Desde el estricto rigor académico y un indudable compromiso político, la presente reseña podría considerarse como parte de un diálogo diacrónico, desde espacios y tiempos diferentes dentro de la historia del sistema-mundo moderno, con la única obra con la que admitiría algún tipo de paralelismo: la Historia de la Revolución rusa de León Trotsky, publicada en 1932. Aunque, a diferencia de Trotsky, la autora sigue muy presente en el proceso de cambio boliviano, la conversación a través del tiempo es ciertamente extraordinaria, ya que en noventa años no se había realizado un trabajo de proporciones similares e, incluso, superiores en muchos aspectos.

El primero de estos es la gran cantidad de procesos sociales y políticos entrelazados que, desde una perspectiva geohistórica, la autora analiza, dando lugar a una renovación no solo del objeto de estudio, sino de debates históricos consolidados en múltiples disciplinas científico-sociales, cuestionándose diferentes interrogantes clave como son la relación entre estructura y agencia; procesos de cambio social a gran escala —espacial y temporalmente hablando— y, a una escala menor, la posibilidad de la revolución dentro del contexto contemporáneo; la propia redefinición de conceptos como revolución, democracia, movimientos sociales, pensamiento colonial o la importancia del Estado dentro de procesos de cambio social; la rearticulación de la nación o el pueblo, la contestación y articulación política en torno a categorías de clase/raza y, por supuesto, la reflexividad científica en términos de análisis del cambio social y político o de nexo con los procesos revolucionarios.

En consonancia con otros planteamientos de la sociología histórica[1], la autora plantea la revolución como un proceso «atravesado» por dinámicas a gran escala, espacial y temporalmente hablando. Las particularidades del contexto boliviano en relación a su inclusión en la economía-mundo capitalista explican en buena medida los condicionantes internos o la singularidad de sus demandas políticas asociadas a la configuración de diferentes formas de subjetividad vertebradas por los ciclos de protesta, situando el antiimperialismo y la demanda sobre los recursos naturales en un mismo horizonte de transformaciones democráticas[2]. El proceso de cambio emerge así en tanto que conjunto de transformaciones históricas donde la historia funciona como un recurso político conectado a la relación de fuerzas entre los sujetos políticos movilizados. En tanto que antecedente, Lois subraya un hito fundamental alrededor de la Revolución de 1952 encabezada por el MNR en la medida en que permitió visibilizar al Estado como «escala de lo posible»[3], algo central para comprender el proceso de cambio actual en Bolivia.

En segundo lugar, y ligado a la memoria colectiva, la historia emerge alrededor de relatos y narrativas míticas como parte del repertorio discursivo, donde se produce una confluencia y negociación entre lo que se denomina «memoria larga y memoria corta», que vincula una resistencia con una visión de quinientos años, por un lado, y las demandas más recientes en relación con los recursos y la soberanía popular[4]. La creación de un «horizonte de transformaciones saturado de lógicas sostenidas de resistencias»[5] se vertebró a partir de la confluencia de relatos en la figura de Evo Morales, por una parte, y del MAS-IPSP como instrumento de los movimientos sociales, por otro, en tanto que doble articulación de un proceso radicalmente democrático y profundamente transformador[6].

Asimismo, el trabajo cuestiona las nociones y presunciones asumidas en las ciencias sociales en torno a la democracia, planteando interrogantes acerca de la naturaleza de la participación democrático-radical en un proceso histórico concreto y en torno a los procesos de subjetividad existentes, así como las tensiones que enfrentan desde sendos ámbitos tanto desde el formalismo estatista como desde el colonialismo interno.

El primer pilar fue el proceso constituyente de cambio que tuvo lugar entre 2005 y 2009 y en el que, además de gestarse el profundo proceso de transformación democrática iniciado —con la gestión soberana de los recursos naturales y la refundación del país en clave de Asamblea constituyente—, se introdujeron procesos de construcción de soberanía a partir de «soluciones creativas ante tensiones creativas[7]». Frente al dilema clásico de la soberanía dual o múltiple en contextos revolucionarios[8], en el caso del proceso constituyente boliviano se conjugaron las narrativas constituyentes y la combinación de los mecanismos comunitarios y la democracia liberal donde el Estado surgió como instrumento al servicio de los pueblos bolivianos[9]. En última instancia, y recordando la definición de repertorio de acción colectiva como «creaciones culturales aprendidas de forma rutinaria, relativamente constantes y deliberadas»[10], la democracia fue incluida dentro de ese aprendizaje político, hasta el punto de suponer, en algunos momentos, cierta dificultad para equilibrar esos intereses generales encarnados en el Estado y los particulares defendidos por sectores y organizaciones concretas[11].

