Crisis, transhumanismo y agencia histórica: más allá de las paradojas de la ansiedad
Crisis, Transhumanism and Historical Agency: Beyond the Paradoxes of Anxiety
Cecilia Macón
Universidad de Buenos Aires, Argentina
RESUMEN En los últimos años se ha desarrollado una lectura insistente del campo político en términos que identifican en la idea de crisis su narrativa madre. Para la reconstrucción reciente de esta sensibilidad histórica -que es en un punto consecuencia de la ruptura de la gran narrativa del progreso- han sido centrales los análisis de Janet Roitman quien desplegó sus objeciones a este tipo de matriz histórica por sus consecuencias paralizantes en términos de agencia política y por la pretensión de constituirse como condensación de momentos de verdad. El objetivo de este artículo es refutar esta lectura de la narrativa de crisis en tanto sentido poshistórico a través del análisis de la filosofía transhumanista de Nick Bostrom. Gracias a una indagación de la dimensión afectiva de este tipo de sentido histórico centrada en el rol cumplido por la ansiedad es posible señalar el tipo de agencia que se desprende de este marco.
PALABRAS CLAVE crisis; transhumanismo; sentido histórico; ansiedad; afectos.
ABSTRACT In recent years, it was notorious the presence of a persistent interpretation of the political field in terms that find in the notion of crisis its main narrative. In order to assess this historical sensitivity -which is an effect of the rupture of the grand narrative of progress- the analysis of Janet Roitman has been particularly relevant. Her critical perspective on this historical matrix is based on her assumption that such sensitivity leads to a strong paralysis in terms of political agency, mainly through its claim of being the same incarnation of moments of truth. The central aim of this paper is to challenge this interpretation of the narrative of crisis as a case of post-historical meaning through the analysis of the transhumanist philosophy as deployed by Nick Bostrom. It is thanks to the scrutiny of the affective dimension involved in this sort of historical meaning focused in the role played by anxiety, that is possible to explore the kind of agency that may result from this framework.
KEY WORDS Crisis; Transhumanism; Historical Meaning; Anxiety; Affect.
RECIBIDO RECEIVED 7/3/2019
APROBADO APPROVED 14/5/2019
PUBLICADO published 1/7/2019
NOTA DE LA AUTORA
Cecilia Macón, Instituto de Filosofía Alejandro Korn, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.
Deseo agradecer a Lucila Svampa por la colaboración prestada a la hora de realizar de este trabajo, así como a Laura Cucchi por haberme introducido en la discusión sobre las narrativas de crisis. Agradezco también los comentarios precisos y productivos de quienes tuvieron a su cargo la evaluación de este trabajo.
Dirección postal: Puán 480 4° piso Of. 431 (1405), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.
Correo electrónico: cmacon@yahoo. com
ORCID: https://orcid. org/0000-0001-9195-021X
Las Torres de Lucca, Vol. 8, Nro. 15, Julio-Diciembre 2019, pp. 135-161 . ISSN-e 2255-3827.
En los últimos años se ha desarrollado una lectura insistente del campo político en términos que identifican en la idea de crisis su narrativa madre. Se trata de pensar la crisis, no como un evento excepcional que establece un momento de quiebre único -político, social, estético-, sino en tanto una matriz perenne que augura una sucesión de crisis en el futuro del mismo modo en que el progreso se sostenía en un movimiento teleológico orientado a la realización de un fin entendido como deseable. Para la reconstrucción reciente de esta sensibilidad histórica -que es, en un punto, consecuencia de la ruptura de la gran narrativa del progreso- han sido centrales los análisis de Janet Roitman (2013) quien desplegó sus objeciones a este tipo de matriz histórica1 por sus consecuencias paralizantes en términos de agencia política y por la pretensión de constituirse como condensación de momentos privilegiados de verdad.
El presente artículo aspira a analizar el tipo de futuridad que se genera a partir de esta narrativa sostenida en la idea de crisis, prestando particular atención al modo en que así se despliega una idea específica de agencia. En este marco sostengo que, contrariamente al progreso que ubica al futuro en un horizonte lejano, la narrativa sostenida en la idea de crisis coloca al futuro en una instancia sustancialmente más cercana. Esta diferencia supone un contraste también en términos de la concepción de la agencia que genera y ayuda a dejar de asimilar casos en los que esto significa una suerte de resignación con otros en los que es capaz de proponer nuevos modos de intervención pública. En mi presentación cumplirá un rol central el análisis del caso del transhumanismo, tal como ha sido discutido por el filósofo británico Nick Bostrom. Creo que los argumentos de Bostrom -que intentan no ser celebratorios ni apocalípticos, sino críticos y políticamente propositivos- permiten discutir a través de su insistente utilización de la narrativa sostenida en la idea de crisis modos contemporáneos del uso del concepto que se han extendido a la hora de describir el Antropoceno y sus consecuencias para así dar cuenta de la crisis más radical: la de aquello que se entiende por humano.
Se intenta además en estas páginas indagar sobre el modo en que la dimensión afectiva propia de la narrativa de crisis habilita una refiguración de la agencia y no necesariamente su suspensión. Lo haremos a través de las siguientes instancias: a) presentación de la narrativa de crisis como expresión de la sensibilidad posthistórica a partir de su nexo con la agencia histórica; b) discusión de las tesis centrales del transhumanismo de Nick Bostrom en tanto ejemplo de narrativa sobre la crisis más radical: la de aquello que entendemos por humano; c) introducción de la refiguración de la agencia a partir del papel de la ansiedad como afecto predominante en la narrativa de las crisis de lo humano.
Antes de avanzar en este recorrido resulta importante recordar que este tipo de descripción del futuro inmediato -casi superpuesto con el presente- acompaña incluso a tradiciones filosóficas alejadas de las que dan sustento a los argumentos de Bostrom. Así, por ejemplo, pensadoras como Donna Haraway y Rosi Braidotti han apelado también insistentemente a la narrativa asociada a la crisis, no como una excepcionalidad, sino en tanto un tipo de conexión entre el presente y el futuro que se augura perenne e inmediata. Es en este sentido que Haraway señaló: “el Antropoceno marca discontinuidades clave” (2016a, p. 17) involucrando cambios más que de grado, de especie. Su apelación es hacia la necesidad de tornar este Antropoceno del presente lo más breve posible para así poder reconstruir un refugio en el llamado Chthuluceno, un momento que desafía la relación entre pasado, presente y futuro y que implica “hacer florecer ensamblajes ricos en múltiples especies” (2016a, p. 19).2 Por su parte, Braidotti ha apelado a una subjetividad nomádica o en transición (2006, p. 35) a la hora de revisar la idea de agencia bajo un marco que, como el del posthumanismo, obliga a refigurar la idea de naturaleza y, con ella, la de artificio.3Así, tiempo, acción y crisis enlazándose en un caso muy especial de sentido histórico.4 Esta suerte de debate transversal acerca del modo en que la narrativa de la crisis se radicaliza hasta poner en jaque la noción misma de lo humano colabora en dar sustento al diagnóstico desplegado por Roitman y enmarca los argumentos de Bostrom en una discusión filosófica de gran amplitud e impacto sobre los modos de entender lo público. Nos ocuparemos de analizar entonces a continuación de qué modo el horizonte de futuridad augurado por el sentido histórico sostenido en la noción de crisis inminente genera un modo específico de encarnar la agencia donde un arco afectivo tan particular como la ansiedad cumple un papel clave. Se trata de una discusión que, además, permitirá traer a debate la relación entre la dimensión afectiva y la constitución de sentidos históricos, algo clave a la hora de enmarcar la acción.
