CON-TEXTOS KANTIANOS.
Revising the Enlightenment. An approach to the unexplored areas of the Siècle des Lumières
IRENE MUÑOZ VITA
Universidad Complutense de Madrid, España
El relato hegemónico en la historia de la filosofía sobre el pensamiento de la Ilustración se ha centrado hasta ahora en mostrar esta época como el auge del imperio de la razón inaugurado por las obras de Descartes. Desde el arte hasta la política, todos los ámbitos del conocimiento que conforman la imagen dominante sobre este periodo tienen la forma fría y deshumanizada de la matemática y de la técnica. Este volumen colectivo supone una admirable contribución a la desmitificación de tal relato mediante la puesta en valor de cuestiones del Siglo de las Luces que han sido borrados a lo largo del tiempo en favor de un discurso unitario, coherente y justificador de la actualidad. No se propone aquí una operación inversa a la que se ha ejecutado hasta el momento, lo que supondría el olvido del papel que la razón ha jugado en la historia intelectual europea; se trata simplemente - aunque es un gesto crucial- de «ampliar el foco» de las investigaciones historiográficas, según apunta Concha Roldán en el epílogo, atendiendo así a algunas de las perspectivas silenciadas que, no obstante, tuvieron gran repercusión en su tiempo. Esta obra muestra la posibilidad de una convivencia entre razón y emociones, eliminando la frontera artificial que se ha trazado entre ambas y poniendo de manifiesto su mutua imbricación, lo que algunos autores han convenido en llamar la «razón apasionada».
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Revisando la Ilustración
Los textos aquí reunidos se encuentran articulados en tres bloques temáticos: paisajes de la subjetividad, patologías de la conciencia y emociones políticas. Esta división responde a los grandes ejes sobre los que la historia de la filosofía ha invisibilizado otras formas de pensar; de hecho, los mismos títulos de los epígrafes suponen un desafío a la idea dominante de cada tema. Así, el primero de ellos se enfrenta al sujeto racional y unitario cartesiano exponiendo «paisajes» de una subjetividad compleja, afectada y constituida por más elementos que la mera razón. El capítulo de Guillermo de Eugenio Pérez sobre la pintura de Chardin, que abre este bloque, recupera una de las principales características de la Ilustración: «hacer visible lo invisible, es decir, enseñar a ver de forma selectiva», haciendo público «lo inarticulable y lo oculto» (p. 23). Esta forma selectiva de ver es la que ha producido la perspectiva mayoritaria sobre las Luces, pero también ha permitido la existencia de otras como la que ahora se nos muestra a través de las obras del pintor francés. Sus cuadros representan objetos inanimados con una consideración atenta al espectador, de modo que se establece una relación dinámica entre ambos por la cual este último reconoce en la imagen una cierta alma y, al tiempo, un ensimismamiento del objeto que lo acercan al plano de lo humano. De esta forma se desplaza la atención del artista en el proceso creativo desde la representación hacia la impresión estética que esta produce en el público: el cuadro ya no es una copia objetiva de la realidad, sino siempre una determinada mirada, un prisma particular a través del cual se percibe el mundo.
Así como en la pintura, también en la danza aparecen nuevas formas de relación entre el artista y el receptor de la obra basadas en una consideración distinta del sujeto: Ibis Albizu muestra cómo en la Edad de la Razón las emociones tienen cabida en el campo del baile, ya que se entiende que «la efectiva capacidad de sentir» (p. 60) es un sustrato común a todos los seres humanos, con lo que además se respeta el ideal de universalidad propio de esta época. En la danse pantomime, por contraposición la danse noble, se reconocía la capacidad interpretativa del baile, que no olvida los aspectos técnicos de la danza, esto es, la racionalización de los movimientos, sino que los relega a un segundo plano: es esto último lo que debe ponerse al servicio de la expresión artística, y no al contrario.
Ricardo Gutiérrez Aguilar, por su parte, muestra el modo en que la pedagogía ilustrada apela a instancias distintas de la razón y la deducción en su «programa de educación para el ciudadano» (p. 90): Lessing defiende las fábulas como el instrumento más adecuado para la instrucción moral de los hombres, ya que las moralejas que contienen evidencian un juicio moral intuitivo, evidente y fácilmente convertible en ley. El carácter cerrado, unitario y familiar de los personajes permite un reconocimiento parcial por parte del espectador, que percibe sus comportamientos como paradigmas de corrección o incorrección moral.
