Editorial
Editorial
Adrián Almazán e Iván de los Ríos
Universidad Autónoma de Madrid, España
El dossier que presentamos a continuación quiere contribuir a la difusión en castellano de la obra de uno de los filósofos con los que el siglo pasado fue más injusto: el grecofrancés Cornelius Castoriadis (1922-1997). Pero no solo eso, en las páginas de esta Revista se despliega un ejercicio de diálogo que, como al propio Castoriadis le gustaba señalar, entiende que los clásicos están ahí como paradas en un camino aún por explorar. Obras, retazos de reflexión que nos sirven como precaria lámpara de aceite para alumbrar la senda de nuestro bote en el picado mar de la realidad.
Este griego, que empujado por el vendaval de un marxismo que abandonaría al cerrar su fase de participación en Socialisme ou Barbarie acabó como refugiado en el convulso París de posguerra, nos ha legado un corpus filosófico privilegiado para poder pensar, con mayúsculas, nuestro presente. Castoriadis ha sido tal vez uno de los últimos filósofos heroicos de la historia del pensamiento. En él, la máxima de pensar la realidad en toda su amplitud no retrocedió ni un solo paso. La suya es una ontología en toda la extensión del término, un pensamiento que tiene la pretensión de poder dar acomodo en su seno a todo aquello que, en tanto existente, puede y debe ser pensado.
Y si hay algo que caracteriza especialmente su reflexión es el modo en que en ella la sociedad juega un papel transversal. Cuando el fracaso histórico del socialismo real hacía que las hordas huyeran despavoridas de las filas del marxismo y el estructuralismo, Castoriadis supo atrincherarse en un bastión particular desde el que poder seguir pensando la sociedad y su transformación, sin por ello coquetear con la negación de la diferencia y la pluralidad. Frente a los destructores de la realidad, los defensores de los juegos de lenguaje y los adalides del pensamiento débil, Castoriadis ofreció una nueva manera de entender el mundo como el producto de la imaginación y la creación que, al mismo tiempo, era susceptible de seguir dando cuerpo a lo mejor del viejo proyecto de la Ilustración.
Por desgracia, su época, como la nuestra, no estuvo muy dispuesta a escucharle. Sin embargo, en una época en la que el sueño de la razón que ha supuesto la posmodernidad ha azuzado la creación de los monstruos del neofascismo o la posverdad, la de Castoriadis es una postura más necesaria que nunca. En una era en la que la crisis ecosocial global pone en tela de juicio la continuidad de la vida como la conocemos, su exigencia de nunca renunciar a la posibilidad de una transformación radical del mundo parece ser el único bote salvavidas en el que podemos seguir confiando. En una época en la que la informatización o los nuevos fenómenos migratorios hacen que la misma idea de democracia se tambalee, la defensa apasionada y de raigambre helena de la democracia radical del filósofo grecofrancés nos ofrece una salida a la penosa parálisis del fin de la historia de nuestras sociedades oligárquicas, injustas y neoliberales.
Para Castoriadis, la sociedad es una totalidad que debemos entender como colección de significaciones imaginarias sociales, es decir, como suma de lo que esa sociedad es materialmente, y de lo que piensa sobre sí misma y sobre lo que le rodea. O, más bien, de la manera en que la sociedad piensa a cada uno de los individuos sin que estos sean totalmente conscientes de ello. Una totalidad porosa, plural, abierta al conflicto y siempre en riesgo de caer en un cierre que la conduzca a la heteronomía, a la negación del cambio, a la parálisis. Será esta misma idea de totalidad, teorizada por el filósofo como para-sí, la que le permita comprender la realidad como una suma de estratos discontinuos en los que no existe posibilidad de reducción analítica, de derivación, de individualismo metodológico. Lo viviente, la psique, la sociedad… Todas ellas, totalidades en diálogo caracterizadas por su naturaleza imaginaria, por su posibilidad y obligación de crear y recrear el mundo.
