De Rosa Luxemburgo a Cornelius Castoriadis. Entre el socialismo y la caída en la barbarie
From Rosa Luxemburg to Cornelius Castoriadis. Between Socialism and the Regression into Barbarism
Liliana Ponce
Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, Argentina
RESUMEN En este artículo, nos proponemos revisar la consigna “Socialismo o Barbarie” en el marco del pensamiento de Rosa Luxemburgo y de Cornelius Castoriadis en vistas a resignificar el sentido de la acción política en el contexto del neoliberalismo contemporáneo. Consideramos al neoliberalismo, más que como un régimen político o económico, como una forma de vida que impacta sobre los modos de ser, de actuar y de pensar de nosotros, hombres y mujeres del siglo xxi. Esta nueva configuración del capitalismo, que se afianza con sus guerras y su creciente pobreza, que deja a la intemperie a jóvenes, niños, mujeres, ancianos, hace del neoliberalismo una nueva figura de la barbarie. Por ello, se hace necesario volver a pensar la acción política, el quién, el cómo y el dónde ejercerla en vistas a transformar la sociedad y hacer de ella un espacio-tiempo habitable.
PALABRAS CLAVE Política; Democracia; Teoría social.
ABSTRACT In the present article, we propose to revise the subject of “Socialism or Barbarism” in the frame of thought of Rosa Luxemburg and Cornelius Castoriadis in view to resignify the political action in the context of contemporary neoliberalism. We consider neoliberalism not as a political or economic regime but as a way of life that has an impact on the ways of being, the ways of acting and the ways of thinking of us, men and women of the 21st century. This new configuration of capitalism that consolidates itself with its wars and its rising poverty, which leaves young people, children, women, elders in the open air, shapes neoliberalism as a new figure of barbarism. Because of that, it is necessary to think again the political action, the who, the how and the where it could be exercised in views of transforming society and shape it as a time-space fit to live in.
KEY WORDS Politics; Democracy; Social Theory.
RECIBIDO RECEIVED 31/3/2019
APROBADO APPROVED 25/7/2019
PUBLICADO published 27/1/2020
NOTA DE LA AUTORA
Liliana Ponce, Departamento de Historia, Instituto Superior del Profesorado Dr. Joaquín V. González, Buenos Aires, Argentina.
Correo electrónico: lponce@live.fr
Dirección Postal: Ayacucho 632, 1026AAF Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
ORCID: http://orcid.org/0000-0001-9339-4106
Las Torres de Lucca, Vol. 9, Nro. 16, Enero-Junio 2020, pp. 109-133 . ISSN-e 2255-3827.
En este artículo, nos proponemos revisitar la consigna “Socialismo o Barbarie” a la luz de los análisis de dos pensadores que atraviesan la historia del pensamiento político revolucionario del siglo xx: Rosa Luxemburgo (1871-1919) y Cornelius Castoriadis (1922-1997). En primer lugar, nos preguntamos cuál es el sentido que puede tener esa consigna a comienzos del siglo xxi, en un contexto donde el neoliberalismo se ha convertido, más que en un régimen económico o político, en una forma de vida que impacta sobre los modos de ser, de actuar y de pensar de hombres y mujeres en su cotidianidad. De la mano de Rosa Luxemburgo, mujer judía, polaca y revolucionaria, revisamos el impacto teórico y político que implica la pérdida de la certeza de la inevitabilidad del socialismo como forma de vida posterior a la declinación del capitalismo. Atravesada por la I Guerra Mundial, sinónimo no solo de la barbarie, sino también de la traición de la socialdemocracia alemana a los principios de la lucha revolucionaria, vemos aparecer en la teoría marxista la idea de que el socialismo será posible solo por la acción, por la decisión del proletariado como clase revolucionaria. De ahora en adelante, ya no se trata de acelerar o de esperar que se cumpla un proceso que dará como resultado necesario la transformación de la sociedad. Con Cornelius Castoriadis, hombre griego y pensador revolucionario, nos preguntamos acerca del sentido de la acción política y de las nuevas tareas requeridas para dar una lucha revolucionaria hacia fines del siglo xx y comienzos del siglo xxi. Su proyecto de autonomía individual y social, opuesto al conformismo y la insignificancia de fines del siglo xx, se anuda a la crítica realizada por el grupo Socialisme ou Barbarie a la sociedad burocrática de la Rusia soviética, organizada en torno a la división entre dirigentes y ejecutantes. Su lectura atenta de los modos de ser y de los modos de actuar de los individuos históricosociales anticipa algunos de los problemas que quedan por resolver en el marco del neoliberalismo contemporáneo: la salvaguarda de los valores democráticos de libertad y solidaridad en un mundo cada vez más desencantado y mercantilizado.
Rosa Luxemburgo, una mujer revolucionaria
“Friedrich Engels dijo una vez: la sociedad burguesa se encuentra ante un dilema: el avance hacia el socialismo o la recaída en la barbarie” (Luxemburgo, 2006, p. 17). En La crisis de la socialdemocracia, escrito en 1915 y publicado en 1916, Rosa Luxemburgo se preguntaba qué significaba una recaída en la barbarie en la Europa de hoy. Su respuesta fue la I Guerra Mundial. Pues el triunfo del imperialismo conduce al aniquilamiento de la cultura, al menos durante la guerra. El movimiento obrero se encuentra entonces ante una elección: apoyar u oponerse al imperialismo y su método, en este caso, la guerra. Este es el dilema de la historia universal: o esto o lo otro. El futuro de la cultura y de la humanidad depende de esto: si el proletariado se lanza con firme decisión a su lucha revolucionaria (Luxemburgo, 2006).
A partir de la lectura de este fragmento, que ha suscitado una serie de interpretaciones respecto de la autoría del lema: “Socialismo o Barbarie,”1 se pueden volver a pensar las luchas obreras de la Alemania de comienzos del siglo xx. Sin embargo hoy, cien años después, podríamos decir que la forma adoptada por el capitalismo puede ser considerada como una nueva figura de la barbarie. Según Frigga Haug (2013), después de 1989, volvió el desenfreno de las fuerzas del mercado: pobreza y desempleo creciente (sobre todo para jóvenes y ancianos), atención médica deficiente, viviendas inasequibles, electricidad cara, más de 50 horas de trabajo semanales para los trabajadores hasta edades cada vez mayores, ausencia del estado de bienestar. En sus palabras: “das Rad der Geschichte ist in bestimmter Hinsicht plötzlich zurückgedreht in Marx’ und Luxemburgs Zeiten [la rueda de la historia ha retrocedido en cierto modo a los tiempos de Marx y Luxemburgo]” (Haug, 2013, p. 899).
