CON-TEXTOS KANTIANOS.

International Journal of Philosophy

N.o 6, Diciembre 2017, pp. 106-120

ISSN: 2386-7655

Doi: 10.5281/zenodo.1095155


La epistemología kantiana y el contenido no conceptual


Kantian Epistemology and Non-Conceptual Content


JUAN JOSÉ ROSALES SÁNCHEZ


Universidad Yachay Tech, Ecuador


Resumen

John McDowell sostiene que el contenido de la experiencia es completamente conceptual y que, por tanto, no hay nada que pueda denominarse contenido no conceptual. Alega este filósofo que las bases de su defensa de este único contenido de la experiencia se encuentran en la obra de Kant, específicamente en la Crítica de la razón pura. Pues bien, a partir de las lecturas directas de esa misma obra de Kant y de las Lecciones de lógica, mejor conocidas como Lógica Jäsche, y de la lectura indirecta de Sobre el fundamento último de la diferenciación de las direcciones en el espacio, argumentamos a favor de una interpretación de las habilidades y de las prácticas como posibles expresiones del contenido no conceptual en la epistemología de Kant.

Palabras-clave

Epistemología kantiana, contenido de la experiencia, contenido conceptual, contenido no conceptual, Kant, John McDowell.


Abstract

John McDowell holds that the content of experience is completely conceptual; hence anything as non-conceptual content could ever exist. This Philosopher argues that the basis which backs this unique content up could be found in Kant works, specifically in Critique of Pure Reason. Thus, this paper begins at the direct readings of this Kantian work, Lessons of Logic well-known as Jäsche, and the indirect reading of Concerning the Ultimate Ground of the Differentiation of Directions in Space as well, so we argue in favor of an interpretation of skills and practices as possible expressions of non-conceptual content in Kant Epistemology.

Key-words

Kantian Epistemology; content of experience; conceptual content; non-conceptual content; Kant; John McDowell.


jrosales@yachaytech.edu.ec


[Recibido: 16 de octubre 2017

Aceptado: 2 de noviembre 2017]

La epistemología kantiana y el contenido no conceptual


0. Preliminares

Dentro del espectro de la epistemología que debate sobre los contenidos de la experiencia, McDowell (2003) sostiene que la experiencia posee única y exclusivamente contenido conceptual. Este conocido filósofo declara que su principal base de apoyo es la epistemología kantiana, en especial la Crítica de la razón pura (KrV). En este mismo orden de ideas, el dictum kantiano: “Los pensamientos sin contenidos son vacíos, las intuiciones sin conceptos son ciegas” (KrV A51/ B75) sirve a McDowell para afirmar que “el pensamiento original de Kant era que el conocimiento empírico es el resultado de la colaboración entre la receptividad y la espontaneidad” (McDowell 2003, p. 459). A este respecto, sostiene McDowell (2003) que en la receptividad están implicados los conceptos. Planteado de otra forma, significaría que la sensibilidad, por sí sola, no puede dar lugar a la experiencia sin el auxilio de los conceptos. En consecuencia, el contenido de la experiencia está determinado por los conceptos, y en especial por su poder de producir sentido (Sinn). Para McDowell, la experiencia acontece en el ámbito del sentido más que en el de la referencia: “el pensamiento y la realidad se encuentran el uno con el otro en el ámbito del sentido” (2003, p. 277).

Como respuesta a este enfoque conceptualista este artículo presenta una perspectiva interpretativa de los contenidos de la experiencia en la que algunos elementos típicos de la acción, tales como “destrezas”, “capacidades” y “prácticas” se consideran próximas al dominio de la intuición y, por ello, ilustrativas de un tipo de experiencia con contenido no conceptual. Para sustentar esta tesis tomamos como base la Lógica de Kant (Log AA, 09) y algunos juicios presentes en el ensayo de 1768 del mismo Kant, Sobre el fundamento último de la diferenciación de las direcciones en el espacio (citado en Mc Mannus 2002). Desde estas lecturas sobre la obra de Kant argumentamos a favor de la tesis según la cual algunos elementos de la acción, como el despliegue de capacidades y de destrezas no dependen necesariamente del dominio de los conceptos que pudieran estar relacionados con ellas. De igual modo, la obra de Hanna (2008) es otro punto de apoyo, pues este filósofo encuentra en la Crítica de la razón pura (KrV) elementos doctrinarios que, según su juicio, sirven para sostener la presencia de contenidos no conceptuales en la experiencia. El artículo está organizado en cuatro partes. La primera sección adelanta dos definiciones diferentes de “contenido”; ninguna de estas definiciones procede de los autores que examinamos sino que resultan de un esfuerzo interpretativo nuestro. La segunda parte expone qué se entiende por “contenido conceptual”, y apelamos a las consideraciones de Cussins (2003); aquí la noción de condiciones de verdad y su relación con lo conceptual resulta capital para los propósitos de distinguir el enfoque conceptualista de la experiencia. El tercer segmento es el núcleo de este trabajo porque discurre en torno a los contenidos no conceptuales de la experiencia; en esta parte nos apoyamos en la clasificación kantiana del conocimiento descrita en la Lógica (Log AA: 09) y en ejemplos, expuestos por Kant, que se refieren al ejercicio de capacidades sin que necesariamente medie conocimiento de las reglas que las gobiernan, ni de los conceptos que se referirían a dichas reglas. Por último, y


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      para concluir, se presenta una sección de “consideraciones finales” dedicada a la discusión y síntesis de los argumentos presentados a lo largo del artículo.