Crisis como futuridad posthistórica
Antes de avanzar en el argumento central de este trabajo es necesario reconstruir dos puntos clave para los desarrollos de la filosofía de la historia de los últimos años: la discusión alrededor del modo en que una determinada sensibilidad histórica enlaza concepciones de la temporalidad que sirven como marco para la agencia y la manera en que la narrativa de progreso ha dejado de funcionar como poderosa legitimación dando origen a un arco de opciones posthistóricas como la narrativa de crisis. En el contexto de este argumento resulta clave recordar que el sentido histórico consiste en definir una matriz para la relación entre pasado, presente y futuro. Así, el progreso -que se constituyó como sentido histórico hegemónico a partir del siglo xviii- supone algún tipo de definición sobre un futuro lejano, no necesariamente de carácter ingenuo.5 Por su parte, la idea de agencia, clave tanto para dar cuenta de la matriz a partir de la cual se explica el movimiento de la historia, como para sostener procesos emancipatorios, implica capacidad de acción, de desafío a la autoridad externa y de transformación del significado. Así, “tener agencia es estar en condiciones de concebir y seguir proyectos, planes, valores” (Appiah, 2007, p. 78) y no mera indeterminación (McNay, 2010, p. 512). Se trata de capacidades contingentes que se preservan en términos de potencia, reflexividad, motivación y libertad (Coole, 2010, p. 25) y que necesitan de un marco temporal capaz de enlazar, de algún modo, pasado, presente y futuro.
El progreso entonces supone una síntesis sobre el pasado y algún tipo de profecía en relación al futuro donde la dirección de la temporalidad resulta presentada en términos teleológicos (Nisbet, 1996, p. 10) y su realización, lejana. Derivado de la tradición religiosa (Löwith, 1949, p. 16) se trata de una matriz que, aun teniendo en cuenta la variedad de concepciones bajo las que se presenta, implica siempre algún grado de augurio sobre un futuro distante. No es ya ciertamente la certeza que involucra el desplegar divino propio de la lógica providencialista, pero sí la que sostiene que de comprometerse los sujetos históricos a determinadas acciones el futuro resultará de cierta manera.6 Se trata entonces de un futuro que, contrariamente a la crisis, se presenta como remoto y que se sostiene además en la certeza de su cumplimiento en ciertos términos (Koselleck, 2007, p. 121).
Así, mientras el progreso hace a un lado la incertidumbre, la idea de crisis como iterativa que se discute en este trabajo es, de algún modo, la incertidumbre hecha matriz, una dimensión que no sólo ha sido de hecho incorporada a la conciencia histórica contemporánea, sino que además -como veremos más adelante- no necesariamente desempodera, tal como ha sido frecuentemente alegado. Es importante aclarar, sin embargo, que de no estar presente algún tipo de sentido o sentidos históricos, la agencia resultaría efectivamente debilitada en tanto su ejercicio necesita de algún tipo de marco que conecte pasado, presente y futuro.7 Esto no implica por cierto que contenidos alternativos al progresivo como el de crisis tengan que ser pensados como definitivos -una característica que sí se infiere de los promotores del patrón progresivo-. De hecho, como veremos, la narrativa sostenida en la idea de crisis se sostiene en la paradoja de su propia contingencia.8
Descripta así en términos de posthistórica la sensibilidad o narrativa que refiere a la disolución de la potencia legitimadora de la idea de progreso ha sido discutida exhaustivamente desde fines del siglo xx.9 Dentro de este contexto en lo que interesa indagar en estas páginas es en la crisis como caso particular de tal sentido poshistórico para así objetar ciertas observaciones críticas como la desplegada por Roitman hacia la narrativa en cuestión.10
Efectivamente, es como una suerte de corolario de este largo debate alrededor de la posthistoria que la antropóloga Janet Roitman desplegó su descripción de aquello que entiende como matriz central de la narrativa histórica contemporánea: la idea de crisis. Derivada, como veremos, de sus lecturas de Crítica y crisis de Koselleck, la posición de Roitman está orientada a objetar este tipo de narrativa asociada a la contingencia y el riesgo debido a sus consecuencias sobre la futuridad. Nuestra meta es tomar como punto de partida su descripción y el debate que generó para así analizar la retórica del transhumanismo de Bostrom como un modo de indagar en la noción de agencia que de allí se desprende. Roitman identifica adecuadamente el uso contemporáneo constante de la referencia a la idea de crisis para discutir eventos conflictivos. Enumera así una serie de acontecimientos que suelen ser descriptos en estos términos: crisis de los Balcanes, de los misiles, de las hipotecas, de Medio Oriente, etc. Se trata, dice, de construcciones narrativas para designar supuestos momentos privilegiados que se constituyen en un medio para acceder a una pretendida verdad histórica e incluso un medio para pensar la historia misma, momentos de verdad que son vistos además como momentos de inflexión (Roitman, 2014, p. 3).
Recordemos que Roitman señala que es necesario entender la crisis en tanto un concepto histórico-filosófico (2014, p. 4) sostenido en un contraste radical con la normalidad. Se trata de una instancia de sacrificio que deviene en momento de verdad por su capacidad para tener una mirada adecuada de las cosas: “Crisis is an omnipresent sign in almost all forms of narrative today [la crisis es un signo omnipresente en casi todas las formas de narrativas de hoy]” (2014, p. 3).
Para el desarrollo de su argumento Roitman elige como punto de partida inevitable Crítica y crisis de Koselleck, un texto fundacional que despliega una historia conceptual de la idea de crisis, donde el filósofo alemán afirma que la noción de historia como categoría temporal es concomitante a la de crisis (2014, p. 7). A fines del siglo xviii justamente la idea de crisis como categoría histórica surge en tanto base para reclamar que es posible juzgar la historia por medio de un diagnóstico del tiempo llevando a una conciencia histórica específica. Así, es la categoría de crisis la encargada de indicar la relevancia de un evento, y en qué medida resulta la base de una narración. Roitman señala que en la actualidad la crisis sirve como base construida para la narración generando expectativas y relevancia de eventos (2014, p. 8), una característica, podríamos agregar, que comparte con todas las versiones del sentido histórico. De hecho, se podría decir que, efectivamente, eso es lo que genera toda narrativa histórica: expectativa y matriz para adjudicar relevancia.
Pero, ¿cuáles son los rasgos de esa expectativa y en qué medida marca los modos de intervención en lo público? La idea de crisis es, después de todo, la base de la historia crítica donde resulta particularmente subrayada la contingencia de los acontecimientos. Evocando el texto de Koselleck, Roitman nos recuerda que crítica -en tanto revelación de los límites de la razón- y crisis son, en definitiva, términos conexos, capaces además de generar un tipo especial de prognosis: el futuro se torna abierto y los tiempos históricos, subjetivos (2014, pp. 13-19). La crisis en tanto narrativa resulta en un criterio sobre aquello que cuenta como historia (2014, p. 19) y supone kantianamente la suspensión del juicio ofreciendo nuevos valores. Podríamos decir que, como toda narrativa histórica, la crisis planteada en estos términos resulta políticamente productiva en tanto “is a blind spot that enables the production ok knowledge [es un espacio ciego que habilita la producción de conocimiento]” (Roitman, 2014, p. 39), pero también porque legitima modos específicos de pensar y hacer lo público al tornar visible cierto sentido de los acontecimientos. Desde el punto de vista de Roitman, “crisis is an observation that produces meaning [la crisis es una observación que produce significado]” (2014, p. 41), pero también una promesa de historia y una mediación entre teoría y práctica (2014, pp. 64-67) donde se sostiene la contingencia y volatilidad de los acontecimientos (2014, p. 74) al tiempo que se reafirma la posesión de un punto de vista privilegiado del curso de la historia.