Desde su punto de vista, 1989 ha puesto fin a cualquier compromiso por parte del Estado. En nuestros días, prima el principio de las ganancias sin restricciones. Los despidos se escenifican como la última amenaza y se acrecientan bajo la imagen de la protección de las fuerzas productivas del desarrollo. El embrutecimiento de la vida cotidiana es la contracara de la acumulación, que ya no necesita de la promesa del mayor consumo. Y los jóvenes pueden estar contentos si consiguen un puesto de trabajo cualquiera. Despidos masivos y ganancias rápidas sin precedentes para el sector empresarial son las nuevas condiciones del mercado de trabajo. Haug lo explica de la siguiente manera:
In dieser Lage prüfen wir wieder Rosa Luxemburgs Politik, ihre Begriffe, ihre Vorschläge, die in einen jungen wilden Kapitalismus passten, in unserer neuen Wildnis. Für unsere heutige Politik lernen wir nicht so sehr aus der Geschichte der Kompromisse, sondern mehr aus den barbarischen Zeiten zu Beginn des Kapitalismus, aus der ursprünglichen Akkumulation und den Analysen zur Manufaktur und der Entwicklung der Großen Industrie, wie sie Marx im Kapital analysiert [En esta situación, volvemos a examinar la política de Rosa Luxemburgo, sus conceptos, sus propuestas, que se ajustaban al joven capitalismo salvaje, en nuestra nueva selva. Para nuestra política actual, no aprendemos tanto de la historia de las concesiones, sino más bien de los tiempos bárbaros del comienzo del capitalismo, de la acumulación originaria y del análisis de la manufactura y el desarrollo de la gran industria como los analiza Marx en El Capital]. (2013, p. 900).
Ahora bien, ¿cuál es el sentido que podemos atribuirle en nuestro tiempo a esta consigna que se ha vuelto bandera de las luchas por la emancipación y en contra de la opresión desde comienzos del siglo xx?
La crítica a la Socialdemocracia: reforma social y parlamentarismo
Michael Löwy (2018) considera que la significación metodológica, teórica y política de la consigna “Socialismo o Barbarie” tiene que ver fundamentalmente con una concepción de la historia. A nuestro entender, esta consigna pone en juego no solo una visión de la historia, sino también una manera de concebir la acción política.
Veamos de qué se trata. En primer lugar, digamos que Löwy considera que Rosa Luxemburgo inventó el lema “Socialismo o Barbarie” frente a las concepciones de la historia vigentes en el seno de la Socialdemocracia alemana representadas en las figuras de Bernstein y Kautsky. Según los editores de la edición francesa, el texto La crisis de la socialdemocracia, puede ser considerado como una especie de segundo “Manifiesto comunista” para la época imperialista. Rosa Luxemburgo expresa en ese artículo una serie de convicciones éticopolíticas extraordinarias contra la guerra y contra la posición adoptada por la Socialdemocracia alemana. Löwy considera también que, para comprender la importancia del lema “Socialismo o Barbarie” en el marco del “Folleto Junius” (Nombre bajo el cual se conoce el texto denominado “La crisis de la socialdemocracia” por su autora) es necesario hacer referencia a algunos textos anteriores para ver cómo se produce un giro en el pensamiento de Rosa Luxemburgo.
Según Löwy, la posición de Rosa Luxemburgo debe ser ubicada entre el fatalismo de las leyes puras y la ética de las intenciones puras. Dos posiciones encontradas al interior de la Socialdemocracia alemana. El fatalismo de las leyes puras es la posición de Kautsky: la revolución es inevitable y el capitalismo se va a desmoronar. La ética de las intenciones puras es la posición de Bernstein: el socialismo debe ser combatido por razones morales inspiradas en la ética kantiana. Y si bien ella comparte (contra Bernstein) la idea de la inevitabilidad de la caída del capitalismo, polemiza (contra Kautsky) con la idea de que se trata simplemente de esperar que se desarrolle el proceso hacia el socialismo. Contra este último, considera que es necesario acelerar la marcha de la evolución social. Si bien ella defiende una posición revolucionaria, hasta ese momento su pensamiento está atravesado por una contradicción: el determinismo economicista que sanciona la inevitabilidad del socialismo y la lucha de clases como acción de las masas populares en vistas a la instauración del socialismo (Loureiro, 2004).
En 1899, Rosa Luxemurgo escribió Sozialreform oder Revolution? una obra que le permitiría el reconocimiento político del Partido Socialdemócrata Alemán (PSD) y obligaría a la vieja guardia a considerarla como una verdadera dirigente política, a pesar de que era veinteañera, extranjera y mujer. En ella discute con Eduard Bernstein, quien entre 1897 y 1898 había publicado una serie de artículos en Neue Zeit, órgano teórico del PSD, en los que trató de refutar las premisas básicas del socialismo científico, fundamentalmente la afirmación marxista de que el capitalismo lleva en su seno los gérmenes de su propia destrucción, y que no puede mantenerse para siempre. En esos escritos, Bernstein negó la concepción materialista de la historia, la creciente agudeza de las contradicciones capitalistas y la teoría de la lucha de clases. Llegó a la conclusión de que la revolución era innecesaria, que se podía llegar al socialismo mediante la reforma gradual del sistema capitalista, a través de mecanismos tales como las cooperativas de consumo, los sindicatos y la extensión gradual de la democracia política. Luxemburgo consideró que, conforme a esas premisas, la idea de revolución ya no tiene sentido, desde el momento en que las contradicciones de clase dentro del capitalismo tienden a armonizarse como resultado del desarrollo. Esta posición, conocida como revisionista, no es fatal al decir de la autora, por ser revisionista, sino fundamentalmente por ser reformista, esto es, por considerar que el socialismo es un estado que se logrará a través de un proceso gradual de reducción de las contradicciones de clase. Según la autora, el resultado de esa posición fue la sustitución de la lucha revolucionaria por el parlamentarismo. Pero este tipo de acción, la acción política basada en las instituciones de la democracia burguesa, estaban en franca oposición con el concepto de lucha de clases.
Así, leemos en Reforma o Revolución:
La justificación científica del socialismo reside principalmente, como es bien sabido, en tres consecuencias del desarrollo capitalista. En primer lugar y ante todo, la anarquía creciente de la economía capitalista, que convierte su decadencia en inevitable. En segundo lugar, la progresiva socialización del proceso de producción, que da lugar al germen del futuro orden social. Y en tercer lugar, la organización y la conciencia de clase crecientes del proletariado, el cual constituye el factor activo de la revolución venidera. (Luxemburgo, 2002, pp. 28-29).
Rosa Luxemburgo piensa que no hay que desechar ninguno de los tres pilares fundamentales del socialismo científico: la inevitabilidad del colapso económico general del capitalismo que hace del socialismo una necesidad objetiva, la socialización de los medios de producción y la conciencia creciente del proletariado. Sin embargo, con esta última tampoco alcanza:
Como único fundamento del socialismo nos queda, por tanto, la conciencia de clase del proletariado. Pero, en este caso, ya no es el simple reflejo intelectual de las cada vez más agudas contradicciones del capitalismo y su próximo hundimiento —que será evitado por los medios de adaptación—, sino un mero ideal cuyo poder de convicción reside en la perfección que se le atribuye. (Luxemburgo, 2002, p. 30).
