Política y sobredeterminación. Foucault ante el discurso posestructuralista de Laclau y Mouffe
Politics and Over-determination. Foucault Facing the Poststructuralist Discourses of Laclau and Mouffe
Luis Félix Blengino
Universidad Nacional de La Matanza, Argentina
RESUMEN La hipótesis que se pretende sostener en este artículo es que la definición foucaultiana de política de 1979, i.e. el juego entre gubernamentalidades heterogéneas, sobredetermina a otras dos dimensiones del concepto: a la relación bélica o antagónica entre sujetos (1973/1976) y a la resistencia de una forma de subjetivación ante una gubernamentalidad (1978). Para ello, se debe abordar el problema de la posible relación entre la sobredeterminación y el concepto foucaultiano de política. En este sentido, el trabajo de Laclau y Mouffe y la crítica de Althusser delimitan el campo de la indagación, aunque no lo agotan. El contraste servirá para sacar a la luz las implicancias de una interpretación foucaultiana de la sobredeterminación y así describir las críticas de Foucault al modelo posestructuralista para pensar la política. A partir de esto, se propone argumentar que los últimos escritos de Mouffe parecen orientarse a sortear los peligros señalados por Foucault, acercando su reflexión a la del filósofo francés.
PALABRAS CLAVE Foucault; Política; Postestructuralismo; Laclau; Mouffe.
ABSTRACTIn this paper, I intend to defend the following hypothesis: Foucault's definition of politics from 1979, i.e. the game between heterogeneous governmentalities, overdetermines the two other dimensions of the concept: the warlike or antagonistic relationship between subjects (1973/1976) and the resistance of a form of subjectivation against a governmentality (1978). To this end, I address the problem of the possible relationship between overdetermination and the Foucauldian concept of politics. In this sense, Laclau and Mouffe’s work and Althusser’s criticism delimit the field of inquiry, although they do not exhaust it. This contrast will serve to bring to light the implications of a Foucauldian interpretation of overdetermination and thus describe Foucault’s critiques of the poststructuralist model for political thought. From this, I intend to state the fact that Mouffe’s latest writings seem to be oriented towards avoiding the risks that Foucault pointed out, bringing her reflection close to that of the French philosopher.
KEY WORDS Foucault; Politics; Postestructuralism; Laclau; Mouffe.
RECIBIDO RECEIVED 2/5/2020
APROBADO APPROVED 15/9/2020
PUBLICADO published 30/1/2021
NOTA DEL AUTOR
Luis Félix Blengino, Departamento de Derecho y Ciencia Política, Universidad Nacional de La Matanza, Argentina. Investigador Asistente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina (CONICET).
Este trabajo fue realizado con financiamiento del Proyecto de investigación PROINCE D061: “Función y forma del/los Derecho/s a la luz de las definiciones de política y Estado en la perspectiva de la historia de la gubernamentalidad de Michel Foucault en sus últimos cursos (78-81).”
Correo electrónico: luis.blengino@gmail.com.
Dirección postal: Emilio Lamarca, 46, 4, CABA, Argentina.
Orcid: https://orcid.org/0000-0003-4428-0115
La hipótesis que pretendo sostener en este artículo es que la definición foucaultiana de política de 1979 -i.e. el juego entre gubernamentalidades heterogéneas- sobredetermina a otras dos dimensiones del concepto -i.e. a la relación bélica o antagónica entre sujetos (definida entre 1973 y 1976) y la resistencia de una forma de subjetivación ante una gubernamentalidad (de 1978)-. Sin embargo, esta hipótesis conduce al problema de la relación entre la sobredeterminación (un concepto de otro campo disciplinar, el psicoanálisis) y el concepto foucaultiano de política. El trabajo de Laclau y Mouffe y las críticas a Althusser delimitan el campo de esta indagación, pero no lo agotan; el contraste servirá para sacar a la luz las implicancias de la interpretación foucaultiana de la idea de sobredeterminación. Sin embargo, para avanzar con las definiciones aludidas es preciso tomar en cuenta una observación de 1977. En este sentido, la indagación del concepto de sobredeterminación permitirá evitar cualquier ambigüedad respecto de la identificación en el pensamiento foucaultiano de una sobredeterminación, en última instancia económica, de la política. En efecto, la crítica foucaultiana de la sobredeterminación no solo apunta hacia la economía, sino también a la política. La crítica a la sobredeterminación, no obstante, no se puede desligar de la advertencia de Foucault respecto a los peligros de la matriz posestructuralista que se apoya en la diferencia entre la política y lo político en sus diferentes versiones. Desde la perspectiva de lectura que pretendo sugerir, los últimos escritos de Mouffe parecen proponerse sortear tales peligros, acercando su reflexión a la de matriz foucaultiana.
La fórmula de Althusser
En Contradicción y sobredeterminación, de 1965, Althusser proponía una ruptura epistemológica hacia el interior del campo del marxismo, al señalar que la contradicción fundamental de clase está “intensamente sobredeterminada” (2010, p. 85) y que esto, lejos de ser la excepción, es la regla misma. Con el concepto de contradicción sobredeterminada, el filósofo marxista explora una alternativa teórica para dar cabida a la cuestión de la contingencia en confrontación con el determinismo economicista. En efecto, sus argumentos se dirigen contra las interpretaciones propensas a caer en reduccionismos economicistas que se apoyan en una interpretación simplista de la inversión marxiana de la dialéctica hegeliana, derivada de la famosa metáfora arquitectónica del prólogo de las Contribución a la Crítica de la Economía Política (Marx, 2014), que distingue y relaciona jerárquicamente entre dos niveles para el análisis: la base material y la superestructura. Como señalan Biglieri y Perelló al respecto: “estamos ante la idea de que la sociedad posee un centro o núcleo duro (la base material o la economía) desde el cual irradian efectos” (2012, p. 18). Las leyes objetivas de la historia darían sentido entonces tanto a las relaciones de la base material, como a los efectos que ellas determinan, y así pretenderían brindar seguridad sobre el hecho de que “la historia seguiría su curso necesario, pero ahora a partir del principio material de las leyes objetivas de la historia” (ib., 2012, p. 19).
