La melancolía de la razón pura
(baby blues ex ante facto)
Efraín Lazos Ochoa·
UNAM, México
Abstract
El texto es
una reflexión dividida en 28 secciones que, a través de diversas resonancias y
evocaciones entrelazadas que parten del texto “Duelo y Melancolía” de Sigmund
Freud, propone concebir la razón pura como la sede de una melancolía
auto-infligida, de un “yo pienso” estructuralmente “pobre y vacío”, haciendo por
el camino escala en las ramificaciones y el potencial (por ejemplo,
anticapitalista) de la melancolía frente al duelo.
Key words
Duelo; melancolía; razón pura; idealismo trascendental;
Freud; Kant.
A
Monique, quien sabe bien de esto
1. Duelo y melancolía (1917) es una pequeña
obra maestra de introspección—análoga en eso a las Meditaciones metafísicas cartesianas. A pesar de su aparente método
comparativo y su aparente validez restringida a unos pocos casos clínicos, es
introspectiva de cabo a rabo; el vacío en el yo (ese pseudo-sentimiento) o,
diríamos, el hueco en el plexo inferior no es otra cosa que un conjunto de
sentimientos reflexivos en constante conflicto, de ahí la ambigüedad
melancólica. La escaramuza permanente dentro como principio de
autoconstitución.
Se
dice, pues, que Trauer, entendido como
duelo, “refiere tanto al afecto penoso
como a su manifestación exterior”. Curioso, ello supone una dialéctica peculiar
entre lo interior y lo exterior: abre en un caso el espacio para la condolencia,
el fingimiento, para el rito y otras instituciones que marcan socialmente las
transiciones biológicas de las personas. Pero, acaso, será necesario recordar
que hay tipos de muerte, y que a cada uno debiera corresponder un tipo de duelo:
si el muerto ha sufrido, si ha gozado y se ha ido “en paz”, si ha sido
asesinado, torturado, accidentado por las máquinas o devorado por otros
animales. A cada tipo de muerte, un tipo de duelo. Las categorías forenses no
dan la pauta, pues si bien toda muerte es natural, no toda muerte es violenta. En
el duelo, podría decirse, lo que se hace y se dice no tiene que coincidir con lo
que se siente. La melancolía no tiene, en cambio, pausa: lo que se siente –el
vacío dentro—o no se siente es lo que se hace y lo que se dice. El vacío es, y
tiene peso, mucho peso ontológico.
2. Pura daementia praecox, inducción artificial
del bienestar pequeño burgués. Tras sufir los tiempos modernos en el
proletarísimo arrabal, el diván es el mérito-merecimiento supremo. Una meretriz
es jefa, reina. No hay como ser funcional, pro-duc-ti-vo. ¿Ya completó usted su
correspondiente informe/ declaraci€on?
3. Si el duelo
es un afecto normal (Freud dixit), la
melancolía podría ser un de-fecto normalizado. El duelo permanente es la
conclusión prohibida de una deducción competente. Cierto, el duelo ininterrumpido,
como las deducciones incompetentes, produce casi sin excepción compulsiones a
repetir y repetir y repetir... El efecto del vacío buscado y cultivado –puesto
que el duelo debe anteceder, a costa de la culpa, la herencia. Y cuando lo
testado no permite el duelo, la melancolía es la única deducción competente de
la culpa. Acaso es la melancolía la única re-creación ex nihilo, ya que por la nada nada pasa. Aquí no ha pasado nada. ¡Vete
(Va toi) con tus interrogaciones a
otra parte!
4. El buzo
cartesiano y la expectativa de castigo (un buen título para un ensayo ágrafo). La
creación (de qué) como redención. Se requiere precisarla. Ya.
5. O la
melancolía es un duelo (nace del duelo, se nutre del duelo anticipado,
imaginado, ficcionado y es, por tanto, duelo maximizado), o bien se opone al
duelo, lo contradice: traspasa los mojones de lo que tiene remedio, de lo que
todavía no se decide a pasar del todo y se queda en esa manera de dar vueltas y
vueltas de un gato tierno que huye mientras saca las garras. La pérdida y la
función de X (o doble negación). Episodio fóbico: allá va lo que se daba, que
no (nunca) lo soportó, y no obstante, lo buscó siempre: me vuelvo mi acosador y
el tirano de sí, la ingrata compañía. Pero, en fase maniaca, la melancolía no
es ya un duelo –el gozo supremo de la
pérdida, la única libertad sin adjetivos, la cura pagada—ni tampoco se opone al
duelo: simplemente no importa quién pena y quién goza, siempre que se pene y se goce. Siempre que (alguien,
algo) pene/goce. Bien, por fin, lo real pasa a chingar a su madre (y a su padre)
autorizadamente.