El planteo de Roitman parte efectivamente de la reconstrucción de los argumentos centrales de Crítica y crisis y de la entrada correspondiente al Geschichtliche Grundbegriffe (conceptos históricos fundamentales) de Koselleck (2007, p. 30), donde el filósofo alemán reflexiona sobre el modo en que las nociones de crisis y de crítica se despliegan a partir del siglo xviii concomitante y dependientemente con el nacimiento de la Filosofía de la Historia como disciplina. La idea de crisis responde aquí a una nueva experiencia del tiempo y hace depender de ella, dice Koselleck, una serie de emociones “multiestratificadas y oscuras” (2007, p. 241). Es decir, que en la propia presentación fundacional de la reconstrucción de Koselleck la idea de crisis se introduce asociada a un arco emocional complejo y tensionado. Es clave recordar aquí además que al desplegar la semántica del concepto de crisis el filósofo e historiador alemán introduce cuatro modalidadades de las cuales, teniendo en cuenta la lectura que realiza Roitman de su análisis, me interesa destacar dos: por un lado, la crisis final no repetible asociada a la promesa del último día; por otro, la crisis en tanto “categoría permanente o de estado, que sin embargo remite a un proceso, a situaciones críticas que se reproducen constantemente a sí mismas o estados preñados de decisión” (Koselleck, 2007, p. 251).11 Es justamente a esta sensibilidad o sentido histórico de una crisis iterativa el que preocupa a Roitman. Tal como ha analizado Svampa existen entonces dos opciones desplegadas en sucesivos textos de Koselleck: “si la voz ‘crisis’ puede generalizarse como una experiencia que remite a la unicidad o a la repetición. Esto es, si las crisis designan situaciones definitivas o si en cambio indican una circunstancia que se recrea una y otra vez” (Svampa, 2016, p. 145). Así, Koselleck “nos invita a observar la historia de la humanidad como una crisis constante, por la que crisis devendría en un Prozessbegriff -concepto procesual- según el cual no hay un juicio final sino un juicio mundial constante” (Svampa, 2016, p. 147). Es esta idea de la iteración de la de crisis la que lo convierte en un caso de sentido histórico que, lejos de obturar la acción, lo hace bajo un modo específico de entender la futuridad. Si la crisis como situación definitiva se acerca más a una lógica postapocalíptica,12 la opción de la lógica iterativa nos desplaza hacia otro tipo de análisis más específico.
La objeción sustancial de Roitman hacia la ejecución de la idea de crisis como matriz narrativa del mundo se asienta en la falta de finalidades para la acción que inhabilitado una política de la redención genera (2014, p. 87). La idea de riesgo, en tanto concomitante a la de crisis dice Roitman, supone un estado de alerta que deviene en pasividad.
Por otra parte, tal como señalamos más arriba y siempre de acuerdo a Roitman, la idea de crisis vuelve todo supuestamente más inteligible resultando en un punto autocomplaciente. Esta conjunción de pretensión de conocimiento excepcionalmente verdadero sobre el momento histórico que se vive y de riesgo radical redunda, dice Roitman, en una parálisis política que exige su impugnación. Se podría decir que generaría un espacio donde la contingencia deviene desconcierto, pero no apocalipsis.
Pero, este futuro plagado de momentos de inflexión, ¿desempodera realmente tal como alega Roitman?, ¿o abre la posibilidad de generar un sentido histórico alternativo para la agencia? En la sección siguiente indagaremos en un estudio de caso en relación a la crisis más radical tal como es descripta por el transhumanismo: la de la propia humanidad. Nuestra respuesta, más adelante, se centrará en mostrar que, mientras el progreso está enlazado al optimismo, la crisis parece estarlo a la ansiedad, una dimensión afectiva que exige cierta especificidad para la agencia. Y es esta distinción la que permite responder negativamente a las objeciones señaladas por Roitman. No se trata de actos de desesperanza -donde, como contracara de la esperanza, la apertura temporal hacia el futuro supone la expectativa, aunque no la certeza de algo peor-.13 Tampoco de insatisfacción con lo que se vislumbra, sino de advertencia de quiebres radicales en los modos de entender y ejercer la historia y la propia subjetividad, así como vislumbrar una agencia no humana.
El transhumanismo y la crisis más radical
Me gustaría tomar como ejemplo del uso contemporáneo de la idea de crisis a la filosofía transhumanista tal como es desplegada por Nick Bostrom, quien ha diseñado un programa filosófico específico que busca indagar en el arco de efectos éticos, epistémicos y ontológicos que resultan del desarrollo de la inteligencia artificial y, más específicamente, de aquello que suele ser llamado superinteligencia; es decir, la descripción de la crisis más radical, aquella que refiere a qué entendemos por lo humano. Si las primeras descripciones del Antropoceno buscaban señalar el modo en que la naturaleza fue alterada por la intervención humana, en esta instancia se trata de hacer foco en la alteración de lo humano como resultado de ese mismo proceso. Dos son los conceptos centrales desarrollados por Bostrom en el marco de la discusión que nos ocupa: crisis ontológica y riesgo existencial. La primera noción refiere a aquello que jaquea al ser de lo humano mismo. Por riesgo existencial se entiende la posibilidad de pérdida de todo aquello que es considerado valioso. Es decir, que el llamado Antropoceno en tanto la edad de los humanos marcada por el calentamiento global y por discontinuidades graves (Haraway, 2016a, p. 17), pone en cuestión los límites de lo humano y las características de la acción humana en su relación con la naturaleza y la técnica. En análisis como el de Bostrom la noción de progreso queda aquí estratégicamente reservada para cuestiones tecnológicas, pero nunca para las humanas. Así, se habla de progreso en el área del hardware, del machine learning o la neurociencias, mientras que la noción de crisis resulta reservada para acontecimientos que exceden lo tecnológico como las crisis de la deuda europea o la propia crisis humana que expresa el hecho inminente del transhumanismo.14
El transhumanismo -del cual Bostrom realiza una pormenorizada historia comenzando con el Cantar de Gilgamesh atravesando a Francis Bacon, Charles Darwin y Friedrich Nietzsche- es definido como “el deseo humano de adquirir nuevas capacidades expandiendo los límites de nuestra existencia ya fuera social, geográfica o mentalmente” (2011, pp. 157-159).15 A partir de esa definición da cuenta del modo en que desde 1923 con la publicación de Daedalus: or Science, Science and the Future de J. B. S. Haldane acerca de una serie de impactos positivos sobre lo humano a partir del desarrollo de la tecnología -control de la genética, generación de energía limpia, una sociedad más rica- la especulación y la ciencia ficción y comenzaron a diluir los límites de la naturaleza y de lo humano para abrir una discusión sobre modos de pensar el futuro. En el marco de una tensión entre apocalípticos e integrados, es allí donde se inventó la idea de factor yuck: toda gran invención ha sido recibida como una blasfemia antinatural e indecente (Bostrom, 2011, p. 162). The world, the flesh and the devil, por J. D. Bernal (1929) y el ensayo Icarus: The Future of Science (1924) de Bertrand Russell, muestran las dos caras en pugna: el pesimismo de Russell frente al optimismo de Bernal. La palabra transhumanismo, señala Bostrom, parece haber sido usada por primera vez por el hermano de Aldous Huxley, Julian Huxley, un conocido biólogo, que fue también el primer director general de la UNESCO y el fundador del Fondo Mundial para la Naturaleza. En Religion Without Revelation [1927], escribió:
La especie humana puede, si lo desea, trascenderse a sí misma -no sólo esporádicamente, un individuo aquí de cierta manera, un individuo ahí de otra- sino en su totalidad, como humanidad. Necesitamos un nombre para esta nueva creencia. Tal vez el transhumanismo servirá: el hombre permaneciendo hombre, pero transcendiéndose mediante la realización de nuevas posibilidades de y para su naturaleza humana. (Bostrom, 2011, p. 18).
