De
lo racional de una ilusión
On the Rational of an Illusion
Guillermo Moreno Tirado*
Universidad
Complutense de Madrid (España)
Reseña
de: Willaschek, M., Kant on the Sources
of Metaphysics. The Dialectic of Pure Reason. Cambridge: Cambridge University
Press, 2018, pp. 298. ISBN-13: 978-1108472630
En
el número 10 de esta publicación, Rudolf Meer (2019, pp. 235-239) dejó dicho
mucho de lo que cabe reseñar de este texto de Marcus Willaschek. Sin embargo,
creemos que la calidad del texto y la cantidad de temas y problemáticas que
aborda merecen una segunda recensión que, dado que ya se ha podido leer una en
esta publicación, se permitirá el lujo de añadir cierto repaso crítico a
algunos puntos de los planteamientos de Willaschek que nos parecen meritorios de
discusión. En cualquier caso, empezaremos por volver a dar nuestra propia
panorámica del trabajo, de modo que el lector pueda situarse en la discusión,
tratando de poner atención en las cuestiones que menos señaló Meer.
El
trabajo de Willaschek se propone mostrar lo racional
de la ilusión transcendental. Se
trata de una interpretación parcial (original en el orden de su planteamiento)
de la Dialéctica Transcendental de la KrV.
La tesis interpretativa que defiende es que en esta parte de la KrV no se trata meramente de una crítica
a la metafísica que pretenda su rechazo, sino de la mostración de que las
fuentes de la misma son racionales, es decir, que es la propia razón, por su propia marcha interna, la
que cae en una ilusión de la cual
solo puede salir ejerciendo la crítica.
Willaschek muestra que estas fuentes
racionales que dan cuenta de o explican
por qué se produce la ilusión transcendental (Rational Sources Account) son la
presunción del realismo transcendental, el carácter subjetivo de la metafísica
(es decir, que ella misma es resultado de la forma subjetiva de nuestro conocer) y la misma “naturaleza” de la
razón, a saber, su carácter discursivo, iterativo y de exigencia de
completitud.
Willaschek
va desgranando gran parte de la dificultad del texto exponiendo y formulando
los argumentos que, según su interpretación, están operando tácitamente en la KrV, y lo hace tratando de demostrar
que son esos argumentos (por lo general implícitos) los que permiten a Kant
avanzar a través de la Dialéctica Transcendental de la primera Crítica. Según Willaschek, si bien la
Dialéctica se construye como un solo bloque, esta no es una consecución de
pasos. Según su interpretación (que resulta sumamente atractiva), para
comprender la complejidad de su argumento, podemos dividirla hermenéuticamente
en cuatro niveles de discusión que estarían interconectados pero que no nos
obligan a explicar si unos se siguen de otros o viceversa.
El
primer nivel refiere a la transición entre la “Máxima Lógica” (para todo
aquello condicionado debe poder hallarse su condición), al Principio Supremo de
la razón pura (si se da algo condicionado, entonces está dada la serie completa
de sus condiciones tal que esta serie es incondicionada). Esta transición está
vinculada a otras dos: la transición entre el uso “lógico” de la razón y el uso
“real” o “transcendental”, por un lado, y del uso “constitutivo” al
“regulativo” de los principios e ideas de la razón, por otro.
El
segundo nivel de la argumentación que se desarrolla en la Dialéctica Transcendental
sería el que comprende al sistema de las
ideas transcendentales dividido en tres clases (psicológicas, cosmológicas
y teológicas) y nueve modos. El argumento en este nivel se mueve en la
consideración de que todas las ideas transcendentales y en todos sus modos
constituyen “totalidades absolutas”, es decir, “conceptos” para los cuales no
hay ninguna intuición posible, pues se definen como incondicionados.
El
tercer nivel que Willaschek plantea sería el que discutiría el problema en la
forma de inferencias “dialécticas” que nos proporcionarían conocimiento a priori sobre el alma, el mundo y Dios.
Con “inferencias dialécticas” Kant
estaría entendiendo inferencias que, si bien son falaces, no son “errores” del procedimiento lógico, sino expresión
de la propia “naturaleza” de la razón.
