RESUMEN

Ofrecemos una revisión crítica al problema del fascismo y el poder local bajo el franquismo. En los últimos años se ha consolidado una definición del poder local franquista como un poder local parafascista o fascistizado. No obstante, hay un debate sobre la continuidad o ruptura del personal político. Esa aproximación y debate impiden, en gran medida, que se atienda a sus culturas políticas, a su modo de ser y estar en el mundo. Además, pretende mostrar caminos para corregir esas carencias. En primer lugar, realizamos una revisión bibliográfica sobre el debate de los poderes locales bajo el franquismo. Luego, señalamos los argumentos principales de las nuevas aportaciones al estudio de los cuadros políticos intermedios del franquismo. Finalmente, proponemos una línea de trabajo que ayude a comprender aspectos que, en gran medida, han sido pasados por alto, como el papel del falangismo de primera hora en el ámbito local de la dictadura. Este acercamiento matizará de azul un cuadro hasta ahora quizás algo tenue.

Palabras clave: Franquismo; poderes locales; fascismo; parafascismo; culturas políticas.

ABSTRACT

We offer a critical review of the problem of fascism and local power under Francoism. In recent years, a definition of local Francoist power has been consolidated as a para-fascist or fascistizated local power. However, there is a debate about the continuity or rupture of the political staff. This approximation and debate prevent attention to their political cultures. In the first place, we carry out a bibliographical revision on the debate of the local powers under the Franco regime. Then we point out the main arguments of the new contributions to the study of the intermediate political cadres of the Franco regime. Finally, we propose a line of work that helps to understand aspects that, to a large extent, have been overlooked, such as the role of early Falangism in the local sphere of the dictatorship.

Keywords: Francoism; local power; fascism; para-fascism; political cultures.

Cómo citar este artículo / Citation: Rodríguez Barreira, Óscar (2024). Tratando de hacerse fascistas… Falange y el personal político franquista en provincias. Parafascismo, culturas políticas e hibridaciones, 1933-‍1945. Historia y Política, 51, 125-‍154. doi: https://doi.org/10.18042/hp.51.05

I. INTRODUCCIÓN[Subir]

Con la entrada en el nuevo milenio ganó aceptación la idea de un nuevo consenso en los estudios de los fascismos. Roger Griffin defendió las posibilidades que ofrecía el análisis desde una perspectiva cultural del fascismo. Además, la delimitación ideológica del fascismo había traído consigo la distinción de otros casos. Nos referimos a aquellos que aun perteneciendo a la misma familia no terminaban de cumplir con todas sus características. Hablamos del parafascismo. Así, la definición de Griffin de parafascismo indicaba que estos regímenes aparentaban ser revolucionarios, pero tenían una esencia reaccionaria y conservadora. El prefijo para indicaba una «alteración, perversión, simulación del fascismo real» y, sin embargo, en su definición admitía que estaban más cerca del fascismo que del conservadurismo.[2]

Los estudios de los fascismos han encontrado dificultades a la hora de definir y delimitar estos regímenes híbridos. Estos no llegaban a ser fascistas, ya que no estaban impulsados por un proyecto verdaderamente revolucionario —ni poseían cohesión ideológica y organizativa para proponer un cambio radical—, pero tampoco eran autoritarios, puesto que no estaban dedicados a la desmovilización de las masas. Según Aristotle Kallis, los regímenes parafascistas han sido tratados demasiado tiempo como marginales, aberrantes, fracasados o incompletos. En los últimos años se ha producido un cambio de perspectiva que no contempla a los parafascismos como fascismos fracasados, sino como regímenes híbridos que, de hecho, hicieron tanto por la difusión del fascismo como sus regímenes puros. La fórmula de «fascismo menos revolución» podía ser un modelo mucho más útil y utilizable históricamente en tanto que tenía una audiencia internacional potencialmente mucho más grande que la de los genuinos fascistas.[3]

En esta perspectiva no teleológica o finalista, el concepto de hibridación y la mirada transnacional han sido fundamentales para el cambio de perspectiva con respecto al fascismo y al parafascismo. Sin embargo, creemos que necesitamos una vuelta de tuerca más, y esta pasa por contemplar estas fórmulas políticas no como una simple herramienta o instrumento del Estado o de las élites, sino como culturas políticas que la gente corriente podía o no poseer o adoptar. Aquí proponemos la investigación de un caso con ánimo de que sea posteriormente conectado con otras casuísticas del contexto internacional de entreguerras. Como ha puesto de relieve Carlo Ginzburg, investigar un caso o un registro histórico circunscrito no está reñido ni con preguntas universales ni con la comparación.[4]

Lo transnacional se vincula, así, a conceptos como el de hibridación, ideas que resaltan los «flujos constantes que se producen (y se han producido a lo largo de la historia) en el contexto geográfico y social». Así, el transnacionalismo representaría una «globalización desde abajo» que nos permitiría investigar y acercarnos a las redes y contactos de las culturas políticas desde un observatorio local.[5] De este modo, un ejemplo de las hibridaciones de las derechas europeas y del influjo del fascismo en el contexto de la guerra civil europea es el caso de unos jóvenes de la pequeña Arboleas (Almería) que a principios de enero de 1936 andaban, según el cura párroco de la localidad, «tratando de hacerse fascistas». Una situación que el sacerdote aprovechó para intentar atraerlos hacia la Comunión Tradicionalista: «Unos jóvenes de este pueblo (muy pocos por desgracia) que hasta ahora han pertenecido a Acción Popular, desanimados y desorientados por el rotundo fracaso de la funestísima táctica del jefe indiscutible, infalible e incorregible andan tratando de hacerse fascistas de lo que, enterado yo, se me ha ocurrido ver de atraerlos a nuestra Comunión, estimulándolos a que se hagan requetés».[6]

En un acercamiento superficial podríamos resolver que la cultura política del cura párroco y de sus jóvenes paisanos era pobre y equívoca, mas creo que el caso pone de manifiesto un elemento señalado por Aristotle Kallis, y es que nuestra comprensión actual del fascismo suele estar en desacuerdo con «las percepciones y las reflexiones ilusorias de los actores políticos en el momento en que la historia se estaba desarrollando». Además, este ejemplo nos revela hasta qué punto, a mediados de los años treinta el fascismo se convirtió en el referente político de importantes capas de la sociedad y cómo algunos actores de derecha y extrema derecha se sintieron atraídos por él y optaron por emular y adaptar algunas de sus innovaciones, quebrando y horadando los límites y fronteras entre el fascismo, el nacionalismo reaccionario y, en definitiva, el conservadurismo autoritario. Y es que, como ha apuntado Zira Box, la clave de nuestra aproximación no debe estar en definir politológicamente una ideología, sino que lo importante será ver cómo las culturas políticas prefiguran la manera de estar en el mundo, cómo estas modelan las decisiones y respuestas que las personas toman en momentos determinados. La cultura política no solo nos permite repensar el carácter híbrido de las dictaduras, sino que, además, «traslada el énfasis a los actores, a sus acciones, evolución y adaptaciones».[7]

En ese sentido, William H. Sewell ha señalado el carácter dual de las culturas políticas y cómo las estructuras culturales no solo definen la reproducción del sistema, sino que también permiten la agencia, el cambio. El norteamericano nos muestra que la agencia —que él define como «la capacidad de transponer y extender esquemas a nuevos contextos»— es inherente al conocimiento e, incluso, dominio de los esquemas culturales. De este modo, lo que nuestro cura párroco y sus jóvenes paisanos de Arboleas estaban haciendo —al igual que otros muchos europeos y europeas en el periodo de entreguerras— era definir un nuevo estar en el mundo, transponer, crear categorías políticas híbridas, confusas, pero sobre todo útiles para sus problemas locales y concretos. El fascismo, como sostiene Kallis, liberó cognitivamente a mucha ciudadanía conservadora que revisó su propio conjunto de «herramientas autoritarias en una dirección más radical».[8]

