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ARTÍCULOS

Posverdad y Richard Rorty

Pilar Salvá Soria
Universidad Nebrija, España ORCID iD
Recibido: 09/07/2022 • Aceptado: 06/05/2024 • Publicado: 13/01/2025

Resumen: Posverdad ha sido recientemente definida como la manipulación deliberada de una realidad con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Al mismo tiempo, esta idea se ha asimilado, en variadas ocasiones, a discursos postmetafísicos como el de Richard Rorty. Este artículo tiene como objetivo esclarecer la concepción de verdad de Richard Rorty y abordar la errónea asociación de su pensamiento posmoderno con el surgimiento de la posverdad en el ámbito político contemporáneo. Aunque se ha vinculado la posverdad con la filosofía de autores posmodernos contemporáneos como Rorty, es importante señalar que esta asociación carece de fundamento. Rorty no abordó directamente el concepto de posverdad en su obra, y aunque su enfoque posmoderno sobre la contingencia del lenguaje y la construcción social de la realidad puede tener implicaciones en la esfera política, no es adecuado reducir su filosofía a un respaldo teórico de la posverdad.

Palabras clave: Apariencia y realidad; epistemología; posmodernidad; posverdad; Richard Rorty; Albrecht Wellmer.

ENG Post-truth and Richard Rorty

Abstract: Post-truth has recently been defined as the deliberate manipulation of reality to influence public opinion and social attitudes. Simultaneously, this idea has often been assimilated with post-metaphysical discourses such as that of Richard Rorty. This article aims to clarify Richard Rorty’s conception of truth and address the erroneous association of his postmodern thought with the emergence of post-truth in contemporary political discourse. Although post-truth has been linked to the philosophy of contemporary postmodern authors such as Rorty, it is important to note that this association lacks foundation. Rorty did not directly address the concept of post-truth in his work, and while his postmodern focus on the contingency of language and the social construction of reality may have implications in the political sphere, it is not appropriate to reduce his philosophy to a theoretical endorsement of post-truth.

Keywords: Appearance and reality; Epistemology; Postmodernity; Post-truth; Richard Rorty; Albrecht Wellmer.

Sumario: La conexión entre los principios democráticos y el reconocimiento de la contingencia: Wellmer y RortyVerdad y justificación en RortyConclusión. La superación del paradigma objetivista a través de la solidaridadReferencias bibliográficas

Cómo citar: Salvá Soria, P. (2025). Posverdad y Richard Rorty. Las Torres de Lucca. Revista internacional de filosofía política, 14(1), 179-188. https://dx.doi.org/10.5209/ltdl.82973


El uso del término posverdad se ha intensificado de tal manera en nuestros días que diversas instituciones eligieron el término como “palabra del año”. En 2016, "post-truth" fue designada neologismo del año por el Diccionario Oxford, mientras que en Alemania, la palabra "possfaktisch", que se traduce como "posfactual", fue seleccionada como término destacado del año por la Sociedad de la Lengua Alemana. Además, en el ámbito hispanohablante, la voz "posverdad" fue recientemente incorporada al Diccionario de la Lengua Española de la Real Academia Española, definiéndola como "la distorsión deliberada de la realidad con el propósito de manipular creencias y emociones para influir en la opinión pública y las actitudes sociales".1

En cuanto a su uso, aunque el término "posverdad" ha existido durante décadas, con un significado originalmente ligado a la noción de lo que está detrás o después de la verdad desde un punto de vista etimológico, sus aplicaciones contemporáneas y los contextos en los que se emplea son de adquisición más reciente. Según Theodor Schaarschmidt, este concepto se popularizó después de que Angela Merkel, tras la derrota en las elecciones de Berlín en 2016, declarara: "Últimamente, vivimos en tiempos posfactuales, lo que parece significar que la gente ya no se interesa por los hechos, sino que se guía únicamente por los sentimientos”. (Schaarschmidt, 2017, p. 28). Paralelamente a esta declaración de Merkel, se van produciendo algunos hechos políticos que van transformando el uso actual del término. Un ejemplo de ello es el intenso debate en torno a si Donald Trump está manipulando, o no, deliberadamente información falsa como estrategia política, lo cual se tilda de posverdad. Por otra parte, se suma que la prensa británica achaque a “motivos emocionales” las causas por las que el Reino Unido pretenda salir de la Unión Europea. Son esta serie de acontecimientos los que van transformando el uso de posverdad, el cual se va propagando tan rápidamente que hoy un alto porcentaje de debates políticos occidentales alude de manera recurrente a este fenómeno para arremeter contra el adversario político o bien para usarlo en beneficio propio. En consecuencia, podemos decir que el término posverdad va acompañado de la crisis de las democracias contemporáneas.

Una precisión conceptual sobre la posverdad implica entenderla como un fenómeno complejo que va más allá de simplemente mentir o distorsionar la verdad. La posverdad no trata únicamente de falsedad o desinformación deliberada, sino que implica una manipulación consciente o inconsciente de la percepción pública mediante la selección y presentación selectiva de hechos, emociones y narrativas que apelan a las creencias y opiniones preexistentes de una audiencia específica.

En este sentido, la posverdad no siempre implica una mentira flagrante, sino que puede manifestarse a través de la omisión de ciertos hechos, la exageración de otros, el uso de falacias lógicas o retórica emocional para influir en la opinión pública. Además, la posverdad está estrechamente vinculada a la erosión de la confianza en las instituciones y en la idea misma de la verdad objetiva, lo que hace que las personas sean más susceptibles a la manipulación y menos dispuestas a aceptar información que contradiga sus propias creencias.

Cabe destacar que la posverdad no es un fenómeno nuevo, pero ha sido amplificado y exacerbado por la era digital y las redes sociales, que facilitan la difusión rápida y masiva de información, ya sea verídica o falsa.

Como señala Lee McIntyre en su obra Posverdad (2018, p. 36), aunque pueda parecer que dicho fenómeno aparece en 2016, lo cierto es que sus raíces se remontan mucho más atrás en una disciplina tal como la Filosofía, en la que ha estado presente en muchos debates académicos sobre el estatus de la verdad objetiva, desafiando la ontología, la epistemología o el estatus de autoridad de la ciencia. Tal como expresa Capilla:

Hay consenso en que la posverdad supone el cuestionamiento de la Razón Ilustrada: pone en crisis la capacidad de conocer la realidad de una forma segura, para lo cual sería necesario contar con alguna noción de verdad. Dado que éste es el principal fundamento del posmodernismo, The Guardian y Le Figaro señalan específicamente al posmodernismo como padre intelectual de la posverdad. (Capilla, 2019, p. 9).

También pensadores como Daniel Dennett atribuyen al posmodernismo la responsabilidad de la posverdad:

La filosofía no se ha cubierto precisamente de gloria con la forma en que ha manejado esta cuestión [La cuestión de los hechos y la verdad]. Quizás ahora algunos comiencen a darse cuenta de que los filósofos no son tan inocuos después de todo. A veces, las opiniones pueden tener consecuencias terribles que puede que lleguen a convertirse en realidad. Creo que lo que hizo el posmodernismo fue verdaderamente malvado. Son responsables de la moda intelectual que hizo que practicar el cinismo sobre la verdad y los hechos fuese algo respetable. Tienes a gente que anda diciendo por ahí: “Bueno tú eres parte de esa gente que aún cree en los hechos” (Cadwalladr, 2017).