Además de la dificultad de conciliar dichas tensiones, la perversión del relato democrático formal por parte de grupos que desarticularon el poder popular mediante la estigmatización del sujeto indígena originario que sentó las bases para el golpe de Estado a finales de 2019 hacía cristalizar así una pregunta esencial dentro de todo el proceso de cambio: ¿la hegemonía estatal resultaba suficiente para desarrollar tales transformaciones[12]? La respuesta a esta pregunta la dieron las elecciones de octubre de 2020, cuando, pese a las consecuencias del golpe de Estado sufrido y la represión social, política y física desarrollada sobre los pueblos indígenas originarios campesinos, el MAS-IPSP obtuvo un 55 % de respaldo electoral, el mayor apoyo recibido por un partido en toda la historia de Bolivia[13], mostrando que los cambios sociales son dinámicas inscritas en procesos históricos continuos y que las transformaciones en Bolivia pasan por la acción democrática directa del sujeto indígena originario campesino, a pesar de haber sufrido un golpe de Estado y sus mecanismos de represión: la democracia es, actualmente, indisociable del proceso de cambio en Bolivia. Como sostiene Raúl García Linera en el posfacio del libro, «la descolonización del poder como ruptura de la exclusividad mestizo-blancoide de casta, que rigió durante ciento ochenta años, fue la transformación revolucionaria sin parangón»[14].

Como corolario de lo anterior, también supuso una respuesta en el debate sobre la utilidad o las posibilidades políticas que puede ofrecer la forma Estado. Después del resultado electoral obtenido por el MAS-IPSP, no sabemos si el Estado boliviano puede construir una hegemonía suficiente para llevar a cabo las transformaciones que demandan los pueblos en Bolivia, pero desde luego sí parece erigirse como una herramienta necesaria cuyo resultado es necesariamente incierto, puesto que los cambios sociales están sujetos a las decisiones vertebradas por esa transformación democrática amparada en la participación popular. Como sugiere la obra en su conjunto, analizándolo a gran escala —tanto espacial como temporal—, la puesta del Estado boliviano a disposición de los pueblos de Bolivia no puede por sí solo cambiar quinientos años de colonialidad sistémica, pero sí abrir una brecha de cuestionamiento global y, a escala estatal, dar respuesta a un horizonte de posibilidades políticas cuya urgencia demanda una escala más reducida también en términos de horizonte temporal: un ahora conjugado en presente continuo. Probablemente dentro de noventa años haya quien dialogue con ese ahora a través del testimonio de esta obra.

NOTAS[Subir]

[1]

Véase Sköcpol (‍1994) o Tilly (‍2002).

[2]

Lois (‍2022: 50).

[3]

Ibid.: 26.

[4]

Ibid.: 61.

[5]

Ibid.: 68.

[6]

El carácter revolucionario del proceso de cambio aparecía definido de forma clara cuando la combinación del nacionalismo plebeyo y el marxismo-katarismo dio lugar a la configuración de lo indígena originario campesino —articulándose contra los ejes del capital, la raza y el colonialismo— y cuando uno de los objetivos centrales de ese proceso ha sido siempre «descolonizar al Estado descolonizado» (‍Lois, 2022: 71), lo cual, a su vez, está completamente ligado a la crítica de las lógicas del colonialismo interno en el caso boliviano (‍Tapia, 2022: 256-‍257).

[7]

Lois (‍2022: 84).

[8]

Trotsky (‍2007: 187) alude a la soberanía dual en relación con las diferentes legitimidades políticas que existían durante el proceso revolucionario en Rusia en 1917, mientras que Tilly (2002) incorpora esta reflexión para acuñar el concepto de soberanía múltiple, haciendo referencia a la existencia de diferentes actores políticos que no solo tienen reivindicaciones contrarias a los aparatos gubernamentales que enfrentan, sino que pueden reclamar para sí determinadas formas de control político sobre el Gobierno.

[9]

Lois (‍2022: 91).

[10]

Tilly (‍2002: 25).

[11]

Lois (‍2022: 110).

[12]

Pinto (2020: 5), citado en Lois (‍2022: 240).

[13]

Lois (‍2022: 252).

[14]

Ibid.: 255.

Bibliografía[Subir]

[1] 

Lois, María (2022). Volvieron y son millones. El proceso de cambio en Bolivia (2005-‍2020). Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Akal.

[2] 

Sköcpol, Theda (1994). Social Revolutions in the modern world. Cambridge; New York; Melbourne: Cambridge University Press. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9781139173834.

[3] 

Tapia, Luis (2022). Dialéctica del colonialismo interno. Madrid: Traficantes de Sueños.

[4] 

Tilly, Charles (2002). Stories, identities and política changes. Maryland; Oxford: Rowman and Littlefield.

[5] 

Trotsky, Leon (2007) [1932]. Historia de la Revolución Rusa. Madrid: Veintisiete Letras.