A partir de 1914, se va a producir una fractura al interior de la Socialdemocracia alemana: la guerra imperialista hace que Rosa Luxemburgo se emancipe de esta concepción, un poco economicista del desmoronamiento del capitalismo como resultado necesario de la evolución social. Y he aquí la interpretación de Löwy: ella atribuye a Engels una consigna que no es posible encontrar en el Antidühring. Por eso, es posible afirmar que ha sido Rosa Luxemburgo la que ha literalmente inventado esa consigna y la ha referido a Engels para dotar, por así decirlo, de legitimidad a aquello que podría ser considerado una herejía (Löwy, 2018).
Ahora bien, ¿cuál es la novedad que introduce esta consigna en relación a los escritos anteriores de Rosa Luxemburgo y de otros marxistas? En primer lugar, que el socialismo ya no aparece como inevitable, como el resultado necesario, fatal, de las leyes de la historia, de la evolución histórica y económica, de las contradicciones internas del capitalismo, de las leyes de la economía. Aquí aparece, por primera vez, una toma de distancia con respecto a la idea de que el desmoronamiento del capitalismo y el advenimiento del socialismo son inevitables. Y si bien el socialismo es una posibilidad objetiva, fundada en las contradicciones del capitalismo, existe otra posibilidad y esa posibilidad es la barbarie. Y esa barbarie no es el regreso a un estado anterior, sino la guerra mundial, eso es la recaída en la barbarie, una barbarie moderna, la más moderna.
Löwy considera que lo más importante no es la utilización (apropiada o no) del término barbarie, sino la disyunción o en cuanto alternativa excluyente. “Socialismo o Barbarie.” Lo dice Rosa Luxemburgo: o esto o lo otro. Y con esto, aparece la idea de que la historia es abierta, que las cosas no están ya hechas. Podríamos decir que hay bifurcaciones, que el porvenir no está garantizado. Esta concepción de la historia que Löwy llama dialéctica, aparece rompiendo con la concepción lineal del progreso, rompiendo con todo evolucionismo y todo determinismo económico y, en ese sentido, representa un verdadero giro desde el punto de vista de la teoría y de la filosofía marxista.
Por lo tanto, si el socialismo no es inevitable, si no se trata de esperar ni de acelerar un proceso predeterminado, aparece la pregunta: ¿cuál es entonces el rol de los revolucionarios? Puesto que ya no hay un fin preestablecido y que “el tren de la historia” puede ir hacia la estación que hemos libremente elegido (el socialismo) o puede desviarse hacia el abismo (la barbarie), la pregunta que retorna es: ¿cómo llevar adelante la acción revolucionaria? Esto da como resultado el reconocimiento de la importancia que adquiere el factor subjetivo: la conciencia de clase, la organización, la voluntad del partido de vanguardia pero también de las masas. Ahora, ya no se trata de acelerar un proceso que inevitablemente tendrá lugar, sino de decidir, de estar determinado a hacer algo.
En el Protocolo de Creación del Partido Comunista de Alemania del 31 de diciembre de 1918 al 1 de enero de 1919, denominado Nuestro Programa y la situación actual, Rosa Luxemburgo intenta formular un programa para el verdadero partido revolucionario cuya meta sea la institución del socialismo. Para ella, la acción política, en cuanto acción verdaderamente revolucionaria, es aquella que viene desde abajo. No alcanza con tomar el poder y proclamar el socialismo. Porque el socialismo, del mismo modo que el capitalismo, no es solo una forma de organización de la producción y las relaciones de poder: el socialismo es una forma de vida, una forma de ser, de actuar y de pensar y, por ende, no puede establecerse por decreto.
La lucha por el socialismo debe ser librada por las masas, solo por las masas, frente a frente con el capitalismo; se tiene que librar en todos los lugares de trabajo, cada proletario contra su patrón. Solo así podrá ser una revolución socialista. Los insensatos se habían trazado un cuadro muy distinto del curso de los acontecimientos. Imaginaban que bastaría derribar al viejo gobierno, poner un gobierno socialista a la cabeza de los asuntos de la nación, y proclamar el socialismo por decreto. ¿Otra ilusión? El socialismo no puede ser ni será creado por decreto; no lo puede crear gobierno alguno, por socialista que sea. El socialismo lo deben crear las masas, lo debe realizar cada proletario. Allí donde estén forjadas las cadenas del capitalismo, deben ser rotas. Eso es lo único a lo que se puede llamar socialismo, y es la única manera en que éste puede implantarse. (Luxemburgo, 2008, pp. 430-431).
Como vemos, lo que la autora subraya es que la lucha revolucionaria no termina (ni siquiera empieza) con la toma del poder. Un instrumento para la lucha revolucionaria es la huelga, que es de carácter económico. Pero la lucha política, la lucha por la participación en la toma de decisiones, no debe ser dejada de lado. La huelga general es la fase económica del proceso revolucionario. Sin embargo, la toma del poder por parte de los consejos de obreros y de soldados es esencial para sustituir a las instituciones de la democracia burguesa:
Tenemos que tomar el poder, y el problema de la toma del poder se plantea de la siguiente manera: ¿Qué puede hacer, en cada lugar de Alemania, cada consejo de obreros y soldados? Esa es la fuente de poder. Debemos minar el Estado burgués, debemos, en todas partes, poner fin a la separación de poderes públicos, a la división entre los poderes ejecutivo y legislativo. Esos poderes deben unificarse en manos de los consejos de obreros y soldados. (Luxemburgo, 2008, p. 436).
Para Rosa Luxemburgo, la conquista del poder no es fruto de un solo golpe ni el resultado de la acción de minorías proletarias aisladas. La revolución socialista solo es posible si los consejos de obreros y soldados son el eje de la maquinaria estatal. Las masas deben aprender a ejercer el poder, ejerciéndolo. Ya no se trata de educar al proletariado en el socialismo mediante la distribución de volantes y panfletos: “Hoy, los obreros aprenderán en la escuela de la acción” (Luxemburgo, 2008, p. 437). A diferencia de las revoluciones burguesas, no alcanza con derrocar el poder oficial y entregar la autoridad a unas cuantas personas: “nosotros debemos trabajar desde abajo. Allí se revela el carácter masivo de nuestra revolución, que busca transformar la estructura de la sociedad. Es una característica de la revolución proletaria moderna que no debamos conquistar el poder político desde arriba sino desde abajo” (Luxemburgo, 2008, p. 438). Esto traerá aparejada una nueva manera de hacer política y un nuevo sujeto de la acción política.
La concepción de la historia y de la acción política como acción revolucionaria
Löwy considera que a partir de la consigna “Socialismo o Barbarie,” la teoría revolucionaria se emancipa de la ideología del progreso y de la evolución, ideología iluminista y burguesa que está incluso en Marx y Engels. En este momento, se produce un giro (un tournant) filosófico y metodológico, un giro fundamentalmente político en la teoría marxista. Porque la práctica política es una cosa diferente cada vez: una cosa es esperar (attendre) o acelerar (accélérer) un proceso que llegará necesariamente a su fin (el socialismo) otra cosa es decidir (décider) el curso o los caminos de la historia.