Y el propio McIntyre afirma “estoy también seguro de que los posmodernos han contribuido a esta situación al replegarse dentro de la sutileza de sus ideas, sorprendiéndose después cuando se usan para fines que se encuentran fuera de lo que ellos aprobarían” (2018, p. 150).

En definitiva, parece que la noción de “posverdad” va más allá de ser simplemente una mentira o un cambio político superficial. Podemos afirmar que en la actualidad se emplea principalmente para expresar la intranquilidad de aquellos que defienden la idea de verdad y sienten que está puesta en entredicho.

Ahora bien, veamos un caso filosófico donde se ha asimilado, a nuestro juicio equivocadamente, este reciente uso de posverdad con la filosofía postmetafísica de Richard Rorty, a quien se le ha acuñado como el “torero de la verdad” (Mendieta, 2017). Propuestas rortianas tales como el reconocimiento de la contingencia o el abandono de nociones como verdad u objetividad, así como su sugerencia de que podemos trabajar la redescripción y los sentimientos en lugar de incrementar nuestro conocimiento de valores se han interpretado como factores que podrían contribuir a los aspectos más perniciosos de este nuevo fenómeno de la posverdad: la manipulación de creencias y la promoción de un relativismo moral del todo vale.

Lo valioso de la posición de Rorty, como esperamos mostrar, radica en que en vez de proporcionarnos un estándar absoluto de verdad, nos insta a reflexionar sobre la relevancia del concepto de verdad en nuestras democracias. A juicio de Rorty: “Solamente un exceso de atención a la función declarativa podría hacernos creer que la pretensión de validez universal es importante para la política democrática” (Rorty, 2000a, p. 84).

En consecuencia, este artículo pretende mostrar que la despreocupación filosófica por la verdad que sugiere Rorty no está ligada con la posverdad en este nuevo uso. Explicaremos que el sentido actual de posverdad atiende más bien a la normalización de la falsedad y la manipulación de discursos y que, por tanto, el término no tiene que ver con dejar de lado la verdad filosófica a la rortiana. En otras palabras, entendemos que la posverdad de nuevo cuño y la invitación a abandonar lo que Rorty entiende por verdad filosófica no son ni similares ni lo mismo.

La conexión entre los principios democráticos y el reconocimiento de la contingencia: Wellmer y Rorty

El problema filosófico sobre si el concepto de verdad es necesario para nuestras democracias está entrelazado con la investigación sobre qué papel otorgar al reconocimiento de la contingencia y qué conexión hay, si es que hay alguna, entre verdad y justificación. Aunque, a juicio de Rorty, el problema filosófico de la búsqueda de la verdad no resulta eficiente en el desarrollo de nuestras democracias y, en consecuencia, apuesta por trabajar por la justificación para un nosotros que no haga necesaria una conexión interna entre verdad y justificación, otros filósofos como Albrecht Wellmer han debatido arduamente con Rorty para mostrar que sí hay una vinculación necesaria entre nuestros principios democráticos y la búsqueda de la verdad y el reconocimiento de la contingencia sin incurrir en posturas de la tradición objetivista. Veamos la polémica entre ambos pensadores.

Albrecht Wellmer, en Finales de partida: la modernidad irreconciliable (Wellmer, 1996, pp. 175-193), desde su particular postura en la teoría crítica de la Escuela de Frankfurt, se plantea rescatar el proyecto moderno asumiendo positivamente el reconocimiento de la contingencia de Rorty sin pretensiones fundacionalistas últimas. No obstante, al mismo tiempo, Wellmer critica a Rorty por su negación hacia las idealizaciones necesarias implicadas en el concepto de verdad. Wellmer pretende mostrar que hay una conexión necesaria entre los principios democráticos y liberales y el reconocimiento de la contingencia. En definitiva, su tesis, contrariamente a la de Rorty, afirma que el reconocimiento de la contingencia versa sobre las condiciones de posibilidad de una fundamentación de las pretensiones de la verdad en general.

Para Wellmer, la clave de las diferencias entre él y Rorty se encuentra en la solución que bosqueja ante el problema de la “antinomia de la verdad”. “La estrategia de las idealizaciones” es la propuesta que ofrece Wellmer y significa una apuesta por las idealizaciones implicadas en el concepto de verdad, pero en un sentido débil. Este pensador propone centrar la atención en el consenso racional que tenemos aquí y ahora, pues este implica condiciones ideales que no solo no se pueden perder, sino que, a su juicio, son completamente necesarias. Estas idealizaciones significativas son de tipo realizativo, ya que, a criterio de Wellmer, las idealizaciones totalizadoras simplemente han sido el resultado de una inadecuada interpretación objetivista que no ha tenido en cuenta la falibilidad de nuestro conocimiento ni el reconocimiento de la contingencia que Rorty sí ha sabido ver.

Ahora bien, aunque Wellmer comparte con Rorty la idea de que en nuestra búsqueda de la verdad debemos estar abiertos a la posibilidad de que argumentos futuros puedan obligarnos a revisar lo que considerábamos cierto, esto no implica abandonar las idealizaciones. Por el contrario, lo que implica el acuerdo racionalmente motivado es que tenemos una pretensión bien fundamentada y razonada, “una idealización que muestra que confiamos o damos por sentado que nuestras razones son buenas y convincentes” (Ibid., p. 181). Sin embargo, a diferencia de Rorty, Wellmer, aunque comienza desde el presente, no aboga por una justificación para nosotros, sino que considera la justificación sencillamente como justificación, teniendo en cuenta la contingencia de nuestras creencias. Esta es la razón por la cual él piensa que las tesis de Rorty son compatibles con las pretensiones de validez universal: “La contextualidad etnocéntrica de toda argumentación es enteramente compatible con ese nuestro entablar pretensiones de validez que trascienden el contexto” (Ibid., p. 188). Para Wellmer, las presuposiciones performativas no se limitan solo al contexto local, sino que trascienden cualquier contexto, es decir, son válidas para todos los juegos de lenguaje posibles aquí y ahora. Y, según su criterio, estas estrategias de idealización, consideradas de forma débil, son las que nos permiten acceder al contenido de la verdad sin dejar de lado la contingencia y la falibilidad de nuestras creencias en el futuro.

Además, esta tesis de Wellmer no solo es epistemológica, sino que apunta directamente a nuestras prácticas políticas y sociales, pues conecta el reconocimiento de la contingencia con la cultura liberal y los principios de la democracia en una unión necesaria. A juicio de Wellmer, hay un vínculo directo entre la epistemología y la ética y la política. Pero, no debido a que podamos conocer directamente cuáles son nuestras obligaciones políticas, sino porque en ambos casos estamos ante exigencias de justificación, y ese requerimiento las liga. El problema de la modernidad es la preocupación por la justificación y al ser Wellmer deudor de este punto de vista, posee unas expectativas de validez tanto en epistemología como en ética y política que hay que justificar. Su argumento es que:

Si el reconocimiento de la contingencia, es decir, la destrucción de la metafísica […] implica la destrucción de las bases intelectuales del dogmatismo, del fundamentalismo, de la intolerancia, del fanatismo, entonces se da una profunda e interesante conexión entre los argumentos a favor de la contingencia y los argumentos en favor de una cultura liberal. (Ibid., p. 185)

Es decir, para Wellmer, los principios liberales y democráticos no se tratan tan solo de un juego del lenguaje político más, sino que han de entenderse en sentido universalista porque hay buenas razones para pensar que son correctos y que tienen una conexión necesaria con la contingencia, ya que, de hecho, esta consiste y coincide con estos principios liberales y democráticos. Por tanto, los principios democráticos y liberales deberían poderse justificar racionalmente no solo para un nosotros sino en términos universalistas. En palabras de Wellmer:

Lo que yo quiero decir es que la tesis de la contingencia, cuando se la toma en serio, sólo cabe entenderla en el sentido de que es válida para “todos los juegos del lenguaje” posibles. […] Pero entonces es claro que hay argumentos que no pueden utilizarse con sentido sin entablar una pretensión de validez universalista. […] Si, por tanto, del “reconocimiento de la contingencia” se siguen buenos argumentos en favor de una cultura liberal, entonces hay argumentos en favor de una cultura liberal que no son etnocéntricos en ningún sentido en ningún sentido interesante de este término […]. Pero si esto es así, los principios liberales y democráticos aparecen bastante menos contingentes de lo que Rorty supone. (Ibid., p. 191)

Dicho de otra manera, Wellmer parte de la contingencia y la falibilidad de nuestras creencias para mostrar que están conectadas de una manera interna con la universalidad de nuestras pretensiones de validez y con los principios liberales y democráticos de la modernidad. Su crítica a Rorty se centra en que éste se quede en el contexto, cuando, a su juicio, nuestras pretensiones de validez que se plantean aquí y ahora trascienden todo contexto. Por eso, critica del pensador pragmatista que niegue las idealizaciones necesarias que están implicadas, a su juicio, en nuestro reconocimiento de la contingencia, ya que, si uno se la toma en serio, esta muestra una pretensión de validez universalista con la cual podemos acceder a la verdad.

Por su parte, Rorty responde que, aunque comparte algunos puntos con Wellmer,

Las discrepancias surgen cuando, después de un punto y coma, Wellmer finaliza la frase diciendo: “pero entonces la contextualidad etnocéntrica de toda argumentación es perfectamente compatible con el hecho de tener pretensiones de verdad que trascienden el contexto –local o cultural– en el que aparecen y en el cual pueden ser justificadas. Yo habría terminado la frase de otro modo: “pero entonces la contextualidad etnocéntrica de toda argumentación es perfectamente compatible con tener la pretensión de que una sociedad liberal y democrática pueda reunir, incluir, todo tipo de distintos ethnoi”. (Rorty, 2000a, p. 103)

Para Rorty, lo relevante no es que se pueda trascender todo contexto, ya que según su máxima pragmatista que dice que solo merece la pena trabajar por lo que podemos reconocer, (Rorty y Habermas, 2000, p. 20). no podríamos reconocer la verdad una vez alcanzada. Por tanto, es mejor enfocarse en que nuestras instituciones y nuestra democracia nos permitan aumentar nuestra tolerancia, aumentar la pluralidad de descripciones de viejos problemas, incluir y escuchar lo que otros tienen que decir, etc. Lo cual es algo más humano y más accesible.

Un poco más abajo Rorty nos da la clave de su interpretación:

Podríamos resumir el desacuerdo entre Wellmer y yo de la siguiente forma: los dos estamos de acuerdo en que una de las razones para preferir la democracia es que nos permite construir contextos de discusión cada vez mejores y mayores. Pero yo me detengo aquí y él, en cambio, prosigue. Él añade que semejante razón no sólo constituye una justificación para nosotros, sino que además es una “justificación a secas”. Cree que “los principios democráticos y liberales de la modernidad”deberían, “pese a Rorty”, ser “entendidos en sentido universalista”. Mi problema, claro, es que yo no puedo entenderlos así. Los pragmatistas como yo somos incapaces de figurarnos la manera de resolver la cuestión de si entendemos la justificación sólo como una “justificación para nosotros”o bien como “una justificación a secas”. Para mí, eso es como tratar de resolver la cuestión de si pienso que mi bisturí u ordenador es “una buena herramienta para esta tarea”o bien creo que es “una buena herramienta, a secas”. (Ibid., p. 20)

Y es que para Rorty, nuestras creencias son herramientas que nos sirven para hacer frente a las cosas, no son una realidad intencional que nos da el acceso a la verdad. En opinión de Rorty, el vocabulario que manejamos es contingente y, en consecuencia, nuestros principios democráticos y liberales provienen de determinados eventos históricos que podrían haber sido diferentes. Por eso, a su juicio, nuestros principios democráticos y liberales sí son contingentes y no necesarios como apunta Wellmer.

En nuestra opinión, la lectura que hace de Rorty Wellmer sigue dentro del viejo esquema representacionalista porque este pensador sigue suponiendo que la preocupación central de la filosofía es proporcionar un criterio de justificación, ya que de otra manera no podríamos dirimir los conflictos entre nuestras prácticas. No obstante, este es el punto que justamente Rorty pretendió superar allá desde su primera obra fundacional La filosofía y el espejo de la naturaleza. (Rorty, 1979). Wellmer sigue dentro de la imagen epistemológica de metáfora-espejo en la que quedó anclada la modernidad. Para Rorty, los juegos del lenguaje o los vocabularios no se deberían tomar como formas de aprehender la realidad, como mapas de la realidad, sino más bien como herramientas que nos ayudan a conseguir lo que necesitamos. Es decir, como diferentes formas de habérnoslas con el entorno o elementos que nos son útiles para ciertos fines y para otros no. Teniendo en cuenta esta concepción de la contingencia del lenguaje, al igual que en otras etapas históricas, la modernidad tampoco nos muestra el acceso correcto a la verdad ni a la validez universal ni obtiene una realidad más correcta que cualquier otra. No existe ningún léxico último en ese sentido. De tal manera, Rorty propone dejar de pensar en las palabras como representaciones, es decir, como si nos dieran el acceso correcto a la verdad o a la realidad.

Así, desde un punto de vista rortiano, la conexión que Wellmer pretende mostrar entre contingencia y principios liberales y democráticos muestra la necesidad de encontrar un conjunto de representaciones que estén más allá de toda duda. Es una necesidad esencialista, representacionalista propia de una actitud filosófica que Rorty pretende superar. No obstante, para nuestro pensador pragmatista, solo tiene sentido la justificación como una cuestión de conversación y de práctica social en un sentido etnocentrista, pues no podemos como humanos ir mucho más allá y aunque pudiéramos no se hace interesante, pues no podríamos reconocer la verdad una vez alcanzada. El problema para Rorty no es solo de orden epistémico, sino que este pensador no puede aceptar que sin un criterio de justificación que sea neutral, universal y racional no haya manera de resolver los conflictos epistemológicos y políticos. A juicio de Rorty, sí podemos.

No obstante, hay que añadir que en 2003, Wellmer replica a Rorty que en cierto sentido su tesis es a primera vista plausible y en otro sentido es falsa.

A juicio de Wellmer, es plausible en la medida en que la verdad no puede ser una propiedad de afirmaciones como “acuerdo con una realidad existente en sí misma” o “el posible contenido de un consenso racional bajo condiciones ideales” (Wellmer, 2003, p. 53). Wellmer está de acuerdo con Rorty en que llamamos verdaderas a las afirmaciones que consideramos justificadas, pero Rorty deriva de ahí que el concepto de verdad no juega ningún papel en nuestras justificaciones. En cambio, para Wellmer sí hay una relación interna entre verdad y justificación. A juicio de este autor la tesis de Rorty le parece falsa porque:

El concepto de verdad es significativo para nuestras prácticas en la medida en que hace explícito un rasgo central de estas prácticas (…) A saber: que la intemporalidad y la no indexicalidad del concepto de verdad hacen explícito cuál es el significado implícito de afirmar y justificar. Aunque la justificación siempre tiene un índice de tiempo y persona (…) no obstante, la justificación de las afirmaciones o convicciones desde la perspectiva de quienes la plantean no tienen en modo alguno un índice de tiempo y persona: cuando argumentan afirmaciones o convicciones plantean –como se puede decir con la ayuda del concepto de verdad– afirmaciones de verdad que trascienden el contexto y son transsubjetivas. (Wellmer, 2003, p. 53).