Y, sin embargo, la sociedad, y en particular el animal humano, es el intermediario obligado de todo ejercicio de conocimiento del mundo. En Castoriadis convive la existencia de una realidad independiente de toda creación humana con la imposibilidad de un acceso a la misma que no venga mediado por la inevitable membrana que constituyen las fronteras de cada mundo instituido. Esta postura le permitió desarrollar toda una reflexión epistemológica y gnoseológica en la que la ciencia, entendida como creación radicalmente sociohistórica, no se convierte en cambio en mera comparsa relativa al servicio de la dominación.
No es casualidad que fuera el estudio del psicoanálisis y la obsesión por seguir pensando la posibilidad de una transformación radical del mundo lo que llevara a Castoriadis a este tipo de pensamiento complejo sobre la realidad. Al fin y al cabo, sus lecturas de Freud, entre otros, y su posterior ejercicio como psicoanalista, le permitieron entender que quizá los atributos que toda la historia del pensamiento occidental había considerado concomitantes a lo real (que Castoriadis englobaba en su idea de una ontología conjuntista e identitaria) no habían sido más que el subproducto de una estrechez de miras. ¿Qué ocurre si abandonamos objetos cotidianos como la mesa o el lápiz como paradigma de lo existente y ponemos en su lugar cosas como el sueño o las creaciones artísticas? Sin duda la creación, el cambio, adquieren una posición central.
Es justamente también este cambio el que se busca aplicar al mundo social e histórico. El cambio histórico no es determinado. No existen matemáticas de lo social. Existe, en cambio, la posibilidad de reapropiarse de la interrogación radical que los griegos, en su doble invento de la filosofía y la democracia, convirtieron en una posibilidad histórica. Una posibilidad frágil, transitoria y por supuesto nunca garantizada. La democracia para el pensador grecofrancés es el régimen trágico por excelencia. Es el esfuerzo de construir sentido sobre el caos sin fondo que constituye la realidad. Es el ejercicio heroico de seguir defendiendo unas murallas que sabemos frágiles, inconstantes y, ante la existencia de la muerte, impotentes.
Un pensamiento complejo y polimorfo, que se aventura desde las orillas de la ciencia hasta las simas de la psique, pasando por las altas cumbres del pensamiento político o económico. Un ejercicio arriesgado que supo plantarle cara a su tiempo y denunciar sus dogmas fundadores: el economicismo, la pulsión del crecimiento, el progreso, la ilusión de nuestra dominación de la naturaleza… En fin, y utilizando la imagen que fue tan cara al filósofo en vida, un largo tramo de hilo de Ariadna que permitirá a cualquier aventurado internarse con algo más de alivio, aunque alerta ante los muchos peligros, en el laberinto que es y siempre será nuestro breve paso por el mundo.
Los estudios aquí reunidos tratan de dar cuenta, precisamente, de la complejidad, la extensión y, por qué no, la belleza de ese hilo rojo en mitad del laberinto. En el primero de todos ellos, titulado “Exilio y creación. Recorrido por la trayectoria filosófica y política de Castoriadis,” Nicolas Poirier arranca de las conexiones productivas entre la trama biográfica de Cornelius Castoriadis y el devenir intelectual de su propuesta ontológica y política. Poirier conecta de un modo preciso y muy sugerente la crítica a los conceptos tradicionales de la filosofía Occidental con la experiencia desgarradora del exilio en Francia y con la emergencia de una trenza conceptual ineludible entre desorden, institución y creación en el marco del devenir histórico de las sociedades humanas.
Este punto de partida amplía el recorrido del dossier hacia la presencia siempre fértil de Platón en la filosofía de Castoriadis. En su artículo “Castoriadis ante la tradición platónica. Algunas observaciones sobre una lectura a contracorriente,” José María Zamora nos recuerda que, en la ontología política de Castoriadis, Grecia nunca ha sido la ocasión para una recuperación idólatra del modelo ejemplar clásico, sino el germen indispensable de todo proyecto de autonomía y emancipación. Desde una lectura atenta de los seminarios dedicados al Político de Platón, Zamora persigue el progresivo distanciamiento de Castoriadis con respecto a la tradición platónica y neoplatónica e incide en las condiciones de inteligibilidad del nacimiento de la democracia, la filosofía y la historia en la Antigua Grecia. Sin abandonar el horizonte de la tradición griega, el artículo de Diego S. Garrocho, “La ciudad y el límite,” formula una aproximación sugestiva al filósofo grecofrancés. Desde el reconocimiento de los matices velados de nuestras instituciones contemporáneas en la ciudad griega de Castoriadis y teniendo en cuenta el uso y la recuperación del concepto de ápeiron en Anaximandro y Aristóteles, Garrocho aventura una lectura crítica de la interpretación castoridiana que, sin embargo, no puede sino leerse como un cálido homenaje a su rendimiento filosófico y a sus aportaciones políticas.
