RESEÑA REVIEW
Sara Hidalgo García de Orellán. (2018). Emociones obreras, política socialista. Movimiento obrero vizcaíno (1886-1915). Madrid, MD: Tecnos. 368 p.
La situación que vivían los obreros vascos en 1890 era extremadamente precaria; la ilusión, esperanza y ganas de luchar vinieron junto a la reunión que estos trabajadores tuvieron con un grupo de socialistas de Bilbao capitaneados por Facundo Perezagua. Este fue el germen del nacimiento del movimiento obrero en la Vizcaya moderna.
La obra que tenemos entre manos está escrita por Sara Hidalgo García de Orellán, doctora en Ciencias Políticas y licenciada en Historia, cuya línea de trabajo se centra en la historia del movimiento obrero en Vizcaya y el Partido Socialista vasco desde sus inicios a finales del siglo xix hasta 1915. Tal y como dice la autora, el libro, estructurado en cinco capítulos, pretende estudiar los elementos principales sobre los que se construye la conciencia socialista y el movimiento obrero, pero realiza su investigación desde una perspectiva novedosa, pues la sintetiza con la historia de las emociones, y es esta dirección la que ha tomado para abordar el tema que nos ocupa.
Al leer el libro y ahondar en los orígenes del movimiento socialista alrededor de la cuenca del Nervión, queda patente de qué manera las emociones influyen en la interacción social y juegan un papel fundamental en distintos ámbitos vitales como la conformación de un ideal, la toma de decisiones y, por supuesto, también en política.
La autora, como ella misma manifiesta, no pretende hacer una genealogía de las emociones, sino trazar un esbozo de sus diversas concepciones para poder trabajar a partir de ellas su influencia en el recorrido socialista vizcaíno. No obstante, sí se pone de manifiesto el sentido en que se está trabajando este concepto, para alejarlo de la concepción de una emanación interna sin control y darle un estatus fundamental para la experiencia humana, acercándolo al ámbito de lo social y cultural, en el que la emoción se sitúa en el mismo plano que la razón a la hora de relacionarse con el mundo y en los procesos de toma de decisiones. La emoción, como vemos a lo largo de la obra, es relacional, y por lo tanto, para captar correctamente su relevancia para el análisis histórico, se tiene que atender a cuatro cuestiones fundamentales, a saber, cómo se expresan las emociones, quién las expresa, dónde las expresa y ante quién se expresan. (Hidalgo, 2018, p. 333).
La emoción sería, con todo lo anterior, “la experiencia de energía e intensidad corporal, no consciente y sin nombre que surge de los estímulos que el cuerpo recibe del entorno; que engloba la activación de objetos relevantes para el individuo; y que constituye el tejido de la cognición” (Hidalgo, 2018, p. 87).
Así, la autora desgrana los tres regímenes emocionales que recorren la época: el régimen emocional burgués, el régimen emocional socialista rojo y el régimen emocional socialista científico.
El primero surge del desprecio que la burguesía siente hacia la clase obrera, así como del miedo a la propagación de las ideas socialistas. Este régimen se basa en una dicotomía: mientras que la burguesía se presenta a sí misma como la clase depositaria de lo racional, la clase obrera se le presenta como su antítesis bárbara. Así, para la burguesía, los obreros pertenecían a una clase social subsidiaria, y toda medida reformista para paliar su pobreza habría de partir de la clase social que representaba a la razón. Por otra parte, dichas medidas fueron impulsadas por el temor burgués a la extensión entre los obreros del socialismo y al odio de clase que entre estos generaba el papel del burgués en el proceso de producción capitalista.
El régimen emocional socialista rojo, por su parte, es la expresión emocional del primer socialismo vizcaíno, en el cual se muestra por primera vez el movimiento obrero como expresión de clase autónoma e independiente que persigue unos intereses y una política propios y opuestos a los de la burguesía. En el caso vizcaíno, la figura arquetípica de portadora de estos valores fue el minero, y se caracterizó, como advierte la autora, por el pacifismo en las acciones, la solidaridad y la defensa de la dignidad del obrero frente a unas condiciones de vida que, entendían, atentaban directamente contra ella. Las huelgas, y los rituales del 1º de Mayo, fueron sus prácticas más frecuentes, así como la reivindicación de la taberna como espacio de encuentro.
La política reformista y volcada en el parlamentarismo defendida por la II Internacional, que se plasmó en la política del PSOE y de su sindicato UGT, dio lugar a un cambio en el régimen emocional. Al considerar que las huelgas, por sí mismas, y los planteamientos rupturistas no eran suficientes para alcanzar sus objetivos, los socialistas buscaron un acercamiento a posiciones republicanas e ilustradas, lo cual les llevó a una aproximación a una parte de la burguesía progresista.
Este cambio de orientación política buscó mitigar el odio de los obreros hacia la parte de la burguesía con la que se quería pactar y abrir nuevas cuestiones a la lucha de clases que tuvieron que ver con un planteamiento menos obrerista y más ilustrado: el anticlericalismo, la lucha antialcohólica y el papel de la mujer en el movimiento obrero. Para ello se crearon dos refugios emocionales fundamentales: las Juventudes Socialistas y la Agrupación Femenina socialista. Además el icono socialista se desplazó del minero al trabajador fabril y el intelectual.
Los estudios políticos se suelen centrar en la definición de objetivos, el escrutinio de las tácticas y las estrategias a seguir, y el enfrentamiento entre los distintos intereses en juego. Es decir, en su aspecto racional. La novedad de este libro, y que abre todo un nuevo campo de estudio, es la importancia que se otorga a lo emocional en la intervención política, en la autoconciencia de los sujetos políticos y en la clarificación de sus objetivos.
En filosofía política, así como en la reflexión moral, las emociones siempre han tenido un papel de primera magnitud. La reflexión sobre el bien y la justicia no pueden dejar al margen las emociones que, tanto individual como colectivamente, entran en juego con fuerza al abordar cuestiones tan relevantes para la comprensión de lo humano. La pretensión de entender la filosofía política únicamente desde un plano racional limpio de emociones la dejaría empobrecida e incompleta.
Melissa Hernández Iglesias
Universidad Complutense de Madrid, España