En opinión de Wellmer, poseemos y presuponemos ciertas verdades paradigmáticas como ciertas sin necesidad de tener justificación sobre ellas, sino que, al revés, son estas verdades las que definen las condiciones elementales de una posible justificación de las creencias. Es decir, no se pueden pensar las normas de justificación sin las verdades paradigmáticas, lo que consecuentemente significa que la justificación no es explicable sin una referencia a la verdad ni independientemente de ella. Hay una relación interna entre verdad y justificación que, a juicio de Wellmer no podemos obviar.

Sin embargo, a diferencia de Wellmer, el antirrepresentacionalismo de Rorty le lleva a rechazar la relación interna que otros pensadores han dicho que hay entre la verdad y la justificación. Para Rorty, el problema de la verdad más que necesitar una justificación epistémica, de lo que se trata más bien es de una descripción de nuestras prácticas (Rorty, 1996). Rorty abandona la cuestión de la verdad porque resulta ser un límite en la conversación y, por tanto, él pretende dejar de hablar en términos especulares de reflejo y dobles esferas, ya que no puede decirse nada de la verdad aparte de las descripciones de los procedimientos de justificación que conocemos en una determinada sociedad. Sin embargo, el abandono de la verdad en este sentido ha provocado que se le haya tildado de ser un pensador que defiende que la verdad no existe. Para profundizar en este punto voy a tratar de clarificar la postura de Rorty respecto a la verdad en lo que sigue.

Verdad y justificación en Rorty

“La verdad no existe”. ¿Qué puede significar esto? ¿Por qué habría nadie de decir tal cosa? De hecho, casi nadie […] lo dice. Pero a menudo se afirma que filósofos como yo lo decimos. Uno entiende por qué. Porque nosotros hemos aprendido (de Nietzsche y James, entre otros) a recelar de la distinción apariencia-realidad. (Rorty, 2000b, p. 11)

Si buscamos en toda la obra de Rorty, no encontraremos ningún escrito en el que afirme que la verdad no existe. Del mismo modo, no puede derivarse tampoco algo así de su proyecto filosófico. En la cita anterior Rorty afirma “Porque nosotros hemos aprendido […] a recelar de la distinción apariencia-realidad” (Rorty, 2000b, p. 11). Es decir, la clave está en el abandono de la dicotomía apariencia-realidad.

Buena parte de la filosofía de Rorty trata de buscar supuestos ontológicos y epistemológicos que se encuentren solapados en nuestros discursos filosóficos sin haberse puesto en cuestión. De este modo, uno de los presupuestos que más profundamente están arraigados en nuestra tradición filosófica es la dicotomía apariencia-realidad. Rorty pretende liberarse de esta dicotomía pues ha resultado ser muy problemática y ciertamente obsoleta para nuestros problemas de hoy. De hecho, siguiendo a nuestro pensador, si nosotros no hemos recelado aún de esta distinción es muy probable que clasifiquemos a este pensador dentro de una de las dos típicas categorías filosóficas: o bien del lado de la apariencia, tildándolo de ser un autor relativista o un escéptico, alguien que confunde ser verdadero con parecer verdadero o bien lo situaremos de la otra parte, en el ámbito de la realidad, creyendo que su propuesta filosófica refleja realmente cómo las cosas son y, por tanto, habrá que seguir sus pasos a pies juntillas. No obstante, lejos está Rorty de poder ser catalogado dentro de una de esas dos esferas o dentro de la dualidad misma. Veamos por qué.

Según Rorty, los filósofos que arrastran la distinción apariencia-realidad dividen el mundo en dos regiones ontológicas, por así decirlo: por una parte, se encuentra el lugar de la apariencia, es el ámbito que consideran más degradado, el que menos importancia tiene. Podríamos decir que es el lado dominado por las sombras.

A este lugar pertenecerían los filósofos que confunden ser verdadero con parecer verdadero, a saber, todos los relativistas, escépticos, sofistas, etc. Por otro lado, y enfrentada a la región anterior, se sitúa el ámbito de la realidad que tiene mucho más valor (o es el único que tiene valor) que la región de la apariencia por el hecho de que allí se encuentra lo que verdaderamente es, la verdad, la realidad. En este ámbito no es significativo lo que uno piensa o cree que es, sino que este es el lugar donde las cosas son como verdaderamente son. En consecuencia, al concebir el mundo asentado en esta dicotomía, la labor del filósofo consiste entonces en buscar la verdad por la verdad misma. El filósofo se enfoca en el lado de la realidad frente a la apariencia.2 Y para ello, se ha de tender un puente para poder pasar del polo de la apariencia (que suele ser el punto de partida) al ámbito de la realidad. Es decir, se trata de tender un puente que correlacione las dos divisiones y que nos permita acceder a la verdad.

De este modo, el puente del que hablamos se suele diseñar en forma de método. Aunque, no puede valer cualquier método, sino que hay que encontrar el Método por excelencia con el objetivo de pasar del ámbito de las apariencias a la esfera de la realidad.3 Esta dicotomía apariencia-realidad, según Rorty, se ha perpetuado en muchos modos de hacer filosofía habitualmente de una manera solapada. Dicho de otro modo, se ha asumido como supuesto ontológico y epistemológico sin haberse puesto en duda. Y de este modo, la encontramos de fondo en, por ejemplo: la Ilustración, con la dinámica sujeto-objeto, en el problema mentecuerpo, en cierta filosofía del lenguaje al tomar este como una tercera esfera entre yo y el mundo, y un largo etcétera. La distinción atraviesa, de la misma manera, todo tipo de métodos filosóficos: el fenomenológico, el análisis conceptual, el examen de la lógica de nuestro lenguaje o la estructura constituyente de la conciencia (Rorty, 1979, p. 128).

Y es que, según la filosofía de Rorty, no hay algo como esa distinción apariencia realidad, donde solo en unos pocos momentos puntuales se puede acceder a la verdad con mayúsculas mediante un método al que tienen acceso solo unos pocos privilegiados que se encuentran trabajando en los despachos de las Facultades de Filosofía. Asimismo, aunque fuera posible acceder a la verdad o acceder al modo de ser de las cosas en sí mismo, no podríamos reconocerlo una vez alcanzado ya que, parafraseando a Putnam (1981) no tenemos el ojo de Dios para poder reconocerlo una vez alcanzado, es decir, no tenemos tal evidencia. En consecuencia, si no podemos reconocer la verdad absoluta, una vez alcanzada, ¿de qué sirve a la práctica?

Una de las máximas pragmatistas de Rorty, como ya apuntábamos, es que una creencia merece ser sostenida solo si es relevante para la práctica: “solo merece la pena trabajar por lo que se puede reconocer” (Rorty y Habermas, 2000, p. 20) nos sugiere Rorty en su debate con Habermas. Por lo tanto, lo que se nos está proponiendo aquí es salir de esa dicotomía harto problemática. Se nos propone olvidar ese intento de acceder a la verdad por imposible e irrelevante. A juicio de Rorty, es mejor no concebir la apariencia contrapuesta a la realidad, sino reivindicar nuestra vida cotidiana. En consecuencia, Rorty plantea cambiar la relación que tiene el ser humano con conceptos como verdad o realidad por la relación con los seres humanos de nuestra comunidad.