Con esto, Löwy pretende subrayar la idea de que nada permite afirmar que el porvenir está asegurado, pero tampoco nada permite afirmar que no se pueda hacer una opción por el socialismo. Retomando a Goldmann (1955), que compara la apuesta de Pascal con la apuesta de Marx, Löwy va a caracterizar al socialismo como una apuesta. En este sentido, ya no se puede pensar al socialismo como el destino final o el fin preestablecido de la historia, sino como una opción, como el resultado de una decisión.
La apuesta marxista, según Goldmann, es la apuesta por un tipo de sociedad que tendremos que crear con la ayuda de los hombres. Y esa apuesta no está fundada en hechos probados ni en demostraciones lógicas, sino que constituye un acto de fe, una esperanza que se juega en nuestra acción común y en la praxis colectiva. Por otra parte, toda apuesta (tanto la apuesta pascaliana en cuanto a la existencia de Dios como la apuesta de Marx en cuanto al triunfo de la revolución) implica un riesgo: el peligro del fracaso. Pero también implica la esperanza del éxito cuando se elige entre el socialismo y la barbarie. Esto significa que no tenemos ninguna garantía del advenimiento de la sociedad socialista. Tenemos que apostar a la acción colectiva, a la revolución. Sin embargo, nada garantiza el éxito de la apuesta. Los revolucionarios apuestan por un porvenir socialista. Según Löwy, esta apuesta está fundada en la disyunción excluyente que plantea la consigna “Socialismo o Barbarie” donde el término o es una invitación a la acción, a la decisión (die Entschluss) de la que habla Rosa Luxemburgo: “Die Zukunft der Kultur und der Menschheit hängt davon ab, ob das Proletariat sein revolutionäres Kampfschwert mit männlichem Entschluß in die Waagschale wirft [El futuro de la cultura y de la humanidad depende de esto, de que el proletariado emplee su espada de lucha revolucionaria con decisión varonil]” (Luxemburgo, 1919, p. 9).
Para Rosa Luxemburgo, la transformación radical de la sociedad, o sea, la revolución socialista, solo es posible con la participación de las amplias masas populares. Como señala Isabel Loureiro (2005, p. 229): en épocas de paz, la acción consiste en el convencimiento ideológico; pero, en el momento de la lucha revolucionaria, es necesario actuar. Actuar sin ninguna garantía de éxito, puesto que el riesgo forma parte del arte de la política. Además, cuando Rosa Luxemburgo habla de las masas no se refiere a una masa informe de individuos despersonalizados. Según Loureiro, ella habla de masas como aquello que está siempre en movimiento, en oposición a las rígidas estructuras de sindicatos y partidos políticos.
Lejos de caracterizar la acción política como una simple técnica que pone en juego una teoría previamente establecida, la acción política es factual, está en continuo movimiento y resultará adecuada o inadecuada, según los fines propuestos y las circunstancias dadas. Esto significa que no es posible anticipar el resultado de la acción, aunque esté orientada por la reflexión teórica. Rosa Luxemburgo considera que los principios fundadores del marxismo deben estar continuamente dirigiendo el proceso revolucionario, pero nada garantiza el resultado. “En el comienzo era el Hecho (Im Anfang war der Tat),” dice la autora aludiendo a Goethe y el hecho es que “los consejos de trabajadores y soldados se sientan convocados y aprendan a convertirse en la única autoridad pública de todo el imperio” (Luxemburgo, 2008, p. 437) para que pueda ser socavado el suelo de las instituciones burguesas.
En este mismo sentido, en agosto de 1918 Rosa Luxemburgo había escrito un folleto sobre la Revolución Rusa (Die russische Revolution),2 que presentaba un análisis crítico y ponía en cuestión algunos aspectos de la política bolchevique de gobierno. Aunque consideraba que el partido bolchevique había cumplido con la misión histórica de darle todo el poder a las masas obreras y campesinas, a los soviets, único camino hacia la revolución, eso no lo eximía de una crítica penetrante y reflexiva para poder sacar a luz todas las enseñanzas de esa experiencia. Además, había que reconocer que, en cuanto impulsó la revolución, fue el “único partido que aplicó una verdadera política socialista” (Luxemburgo, 2008, p. 381).
Esto significa, según la autora, que los dirigentes de la Revolución Rusa, Lenin y Trotsky, habían dado un paso decisivo, pero que estaban actuando en condiciones que no permitían pensar que todo “lo que hicieron y lo que dejaron de hacer” debía ser considerado como un “ejemplo brillante de política socialista que solo puede despertar admiración acrítica y un fervoroso afán de imitación” (Luxemburgo, 2008, p. 378). También sería erróneo suponer que llevar adelante un examen crítico del camino seguido por la Revolución debilitaría su fuerza y su energía como movimiento revolucionario. Por el contrario, bajo las condiciones en las cuales se había llevado a cabo la Revolución Rusa, “ni el partido revolucionario más probado puede realizar la democracia y el socialismo, sino solamente distorsionados intentos de una y otro” (Luxemburgo, 2008, p. 378).
Cabe aclarar que, según Rosa Luxemburgo, no hay que identificar la democracia con la democracia burguesa. Es por ello que, si bien la extensión de las formas democráticas constituye un avance, la lucha parlamentaria (forma privilegiada de la acción política bajo el régimen capitalista) no alcanza para transformar la sociedad. Eso ya lo había denunciado oportunamente a través de la crítica al reformismo o el revisionismo de Bernstein de este modo:
[…] Es cierto que, formalmente, el parlamentarismo sirve para expresar los intereses de toda la sociedad dentro de la organización del Estado. Sin embargo, realmente, solo expresa los de la sociedad capitalista, es decir, una sociedad en la que predominan los intereses capitalistas. Las instituciones, aunque democráticas en su forma, son en su contenido instrumentos de los intereses de la clase dominante. Esto se demuestra del modo más palpable en el hecho de que, en cuanto la democracia muestra una tendencia a negar su carácter de clase y a convertirse en un instrumento de los intereses reales de las masas populares, la burguesía y sus representantes en el aparato del Estado sacrifican las formas democráticas. A la vista de esto, la idea de conquistar una mayoría parlamentaria socialdemócrata aparece como un cálculo que, en el más puro estilo del liberalismo burgués, solo toma en consideración el aspecto formal de la democracia y se olvida por completo de su contenido real. O sea, el parlamentarismo no es un elemento inmediatamente socialista que va impregnando poco a poco toda la sociedad capitalista, como supone Bernstein, sino que es una forma específica del Estado burgués que hace madurar y agudiza las contradicciones del capitalismo. (2002, pp. 51-52).
Rosa Luxemburgo reconoce entonces que los bolcheviques implementaron la dictadura del proletariado sin intentar salvaguardar la democracia burguesa, y que por ello “se ganaron el imperecedero galardón histórico de haber proclamado por primera vez el objetivo final del socialismo como programa directo para la práctica política” (2008, p. 380). Los bolcheviques representaban entonces todo el honor y la capacidad revolucionaria de los que carecía la socialdemocracia alemana y la insurrección de octubre: el bolchevismo “salvó el honor del socialismo internacional” (Luxemburgo, 2008, p. 380). Sin embargo, cuando nuestra autora analiza la cuestión de la dictadura del proletariado, nos llama la atención acerca de la diferencia que existe entre la revolución burguesa y la revolución socialista: mientras el gobierno de la clase burguesa no necesita del entrenamiento y la educación política de toda la masa del pueblo, la dictadura proletaria requiere del elemento vital que es la experiencia política de las masas. El socialismo exige una transformación no solo económica y política, sino también espiritual: la movilización de las masas. El único camino es la participación en la vida pública misma. La vida política activa y enérgica de las amplias masas populares es lo que impulsará el pasaje al socialismo.