6. Pasado un cierto tiempo se le superará
(es wird mal aufgehoben werden). Al
duelo no hay que perturbarlo, no se le debe
perturbar, a la melancolía no se le puede
perturbar. Por ello, el melancólico vive sólo en el espacio, no en el tiempo.
La melancolía se vive sólo espacialmente: el tiempo, como se dice en el lugar
común, ha quedado suspendido. Curioso que, en esto, la melancolía comparta
rasgo con el arrobo amoroso, con los raptos creativos, pero también con las
variadas formas de sociopatía vigentes.
7. ¿La pérdida
de una abstracción? La patria proletaria, la justicia humana y la divina, la
libertad de los antiguos y la de los modernos –el objeto de conocimiento y lo
sujetado. Ya. Si se mira el estado de las cosas humanas, habría que declarar el
estado de duelo permanente. La melancolía reina y la jaula generacional pasa la
cuenta. El napalm y los drones no son ninguna abstracción pour hippies de luxe... y, sin embargo, el nominalismo nomina poco.
(Messidor)
8. La melancolía
descansa en un sistema de desasosiego. En el extremo derecho, una delirante
expectativa de castigo (Straff)… el
castigo es el duelo mismo, la escaramuza de poderes, deberes y haceres que se
han perdido sin remedio, como los peces/mónadas que nadie discierne bajo la
mezcolanza de las aguas. Resultado: la
pérdida de interés por el mundo externo es la fase melancólica; en la otra
esquina (yacen, penan), la demostración de la existencia de Dios, de la
existencia del mundo externo, las pruebas antiescépticas, la construcción
lógica del mundo sobre la base de enunciados observacionales, el principio de
plenitud según el cual la perfección consiste en la realización del mayor
número de posibilidades (fase maniaca).
9. El /La orden
de la realidad no es, de suyo, dolorosa/o--¡sólo su ejecución! Y, ¿quién (qué
moderno) puede ejecutarla sin placebos? El placebo kantiano es la razón pura y el
supremo experimento mental que ésta supone para entender el conocimiento empírico;
también la acción hecha por deber (no sólo conforme al deber); también, al lado
de una extraña capacidad de juzgar, la contemplación de lo bello y lo sublime
desprovista de deseo; también la historia racional y el optimismo teleológico;
así como la ilusión de las libertades políticas meramente burguesas. (Termidor)
10. La teoría
kantiana de la idealidad del espacio y del tiempo (que no del espacio-tiempo) en
la Estética trascendental es un testimonio melancólico superior. Es, como bien
se sabe, la pieza clave del idealismo trascendental, aquel que aún se pregona
como si hubiese sido una revolución científica. [Ojo: esa teoría es mejor
entenderla como una teoría acerca del espacio y del tiempo en relación con la
experiencia posible de las criaturas humanas, no como una teoría sobre el
espacio y el tiempo físicos. Lo que es más, no es siquiera una teoría
sistemática propiamente, sino algo así como el punto cero o el Big Bang
(Caimi) de la empresa denominada crítica de la razón pura.] Tomemos sólo al
espacio. Kant tiene afirmaciones diversas: que es una intuición, no un concepto;
que no obtenemos la representación única y singular del espacio por la
experiencia; que es una forma de la
intuición. Todo ello, y más, de algún complicado modo, debe ser combustible para
la Humildad epistémica, i.e., la conclusión
de que el espacio no es una propiedad de las cosas consideradas en sí mismas,
sino una condición subjetiva de la experiencia de objetos externos –los
fenómenos. ¿Cómo no atisbar aquí, en la célebre y celebrada tesis de la
humildad–expresada, eso sí, en ese magno ejercicio de Arroganz que es la Crítica--
el abismo melancólico de la razón pura?