Aunque, si bien es cierto que, en su discusión con Rorty, Habermas critica esta lectura de Rorty y da por superada esta dicotomía apariencia-realidad:

Por esta razón, la pregunta respecto de la conexión interna entre justificación y verdad –conexión que explica por qué, a la luz de la evidencia disponible para nosotros, podemos plantear una pretensión de verdad incondicional que apunta más allá de lo que está justificado– no es una pregunta epistemológica. No es una cuestión de ser o apariencia. Lo que está en juego no es la representación correcta de la realidad, sino las prácticas cotidianas que no deben desmoronarse. (Habermas, 2002, p. 108)

Habermas está de acuerdo con Rorty en que no nos es posible acceder a una verdad extralingüística. Ambos parten de la ubicuidad del lenguaje y están en contra de la dicotomía “lenguaje-no lenguaje” . En el caso de Habermas, aunque no es tan relevante la verdad como los argumentos racionales de decisión, negar que esta sea un fin regulativo nos haría incurrir en auto-refutaciones en el ámbito del discurso y nuestras prácticas cotidianas estarían abocadas a la destrucción en el ámbito de la vida. Por eso argumenta que no tanto es una cuestión tanto de ser o apariencia como de prácticas cotidianas. Pero el problema que ve Rorty es cómo reconocer la verdad una vez alcanzada y eso hace que sea irrelevante para la práctica y no ofrezca una mejora de la vida. En su debate, Rorty se atiene a lo que es reconociblemente humano: la justificación para un nosotros empírico (Salvá, 2017) Para Rorty la relación de la verdad y la justificación no ha de dirimirse en términos de condiciones ideales sin la limitación del tiempo. Rorty se va a atener a la vida cotidiana, donde no conocemos de antemano todo futuro posible y, por tanto, no podemos decir nada ahistóricamente sobre el conocimiento de la verdad. Sin embargo, el acento no está tanto en una cuestión de falibilismo respecto a la verdad, cosa que Habermas y Wellmer compartirían, sino si nuestras prácticas necesitan o no ese tipo de justificación ideal. Para Rorty si comprendemos nuestras prácticas, hemos entendido todo lo relevante en cuanto a condiciones de verdad. Por tanto, no es necesario plantearse la cuestión de la justificación epistemológica.

Lo que pretende nuestro pensador pragmatista es introducir una forma de hablar en filosofía que funcione sin el concepto de verdad filosófica clásico. Nos sugiere trabajar por un vocabulario que abandone ciertas dicotomías platónicas problemáticas. Se trataría de aplicar un léxico que sirva como herramienta de mejora y no tanto de representación de la verdad o la realidad extralingüística o de seguir manteniendo la dicotomía esquema-contenido. No obstante, no se trata de abandonar nuestra lógica y caer en un absurdo, sino que se atiende sencillamente a cambiar el enfoque y la función de nuestro vocabulario. Dicho de otra manera, se propone abandonar la aprehensión o representación de entidades tipo la verdad o la realidad por el manejo de un vocabulario en su uso. Según Rorty, la ventaja es que las herramientas no nos sacan en ningún momento del contacto con la realidad y además evitan que se generen pseudo-problemas filosóficos, esto es, problemas fingidos que en nuestra vida cotidiana no se nos presentan.

Además, si esas distinciones clásicas de apariencia-realidad, lenguaje-no lenguaje, esquema-contenido han quedado obsoletas, entonces no hay un referente al cual nosotros y nuestra comunidad democrática tenga que dirigirse para nuestras prácticas.

Justamente a esta idea anterior hace referencia el “giro pragmático de la filosofía” de Rorty: se trata de trabajar con múltiples vocabularios que deconstruyan lo que se ha hipostasiado y creen un sistema interpretativo nuevo.

La distinción platónica, dualista, formada por doxa y episteme, que arrastramos y llevamos solapada en nuestros discursos es la causante, según Rorty, de concebir que la verdad tenga una naturaleza intrínseca, por así decirlo. Por lo tanto, el problema que este pensador combate tiene que ver más bien con la naturaleza de la verdad en filosofía. –y cabe resaltar que es en filosofía dónde nada más se da el problema, y no en nuestra vida cotidiana–. En consecuencia, la sugerencia y propuesta de Rorty tiene que ver con abandonar un modelo de pensamiento dicotómico que produce más problemas de los que soluciona y no está relacionado, a la postre, con este sentido reciente de posverdad como manipulación política. Sin embargo, confusiones de este estilo suceden cuando, como expresa Rorty:

Cuando el pragmatista afirma que no hay nada que decir sobre la verdad excepto que cada uno de nosotros recomienda como verdaderas aquellas creencias que considera buenas, el realista tiende a interpretar esto como una teoría positiva más sobre la naturaleza de la verdad: una teoría según la cual la verdad es simplemente la opinión contemporánea de un individuo o grupo elegido. Por supuesto, esta teoría se refutaría a sí misma. Pero el pragmatista no tiene una teoría de la verdad, y mucho menos una teoría relativista. Como partidario de la solidaridad, su explicación del valor de la indagación humana en cooperación sólo tiene una base ética, y no epistemológica o metafísica. Al no tener ninguna epistemología, a fortiori no tiene una de tipo relativista. (Rorty, 1996, pp. 42-43)

O sea que, cuando el pragmatista habla sobre la verdad, el filósofo esencialista lo analiza desde esas categorías obsoletas de doxa y episteme, de apariencia y realidad y le sitúa, por tanto, en el bando de la opinión, tildándolo de relativista peligroso, escéptico, y que las consecuencias derivadas de su pensamiento darían lugar a fenómenos como el de la posverdad, entendida como recientemente se utiliza en política. No obstante, si hemos seguido el argumento rortiano, el filósofo tradicional procede inadecuadamente porque el pragmatista no tiene ninguna teoría de la verdad ni una teoría relativa de la verdad tampoco. El pragmatista no es relativista respecto a la verdad porque para ello tendría que manejar un concepto de verdad y afirmar que este es relativo.

En resumidas cuentas, los filósofos que afirman que para Rorty la verdad no existe, lo mantienen, a juicio del propio Rorty, porque siguen presos del esquema interpretativo apariencia-realidad, tomándolo como si fuera el esquema que representa la realidad sin haberlo puesto previamente en cuestión. En consecuencia, lo que se produce, como voy a tratar de mostrar ahora, es una confusión o un solapamiento de dos sentidos de verdad: por una parte, se solapa el uso cotidiano de verdad que empleamos en nuestras prácticas, y que es por el que Rorty aboga, con el empleo filosófico-dicotómico de verdad el sentido que Rorty sugiere que abandonemos.

En el uso cotidiano de este término, lo que hacemos al buscar la verdad, a juicio de Rorty, no es muy distinto a buscar la felicidad. Desde un punto de vista rortiano, lo que pretendemos es estar justificados ante nuestros semejantes (Rorty, 2000b). Deseamos que lo que decimos tenga justificación, es decir, que haya el mayor consenso posible sobre ello. Por tanto, no pretendemos acceder a la verdad en sí, alcanzar la verdad ontológica, la verdad absoluta, etc. Eso, si acaso, es a lo que se dedicarían algunos filósofos, pero no es ciertamente lo que se pretende en nuestra vida de todos los días. En este punto es preciso advertir que Rorty no define la verdad como justificación, sino que lo que dice es que en la vida cotidiana cuando deseamos la verdad, lo que deseamos es estar justificados ante nuestros semejantes. En otras palabras, el problema central no está en hacer que nuestras declaraciones sean verdad, sino cómo las justificamos. Este es el reto que Rorty plantea.