Un ejemplo de los viajes de ida y vuelta a través del radicalismo y de las hibridaciones es el de Justo Asensio Mochales, un joven abogado de veintidós años que, pese a haber tratado de fundar la Falange en Huércal Overa (Almería), desde 1934, durante la Primavera del Frente Popular, elige el camino inverso al que solemos dar por descontado, ingresando en las Juventudes de Acción Popular (JAP). Camino oblicuo y sinuoso que no fue un caso aislado, sino que se puede constatar en diferentes ocasiones en las fichas y listados de afiliación de los partidos. Falange se benefició del clima de la segunda ola fascista —y su interpretación del momento histórico como una «guerra contra el comunismo»—, pero ni fue el único actor político que interpretó la situación de forma similar ni las circunstancias locales y concretas le fueron siempre favorables. Múltiples factores y circunstancias, no solo ideológicos, empujaron a la población derechista hacia otros grupos, movimientos y partidos distintos de FE-JONS: desde el liderazgo en la organización del golpe en cada localidad hasta la desaprobación familiar, pasando por las diversas redes de amistades, la aversión al riesgo tras la ilegalización de la organización…[9]

Aquí queremos plantear una revisión del problema del franquismo como un régimen parafascista. Entendemos que el ámbito local puede ser un escenario en el que repensar el problema de la renovación y continuidad del personal político y en el que contemplar las culturas políticas no solo de las élites tradicionales, sino también, y especialmente, de los fascistas y fascistizados insertos en las instituciones locales. Nuestra propuesta pretende corregir la tendencia a analizar el poder local desde la perspectiva del Estado y no de la gente que pobló esas instituciones. El debate sobre la continuidad del poder local en gran medida impide que se atienda a las culturas políticas: a su modo de estar en el mundo, a cómo éstas definían a las personas y su acción política. Esta aproximación pretende mostrar caminos para corregir esa carencia. Nuestra propuesta pretende conectar los debates de la historiografía española con los últimos de la historiografía internacional y superar una visión algo conservadora del parafascismo a escala local. Para ello fijaremos nuestra atención en la cultura política de su personal político más radical. Este acercamiento pretende actualizar nuestra visión del problema, que hacía excesivo énfasis en la continuidad.[10]

Para realizar este objetivo les proponemos el siguiente recorrido. Primero, realizaremos una revisión de la historiografía y del debate sobre el poder local franquista. Nuestra lectura de la bibliografía transitará del determinismo de clase al determinismo familiar, para acabar en el parafascismo y la determinación local. Luego, señalaremos los argumentos principales de las nuevas aportaciones al estudio de los cuadros políticos intermedios del franquismo. Finalmente, propondremos una línea de trabajo que nos ayude a comprender aspectos que, en gran medida, han sido pasados por alto, como el papel del falangismo de primera hora en el ámbito del poder local de la dictadura. Como fuentes utilizaremos una revisión relativamente exhaustiva y actualizada de la bibliografía local, estatal e internacional. A ello añadiremos, como fuentes originales, la información contenida en los expedientes personales de los jefes locales de FET-JONS de siete provincias contenidas en el Archivo General de la Administración (AGA). A esa consulta añadiremos el análisis de una serie de testimonios orales de personal político local franquista contenido en el Fondo de Fuentes Orales del Archivo Histórico Provincial de Almería (AHPAL). Pasemos a ello.

II. DETERMINISMO DE CLASE, DETERMINISMO FAMILIAR[Subir]

La literatura sobre los poderes locales en el franquismo puede agruparse en dos grandes tendencias: la rupturista —que contempla la configuración del poder local franquista como una variante más del poder local en los regímenes fascistas— y la continuista —que interpreta la dinámica política local en el franquismo como una adaptación de las oligarquías decimonónicas y sus redes clientelares a un neocaciquismo de Estado y partido único y se decanta por interpretar el franquismo como una dictadura tradicional o conservadora—. Así, la querella sobre el poder local hundía sus raíces en el debate sobre la naturaleza del franquismo que, a su vez, estaba inspirado en el debate internacional sobre el fascismo genérico.[11]

Aún a riesgo de simplificar, podemos decir que aquellos que se decantaban por la postura rupturista solían beber de la interpretación marxista y estructuralista del fascismo y, por tanto, hacían una lectura determinada por la clase y la estructura social. Un ejemplo de estas posiciones son los trabajos de Francisco Cobo y Teresa Ortega, quienes defendían que la construcción del poder local durante el franquismo no se realizó recurriendo a las viejas elites políticas y económicas, sino a personal nuevo procedente de una alianza de clases de industriales, propietarios rurales, campesinado y capas medias urbanas dañadas por la experiencia republicana. El franquismo, un ejemplo más de fascismo en su visión, construyó un sistema inédito que buscó el apoyo de una mayoría social entre la que se encontraba un sector social determinante: el campesinado familiar. Descartaban, pues, que el franquismo «significase, pura y simplemente, un intento de reconstrucción del entramado de poderes sustentado por las tradicionales oligarquías rurales y urbanas que habían accedido, en el periodo previo a la instauración de la II República, al control de las instituciones».[12]

Dejando a un lado otras consideraciones, se trata de un análisis excesivamente dependiente de visiones estructurales, como la de Gregory Luebbert que —al margen de sus virtudes— deja sin sentido la investigación local. En tanto en cuanto la posición de clase, vista desde arriba, define la adscripción política y las ulteriores alianzas de clases dan como resultado los diferentes regímenes políticos; poco más se podía decir sobre la ideología, identidad y cultura política de los actores. Su posición social y el relato del investigador/a lo deciden todo de antemano.[13]

No obstante, otras autorías defienden las tesis rupturistas. En ese sentido, Ángela Cenarro mantenía el carácter fascista del poder local en la medida que la dictadura se había comportado de manera centralista y autoritaria. Al igual que en el caso alemán o italiano, las instituciones locales franquistas se poblaron de elites tradicionales y recién llegados —que entraron en conflicto—, mas en los tres casos las soluciones propuestas hicieron cumplir los objetivos políticos y económicos del régimen.[14]

Frente a estas posturas se encontraban las de quienes defendían la continuidad de las elites y el carácter conservador de la dictadura. Estas investigaciones basaban su análisis en estudios de las primeras corporaciones —en las que existía un gran peso de la vieja política—, pero, además, existía cierto determinismo en sus argumentos. Quizás por rectificar las posturas estructuralistas —y resaltar el carácter conflictivo de la construcción del poder local—, Antonio Cazorla defendía la recuperación de las redes de patronazgo, subrayando la persistencia de una cultura caciquil, de familias y clientes en el poder local. Este determinismo familiar se adornaba con referencias al problema del caciquismo leyendo, quizás muy literalmente, una documentación hostil y sesgada.[15]