11. A
vuelapluma, la humildad kantiana proviene de una secuencia de pensamiento como
la que sigue: para los humanos, es imposible conocer un objeto sin que éste les
afecte sensiblemente (premisa epistémica). Las propiedades extrínsecas de las
cosas –esto es, las que ellas poseen en virtud de sus relaciones (e.g.,
espaciales, temporales, causales)—no son reductibles a sus propiedades
intrínsecas –aquellas que las cosas poseen en virtud de lo que ellas mismas son
(premisa metafísica). De ahí sigue (conclusión epistémica) que no podemos
conocer las propiedades intrínsecas de las cosas, es decir, se sigue nuestra
ignorancia de las cosas en sí mismas.
12. El espacio
es, o bien una sustancia, un contenedor de espacios relativos (aunque sí que
funciona como marco de referencia), o una abstracción de la percepción de las
relaciones espaciales determinadas entre los objetos (así como un árbol
genealógico es una abstracción a partir de relaciones de parentesco
determinadas), o una condición subjetiva de la experiencia de objetos externos.
Si el espacio fuese una sustancia o una relación entre sustancias, nuestra
representación del espacio provendría de la experiencia de objetos y de las relaciones
en el espacio. No obstante, nuestra representación de espacio es una intuición
a priori, por lo que las primeras dos opciones quedan descartadas. Así, tenemos
permitido concluir, al mismo tiempo y en
un mismo paso, que el espacio es una condición subjetiva de la experiencia
de objetos externos (la subjetividad del espacio), y que el espacio no es una propiedad de las cosas consideradas en
sí mismas (la idealidad del espacio).
13. La idealidad
del espacio como orden de la coexistencia, preconizada desde Leibniz y
barrocamente retomada por Kant, es un modo, perverso, de soportar el orden de la
realidad. Es crucial que tal orden incluya un sujeto o, al menos, un detector
de relaciones espaciales.
14. Ejecutar
pieza a pieza la orden/ el orden de la realidad. El espacio como el orden de
coexistencia de las sustancias materiales o de los fenómenos bien fundados, se
vislumbra, en Kant, como condición de la experiencia de lo externo determinado.
De orden a condición, uno podría decir que hay una cierta liberación en la
medida en que, metafísicamente hablando, para el Leibniz que presumiblemente
estaba leyendo Kant, las propiedades extrínsecas sí que se reducen a las
intrínsecas. ¿Qué es esto? Se trata del efecto
pixel, como podría llamársele: Tómese
la imagen de una cara formada por puntos expandidos. Por un lado, es posible
notar la configuración local de las relaciones de cercanía y lejanía entre los
puntos que constituyen la imagen, y, por otro, desde una perspectiva espacial
distinta, la imagen misma. Un cambio en la disposición y arreglo mutuo de los
puntos resulta en un cambio en el rostro. Pues bien, la idea de que las
propiedades extrínsecas de una sustancia pueden reducirse o, en última
instancia, no son otra cosa que las
correspondientes propiedades intrínsicas –las propiedades de las mónadas—es la
idea de que las propiedades representadas en la imagen (imaginemos las arrugas
de un rostro) dependen y, en última instancia, no son sino el arreglo peculiar de los puntos sobre un superficie.
15. Arrugas/marcas
del rostro: de arruga en arruga puede acaso trazarse la trayectoria de los
duelos. De un duelo a otro, como de una a otra arruga. Las arrugas del
melancólico, sin embargo, no transitan, no expresan nada, porque dentro no hay
nada que pudiera aspirar a expresarse. En la melancolía, las arrugas sólo son,
no expresan.
16. La idealidad
del espacio es un testimonio del empobrecimiento del mundo propio de la
afección melancólica. El mundo de los fenómenos, el mundo de los objetos que es
posible ubicar en el espacio (y en el tiempo) y a los que cabe aspirar conocer,
es un mundo incoloro... o al menos indiferente al color. Matiz: solamente le
importa el color –una propiedad de las llamadas secundarias—en la medida en que puede categorizarse como una magnitud intensiva. Y eso es, a decir
verdad, bastante poco para lo que es el color, ¿o no?
17. Uno siempre
puede saber a quién perdió, pero nunca
lo que perdió. Nunca, nada, nadie
(Saer). Y, si el mundo tiene junturas fundamentales, en la idea de que uno puede
saber que debe haber algo que cumpla una función –para que, e.g., la realidad
física sea en algún sentido legaliforme—sin saber exactamente el quid de ese algo (cuál es su naturaleza,
qué es determinadamente), hay, también, más melancolía que teoría. Dicho de
otro modo, el realismo modal, el cual no solo es compatible sino que lleva a la
humildad epistémica, es, como el idealismo trascendental, un testimonio supremo
de melancolía.