En consecuencia, para Rorty, es mejor olvidarse de la verdad técnica y quedarse dentro del alcance humano de la justificación, pues es mejor atenerse a los límites humanos al no poder sobrepasar la justificación para un nosotros empírico. Del mismo modo, los conceptos han de conllevar una diferencia en sus usos, en la práctica. Por este motivo en el caso de los usos de la verdad, la mayoría de ellos pueden parafrasearse por justificación y, por tanto, es más ventajoso apostar por esta, que sí es reconocible para nosotros.

Ahora bien, aunque si bien es cierto que casi todos los usos de verdad pueden ser sustituidos por justificación para un nosotros, Rorty reconoce que hay un uso que no puede ser eliminado: el uso que nos avisa del riesgo de la verdad.

Nuestro autor nos habla de tres usos de verdad: por una parte, el uso de verdad como aval que es el uso de aprobación o apoyo que damos a otra persona cuando decimos “lo que dices es verdad” . Por otra parte, el uso desentrecomillador (disquotational),4 que es el que utilizamos cuando decimos “la nieve es blanca es verdadero sí y solo sí, si la nieve es blanca” . Y finalmente, el uso precautorio de verdad (cautionary use), que es el uso que empleamos cuando una creencia puede estar justificada y, aun así, quizá, no ser verdadera (Ibid., p. 175). Ahora bien, para Rorty, la mayoría de estos usos de verdad, los usos de verdad que manejamos en nuestro día a día, se pueden sustituir, como venimos diciendo, por justificación. Es decir, donde solemos colocar la palabra verdad o donde presuponemos el uso de la palabra verdad, es posible sustituirla por justificación para un nosotros. Dicho de otra manera, es posible sustituirla por opciones bien y mal justificadas.

Por ejemplo, en el caso de la verdad como aval se puede pensar, sencillamente, que el apoyo no proviene de la verdad, sino de lo que consideramos justificado en ese momento. Respecto del uso desentrecomillador, de igual modo, podemos sustituir la verdad por justificación para un nosotros, ya que apelando al mundo empírico no podemos saber si algo es verdad o no, ya que el mundo da cuenta del éxito de la predicción, pero no de la verdad (al estar mediados por el lenguaje). No obstante, este intercambio no es posible, no ocurre, en el caso del uso precautorio de verdad, que dice que una creencia puede estar justificada y aun así no ser verdadera. Dicho de otro modo, no se puede sustituir verdad por justificación en este caso, pues sería como una contradicción declarar que una creencia puede estar justificada y aun así quizá no estar justificada. Eso, por una parte. Y por otra, a Rorty le resulta muy práctico conservar el uso precautorio de verdad, pues es un uso que nos advierte de la falibilidad de nuestras creencias en un futuro. Y esta falibilidad es algo que sin duda alguna es importante en nuestras prácticas cotidianas por su función de aviso.

En suma, el uso precautorio de verdad es un uso no sustituible, ya que nos avisa de que mañana puede aparecer un público, una audiencia ante la cual puede que no podamos justificar lo que hoy síjustificamos (Rorty y Habermas, 2000, p. 20). Y advertimos que Rorty no dice que siempre habrá un público ante el cual sea imposible justificarnos –pues eso le situaría del otro lado de la dicotomía–, sino que lo que mantiene es que puede haberlo. Y esta posibilidad da cuenta de la falibilidad de nuestras creencias y, además, da la opción de pensar que podemos estar equivocados. En consecuencia, la posibilidad de equivocación es relevante para la práctica por su función de advertencia. Es decir, sí nos sirve a la mejora de la vida ya que la consideración de que podemos estar equivocados es algo que debemos tener en cuenta en los desacuerdos humanos y desde ahí construir, ese es el punto de partida.

Sin embargo, Rorty parece que plantea el uso precautorio de verdad como una “verdad en sí misma” ya que no cae en la cuenta de que incluso su sentencia de que “mañana puede existir un público ante el cual no podamos justificar nuestras creencias” puede no encontrar justificación y refutarse a sí misma, ya que él la toma como el único uso de verdad que no es sustituible. Rorty no puede escapar del falibilismo y postular un uso de verdad falibilista, cuyo falibilismo consiste en no ser falibilista al no poder sustituirse por ningún otro uso.

Por otro lado, Rorty en su propuesta filosófica se atiene a la vida cotidiana, donde no conocemos de antemano todo futuro posible y, por tanto, no podemos decir nada ahistóricamente sobre el conocimiento de la verdad. Si mucha de la filosofía ha sacado a la verdad de su uso cotidiano y lo ha hipostasiado, entonces es conveniente abandonar el problema filosófico de la verdad. Del mismo modo, Rorty nos insta también a dejar de lado la dicotomía apariencia-realidad por descripciones más o menos útiles, ya que será más beneficioso abandonar la preocupación por la verdad y centrarnos en la consecución de la felicidad. Este pensador propone ir abandonando las preocupaciones epistemológicas por las de carácter moral y social. Es lo que él llama cambiar el deseo de objetividad por el deseo de solidaridad. Como expone en Objetividad, relativismo y verdad (Rorty, 1996), en cierto momento tendremos que hacer una elección entre cuál es mi relación con mi comunidad (“deseo de solidaridad”) o cómo llego a Dios, a la transcendencia, a la verdad (“deseo de objetividad”) (Ibid., p. 39). Los pragmatistas, según Rorty, no necesitan una explicación de la relación de correspondencia entre objetos y creencias, pues la verdad es, para ellos “simplemente un cumplido que prestamos a las creencias que consideramos tan bien justificadas que por el momento no es necesaria una justificación ulterior” (Ibid., p. 43). Es decir, utilizan el término en su uso en la vida cotidiana, pero no representacionalmente como pretenden hacer los filósofos que arrastran la dicotomía apariencia-realidad.

Conclusión. La superación del paradigma objetivista a través de la solidaridad

En la elección entre el deseo de objetividad y el deseo de solidaridad, Rorty elige la segunda opción. La motivación pragmatista de Rorty son, a la postre, los problemas de la vida cotidiana, la urgencia de hacer frente al dolor y al sufrimiento humano.

Rorty detecta que la principal fuente de conflicto entre seres humanos es la convicción de que no tenemos que justificarnos ante quien no consideramos uno de los nuestros. Si no reconocemos a algunos tipos de seres humanos como uno de los nuestros, no estaremos interesados en descubrir qué tipo de creencias tienen, cómo son, y seremos también ajenos a su dolor. Algunos de los que no han sido considerado como de los nuestros han sido, a lo largo de la historia, por ejemplo, una mujer, un extranjero, un indígena, pero también un infiel, un judío, un occidental, etc. Ellos no han formado parte de lo que alguien consideró alguna vez como un ser humano paradigmático.5

Frente a este problema, la modernidad intentó dar solución apelando a lo que todos tenemos en común. Pero Rorty aprecia que difícilmente se puede persuadir así a alguien que piensa que son creencias repugnantes lo que nosotros consideramos como intuiciones morales. Digamos que hay una forma de reflexividad en Rorty que se distingue de la opción habermasiana porque no busca condiciones universales. Lo que busca es saber cuáles son las formas de humillación que hemos pasado por alto.