      1. Dos significados de “contenido”

        El significado de los conceptos y de las proposiciones que empleamos parece estar íntimamente ligado a prácticas que no necesariamente están conceptualizadas, habilidades que se hallan algo así como en el umbral de lo conceptual. Prácticas imprescindibles en cuanto depende de ellas la posibilidad misma del lenguaje y, por tanto, de una buena parte del conocimiento comunicable y cooperativo. Respecto de estas ideas, Kant dice: “Hablamos, sin embargo, sin conocer la gramática. El que habla sin conocer las reglas posee en efecto una gramática y habla conforme a reglas de las cuales, empero no es consciente” (Log AA, 09, 2). Todo está determinado por reglas aunque las ignoremos, afirma el mismo Kant, así que se trata de que el entendimiento someta a reglas las representaciones de los sentidos (Log; AA, 09, 2). Pero resulta que el mismísimo entendimiento, en general, está sometido a reglas, y no obstante lo usamos sin conocer las necesarias reglas que lo determinan (Log AA, 09, 3). Kant destaca un nivel de experiencia en el que la familiaridad con las cosas, la regularidad de las acciones y los resultados, son suficientes para una vida cotidiana libre del empeño por entender. En las prácticas cotidianas y en las que no lo son están escondidas unas reglas que pueden ser extraídas por la investigación, halladas por el intelecto. El deseo de dar y comprender las reglas que gobiernan los fenómenos y las prácticas es una aspiración, un ideal que, según Kant, contribuye al progreso del conocimiento. Así, que no haya un inventario completo de reglas no es un problema sino un acicate; y en cuanto a las prácticas lingüísticas, desde una perspectiva kantiana, sigue siendo un reto la formulación de una Grammatica universalis.

        El problema de la experiencia no tiene que tratarse necesariamente atendiendo al asunto de los tipos de estados y contenidos mentales, aunque, desde luego, es válido hacerlo en esos términos. Dicho tratamiento de la experiencia tendría que estar referido, más bien, a la vinculación entre lo que hacemos, lo que pensamos y los resultados que obtenemos del hacer y del pensar. El significado de la experiencia depende de tal vinculación y cuando la sometemos a análisis encontramos que el significado es incompleto y necesita someterse al crisol de la vida. Entonces, en relación con la experiencia, los significados no son completos aunque estén impregnados de cierto grado de intersubjetividad y hasta parezcan totalmente impersonales, por lo que el conocimiento común ordinario, la ciencia y las demás disciplinas se ven afectadas, modificadas y hasta desmentidas, en parte, por el curso de la experiencia. Hasta hace algunos años aprendíamos en la escuela que el Sistema Solar estaba compuesto de nueve planetas, con los estudios más recientes, el reajuste teórico y ciertas evidencias empíricas, los criterios para decidir qué es y qué no es un planeta se modificaron.

        Tenemos, entonces, dos tipos de significado, o dos usos del término “contenido”: Primero, el contenido se entiende como el conjunto de elementos variables que facilitan la comprensión y la acción, pero que ellos mismos no son objeto del entendimiento, no caen


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        bajo una definición o incluso no se pueden tratar ni siquiera metafóricamente: el alfarero que exige a los aprendices que se le preste atención cuando usa el torno, y exige que se toque la pieza para que se aprecie la textura adecuada y los contornos correctos de la pieza que está torneando. En este ejemplo, el aprendizaje vicario está por encima de las palabras y hasta de las definiciones, la verdad se revela a los sentidos y no al intelecto. El conocimiento no es independiente del artífice, es algo muy suyo y no puede ser objetivado en palabras y definiciones, el logro de la obra misma es la objetivación. En este primer sentido, las reglas de construcción no están disponibles para su exposición discursiva y por tanto pública. De esta manera, saber y sentir resultan inseparables.

        En un segundo sentido, el contenido está disponible para ser extraído lingüísticamente, para que se señale con la ayuda de una red de conceptos cuáles son sus límites gnoseológicos y prácticos. Contenido es aquello que el entendimiento saca en limpio y un ser con competencias lingüísticas es firme candidato a apropiarse de ese conocimiento. La independencia de los individuos, por el uso de sus facultades intelectuales, estaría garantizada. De todos modos, estas divisiones, aunque necesarias para la explicación, son engañosas. El dominio de las artes y las ciencias, o cualquier otro saber, no está disponible para todos los que estudian y asimilan intelectualmente sus principios, métodos y procesos, aun cuando ellos se encuentren muy claramente expuestos. Siempre hay algo de habilidad personal y de situaciones que influyen en dicho dominio. Al respecto, señala Kant que, “se puede aprender filosofía en un cierto respecto sin ser capaz de filosofar” (Log; AA, 09, 21). Entonces, aun en una disciplina cuyo material de trabajo es el concepto, no se puede ignorar lo decisivo que resulta la posesión de específicas capacidades y la ejercitación de habilidades para elaborar el conocimiento filosófico; y por cierto, cabría preguntarse respecto de esas capacidades y habilidades, de dónde proceden o cuál es su fundamento.

        Es evidente que sólo el segundo de los contenidos es relevante para desarrollar un camino de exposición interpretativa de la experiencia, y con ello lograr su objetivación. Pero el primero, orientado hacia la habilidad y las disposiciones, nos hace apreciar de manera distinta ciertos logros que no parecen estar al alcance de los cánones del lenguaje.

        Ahora bien, ¿qué debe caracterizar el contenido de una experiencia? ¿Qué tipo de realidad debe poseer el contenido para ser al mismo tiempo objetivo y accesible a las diferentes mentes individuales? El término “contenido” alude a aquello que está en un continente, a lo que tiene límites más o menos definidos. “Contenido” también hace pensar en aquello que puede ser extraído, por lo que se llega a ponderar como una información disponible.