Cornelius Castoriadis, un pensador intempestivo
En 1948, un grupo liderado por Cornelius Castoriadis y Claude Lefort se desprende del Partido Comunista Internacional, sección francesa de la IV Internacional, y entre 1949 y 1965 edita una revista que se autodefine como “revista de crítica y de orientación revolucionaria.” La edición de la revista adopta un carácter militante y se convierte en un medio para la difusión de ideas cuyo objetivo es construir una nueva organización revolucionaria bajo el nombre de Socialisme ou Barbarie. Y si bien el impacto producido en el campo político no correspondió del todo a aquello que el grupo autoproclamaba, lo que no es posible negar es el efecto que la publicación produjo en el campo intelectual.
El primer número de la revista se publicó en marzo-abril de 1949, y en él los editores sostuvieron que el régimen establecido en la Unión Soviética, después de la Revolución de Octubre, lejos de ser la materialización de los ideales revolucionarios del marxismo, se había convertido en una nueva forma de explotación, un capitalismo burocrático con una nueva división de clases: la separación entre dirigentes y ejecutantes. La idea que está presente en esta crítica, esto es, la idea de la necesidad de superar la escisión entre gobernantes y gobernados en términos de especialistas de la política y ciudadanos, acompañará a Castoriadis hasta el final de sus días.
Según los editores de la revista, una de las problemáticas que afecta a la teoría política revolucionaria de la época es el hecho de que el marxismo no ha podido dar cuenta de los problemas y factores imprevistos e imprevisibles que tuvieron lugar no solo con el desarrollo del capitalismo, sino también con el desarrollo del movimiento obrero. Es por ello que en la actualidad no se cuenta con una teoría que permita comprender el desarrollo social del siglo xx para actuar acorde a los principios del marxismo revolucionario. Para los editores, la diferencia profunda que existe entre 1848 y la situación actual (cien años después de la primera edición del Manifiesto Comunista) está dada por la aparición de una capa social que tiende a asegurar el relevo de la burguesía tradicional en las relaciones de dominación durante el período de declinación del capitalismo: la burocracia. La estatización o nacionalización de los medios de producción y de cambio, la planificación de la economía y la coordinación internacional de la producción ha dado como resultado la aparición de una nueva clase dirigente que se ocupa no solo de las actividades productivas de la sociedad, sino de todas las demás.
Lo que más llama la atención es que la constitución de esta nueva clase dominante aparece como el resultado de la historia del movimiento obrero mismo: las organizaciones sindicales y los partidos políticos, instituciones que la clase obrera fue creando para su propia emancipación, se transformaron paulatinamente en instrumentos de mistificación y de explotación. En los países de régimen capitalista, los partidos políticos y los sindicatos se volvieron cada vez más reformistas y se convirtieron en guardianes del orden capitalista. En la Unión Soviética, la revolución fue dirigida por el partido bolchevique y poco a poco se produjo la instalación de una burocracia todopoderosa formada por cuadros del partido bolchevique, dirigentes del Estado y de la economía, técnicos, intelectuales y militares. Esto trajo como resultado una explotación más intensa de las masas trabajadoras. A medida que accedía al poder, esta burocracia transformaba los gérmenes socialistas de la revolución de octubre en instrumentos de un sistema de explotación mayor.
El partido bolchevique concibió el gobierno obrero como su propio gobierno y la consigna “todo el poder a los soviets” se transformó en: “todo el poder al partido bolchevique.” Los soviets fueron reducidos al rol de órganos de administración local y gozaron de una autonomía relativa provisoria. Al finalizar la II Guerra Mundial, los soviets empezaron a cumplir la función de ejecutantes locales de las directivas del poder central y del partido gobernante. Y es justamente la existencia de esta nueva división entre dirigentes y ejecutantes lo que constituye la nueva figura de la barbarie y lo que impide la reconstrucción del movimiento revolucionario en el proceso hacia el socialismo. 3
Vemos aparecer nuevamente en la historia de la teoría política marxista la consigna “socialismo o barbarie.” Pero esta vez resignificada. Si tenemos en cuenta lo sucedido en la Unión Soviética, se puede decir que, en el período de transición o de pasaje al socialismo, son posibles dos evoluciones. Una es la afirmación de la tendencia hacia el comunismo, la otra es la instauración de una economía de explotación que reproduce lo esencial de la alienación capitalista. Las dos posibilidades existen y están fundadas en condiciones objetivas: el estado en que el capitalismo deja a la economía y a la sociedad.
Sin embargo, la realización de una de estas dos posibilidades no depende del azar ni de factores misteriosos: depende de la actividad y de la iniciativa autónoma de las masas trabajadoras. Si el proletariado es capaz de asumir colectivamente la dirección de la economía y del Estado, sin delegarlo en especialistas, técnicos o “revolucionarios profesionales”; si se muestra capaz de gestionar la producción y los asuntos públicos, de controlar activamente todas las ramas de la actividad social, la sociedad podrá marchar hacia el comunismo sin obstáculos. En el caso contrario, la recaída en una sociedad de explotación es inevitable, afirman los editores. Así, en Rusia, el problema de la transición ha sido resuelto rápidamente mediante el acceso al poder de una nueva capa explotadora: la burocracia, instaurando un régimen que se denomina cínicamente socialista pero que constituye la dictadura más aplastante del mundo actual. A su vez, los partidos comunistas en el resto del mundo se han transformado en dóciles instrumentos de la política extranjera de la burocracia rusa que tratan de apropiarse del poder en cada país para imponer un régimen análogo al régimen ruso.
La crítica al estalinismo
Después de la experiencia de la Revolución Rusa, el programa revolucionario debe ser modificado. Castoriadis comienza una reflexión crítica sobre la teoría revolucionaria con la idea de que el capitalismo moderno en plena transformación exige una resignificación de las principales tesis del marxismo. Ya en los últimos números de la revista Socialisme ou Barbarie (36 a 40) nuestro autor plantea la necesidad de someter al marxismo a un balance provisional, pues se ha convertido en una ideología,4 la ideología en acto de la burocracia totalitaria.