En consecuencia, su estrategia filosófica está encaminada a hacer a todos uno de los nuestros. Se trata de su conocida tesis de “trabajar por un nosotros cada vez más amplio". Esto significa ocuparse del tipo de comunidad planetaria que queremos crear, cambiar el tal vez los negros son agentes racionales, por tal vez los negros son uno de los nuestros (Rorty y Habermas, 2000), cambiar el definir por incluir en el nosotros. O, dicho de otra manera, colocar la esperanza social en el lugar en el que está el conocimiento (Rorty, 1997). El nosotros de Rorty busca tirar un concepto que ha buscado naturalizarse como modelo de lo humano en general. Se trata de una noción más reducida que ser humano, pero que puede funcionar mejor que la apelación a lo universal. En definitiva, la propuesta de Rorty nos permite entrar en contacto con un sentido que el lenguaje racional no posibilita.

Ahora bien, la propuesta de Rorty no es solo una cuestión de buena voluntad. También incluye una forma de trabajo filosófico que tiene que ver con el reconocimiento de la dimensión reflexiva que tiene la solidaridad. Esto es, detectar formas concretas de humillación para saber cómo podríamos evitarlas.

¿Cómo se hace posible, entonces, el progreso moral para Rorty? ¿Cómo conseguir mezclarnos con distintos grupos de seres humanos? Rorty desecha la razón, considerada como la capacidad de argumentar, pues ha resultado obsoleta para estos fines. El modelo de vida intelectual racional, con sus rasgos no emocionales, que viene impuesta desde Platón ha resultado del todo insuficiente. Por tanto, este pensador propone dar protagonismo a la imaginación y a los sentimientos en la tarea de hacer un nosotros ampliado.

Rorty, al igual que Nussbaum (1997) considera que no hay nada que potencie tanto la imaginación y los sentimientos como la literatura, muy especialmente la novela. El novelista tiene la capacidad de hacernos imaginar otros muchos y variados mundos. Asimismo, muestra una multiplicidad de puntos de vista que pueden llegar a audiencias cada vez más amplias, creando nuevas imágenes culturales y cambios sociales. Un ejemplo de ello fue La cabaña del Tío Tom (Beecher, 1998), que dio voz al esclavismo y fue el libro más leído del siglo XIX después de la Biblia. Esta posición es, justamente, lo contrario de lo que para Rorty hace el filósofo esencialista, quien sí privilegia una de las descripciones disponibles provocando la exclusión de grupos sociales, aunque no sea lo que pretende en absoluto. El crítico literario, sin embargo, nos es de gran utilidad, no porque tenga un acceso especial y privilegiado a la verdad moral, sino porque no está preso del léxico de un solo libro, no está atrapado en un léxico último. Al contrario, goza de una gran apertura y flexibilidad en su vocabulario y en sus historias. Las novelas, por tanto, permiten hacer redescripciones de lo que puede ocurrir o lo que ha sucedido ya, y nos hacen sensibles al dolor de los que no hablan nuestro propio lenguaje dándoles voz.

De este modo, el interés que posea un relato y la utilidad a la que sirva va a depender de las necesidades de las diferentes sociedades, pero lo relevante es que, en la novela, si nos fijamos, no importa la verdad o el relativismo. Dice Rorty parafraseando a Kundera en El arte de la novela (2004, p. 159). que la novela “es el lugar donde nadie posee la verdad y todos tienen derecho a ser escuchados”. La novela tiene un gran valor por transmitir la particularidad de la vida humana, atendiendo a sus detalles específicos, fomentando la tolerancia y la curiosidad, más que la búsqueda de la verdad. Se trata, en definitiva, de un relato que relaciona seres humanos con otros seres humanos más que seres humanos en relación con lo absoluto. Y así, frente al teórico filosófico, que tiene un gusto por la teoría, la simplicidad, la estructura, la abstracción y la esencia, el novelista lo tiene por la narrativa, el detalle, la diversidad y el accidente (Ibid., p. 110). En consecuencia, el papel fundamental que asigna Rorty a la novela es el de tolerar la diversidad, tolerar personas diferentes que, de primeras, parecieron peligrosas para nuestra propia identidad moral. En suma, con la atención al detalle y a las historias específicas aprendemos a ampliar nuestros límites de la variabilidad humana y a no ignorar el sufrimiento de otras personas particulares.

Por eso, dice Rorty que “una sociedad que tomase su vocabulario moral de las novelas más bien que de tratados ontoteológicos u óntico-morales no se formularía preguntas sobre la naturaleza humana, sobre el objeto de la vida humana o sobre el significado de la vida humana” (Ibid., p. 117). Simplemente, esas preguntas carecerían de sentido y de urgencia porque no se refieren a nada, no hacen referencia a las prácticas de humillación ni a cómo evitarlas. No obstante, esta prioridad de la literatura no significa la muerte de la filosofía ni que el filósofo no tenga un papel en este progreso moral. El filósofo, que ha de ser un ironista según Rorty (2011), sabe que cualquier cosa puede ser buena o mala re-describiéndola y, por tanto, tiene como labor entretejer lo nuevo con lo viejo para crear nuevas formas de disminuir el sufrimiento humano.

De manera que, tanto el filósofo ironista como el novelista, a juicio de Rorty, tienen una función provechosa para la sociedad: detectar el sufrimiento en lugares que no se han percibido antes y hacer redescripciones que lograrán fomentar la tolerancia y la pluralidad ante aquellos que no habíamos considerado antes como uno de nosotros. De este modo, se ampliará el nosotros y podrán disminuir la crueldad y el dolor humano. Al mismo tiempo, al promoverse este tipo de valores como la tolerancia y la pluralidad, la novela se puede convertir en el género característico de la democracia. La democracia, a juicio de Rorty, pasa a tomar relevancia sobre la filosofía, la cual se pone al servicio de la política, resultando así valiosa y de utilidad. En palabras de Rorty (1997, p. 120): “Esta disposición se refleja en el auge de las democracias burguesas pluralistas, sociedades en las que la política pasa a ser cuestión de apelaciones sentimentales para el alivio del sufrimiento más que apelaciones morales a la grandeza”.

En la preocupación de este pensador pragmatista por la felicidad, es cierto que ya no es relevante el deseo de verdad, como hemos visto, pero para Rorty sí es importante la veracidad en una democracia:

Creo que lo que realmente preocupa a la gente es la veracidad.6 Se cree que todo el mundo dice mentiras, lo que suele ser el caso. Todo el mundo miente. Y a la gente le gustaría que se le dijese la verdad. Pero lo que se quiere decir con esto no es algo que tenga que ver con la naturaleza de la verdad. Solo se quiere que la gente diga aquello en lo que cree, que los gobiernos digan al público las mismas cosas que dicen a otros gobiernos, etc. La verdad en tanto que problema filosófico se pregunta si los enunciados verdaderos son representaciones de la realidad, o si el concepto de representación vale para los enunciados, etc. Es una cuestión técnica. (Rorty, 2005, p. 164).