Si se pretende escapar de esta perspectiva determinista debe romperse con la herencia hegeliana subyacente a estos pensamientos. Althusser interpreta la dialéctica hegeliana como una contradicción simple, i.e. no sobredeterminada. En efecto, esto sería lo que permite a Hegel reducir “todos los elementos que forman la vida concreta de un mundo histórico [...] a un principio de unidad interna” y esta reducción misma solo es posible “bajo la condición absoluta de considerar toda la vida concreta de un pueblo como la exteriorización-enajenación de un principio espiritual interno” (Althusser, 2010, pp. 83-84). Althusser presenta el problema a partir de lo que considera que es una caricatura que surge por una forma errónea de invertir a Hegel para comprender a Marx. Se trataría del intento de invertir la relación de los términos hegelianos, pero conservándolos. Transformando la esencia en fenómeno y el fenómeno en esencia:
El principio puro de la conciencia (de sí de un tiempo), principio interno simple que, en Hegel, es el principio de inteligibilidad de todas las determinaciones de un pueblo histórico, habría sido sustituido por otro principio simple, su contrario: la vida material, la economía, principio simple que llega a ser a su vez principio único de inteligibilidad universal de todas las determinaciones de un pueblo histórico (Althusser, 2010, p. 88).
Sin embargo, no debería ser este el camino a seguir ya que Marx no solo invierte a Hegel, sino que sustituye sus términos: “En Marx, son a la vez los términos y su relación lo que cambia de naturaleza y de sentido” (Althusser, 2010, p. 89). No se trata, por lo tanto, de la simple inversión que se daría con señalar, frente a la tesis hegeliana acerca de que el estado es la verdad de sociedad civil, la tesis opuesta de que la verdad del estado se encuentra en las relaciones económicas que lo determinan.
Por el contrario, de acuerdo con Althusser, Marx elabora una “concepción nueva de la relación de instancias determinantes en el complejo estructura-superestructura que constituye la esencia de toda formación social.” Marx propondría así “una nueva relación entre nuevos términos” (2010, p. 91). Según esta, existen dos extremos de una cadena: la determinación, en última instancia económica, y la autonomía relativa de las superestructuras y su eficacia específica. En efecto, la clave para comprender la idea de contradicción sobredeterminada está en el concepto de “eficacia específica.” A saber, en la cuestión que plantea la existencia de una “acumulación de determinaciones eficaces (surgidas de las superestructuras y de circunstancias particulares nacionales e internacionales) sobre la determinación en última instancia por la economía” (2010, pp. 92-93). De este modo, mientras en la dialéctica de Hegel y del marxismo economicista que lo hereda hay una contradicción simple, en la dialéctica del Marx defendido por Althusser se trataría, por el contrario, de una contracción sobredeterminada. En efecto, la “idea de una contradicción ‘pura y simple’ y no sobredeterminada es, como lo dice Engels en relación a la frase economicista: ‘una frase vacua, abstracta y absurda’” (2010, p. 93). Por lo tanto, la explicación histórica de las revoluciones debe tomar en cuenta el modo en que operan la pluralidad de contradicciones que provienen de la superestructura para que la contradicción fundamental se active. Uno de los objetivos explícitos del argumento althusseriano es señalar un campo de investigación teórico política y alentar al marxismo académico a adentrarse en él. En este sentido, Althusser observa que hay que continuar los estudios de Gramsci en torno al problema de las superestructuras, en la medida en que “la teoría de la eficacia específica de las superestructuras y otras ‘circunstancias’ debe todavía ser en gran parte elaborada” (2010, p. 93).
La ruptura posmarxista de Laclau y Mouffe
Ernesto Laclau se inscribe en el camino propuesto por Althusser y, retomando a Gramsci y radicalizando sus postulados, formula su teoría posmarxista de la hegemonía, paso previo a su elaboración del populismo como caso paradigmático suyo. Como subrayan Biglieri y Perelló, la crítica de Laclau consiste en que con la idea de “sobredeterminación en última instancia económica,” Althusser no solo recayó en el principio de necesidad, sino también en la simplificación hegeliana. De esta manera, concluyen las autoras que “aunque estuvo a punto de romper con el marxismo, Althusser no llegó a dar ese paso. Paso que sí dieron Laclau y Mouffe, provocando lo que se conocería posteriormente como ‘la ruptura posmarxista’” (2012, pp. 21-22). Así, en la medida en la que Althusser no habría extraído todas las consecuencias que implicaba llevar el concepto psicoanalítico al campo del marxismo, habría quedado preso de una instancia última de anclaje que terminaría por retrotraer todo a la determinación simple del inicio.
Siguiendo la reconstrucción del concepto psicoanalítico de sobredeterminación realizada por Biglieri y Perelló (2012, pp. 23-27), hay que notar que este remite a la topología freudiana presentada en La interpretación de los sueños (1998). Según esta topología no hay plano fundante ni instancia determinada por una lógica de la necesidad. Desde esta perspectiva la contingencia es radical y, por lo tanto, el concepto de sobredeterminación y el de última instancia se excluyen recíprocamente. El concepto de sobredeterminación sirve para explicar la relación entre los dos niveles de la topología, i.e. entre el contenido manifiesto (siempre breve, pobre y lacónico) y el contenido latente (rico, variado y extenso). Así, el trabajo del sueño aparece como la traducción de un texto al otro que se opera a través de los mecanismos de condensación y desplazamiento. Dicha traducción constituye el nudo de la “hermenéutica sin fundamento último” freudiana (Biglieri y Perelló, 2012, p. 23). De este modo, los contenidos manifiestos aparecen como sobredeterminados (como siendo “el subrogado de”, en términos de Freud) por la multiplicidad del contenido latente. De aquí extraen como consecuencia Laclau y Mouffe (2010) la idea de una lógica articulatoria. En este sentido, la categoría de totalidad cerrada y determinada en última instancia quedaría superada por un modelo teórico que pretende explicar el modo en que los diversos elementos de lo social se articulan a partir de la fijación contingente de puntos nodales. Como explican Biglieri y Perelló “los puntos nodales son aquellos elementos en donde convergieron mayor cantidad de cadenas asociativas. Son —en otras palabras— los elementos sobredeterminados, aquellos que condensan la mayor cantidad de contenidos por mera asociación” (2012, p. 26).1 Por lo tanto, desde esta perspectiva posmarxista no habría leyes objetivas de la historia ni determinación en última instancia, pues la objetividad no sería más que “el efecto de un acto de poder, producto de un momento de cristalización de lo político, es decir, de la sobredeterminación de puntos nodales, de una articulación hegemónica dada que siempre es contingente” (2012, p. 27).