El problema era que, al trasplantar al registro histórico un modelo politológico sobre el clientelismo, se daban respuestas por anticipado, ya que bien el apellido de las personas bien su matrimonio o consanguinidad definían sus intereses e ideología. Antonio Robles Egea proponía que durante el siglo xx habríamos asistido al funcionamiento de tres modelos de estructuras clientelares: el cacicazgo clásico, el clientelismo de partidos y Estado del bienestar, y el de Estado y partido único. Un modelo que describía sistemas y debilidades políticas, pero que ni atendía a la ideología ni a las culturas políticas e imaginario de los protagonistas. Tampoco iba más allá de la permanente sospecha en el carácter corrupto o potencialmente corruptor del Estado y sus servidores. Un modelo, además, en el que se traslucían prejuicios modernos o urbanos sobre la política en el mundo rural. Según las tesis de la restauración social, en las zonas rurales hubo una clara continuidad tanto en la estructura de la propiedad agraria como en las formas de poder social que se correspondían con ella. Esta restauración del poder social estuvo acompañada de todas las novedades que ya hemos descrito, pero estas deben entenderse en su contexto adecuado, pues en no pocas ocasiones los nuevos falangistas, aunque no pertenecieran a las antiguas elites dirigentes, podían estar conectados con ellas por medio de lazos familiares o afectivos. También por esas solidaridades verticales tan abundantes en el medio rural que, en muchos casos, encubrían una fuerte dependencia de los más débiles con respecto a los más poderosos.[16]

Cabría preguntarse si para el mundo urbano y para el centro del Estado o la propiedad industrial no se pudieran realizar juicios similares —pese al problema de que al multiplicar la población y complejizarse las redes resulte más difícil determinar la composición de las mismas y su influencia—.

III. PARAFASCISMO Y DETERMINACIÓN LOCAL[Subir]

Fuera fruto de la investigación empírica o bien del debate teórico, lo cierto es que, pasados unos años del milenio, la investigación sobre los poderes locales en el franquismo alcanzó ciertos acuerdos. Lo hicieran explícito o no, los nuevos investigadores e investigadoras empezaron a comprender el franquismo como un régimen parafascista o fascistizado y comenzaron a sacar a la luz investigaciones sistemáticas sobre cuadros políticos locales que matizaban tanto las tesis de la ruptura como las de la continuidad.[17]

A pesar de la existencia de discrepancias, lo que las nuevas investigaciones ponían sobre la mesa es que, aun evidenciándose a partir del bienio 1940-‍1941cierta renovación del personal político, la ruptura no era tan clara como pudiera parecer. Junto al nuevo personal político se detectaba un número significativo de personas de las élites tradicionales, pudiéndose hablar de una interacción formal e informal entre caciques, tradicionalistas y falangistas. Lo que los datos sobre personal político sugerían es que coexistían diversas configuraciones en diferentes tiempos y lugares. pudiéndose hablar de lógicas plurales de actuación en función de las diversas necesidades y circunstancias.[18]

Mas no todo eran acuerdos. Bien determinados por los resultados que ofrecía cada estudio de caso, bien influenciados por las propias tradiciones o escuela historiográfica —la determinación local—, lo cierto es que las controversias no tardaron en aparecer. Algunos, como Julián Sanz, enfatizaban el papel renovador de FET-JONS; otros, como Miguel Ángel del Arco, señalaban que «la mayoría del personal político del mundo rural estaba compuesto por hombres —pero también familias— que no ocuparon cargos en décadas anteriores», mientras que otros dedicaban sus esfuerzos a contabilizar cuántos ediles franquistas habían participado previamente en los ayuntamientos de la monarquía y de la II República.[19]

Así, se creó una situación difícil de enjuiciar desde un punto de vista historiográfico. Por un lado, la investigación parecía converger con el nuevo consenso internacional sobre el fascismo de Roger Griffin. Por otro, la investigación no parecía crecer, sino más bien engordar. El aumento de las investigaciones locales enmarañó el panorama con una multitud de cifras y relatos en los que los resultados de cada nueva realidad, supuestamente, resolvían el antiguo dilema. Si antes teníamos una dicotomía entre rupturistas y continuistas, ahora teníamos tantas respuestas como regiones o provincias se habían investigado.[20]

Sea como fuere, las últimas investigaciones parecen decantarse por los argumentos rupturistas y nos encontramos con nuevos enfoques dedicados al análisis de las elecciones municipales durante la dictadura y con estudios que ponen bajo cuestión que el proceso de unificación personal de cargos locales —gobiernos civiles y jefaturas provinciales— supusiera una derrota para el partido.[21] Las investigaciones de Martí Marín y Julián Sanz Hoya mantienen que el proceso de unificación de cargos, lejos de suponer un sometimiento de los falangistas, supuso una victoria. Así, la mayoría de gobernadores civiles elegidos desde el proceso de unificación habrían sido falangistas y, desde sus puestos, llevaron a cabo un asalto de ayuntamientos y diputaciones. Julián Sanz es concluyente, destacando que en 1945 «Falange había alcanzado un neto control de los gobiernos civiles. En esas fechas, la mayoría de los gobernadores eran falangistas de la vieja guardia (al menos un 66 %), mientras que tres procedían del tradicionalismo y la práctica totalidad del resto eran hombres unidos al falangismo desde julio de 1936».[22]

De esta manera, la evaluación del papel de FET-JONS en la Administración periférica del Estado no podía ser de subordinación, sino que habría más bien que calificarlo de dominio y control. Carlos Domper se sitúa en esa línea interpretativa y mantiene que el partido mantuvo un control de la situación hasta los setenta. Según su investigación, el partido tuvo un gran poder, incluso en el periodo 1945-‍1947, cuando supuestamente más difíciles tuvo las cosas. Una línea interpretativa que ha encontrado eco. Trabajos sobre Bilbao estiman que el cambio de sistema a la hora de escoger a los ediles permitió la entrada de personas de las capas populares, frente al anterior dominio de la burguesía, y con una trayectoria política ligada al partido único. Una renovación del personal que apunta a que el sentido de los comicios municipales implantados por la Ley de Bases de Régimen Local era canalizar los enfrentamientos existentes en el seno de la coalición reaccionaria por el control de la Administración local y garantizar la ocupación de los ayuntamientos por gente afín de un modo más aparente y menos discrecional que la designación directa. Finalmente, un artículo sobre la Galicia urbana concluye que «se observa un considerable grado de renovación de las élites políticas utilizadas para ocupar los cargos municipales», remarcando que «los porcentajes de hombres sin antecedentes políticos superan a aquéllos que sí tenían una trayectoria previa».[23]

Pero merece la pena explicar que constatar una renovación del personal político y concluir entonces que el franquismo descuajó el caciquismo, es algo bastante ingenuo y parte no solo de la incomprensión de las tesis continuistas, sino del desconocimiento de los debates historiográficos sobre el caciquismo y el clientelismo en la España liberal. Ni todos los políticos son caciques ni todos los caciques se dedican profesionalmente a la política. Así, dilucidar el tanto por ciento de políticos que provenían de época restauracionista, primorriverista o republicana puede ser indicativo de un clima o ambiente, pero no resuelve la cuestión. Esa estrategia únicamente lleva a constatar que la dictadura renovó su personal político allá donde podía hacerlo —en las ciudades y agrociudades—. Mas esa realidad no significa que la política en penumbra y la influencia del establishment político y económico se redujera durante la dictadura. Tampoco, ni mucho menos, que el uso irregular de la Administración concluyera. En ese sentido, es referencia obligada el estudio de Aarón León sobre la influencia de los Pérez González y la oligarquía canaria. Este pone de manifiesto que debemos desplegar estrategias de investigación y consultar archivos que nos ayuden a comprender las relaciones entre poderes económicos, Administración y poderes políticos.[24]

