, lo sabemos hoy más que nunca, se extiende a todas las redes vitales, que quedan reducidas a simples circuitos de producción y consumo, en los cuales se prioriza maximizar el rendimiento al menor costo y en el menor tiempo posible. De este modo, el capitalismo se convierte en un sistema que organiza la vida misma para extraer de ella todo lo que pueda ser transformado en capital. Además, para mantener este tipo de producción orientada al crecimiento a toda costa, se requiere de una gran cantidad de energía (sea esta renovable o no) extraída, de nuevo, a través de formas de explotación que recaen sobre cuerpos y territorios, especialmente sobre aquellos que han quedado más sujetados por relaciones coloniales de poder. De hecho, algunas lecturas que anhelan meramente con nostalgia los Estados de bienestar europeos, frente a la avanzada neoliberal, pierden muchas veces de vista las condiciones de trabajo explotado y las relaciones comerciales desiguales en lugares del Sur global, de las que se obtuvo, en parte, la riqueza para sostener esos marcos de bienestar en el Norte global.
Adicionalmente, cabría preguntarse si no habría que considerar como más fluidas y atravesadas por la heterogeneidad las relaciones y espacios laborales hoy, más allá de los contrastes esquemáticos entre fordismo y posfordismo, e incluso entre capitalismo y pericapitalismo. Pues, en muchos lugares del Sur global se cruzan prácticas de uno y otro sistema, e incluso resquicios de formas de trabajo servil o hasta esclavizado (Bales) que son fundamentales para la producción de valor hoy. Al analizar las formas de daño y sufrimiento que el capitalismo sigue produciendo, entonces, habría que estudiar con mucho más cuidado estos cruces y no fijar la mirada solo en entornos laborales atravesados por dinámicas prevalentemente posfordistas. De hecho, atender a esta heterogeneidad y abigarramiento puede ser más pertinente en la actualidad, si se tiene en cuenta que la frontera Norte y Sur, hoy en día, no es meramente geográfica, sino que se refiere a un reparto desigual de las condiciones de bienestar, que opera en muchas partes del mundo, entre lugares asumidos como centrales y lugares fijados como periféricos, a través de marcadores que no han dejado de funcionar en las intersecciones entre clase, raza y género.
Asimismo, y a la luz de lo dicho, habría que pensar con más cuidado la manera en que ciertas condiciones de explotación laboral se extienden de los cuerpos a los territorios y analizar entonces los vínculos entre sufrimiento social y daño ecológico que se vienen produciendo en muchos lugares del mundo, especialmente en Latinoamérica y África. Por ejemplo, cuando cuerpos agotados por actividades mineras tienen que padecer, además, los residuos tóxicos que esta extracción de recursos va dejando en los lugares que habitan y en los recursos que son fundamentales para existir (agua, aire, alimentos), los daños se extienden a todas las redes de la vida. Podría considerarse también la manera en que las formas de explotación atañen a los cuerpos animales, y cómo el sufrimiento humano se enlaza hoy con múltiples formas en que lo no-humano está padeciendo en diferentes entornos y actividades laborales.
Estas consideraciones también enmarcan en otros términos las alternativas frente a las condiciones erosionadas del trabajo contemporáneo, pues a la luz de lo dicho no bastaría con cuestionar el marco del neoliberalismo, sino repensar a fondo estructuras de larga duración que han estado vinculadas al capitalismo y a la colonialidad del poder (Quijano). Así como adoptar un enfoque de análisis que no se restringe a los espacios laborales del posfordismo, ni únicamente a lo humano, sino que se orienta hacia una ecología política más amplia.
La respuesta a esta serie de interrogantes debe ser objeto de reflexión y acción colectivas. Como editores/as invitados/as, solo nos queda agradecer al equipo editorial de Las Torres de Lucca por apostar por estas líneas de reflexión y por su inestimable colaboración durante todo el proceso de edición, y a los autores/as, revisores/as y traductores por su generosa contribución a este número especial. Confiamos en que los contenidos del dossier estimulen la reflexión de todas aquellas personas interesadas en repensar el trabajo desde la filosofía social (su genealogía, sus transformaciones, sus crisis) y en explorar horizontes de transformación frente a las amenazas de colapso ecológico y retroceso democrático que anuncia el mundo que viene.
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