El
cuarto nivel en el que se desarrolla todo el argumento de la Dialéctica
Transcendental de la KrV sería el que
demuestra que, aunque el uso constitutivo de los principios e ideas
transcendentales es ilegítimo, el uso regulativo sí es legítimo, ya que gracias a
esos principios e ideas es posible ordenar sistemáticamente todo el
conocimiento científico y guiar su continuo trabajo. En este sentido, esos
principios e ideas, aunque subjetivos, tendrían su objetividad precisamente
como constituyentes de la forma subjetiva
del conocer.
Por
consiguiente, a pesar de que la Dialéctica está dividida en los tres grandes
problemas metafísicos y un apéndice, funciona como una unidad orgánica que hay
que recorrer entera para comprender sus partes. Es difícil transitarla de una
vez y, como el mismo Willaschek hace, uno debe ir de adelante hacia atrás en su
lectura; para ese tránsito, la estrategia hermenéutica de los niveles de la
argumentación es sin duda un acierto. Gracias a ellos se llega a ver claramente
en qué sentido la ilusión transcendental
no es evitable, pero sí por qué debe ser criticada
o cribada; en el buen proceder de tal
criba nos jugamos un resultado
positivo que nos permite entender la articulación tanto de la KrV como de la KpV y de algunos de los problemas de la KU (especialmente los que están vínculos con el esquematismo transcendental y la Anfibología). Ya sabemos que Kant
construyó (quizá a marchas forzadas o a escritura torcida y tortuosa) un
sistema que pretendía alcanzar a toda la razón y organizar todo su
ámbito y proceder de esa misma razón;
Willaschek nos lo demuestra.
El
libro está organizado en dos partes principales; en la primera parte se
emprende una mirada panorámica sobre cómo Kant da cuenta de en qué consiste la
razón y la metafísica. En esta primera parte, el nivel que se discute en
detalle es el primero, especialmente a partir del segundo capítulo. Debemos
hacer una explícita mención al tercer capítulo de esta primera parte que,
siendo muy técnico, constituye un verdadero esfuerzo filosófico que saca a la
luz de forma detallada la interpretación de Willaschek de lo que Kant quiere
decir con “condición”, “condicionado” e “incondicionado”. La discusión de este
capítulo merecería un trabajo a parte, pero es quizá una de las zonas más
interesantes del trabajo, independientemente de si uno está o no de acuerdo con
Willaschek.
En
la segunda parte, Willaschek se ocupa de los otros tres niveles de discusión a
lo largo de toda la Dialéctica. El capítulo 6, dedicado al segundo nivel, es
especialmente rico en detalles y en aclaraciones interpretativas sobre el
sistema de las ideas transcendentales. Los capítulos 7 y 8 están dedicados al
tercer nivel referente al estatuto dialéctico
de las inferencias de la razón en su uso especulativo; en el capítulo 7
Willaschek se ocupa de los paralogismos y de las antinomias y en el 8 del ideal
transcendental de la razón. Finalmente, en el capítulo 9, Willaschek se
enfrenta críticamente a los planteamientos kantianos. Hay que resaltar la
honestidad de este capítulo final, pues el autor, literalmente, se arriesga a
proponer una manera de enfrentar el realismo transcendental distinto a la
manera kantiana, a saber, sin que enfrentarlo implique aceptar el idealismo
transcendental.
Por
la claridad que arroja sobre el texto kantiano, los problemas que discute con
la mejor versión de la tradición anglosajona (que en la pluma de Willaschek se
ve enriquecida), sin huir de formulaciones, silogismos y argumentaciones
áridas, pero, sobre todo, porque Willaschek logra llegar a los problemas
mismos, digamos, “más allá” de Kant, llegando a tenerlo como “oponente”, este
estudio puede considerarse de referencia para la interpretación de la
Dialéctica Transcendental.
Todo
ello hace del texto, digo, un trabajo de referencia para quien anda detrás de
estas cuestiones y considero que lo es a pesar de que uno no esté de acuerdo
con muchos de sus planteamientos. Si bien no es el lugar de hacer explícito
todo lo que se le podría discutir a la lectura de Willaschek, marcaré al menos
tres zonas fundamentales que, en mi opinión, merecen discusión y que, en cierto
modo, están vinculadas entre sí, puesto que parecen depender de qué tradición
interpretativa es aquella en la que se sitúa Willaschek y, también, de cuáles
son los usos lingüísticos de este trabajo.