Esto tampoco significa que mantengamos que el clientelismo o el nepotismo eliminan la ideología o la cultura política de los actores o las organizaciones. En demasiadas ocasiones se ha empleado el término cacique para resolver de un plumazo lo que es una cuestión compleja. Habrá que convenir que se puede ser descendiente de una larga familia política y, al tiempo, ser fascista —o comunista o republicano—. Cuando una etiqueta o un concepto sirven para suspender la investigación o el pensamiento, conviene abandonarla, pues es síntoma de pereza. También debemos estimar que se puede ser fascista —o comunista o republicano— y desarrollar estrategias clientelares o practicar la corrupción una vez alcanzado el poder —de hecho, eso suele ser lo habitual—.[25]

Finalmente, concordaremos que la mejor forma de investigar la política es analizando redes —y en eso la antropología, la sociología o los colegas de historia moderna nos llevan ventaja—.[26] Al igual que el clientelismo no borra la ideología, el constatar la filiación política fascista de los actores no puede ser el final o la razón de ser de nuestra labor. Establecer las redes clientelares de los personajes y analizar sus relaciones con los sectores económicos es una agenda investigadora que merece la pena no solo para el caso español, sino también para el portugués o italiano. Analizar el peso de la familia y las redes clientelares en la dinámica política y mostrar los intereses materiales de quienes ostentaron el poder es, como ha mostrado Aarón León, más provechoso y relevante que la reproducción de proclamas o estadísticas vacuas.[27]

Finalmente, conviene desplegar estrategias de investigación que no determinen a priori la identidad, cultura o ideología que profesaban los personajes. A continuación, haremos un intento en ese sentido, tratando de tomar en consideración lo que los protagonistas decían de sí mismos y no lo que los historiadores decidimos por ellos. Como expone James C. Scott, resulta inadmisible pretender comprender el comportamiento de las personas sin proceder a escucharlas a fin de dilucidar cómo comprenden lo que están haciendo y cómo se explican a sí mismas.[28]

IV. PINTANDO DE AZUL[Subir]

Vamos a acercaremos al impacto del fascismo en el ámbito local a través de documentación de la Secretaría General del Movimiento. Hemos recopilado la información personal de los jefes locales de FET-JONS de siete provincias. Se trata de una documentación de interés, ya que, como hemos dicho, a partir aproximadamente de 1940-‍1941 los jefes locales de FET-JONS son, al tiempo, alcaldes del municipio, de manera que consultar las fichas de estos nos ofrece información sobre la capacidad del partido para acceder al poder en los municipios rurales entre 1943 y 1945.[29] No obstante, contamos con información a través de trabajos realizados con documentación de archivos municipales, provinciales o del Ministerio de Interior. Roque Moreno y Francisco Sevillano estimaban que tan solo el 9 % de los alcaldes nombrados en 1948 eran camisas viejas, mientras que sus compañeros ediles se quedaban en 4,5 %. Damián González Madrid apuntaba que en el ámbito urbano manchego el 23,7 % de los ediles había militado en FE-JONS antes del golpe. En Almería, en cambio, únicamente el 13 % de los ediles del mundo rural eran camisas viejas, mientras que solo el 1 % habían sido requetés. Podríamos resumir aventurando que el porcentaje de camisas viejas en los ayuntamientos de los años cuarenta rondaría, siendo generosos, el 15-‍20 %.[30]

La cuestión no solo estaba en el escaso peso del falangismo en el ámbito rural, problema insoslayable antes y después de la Guerra, sino que la clave está en la escasa presencia y penetración de los partidos políticos en el mundo rural antes de la guerra. La cuestión no es que la dictadura seleccionara derechistas, jóvenes sin filiación política, sino que, en realidad, eso era lo que abundaba en las pequeñas localidades.[31]

Julián Sanz señaló que el número de jefes locales procedentes de partidos derechistas había sido importante en la primera postguerra montañesa, pero a partir de 1940 se produce una extensa renovación en sentido falangista. El porcentaje total de camisas viejas de Cantabria, en cualquier caso, era del 39 %. Nosotros contamos con 825 jefes locales de los que 239 eran militantes del partido fascista antes de la guerra, lo que supone un 29 %. No obstante, la realidad por provincias, como la propia militancia falangista durante la República, era muy desigual. Poco tendrán que ver los datos de Almería o Baleares con los de Araba o Lleida —si bien debemos valorar la militancia carlista en ambas provincias—.[32]

Tabla 1.

Porcentaje de camisas viejas entre los jefes locales de FET-JONS

Provincia Número jefes locales % CT % FE-JONS
A Coruña 113 2,65% 27,43%
Araba 72 66,66% 1,38%*
Almería 184 2,17% 40,21%
Baleares 69 0% 39,13%
Cádiz 83 0% 37,34%
Lleida 95 12,63% 6,31%**
Toledo 209 0,47% 34,44%
Total 825 8,24% 28,96%

Fuente: AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Araba, Almería, Baleares, Cádiz 51-‍20629 A Coruña, 51-‍20630 Lleida, 51-‍20632 Toledo. Elaboración propia.

Los datos que ofrece la tabla pueden sorprender, pero antes de sacar conclusiones debemos tener en cuenta cuatro cuestiones. La primera es que no siempre los jefes locales fueron alcaldes —algo relevante‍—. La segunda advertencia tiene que ver con que son los datos de los jefes locales del partido y, por tanto, hay un sesgo hacia el mismo. La tercera es que no contamos con los datos de todos los alcaldes y jefes locales de las diferentes provincias, sino que es un fichero elaborado por la Secretaría General del Movimiento que no resulta completo. Finalmente, la cuarta es que el porcentaje de antiguos afiliados a Acción Popular-CEDA tampoco era desdeñable —un 11 %—, que los jefes locales que se calificaban simplemente como derechistas sumaban un 14,54 % y que los que no tenían militancia alguna alcanzaban el 13 %.[33]

No obstante, y a pesar de las prevenciones que apuntamos, el número de camisas viejas que acceden a los ayuntamientos en la postguerra no es irrelevante en Almería, Baleares, Cádiz o Toledo, abundando en la flexibilidad y modernidad de los regímenes parafascistas. Los datos hacen aún más pertinente nuestro interés por analizar cómo se veían y presentaban estas personas. Qué aspectos de su vida interesaban al partido y qué consideraban ellos relevante destacar. Como reclamó William H. Sewell, hemos de prestar menos atención a aspectos cuantitativos y más a aquellos que tienen que ver con «la conciencia, las actitudes, las corrientes de opinión o los sentimientos».[34]

Un primer aspecto de relevancia es el interés de FET-JONS por conocer el comportamiento de sus cuadros durante la Guerra Civil. Un interés que no por reiterado y omnipresente deja de tener importancia. Así, un comportamiento correcto durante el conflicto era indispensable, pero también suponía una ventana de oportunidad. La guerra fue el conflicto definitivo en el que la nación se jugó la vida. La Nueva España se había construido a base de sufrimiento y sacrificio —ahí estaban las cruces de los caídos para recordarlo—, y por eso FET-JONS preguntaba quién se había jugado verdaderamente el pellejo, quién había sido excombatiente y quien excautivo. Además, como ha señalado Sanz Hoya, esas experiencias facilitaron una suerte de hibridación y sincretismo entre fascistas, nacionalistas reaccionarios y derechistas en general. La España ultra lo inundó todo, pero la religión y el discurso de la cruzada fortalecieron la presencia de elementos católicos en el discurso fascista.[35]