18. La
constelación anímica de la revuelta…si Abraham es el primer melancólico, el
buddhismo es obligación: no hay unidad originaria, sólo agregados de agregados
de partes que en sí mismas son, a su vez, agregados de agregados. La sensación
de perder algo que nunca se tuvo. Hendrix, Little
Wing. Nada parecido al Calvario del espíritu absoluto, el remedio
definitivo de la contingencia y la vulnerabilidad. … Sus quejas son (en uno de
los milésimos ciclos) reclamos (a sí mismo). Pero no, el fóbico acompañante del
sacrificado no alcanza redención, no hay salida, nadie irá a llorarlo, ninguna
dolorosa mujer acudirá a lamerle las heridas al cadáver y, por lo tanto, dado
que el llanto debe reinar, llora por sí mismo –el último recurso de la autorepresentación
melancólica. La representaciøn
melancólica, sin embargo, no puede ser nunca un auto de fe –el rito es privado,
representa y priva. La razón es que siempre hay razones, aunque no siempre sean
aceptadas de la misma manera. Y como sus quejas (Klagen) son reclamos (Anklagen),
no puede haber paz, solo guerra todo el tiempo –war all the time. La razón pura se halla acosada por preguntas que
ella misma no puede, nunca, resolver.
18.1 Los
manuscritos de Leningrado, donde el sentido interno se intuye a sí mismo: me afecto a mí mismo al llevar las representaciones de
los sentidos externos a la conciencia empírica de mi estado. El sentido interno
marca subjetivamente el orden de la sucesión ad infinitum, por lo que no puede soportar la pura permanencia o el
orden de la simultaneidad indefinida.
Aunque
la Crítica es la costosa terapia, no
hay resultado redentor; de ahí la humildad epistémica, la consciencia de la
propia ignorancia. Lo mejor de la cura son las flores de sangre: si esperábamos
algo sustancial y sustantivo con qué operar las sustituciones indefinidas,
descubrimos que somos sólo amasijos de relaciones en relación con amasijos de
relaciones. El mundo natural y la subjetividad, hasta donde es posible para los
humanos saberlo, tienen una estructura relacional, no categorial. No hay, por
tanto, hasta donde alcanzamos a saber, propiedades intrínsecas de las cosas,
sólo propiedades extrínsecas: su tiempo, su espacio, su comunidad de causas, su
interacción. En el fractalismo hay cosas con relaciones, pero las cosas siempre
son, a su vez, relaciones –acaso de otro estrato, con otras leyes. Por eso,
cualquier sustitución en una parte supone una revisión en muchas de las otras
–y no hay porqué asumir solo causalidad o efectividad meramente próximas.
19. El remplazo
y lo remplazable. El melancólico no puede pagar una ruptura, sólo vivir es, ya,
estar pagándolo todo –como elección conciente, racional, como decisión unánime
de todos los yos convocados y desbocados. Sí, queridos, aspirad a ser
soportados cuando la tolerancia es sólo tener que soportar, así sea en tanto
los críos crecen, tanta miseria patriarcal. Pero, queridas, una puede saber a quién ha perdido, pero
no puede (nunca) saber qué ha perdido.
¿No es maravilloso? Después de todo hay redención: al menos del tipo
narcisista: ¿no? Lxs que me perdieron, aunque no coincidan extensionalmente con
lxs que se perdieron de mí, no saben lo que perdieron –no saben de lo que se
perdieron.
20. ¿Habrá
melancolías colectivas, o es solo una, solitaria y privada la jaula de la
melancolía? La castora: “el hombre permanece solo [...lo cual para muchos es] una
experiencia más atractiva que una relación auténtica con un ser humano.” Es
cierto, pero, en algún lugar, alguien, acaso, se preguntará, pensando en casos individuales,
¿qué es más atractivo? Experiencias auténticas pueden tenerse, al menos en
principio, con seres humanos, con plantas o con animales de granja. La
atracción de la soledad, una melancolía cultivada: compárese la búsqueda de
autenticidad con la búsqueda de la autonomía. ¿Estará en la primera, más que en
la segunda, el punto de quiebre de la opresión de la especie en los cuerpos
femeninos? Este patriarcado es también, acaso, una jaula colectiva de la
melancolía.