      2. Contenido conceptual

        El contenido conceptual es una información que puede extraerse y exponerse en términos lingüísticos puesto que responde a qué es, cómo es, o dónde está, etc., aun cuando originalmente tal contenido no esté dado en una modalidad conceptual. Así, en general, nos entendemos al hablar de objetos disponibles en la experiencia externa (un árbol, una mesa, un perro), de algunas de sus propiedades accesibles a nuestros sentidos (sus colores y figuras), y con ayuda de artefactos, de otras propiedades como sus medidas (peso,


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        temperatura, dimensiones, duración). Al poner en conceptos una cosa o sus propiedades, especificamos un contenido o significado de la experiencia común, decimos común en el entendido de que puede ser captado por individuos capaces de realizar la misma conceptualización.

        Por otra parte, es importante considerar que, en presencia del objeto, la percepción da lugar a la captación de matices, a la apreciación y discriminación de caracteres que se escapan al concepto, porque la capacidad de diferenciación sensorial es diferente en cada individuo, no se encuentra en la uniformidad o rasero propio de la conceptualización. Es difícil negar que las diferencias en la agudeza de visión permiten captar irregularidades de superficie o decoloraciones, por ejemplo; dependiendo de la potencia en la visión y también del entrenamiento en su empleo, se pueden capturar detalles que un concepto deja fuera y que sin embargo son significativos. El entrenamiento táctil es un factor a considerar en torno a la especificación del contenido; a falta de luz ultra violeta o de reactivos químicos, un hombre acostumbrado a manipular papel moneda puede decir, por medio de una inspección táctil, si un billete es de curso legal o no; en todo caso, cierta discrepancia con el continuo de su experiencia en la manipulación de billetes le hará pedir que le cambien ese billete.

        La experiencia es la escuela de la percepción y ésta (la percepción) es a su vez un alumno fiel que no la abandona y colabora en asuntos de alta importancia para su escuela. Por eso es que disposiciones perceptivas y un ambiente adecuado para el entrenamiento de tales cualidades son esenciales para el logro de las diferencias en las capacidades de discriminación o de las aptitudes no conceptualizadas: un mecánico escucha el ruido del motor y diagnostica el lugar del problema; un experto en telas toca la superficie y puede determinar si es puro algodón o si contiene fibras sintéticas; un experto en preparación de fragancias, una “nariz”, es capaz de examinar diferentes fragancias y discriminar con absoluta seguridad la original de las imitaciones; un pintor aprecia matices de color o de perspectiva que otros no ven; un buen cocinero prueba la comida y con bastante aproximación puede decir cuáles han sido las especias o ingredientes empleados en su elaboración; en general, los expertos hacen estas distinciones sin poder decir cómo las hacen. Esta apreciación de los detalles, cualidad esencial de la percepción, está muy ligada al hábito y al entrenamiento, y, quizá, a una especial fortaleza y desarrollo de uno de los cinco sentidos en el individuo. Por tanto, el acceso a la información ligado a lo sensorial es esencialmente personal y su cualificación es igualmente variable individualmente. Y a despecho del conceptualismo y su esperanza del continuo refinamiento de los conceptos, hay un mundo de detalles presentes en la percepción de las cuales los conceptos no pueden dar cuenta. Al espectro de detalles percibidos, que sirven al sujeto para actuar con acierto, le llamamos información no conceptualizada.

        Mientras los contenidos, cualesquiera sean sus tipos, den lugar a pautas de clasificación y relación de cosas o eventos, no resulta necesario delimitar lo conceptual y lo no conceptual. Pero cuando en nuestros procesos reflexivos nos preguntamos qué pasa con ciertos tratos con el mundo que no son transparentes para el examen conceptual,


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        entonces notamos que tales pautas varían y buscamos las características determinantes o que nos parecen tales para fijar nuestro contacto con el mundo. En este mismo orden de ideas, Cussins apunta que “el contenido conceptual es el contenido que presenta el mundo a un sujeto como lo objetivo, un mundo humano desde el cual uno se puede formar juicios verdaderos o falsos” (2003, p.134). “Mundo humano”, significa, en el contexto de las reflexiones de Cussins, un mundo moldeado por distinciones compartidas. El carácter representativo de la experiencia, el representarnos el mundo de cierta manera, depende del uso de los conceptos. Pero, ¿qué ocurre con los eventos o cosas que se nos presentan y que no calzan en el repertorio de conceptos que poseemos?, ¿sería conceptual el contenido si la experiencia se especifica con un “esto es…x” en donde “x” es lo más cercano a una definición, o por lo menos a una descripción? Si se tiene la experiencia y nuestro repertorio conceptual no bastara para describirla, si no pudiéramos dar cuenta de las situaciones en las que estamos inmersos con la ayuda de nuestros conceptos, pero pudiéramos movemos en ellas y hasta resolver o tomar cursos de acción sin saber qué ocurría exactamente y cómo lo hicimos, ¿no cabe pensar en un acceso al mundo de forma no conceptual?