Hasta 114 de los jefes locales con que contamos fueron excautivos y esa experiencia marcó su actitud y su imaginario. Incluso la carencia de ese mérito se deja sentir en los relatos de aquellos que vivieron la guerra en zona roja. El jefe local de Ciutadella (Lleida), un labrador de antigua filiación derechista, no veía ocasión de dejar claro que, aunque sirvió en el ejército rojo, se había evadido del mismo en 1939. Una trayectoria similar a la del jefe local de Ciruelos (Toledo), quien, a pesar de ser camisa vieja desde mayo del 36, estimó necesario explicar que, a pesar de servir en el ejército rojo, no vio ocasión para fugarse hasta el 14 de agosto de 1938. Mucho más seguros de sí mismos se mostraban aquellos que habían sufrido prisión y torturas en la zona roja. Aunque los había que abundaban en explicaciones, otros simplemente decían que, aunque vivieron 33 meses en el bando republicano, 28 de los mismos fueron presos. Otros, en cambio, pese a vivir en zona roja durante toda la guerra, no se sentían amenazados debido a que habían vivido ocultos gracias a la Quinta Columna o debido a su pedigrí y pasado falangista. Así, se entreveía en el relato del jefe local de Formentera (Baleares), quien en 1943 exponía que era el jefe de la JONS desde hacía nueve años.[36]

No obstante, todas estas experiencias, en las que el imaginario de derechistas, católicos y camisas viejas se entrecruza y transpone, están determinadas por la suerte que la geografía y el devenir histórico hubiera ofrecido. Como indica Aristotle Kallis, suponer que los agentes locales simplemente copiaron o reprodujeron el modelo fascista externo es engañoso. En todos los casos hubo «desviaciones intencionadas de la norma original». Mientras que los fascistas almerienses no tuvieron apenas oportunidades de fugarse al bando rebelde, los falangistas de Lleida lo hicieron con frecuencia desde 1938, mientras que en Toledo la oportunidad dependió de la línea del frente. Pero los fascistas manchegos podían presumir de mayores glorias. No fueron pocos los que hacían gala de haber participado en la gloriosa defensa del Alcázar. Empero las oportunidades de presentar méritos antirrepublicanos eran diversas. Así, muchos derechistas almerienses exponían que habían participado en la Quinta Columna o presumían de participar en complots contra el Ejército rojo. Ese fue el caso de José García Domene, un joven de Lúcar (Almería) —seminarista y militante de las Juventudes de Acción Popular— que, según su testimonio, sirvió en el Batallón de Ametralladoras n.º 2 de Almería desde abril del 37, pero fue detenido siete meses más tarde por «complot».[37]

Hasta el 42 % de los jefes locales decían ser excombatientes. Una experiencia que, como ha mostrado Francisco Leira, estuvo determinada por la geografía y que, además, tuvo lecturas muy diversas, pero que fue utilizada por algunos para hacerse un hueco en política. La mitad de los jefes locales gaditanos eran excombatientes, una proporción cercana a la de Baleares —46,37 %— o incluso del 56,67 % de los manchegos, pero más lejana del 63,15 % de coruñeses. La no participación en la Guerra era una falta, y así lo hacía notar el jefe provincial de La Coruña, quien en diferentes informes hizo ver la necesidad de «renovar la Jefatura para que la ocupe un excombatiente». Además, muchos viejos requetés vascos pretendían disculparla a causa de su «avanzada edad» o por «tener que atender a su familia» o, incluso, por la fuerte implicación de su familia en el esfuerzo bélico: «Soy hijo de viuda y tres de mis hermanos fueron al frente», explicaba un labrador de 36 años que ejercía de jefe local de Anúcita. Disculpas y justificaciones que recuerdan a las de aquellos que vieron necesario justificar los motivos por los que no se escaparon de la zona roja. Ese fue el caso de un camisa vieja de Olula del Río (Almería), que vivió en zona roja toda la guerra «por tener que ayudar a su hermano político sacerdote de Purchena».[38]

Las narrativas sobre la guerra se convirtieron, pues, en un espacio de mitificación en el que las experiencias de derechistas, tradicionalistas y fascistas confluyeron hibridando sus culturas políticas y construyendo un relato sobre las desdichas y el servicio a la patria. Una narrativa que no solo daba cuenta de sí mismos, sino que también los homogeneizaba y servía de carta de presentación y hoja de servicios para su participación en la política local y en FET-JONS. Así entendemos el relato de Eulalio Fernández, panadero y jefe local de Turleque (Toledo), que había sido dirigente de Acción Popular y durante la guerra sirvió en la 109 Brigada, a la que se tuvo que enrolar «por estar muy perseguido en el pueblo». Una saña que remarca cuando recuerda que su hermano fue asesinado en zona roja. Y es que la pérdida de familiares impregna los relatos de muchos jefes locales. No podía ser de otro modo, ya que esta era considerada un valor. Así lo puso de manifiesto el jefe provincial de Toledo cuando informando sobre Pascual Romeralo no solo destacaba su condición de camisa vieja, sino también, que asesinaran a su padre. La cuestión, no obstante, no será tanto constatar la construcción de una cultura de la vctoria como observar cómo las identidades locales —familia, vecindad, región, religión— se entrelazan con los imaginarios y culturas políticas estatales y transnacionales definiendo identidad y acción.[39]

Contactos transnacionales de los que tampoco estuvieron exentos estos fascistas de campo. Así, el jefe local de Berja —un joven contable hijo del antiguo alcalde de la localidad durante la dictadura de Primo de Rivera— no solo veía necesario remarcar su condición de camisa vieja, sino también el hecho de que había podido ver al nazismo en acción durante sus estudios de agente comercial en Alemania en la escuela Noelle Handellschulle de Osnabrück en la Baja Sajonia. Mientras, Mateo Coll Bibiloni —auxiliar administrativo del Ayuntamiento de Santa Eugenia (Mallorca)— no tenía empacho en hacer gala de sus orígenes italianos y destacar su condición de camisa vieja, de excombatiente y el ser un antiguo miembro de la Opera Nazionale Dopolavoro —una experiencia que seguro le fue útil mientras fue delegado local de Educación Popular—.[40]

En la propia Mallorca existía una importante comunidad alemana que, pese a su pluralidad política, no se vio ajena a la evolución política de su país. Así, el 28 de junio de 1932 se fundó la agrupación mallorquina de la NSDAP, que en plena Guerra Civil llegaba a contar con 55 miembros. No todo el territorio de la península era tan cosmopolita, pero los contactos transnacionales fueron más habituales de lo que solemos dar por supuesto. Lejos de allí —en La Mancha— otros, como Pascual López Brea —jefe local de Quintanar de la Orden (Toledo)— o Carlos Martín de Vidales —jefe local de Mora de Toledo—, mostraban su fe en el fascismo y en el internacionalismo anticomunista enrolándose en la División Azul. Una determinación que tomaron más de 47 000 españoles entre 1941 y 1943 y de la que, tan solo de Cuenca, saldrían más de 400 voluntarios en su primer contingente. A pesar de que los siguientes contingentes serían menos numerosos y de que también se enrolaron tibios, dudosos y oportunistas, en los voluntarios de primera hora hubo, según López Villaverde, muchos familiares de caídos y camisas viejas que se apuntaron, fundamentalmente, por el recuerdo de la represión republicana y por un acendrado anticomunismo.[41]

