RESEÑA REVIEW

Capizzi, Antonio. (2018). Heráclito y su leyenda: propuesta de una lectura diferente de los fragmentos (José Mª Villoria Losada, Trad.). Zaragoza, AR: Prensas de la Universidad de Zaragoza. 210 p.

Esta obra, que podemos encontrar dentro de la oportuna colección de Humanidades de las Prensas de la Universidad de Zaragoza es la primera traducción en castellano que se ha realizado de Eraclito e la sua legenda publicada en 1979, que hasta 2018 solo estaba al alcance de quienes hablaran italiano.

Como su título indica, es un trabajo realmente útil para la investigación e interpretación de los textos de Heráclito de Éfeso. Su tesis es una propuesta de interpretación sustentada en una rigurosa contextualización de la que se da cuenta a lo largo de la obra, cuya conclusión es que las lecturas que se han venido realizando han extraído y descontextualizado los ejemplos de carácter físico que el filósofo usa para explicar el objeto político de su obra, con lo que la tradición habría perdido de vista el sentido de la misma: la política del momento.

Su autor, Antonio Capizzi (1926-2003) desarrolló su docencia en la Universidad de La Sapienza de Roma, en la que se especializó en la historia de la filosofía griega. Sus trabajos se caracterizan por una detallada contextualización histórica, alejándose de otras interpretaciones heredadas de la tradición. Destacan sus trabajos Introduzione a Parmenide (1986) y Platone nel suo tempo (1984), dedicados a Parménides y a Platón, respectivamente.

Capizzi manifiesta a lo largo de este libro que su hallazgo más relevante no es tanto la conclusión a la que llega y que citábamos al comienzo, sino el método histórico que ha aplicado para llegar a ella; es un método guiado por dos criterios: la correcta contextualización del personaje estudiado y la revisión crítica del modo tradicional de interpretación tanto del pensamiento heraclíteo como del antiguo en general, lo que lleva a sostener que se ha producido una deformación progresiva de buena parte del pensamiento presocrático.

Al igual que muchos otros autores, Capizzi entiende que tanto el intento de Aristóteles de recoger los pensamientos de los autores que le precedían, como las posteriores lecturas realizadas por los peripatéticos, causaron una especie de falsificación de la historia de la filosofía al proyectar en los presocráticos los problemas que se estaban discutiendo en el Liceo durante el siglo iv a.C. A juicio del autor, es esa falta de voluntad de hacer historiografía, y no la falta de información, la razón por la cual la tradición que nos ha llegado (fundamentalmente por parte de los peripatéticos) carece de valor histórico y no es, por tanto, una herramienta adecuada para comprender e interpretar la obra presocrática.

La premisa fundamental en la que Capizzi se apoya es la afirmación de que el gramático Diódoto no se equivocaba en su interpretación de Heráclito, desarrollada en su escrito Sobre la naturaleza. Diódoto señalaba que el efesio no abordaba la problemática de la física de una forma central en su filosofía, sino que todas las citas que se referían a esa disciplina eran meros ejemplos y parábolas para la explicación de su discurso ético-político, que en realidad constituía el verdadero núcleo de su pensamiento.

En la primera parte de la obra, Capizzi trata de verificar su hipótesis hermenéutica en torno a cinco conceptos que dan título a sus respectivos capítulos. El primero, la Skoteinotēs (oscuridad) atribuida a Heráclito. La falta de claridad de los textos heraclíteos, que era explicada por su supuesta misantropía y su intento de atraer tan solo a los más capaces, se trataba en realidad de un reflejo de la incomprensión de quienes, tiempo después, lo estudiaron sin contextualizarlo. Esos intérpretes no tuvieron en cuenta que el libro de Heráclito sí era comprensible para los habitantes de la Éfeso de comienzos de siglo v. Heráclito, al igual que otros pensadores presocráticos, no escribía a sus conciudadanos sobre conceptos filosóficos abstractos, sino que lo hacía sobre asuntos de su polis. La falta de atención al contexto de escritura impidió entender que las citas sobre asuntos físicos eran en realidad ejemplos que trataban de ilustrar sus ideas de filosofía práctica.

El segundo concepto es el logos. Capizzi niega que el término logos hiciera referencia a una razón universal. La clave para la comprensión de este concepto es entender que existía un gran interés en ese momento por parte de los jonios por las cuestiones del lenguaje porque se hallaban en plena transición de la poesía a la prosa, en un momento en el que convivían tradición oral y escrita. Por lo tanto, resulta más coherente entender el logos como discurso. De esa manera, se comprende mejor el fragmento 1 y con él, los objetivos de Heráclito: explicar la ley de Hermodoro tanto a los ciudadanos que no podían leerla (mediante discursos) como a los jueces que no querían aceptarla, aunque tratar de hacerlo fuera inútil por la negativa de aceptarla de los jueces.