        Sostiene también Cussins (2003), con respecto a los contenidos conceptuales en general, que este tipo de contenidos presenta el mundo al sujeto como dividido en objetos, propiedades y situaciones, que son los componentes de las condiciones de verdad. Por ejemplo, veo sobre una mesa un libro; entonces, es necesario verificar que el objeto que sostiene al otro cumpla con ciertos caracteres o propiedades, una tabla apoyada en una, dos, tres o cuatro patas, que el objeto sostenido consista en un conjunto de páginas, que al mirarlo contenga palabras y/o imágenes, y que éstas se hilvanen en un orden relativamente coherente de exposición. Verificadas esas condiciones digo, por ejemplo, que estoy ante un libro sobre una mesa. Esta es una manera frecuente de aproximarnos al mundo, manera que se perfecciona paulatinamente según el entrenamiento lingüístico y cognitivo. Sostiene Cussins (2003, p.134) que:

        La posesión de cualquier contenido implica contornear el mundo de una manera u otra. Habrá una noción de contenido no conceptual si la experiencia proporciona una manera de esculpir el mundo, que no consista en esculpirlo en objetos, propiedades o situaciones (es decir, los componentes de las condiciones de verdad).

        Lo que podemos inferir de todo esto es que, en ciertos contextos, los contenidos están definidos por los conceptos de los que depende la especificación de la experiencia. Pero podría resultar que haya otros contextos y otros modos de captar o esculpir la experiencia. Esta posibilidad nos remite al logógrafo y al zoógrafo que vive en cada uno de nosotros según nos lo plantea Platón (Filebo VI, 39b).

        Entonces, está en juego conocer si la determinación del contenido de la experiencia, o su significado, es identificable con independencia de las específicas capacidades perceptivas y de las variadas capacidades de conceptualizar que caracterizan a los seres humanos. Además, puede que tengamos experiencia ordinaria del mundo unas veces con predominio de lo conceptual y otras veces con predominio de lo figurativo. Pero este es un planteamiento que no tiene aceptación o que jamás se planteará el defensor a ultranza del contenido conceptual de la experiencia, ya que el conceptualista piensa que la percepción


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        sería una clase específica de actitud proposicional. La razón para argumentar de este modo es que, según su punto de vista, sólo podemos percibir una cosa con tales o cuales características si en el acto de percepción se actualizan los mismos conceptos que están involucrados en los juicios y creencias. En resumen, no se puede tener experiencia perceptiva sin poseer los conceptos necesarios para especificar el contenido representacional correspondiente.

        Detrás de los argumentos conceptualistas está un ideal epistemológico que atiende a la justificación racional de los juicios de experiencia y de las creencias. Esto es evidentísimo en McDowell, pues sostiene con vehemencia que el espacio de los conceptos y el espacio de las razones coinciden; dicho de otra manera, que no hay justificación fuera del espectro de lo conceptual, y hace hincapié en el argumento, de suyo convincente, de que la percepción es una instancia justificadora de creencias. Igualmente, el contenido de la experiencia es conceptual para McDowell (2003, p. 94) porque lo incorporado en el contacto con el mundo debe estar disponible para la reflexión, para que quede evidenciada su acreditación como racional. Lo conceptual implica autoconciencia, de manera que tener experiencia es poder volver sobre ella en el pensamiento e insertarla en un proceso de reflexión y de enjuiciamiento. Por eso, mundo, experiencia y concepto conforman la trinidad epistemológica de McDowell. La experiencia es un asunto de sujetos que dominan conceptos, por lo que no hay contenido sin concepto. El mundo es el conjunto de los hechos que son conceptuales y enjuiciables, el mundo está disponible para los sujetos de experiencia. Ante una estrategia de este tipo, la posibilidad de que haya contenidos que se sitúen fuera del dominio de lo conceptual es nula. Para precisar estos señalamientos, tomemos un revelador texto de McDowell (2003, p. 92):

        Si hacemos abstracción del papel de lo suprasensible en el pensamiento de Kant, nos quedaremos con una imagen en la cual la realidad no se localiza más allá de un límite que circunde y encierre lo conceptual […] Al Idealismo Absoluto le resulta primordial el negar la idea de que el reino de lo conceptual cuente con un límite externo; y nosotros hemos llegado a un punto desde el cual cabría comenzar a domesticar la retórica propia de tal filosofía. Consideremos esta observación de Hegel: ‘En el pensamiento soy libre, ya que no estoy en otro’. Ella expresa exactamente la imagen que he estado empleando, según la cual lo conceptual carece de límites: no hay nada más allá de ello.

        Si esta aserción que pudiéramos resumir como, “todo es logos”, no es una posición idealista, entonces no sabemos cómo pueda catalogarse. El contenido de la experiencia es conceptual porque al mismo tiempo lo conceptual es el continente. Así, en el proceso de la experiencia, lo sensorial estará sujeto a los dictámenes del concepto; y, aunque involucrado, lo sensorio como tal no es lo relevante a efectos cognitivos. Los criterios de acuerdo con los cuales decimos que nos hacemos cargo de nuestra experiencia ordinaria, al hablar de objetos, propiedades y situaciones, no tienen que ver con posibles contenidos inmediatos provistos por los sentidos, sino únicamente con las conexiones conceptuales que median cualquier contacto sensorial con la realidad circundante.

        Tal y como lo hemos señalado, una normatividad de tipo conceptualista o bien deja fuera lo que se resiste al concepto o bien confía que con el tiempo se alcanzará un


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        refinamiento tal de los conceptos que podrá llegar a detalles más y más sutiles, o asume la posición de McDowell que decreta la ausencia de límites para lo conceptual en el campo de la experiencia. Pero mediante el examen de algunos argumentos que defienden la plausibilidad de contenidos o significados no conceptuales en la experiencia hay margen para la conclusión de que es posible una normatividad distinta a la definida por lo conceptual. Entre estos argumentos sobresale no sólo la mayor riqueza de detalle de la experiencia perceptiva, sino ante todo, el papel cognoscitivo que tiene esta finura de grano. Se sostiene, además, que la gama de detalles que se captan o se hacen presentes en las percepciones supera con creces el espectro que pueda capturarse y especificarse conceptualmente y que esta captación es muy útil para orientarse en el mundo.