La
primera zona toca directamente a la tradición interpretativa. Willaschek no
desconoce que la fenomenología de Husserl y Heidegger ha leído con mucha fuerza
a Kant[1]
y que dominó la fuente de discusión de gran parte de la interpretación francesa
(que parece conocer, aunque no forma parte de sus referencias primeras ni de su
lugar de discusión). Pero, como digo, su espacio de discusión es claramente
anglosajón. Este espacio de discusión hace que, por ejemplo, su consideración
del vocabulario de las “facultades” kantiano esté tomado casi al pie de la
letra. Esta interpretación antropológica le lleva a sostener cierta tesis
interpretativa que podría discutirse (además de la propia interpretación del
vocabulario de las “facultades”) referente a quién es el sujeto de la Dialéctica, es decir, quién cae en ella. Willaschek
nos dice, primero, que la Máxima Lógica no concierne a los posibles conjuntos
de creencias que individualmente puede haber, sino al sistema de conocimientos
científicos que puede ser compartido por cualquier ser racional (Willaschek
2018, p. 64). A lo largo de las siguientes páginas va desarrollando el
argumento, pero al final de este segundo capítulo, nos termina diciendo que
esta Máxima solo se aplica en aquellas personas que sean científicas
(Willaschek 2018, p. 70).
Se
trataría, por tanto, del conjunto de la academia y todo aquel que estuviese en
su órbita. Ahora bien, dadas todas las apelaciones que Kant hace a lo común, todo el empeño que pone en hablar
de que es así como se da el Faktum
del conocer, el cual no se restringe a la actividad explícita del científico,
etc., creo que la interpretación fenomenológica, que entiende que conocer significa, en último término,
atender de una u otra manera a lo que hay, es el sujeto transcendental el que cae en la Dialéctica. Este sujeto
no tiene atributos empíricos más allá de las propias condiciones de la
posibilidad de la intuición, es decir, más allá de ser un ente espacio-temporal[2]
y, por consiguiente, tiene que poder ser cualquiera y no solo algunos. Pero, en
cualquier caso, desde esta lectura no se trata de quién cae en la ilusión
transcendental, quién termina o puede terminar sosteniendo un uso dogmático de
las ideas transcendentales, un uso pretendidamente constitutivo de lo que solo
es regulativo, sino que dicha pretensión, esto es, la apariencia o ilusión
de que efectivamente cabe un uso constitutivo es algo, a su vez, constituyente
de la propia razón y, por consiguiente, todo aquel que pueda ser sujeto de
conocimiento, sujeto para un objeto, puede “caer” en la ilusión;
es más, cabe decir que le pertenece siempre ya haber caído en ella, de ahí la
necesidad interna de la crítica.
Creo
que esta interpretación de corte fenomenológico se ajusta con más coherencia (y
pienso especialmente en la apercepción
transcendental) que aquella otra en la cual unos “sujetos” o “individuos”
caen en la ilusión transcendental y
otros no, porque unos se dedican a algún campo del conocimiento científico tal
que siguen la Máxima Lógica y otros no. Si la Máxima Lógica de la razón tiene
algún viso de ser Principio Supremo,
entonces, no debe estar restringida a unos u otros individuos que se definen,
además, por un criterio externo a su constitución como sujetos en el
sentido kantiano del término (dedicarse o no a la ciencia, a la academia,
etc.); y ello, a pesar de que, empíricamente, pudiera darse algún dato
estadístico que dijera que quien más atiende a esta Máxima es quien se dedica a
algún campo científico o académico. No solo porque la frecuencia no hace
legalidad, sino porque dicha atención es parte del presupuesto (sensiblemente
dudable) de que, quien se ocupa de o en algún campo científico, procederá en su
argumentación según reglas lógicas, o de que los procesos cognitivos implicados
en la actividad científica siguen reglas lógicas.