El tipo de texto que Heráclito querrá explicar es expresado en el tercer concepto: el Nomos. Al principio de este capítulo, Capizzi demuestra por qué Heráclito no entendía el logos ni como una facultad cognoscitiva ni como un texto determinado, como el del propio Heráclito; sino más bien como el discurso mediante el cual se interpretan las leyes. Eso es precisamente a lo que se refería Diódoto cuando señalaba que el objetivo de Heráclito era el de actuar de intérprete de la ley para los magistrados encargados de aplicarla. Con este fin, Heráclito habría usado el recurso del paralelismo entre el orden de la ciudad y el del mundo y en ese contexto es en el que cabe interpretar el uso de ejemplos tomados de la Física.

A continuación, Capizzi expone la relación entre el reclamo de los efesios de una legislación escrita y su necesidad de paridad de derechos, que consiste en la intercambiabilidad para los griegos de los conceptos de legislación escrita y de ley igual para todos. Entendían, especialmente los sectores más desfavorecidos socialmente, que una codificación escrita de las normas del derecho podría protegerles de la arbitrariedad de los jueces. De esta forma, las leyes de Hermodoro serían una especie de constitución escrita cuyo objetivo sería la paridad de derechos entre los ciudadanos. Heráclito habría entendido que la posesión de una ley común sería lo determinante para la protección de la plebe efesia. En este sentido, el orden del kosmos no haría referencia a lo físico, sino al ordenamiento legislativo común. Para Heráclito, xynon, el cuarto concepto analizado, vendría a significar lo que es común a todos, es decir, derechos políticos comunes, que son ilustrados de nuevo por medio de ejemplos tomados de la Física.

Heráclito estaría de acuerdo con la legislación de Hermodoro en dos aplicaciones de la igualdad en las que el deber cívico debía recaer en todos los ciudadanos. En primer lugar, en el acceso a la riqueza por parte de todos los ciudadanos. Ambos rechazaban el plutos (riqueza) y la habrosynē (molicie) de los nobles, aspirando a que en Éfeso cundiera la vida austera, en un contexto en el que la riqueza de unos pocos contrastaba enormemente con la miseria del estamento popular. En segundo lugar, en la igualdad de obligaciones cívicas que, en plena situación bélica contra los persas, podemos intuir que se referían especialmente a los deberes militares. En este segundo sentido, y haciendo referencia al último concepto, pólemos, podemos entender que no trataba la guerra de forma metafórica, sino que estaba haciendo una alusión directa a la contienda militar contra los persas para instalar a los miembros de la nobleza del momento a cumplir con su deber cívico de participación activa en la guerra.

Apelando a que la ley es igual para todos, Heráclito afirma: “Este orden, idéntico para todos, no lo hizo ni un hombre ni un dios; él era siempre, es y será fuego eterno que regularmente se enciende y regularmente se apaga” (trad. 2008 p. 135, fragmento 30).

A la luz del análisis dedicado a estos cinco conceptos y al hecho de que se trata de un tratado de naturaleza política, Capizzi dedica la segunda parte de la obra a hacer una propuesta de reordenamiento de los fragmentos de Heráclito. Son siete partes tituladas del siguiente modo: 1) Los dos grupos de ciudadanos, en la que solo se incluiría el fragmento 1; 2) Invectiva contra el grupo mayoritario; 3) Llamada al grupo de minoría; 4) Inevitabilidad de la guerra; 5) Elogio de la vida dura; 6) Superioridad de la gloria y 7) Fatalidad de la muerte. Este reordenamiento permite dar sentido a fragmentos que, de estar aislados, no podrían conectarse con la coherencia que Capizzi está mostrando.

Por último, en la tercera parte del libro Capizzi se dedica a desarrollar su teoría acerca de cómo evolucionó la interpretación errónea de la obra de Heráclito a lo largo del tiempo, que considera la causa de la separación entre el Heráclito real y el gestado por la leyenda. Tres fueron las principales razones que provocaron su malinterpretación: a) el aislamiento social del efesio, probablemente más por coherencia política, al no soportar que su propio pueblo abandonara a los jonios su suerte frente a los bárbaros, que por cuestiones caracteriales; b) el hecho de que su obra no fuera difundida hasta su muerte, lo que también originó que se comenzara a separar los ejemplos del contexto político en que fueron escritos; y c) el apasionamiento de los jonios por los problemas físicos y cosmológicos, que les llevó a centrarse más en los ejemplos que ponía Heráclito que en sus doctrinas.

La conjunción de esos tres factores hace comprensible que la teoría que se difundiera sobre Heráclito fuera la simplificación que realizó años después Crátilo con la máxima “todas las cosas cambian y ninguna permanece como era.” Esta interpretación, centrada en la mutabilidad del orden natural, es mucho más sencilla de captar que la intención original de su autor, cuyo contexto histórico quedaba ya lejano. Pero el causante principal de que perdurara esa doctrina del cambio fue Platón, quien en el diálogo Crátilo se la atribuyó directamente a Heráclito (trad. 2004, 402a) y la puso en conflicto con la teoría de Parménides, abriendo la polémica de la movilidad del ente.