Y aunque, bien es cierto que no toda filosofía que se ocupa de la verdad considera que esta deba tener algo así como una naturaleza, Rorty considera que, ante los malentendidos que se producen, lo mejor es abandonar la verdad como problema filosófico. Ahora bien, esta propuesta de Rorty de abandonar la verdad como problema filosófico técnico, no tiene que ver con este uso reciente de posverdad al que se alude recientemente. Rorty no aceptaría la normalización del engaño al que la definición del término hace referencia. Asimismo, la manipulación de información empleada tanto en política como en otros ámbitos de la vida, le hubiera parecido a Rorty detestable, pues esa falsificación de hechos está muy lejos de la libertad que defendía, un valor estandarte de su pragmatismo. Y la libertad es, precisamente, de lo que hemos de cuidar para obtener veracidad, para buscar la felicidad:

Se trata de hacer funcionar la democracia mediante la libre disposición de la información. De ahí que la gente tenga tantas esperanzas puestas en Internet. Si se quiere averiguar cuánta gente sin trabajo hay en un país determinado, o cuál es el salario medio, se puede encontrar. Y nadie nos miente. Y esto es, por supuesto, tremendamente importante, pero no es asunto del filósofo. Mi lema es que, si cuidamos la libertad, la verdad se cuidará a sí misma. Un enunciado verdadero es aquel sobre el que una comunidad libre está de acuerdo en que es verdadero. Si cuidamos la libertad, obtenemos de regalo la verdad (Rorty, 2005, p. 164).

A diferencia del ámbito del conocimiento o de la epistemología, donde el concepto de verdad se suele relacionar con las dicotomías apariencia-realidad, doxa-episteme, etc., en nuestras democracias la verdad se ha contrapuesto habitualmente a la falsedad, a la mentira o a la cuestión del engaño.

La mentira y el engaño buscan ser justificados racionalmente, buscan una justificación. Para un pragmatista, vale la pena atender al caso mejor justificado y no preocuparse por lo que es la verdad si no podemos reconocerla. Y esto es exactamente lo que intentan hacer las mentiras y los engaños. A menudo los gobiernos que mienten y engañan no tienen ninguna pretensión de verdad, pues saben muy bien que lo que dicen no es cierto, pero lo hacen y, sin duda, tienen la pretensión de justificarse a sí mismos y a sus pretensiones en base a razones para sustituir el caso mejor justificado. Pretenden justificarse racionalmente.

Por eso a la hora de hacer un análisis, que el vocabulario filosófico clásico apoyado en dicotomías como “razón-emociones” , “hechos objetivos-opiniones subjetivas” , relativismo, etc... ya no resuelven muy bien el problema que tenemos delante porque no estamos exactamente ante un caso de apariencias versus verdad, sino que creo que el problema se puede ajustar más si lo reformulamos en términos de un caso de sustitución, un caso de sustitución en el marco de la comprensión o en el marco de la justificación.

En conclusión, el abandono de la verdad de Rorty hace referencia al problema filosófico sobre las dificultades que el concepto de verdad arroja a la epistemología y, por tanto, nada tiene que ver con este nuevo uso político de posverdad, que se refiere a la naturalización de la falsedad. Es más, ante la naturalización de la falsedad Rorty resulta un buen revulsivo y una excelente herramienta para protegernos de la manipulación, pues su filosofía nos hace conscientes de que lo que hasta ahora ha pasado por natural quizá no lo sea tanto.

En Rorty hay posverdad, pero entendida en un sentido postmetafísico. La posverdad en sentido rortiano trabaja a nuestro favor, pues se trata de dejar atrás el problema de la verdad y centrarnos en que nuestras instituciones y nuestra democracia nos permitan aumentar nuestra tolerancia, nuestras redescripciones de viejos problemas, y podamos incluir y escuchar lo que otros tienen que decir. Dicho de otra manera, la solución ante ciertos debates políticos no pasa por señalar la falta de racionalidad, eso no servirá, a juicio de Rorty. La solución pasa por dejar atrás los discursos abstractos y proponer otras formas de solidaridad que muevan a la acción y que den cabida a un nosotros cada vez más amplio. Es una propuesta llena de reformas políticas, que se apoya en la potenciación de narrativas y redescripciones de problemas obsoletos. Significa, por lo tanto, aprender a vivir sin la convicción de que existe algo profundo como la naturaleza humana, la voluntad de Dios, la verdad o la forma de la historia que nos provean del material necesario para una gran teoría que sea políticamente útil. Es cierto que son formas más modestas y experimentales que las grandes fórmulas teóricas, pero pueden funcionar mucho mejor para ampliar las audiencias que consideramos relevantes y construir una comunidad inclusivista planetaria.

Por tanto, en el caso de Rorty, la crítica a la verdad no se agota en la epistemología, sino que deriva en unas consecuencias eminentemente políticas. No tiene que ver con la posverdad de Trump, pero sí con la posverdad política. Tiene que ver con liberar al concepto de democracia del concepto de verdad por ser un concepto que ha buscado naturalizarse como modelo de lo humano en general. En definitiva, el ideal de verdad como creencia verdadera justificada no puede ser norma de la vida política. Sin él, la democracia se abrirá al diálogo, a la tolerancia y, en definitiva, a la ampliación del nosotros.

Referencias bibliográficas


Notas

  1. Recuperado de la Comisión de Consultas de la Academia Mexicana de la Lengua, en https://www.academia.org.mx, 05 de mayo, de 2024.↩︎

  2. Aunque también ha habido filósofos que se han situado del lado de la apariencia, como Nietzsche, privilegiándola frente a la realidad. Lo cual, es igualmente problemático para Rorty pues se sigue preso de la misma dicotomía.↩︎

  3. Otras veces, como decíamos, es el ámbito de la apariencia lo que se privilegia por encima de la realidad, por otro tipo de filósofos; y otras veces, en lo que se convierte una propuesta filosófica es en una traducción sofisticada del mismo esquema aparienciarealidad. Pero siempre –hasta la llegada de Donald Davidson y algún otro, a criterio de Rorty,— se encuentra el filósofo atrapado dentro de esa dicotomía, y tanto los defensores de un polo como los del otro llegan siempre a dificultades y aporías. Esta es la crítica de Rorty: hay que salirse de los dos bandos, de ese juego problemático del lenguaje.↩︎

  4. Traducido al castellano como “referencia divergente”.↩︎

  5. Conviene subrayar aquí que muchos de los críticos de Rorty asumen que en su filosofía no hay lugar para la reflexión. Como si Rorty tomara todo de manera inmediata, como si su filosofía fuera una legitimación del statu quo. Sin embargo, pasan de vista,

    como se puede observar al hilo del texto, que la apuesta de Rorty no puede ser aceptar de manera inmediata y acrítica el orden de cosas imperantes. Rorty se pregunta cómo los conflictos están generados por formas concretas y particulares de humillación.↩︎

  6. Se hace necesario aclarar qué está entendiendo aquí Rorty por verdad y por veracidad y cómo es que las está contraponiendo. Cuando Rorty hace alusión al problema filosófico de la verdad se refiere al problema de búsqueda de la naturaleza o de la esencia de la verdad y su relación con otros aspectos filosóficos. En cambio, con veracidad (que en un significado de diccionario tiene la similar a la verdad entendida con la conformidad de los hechos) Rorty se refiere no a un aspecto epistemológico, sino ético: el desprecio de la mentira en nuestras democracias como amenaza para la sociedad civil.

    No obstante, en este pensador no hay una teoría o reflexión que vincule o distinga entre verdad, pretensiones de validez o veracidad. Sí lo hay en pensadores como Habermas, quien en Teoría de la Acción Comunicativa considera una serie de condiciones de validez del habla para que la acción comunicativa aporte solidaridad, diálogo e integración social (Habermas, 1997).↩︎