Dentro de este marco de discusión, años más tarde, se sumó la idea de singularidad en tanto el hecho tomado como cierto de que en un tiempo muy cercano esos cambios llevarán a una ruptura radical sobre lo que se entiende por humano (Borstrom, 2011, p. 167); la certeza de que, en definitiva, la máquina puede sobrepasar por mucho la inteligencia humana constituyendo una inteligencia suprahumana. La Asociación Mundial Transhumanista fundada por Bostrom y David Pearce en 1998, generó dos documentos -la “Declaración Mundial Transhumanista” y “Preguntas Frecuentes Transhumanistas”- donde Bostrom junto a la feminista Kathryn Aegis, el filósofo utilitarista David Pearce, Max More y el científico Anders Sandberg, intentan analizar escenarios posibles de ese futuro inmediato. Evocando a filósofos como Derek Parfit y Peter Singer se discute acerca de la revisión de categorías como dignidad poshumana, naturaleza y tiempos de transformación, el rol del Estado, la modificación de los principios éticos, los desafíos para la justicia distributiva, la modificación de conceptos como género o etnia y el papel de una política que deberá, dicen, ser cosmopolita. No es cuestión de este artículo discutir el contenido de estas propuestas; mucho menos decidir si la prognosis de Bostrom y sus colegas se verá realmente realizada y en qué período de tiempo. Lo que interesa, en cambio, es evaluar el modo en que en esta filosofía centrada de manera sustancial en las ideas de crisis y riesgo asociadas al Antropoceno se despliegan los conceptos que nos competen en tanto involucran la agencia.
En la reconstrucción transhumanista que presenta Bostrom (2011, p. 187), la singularidad es una posiblidad real y cercana que supone el riesgo de perder absolutamente todo lo que consideramos valioso. Bostrom ha intentado desarrollar un programa filosófico capaz de evadir tanto las versiones new age como las corporativas del uso del transhumanismo para concentrarse en discutir posibles intervenciones ante un panorama que considera inmediato e inevitable. Estos rasgos de inevitabilidad e inmediatez son los que definen el futuro de una manera muy particular: cercano y sostenido en la crisis ontológica radical, es decir, aquella que jaquea la cualidad de lo humano mismo.
En el marco de la discusión sobre los compromisos éticos y políticos que supone el progresivo borramiento de límites entre lo humano y lo artificial, se trata de entender y saber qué hacer reduciendo riesgos existenciales y generando un programa para saber cuál camino tomar en tren de preservar la vida. Bostrom considera, efectivamente, que estamos sometidos a la inminencia de un riesgo existencial radical: “an existential risk is one that threatens the premature extinction of Earth-originating intelligent life or the permanent and drastic destruction of its potential for desirable future development [Amenaza la extinción prematura de la vida inteligente originada en la Tierra o la destrucción drástica y permanente de su potencial para un desarrollo futuro deseable]” (2013, p. 15).
Según Bostrom, si bien la humanidad ha sobrevivido a riesgos existenciales naturales, lo que la acecha de manera inminente son riesgos existenciales antropogénicos (2013, p. 16), es decir, aquellos que son resultado de la actividad humana. Los escenarios especulativos sobre esta situación pueden significar alternativamente: colapso catastrófico, amesetamiento o el desarrollo de seres con más inteligencia, conocimiento, juicio y moral en un marco transgeneracional (2013, p. 24). Ante este panorama es necesario, asegura Bostrom, ser profundamente activo para lograr así anticiparse a los daños estableciendo aquello que llama estrategias de mitigación (2013, p. 27). La precariedad de la condición humana actual abre de este modo una sucesión de crisis destinadas a desafiar, no meras cuestiones puntuales, sino las categorías mismas que afectan y definen lo humano. Es decir que, en su propio diagnóstico, el efecto más inmediato del panorama que augura es la motorización de la acción colectiva en tren de ser capaces de reaccionar de manera adecuada ante ese futuro tan cercano como incierto.
Bostrom aclara que de ningún modo su proyecto tiene que ser identificado con el utopismo tecnológico (2014, p. 266), sino que la perspectiva de la singularidad da cuenta de un momento de crisis radical capaz de redundar en una catástrofe, no sólo por el modo en que afecta aquello que se entiende como humano, sino también en términos de justicia.
Así, la futuridad definida por este tipo de análisis está marcada ciertamente por la inminencia, pero también por el rechazo hacia la lógica progresiva, la decadentista o la utópica. Se trata de augurar un cambio radical donde la máquina ultrainteligente -es decir, aquella que puede sobrepasar las actividades intelectuales humanas- resultaría incuestionablemente en una explosión de inteligencia (Bostrom, 2014, pp. pp. 283-284, 298, 300-301) que puede ser muy distinta a lo que conocemos como inteligencia humana. Es decir, que enfrentamos una crisis iterativa cuyos contenidos exceden la medida de la comprensión de los instrumentos conceptuales con los que cuentan los humanos hoy.
Se trata de cambios destinados a crear una superinteligencia que los científicos han podido predecir en los términos en que están sucediendo, pero que será creada relativamente pronto (Bostrom, 2014, pp. 671, 677) con consecuencias que pueden ser extremadamente buenas, extremadamente malas -opciones que Bostrom considera más probables- o un resultado más equilibrado (2014, p. 682). Hay entonces en ese futuro inmediato un jaqueo radical al propio vocabulario con el que intentamos lidiar con cuestiones éticas, ontológicas o epistemológicas; una crisis que no es pesimismo o catastrofismo como en el caso de aquello anticipado como crisis final, sino incertidumbre en tanto iterativa. Es que ante el diagnóstico desplegado por Bostrom acerca de una situación de crisis de lo humano, lo que resta no es la resignación ni el pesimismo, sino una apelación enfática a la acción pública.