La
segunda zona de discusión está en los usos lingüísticos del trabajo. Las
traducciones de Willaschek son, por supuesto, correctas. No obstante, los
propios usos de Willaschek, que le permiten entrar en discusión con la
literatura que maneja y, al mismo tiempo, formular sus propios cuestionamientos
de los problemas de la Dialéctica, son harina de otro costal. Señalaré
solamente dos que me resultan muy llamativos, el primero es representation y sus derivados y el
segundo appearence y sus derivados.
Omitiré el uso de “condición”, “condicionado” e “incondicional”, el cual no es
un mero uso, sino una declarada interpretación que también merecería una
discusión aparte con el capítulo 3, digamos, línea a línea[3].
Tratando
de ceñirnos al texto kantiano, representation
solo puede ser Vorstellung y, por
tanto, pertenece a eso que hace el entendimiento
(der Verstand), a saber, entender (verstehen) y nunca puede ser simplemente sinónimo de pensar (denken) ya que también ello es percibir (empfangen y wahrnemmen) y, sobre todo, concebir
(begriffen). Willaschek equipara to think con to represent (y lo hace forzando cierto pasaje de los paralogismos,
A346/B405; véase especialmente, Willaschek 2018, p. 198-9), de este modo, da la
siguiente formulación del realismo transcendental: “si, para ser representado
completamente (por un ser finito como nosotros), algún objeto p debe ser representado siendo F, entonces p es F” (Willaschek 2018,
p. 198), y desde esta fundamenta su propia manera de enfrentarse al mismo;
enseguida diremos cuál es el problema en este uso.
Respecto
a appearence, este debe ser die Erscheinung, que en castellano suele
traducirse por “fenómeno” y, en todo caso, por mostración y mostraciones, pero nunca por apariencias, que refiere más bien a die Aufsehen o die Scheinungen; el inglés tiene en su haber tanto phenomenon como manifestation. En cualquier caso, el problema es que se interpreta apariencias y meras apariencias en un sentido muy marcado, digamos, muy cercano a
no estar seguro de si, efectivamente, hay validez en ellas. Y recuérdese que
esta “seguridad” enraíza en la diferencia entre juicio analítico y juicio
sintético, que es en la diferencia en la que se apoya el uso kantiano de bloße,
“mero”.
Esto
nos introduce en la tercera zona de discusión, la cual principalmente se
concentra en el capítulo 7 y el capítulo 9, y que tiene que ver con el modo
como Willaschek se pone, por así decir, frente a Kant. Willaschek defiende que
puede rechazar el realismo transcendental sin subscribir el idealismo
transcendental. Los usos lingüísticos que adopta son en este punto
fundamentales, pues, efectivamente, sus argumentos ganan mucho peso al decir
que el idealismo trascendental, en su formulación mínima, “implica que todas
las propiedades de los objetos que podemos conocer (“apariencias”) dependen (en
un sentido apropiado) de la posibilidad de ser representadas por seres
racionales finitos como nosotros” (Willaschek 2018, p. 247).
Pues
bien, recuperando, en primer lugar, desde la palabra “representadas” el primer
apunte, lo que debe advertirse es que “representación”, en la formulación del
realismo transcendental anterior, ha perdido su especificidad, de modo que,
incluso teniendo en cuenta que esa podría ser la fórmula del realismo
transcendental, resultaría que Kant no solo “incurre” en los problemas que este
arrastra al formular codependientemente el idealismo transcendental (que es la
crítica de Willaschek), sino que estaría incurriendo en él en casi todos los
pasajes de la KrV (por quedarnos en un solo texto) en los que utiliza el
verbo vorstellen y derivados; pues, ciertamente, si representación
significa, como sostenemos, conocer, entonces, sí: si algún objeto p,
para ser conocido en todo el alcance que la finitud permite (lo cual
excluye a la totalidad, pero enseguida iré a ello) debe ser representado
como F, entonces p es F. Ahora bien, esto sería
simplemente haber dicho que el objeto “rojo” para ser conocido en todo
el alcance que la finitud permite debe ser representado como “la
franja que va de más o menos 700 nm de longitud de onda del espectro
electromagnético de los posibles niveles de la energía de la luz a los más o
menos 750 nm”, entonces “rojo” es “la franja que va de más o menos 700 nm de
longitud de onda del espectro electromagnético de los posibles niveles de la
energía de la luz a los más o menos 750 nm”. Evidentemente, esto no es la
completitud de ese objeto, por una parte, porque ello exigiría que mi unidad de
medida fuese todo lo exacta posible en absoluto (lo cual es imposible, pues
siempre cabe afinar más y más esa unidad de medida) y, por otra parte, porque
la completitud o el conocimiento completo del “rojo” exigiría el conocimiento
completo de todo lo demás, es decir, de la totalidad, y ello está excluido
precisamente por las mismas razones por las que la unidad de medida siempre es
más afinable. No decimos que Willaschek sostenga lo contrario a lo que se acaba
de formular, sino que sus usos pueden llevar a ello y que, en cualquier caso, su
posición depende de la ambigüedad que introducen.