No obstante, los relatos que podemos obtener hoy son más elaborados, aunque también muy situados. Un joven dirigente del Frente de Juventudes y concejal del Ayuntamiento de Almería no tenía reparos en explicar su ideología política narrando la experiencia de su padre —un antiguo lerrouxista— en la Guerra: «Él había sido perseguido en la guerra por los suyos». Un relato y aprendizaje similar al de la regidora del Servicio Social de Almería y que no por recurrente —padre republicano, hijo o hija falangista— es menos interesante. No obstante, fue más frecuente entre los dirigentes fascistas almerienses el caso de hijos e hijas de derechistas que hicieron del martirio o asesinato de sus deudos la razón de su fe en Franco y el falangismo. Así, Fructuoso Pérez Barceló, criado en un ambiente carlista, no tuvo problema en abrazar el fascismo sometiendo a este a una relectura personal en clave ultracatólica. Un caso parecido al de otro falangista, que también era hijo de un periodista católico, Ginés de Haro. Un japista fascistizado de última hora —tras la victoria del Frente Popular— que expresaba en estos términos su fe en José Antonio y el fascismo: «Estarás oyendo que la terminología mía está en este punto está muy de acuerdo con ese genio de la política asesinado con un infame juicio a los 33 años de edad, como Cristo, que fue José Antonio Primo de Rivera, cuando nos enseñaba que no hay que ser ni de derechas, ni de izquierdas, ni de centro menos, porque eso es lo propio del sistema parlamentario».[42]

La figura mítica de José Antonio y el propio entorno y red de relaciones en los que se movía facilitaba que jóvenes de Acción Española, como Juan José Pérez Gómez, acabaran tras la guerra siendo subjefes provinciales de FET-JONS. Unas decisiones que posteriormente explican en la experiencia bélica, en la admiración por José Antonio y en la relación de amistad con Rodrigo Vivar Téllez. Hibridaciones que, además, no fueron definitivas, ya que la propia longevidad del régimen facilitó viajes de ida y vuelta, procesos de fascistización y de desfascistización. «Yo pertenecía al grupo de Acción Española. Recuerdo conferencias de esas magníficas. Recuerdo una de José María Pemán sobre el sentido de “el honor” en el Teatro Clásico Español que era una preciosidad […]. Y yo asistí al mitin de La Comedia de José Antonio... Estuve allí, estaba lleno el Teatro de La Comedia».[43]

Esto no quiere decir, ni mucho menos, que una posición social holgada definiera la militancia fascista —si bien, como muestran los casos de los gaditanos Nazario Aguilar Carrillo o Rafael Osborne Mac Pherson, tampoco la impedirá—. Nuestra aproximación niega la prioridad ontológica de la economía concediendo importancia a los patrones sociales culturalmente determinados. La idea es mostrar esas vivencias y su racionalización valorándolas como experiencias construidas, portadoras de significados que es necesario recuperar, ya que muestra cómo los prejuicios e ideas compartidas por el imaginario y las culturas políticas derechistas acabaron confluyendo en espacios próximos o contagiados de fascismo. Ahora bien, para entender la materialización de este en el ámbito local no serán tan importantes las ideas políticas abstractas —más propias de élites e intelectuales— y sí los mitos políticos, las historias familiares y experiencias vitales reconstruidas, transpuestas y reelaboradas. «Yo en la Falange veía una manera política de ser totalmente distinta a la que había. La unidad de la patria, el amor a España, la no existencia del partidismo, sino de un movimiento nacional. Veía una posibilidad política, limpia, noble. Y luego la propia personalidad de José Antonio Primo de Rivera... arrastraba mucho».[44]

Y es que la misma persona que definía de una manera tan nítida el fascismo, más tarde no tenía problema en definirse a sí mismo y a su familia como «fervientemente católicos», reconociendo que llevaba en su cartera la foto de los mártires de La Salle y del obispo. No supondrá contradicción alguna para alguien que estimaba a Franco como a su padre, ya que «me salvó la vida así que como si fuera mi padre». La triada mítica de este camisa vieja estaba clara: Franco, José Antonio y Alejandro Salazar. «Yo sigo siendo franquista, sigo siendo falangista y —obsérvese el lenguaje— me sigo confiando al fundador del SEU».[45]

Una fe fascista que, para concluir, nos debe llevar a analizar los relatos de camisas viejas. A pesar de que muchos tienden, en el contexto democrático actual, a describir la Falange republicana como un club social, en 1943 no existían esas prevenciones ni remilgos. Será frecuente que el que pudiera hiciera gala de haber participado activamente en cualquier actividad antirrepublicana antes del 18 de julio. Así, en los relatos se valora el hecho de participar en actos de violencia, pero no se aprecia menos cualquier acto que significara un ataque a la República y el Frente Popular o su muerte simbólica. Un ejemplo de estas historias es el de Domingo Zamacola Abrisqueta, jefe local del Puerto de Santa María (Cádiz). Domingo era un industrial de origen obrero que había llegado al Puerto procedente de A Coruña. Entre sus actuaciones estaba «el colocar una bandera nacional-sindicalista en la Casa del Pueblo». Más tarde, en las elecciones del 36 intervino «de manera decidida contra una maniobra de los marxistas», hechos estos que le valieron la cárcel. Pero sería en la primavera y el verano del Frente Popular cuando más destacara su actuación, viéndose de nuevo detenido por defender al jefe provincial de Falange y organizando un acto de propaganda en una corrida de toros. Así, durante la madrugada anterior a la fiesta coordinó «la colocación de signos falangistas en toda la plaza», hecho que irritó sobremanera «al Frente Popular, siendo nuevamente detenido y encarcelado». No todos podían presumir de una hoja de servicios tan gloriosa, pero algunos, como José Ortiz de Landaluze, hacían referencias a haber prestado «servicio en armas» o, como el jefe local de Rois, de «ser portador de armas al servicio de Falange». Otros, en cambio, preferían mostrarse como propagandistas del fascismo. Ese fue el caso de Juan Piqueras, que adquirió su militancia política en Madrid, pero que al volver a Almería quiso organizar la Falange en las localidades de Uleila del Campo, Turre, Bédar, Garrucha y Sorbas. En esta última localidad acabaría como jefe local.[46]

Esta línea de escisión de la memoria no hace sino reproducir la propia estrategia de militancia bipolar por la que optó la Falange republicana. Como explicaban las instrucciones para la constitución de las Falanges locales, nada tendrá que ver pertenecer a la primera o a la segunda línea. Los militantes de primera línea debían tener claro que iban a ser «elementos de acción», que debían «estar decididos a acudir a todos cuantos llamamientos se les hagan —desempeñando las misiones que se les encomienden por duras y difíciles que sean—». Mientras que los militantes de segunda línea eran aquellos que por su edad o profesión estaban «imposibilitados a figurar en la primera». La situación en postguerra cambió radicalmente y, a pesar de que en algunas cabeceras comarcales o en alguna jefatura local nos encontremos con jefes del perfil del escuadrismo, lo cierto es que los puestos de mayor responsabilidad —como las propias jefaturas provinciales y gobiernos civiles— les estarán vedados. Esta selección de personal nos puede ayudar a explicar que, a pesar de que los gobiernos civiles fueran poblados por falangistas, no se produjera un proceso de radicalización o entropía en el Estado. Los estudios sobre el perfil sociológico de los gobernadores inciden en esta línea y, según Julio Ponce, su práctica ajustó su actuación política «en función de criterios de eficacia administrativa» y no de radicalización. Así, los gobernadores fueron «enfriando los entusiasmos políticos de otrora». Falange no se vio marginada del poder local con el proceso de unificación de cargos provinciales —más bien asentó su organización—, pero eso tampoco significó que el fascismo alcanzara su última fase. Únicamente facilitó la cooptación selectiva de fascistas —como es corriente en los regímenes parafascistas—, pero no la radicalización del régimen, como pretendían los más audaces.[47]