La crítica y la advertencia de Foucault
De acuerdo con Luciano Nosetto (2014), en el centro del desplazamiento foucaultiano respecto de la grilla bélica de inteligibilidad está la puesta en cuestión de la codificación clasista como garantía última de la articulación de las luchas. No sólo se trataría, entonces, de hacer hincapié en el concepto de lucha en la fórmula lucha de clases, sino sobre todo de abandonar el fondo clasista no elaborado que opera acríticamente como garantía de la unidad del planteo. Para abordar el problema Nosetto recurre al contraste entre dos hipótesis (la de 1972 y la de 1977) respecto al concepto de política. A los fines del argumento que pretendo sostener la segunda es la pertinente.2 En dicha ocasión Foucault afirma que:
Si es cierto que el conjunto de las relaciones de fuerza existentes en una sociedad dada constituye el dominio de la política, y que una política es una estrategia más o menos global que intenta coordinar y darles un sentido a estas relaciones de fuerza, pienso que se podría responder a sus cuestiones de la manera siguiente: la política no es lo que determina en última instancia (o lo que sobredetermina) las relaciones elementales y por naturaleza “neutras.” Toda relación de fuerza implica en todo momento una relación de poder (que es en cierto modo su forma momentánea) y cada relación de poder reenvía, como a su efecto pero también como a su condición de posibilidad, a un campo político del que forma parte. Decir que “todo es político” quiere decir esta omnipresencia de las relaciones de fuerza y su inmanencia en un campo político (1992, pp.168-169).
La hermenéutica de Nosetto muestra que Foucault no solo rechaza la idea de reducir la política a un centro, a su definición institucional en términos de Estado y gobierno, sino que también subraya que “el dominio de la política no se agota en la lucha de clases o en la determinación económica en la medida en que las relaciones económicas son inherentes al dominio político sin por ello agotarlo ni dictarle su ley” (Nosetto: 2014, p. 53). En la definición es evidente la referencia implícita de Foucault a Althusser para tomar distancia tanto respecto de la conceptualización de los aparatos de Estado como respecto de la sobredeterminación en última instancia económica. En este sentido, Foucault recusaría tanto la perspectiva descendente del poder desde un centro de irradiación, como la idea de que las relaciones económicas sobredeterminan todas las demás relaciones sociales. En efecto, como sostiene Nosetto, “las relaciones económicas deben ser destronadas de toda localización privilegiada y relocalizadas al interior de las relaciones de fuerza. Toda determinación en última instancia deberá ser suspendida” (2014, p. 54). Por otro lado, Nosetto sostiene que también habría que tener en cuenta que en dicha definición se manifiesta cierto refinamiento en la elaboración de la grilla bélica a partir de un desplazamiento en la noción de estrategia. Este refinamiento consistiría sobre todo en dejar de pensar la política como lucha por el poder para comenzar a pensar la política como “dominio específico en que las relaciones de fuerzas son coordinadas estratégicamente” (2014, p. 55). Por lo tanto, mientras el conjunto de las relaciones de fuerzas sería el dominio de la política, las estrategias de coordinación y finalización constituirían su operatoria.
Por otra parte, esta crítica foucaultiana a la matriz de análisis althusseriana debe ser complementada con una advertencia sobre la matriz posestructuralista, que responde al problema de la sobredeterminación. Cabe realizar un rodeo para introducir dicha advertencia. De acuerdo con Potte-Bonneville (2007) “la oposición radical” entre Foucault y Heidegger
se relaciona con la elección del miedo y la cautela contra la angustia. En Foucault son los peligros, y los miedos que ellos suscitan, los que plantean una interpretación correlativa del ser del hombre y del ser de las cosas. […] La asignación de lo peligroso circunscribe un estar-en-el-mundo, y no a la inversa (p. 286).
El vínculo profundo entre las dos tomas de posición filosófica —“dos enigmas esenciales” o “dos escándalos masivos” (Potte-Bonneville, 2007, p. 286) — de Foucault, i.e. negar la unidad del sujeto y rechazar la diferencia ontológica, se hallaría en que “el peligro es siempre singular, el sujeto que se enfrenta a él se singulariza en esa relación: como dice Michaux, el lobo teme al violín, el elefante a los ratones…” (2007, p. 287). Para el comentador, la “elección del miedo” es una opción gnoseológica y una decisión ética, en cuanto impide “alejarse de las positividades en nombre de una angustia más profunda.” Es por ello que el diagnóstico de la coyuntura no es preparatorio, sino crucial. Su conclusión es contundente: “Si el miedo es la angustia caída al mundo, el pensamiento, en Foucault, también debe caer para cumplir su tarea” (2007, p. 287). Ahora bien, para disponerse a tal caída el pensamiento político, como cualquier pensamiento, debe tomar precauciones ante ciertos peligros.
Como señalamos, la oposición entre estas dos “formas filosóficas de la inquietud” permite volver a poner en perspectiva cierta advertencia que circunscribe la indagación foucaultiana en torno de la política. En este sentido, hay que tener en cuenta la advertencia que Foucault realiza en la clase del 2 de febrero de 1983 cuando señala el riesgo teórico y práctico que acecha al modelo posestructuralista sustentado en la diferencia ontológica.3 En efecto, de acuerdo con Foucault el estudio (óntico) del juego político, con su dinámica propia según la coyuntura, acechado por una contingencia radical y atravesado por fuerzas históricas no debería ser excluido del análisis político en nombre de un sentido más propio de lo político, identificado como el momento de la ruptura y la emergencia del conflicto. Como señala Foucault:
Los problemas del poder, son en sentido estricto problemas de la política, y nada me parece más peligroso que ese famoso deslizamiento de la política a lo político utilizado en neutro (“lo” político), que en muchos análisis contemporáneos sirve, a mi juicio, para enmascarar el problema y el conjunto de problemas específicos que son los de la política, la dynasteia, el ejercicio del juego político, y de éste como campo de experiencia con sus reglas y su normatividad (2009, p. 171).