        Tomemos el caso en que presenciamos un evento junto con otras personas, la contemplación de un paisaje, el juego de unos niños, un jardín. Al “compartir” por medio de la conversación las experiencias individuales del evento en cuestión estaríamos de acuerdo en que hemos visto un paisaje, o a niños jugando, o que admiramos el jardín. No obstante, el empleo de los términos “jardín”, “paisaje”, “atardecer”, “niño”, “juguete”, “rosa amarilla”, y el estar todos de acuerdo, o la comprensión compartida de los términos, no implica que la calidad de nuestra experiencia sea la misma. Un componente personal hará la diferencia, pues una serie de detalles que están en conexión con ciertos rasgos percibidos por cada observador se hacen presentes en las descripciones y producen una significación diferente. Por ejemplo, el matiz de verdor del paisaje le indica a un observador el comienzo de la sequía, pero no al otro que no reconoce tales señales.

        La articulación de significados aprendidos mediante el entrenamiento lingüístico- conceptual hará posible la constitución de un contenido o significado objetivo. Se producirá una experiencia parcialmente conceptualizada porque hemos aprendido un lenguaje en el que los conceptos se usan para referirse a esas situaciones, pero la perspectiva, la luz viva o mortecina, los olores que llegan con el viento, la sensación del viento en la piel, etc., son detalles que no quedan atrapados necesariamente por la red conceptual disponible. McDowell (2003, p.199) defiende una Bildung que sería la responsable de nuestra adquisición del lenguaje, de nuestra capacitación en la conceptualización, que habilita al usuario del lenguaje para emplear el término en las ocasiones correctas y de manera adecuada. Se tendría así la confirmación de que los significados han sido realmente aprendidos. Sin embargo, no sólo hay un aprendizaje en este ámbito, pues no podemos ignorar que existe una Bildung del artesano, del artista, y aun del científico, que es adquirida en el curso de su trabajo y ejerce su influencia aunque ninguno de ellos lo sepa verbalizar y ni se preocupe por ello. Consideremos la siguiente observación de Kant:

        En todo conocimiento habrá que distinguir entre materia, es decir, el objeto, y forma, el modo como conocemos el objeto. Un salvaje, por ejemplo, vislumbra en la lejanía una casa cuya utilidad desconoce, de ese modo tiene presente en la representación ciertamente el mismo objeto que otro que lo conoce de un modo determinado como una vivienda dispuesta para el hombre. Por lo que respecta a la forma, sin embargo, este conocimiento de uno y el mismo objeto es en ambos diferente. En un caso es mera intuición, en otro caso intuición y concepto a la vez. (Log AA, 09, 41).

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        Kant señala un elemento común en la percepción del salvaje y la del civilizado, y un elemento diferente. De acuerdo con una tradición filosófica, Kant llama aquí materia a lo común e indiferenciado, y forma al elemento especificado. La especificación de algo como casa se agrega en el civilizado a la mera percepción de una cierta extensión y un cierto colorido espacial. Pero, nos preguntamos si lo decisivo en la diferencia es la adquisición de la palabra casa o más bien el uso efectivo de una casa que puede tener el hijo pequeño de nuestro civilizado sin haber adquirido la palabra casa. Nos podemos preguntar si ésta es una diferenciación que vale sólo para el ser humano. Tomemos el caso de un perro salvaje y un perro domesticado. Ante una casita para perros tanto el salvaje como el domesticado captarán la misma estructura. No obstante, para el primero no significará nada, mientras que para el perro domesticado será el sitio para guarecerse. Por tanto, no es lo lingüístico lo decisivo, sino la familiaridad con las cosas y el uso que se haga de ellas.

        Los criterios aprendidos para la aplicación del significado de los conceptos son públicos y comunitarios, y ellos expresan todo lo que hay de objetivable en el lenguaje. De esta manera, la práctica a la que denominamos “conocimiento empírico” consiste, pero sólo en parte, en la capacidad adquirida o entrenada de conformar mediante la red de conceptos aprendidos, lo dado en nuestra experiencia. Un encomiable trabajo, sin duda, que consiste en conceptualizar ese elemento dado de acuerdo con pautas comunes y comunicables. En esto consiste la relevancia de lo conceptual a la hora de especificar los contenidos.


      3. Kant y el contenido no conceptual

        De acuerdo con el no conceptualista, hay componentes captados en la percepción que no son irrelevantes para la conformación del contenido de la experiencia. Los conceptos aprendidos y empleados en nuestro lenguaje pueden tener un significado estable, pero esa estabilidad, que es experiencia sedimentada en el lenguaje, difícilmente dé cuenta de la totalidad de la experiencia que un sujeto tenga de un objeto en un determinado momento. No hay contenido de experiencia sin un sujeto que experimente un objeto y, en este sentido, el empleo de los conceptos tiene tanta utilidad y valor de experiencia en cuanto más pueda especificar, de manera más o menos acertada, alguna cualidad identificable de su experiencia.

        El contenido, como señala Cussins, implica dividir el mundo en algún sentido, pero también implica articulación, pues el contenido sería meramente episódico y estático si se tratara de imágenes o conceptos aislados. Los contenidos individualizados sólo existen separados en nuestras abstracciones. En términos de la experiencia real, ningún concepto es una estructura separada de otros conceptos1. Sólo en el análisis reflexivo de algunas teorías de los conceptos o del significado lingüístico llegamos a abstraer al concepto de las redes en que se inserta.