Existe en el desarrollo del proyecto transhumanista de Bostrom una noción que resulta clave a la hora de desplegar los problemas que se analizan aquí. Nos referimos a la idea de limitaciones de lo humano. Según señala el filósofo británico “humans may lack the capacity to form a realistic intuitive understanding of what it would be like to be a radically enhanced human (a “posthuman”) and of the thoughts, concerns, aspirations, and social relations that such humans may have [los humanos carecemos de la capacidad de tener una comprensión intuitiva realista de lo que sería ser un humano mejorado o poshumano y de los pensamientos, preocupaciones, aspiraciones y relaciones sociales que tales humanos podrían tener]” (Bostrom, 2003, p. 5). Nuestro actual modo de ser corresponde apenas a un minuto de subespacio “of what is possible or permitted by the physical constraints of the universe [de lo que es posible o permitido por las limitaciones físicas del universo]” (Bostrom 2003, p. 5). Así como el desarrollo del carácter de lo humano está asociado a muerte y enfermedad, “our cognitive limitations may be confining us in a Platonic cave, where the best we can do is theorize about ‘shadows,’ that is, representations that are sufficiently oversimplified and dumbed-down to fit inside a human brain [nuestras limitaciones cognitivas nos pueden estar confinando a una cueva platónica donde lo mejor que podemos hacer es teorizar sobre sombras, es decir representaciones lo suficientemente simplificadas y “atontadas” como para encajar en un cerebro humano]” (Bostrom, 2003, p. 6). Se trata de limitaciones existentes, no solo en términos cognitivos, sino también sensoriales, afectivos y axiológicos (2003, p. 7). Bajo estas limitaciones radicales de lo humano tal como lo conocemos hoy, el futuro resulta inaccesible debido a fallas de nuestra capacidad predictiva. Sin embargo, esto no redunda en parálisis, sino que -siempre según la propuesta de Bostrom- motoriza la acción para imaginar modos de intervenir ante lo desconocido, tanto en términos de políticas públicas concretas como de la alteración radical de aquello que será acción humana en el futuro.
Contrariamente a lo objetado por Roitman entonces, la narrativa de crisis radical descripta por Bostrom, si bien construye un punto de vista capaz de advertir una ruptura inmediata y brutal, no se sostiene en un saber privilegiado alrededor del futuro. Tampoco -y esto es sustancial- apela al inmovilismo, sino que por el contrario reclama fuertemente un llamado a la intervención en términos políticos. Claro que siendo que se sostiene en la incertidumbre más radical como lo es qué entender por humano, se trata ciertamente de una apelación a la acción bastante particular. Justamente, en el siguiente apartado intentaremos indagar en ciertas características de la agencia presente en este tipo de planteo a partir de la dimensión afectiva que envuelve a la narrativa de crisis.
Ansiedad y agencia
La narrativa de crisis atravesada por el riesgo existencial -en tanto opción de sentido histórico construido tras la caída del poder legitimatorio de la idea de progreso-, definida por Bostrom tal como se expuso en el apartado anterior, supone ciertamente inminencia pero además cumple paradójicamente con el requisito clave planteado por Roitman: es el momento que permite un saber privilegiado sobre lo humano y sus límites. Es decir, que advierte la disolución radical de lo conocido, pero no pretende otorgar contenido al futuro sino que hace de la incertidumbre su corazón. Siendo entonces que cumple parcialmente con este punto -y se podría decir que otras perspectivas sobre el tema como la de Haraway también tienen esta pretensión de saber excepcional pero paradójico como resultado de la crisis-, ¿resulta factible afirmar que la narrativa basada en la idea de crisis como sentido histórico es también desempoderadora? Recordemos además que para Roitman esa parálisis no es solo resultado de un estado melancólico, sino también de la pretensión misma de saber excepcional sobre el curso de la historia, algo que resulta parcialmente verdadero para Bostrom en tanto el presente es el momento en que conocemos nuestras reales limitaciones. La referencia del transhumanismo de Bostrom a las limitaciones humanas sintetizada más arriba señala entonces el modo en que este momento de acceso privilegiado a la verdad del curso de la historia tiene como resultado tensionado el acceso a un no saber radical. Sin embargo, esto no redunda en resignación -como sí lo hace el pesimismo asociado al decadentismo que, efectivamente, desempodera-, sino, tal como se describió en el apartado anterior, a un llamado a la acción política. ¿Cuáles son las características de la agencia planteada en estos términos?, ¿en qué medida es alterada -y encarnada- por la dimensión afectiva resultante de esa tensión que contiene el conocimiento de la incertidumbre más radical? Como veremos, la indagación en el orden afectivo asociado a la agencia deviene clave en tanto es allí donde se genera, no solo apertura al mundo, sino también un sentido de situacionalidad radical que nos orienta temporalmente en el mundo transformando en concreta nuestra orientación existencial (Slaby, 2017, pp. 7-11).
Para iniciar la respuesta a estas preguntas debemos evocar la distinción esbozada más arriba a partir de los desarrollos de Koselleck: entre una crisis definitiva y la que contiene su iteración. Si en el primer caso, al estilo del postapocalipsis y del milenarismo, es posible asegurar sus efectos paralizantes, la prognosis de la iteración de la crisis augura una futuridad alternativa pero no imposible justamente porque está comprometida con una noción de futuridad que habilita a su manera la acción.
Volviendo al planteo filosófico de Bostrom recordemos que allí queda en evidencia el modo en que el futuro no sólo es comprendido en tanto marcado por la o las crisis, sino que además se trata de una crisis capaz de definir qué es lo que se entiende como humano. Esta radicalidad -que es lo que torna particularmente valioso el análisis de este caso- abre sin dudas un arco afectivo particular: el de la ansiedad. La futuridad a la que se refiere la narrativa de la crisis entonces no resulta sellada por el optimismo como el progreso o por el pesimismo propio de la crisis única y definitiva o de la catástrofe final, sino por un arco afectivo que marca la acción de un manera específica; esto, aún bajo la tensión que sostiene con las pretensiones de un saber excepcional sobre el presente y el futuro.
Tal como ha señalado Whitehouse, el Antropoceno tiene a la ambigüedad y la ansiedad en su corazón. El fin de la naturalez, señala, provoca ansiedad tanto sobre lo perdido como sobre la causa de la pérdida (Whitehouse, 2015, p. 54), tornando el contexto semiótico del Antropoceno peculiarmente ansioso ya que enfatiza nuestra separación del resto de la vida justo en el momento en que nos conectamos con ella (Whitehouse, 2015, p. 62). En el caso del transhumanismo16 esa ansiedad se radicaliza ya que no se trata solo de enfrentar una resignificación de la naturaleza a partir de la intervención humana, sino también del modo en que lo que humano mismo entra en una crisis ontológica radical e inminente: es la incertidumbre de ver alteradas para siempre nociones asociadas a lo humano y también la conciencia de sus límites.
Pero, ¿en qué consiste la ansiedad?, ¿en qué medida abre modos alternativos de ejercer la acción tal como se desprenden de la propuesta de Bostrom?
Recordemos que la idea de ansiedad supone, tal como señaló Heidegger, un sentir no estar en casa (Randolph, 2018, p. 11) que no es meramente afectivo, sino también, como la crisis que señala el transhumanismo, ontológico. Es la inquietud en términos de un mundo que existía y que deviene encubierto tornándose no familiar. De hecho, lo unheimlich -o inquietud- resulta un síntoma de nuestra inescapable Geworfenheit -estado de yecto- hacia un mundo preexistente investido con un significado que ni elegimos ni creamos (Randolph, 2018, p. 11). Así, en el marco de la ansiedad nuestro mundo resulta radicalmente interrumpido colapsando la familiaridad cotidiana: el universo parece tambalearse, privado del sentido que solía orientar nuestro comportamiento (Randolph, 2018, p. 12).