V. EPÍLOGO[Subir]

El relato de la lucha de las democracias contra el fascismo ha facilitado que se preste atención a las guerras civiles en el sur de Europa, pero, al tiempo, ha condenado al olvido a sus dictaduras, ya que estas mostraban aspectos poco edificantes de la lucha por la democracia. Hemos de trascender los relatos conservador y antifascista. Dar cuenta de las múltiples escisiones, imaginarios y culturas políticas existentes en la guerra civil europea, poniendo en pie de igualdad las experiencias de españoles con las de otras poblaciones europeas. La narrativa política clásica sobre esta cae en la tergiversación de unificar desde arriba la experiencia. Es necesario recordar que para provincializar Europa debemos reconocer que está dividida en muchas regiones, naciones y Estados con trayectorias e historias muy diversas. Aquí proponemos narrar esa pléyade plural de abajo arriba, desde la experiencia de los que configuraron un régimen parafascista: el franquismo.[48]

Recientemente, Aristotle Kallis ha trabajado sobre el concepto de parafascismo, renovando su contenido y dándole un carácter híbrido, no finalista, multidireccional y transnacional. Estas características sugieren que el movimiento y la fluidez dieron forma a las historias del fascismo, así como al resto de derechas radicales. Mas establecer distinciones nítidas y rígidas entre regímenes autoritarios, parafascistas y fascistas es problemático. La clave residirá en delimitar hasta qué punto el componente fascista se emancipa del control de las elites conservadoras. Para evaluar este aspecto o para ver si el régimen adopta paulatinamente posiciones más radicales, atender a la percepción y cultura política de los protagonistas es clave. Nuestra aportación ha puesto de manifiesto qué sectores de FET-JONS accedieron a los gobiernos civiles y ayuntamientos, definiendo la relación de los sectores más radicales con el Estado.[49]

Pero el fascismo influyó sobre todas las derechas, haciendo que transgresiones antes impensables parecieran ahora legítimas, factibles e, incluso, deseables. En realidad, como hemos evidenciado, el registro histórico muestra que no solo hubo contagio fascista o fascistización de las derechas tradicionales, sino que las hibridaciones y transposiciones fueron en todas las direcciones. Como muestra David Roberts, no hubo una única dirección en las influencias entre conservadores y fascistas, sino más bien trayectorias abiertas que eludían los resultados predeterminados. Además, incluso regímenes parafascistas, como el de Salazar o el de Metaxas, fueron difusores de fascismo y no solo los casos alemán e italiano. Aquí hemos adoptado una estrategia investigadora que, como recomendaba Zira Box, abandona el debate taxonómico y apuesta por la comprensión de lo acaecido, de lo que desearon e imaginaron los protagonistas. Al fin y al cabo, ¿no eran las diferencias entre lo nuevo y la derecha tradicional menos trascendentes que lo que compartían como aliados transnacionales contra la izquierda y los demócratas?[50]

El parafascismo fue definido en los noventa como una fascistización fallida cuando, en realidad, ni existía ni existió ninguna ruta. Aquí hemos hecho hincapié en la experiencia de fascistas en un régimen parafascista, en cómo se percibían y cómo entendían su historia y su persona los jefes locales de FET-JONS y los camisas viejas que llegaron a ser alcaldes o cargos en las instituciones locales. Esta estrategia nos ha permitido tomar en consideración sus relatos sin determinar a qué o a quién estuvieron supeditados. Pese al riesgo de cierta circularidad, William H. Sewell señala que es el modo sincrónico el que se debe privilegiar en los juicios históricos. A veces resulta más importante «saber suspender el tiempo que saber contar su paso».[51]

Los modelos dinámicos propuestos por Kallis —fascistización voluntaria, fascistización preventiva y fascistización como último recurso— no tienen en consideración la experiencia de las personas y, al igual que Griffin, sus últimas consideraciones sobre las hibridaciones y lo transnacional únicamente contempla el parafascismo desde la óptica del Estado. Nosotros, en cambio, consideramos más determinante calibrar la dinámica política desde abajo: qué actores fueron cooptados y cuáles desechados, cuál fue la autopercepción y cultura política de los protagonistas, qué intereses económicos y políticos tenían las élites y cuadros políticos locales y qué soluciones adoptaron para su defensa. También resultará determinante cómo se establecieron las relaciones entre los diferentes actores políticos, cómo estos se percibían y qué tipo de redes tejieron y establecieron en la Administración, con las élites, en el partido y entre los tres ámbitos… Aquí nos hemos centrado en el análisis de las culturas políticas de los fascistas en un régimen parafascista delimitando, así, hasta qué punto el fascismo tomó el control en las instituciones locales. Cómo conecta esta historia con la historia transnacional va más allá del relato sobre la difusión exitosa de una ideología desde un supuesto centro. Esta, en realidad, fue coproducida por diversas agencias y actores con estrategias políticas muy distintas en función de sus conflictos, necesidades e intereses locales y localizados.[52]

NOTAS[Subir]

[1]

Este texto ha sido realizado como ejercicio de reflexión para el proyecto investigador de la plaza 12/2019/PCD de la Universidad de Almería. Agradezco la confianza, paciencia y entrega de Francisco Leira Castiñeira. Alba Martínez, Ana Cabana y Zira Box leyeron los primeros borradores y me animaron a darles forma. Antonio Cazorla, Julián Sanz Hoya, José Luis Ledesma, Gloria Román y Aarón León —así como Encarna Barranquero, Mario López y Rafael Quirosa— debatieron con rigor mis propuestas. No obstante, soy el único responsable de cualquier error.

[2]

Griffin (‍1991: 240; ‍2002).

[3]

Kallis (‍2020, ‍2021).

[4]

Baranowsky (‍2022); Ginzburg (‍2010), y Serna y Pons (‍2019).

[5]

Peyrou y Martykánová (‍2014: 14) y Saunier (‍2021).

[6]

Archivo Juzgado Togado Militar Territorial n.º 23 (AJTMT-23). Expediente 105-‍19010. Carta personal de Juan J. Pardo, cura párroco de Arboleas, a Juan Banquerí Salazar. 4-‍1-1936. El debate sobre el tradicionalismo y su relación con el fascismo en Ugarte (‍1998) y Canal (‍2006).

[7]

Box (‍2019: 296-‍297) y Kallis (‍2014).

[8]

Kallis (‍2020) y (‍2021: 197-‍198); Baranowsky (‍2022), y Sewell (‍2005, ‍1992b).

[9]

AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628. Almería. AJTMT-23. Expediente 512-‍210. Copia instrucciones constitución Falange. X-X-1936 y Carta de S. Alférez a Jaime Calatrava, 14-‍7-1936. Kallis (‍2014) y Quirosa-Cheyrouze (‍2000).

[10]

Rodríguez Barreira (‍2015, ‍2013) y Sanz Hoya (‍2022).

[11]

Sanz Hoya (‍2018) y (‍2010). Sobre los orígenes del debate Nicolás (‍1999).

[12]

Cobo y Ortega (‍2005a) y (‍2005b).

[13]

Luebbert (‍1997). Un comentario crítico en Casanova (‍1992-1993).

[14]

Cenarro (‍1998, ‍1997).

[15]

Cazorla (‍1999, ‍1998) y Souto Blanco (‍1999).

[16]

Cenarro (‍2006) y Robles Egea (‍1996). Sin analizar las dictaduras, pero con una mirada a largo plazo, véase Romero Salvador (‍2021).

[17]

Las diferencias entre regímenes parafascistas y dictaduras fascistizadas se explican en Saz et al. (‍2019). Véase la primera formulación en Saz (‍1993). La influencia sobre los investigadores del poder local en Rodríguez Barreira (‍2014) y del Arco (‍2014).

[18]

Canales Serrano (‍2006a, ‍2006b) y González Madrid (‍2007).

[19]

Sanz Hoya (‍2002); del Arco (‍2007: 251), y Rodríguez Barreira (‍2013).

[20]

Griffin (‍2002, ‍1998) y Rodríguez Barreira (‍2015).