Como puede observarse a partir de ambas consideraciones, la distinción conceptual entre poder y política es claramente heterogénea respecto de la distinción entre lo político y la política. Antes bien, la distinción foucaultiana entre relaciones de poder y política pareciera disponer a través de una lógica estratégica, un campo de problematización de la política como campo inmanente a las relaciones de poder. Previo a volver sobre la diferencia entre la grilla foucaultiana y la posestructuralista de cuño heideggeriano para dimensionar la advertencia de Foucault ante el peligro de dicha perspectiva analítica es preciso desarrollar una reconstrucción del concepto foucaultiano de política, tal como lo llevo trabajando desde hace un tiempo (cf. Blengino, 2018).
La topología política de Foucault
Para comprender en qué sentido los problemas del poder son también los problemas de la política es necesario advertir la especificidad y las conexiones entre ambos conceptos. Por una parte, lo primero que hay que recordar es que para Foucault el poder no es una sustancia, sino una forma de relación entre individuos o grupos, entre fuerzas históricas que se apoyan en tecnologías y saberes. Estas relaciones de poder constituyen relaciones de gobierno estratégicamente orientadas a la conducción de la conducta del otro a través de la determinación táctica del campo de su acción posible, en vistas a una serie de objetivos específicos. Se puede gobernar, en este sentido, a una población, a un grupo dentro de ella, o a los individuos. El concepto de gubernamentalidad, en efecto, es acuñado por Foucault para estudiar la especificidad de estas relaciones de poder. En Nacimiento de la biopolítica esta idea es explicitada del siguiente modo:
El término mismo de poder no hace otra cosa que designar un [ámbito] de relaciones que resta analizar por completo, y lo que propuse llamar gubernamentalidad, es decir, la manera de conducir la conducta de los hombres, no es más que la propuesta de una grilla de análisis para esas relaciones de poder (2007, p. 218).
Por otra parte, para demarcar la concepción foucaultiana de la política es preciso referirse a la serie de definiciones —más bien hipótesis o preguntas— que el profesor ensaya en los cursos de finales de los setenta. La primera definición a ser destacada por su lugar preponderante en la economía argumentativa es aquella con la cual Foucault cierra el curso de 1979 y, con él, la reconstrucción de la historia política de la gubernamentalidad. A saber, la política como relación estratégica contingente entre artes de gobernar heterogéneas. En efecto, haciendo un uso específico de la idea de gubernamentalidad —entendida como racionalidad estratégica de gobierno y como conjunto de relaciones y tecnologías de poder que organizan las técnicas que permiten su ejercicio efectivo en coyunturas determinadas— Foucault enumera tres tipos generales cuyas relaciones estratégicas —instrumentales, lúdicas y bélicas (cf. Nosetto, 2014, pp. 59-67)— constituyen la especificidad de la política según esta definición. La segunda definición a destacar es la apuntada en el manuscrito sobre la gubernamentalidad, la que identifica a la política con la resistencia a una gubernamentalidad específica.4 En tercer y último lugar, debe tenerse en cuenta la primera definición, aquella ensayada por Foucault en 1976 y que aparece como continuación de la exploración iniciada en 1973: la política como continuación de la guerra por otros medios (cf. Blengino, 2018, pp. 313-334).
Foucault es claro: la política no es lo que determina en última instancia (o lo que sobredetermina) unas relaciones de fuerza elementales y por naturaleza neutras. Si bien poder y política deben poder diferenciarse no se trata de dos niveles: el de las relaciones sociales neutras de fuerza y el de la política que las sobredetermina. Por el contrario, si toda relación de fuerza implica a cada momento una relación de poder, cada relación de poder reenvía a un campo político del que forma parte en cuanto es tanto su condición de posibilidad como su efecto. De ahí que Foucault concluya que todo es político, lo que refiere a la omnipresencia de las relaciones de fuerza y de su inmanencia a un campo político. La definición está lejos de ser clara, pero es indudable que el vínculo foucaultiano entre las relaciones de poder y la política no se juega en una topología completamente homologable a la ontología posmarxista.
La política como campo y como dominio remite a su carácter de condición de posibilidad de las relaciones de poder. En este sentido, supuesta la imposibilidad de relaciones de poder neutras y elementales, debido a su pertenencia inmanente a un campo político, se sigue que el conjunto de las relaciones de poder es político, al menos en lo que respecta al reenvío hacia la política como a la condición de posibilidad de las relaciones de poder. En la medida en que la existencia de la multiplicidad de relaciones de poder en una sociedad dada tienen su condición de posibilidad en un campo político dado del que forman parte, puede decirse que el conjunto de estas relaciones de poder omnipresentes al reenviar hacia el campo político como a su condición de posibilidad, permiten concluir que todo es político; puesto que se trata de la omnipresencia de unas relaciones de poder que se inscriben en el campo inmanente de la política, en el cual una estrategia de coordinación global del conjunto de las relaciones de poder está siempre operando. Foucault más adelante utilizará el concepto de gubernamentalidad como generalidad singular para referirse a la estrategia global de coordinación de las relaciones de fuerzas y de poder en una sociedad dada.5 Por otra parte, cabe señalar que recíprocamente, de acuerdo con Foucault, las relaciones de poder producen efectos en el campo político en el que se insertan e incluso pueden llegar a producir un campo político determinado como su efecto. En este sentido, puede señalarse que si todo es político en cuanto remite las relaciones de poder al campo de la política como su condición de posibilidad, no todo es político si se lo considera desde la óptica de los efectos. Si todo (el conjunto de las relaciones de poder) es político porque el campo político es la condición de posibilidad del conjunto de esas relaciones de poder en una sociedad dada, en contrapartida, no todas (no cualquiera) las relaciones de poder en una sociedad dada (nunca neutras, ni elementales, i.e. políticas en cuanto es su condición de posibilidad) son políticas en el sentido de producir efectos en el campo político en el que se inscriben. Aparece, entonces, bajo otra la luz el problema de la acumulación de determinaciones eficaces que Althusser alentaba a estudiar. Sólo algunas relaciones de poder tienen efectos sobre las estrategias globales de coordinación que operan en el dominio político, así como sólo algunas luchas son eficaces para producir efectos en el campo político.