En tren de desglosar ciertos rasgos clave de la noción de ansiedad que aquí nos ocupa, Sara Ahmed retoma una distinción clásica entre miedo y ansiedad: mientras que el primero se produce en relación con un objeto,17 la segunda emoción puede ser descripta en tanto “a tense anticipation of a threatening but vague event [una anticipación tensa de un evento vago y amenazante]” o un sentimiento de suspenso inquieto (Ahmed, 2004, p. 64). En la ansiedad, los pensamientos se mueven rápidamente entre distintos objetos, un movimiento que a la vez intensifica el sentimiento de ansiedad. Como la iteración de la crisis, en la ansiedad que la acompaña los motivos que la generan se van acumulando.18
En una senda cercana a la de Ahmed, pero que centra sus preocupaciones justamente en la idea de futuridad, Sianne Ngai nos recuerda que, en contraste con las emociones plenas, la ansiedad resulta parte de las emociones expectantes: mientras aquellas están orientadas a objetos disponibles en el mundo, las primeras “aim less at some specific objects as the fetish of their desire than at the configuration of the world in general or … at the future disposition of the self [Apuntan menos a objetos específicos como fetiche de sus deseos que a la configuración del mundo en general, o … a la futura disposición del self]” (2005, pp. 209-210). La ansiedad, alineada con el concepto de futuridad y la dinámica temporal del diferimiento y la anticipación, relacionada también con la fantasía (Ngai, 2005, pp. 210-215) y la desorientación corporal puede ser descripta como una suerte de proyección afectiva (Ngai, 2005, pp. 237-243). Así, siempre según Ngai, al no tratarse de una monotonía indefinida que suspende la asignación de valores, la ansiedad está orientada a un objeto, pero solo en un sentido negativo (2005, p. 246). Lejos de las estabilidades de la felicidad, la inquietud apegada a la ansiedad la aleja de las certezas del progreso y el optimismo, pero también del pesimismo de, por ejemplo, el postapocalipsis. En su lugar, configura un arco de emociones asociadas con temporalidades dislocadas, alérgicas a la teleología y cercanas a la narrativa que desafía, no solo las continuidades, sino también las concepciones estandarizadas del afecto. Recordemos que en la narrativa desplegada alrededor de ideas como crisis y riesgo, Bostrom nunca encara un planteo teleológico enlanzando el pasado con la realización de un fin. Al contrario, de lo que se trata es de advertir una situación radicalmente extraña a desplegarse en un futuro cercano que contiene inestabilidades permanentes y no un mero final al estilo del milenarsimo -sea éste catastrófico o redentor-.
El arco de opciones para la acción es, en el planteo de Bostrom, extremadamente amplio y es eso, justamente, aquello que genera ansiedad en su asociación a la incertidumbre. Son las posiblidades que se abren para la acción junto a su cercanía aquello que nos torna ansiosos: es que, como alega Ahmed, la ansiedad surge al notar que deseamos algo que puede suceder o no (Ahmed, 2010, p. 183), pero no por esto nos tornamos inactivos.
La ansiedad está así estrechamente vinculada a una futuridad asociada a las crisis, refrendada por un derrumbe latente tenido como cierto y cercano que es, en este caso, el de algo tan radical como aquello que entendemos como humano. Se podría decir de algún modo que, como la crisis, la ansiedad se sostiene en una única certeza: la de la incertidumbre.
Mientras que el llamado optimismo cruel -que sostiene y se sostiene en el progreso y su futuridad basada en el supuesto de la mejora de algún orden- es una suerte de operación ideológica de atracción magnética (Berlant, 2011, p. 48) que oculta justamente los momentos de crisis, la ansiedad asociada a la narrativa de la crisis misma saca a la luz esta instancia de manera brutal. Y es esa visibilización de aquello que genera la posibilidad, no de obturar la acción, sino de ejercerla de manera alternativa a la encarnada en narrativas asociadas al progreso o, incluso a la decadencia, la que entra en juego aquí. De hecho, la ansiedad permite la exhibición de la constitución afectiva en términos del optimismo involucrado en el mito del progreso, y la generación de una narrativa que, como la de la crisis iterativa en tanto riesgo existencial al estilo de Bostrom, augura una revisión radical e infinita de aquello que conocemos como subjetividad. ¿Implica esto una resignación que obtura la acción? Entiendo que no es así, sino que por el contrario la filosofía transhumanista de Bostrom se centra justa y explícitamente en evaluar caminos para la acción en un marco futuro en el que la acción y la subjetividad mismas resultarán radicalmente otras. Frente a un mito político feroz como el del progreso asociado al optimismo que busca renovar el encantamiento embelleciendo la vida y la política bajo la premisa de su necesidad a la hora de constituir identidad (Losiggio, 2017, p. 133), el de la crisis asociada a la ansiedad es capaz de revisar la idea misma de la acción y con ello, tal vez paradójicamente, impulsarla a su manera. En el planteo de Bostrom, de hecho, esto se traduce en propuestas concretas y múltiples para el desarrollo de políticas públicas. Si el optimismo basa su poder articulatorio en una futuridad plena, deseable y lejana asumida como cierta, la ansiedad asociada a la crisis lo hace en relación a una acumulación de rupturas tenidas por ciertas e inminentes asociadas a una crisis de aquello que entendemos por humano.
Así, la crisis queda condensada aquí sin dudas en la ruptura posthistórica del mito del progreso sostenido afectivamente por el optimismo y su reemplazo por uno que imagina la futuridad en términos radicalmente distintos. Términos, de hecho, tan alejados de lo que somos capaces de aprehender hoy que barren con certezas como las del progreso -o las de la decadencia- para obligarnos a ejecutar la acción en el marco de la incertidumbre y la ansiedad. Si para Roitman la narrativa de crisis sumía a la contemporaneidad en la autocomplacencia y la inacción, planteos como el de Bostrom -donde esa narrativa se encarna de manera radical- sugieren precisamente lo contrario.
Un final posible
Las reflexiones acerca de la necesidad de encontrar modos de enfrentar el cuestionamiento a la narrativa de progreso evadiendo la melancolía19 han sido reiteradas a lo largo de las últimas dos décadas. Así es como por ejemplo Wendy Brown se ha preguntado: frente a la desestabilización de las narrativas políticas, ¿qué otra cosa cuenta además de la anarquía? En vistas de la ausencia de sustitutos políticos para la comprensión progresiva de dónde venimos y hacia dónde vamos la conciencia política debe desplegarse en términos distintos a los del progreso moderno y redefinirse en tanto parcial y provisional (Brown, 2001, p. 3). Hoy, señala Brown, el futuro es menos previsible, más incierto, menos prometedor de lo que la modernidad supuso; pero, simultáneamente, estos mismos rasgos sugieren en el presente una porosidad y un potencial que nos permite ir más allá de los lineamientos de la modernidad. Se trata en cada caso de encontrar marcos alternativos al sentido histórico progresivo asociado al optimismo como punto de partida para imaginar el futuro en otros términos.
Como veremos en esta última sección, la narrativa de la crisis tal como es descripta por Roitman y encarnada por Bostrom y su discusión alrededor del transhumanismo permiten poner en escena una respuesta posible a este problema al hacer foco en el impacto del arco afectivo de la ansiedad. Siendo que, como se señaló más arriba, el orden afectivo es el que otorga una situacionalidad radical capaz de orientarnos temporal y concretamente en el mundo (Slaby, 2017, p. 7-11), es allí donde se termina de conformar efectivamente la agencia.
Una de las objeciones dirigidas hacia las derivaciones de la posthistoria -de la cual, insistimos, la narrativa de crisis iterativa es un caso- se centra en augurar que la pérdida de potencia legitimadora de la noción de progreso redunda en un desagenciamiento político que obtura el cambio. Esto, además, bajo el supuesto de que la incertidumbre facilita el camino hacia la instauración del inmovilismo e incluso hacia el propio totalitarismo. El caso de la narrativa de crisis como opción para dar contenido a un sentido histórico alternativo ha generado como hemos visto un debate que retoma estas objeciones abriendo también la posibilidad de introducir un análisis de su dimensión afectiva a través del rol de la ansiedad.