El artículo de María Cecilia Padilla, “A theory of tragedy in Cornelius Castoriadis,” aborda la concepción castoridiana de la tragedia ática y su conexión con la democracia ateniense. Un régimen político que, a juicio de Castoriadis, asume la condición trágica de la cosmovisión arcaica y opera activamente como un mecanismo estético-político de autolimitación en el marco del proyecto de autonomía radical. Una ventana al Caos, en definitiva, que permite al mundo griego no solo descubrir el abismo, sino también gestionarlo humanamente. Desde un nuevo ángulo de intereses, Liliana Ponce escribe un texto titulado “De Rosa Luxemburgo a Cornelius Castoriadis”, donde encontramos una interesante identificación del neoliberalismo contemporáneo no solo con un régimen político o económico, sino con una forma de vida en sentido pleno. Ponce aborda las conexiones entre el pensamiento de Castoriadis y de Luxemburgo preguntándose por la posibilidad de una resignificación del sentido de la acción política en el marco de esa nueva figura de la barbarie con la que podemos identificar al neoliberalismo. Por su parte, e insistiendo en esta línea de investigación, Germán Rosso profundiza en el concepto de autonomía desde la crítica de Castoriadis a la posición del proletariado como sujeto revolucionario en la teoría marxista. Partiendo de estas consideraciones, “De la clase revolucionaria a la subjetividad humana” nos conduce, además, a un diálogo productivo con los presupuestos psicoanalíticos freudianos que pretende tomar distancia de aquellas interpretaciones que reducen el proceso de transformación del individuo a una paulatina toma de conciencia.
En “El quiasma de la igualibertad: la comunidad de Castoriadis”, Irene Ortiz Gala arroja una pregunta fundamental al proyecto político del pensador grecofrancés: ¿es necesario afrontar en clave quiasmática las nociones de igualdad y de libertad o existe la posibilidad de abordarlas independientemente en la configuración del proyecto instituyente? Desde la lectura crítica de su coyuntura, el artículo avanza hacia una consideración clave de la figura del derecho como elemento jurídico que garantiza los privilegios que se quieren otorgar a los integrantes de la comunidad en el proyecto instituyente (la igual participación). Continuando con la figura del quiasmo, Lorena Ferrer Rey nos ofrece, en “El pozo y su brocal”, un hermoso y profundo recorrido por las conexiones entre las filosofías de Castoriadis y Merleau-Ponty, insistiendo en el alcance conceptual y el rendimiento político de la noción de imaginario, así como en la productividad de los pares conceptuales psique/sociedad, tradición/novedad y autonomía/heteronomía.
Por último, y a modo de cierre, el artículo de Adrián Almazán ofrece al lector una síntesis de las líneas generales de la ontología del mundo sociohistórico de Castoriadis. Una excelente aproximación que nos permite, además, comprender en su riqueza la teoría de la sociedad del filósofo grecofrancés y los conceptos centrales de la misma (imaginación, creación radical, mundo instituido o condicionante a la creación). Desde este enclave, y abriendo las posibilidades teóricas del artículo a futuros programas de investigación, Almazán problematiza algunos de los elementos de la propuesta de Castoriadis prestando particular atención a la noción de significación imaginaria social y reflexionando sobre la idea de la sede de las significaciones.
Como puede verse, los trabajos aquí presentados ofrecen un conjunto de indagaciones transversales en torno a la propuesta de Cornelius Castoriadis, a su posición en la historia del pensamiento filosófico y a su rendimiento en la política contemporánea. Esperamos que su recepción contribuya a reactivar de modo productivo aquella pregunta recurrente que el propio Castoriadis, desde el siglo pasado, gustaba de arrojar a un futuro tan incierto como exigente: “¿qué relación, además de pasiva, podemos tener con el pasado?.”