En los términos de Nosetto, habría que decir que la política en cuanto dominio estratégico es condición de posibilidad de las relaciones de poder a nivel local (táctico) y global (estratégico) y en ese sentido es que todo es político, pues estas relaciones de poder se inscriben en un campo político que asigna los lugares y las orientaciones estratégicas. Ahora bien, en la medida en que la política se refiere al nivel estratégico de las coordinaciones globales de las relaciones de poder, y dado que hay relaciones de poder que operan a nivel local (táctico); se sigue que si no todas relaciones de poder remiten al nivel estratégico (político) de las coordinaciones, entonces, no todo es político, sino solo lo relativo a la coordinaciones globales. Como corolario, se sigue que no todo tiene efectos en el campo de la política. No todas las relaciones de poder que operan a nivel local buscan, ni las que operan a nivel global siempre logran tener efectos a nivel político.
La política como relación estratégica
Si retomamos las consecuencias que extraen Laclau y Mouffe de su crítica de la sobredeterminación, en última instancia althusseriana, hay que recordar que para ellos lo social es político y lo político remite a una dimensión fundamental ontológica. En este sentido, lo social siempre está sobredeterminado —los puntos nodales de la articulación social están sobredeterminados políticamente—. Cuando ya no hay última instancia, cuando ya no es la economía la que sobredetermina, entonces se abre el camino a pensar la contingencia radical de todo orden social y el modo en que lo político sobredetermina lo social, i.e. los puntos nodales de la articulación social.
El rechazo de Foucault a la fórmula althusseriana alcanza también a su reinterpretación laclauviana en la medida en que implica la impugnación no solamente de la idea de una situación sobredeterminada en última instancia económicamente, sino también de la idea de una situación en la que lo político se convierte en la instancia que sobredetermina unas relaciones de fuerza elementales y por naturaleza neutras. Aquí se ancla la crítica foucaultiana de la sobredeterminación como concepto: ni lo económico sobredetermina en última instancia lo político, ni lo político parece ser simplemente la instancia que sobredetermina lo social. El problema para Foucault quizás sea la explicación misma en términos de sobredeterminación, en cuanto conduce a la elevación de lo político a una dimensión ontológica. Como ya ha sido señalado, unos años más tarde Foucault advertirá sobre los peligros a que nos exponen las explicaciones que postulan un ámbito de lo político. En este sentido, en la definición de 1977 se puede ver el gesto con el que Foucault opone la explicación a través de la lógica de la sobredeterminación frente a la explicación a través de la lógica de la estrategia. La explicación estratégica remite la política al campo de inmanencia de las relaciones de poder, i.e. como dominio estratégico que tiene su operatoria específica en las estrategias de coordinación de las relaciones de poder. La explicación por la sobredeterminación conduce a la política, a través de una topología de dos niveles, a la distinción entre una dimensión ontológica —lo político— y una dimensión óntica —lo social, la política, lo institucional, lo policial, según el caso—. Desde la perspectiva foucaultiana no se trata, por lo tanto, de subrayar e insistir con que la dimensión ontológica (lo político) sobredetermina contingentemente (pues ya no hay centro determinante en última instancia) el plano de lo óntico (la política), se trata de tener cuidado de no caer en el mismo problema del que se partió en la tradición marxista: plantear la cuestión en términos de una topología de dos lugares para hacer foco, casi exclusivamente, en uno de ellos, el que se considera más importante, i.e. el que sobredetermina; lo que relega a un segundo plano el orden de lo sobredeterminado, reduciéndolo ocasionalmente a la mera constatación fáctica. Lo institucional, la policía, la política, lo social son conceptos que en estos planteos sirven mayormente de trasfondo y punto de referencia para el desarrollo de una perspectiva teórica que toma como su objeto privilegiado lo que corresponde, por contraste, a la dimensión de lo político, es decir, a la lógica que opera en esa instancia ontológica. El problema, si se quiere retomar la idea heideggeriana para invertirla en estos términos foucaultianos, no sería tanto el olvido del ser (el plano ontológico) a favor del ente (el plano óntico); antes bien, el problema sería que al plantear las cosas así se corre el riesgo de subestimar lo que cae bajo la dimensión óntica (de la política). El peligro a que nos expone esta matriz de análisis (discursivo) es, si se quiere, el inverso exacto del que plantea Heidegger: el olvido del ente, i.e. de la dimensión óntica (la política) a manos de una preocupación por el ser, i.e. por la dimensión ontológica (lo político) —por el acontecimiento de ruptura, por el antagonismo, por el poder constituyente— que se vuelve prácticamente excluyente en esta corriente de pensamiento. Lo que preocupa a Foucault no es el debate ontológico, sino el peligro al que este nos conduce.
La impugnación foucaultiana de esta perspectiva es ética y no solo gnoseológica, ya que apunta en la dirección de los efectos teóricos y de los peligros a que nos exponen. Hay que concluir, por lo tanto, que la política no se identifica con el momento de la sobredeterminación de una serie de relaciones de poder neutras y fundamentales y que para Foucault el concepto para pensar la relación entre poder y política es el de estrategia. No se propone entonces sostener que para este autor la política sea la instancia que sobredetermina a las relaciones sociales.
La política como campo de experiencia sobredeterminado
Cada vez que Foucault formuló (o le formularon) la pregunta por la política, respondió con una reduplicación de la misma y arriesgando una hipótesis siempre diferente, que alumbra algunos aspectos de la política como campo de acción y pensamiento. Así, al triángulo de las tecnologías de poder y al triángulo de las artes de gobernar parece que se le superpone un tercer triángulo: el de la política. En este, las relaciones antagónicas entre sujetos colectivos (hipótesis de la guerra civil/guerra de 1973/1976) y entre una subjetivación política y una gubernamentalidad (hipótesis de la resistencia de 1978) aparecen sobredeterminadas por el juego, el debate, el combate y los ajustes entre gubernamentalidades heterogéneas (hipótesis de las relaciones estratégicas de 1979). Esta perspectiva de un triángulo de la política como campo de experiencia sobredeterminada es la que permite tomar en cuenta las dimensiones heterogéneas de la relación política y así ocuparse, más acá de la división entre la política y lo político, de elementos que pertenecen, de pleno derecho, al campo de la reflexión política, como son los problemas de la dynasteia, la parrhesía política, la aleturgia, el liderazgo y la constitución de una voluntad colectiva popular; las relaciones entre estado, gobierno y arte de gobernar; la coordinación de las estrategias de resistencia, las prácticas de libertad y la liberación.