21. La
inhibición de toda productividad como característica de la melancolía. La
melancolía que se encontró con un publirrelacionista que decía ser poeta que se
encontró con un perro que no quería ladrar, con una madre que no quería ya
saber nada de nada (Baby blues). El
potencial anticapitalista de lo melancólico: después de todo, si, como el
imperativo categórico en su tiempo, la melancolía fuera el rasero de las
intenciones humanas postindustriales, nadie produciría ya nada. Pero, acaso la
máxima melancólica puede universalizarse... y entonces la prehistoria que somos
cobra su precio real.
22. Las
alcantarillas son necesarias para mantener la salubridad de los palacios. Abbas
Kiarostami. De 10: la diferencia
entre las casadas y las callejeras es la diferencia entre el mayoreo y el
menudeo. La metafísica aplastante del patriarcado reina. El acto sexual se
torna en un servicio. De ahí que la “legalización de la prostitución” sea
análoga a la legalización de una sustancia psicoactiva. Es, cuando la historia
se cuenta completa, la constatación de la libertad de sufrir bajo el
turbocapitalismo. De la calle a la alcoba matrimonial, la consigna es generar
valor agregado en la cadena productiva.
23. La opresión
oprime. Y la guitarrita ya como último remedio. Como si hubiera remedio de
tanto agravio, tanta mierda derramada sin control, sin hastío, sin bastar,
tanto irse siempre para abajo como remedio que no es remedio. ¿De qué podría
ser remedio la guitarrita, --la música, el arte? Cuantimás se encarama el mono,
más enseña la cola, el orificio de desalojar y la mierda que no alcanza a lamer
con la larga lengua.
As high as the monkey can climb
the more it shows its tail.
Misery is the river of the world.
(The devil built the chapel).
There is nothing kind about man.
“Las
querellas (Anklagen), en fin, se
ajustan a otra persona a quien el enfermo ama, ha amado, o amaría.” En el duelo,
el mundo se ha hecho pobre y vacío; en la melancolía, eso le ocurre al yo
mismo. El enfermo nos describe a su yo como indigno, estéril y moralmente despreciable;
se hace reproches, se denigra y espera repulsión y castigo. Se humilla ante
todos los demás y conmisera a cada uno de sus familiares por tener lazos con
una persona tan indigna. No juzga que le ha sobrevenido una alteración, sino
que extiende su autocrítica al pasado; asevera que nunca fue mejor. El cuadro
de este delirio de insignificancia -predominantemente moral- se completa con el
insomnio, la repulsa del alimento y un desfallecimiento, en extremo asombroso
psicológicamente, de la pulsión que compele a todos los seres vivos a aferrarse
a la vida. En uno de sus ciclos, el melancólico es contraejemplo del conato
espinoziano; es un organismo, un ser vivo, sin finalidad y sin fuerza interna,
y un organismo sin conato no es solo un tragicómico ser para la muerte sino un
ser indeterminable: un zombie emocional.
24. El iceberg se
derrite con las guerras del agua. [There ain’t no use to sit and
wonder why, babe ...it don’t matter anyhow.] Así que en la melancolía el yo se ha hecho pobre y
vacío, a diferencia del duelo, donde lo empobrecido y hueco es el mundo. Ahora
bien, si el yo pienso --aquel que tiene que poder acompañar todas mis
representaciones pues de lo contrario no serían nada para mí-- es pobre y
vacío, pobres serán todas sus representaciones. No en balde tiene una identidad
meramente lógica, no sustancial, no es una cosa. La cura del melancólico kantiano
es ¡uno, dos, tres egos cartesianos! Sustancia, más sustancia (sea como algo
que existe por sí mismo, como sujeto que no puede ser objeto, como la portadora
madre de todas las propiedades, como lo que permanece a lo largo de los cambios,
como lo único que es verdaderamente capaz de actuar), pensamiento, menos
pensamiento; yo, tres veces yo; y cuerpo,
cuál, dónde, cómo: sólo que los cuerpos no se tocan (no hay cuerpos, sólo,
acaso, mi cuerpo), y el pensamiento, de tan lleno, no alcanza a pensar nada fijo
más allá de tres minutos cortos (lo que transcurre en la pantallita dactilar),
y el yo no está en el cuerpo como un capitán en su barco. ¿O sí? ¿Qué capitán, en cuál de todos los
barcos? Es preferible el buzo que se hunde bajo la presión superficial pero flota
por la presión del fondo. El buzo kantiano.