        Esta relativa independencia del concepto respecto de un amplio entramado productor de significados, y la tendencia a pensar en la lexicografía como la verdadera


        1 Pensamos aquí en las tesis del inferencialismo brandomiano. Al respecto véase, Brandom (2002).

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        fuente del significado, es una trampa. En el tratamiento del contenido no conceptual puede suceder algo similar. Una representación por sí misma, para decirlo con Kant, no será un conocimiento, pero debe haber una articulación en ella, y no sólo división, para que podamos contar con una representación del objeto de tipo no conceptual, en otras palabras, que no se queda meramente en la esfera de los conceptos, aunque tal articulación no se pueda explicar en forma directa porque “qué sea una representación tendría que explicarse siempre mediante otra representación” (Log; AA, 09, 42), es decir, por medio de otras representaciones provenientes del ámbito de la percepción.

        Kant expone en la Lógica la “distinción” e “indistinción” en las “representaciones claras” (Log AA, 09, 42)2, cuando señala que una representación es indistinta si no se tiene conciencia de la diversidad en ella, y que una representación es distinta si se tiene conciencia de la diversidad que contiene. Utilicemos un ejemplo de Kant:

        Avistamos en la lejanía una casa de campo. Somos conscientes de que el objeto intuido es una casa, de modo que hemos de poseer también necesariamente una representación de las diferentes partes de esta casa: de las ventanas, de las puertas, etc.; puesto que si no viésemos las partes, tampoco veríamos la casa. No somos conscientes, sin embargo, de esta representación de la diversidad de sus partes y nuestra representación del mismo objeto mencionado es, entonces, indistinta. (Log AA, 09, 42).

        Una representación indistinta de un objeto lo capta como una totalidad, sin dar cuenta de los componentes que lo caracterizan. Pero también puede dar cuenta del objeto atendiendo a sus partes constitutivas. Entonces, una representación distinta, dice Kant, puede ser de dos tipos:

        En primer lugar, sensible. Ésta consiste en la conciencia de la diversidad en la intuición. Vislumbro, por ejemplo, la vía láctea como una banda blanquecina; los rayos de luz de las estrellas singulares que se encuentran en la misma tienen que haber llegado a mi ojo. Pero su representación era meramente clara y únicamente a través del telescopio se vuelve distinta, vislumbrando ahora las estrellas singulares contenidas en aquella banda lechosa. (Log AA, 09, 44).

        La agudeza de la vista es potenciada por el telescopio; en condiciones normales ésta no permite percibir los componentes de la vía láctea. Ahora bien, en este ejemplo las distancias reclaman la intervención de una prótesis visual, pero en contextos más ordinarios la diferencia en la agudeza del sentido y el entrenamiento de la percepción permiten ver detalles, u oír frecuencias que no se captan sólo con la posesión de un repertorio de conceptos que se refieran al objeto. A pesar de lo razonable que resulta decir que la persona o las personas involucradas en la observación poseen los conceptos de galaxia, de estrella, etc., y que se puede hablar significativamente de ellos, agregaríamos que a pesar de poder hablar de galaxia y de estrella, los observadores perceptivamente entrenados se diferencian de los que no lo están porque pueden distinguir dentro de las galaxias algunos cuerpos por sus contornos, figuras, destellos, que los llevan posteriormente a hacer conjeturas.


        2 A estas representaciones claras las caracteriza la conciencia que se tiene de ellas.

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        El segundo tipo de distinción, a saber, la intelectual, consiste en descomponer en notas un concepto. Esas notas son otros conceptos y por tanto otros significados que están vinculados con el significado del concepto analizado. Quedaría este concepto aclarado y mejorado en su forma (Log AA, 09, 44-45).

        Los conceptos son el componente primordial de la comunidad de significado, el trabajo con ellos es una tarea muy importante en la formación de la subjetividad. En la cultura se pretende que las pautas de conceptualización sean más o menos las mismas, aunque no funcione así. Al relacionar los términos mediante las mismas definiciones, y al aplicarlos en las mismas ocasiones, cabe afirmar que el trabajo está hecho y que compartimos un conocimiento objetivo de un mundo común. Este mundo común induce a McDowell a mirarlo en esencia como conceptual.

        En este punto notamos ahora que, en la discusión sobre distintos tipos de contenido de la experiencia, se pone en juego la posibilidad de que haya situaciones o ámbitos en los que la experiencia pueda aparecer separada en una vía eminentemente personal, bajo el dominio de la intuición. Casos excepcionales, sin duda, porque en Kant no hay preeminencia de uno u otro componente cuando se trata de la objetividad. El conocimiento no se puede producir prescindiendo de ninguno de ellos. Pero cuanto más se lee a Kant tanto más se encuentran oportunidades para interpretaciones que salen de la ortodoxia. Y a este respecto, hallamos en la Lógica las siguientes consideraciones que invitan a pensar en una oportunidad para los contenidos no conceptuales de la experiencia: “Si fuésemos conscientes de todo lo que sabemos tendríamos que maravillarnos ante la gran abundancia de nuestro conocimiento” (Log AA, 09, 44-45). He aquí lo sabido no pensado, aquello que puede aflorar en una situación y sorprendernos. Agrega luego:

        En cuanto al contenido objetivo de nuestro conocimiento en general se pueden estipular los siguientes grados, conforme a los cuales es posible, en este respecto, incrementar el conocimiento. El primer grado del conocimiento es representarse algo. El segundo: representarse algo con conciencia o percibir (percipere). El tercero: conocer algo (noscere) o representarse algo en la comparación con otras cosas tanto según la unidad como según la diferencia. El cuarto: conocer algo con conciencia, es decir, reconocer (cognoscere). Los animales también conocen objetos, pero no los reconocen. El quinto: entender algo (intelligere), es decir, conocer mediante el entendimiento en virtud de los conceptos o concebir. Esto es muy diferente de comprender. Se pueden concebir muchas cosas, aunque no se comprendan; por ejemplo, un perpetuum mobile, cuya imposibilidad se demuestra en la mecánica. El sexto: conocer algo a través de la razón o penetrar (perspicere). Llegamos hasta aquí en pocas cosas […] El séptimo finalmente: comprender algo (comprehendere), es decir, comprender algo mediante la razón o a priori en el grado que resulte suficiente para nuestro propósito. (Log AA, 09, 96-97).

        En esta extensa cita encontramos el punto de partida y el avance o desarrollo complejo por grados del conocimiento. Una escala que va desde tener una simple representación y luego tenerla con conciencia, que pasa por la discriminación a partir de la dupla unidad- diferencia, hasta un séptimo grado en el que la razón comprende algo a priori. Sin embargo, en el cuarto grado admite que los animales no humanos conocen objetos, pero, en los términos de Kant, no los reconocen. Esta diferencia está en el reconocimiento bajo

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        el concepto3, porque muchos animales no humanos reconocen los objetos por la pura discriminación intuitiva. El perro conoce el lugar donde suele dormir y va hasta tal lugar cada vez que tiene necesidad de ello. Otros animales diferencian las crías propias de las ajenas. Otras, como los elefantes, memorizan los caminos que conducen a los abrevaderos y hay filmaciones en los que cooperan para salvar a algún miembro de la manada que está en dificultades. El conocimiento avanza por grados y se hace cada vez más complejo.

        Al Kant destacar cada uno de los grados por los que transita el “contenido objetivo de nuestro conocimiento” pone el acento en los recursos y modos con que enfrentamos el mundo; del mismo modo destaca que la objetividad alcanza su punto de mayor esplendor4 cuando la actividad del entendimiento logra la conceptualización precisa de objetos y eventos en el mundo. No desconoce, sin embargo, la primitiva y limitada referencialidad de la representación intuitiva de objetos en el mundo. Es decir, Kant da lugar a la ponderación significativa de las prácticas no reflexivas y no discursivas como elementos de la experiencia concreta del sujeto y admite su referencia a objetos del mundo circundante. Sin objeto conocido no habría objeto re-conocido. Y si esto es así, ¿por qué no ha de haber contextos y momentos en los que conozcamos pero no reconozcamos conceptualmente?


      4. Consideraciones finales

Para concluir con esta aproximación de inspiración kantiana a la posibilidad de existencia de contenido no conceptual en la experiencia, comentaremos algunas reflexiones adelantadas por Kant en torno a las intuiciones del espacio y el tiempo. La legalidad independiente o la autonomía de la “facultad inferior” con respecto a la “facultad superior” para producir o “recibir” representaciones proporciona material para la defensa de las tesis que propone una experiencia con contenido no conceptual. Nuestras representaciones primarias del espacio y el tiempo no son ni conceptuales ni empíricas (KrV A23/B38; A30/B46) y son “fuentes de conocimiento de las que pueden surgir a priori diferentes conocimientos sintéticos, como lo muestra de modo particularmente brillante la matemática pura en lo referente al conocimiento del espacio y sus relaciones” (KrV A39/B56). Entonces, a pesar de la interpretación de McDowell según la cual la sensibilidad no puede hacer contribuciones al conocimiento de manera separable de la espontaneidad, encontramos que en la matemática las intuiciones dan lugar a la construcción de conceptos y no es la espontaneidad (o entendimiento) lo que constituye la base primordial del conocimiento matemático. De hecho, es la imaginación la facultad que sirve de bisagra entre la sensibilidad y el entendimiento. Además, es interesante resaltar que Kant dice que “la síntesis es un mero efecto de la imaginación, una función anímica ciega, pero indispensable, sin la cual no tendríamos conocimiento alguno y de la cual, sin embargo, raras veces somos conscientes. Reducir tal síntesis a conceptos es una función


3 Respecto al concepto, dice Kant: “El conocimiento es, o bien intuición, o bien concepto (intuitus vel conceptus). La primera se refiere inmediatamente al objeto y es singular; el segundo lo hace de modo mediato, a través de una característica que puede ser común a muchas cosas”. (KrV A 320 / B377).

4 “El campo del entender o del entendimiento es por consiguiente mucho mayor que el campo del comprender o de la razón”. (Log AA, 09, 98).

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que corresponde al entendimiento” (KrV A39/B56). Se entiende, entonces, que la síntesis no se produce en el entendimiento, aunque alcance su completa delimitación en el concepto. De allí que, los conceptos implican síntesis, pero no al revés. La síntesis es presupuesta por el concepto que la articula. Síntesis no equivale a conceptualización (Allais 2009, p.396). El trazado de una recta en la imaginación, o el trazado de un círculo, no requiere habilidades conceptuales, a no ser que se entienda por conceptual la legalidad inherente a esos trazados. Nosotros decimos que en el concepto, o en el ámbito de lo conceptual, se hace explícita la regla que gobierna los trazados, una vez que los ejemplos (o particulares) han mostrado de forma no discursiva cómo opera la regla. Es desconocido para nosotros cómo se opera la transición de una representación intuitiva hacia el concepto y McDowell se propone disolver este misterio asumiendo que todo debe ser conceptual.