Por
otro lado, la palabra “apariencias” le sirve para sostener que de la limitación
de nuestro conocimiento a los objetos empíricos no se sigue que haya que
aceptar que los objetos son meras apariencias; el problema es que el uso
kantiano de die Erscheinung no
tiene nada de “mero”, sino que allí donde hay die Erscheinung, hay posibilidad de discriminar validez cognoscitiva y
donde no lo hay, no.
Se
observa, además, un uso ambiguo del término “objeto” (que no voy a comentar),
pero es el uso de “meras apariencias” el que opera aquí como palanca de la
conclusión de Willaschek: los objetos empíricos son reales, son lo que tengo en frente cuando conozco, y es a ellos a
lo que me limito, pero estos no son meras
apariencias, esto es, las condiciones de la posibilidad de mi
representación no tienen por qué ser las condiciones de la posibilidad de estos
objetos. En este último paso, además de la ambigüedad en el término “objeto”,
hay otra en el sintagma “the conditions
of possibility”, el cual Willaschek anota en muchas ocasiones como sinónimo
de “conditions” o “possibility” simplemente y que incurre
en los problemas ya comentados en nota.
De
todas formas, su argumento tiene otro problema quizá más relevante, y es que
los argumentos con los cuales Willaschek rechaza el realismo transcendental son
los mismos que constituyen el idealismo transcendental. Leído detenidamente, su
texto se ciñe a la doctrina kantiana, para luego decir que no la subscribe.
Esta aparente no subscripción se debe o se sostiene –es decir, guarda
coherencia sintáctico gramatical y semántica– precisamente por los usos
lingüísticos con los que se formula el realismo transcendental y el idealismo
trascendental; usos lingüísticos que los hacen pasar por posturas, por visiones de
mundo, por lugares que se pueden defender y que se enfrentan entre sí. La
cuestión es que es Kant quien utiliza ambas fórmulas para mostrar los problemas
que comporta no ceñirse a los límites de nuestro conocimiento posible y, por
tanto, que esa doctrina no es algo que simplemente podamos rechazar porque
demuestra no ser una postura, una visión de mundo, sino la mostración de aquello en lo que,
efectivamente, consiste el conocer. En otras palabras, el idealismo
transcendental no es algo que podamos rechazar porque es con lo que podemos
situarnos en el problema, digamos, es aquello con lo que siempre ya nos
movemos. Podemos tratar de formularlo con más precisión y claridad, pero no de
no subscribirlo, porque, insisto, no es algo del orden de lo que uno puede o no
subscribir y, de hecho, esto se nota precisamente en el texto de Willaschek
cuando sus argumentos para rechazar el realismo transcendental sin subscribir
el idealismo transcendental son los argumentos con los cuales se formula la
doctrina kantiana (Willaschek 2018, pp. 243-254).
Este
“dibujo de la situación” parece deberse (pero no me aventuro a sostenerlo
firmemente) a la raíz de las fuentes interpretativas en las que se mueve
Willaschek y, sobre todo, a no asumir los aportes de la interpretación
fenomenológica. No pretendemos decir que haya que seguir al pie de la letra la
interpretación de algún fenomenólogo; de nuevo se trata de ver qué
interpretación comporta más alcance. Desde estas otras fuentes interpretativas,
y haciendo una cierta crítica a los usos lingüísticos, la cuestión no es si
hay, por así decir, “realistas transcendentales” e “idealistas
transcendentales”, pues ambas “posiciones” son recursos que Kant utiliza para
mostrar en qué consiste conocer en general. Nuestro problema ya no es si
tenemos una “doctrina mejor” (“otra doctrina” para explicar esto), sino, por un
lado, si esta “doctrina” logra (y hasta qué punto) explicar en qué consisten
los límites de nuestro conocimiento y si entendemos qué quiere decir eso, es
decir, si entendemos qué quiere decir la finitud.