25. La línea de
flotación del buzo kantiano está trazada por el espacio y por el tiempo (no
confundir con el espacio-tiempo) como condiciones subjetivas de la experiencia
posible; no lo está, como cabría quizás esperar, por los sentidos externo e
interno. Puede barruntarse que la teoría del sentido interno está diseñada para
acomodar la representación del transcurso del tiempo en la sensibilidad, entendida
ésta como capacidad para recibir o ser afectado por objetos particulares. Sentimos
el orden de lo sucesivo en el tiempo a través de un sentido, especial, que es
el sentido interno. No hay necesidad de hacer esto con la representación no
conceptual de la simultaneidad espacial. Decir que el espacio es la forma del
sentido externo es decir que lo simultáneo tiene un orden y que ese orden es
parte constitutiva de experiencia humana. Para decir lo correspondiente del
tiempo, hay que decir, además, que tenemos una capacidad de representación no
conceptual del tiempo que es el sentido interno. No obstante, la teoría de los
sentidos externo e interno supone la diversidad espacial y temporal. Y esa
diversidad, depende de las intuiciones puras de espacio y de tiempo. A esto
debe agregarse que espacio y tiempo son, por sí mismos, intuiciones, no
solamente órdenes previos a la experiencia, aunque presentes en toda
experiencia de objetos. Como intuiciones, son representaciones singulares y
únicas: sólo hay un espacio, y sólo hay un tiempo, y la diversidad de espacios
y de tiempos se deriva, según Kant, de la unidad original de tales intuiciones.
Estamos ante dos unidades originarias, no conceptuales, enraizadas en la
sensibilidad humana.
26. La redención y el reemplazo. Nada como un clavo
para sacar otro clavo. Pero,
¿cuál es el otro? La estructura de las revoluciones
científicas: nunca se abandona una teoría, por mala que sea, si no se tiene ya,
al menos en ciernes, una alternativa... o dos, o tres. El paso a la acción no
es, de cualquier forma, garantía de resultados –o más bien, el paso a la acción
tiene casi siempre resultados inesperados. Nadie sabe nunca para quién trabaja.
En el duelo la redención es el orden de la realidad: primero, saber de la
pérdida, la despavorida huida de la existencia física del muerto –lo que sólo
existe como células en el proceso irremediable de descomposición. Y, entonces,
la sustitución sobreviene con algún otro saco de células, éstas todavía vivas
de algún modo, los cuales sacos de células más temprano que tarde encuentran su
disolución en cámaras de incineración después de leucemias y testamentos. Y la
rueda de las sustituciones sigue, simplemente porque sigue, sin ninguna razón
en particular o, si se quiere, por todas las profundísimas razones que no
equivalen en verdad a gran cosa –cuando se las piensa bien.
27. En la melancolía, en cambio, la redención no tiene
solución químico-física –a no ser la máquina biológica de reproducción social...
con los costos consabidos para la creatividad presunta o inventada, para la
autonomía del individuo y de la individua, para la serenidad de los lazos
disfuncionales de parentesco. La
melancolía, para ser melancolía, debe no tener redención –o la redención no
puede ser sino inventada –no hay, en estricto sentido, ningún cuerpo pestilente
que permita la clausura epistémica del deseo libidinal, ningún orden de la
realidad que se imponga a las autoinfatuaciones del melancólico. La razón es
que el vacío es autoinfligido –autocultivado, autopermitido, autocombatido. En
este plexo, la melancolía deviene en el contrario de la autarquía. El principio
rector es el hueco dentro –la nada que nadea y que, así como amanece, así
también anochece. Esto explica, también, que en la melancolía el reemplazo sea
imposible –¿cómo se puede reemplazar un ideal (algo a fin de
cuentas hueco) sino con otro ideal (algo igualmente hueco)? Pero, ¿para qué
necesitamos agentes permanentes y persistentes? La actividad de cocinar,
¿requiere que el fuego sea un agente persistente, o solamente una una serie
continua de llamas?
28. Espuma de
días, tensión superficial.
Bibliografía
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Monique (1990) La Folie dans la Raison
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Martorell, Valencia, Cátedra, 2005.
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Kant, Immanuel 1781-1787
Crítica de la razón pura, trad. Mario
Caimi, México: FCE, 2009. Kritik der
reinen Vernunft, W. Weischedel (hsg.), Werkausgabe Bände III & IV.
· Instituto de
Investigaciones Filosóficas, Universidad Nacional Autónoma de México. eflazos@unam.mx.