En síntesis, la política entendida como relación estratégica entre artes de gobernar que sobredetermina las luchas y las resistencias permite señalar los siguientes aspectos o dimensiones de la política como ámbito de problematización: a) La política como una relación instrumental de ajustes, apoyos y encabalgamientos tecnológicos que son coordinados por estrategias de conjunto regidas por una relación de dominio-subordinación, vinculadas a la idea de gubernamentalidad qua “generalidad singular” y al triángulo de las tecnologías de poder. b) La política como una relación lúdica de competencia de acuerdo con las ideas de juego y debate, ya sea entre artes o racionalidades alternativas, ya sea en torno de las de tecnologías heterogéneas en términos tácticos. c) Como una relación bélica de confrontación, de acuerdo con las ideas de combate, enfrentamiento y rebate entre artes o racionalidades alternativas (cf. Foucault, 2007).
Respecto de estas dimensiones es pertinente retomar el concepto de estrategia tal como aparece en “El sujeto y el poder” (2001b), donde Foucault le dedica el último apartado a la relación entre relaciones de poder y relaciones de estrategia.6 Allí se comienza por distinguir tres usos de la palabra estrategia: a) el primero tiene un sentido general y alude a la racionalidad instrumental puesta a funcionar para alcanzar un objetivo determinado; b) el segundo, tiene un sentido lúdico según el cual se trataría del juego de las representaciones calculadas recíprocamente enfrentadas con el fin de obtener una ventaja; c) el tercero, tiene un sentido bélico referido a los procedimientos puestos a funcionar para la neutralización y la desposesión de los instrumentos y medios de combate del oponente, con el objetivo de ponerlo en la situación de abandonar la lucha y así obtener la victoria.
De acuerdo con esto, la primera acepción —instrumental— permite comprender políticamente las racionalidades gubernamentales en términos de estrategias de coordinación que ponen en correlación tecnologías y técnicas. Se trataría, en este sentido, de la relación estratégico-política general entre tecnologías y artes de gobernar que configuran una gubernamentalidad qua generalidad singular. La segunda, se refiere a una relación de competencia entre racionalidades alternativas y tecnologías heterogéneas que está a la base de la conducta de los actores que, a través de ellas, persiguen el objetivo de obtener una ventaja, es decir, una posición dominante o hegemónica frente a sus adversarios, en un juego en idea probablemente indefinido. Se trata de la relación de gobierno entre los sujetos, entendida como conducción de conductas, sobredeterminada por la relación lúdica entre las tecnologías y gubernamentalidades que permiten determinar el campo de la acción posible de los otros. La tercera, se refiere a una relación antagónica entre sujetos que aparece mediada por la relación con las racionalidades de gobierno, las tecnologías y/o las estrategias del adversario. En efecto, la neutralización y privación de los instrumentos del oponente e imposición de los propios son los objetivos de la confrontación. Se trata de la lucha por el control de los instrumentos de gobierno del otro. Por lo que, en primera instancia no se trataría de una mera relación entre sujetos colectivos enemigos, sino de un sujeto colectivo particular que rebate y combate determinadas racionalidades de gobierno y tecnologías de poder, por medio de las cuales pasa el antagonismo con el otro enemigo. La relación entre los enemigos, entonces, pareciera estar mediada generalmente —salvo en los casos en que se busca eliminar al enemigo por sus características propias, ya sea raciales, biológicas, étnicas o culturales— por la disputa en torno de la neutralización y la imposición de tecnologías y artes de gobernar alternativas.
En consecuencia, se comprende el sentido acotado al ámbito de las tres definiciones de política que damos a la categoría de sobredeterminación. No se trata de la sobredeterminación de las hegemonías sociales por lo político, sino de la sobredeterminación de los conflictos políticos ante una gubernamentalidad o entre enemigos por la densidad histórica del juego político, entendido como el conjunto de las relaciones estratégicas que se dan entre diferentes artes y racionalidades de gobierno. En este sentido, puede afirmarse que la delimitación del campo de aplicación del concepto de sobredeterminación lo restituye de algún modo a su campo de aplicación original, que es el de la subjetividad. En definitiva, lo que se quiere sostener no es que lo político sobredetermina lo social; sino sencillamente que en el campo de la política, los procesos de subjetivación en el antagonismo (el carácter polemógeno de las identidades políticas) emergen sobredeterminados por la larga historia de las relaciones estratégicas entre gubernamentalidades heterogéneas. En efecto, la hipótesis de que la tercera definición sobredetermina las dos anteriores permite comprender cómo tanto la relación bélica entre sujetos antagónicos cuanto la relación de resistencia ante una tecnología de gobierno están mediadas históricamente por las relaciones estratégicas entre gubernamentalidades heterogéneas. Por lo tanto, si estas definiciones hipotéticas heterogéneas no se excluyen entre sí, sino que pueden leerse topológicamente como formando un triángulo, entonces se abre un campo de análisis de las relaciones instrumentales, lúdicas y bélicas entre artes de gobierno y entre tecnologías de poder que sobredeterminan las condiciones de emergencia de una subjetividad política.
En este sentido, el ámbito de estudio demarcado por esta topología foucaultiana de la política abre el análisis a la comprensión de una serie de relaciones históricas como políticas:
a) La relación, en sentido amplio e instrumental, de ajuste estratégico entre tecnologías de gobierno al interior de una gubernamentalidad entendida como generalidad singular.
b) La relación lúdica, de competencia entre racionalidades de gobierno alternativas, entre tecnologías heterogéneas y entre los grupos que buscan recíprocamente condicionar sus conductas a través de ellas, así como el debate que se desarrolla en torno de estas relaciones de ajuste y competencia.
c) La relación de oposición y enfrentamiento entre artes de gobernar: en la verdad, en la racionalidad del estado, en la racionalidad de los gobernados.
d) Las relaciones de resistencia a la gubernamentalidad, el enfrentamiento, la sublevación, es decir, la relación de oposición y confrontación del sujeto con las tecnologías y/o la gubernamentalidad hegemónicas, que por supuesto supone el enfrentamiento con enemigos concretos, aunque el objetivo estratégico sean las tecnologías de gobierno, i.e. su neutralización y eventual reemplazo;
e) Las relaciones de conducción y liderazgo, el problema de la dynasteia y la democracia y la tensión entre parrhesía y demagogia.
f) La relación ético-política a partir de la cual el sujeto se constituye como sujeto de una resistencia política. Por ejemplo, la emergencia del pueblo en cuanto forma de desconexión del dispositivo de sujeción poblacional así como la del militante respecto del dispositivo de subjetivación económica.