Referencias
Husserl, E. (1977), Husserliana.
Gesammelte Werke. Band III. Ideen zu einer reinen Phänomenologie und
phänomenologischen Philosophie. Erstes Buch: Allgemeine Einführungen die reine
Phänomenologie. Text der 1.-3. Auflage,
La Haya, Martinus Nijhoff.
Heidegger, M. (1967), Sein
und Zeit, Tübingen, Max Niemeyer Verlag.
Martínez
Marzoa, F. (1987), Desconocida raíz común, Madrid, Visor.
Martínez
Marzoa, F. (1989), Releer a Kant, Barcelona, Editorial Anthropos.
Martínez
Marzoa, F. (2018), De Kant a Hölderlin, Madrid, La Oficina.
Meer, R. (2019), “Review of: Willaschek, M., Kant on
the Sources of Metaphysics. The Dialectic of Pure Reason. Cambridge, Cambridge
University Press, 2018”, Con-textos kantianos. International Journal of
Philosophy, no 10, pp. 235-239.
* Doctor en Filosofía por la Universidad
Complutense de Madrid. E-mail: guigom01@ucm.es
[1] Si bien considero que esta lectura es la que
arranca de Husserl en Ideas I (Husserl, 1977), la que yo estaría
dispuesto a defender transita especialmente por el trabajo interpretativo de
Heidegger, tanto en sus publicaciones en vida como en sus cursos. Por otro
lado, hay que decir que incluso esta lectura no es en absoluto unitaria, ni por
lo que respecta a la lectura de Kant ni por lo que respecta a qué significa
leerlo o a cómo habría que interpretar el trabajo de Husserl o de Heidegger.
[2] Y si bien, cabe introducir aquí la crítica heideggeriana, debe tenerse en cuenta
que espacio-temporal también es el
Dasein, solo que para el Dasein, espacio
no es la mera relación de puntos y distancias, sino el modo como uno se entiende deícticamente con las cosas intramundanas y, tiempo, no es meramente la relación de anterioridad, posterioridad
y simultaneidad que toda sensación (por el mero hecho de ser sensación) tiene,
sino el modo como en general hay sentido, esto es, comprensión afectivamente templada y discursivamente articulable
del tener siempre que habérmelas con las cosas
y conmigo tal que ese sentido no
es sino mi proyecto de ser, esto es,
la expresión de los éxtasis temporales
que soy, a saber, el habérmelas tenido que haber después, antes, ahora, etc. (véase, Heidegger 1967).
[3] Sin embargo, dada la importancia del vocablo que,
en último término, pretende traducir die Bedingung y sus derivados,
merece al menos comentarse que si se lee este término en Kant en el sentido de
“aquello que viene antes” en el orden temporal a otra cosa (que es, en
parte y, en la parte más grave en mi opinión, como aparece en este trabajo en
algunos momentos), entonces se reduce el uso de die Bedingung al de
die Ursache, pasando, entonces, por ser un mero Grund filosóficamente
no marcado que en nada interpreta el lugar específico y el carácter fuertemente
marcado de este término en: die Bedingungen der Möglichkeit, donde esas Bedingungen
no son las cosas que antes deben haberse dado, sino “lo que constituye a”
o “los ingredientes de” la posibilidad, la cual tampoco refiere a lo que
es meramente posible frente a lo que de hecho ya es, como si esos ingredientes
lo fuesen solo de algo así como la “ocasión” o la “casualidad” del conocer,
sino que refiere a la pensabilidad del conocer o a la pensabilidad de alguno de
sus elementos formales, puros o a priori, a saber, la
sensibilidad o la intuición y la espontaneidad o el concepto (véase Martínez
Marzoa 1987, 1989 y 2018).