Recordemos entonces que, de acuerdo a la definición preliminar introducida más arriba, el concepto de agencia implica que el agente es capaz de actuar y de transformar el significado. Supone también que, para lograrlo, no sólo debe ser capaz de iniciar la acción, sino también de ejercer su poder desafiando la autoridad. A la vez, si se es agente es porque se es receptivo al hecho de que uno se encuentra constituido por un mundo social nunca elegido. No a pesar de esa constitución, sino gracias a ella. Del mismo modo, la agencia se constituye a través algún tipo de sentido histórico que da fundamento a una narrativa temporal -clave para la acción- pero que también genera y vuelve concretos afectivamente esos sentidos históricos. Siendo entonces que la propia agencia constituye y es constituida por un sentido histórico que no necesariamente debe ser progresivo, la capacidad de acción sustentada y que sustenta la narrativa de las crisis iterativas anunciadas para el futuro por el transhumanismo encuentra una variable alternativa a través de la ansiedad que genera esa misma transformación radical de la agencia: la advertencia de un sentido de lo humano y de la agencia no humana imprevisibles. Podemos sugerir entonces que la agencia más radical es aquella que contempla su propia transformación al límite de lo inimaginable -tal como es el caso de la futuridad augurada por Bostrom-, pero que resulta además encarnada -y no solo enunciada- a través de la dimensión afectiva que conlleva.
En este camino resulta importante señalar aquí que tal dimensión afectiva es constituyente de la temporal pero que a la vez es constituida por ella. Efectivamente, “subjective distinctions in time are wholly generated by passionate experience. The passions … are the structure of time as it enters our own lives; they create a ‘temporal landscape’ out of an otherwise homogeneous time [Las distinciones subjetivas en el tiempo resultan completamente generadas por la experiencia pasional. Las pasiones … son la estructura del tiempo al entrar en nuestras vidas; ellas crean un panorama temporal de un tiempo de otra manera homogéneo]” (Luciano, 2007, p. 12). Atreverse a hacer a un lado la temporalidad mecánica e impersonal del progreso, hace lugar a la expresión de temporalidades alternativas (Luciano, 2007, p. 22) como la que, insisto, resulta de la ansiedad propia de la incertidumbre de la crisis. De hecho, a través de mecanismos generadores de sentido deliberadamente fragmentarios y provisionales (Luciano 2007, p. 263), las temporalidades no-lineales permiten que salga a la luz un paisaje afectivo alejado tanto del optimismo como del pesimismo, tal como es el caso de la ansiedad vinculada a la crisis.
Estas características llevan a reconocer que, en el caso de la narrativa de crisis sostenida en un marco posthistórico como en el encarnado en la crisis iterativa, está asociado a un orden afectivo que genera modos específicos de entender y ejercer la agencia.
El sentido histórico propio de la narrativa de crisis implica entonces un reconocimiento de la contingencia y la ansiedad -sobre las cuales se sostiene- al punto de señalar como inminente el dominio de la agencia no humana sin atreverse además a otorgar un contenido cierto a lo humano. Se trata de un sentido histórico que, casi por definición, plantea su propia contingencia al sostenerse en la latencia de que se produzcan otras transformaciones radicales acerca de aquello que entendemos como humano capaces de alterar los principios sobre los que se sostiene. Refiere entonces a un posible patrón dinámico, contingente, plural y, en punto, brutalmente incierto en el que la ansiedad es ciertamente resultado del augurio de la crisis radical e inminente de la agencia humana, pero que a la vez define su propio horizonte de futuridad.
No resulta casual entonces que la relación entre ansiedad y crisis haya sido escrutada en los últimos años desde, por ejemplo, perspectivas vinculadas tanto al feminismo como a los estudios poscoloniales, matrices ambas asociadas a un cuestionamiento de idea de progreso. Así es como Clare Hemmings analizó el modo en que el cambio radical relacionado con el lugar de las mujeres en el hogar tras la transformación revolucionaria impuesta por el feminismo produjo ansiedades que se desplegaron a través de actores políticos diversos (2018, p. 40): la ansiedad de las propias mujeres sí, pero también la de quienes ejercían de distintos modos el orden patriarcal. De hecho, sugiere Hemmings, es así como se constituyó la base de las ansiedades contemporáneas acerca de la permanente incertidumbre de ser o no una buena feminista (2018, p. 74). Y es allí donde ella evalúa la posibilidad de que la ansiedad sea capaz de convertirse en un factor motivacional en contextos de crisis (2018, p. 92).
Por su parte, la antropóloga Ann Stoler, quien se ha ocupado de dar cuenta de los archivos coloniales “as sites of the expectant and conjured -about dreams of comforting futures [en tanto sitios de expectativas y conjuros -sobre sueños de futuros reconfortantes y presagios de futuros fracasos-]” (2008 p. 2), ha indagado en el modo en que la primera respuesta a las crisis consiste en producir más ansiedad al corroborar la realidad de tales crisis (2010, p. 48). Así es como Stoler denomina repositorios de las ansiedades coloniales a aquellos “testimonios perturbadores sobre la inseguridad de los privilegios de los blancos, en relación a las ambigüedades de la membresía en la categoría que creían les correspondía” (Stoler, 2010, p. 484) en momentos en que el sentido común comienza a resquebrajarse.
De este modo, tanto Hemmings como Stoler establecen una relación entre ansiedad y crisis vinculada a la disolución de un orden establecido que habilita la posibilidad de desplegar la agencia de manera radical. Sea a través de la autoconciencia feminista en un caso o la de sujetos coloniales en el otro se generan efectivamente posibilidades de acción alternativas.
Evadiendo cualquier perspectiva naïve a la manera del optimismo propio del progreso o al estilo del pesimismo del posTapocalipsis, es posible generar entonces un marco para la agencia que resulte intrincado, desafiante y radical: el que se encarna, justamente, en un arco afectivo como el de la ansiedad. Mientras que la experiencia de optimismo del progreso encuentra su propósito claro en la felicidad ilustrada, la crisis, atada a la experiencia inestable de la ansiedad la refuta brutalmente, De hecho, aquello que configura una concepción compleja de la ansiedad es el sentido de la posibilidad de fracaso contenido en la emoción misma, una latencia iterativa que puede generar parálisis al fijarse en un objeto a través del miedo, o una agencia radical como la contenida en tanto posible en los análisis transhumanistas.
Efectivamente, el transhumanismo en tanto exhibición de la crisis más revulsiva resulta en la posibilidad de un futuro inmediato -y por ello teñido de ansiedad- donde la matriz misma de la acción asociada a rasgos de lo humano, sea revisada de manera radical, pero no por ello inhabilitada. Se trata de otra concepción de la subjetividad -asociada a la disolución de lo humano tal como lo conocemos- que posibilita una futuridad donde la acción sea radicalmente otra; donde, incluso resulte al día de hoy inimaginable el propio objeto de la futura emancipación. En los términos señalados más arriba esta narrativa de crisis radical e iterativa propia, por ejemplo, del transhumanismo genera sin dudas una ansiedad histórica radical que disloca narrativas como la del progreso pero también motoriza planes de acción pública como los generados por el equipo liderado por Bostrom.