El segundo bloque temático, Patologías de la conciencia, explora formas de interioridad distintas a las que hasta ahora se han vinculado a la Ilustración, así como disfunciones de la conciencia que se presentan como consustanciales a ella y que no por casualidad surgen precisamente aquí, en el momento en que se declara soberana. El capítulo de Nuria Sánchez Madrid dedicado a El sobrino de Rameau muestra el fin de hegemonía del sujeto, que se descubre ahora condicionado por normas ajenas a él y no deducidas de la razón, y
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que no obstante se revelan como el pegamento del tejido social. La conciencia se encuentra así desgarrada por verse forzada a «salir de sí (…), renunciando a la preciada interioridad, para darse de bruces con la evidencia de que el sinsentido no es una región prescindible del mundo, ni tampoco la menos abundante» (p. 141); la ausencia de una estructura racional en el mundo convierte al sujeto en una sustancia «insustancial», sin determinaciones, que, por tanto, es susceptible de convertirse en cualquier cosa. Esta polivalencia, característica de la Ilustración, encuentra también en algunos de sus proyectos más representativos, como la Enciclopedia, un compendio universal del saber de la época sin mayor unidad interna que la amplia categoría de «conocimiento».
También el capítulo de Ana Carrasco Conde trata el problema de la conciencia desgarrada, pero esta vez a través de la obra de Tieck, que lleva al extremo no sólo la teoría kantiana del sujeto, sino también la de Fichte, de modo que el yo, que es definido ahora como actividad, no encuentra garantía alguna de que el mundo que él mismo pone sea objetivo y no el producto de una fantasía. La conciencia sale de sí hacia el mundo para advertir lo que ella es, pero esta salida no le aporta seguridad, sino más bien al contrario: «el yo se “enquista” en el paisaje exterior, en realidad interior, por él imaginado» (p. 160). De este modo, se descubre a sí misma como compuesta por razón, entendida como capacidad autorreflexiva mediante la cual toma conciencia de sí, y por locura, es decir, por el desfondamiento que se produce con la pérdida de un suelo firme en el que anclarse.
Otra de las contribuciones de este bloque temático, la de Laura Herrero Olivera, ilustra igualmente esta cuestión. A través del Elogio de la estupidez de Jean-Paul, heredero de la brecha abierta en la conciencia por el sujeto trascendental kantiano, se expone aquí la necesidad de atender a las pasiones y a la imaginación en las investigaciones filosóficas:
«la capacidad de creación es también necesaria para el reconocimiento del sentido de los escritos» (p. 192), que supera el alcance de la razón. En este sentido, Jean-Paul presenta al genio como la figura con mayor capacidad imaginativa, ya que abarca con su mirada a un tiempo lo más pequeño representado en lo infinito, cuya visión produce desasosiego, y lo más grande manifestado en lo finito, que escapa a toda representación. Sin embargo, este personaje no es el más feliz; ese puesto lo ocupa el estúpido, que no es consciente de su ignorancia, sino que se percibe a sí mismo como un sabio y sólo trata con opiniones semejantes a las suyas. Por ello, este carácter es el más beneficioso tanto para la salud individual como para el poder, ya que no genera revueltas de los gobernados contra el orden establecido.
Esto último sirve de introducción al bloque que cierra el volumen, titulado Emociones políticas, en el que se recogen modos de pensar el origen del Estado, los modelos de gobierno o la organización social desde lugares olvidados por la historiografía contemporánea, que incluyen aspectos del sujeto distintas a su dimensión racional. Este cambio de perspectiva se apoya en una consideración particular de la naturaleza humana, en la que la instancia dirigente no es la razón, sino las pasiones y las emociones, que mueven al individuo y al grupo en una determinada dirección. Así, por ejemplo, Gerardo López Sastre destaca el interés de Hume por los sentimientos, que debían ser siempre
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respetados por el gobierno (incluso, en ocasiones, potenciados). En cualquier caso, la razón aquí se limita a determinar un orden social ventajoso tanto para los individuos como para el grupo, que altere lo menos posible la naturaleza humana y que permita su expresión y desarrollo ordenado.
También el capítulo de Paloma de la Nuez e Isabel Wences trata el lugar que ocupan las pasiones en los estudios de la Ilustración: la «sociología de las emociones» (p. 233) elaborada por Ferguson -que parte de una comprensión del ser humano más amplia de la que se proyecta habitualmente en este periodo, incluyendo disposiciones naturales, necesidades y facultades diversas- pone de relieve la importancia de estos aspectos como motor de acción de los sujetos y como agente de configuración y cohesión social. Las investigaciones en este campo no deben entonces deshumanizar a los sujetos olvidando las pasiones, sino analizar las comunidades tomando en consideración todas las dimensiones de su naturaleza.
Poéticas del sujeto, cartografías de lo humano es un recorrido por algunas de las temáticas fundamentales en la historia del pensamiento europeo de los últimos siglos a lo largo del cual, frente al relato dominante, se reivindica una «Ilustración plural», en la que se advierten algunos de los rasgos que la han definido hasta ahora mientras se amplía el espacio para puntos de vista diversos, no unitarios. Es de agradecer la brecha abierta en el continuum histórico por obras como esta, a través de la cual ven la luz modos de pensar caídos en el olvido que, además de su valor historiográfico, son de gran utilidad para enriquecer nuestra comprensión del presente, así como para poner en perspectiva las corrientes de pensamiento actuales.
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