Ahora bien, la crítica a la acción del partido bolchevique se encuentra presente desde la fundación del grupo Socialismo o Barbarie. Por una parte, contra la idea de Trotsky de que la burocracia rusa no era más que una capa parasitaria y transitoria que se mantendría en el poder durante la guerra. En una entrevista, Castoriadis afirma:
Le fait que la bureaucratie est sortie de la guerre non pas affaiblie, mais immensément renforcée, qu’elle a étendu son pouvoir sur toute l’Europe orientale et que des régimes à tous égards identiques au régime russe étaient en train de s’établir sous l’égide des PC, conduisait inéluctablement à la voir non pas comme une “couche parasitaire” mais bel et bien comme une classe dominante et exploiteuse –ce qui d’ailleurs une nouvelle analyse du régime russe permettrait de confirmer sur le plan économique et sociologique [El hecho de que la burocracia haya salido de la guerra no debilitada, sino inmensamente reforzada, que ella haya extendido su poder sobre toda Europa oriental y que estén estableciéndose regímenes desde todos los puntos de vista idénticos al régimen ruso bajo la égida de los Partidos comunistas, conduce inevitablemente a verla no como una “capa parasitaria,” sino más bien como una clase dominante y explotadora —lo que por otra parte un nuevo análisis del régimen ruso permitiría confirmar sobre el plano económico y sociológico—]. (Castoriadis, 2005, p. 37).
Por otra parte, las críticas a la actuación del estalinismo en la URSS son anteriores a la constitución del grupo y ya están presentes en el pensamiento de Castoriadis entre 1946 y 1947. Nos gustaría detenernos entonces en un texto que data de agosto de 1947 (Sur la question de l’URSS et du stalinisme mondial). En él, Castoriadis (bajo el seudónimo de Chaulieu) escribe para el Boletín Interno del Partido Comunista Internacional una serie de críticas a la sociedad soviética como encarnación de una estrategia política cuyos intereses son contrarios tanto a la burguesía como al proletariado.
Desde su punto de vista, el estalinismo debe ser combatido porque se ha convertido en un enemigo de la clase obrera no menor que el imperialismo norteamericano. Castoriadis (1947) se pregunta acerca de la naturaleza de la sociedad soviética y considera que, lejos de ser un Estado obrero degenerado y aislado internacionalmente, con el dominio del estalinismo ha pasado a ser una sociedad reaccionaria y explotadora donde se mantienen las relaciones de clase. En ella, mientras el proletariado está completamente desposeído, la burocracia posee los medios de producción, usa y abusa de ellos. Y si bien no se trata de una propiedad privada, sino de una propiedad colectiva, la burocracia no deja de ser “dueño y señor” de la producción. Frente a la burocracia, el proletariado no tiene poder económico, su fuerza de trabajo es aprovechada por las clases dirigentes y ni siquiera tiene la posibilidad de obtener concesiones por medio de la lucha.
Vemos entonces que existe entre la burocracia y el proletariado un antagonismo de clases. Las consideraciones formales y/o jurídicas no alcanzan para defender el régimen soviético: ni la estatización ni la planificación de la economía bastan para diferenciar esta economía de la economía capitalista. Porque ellas mismas por sí solas no tienen una significación socialista o progresista. La planificación en la URSS no es más que planificación de la explotación.
Esas medidas serían progresivas si implicaran la abolición del antagonismo entre los hombres en relación a los medios de producción y la abolición de la división de clases. Pero, en esas condiciones, el proletariado en la Unión Soviética, lejos de erigirse en clase dominante como lo establece el programa socialista, lejos de intervenir activamente en el funcionamiento de la economía tomando su dirección efectiva, no es más que un objeto pasivo de explotación. Así, las teorías que defienden el régimen soviético en nombre de la estatización y de la planificación dejan de lado el hecho de que en la teoría marxista-leninista el Estado es el instrumento de opresión de la clase reinante sobre las demás. En la URSS, el Estado funciona como una máquina de opresión y de explotación del proletariado. Por ello, tampoco puede decirse que se trata de un capitalismo de Estado, sino de una sociedad burocrática, una sociedad que no puede asimilarse a ninguna forma de sociedad capitalista, pero tampoco a ninguna forma de sociedad socialista, pues ha surgido de la degeneración de la revolución proletaria.
Finalmente, Castoriadis subraya, como oportunamente lo hiciera Rosa Luxemburgo treinta años antes, que la única garantía del camino hacia el socialismo es la intervención consciente del proletariado. Ahora bien, en la URSS el proletariado no participa sino a través del partido, por lo cual se ha convertido, más que en una dictadura del proletariado en una dictadura de la burocracia del partido.
En este punto de la argumentación, nos gustaría llamar la atención sobre la concepción de la historia que aparece en este texto, y que se liga a nuestra consigna de referencia. Cuando Castoriadis se refiere a la “significación histórica del régimen burocrático,” subraya que la existencia de una clase burocrática en la URSS no materializa ninguna necesidad histórica. Desde su punto de vista, la idea de que toda clase debe tener una necesidad histórica no es más que una elucubración idealista inspirada en la filosofía de Hegel. Esto no significa que la burocracia, como tal, no haya surgido de condiciones históricas dadas. Sin embargo, este tipo de sociedad no cumple ninguna misión histórica en el camino hacia el socialismo. Por el contrario, podría decirse que se trata de una sociedad fundamental y profundamente reaccionaria. En este sentido, puede ser considerada como el prefacio de la barbarie. Castoriadis hace referencia a las palabras de Trotsky, quien considera que el socialismo no es realizable más que como el resultado de la lucha de las clases y sus partidos y propone la alternativa de “Socialismo o Barbarie.” Para Trotsky (1965), tanto el fascismo como la degeneración del Estado soviético prefiguran las formas sociales y políticas de una nueva barbarie.
Por otra parte, lejos de permanecer aislado, el régimen soviético se ha extendido. El ejército rojo ha ocupado un gran número de países y su presencia ha permitido a los partidos estalinistas contener la corriente revolucionaria, a desviarla para su provecho y someter estos países a un proceso de asimilación estructural en relación a la URSS. Castoriadis considera que, en ese momento, los miembros del Partido Comunista son una masa no uniforme en los diferentes países, que se trata de un partido formado por capas que no se hubieran desarrollado si el proletariado no hubiera fracasado en sus tentativas revolucionarias o la experiencia burocrática rusa no se hubiera realizado. Es por ello que hay que volver a despertar al proletariado, para lo cual hay que dirigirse a las capas más explotadas y advertirles contra la ideología del estalinismo que no es más que la justificación de un régimen que encarna una nueva figura de la barbarie.
La concepción de la actividad política y el neoliberalismo
Según Castoriadis, no debemos confundir dictadura del proletariado con dictadura del partido. El régimen social y político instaurado en Rusia después de la Revolución de Octubre no tiene nada que ver con el socialismo, porque la dictadura del proletariado debe ser una democracia para el proletariado. Según Castoriadis, lo esencial del régimen socialista es que desaparezca la división entre dirigentes y ejecutantes, para lo cual es necesario el desarrollo de la conciencia y de las capacidades de los militantes.