La modulación de Mouffe
La idea de una democracia agonística de Mouffe (2014) se propone matizar, en cierto modo, la dualidad a la que conduce el análisis cuando se centra en la diferencia entre lo político y la política, y así evitar el sesgo advertido por Foucault. En efecto, de acuerdo con la filósofa belga, el agonismo constituye una suerte de domesticación del antagonismo. La idea de domesticación implica un diferimiento de la naturaleza salvaje del animal, aunque nunca se puede estar completamente seguro de que el animal domesticado no ataque, pues aquella está siempre latente. De forma análoga, el agonismo no niega la posibilidad del antagonismo (que es su trasfondo permanente); sino que lo contiene y lo canaliza, y, aunque no puede asegurar su desaparición absoluta y permanente, tampoco lo fomenta, como ocurre cuando se busca un consenso universal racional. En este sentido, el agonismo es un concepto mediador vinculado a la lucha hegemónica entre adversarios que buscan imponer órdenes antagónicos en una comunidad plural. En efecto, la lucha agonística entre adversarios se distingue tanto de la relación amigo-enemigo, propia de la lógica del antagonismo; cuanto de la relación entre competidores, propia de la lógica económica. Por lo tanto, para Mouffe, pensar los problemas actuales de la política, tanto a nivel interno como internacional, supone un doble desafío: no reducir la política al momento del enfrentamiento antagónico, ni subsumirla al ideal del consenso racional. Se trata, en consecuencia, de pensar las instituciones que permiten canalizar los conflictos bajo una forma adversarial en el contexto de un consenso conflictual.
Por un lado, entonces, se trata de destacar la distinción entre antagonismo y agonismo con el fin de “concebir una forma de democracia que no omita la negatividad radical” (Mouffe, 2014, p. 16). En este sentido, pensar la cuestión del lazo social desde el modelo propuesto por Mouffe implica partir del antagonismo como dimensión ontológica inerradicable que está presupuesta en cualquier sociedad humana y sobre la que se constituye el lazo social como un epifenómeno de las prácticas hegemónicas.7 La dimensión del antagonismo, identificada con la idea de lo político en cuanto condición que no puede ser nunca definitivamente erradicada, aunque sí canalizada o domesticada, encuentra una modulación en la dimensión del agonismo aludida con la idea de la política, entendida como el conjunto de “prácticas, discursos e instituciones que busca establecer un determinado orden y organizar la coexistencia humana en condiciones que siempre son potencialmente conflictivas, ya que están afectadas por la dimensión de ‘lo político’” (2014, p. 22).
Por otro lado, se trata de contraponer el modelo agonal al modelo consensual con la finalidad de destacar “la importancia de las identidades colectivas y el papel central que juegan los afectos en su constitución” (2014, p. 25). En efecto, frente a la idea de una democracia subsumida al ideal de consenso racional, Mouffe busca subrayar el lugar de “las ‘pasiones’ como la fuerza motriz en el ámbito político” (2014, p. 25). En este sentido, la especificidad propia de la idea de democracia radical agonística se adquiere a partir del contraste con el modelo consensual con el que la democracia liberal propone resolver el problema del gobierno de sociedades plurales, omitiendo la dimensión productiva de la negatividad radical. Mientras dicha tradición se sostiene en “la creencia racionalista en la posibilidad de un consenso universal basado en la razón” (2014, p. 22); Mouffe al hacer ingresar la dimensión de los afectos y las pasiones como constitutivas del lazo social se propone complejizar la cuestión del gobierno democrático en sociedades plurales. En efecto, el pluralismo —analizado desde la matriz discursiva que se basa en el desplazamiento del significante y la necesidad de la articulación equivalencial para la constitución de identidades políticas colectivas— implica siempre la diferenciación entre un nosotros y un ellos, en la medida en que toda identidad es relacional y supone un exterior constitutivo. Es precisamente para evitar que la relación nosotros/ellos se convierta en una relación amigo/enemigo que debe ser canalizada institucionalmente como una relación entre adversarios. De hecho, la diferencia entre adversario y enemigo no apunta solo a señalar la intensidad de un conflicto, sino ante todo, la dimensión histórica de las prácticas y hábitos sedimentados compartidos, cuya densidad histórica configura afectos y pasiones que dan a la disputa un carácter singular.