Hace algunos años el filósofo e historiador francés François Hartog identificó al régimen histórico contemporáneo basado en la idea de crisis con un presentismo radical definido en términos de tiranía del instante (2015, p. 19). Según su análisis, tras una primera etapa del siglo xx sostenida en el régimen del futurismo, su último tramo y los inicios del siglo xxi han construido una apelación a la idea de crisis que lleva justamente al presentismo, una dimensión donde el tiempo resulta reducido y comprimido privilegiándose lo inmediato (2015, p. 115). En esta instancia, dice Hartog, solo el presente existe (2015, pp. 107 a 140).
Sin embargo, creemos que el análisis desplegado a través de estas líneas permite entender el modo en que la narrativa de crisis es capaz de generar futuridad, aún una de características muy particulares. Resulta posible sugerir entonces que se trata de una narrativa que, más que centrarse en el presente, abre una futuridad radicalmente extraña pero a la vez inminente.
Así, el análisis desarrollado aquí, no solo ha intentado objetar algunas de las conclusiones desplegadas por el exitoso libro de Roitman, sino que además entendemos que alcanza a asegurar que la narrativa de una crisis iterativa que se presenta efectivamente como inmediata no necesariamente excluye el orden de la futuridad. Por el contrario, sugiere un presencia del futuro en tanto algo tan radicalmente otro que es capaz de disolver qué entendemos por actuar, pensar y juzgar.
Por lo tanto, si bien en algunos casos la crítica de Roitman a las pretensiones de momentos de verdad paralizantes asociados a las crisis -como la perspectiva new age donde las crisis son presentadas como iluminadoras-, puede ser cierta, el análisis de caso de la filosofía transhumanista de Bostrom a través del papel cumplido por la dimensión afectiva que encarna todo sentido histórico, permite adivinar la posibilidad de la constitución de una agencia radical capaz de ponerse a sí misma en cuestión de manera indefinida. Y con ello establecer modos alternativos de ejercer la acción misma -no necesariamente emancipatoria- sobre cuya valoración final aquí me abstengo.
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1 Por matriz histórica entiendo el modo en que se establece una relación entre pasado, presente y futuro que involucra la conciencia de la diferenciación entre las tres instancias. Mientras que Hartog (2015, p. 172) ha llamado a esta matriz régimen de historicidad -por ser capaz de sugerir su propio equilibrio en tanto provisional y matizado- aquí opto por el clásico sentido histórico en tanto exhibe de manera clara su relación con la acción, eje de las objeciones que discuto en este trabajo. Por narrativa histórica me refiero aquí a la presentación lingüística de tal sentido histórico.
2 Para un análisis detallado de esta era que Haraway denomina Chthuluceno, véase Haraway (2016b).
3 Es importante señalar que los efectos de esta crisis enmarcada por la lógica del Antropoceno han llevado, no solo al cuestionamiento de los límites de lo humano en relación con las máquinas o la animalidad, sino también a una revisión de la idea de agencia ahora referida a la materia. Véase: Bennett (2010).
4 Para otra descripción de este proceso, véase: Sadin (2017).
5 Interesa aquí recordar que en los últimos años se han desarrollado argumentos destinados a defender la idea de progreso en su relación con la normatividad a partir de lecturas de la teoría crítica que responden a los desafíos del poscolonialismo. Véase especialmente: Allen, 2016
6 En la clásica definición del propio Löwith (1949, p. V) el sentido histórico consiste en imponer sobre la historia un orden razonado que obliga al supuesto de que la historia está determinada por necesidad orientada al futuro. Sin embargo, el sentido histórico puede constituirse en tanto un patrón contingente que no intente expresar el modo en que se despliegan los acontecimientos históricos mismos, sino meramente el esbozo de una matriz a partir del cual optamos por aprehender el curso histórico. Esto implica establecer una aclaración clave: el patrón progresivo es una de las maneras posibles de otorgar contenido al sentido histórico. Por lo tanto, renunciar tal como ha hecho la posthistoria (Löwith 1949, p. 16 y ss. ) -por cumplido o por falso- al propio progreso no implica necesariamente expulsar la posibilidad de pensar -y experimentar- algún tipo de sentido histórico. Esto es, la presencia de algún tipo de matriz que permita conceptualizar la relación del pasado con el presente y de éste con el futuro.
7 Para un despliegue de este argumento, véase: Macón (2011).
8 Es importante apuntar que el sentido histórico entendido en tanto el establecimiento de algún tipo de patrón para la conciencia histórica -del cual progreso y crisis son algunas de sus versiones- resulta siempre de un concepto de tipo formal, donde, al estilo de las categorías espacio de experiencia y horizonte de expectativa desarrolladas por Koselleck, el contenido de lo experimentado y de lo que se espera no puede ser deducido de su estructura (1993, p. 334).
9 Así, textos fundacionales como el de Niethammer, Danto o Fukuyama han indagado en consecuencias diversas -y a veces contradictorias- sobre la crisis legitimadora de la idea de progreso.
10 Gran parte de las miradas posthistóricas de la posguerra europea definen su origen conceptual en los desarrollos de Antoine Cournot. Más allá de la imposible precisión en adjudicarle a Cournot el apelativo de “padre de la posthistoria,” lo cierto es que el filósofo y matemático del Segundo Imperio desplegó una idea íntimamente relacionada a la de crisis (Niethammer, 1989, p. 16 y ss.). Según su análisis, los tiempos históricos resultan momentos de transición heroicos y turbulentos insertados entre dos períodos estables, llamados no-históricos. Es entonces, la advertencia de turbulencia -que para Cournot es, no solo compatible con la agencia, sino también con las acciones colectivas heroicas- lo que entra en juego aquí para la descripción de la futuridad. Aun cuando el contenido de las definiciones esté acá invertido en relación a Roitman, resulta importante atender a este rescate de la turbulencia en tanto empoderadora como camino para objetar el progreso.
11 Es importante señalar que en la compleja reconstrucción que realiza Koselleck (2007, p. 268) a lo largo de los dos textos citados se contempla también un uso de la idea de crisis asociado a la de progreso, argumentado por parte de los liberales optimistas para quienes “toda crisis económica se convirtió en un peldaño en la escalera del progreso.”
12 La sensibilidad histórica postapocalíptica ha sido analizada en su dimensión contemporánea por Martin Jay (2003) y por James Berger (1999). Su relación con el milenarismo medieval mereció un detallado análisis en Bull (2000).
13 Para un análisis de la dimensión afectiva de la esperanza, véanse Solana (2017) y Macón (2017)
14 Para críticas a los supuestos del transhumanismo de Bostrom, véanse Verdoux (2009), Elkins (2011) y Porter (2017).
15 El análisis filosófico que encara Bostrom del transhumanismo no responde a ciertas caracterizaciones de este movimiento en términos de la creencia en que la “existencia humana es un sistema subóptimo” (O’Connell, 2017, p. 2) ni en una reducción de la acción humana a la mera resolución de problemas (O’Connell, 2017, p. 12).
16 El Antropoceno y sus efectos, no solo pueden ser enlazados a la ansiedad, sino también a otros arcos afectivos como la pena, la desesperación, la resignación o ira. Al respecto, véase Bladow y Ladino (2018)
17 Es importante señalar de todos modos que Ahmed (2004, p. 64) complejiza la distinción entre miedo y ansiedad incorporando el análisis de qué es lo que sucede en los casos en que el objeto del miedo se pierde.
18 De hecho, según Ahmed, la ansiedad se va pegando a los objetos transformándose en una aproximación a tales objetos más que, como en el caso del miedo, ser producidas por un objeto (2004, p. 125).
19 Para una reconstrucción de la tensión entre melancolía y emancipación, véase Traverso (2018).