¿Pero cómo resolver las cuestiones prácticas de la orientación en el espacio con conceptos?, en realidad, ¿existen auténticos “conceptos” de derecha e izquierda? Muchas cuestiones relativas al espacio y a su determinación han sido un quebradero de cabeza en las investigaciones científicas y filosóficas, y fuente de curiosidad para otros desde hace siglos. En el caso de la epistemología, y las pretensiones de objetividad en el conocimiento, hallamos dificultades con respecto, por ejemplo, a la definición de izquierda y derecha. Veamos:

El problema de definir la izquierda y la derecha está implícito en muchas áreas de la ciencia y de la vida cotidiana, y en última instancia todas ellas tienen la misma solución, que se encuentra, por así decir, en nuestras propias manos. Incluso unos términos de navegación tan aparentemente independientes de la mano como ‘babor’ y ‘estribor’, tienen su origen en la mano derecha. (McManus 2002, p.69).

Los “conceptos” de derecha e izquierda están atados a puntos de referencia que son egocéntricos; no se puede prescindir de la referencia al sujeto. La orientación espacial no es conceptual. Si estamos frente a otra persona, por ejemplo, el lado izquierdo de la otra persona es mi lado derecho y viceversa. Entonces, ¿usamos un punto de vista centrado en el sujeto o en el objeto? Expone McManus (2002, p.72) la situación siguiente con la determinación de derecha o izquierda:

La situación con las conchas [marinas] es algo más simple y más compleja. Los científicos que estudian las conchas se imaginan el camino que seguiría un pequeño insecto que entrase arrastrándose por la parte de debajo de una concha y que subiese hasta la parte de arriba, y se preguntan si, para hacerlo, giraría a la derecha o a la izquierda; si el insecto gira a la derecha, la concha se llama dexiotrópica; y si gira a la izquierda, leiotrópica. Lo que complica las cosas es que una concha dexiotrópica tiene una espiral levógira, y una concha leiotrópica la tiene dextrógira.5



5 Levógiro (zurdo): que gira en el sentido contrario de las agujas del reloj. Dextrógiro (diestro): que gira en el sentido de las agujas del reloj. Términos que se emplean para describir procesos en disciplinas como la química, la bioquímica, la matemática, la biología.

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En este experimento imaginario, la determinación depende del recorrido del insecto sin que el sujeto pueda decidir “objetivamente” si la concha marina estudiada6 es “dexiotrópica” o “leiotrópica”. Pero los problemas de orientación de izquierda y derecha están por todas partes, en donde quiera que sea menester decidir con respecto a la ubicación de los objetos y de las vías de recorrido.

Hanna (2008) ha encontrado en la Crítica de la razón pura, en la “Estética Trascendental”, juicios y argumentos que sirven al propósito de la defensa de la existencia del contenido no conceptual. Estamos de acuerdo, y únicamente agregaremos que no sólo en la primera Crítica, sino en la Lógica Jäsche, como ya se ha mostrado. Otros apoyos pueden encontrarse en un ensayo de 1768, Sobre el fundamento último de la diferenciación de las direcciones en el espacio, en el cual Kant examina el problema de la condición absoluta o relativa del espacio. Del contenido de ese trabajo, es propicio señalar que un tema central es la naturaleza de la diferencia entre derecha e izquierda. Así, en nuestro propio cuerpo encuentra Kant el mejor ejemplo para analizar el problema, nuestras manos. Éstas son similares en casi todo y diferentes en un aspecto primordial: el guante de una mano no puede usarse en la otra. Entonces, nuestras dos manos son homólogos incongruentes.7 Y es que, en efecto, hay ciertas diferencias entre cosas, como nuestras manos o también nuestros pies, que no pueden determinarse, estrictamente, desde una perspectiva conceptual. Entonces, distinguir la mano izquierda de la derecha y resolver cuál es el guante que va en una mano u otra es una cuestión de intuición espacial y no de dominio de los conceptos mano y guante. En este mismo orden de ideas, dice Kant que “Nuestras consideraciones [...] dejan muy claro que pueden encontrarse diferencias, auténticas diferencias por cierto, en la constitución de los cuerpos; estas diferencias se relacionan exclusivamente con el espacio absoluto y original” (Kant citado en McManus 2002, p.81).

Para finalizar, a partir de la noción de regla empleada por Kant y su clasificación por grados del conocimiento, que incluye la simple representación sin conciencia dentro del contenido objetivo, podríamos definir el contenido conceptual como el despliegue progresivo de la conciencia. Ese despliegue de la conciencia puede notarse en la escala propuesta por Kant que va desde el primer grado, referido a la representación sin conciencia, hasta el quinto, relativo al entendimiento de algo mediante la asistencia de las herramientas conceptuales. Entonces, inferimos de esta información proporcionada por Kant que el contenido no conceptual estaría vinculado con las habilidades y prácticas de las que no tenemos completa conciencia, o con aquellas actividades y destrezas que aun ejecutadas con maestría no son objeto de dominio intelectual y cuyas reglas constitutivas nos son de consciente dominio. Así, lo no conceptual sería aquello que es en realidad pre- conceptual, pero que es susceptible de ser expresado en términos de conceptos.


6 La concha marina a la que se hace referencia en el ejemplo es la llamada por los científicos Voluta vespertilio (en español, voluta variable). Es un molusco cuya concha mide entre 4,5 y 16 cm.

7 Homólogos se usa en este caso por tratarse de estructuras morfológicamente semejantes.

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