En este sentido, el desarrollo del pensamiento político de Mouffe y su acuñación del concepto de democracia agonística parece sortear la crítica que Villacañas (2018) hace a Laclau, al denunciar la íntima e inconfesada complicidad antihistoricista entre una sociedad de demandas desarticuladas en y por el mercado y la articulación discursiva a partir de un significante vacío. En efecto, la sociedad de Mouffe no se parece a la sociedad plana y plural posmoderna propia de un presente donde solamente rige la ilimitada dispersión del significante y las demandas. La idea de un lazo social complejo en el que las pasiones y afectos tienen igual relevancia que los motivos racionales a la hora de configurar una identidad colectiva conduce inevitablemente hacia el problema de la densidad histórica en la configuración de los hábitos, las pasiones y los afectos que operan en la producción de las identidades colectivas populares. La necesidad de pensar modelos de instituciones agonísticas que permitan gobernar dichas pasiones y afectos para conducirlas en sentido democrático es el imperativo filosófico de Mouffe. Justo en este punto, resulta imprescindible la diferencia entre adversarios y competidores para echar luz sobre los estratos históricos sedimentados aludidos por la idea de afectos y pasiones, frente a la idea de demanda insatisfecha, siempre disponible para una articulación política equivalencial alternativa a la equivalencia neoliberal establecida por el dinero en el mercado (Villacañas, 2018, pp. 39-40). Mientras a partir de aquella primera idea de hegemonía y democracia radical postulada en Hegemonía y estrategia socialista (2010), Laclau se orientó hacia el populismo como matriz ontológica de lo político, Mouffe fue desplazando su perspectiva hacia la dimensión de la política, entendida como agonística, como relación adversarial —que conjuga pasiones y afectos, hábitos, prejuicios e intereses, además de argumentos— en un marco de consenso conflictual, que es bien diferente al ámbito de la competencia económica, pero también constituye una modulación del juego político entre demanda, insatisfacción y articulación equivalencial. Para Mouffe, no solo se trata de señalar el momento político en que el otro emerge como enemigo en un antagonismo radical; se trata también de los momentos más frecuentes de la política en que el otro aparece como adversario en una relación agonística que, por muy radical que sea, siempre es interior a un nosotros compartido que se mantiene fuera de la disputa y se sostiene frente a los otros externos al nosotros: un ellos, quienes hacen de exterior constitutivo. De alguna forma, el concepto de democracia radical agonística de Mouffe se orienta hacia la problematización sobre el modo de gobernar y canalizar las pasiones y los afectos, y de articular equivalencialmente demandas e intereses de forma, para dar lugar a la construcción de una ciudadanía activa capaz de ejercerse en el terreno movedizo del consenso conflictual y agonístico, como una institución precaria para el tratamiento de la conflictividad inherente a un demos plural que se pretende que permanezca siendo tal. Sin embargo, esto no debe llevar a pensar que, con este giro, Mouffe recae en una suerte de democracia liberal capaz de incluir pasiones donde solo tenían dignidad las razones. Por el contrario, la democracia agonística radical, al no eliminar la presencia del antagonismo y la negatividad radical y al tratarla (sublimarla, 2014, p. 27), se aleja de la concepción liberal de la política en la que el adversario aparece como un competidor en un juego donde las élites articulan demandas sin cuestionar la hegemonía dominante ni transformar las relaciones de poder. Entre el liberalismo y el populismo, tomados como si fueran dos polos opuestos -el de la negación y el de la afirmación del antagonismo- Mouffe se desliza por un camino intermedio: el de una forma de conducir pasiones y afectos y de articular demandas en una sociedad plural en la que el lazo social conlleva una conflictividad inherente —que puede incluso conducir a la disputa hegemónica— que debiera poder ser canalizada para evitar la conclusión de que el antagonismo sea la única forma de asumir la lucha por la hegemonía.
A modo de conclusión
Desde la perspectiva que he pretendido defender, la política no puede ser reducida a una relación antagónica entre sujetos históricos colectivos, ni a una relación de resistencia ante una gubernamentalidad por parte de una forma de subjetivación; sino que, más bien, ambas relaciones están sobredeterminadas por la experiencia histórica de la política como relación estratégica entre gubernamentalidades heterogéneas. En efecto, por este motivo puede afirmarse que la identidad que se constituye a partir de la identificación y el combate del enemigo, en cuanto tiene lugar en una situación de dominación o gobierno determinadas, está siempre mediada por la conformación histórica de una gubernamentalidad hegemónica contingente e inestable, sostenida en un juego de ajustes y combates específicos entre artes y tecnologías de gobierno. Esta identidad es potencialmente confrontada a partir del recurso a la serie de saberes locales sometidos y descalificados, así como a las memorias de las luchas en las que se apoyarán los antagonismos políticos, a los que el trabajo foucaultiano de crítica histórica erudita pretende aportarles un mapa posible del territorio histórico político en el que se despliegan. No parece otra la tarea última perseguida por el diagnóstico del presente definido como una ontología histórica de nosotros mismos que se presenta como la “crítica práctica en la forma del franqueamiento posible” (Foucault, 1999, p. 348), a partir de la determinación de los límites y los peligros específicos que forman parte de una situación hegemónica concreta y la abren a posibilidades de resistencia que adopten una “forma específica, en función del tipo y de la forma concreta que adopta en cada caso la dominación” (1996, p. 112). En este sentido, he pretendido sugerir que la última etapa de la reflexión de Mouffe en torno del gobierno de los afectos y las pasiones en el modelo agonístico constituye una complejización teórica que, al matizar el formalismo propio de la perspectiva posestructuralista, la pone a resguardo de cierta subestimación del registro de la experiencia histórica, que suele operar como un sesgo en teorías políticas que procuran diseñar un modelo abstracto y general que corre el riesgo de relegar como secundario aquello que constituye a la política como campo inmanente y como dominio estratégico de relaciones históricas de fuerza y poder sobredeterminadas por una singular historia de la gubernamentalidad política occidental.
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1 En este punto, señalan las autoras, cuando Laclau y Mouffe definen al discurso como “una totalidad estructurada resultante de una práctica articulatoria” (2012, p. 26) se acercan al pensamiento del primer Foucault.
2 Sin embargo, no podemos dejar de señalar que la definición de 1972 da cuenta de la persistencia de la posición foucaultiana reacia al estadocentrismo que será denunciada cuando se refiera al prejuicio fóbico al estado en 1979. En efecto, en 1972 Foucault señalaba lo siguiente: “Moi aussi, j’attribue à la politique le sens de la lutte pour le pouvoir; mais il ne s’agit pas d’un pouvoir entendu au sens de gouvernement ou d’Etat, il s’agit d’un terme qui comprend aussi le pouvoir économique” [Yo también atribuyo a política el sentido de la lucha por el poder; pero no se trata de un poder entendido en el sentido de gobierno o de Estado; se trata de un término que comprende también al poder económico] (Foucault, 2001a, p. 1248).
3 Sobre este modelo de pensamiento de la política cf. Marchart (2007, pp. 35-60).
4 Sobre este manuscrito véase Senellart (2006, pp. 447-453).
5 Sobre este punto véase Senellart, 2006 (pp. 447 y ss).
6 Sobre este punto seguimos parcialmente y recomendamos el análisis que hace Nosetto (2014, pp. 59 y ss.)
7 Mouffe denomina “prácticas hegemónicas a las prácticas de articulación mediante las cuales se crea un determinado orden y se fija el significado de las instituciones sociales. Según este enfoque, todo orden es la articulación temporaria y precaria de prácticas contingentes.” En consecuencia, dicho orden contingente siempre “puede ser desafiado por prácticas contrahegemónicas que intentan desarticularlo en un esfuerzo por instalar otra forma de hegemonía” (2014, p. 22).