Un caso diferente es el de Aristóteles quien, a juicio del autor, habría deformado la obra heraclitiana intencionadamente ya que, aun conociendo bien el libro, probablemente aceptara pasivamente las interpretaciones de sus maestros por respeto al argumento de autoridad (Capizzi, 2018, p. 140). La primera gran falsificación que comete es la de introducir en Física, con el objetivo de dar legitimidad a su teoría de las cuatro causas, los pasajes sobre el fuego de Heráclito. Para el estagirita, Heráclito representaba la defensa del fuego como arché, apoyándose en el pasaje en el que este ensalza la hoguera que consume y glorifica a los caídos en batalla, obviando el contexto de escritura de Heráclito. Además de esa falsificación, también le atribuyó incorrectamente la negación de los primeros axiomas lógicos. En primer lugar, como la ética heraclitiana se basaba en una distinción convencional entre bien y mal que no concordaba con el sistema aristotélico, Aristóteles transformó la posición heraclitiana en la opuesta a la suya propia, acusándolo de incurrir en contradicciones lógicas por romper el principio del tercero excluido. Aristóteles acabó por señalar que los principios de que todo es verdadero y de que nada es verdadero eran muy similares al pensamiento de Heráclito y que, por ello, atentaban contra el principio de no contradicción.

Por otro lado, Teofrasto, muy dependiente del pensamiento de Aristóteles, fue el encargado de escribir una historia de la filosofía en la que acomodó a los autores de los que hablaba en los problemas filosóficos que él estaba presenciando (fuera o no históricamente lógico). Por desgracia, no tendría tanto cuidado como Aristóteles al delimitar la autoría de las doctrinas entre autores. Al no disponer de los escritos originales de Heráclito, el propio Teofrasto confesó no haber entendido muchas de sus partes, por lo que es comprensible que atribuyera esa falta de claridad al (supuestamente) obscuro comportamiento del efesio. Se iniciaba así la leyenda de la melancolía heraclítea.

La última parte del libro se centra precisamente al surgimiento de la leyenda de Heráclito. Capizzi nos cuenta cómo Cleantes no habría heredado el Heráclito falsificado de Teofrasto, pero aún así habría distorsionado a Heráclito de dos formas: en primer lugar, por influencia de las Explicaciones heraclíteas de Heráclides Póntico y, en segundo lugar, al haber creído ver una relación clara entre el pensamiento de su maestro, Zenón, y Heráclito. Esa relación era inexistente porque Zenón solo tuvo contacto con las corrientes heraclíteas, pero no con el propio Heráclito. Cleantes habría entendido que las doctrinas de su maestro sobre el sol y el fuego eran heraclitianas, siendo en realidad platónicas. Además, dentro del pensamiento de Cleantes, el mismo logos de Heráclito (entendido fuera de su contexto) había sido elevado por Zenón a principio activo de la naturaleza, análogo a Zeus. Ese logos totalmente separado del significado inicial influiría también en las doctrinas estoicas.

Un último apunte sobre la obra: la denuncia de Capizzi de que, mientras la figura y el pensamiento del Heráclito histórico eran distorsionados, los datos que podrían haber servido para desmentir las leyendas gestadas a su alrededor permanecieran conservados e intactos en la biblioteca de Alejandría.

En suma, además del valor filosófico de este libro para entender la figura y el pensamiento del Heráclito histórico, Capizzi nos invita a reflexionar sobre las consecuencias de la tendencia, vigente en la actualidad, de hacer de los autores pasados una herramienta de autoridad al servicio de los problemas del momento, aun a costa de desfigurarlos. La propuesta metodológica es clara: si lo que pretendemos es averiguar lo que determinados autores perseguían con sus textos, tendremos que desentrañar los problemas que trataban de resolver en su tiempo. En esta tarea, personajes como Diódoto son muy útiles con su labor de limpieza de los elementos legendarios adheridos a las teorías. Ahora bien, si lo que pretendemos es enfrentarnos a cuestiones actuales, aplicando los pensamientos de autores pretéritos a cuestiones que estos ni siquiera habrían llegado a imaginar, lo pertinente es deslindar rigurosamente lo histórico de lo interpretativo.

Al fin y al cabo, esta obra nos recuerda que el compromiso con la filosofía hace prácticamente imposible redactar su historia sin incluir en ella nuestros propios asuntos.

Referencias bibliográficas

Capizzi, Antonio (2018). Heráclito y su leyenda: propuesta de una lectura diferente de los fragmentos (José Mª Villoria Losada, Trad.). Zaragoza, AR: Prensas de la Universidad de Zaragoza.

Heráclito (2008). Los fragmentos presocráticos (A. Bernabé Tierno, Traducción, introducción y nota). Madrid, MD: Alianza.

Platón. (2004). Crátilo (Ó. Martínez García, Trad.). Madrid, MD: Alianza.

Irene Fernández Cano

Universidad Complutense de Madrid, España

Correo electrónico: irenfe10@ucm.es