En 1958, en el número 26 de la revista Socialisme ou Barbarie, aparece un artículo de Lukács sobre Rosa Luxemburgo, escrito en 1922 (al que no vamos a hacer referencia aquí, por exceder los límites de este trabajo), con algunas notas críticas de Castoriadis, bajo el seudónimo de Chaulieu. En este texto, Castoriadis subraya que, a diferencia de un partido verdaderamente revolucionario, el partido bolchevique no solo no ha ayudado, sino que se ha opuesto a las tentativas de apropiarse de la gestión de las industrias por los Comités de fábrica rusos en 1917/18. Es por ello que la distinción entre dictadura de clase y dictadura del partido, distinción que Lukács descarta, toma toda su importancia teniendo en cuenta la evolución de la revolución rusa:
il ne s’agit pas de plus ou de moins de democratie, démocratie il ne s’agit même pas de deux conceptzons différentes du socialisme; socialisme; il s’agit de deux régimes sociaux diamétralement opposés. Car, quelles que soient les intentions et la volonté des personnes, des groupes et des organisations, la dictature du parti ne peut que conduire inévitablement à la dictature d’une nouvelle classe bureaucratique [no se trata de más o menos democracia, no se trata tampoco de dos concepciones diferentes del socialismo; se trata de dos regímenes sociales diametralmente opuestos. Pues, cualesquiera que sean las intenciones y la voluntad de las personas, de los grupos y de las organizaciones, la dictadura del partido no puede más que conducir inevitablemente a la dictadura de una nueva clase burocrática]. (Castoriadis, 1958, p. 21).
La dictadura del partido hace de la burocracia una nueva clase dominante y explotadora que reproduce las relaciones capitalistas de explotación y de opresión. Lo que los bolcheviques han hecho se ubica justamente del lado contrario a la preparación del camino hacia el socialismo. Para Castoriadis, el socialismo es sinónimo de gestión obrera de la producción y gestión colectiva de todas las actividades sociales en las que participa.
En 1974, Castoriadis explicita que lo que hay que poner en cuestión es una concepción de la política y, en principio, de la dimensión política de la organización. No hay que volver a reproducir las condiciones del estado de cosas anterior. “C’est une tâche de l’organisation (révolutionnaire) de montrer qu’une organisation socialiste de la société globale, au-delà de l’usine comme telle, est possible [Es una tarea de la organización (revolucionaria) mostrar que una organización de la sociedad global, más allá de la fábrica como tal, es posible]” (Castoriadis, 2005, p. 46). Y justamente lo que no hay que olvidar, como ya lo había señalado Rosa Luxemburgo (2008) en las críticas a la separación entre un programa de mínima y un programa de máxima, es que hay una relación interna entre la situación y las luchas inmediatas de la clase obrera y la cuestión de la sociedad global. En todo caso, en las luchas cotidianas, se hallan los gérmenes de la transformación de la sociedad. Y esto es lo que no hay que reprimir, sea por la ideología reinante, sea por el trabajo incesante de las organizaciones tradicionales.
¿Cómo piensa entonces Castoriadis la acción política? En La sociedad burocrática (1976) da una definición de la acción política en términos de lucha, pero no solamente de lucha por el poder o lucha por la transformación de determinadas instituciones: la política es la lucha por la transformación de la relación entre los individuos y sus instituciones, en el sentido de que hombres y mujeres puedan reconocer en ellas a sus propias creaciones colectivas y, como tal, puedan modificarlas cuando sea necesario. Pues la única transformación radical de la sociedad es el advenimiento de una sociedad autónoma, que se autorregula y autoinstituye sus propios modos de vida. La autonomía, para nuestro autor, tiene el sentido de autoinstitución de la sociedad: “Nous faisons les lois, nous le savons, nous sommes ainsi responsables de nos lois et donc nous avons droit à nous demander chaque fois pourquoi cette loi plutôt qu’une autre? [nosotros hacemos las leyes, lo sabemos, nosotros somos responsables de nuestras leyes y tenemos entonces derecho a preguntarnos cada vez ¿por qué esta ley y no otra?]” (Castoriadis, 1986, p. 237).
En la obra de Castoriadis, la autonomía está pensada como un proyecto en dos planos: en el plano individual y en el plano social. A nivel de la sociedad, nos preguntamos: ¿qué leyes debemos tener? A nivel del individuo, nos preguntamos: ¿qué debemos pensar? La idea de sociedad autónoma se opone a la idea de una sociedad heterónoma, que es aquella donde los individuos no pueden reconocerse en el origen de las instituciones. En este caso, los individuos están absolutamente conformes al estado de cosas y se viven y se piensan en la repetición indefinida de lo dado, ya que no se permiten interrogarse sobre el fundamento último de las leyes ni sobre la legitimidad del poder explícito instituido.
Ahora bien, en nuestros días, el discurso neoliberal ha instaurado un concepto de autonomía ligado a la idea de autogobierno, donde los sujetos son interpelados a desplegar sus habilidades, afectos, prácticas, deseos, en un complejo entramado de impulsos que los invisten como sujetos libres. Estos sujetos, gestores de sí mismos y responsables de sí (Foucault, 2007) terminan siendo controlados y endeudados (Deleuze, 1999, p. 8) conforme a la lógica del mercado.
La generalización de la subjetividad empresarial que se expresa en la voluntad de transformar a cada individuo en empresa individual lleva a paradojas. La autonomía, la activación y el compromiso subjetivo que se le pide al individuo constituyen nuevas normas de empleabilidad y, hablando propiamente, una heteronomía. Por otro lado, la incitación a la acción, a la toma de iniciativa y al riesgo individual termina en la depresión, enfermedad del siglo próximo, expresión del rechazo a asumir una homogeneización y un empobrecimiento de la existencia alcanzada por el éxito individual del modelo empresarial. (Lazzarato, 2010, 12:00/13:20).
Esto quiere decir que los dispositivos de poder del capitalismo contemporáneo constituyen un individuo que no actúa, sino que funciona como elemento humano dentro de un mecanismo que no controla. Las nuevas formas de gobernabilidad de los sujetos tienen que ver con apelar a su autonomía, responsabilidad y libre decisión, con movilizar las capacidades, competencias y voluntades de los sujetos, pero a través de la publicidad y el marketing en un mundo de mercancías. Este modo de ser sujeto en el mundo neoliberal, que nos interpela a actuar como “empresarios de nosotros mismos” erosiona las lógicas de la solidaridad.
Como señala Wendy Brown (2018), el neoliberalismo no debe ser concebido solo como una doctrina o una política simplemente económica, sino como una lógica o una racionalidad cuya operatoria consiste en introducir los valores del mercado para transformarlo todo en mercancía. Mientras el liberalismo tradicional se definía en función de la economía de mercado, el neoliberalismo tiende hacia la mercantilización integral de la vida. De este modo, la lógica que sostiene los modelos de gobernabilidad subjetiva destrona al hombre político y con él al démos, la ficción antropológica sobre la que se construyen las constituciones liberales modernas.
Según Brown, el neoliberalismo se convierte entonces en una revolución antropológica global que cambia nuestra relación con el mundo, con los otros y con nosotros mismos. Sin embargo, se trata de una revolución furtiva: actúa a espaldas de sus actores. A su entender, lo que está en peligro es la democracia. Contra la desdemocratización neoliberal, Brown propone revitalizar la democracia: recuperar el ciudadano que participa en la vida colectiva y en la búsqueda del bien común y también redefinir la idea de démos para evitar su extinción. La civilización neoliberal busca construir un mundo de seres egoístas, interesados solo en sí mismos y en la búsqueda de su propio beneficio, aislados, competitivos, donde solo hay ganadores y perdedores. Esta es, para nosotros, la nueva figura, la figura más moderna de la barbarie.
A fines del siglo pasado, Castoriadis ya nos había advertido contra el conformismo y la insignificancia. 5 Conformismo de la gente que elige a sus candidatos cada tantos años y deja que ellos gobiernen. Insignificancia de la actividad política que ha perdido todo su sentido: cuanto mayor sea la cantidad de burócratas, políticos profesionales o especialistas de la política que toman la iniciativa, menor será la cantidad de ciudadanas y ciudadanos que se interesen en los asuntos públicos. Por ello, Castoriadis incitaba a desprendernos de todas esas certezas que nos convencen de que “no hay nada por hacer” porque “todo está perdido.” Se trataba de una invitación, en todo momento, a todos nosotros, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, a actuar, a hacer de las instituciones de la sociedad un espacio-tiempo habitable. Si queremos ser libres, tenemos que actuar, no podemos quedarnos sentados de brazos cruzados. Pues la libertad es actividad.
A modo de conclusión. De intempestivas y revolucionarios
En un mundo donde el relato neoliberal estimula la construcción de un nuevo tipo de subjetividades, una nueva tipología de ciudadanos: proactivos, creativos, innovadores, capaces de enfrentar los desafíos que se presentan en un mundo cada vez más incierto, vale la pena preguntarse: ¿de qué modo?, ¿bajo qué condiciones? Según el discurso neoliberal, comprendiendo y aceptando que la propia vida personal de cada uno es la que afecta la producción y no a la inversa. Esto incita a los individuos históricosociales a dirigir la mirada hacia la necesidad de adaptarse a las condiciones del mercado, y no a transformarlas. En un contexto de inseguridad laboral, de precariedad y de incertidumbre, el relato neoliberal impulsa el concepto de un sujeto emprendedor, que pueda reaccionar positivamente (gestionando sus propias emociones) ante los desafíos del mundo productivo, social y cultural que le toca vivir. Vemos entonces cómo el neoliberalismo, que se autodefinía como un proyecto económico, político y social, se ha transformado en una forma de vida que impacta sobre los modos de estar y de actuar en el mundo, en el dominio de la historia y de la política. Es por ello que nos gustaría detenernos en la concepción de la historia y de la acción política de Rosa Luxemburgo y de Cornelius Castoriadis, dos pensadores de comienzos y de fines del siglo xx que atraviesan la historia del pensamiento político revolucionario, en vistas a repensar los procesos de desdemocratización que atraviesan nuestras actuales condiciones de existencia.
En la crítica de Rosa Luxemburgo a la dictadura del proletariado implementada por Lenin y Trotsky, podemos observar que el llamado a la acción política de las masas trabajadoras tiene que ver con que no hay recetas que garanticen el curso de la historia. Según ella, el elemento vital para poder implementar la dictadura del proletariado es el entrenamiento y la experiencia política de toda la masa del pueblo. No se trata de suprimir la vida pública después de la toma del poder, como hizo el partido bolchevique. Los líderes bolcheviques deben aceptar que la vida política está compuesta de ensayos y de toma de decisiones cuyo resultado final no está garantizado. Para Rosa Luxemburgo, el sistema socialista no es nada más (y nada menos) que un producto histórico, surgido de las propias luchas y experiencias del movimiento obrero. Y, si bien en principio se define por la negación, ya que exige una cantidad de medidas negativas, las medidas positivas aún deben ensayarse: solo la experiencia puede corregir y abrir nuevos caminos. Solo la experiencia sin obstáculos de las masas puede expresar la fuerza creadora y corregir los intentos equivocados. Una libertad limitada hace a la vida pública pobre, esquemática y estéril, dice Rosa Luxemburgo en el ensayo dedicado a la revolución rusa. Porque cuando se limita la participación política, se cierran las fuentes de toda riqueza y progreso espiritual. Si se elimina la democracia, solo queda la burocracia como elemento activo: gradualmente se adormece la vida pública, solo dirigen y gobiernan unas pocas docenas de dirigentes partidarios. De este modo, el régimen se convierte en una dictadura, pero no en la dictadura del proletariado, sino en una dictadura en sentido burgués.
En ese mismo sentido, Cornelius Castoriadis pretende recuperar la acción política de los individuos históricosociales sin la garantía de una teoría (por más revolucionaria que sea) que la justifique. La política, como tal, es el intento de transformar la sociedad, pero se nutre de las deliberaciones y reflexiones temporalmente variables de individuos históricosociales inscriptos en coordenadas sociohistóricas dadas. En este sentido, la acción política muestra, hace manifiesto, el carácter histórico, y por ende, temporal, de la existencia humana. Puesto que no hay certezas ni verdades absolutas respecto a ¿qué hacer?, siempre corremos el riesgo de equivocarnos, de errar el camino. De este modo, la alternativa queda siempre abierta: o esto o lo otro, actuar es tomar decisiones en vistas a instituir nuevas formas de vivir con y de estar juntos. Lo que la acción política muestra es la poiética inmanente a la praxis humana y su carácter instituyente. El tiempo del hacer social es un tiempo que implica la reflexión, la deliberación, la decisión. El tiempo de la acción política, en cuanto tiempo del hacer, emerge como posibilidad de irrupción de lo irregular, del accidente, del acontecimiento, de ruptura de la recurrencia. Una vez que se han disuelto las certezas respecto de la necesidad histórica del socialismo, lo que queda es el reconocimiento del carácter trágico —pero a la vez poiético, esto es, productivo y creativo— de la existencia y de la historia humanas.
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1 Ian Angus (2014) intenta resolver uno de los puzles de la historia del socialismo: el origen del lema “Socialismo o barbarie.” De las tres explicaciones posibles (que “Socialismo o Barbarie” provenga de los textos de Marx y Engels, de Engels –como indica Rosa Luxemburgo- o de Kautsky), Angus considera que nuestra autora se ha inspirado en los comentarios hechos por Kautsky al Programa de Erfurt para convalidar la idea de que la sociedad moderna deberá avanzar hacia el socialismo o caer en la barbarie.
2 El texto fue escrito durante su estancia en la cárcel de Breslau (Alemania) y es una reflexión sobre las primeras medidas tomadas por la dirección bolchevique, en principio destinada a ser publicada en la revista de la Liga Espartaquista. Sin embargo, no vio la luz hasta 1922, tres años después del asesinato de su autora, debido al posicionamiento que esta había adoptado con respecto al bolchevismo. Esta edición no estaba completa, y en 1928 se publicó una nueva, sobre la base de un manuscrito recientemente encontrado.
3 Para un análisis exhaustivo del proceso de consolidación de la burocracia como clase dominante, ver: Socialisme ou Barbarie, (I) 1, 23-40.
4 Para comprender los múltiples sentidos que el texto de Castoriadis (Paul Cardan) da al término ideología, ver Cardan, 1964, pp. 4-5.
5 Véanse los escritos publicados sobre esta cuestión en Castoriadis, 1998.