[21]

La tesis sobre el proceso de unificación personal de cargos como una derrota para el partido en Cazorla (‍2000) y Rodríguez Barreira (‍2013).

[22]

Sanz Hoya (‍2014: 209) y Marín (‍2013).

[23]

Presas Sobrado (‍2021: 250); Pérez Enbeita (‍2021), y Domper Lasús (‍2019, ‍2014).

[24]

León Álvarez (‍2016). Véase también Rodríguez Barreira y Cazorla (‍2008); Sánchez Recio y Tascón (‍2003), y Moreno Luzón (‍1999).

[25]

Dogliani (‍2017) y Aly (‍2006). El propio título que le dimos a una microhistoria sobre los manejos de un cacique en Berja, por ejemplo, resuelve, o deja entrever, que la filiación falangista del hijo menor del banquero virgitano, el funcionario Lorenzo Gutiérrez Ibarra, no era sincera o era, más bien, instrumental. Esta suposición, plausible, no puede afirmarse, sin más, y hubiera requerido de investigación y demostración empírica (‍Rodríguez Barreira y Cazorla, 2008).

[26]

Scott (‍1972) y Imízcoz (‍2001).

[27]

León Álvarez (‍2016) y Rodríguez Barreira (‍2013).

[28]

Scott (‍2013: 23-‍24).

[29]

AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Araba, Almería, Baleares, Cádiz 51-‍20629 A Coruña, 51-‍20630 Lleida, 51-‍20632 Toledo. Peñalba Sotorrío (‍2015).

[30]

Rodríguez Barreira (‍2013); Moreno y Sevillano (‍2000: 719), y González Madrid (‍2009: 235).

[31]

El caso sevillano es, en ese sentido, excepcional (‍Parejo, 2008; ‍Lazo, 1998), pero no tiene nada que ver con el sureste o con Euskadi (‍Quirosa-Cheyrouze, 2000; ‍Fernández Redondo, 2021).

[32]

Sanz Hoya (‍2004: 297) y Peñalba Sotorrío (‍2013).

[33]

Un análisis que toma como referencia las militancias, ideologías y culturas políticas en el seno de FET-JONS en Sanz Hoya (‍2015).

[34]

Sewell (‍1992a: 26). La literatura ofreciendo datos cuantitativos (edad, profesión…) de los ediles o los falangistas es abundante. Véase, por resumir, Lazo y Parejo (‍2003).

[35]

Sanz Hoya (‍2019) y del Arco (‍2022).

[36]

AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Baleares, 51-‍20630 Lleida, 51-‍20632 Toledo.

[37]

Kallis (‍2021: 211). Sobre el mito y mitificación del Alcázar: Reig Tapia (‍2000) y Sánchez Biosca (‍2009). El peso de los defensores del Alcázar en el poder local toledano en González Madrid (‍2007). Para la Quinta Columna, Piriz (‍2022). AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Almería, 51-‍20630 Lleida, 51-‍20632 Toledo.

[38]

AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Araba, Almería, Baleares, Cádiz 51-‍20629 A Coruña, 51-‍20632 Toledo. Mathews (‍2021) y Leira (‍2020). Sobre la participación de excombatientes en la política local: Rubió (‍2011) y Alcalde (‍2014).

[39]

Sanz Hoya (‍2015: 268-‍269, 272-‍279). Para la violencia revolucionaria en La Mancha, véase del Rey (‍2019). Verónica Sierra ha reflexionado sobre cómo los requerimientos de los formularios y las convenciones de la escritura estructuran los relatos sobre la guerra en Sierra (‍2016). El proceso de depuración de FET-JONS en Peñalba Sotorrío (‍2015) y Pérez Olivares (‍2020). AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes Locales, 51-‍20632 Toledo.

[40]

No obstante, es necesario aclarar que el jefe local de Berja no llegó a ser alcalde de la localidad ni tampoco lo fue su hermano, también camisa vieja con ascendiente en la localidad y en la provincia. Otro caso interesante de internacionalización fue el de Laureano Dávila, jefe local de Puerto del Son (A Coruña). Este electricista ingresó en FET-JONS en 1937 en Uruguay. AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Almería, 51-‍20629 A Coruña. de Grazia (‍1981) y Rodríguez Barreira y Cazorla (‍2008).

[41]

Núñez Seixas (‍2017) y López Villaverde (‍2022). AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20632 Toledo, 51-‍20628 Baleares.

[42]

AHPAL. Archivo de Fuentes Orales. Testimonio de Ginés de Haro Rossi, Almería, 10-‍7-2003. Testimonio de Fructuoso Pérez Barceló, Almería, X-X-2003. Testimonio de Antonio Manzano Lupión, 3-‍5-2002. Rodríguez López (‍2010).

[43]

AHPAL. Archivo de Fuentes Orales. Testimonio de Juan José Pérez Gómez, Aguadulce (Almería), 30-‍5-2003. Sobre las complejas relaciones del nacionalcatolicismo y el fascismo: Saz (‍2003) y Box (‍2015). El proceso de desfascistización de FET-JONS está bien explicado en Peñalba Sotorrío (‍2015).

[44]

Las referencias a José Antonio Primo de Rivera, a su mito, a haberlo conocido o a haber estado a sus órdenes son, como vemos, recurrentes. Así, por ejemplo, el jefe comarcal de Betanzos había sido «encargado por José Antonio para organizar FE en la provincia de Coruña», mientras que José Obella Vidal, médico y jefe local de Rois, «asistió a varios actos en los que habló José Antonio Primo de Rivera». Mientras tanto, el jefe local de Zahara (Cádiz) presumía de que «nuestro inmortal José Antonio» le había otorgarle el poder para representarlo en las elecciones de 1933. Todas estas referencias nos hablan de la importancia y uso de su mito. AHPAL. Archivo de Fuentes Orales. Testimonio de Antonio Andrés Díaz, Sevilla, 3-‍7-2003. Portelli (‍2017, ‍2014); Sewell (‍1992a), y Box (‍2005). AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Cádiz, 51-‍20629 A Coruña.

[45]

El catolicismo no estaba reñido con el fascismo. La clave estará en cuál es el arco de bóveda mítico de la identidad política: bien la nación, bien la religión. Un ejemplo más, en ese sentido, será el de Luis Domenech, camisa vieja que, según su testimonio, fue jefe de las milicias fascistas en el Cuartel de la Montaña de Madrid y que había estudiado la carrera eclesiástica. Sobre Falange como religión política véase Box y Saz (‍2011), AHPAL. Archivo de Fuentes Orales. Testimonio de Antonio Andrés Díaz, Sevilla, 3-‍7-2003. AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Araba, Almería.

[46]

Para más acciones propagandísticas o violentas, véase Parejo (‍2008) o Fernández Redondo (‍2021). AGA. Presidencia. SGM. DNP. Jefes locales, 51-‍20628 Cádiz, 51-‍20629 A Coruña.

[47]

Ponce (‍2008, ‍2016: 263) y Kallis (‍2000, ‍2003). AJTMT-23. Expediente 512-‍210. Copia «Instrucciones constitución Falange». X-X-1936.

[48]

Minehan (‍2011); Sewell (‍2014), y Chakrabarty (‍2009).

[49]

Kallis (‍2014, ‍2000).

[50]

Box (‍2019); Kallis (‍2021); Roberts (‍2018), y Sanz Hoya (‍2015).

[51]

Sewell (‍1997); Geertz (‍2003), y Rodríguez Barreira (‍2014).

[52]

Véanse, de ejemplo, las siete maneras como, según Griffin, un fascismo puede fallar. Kallis (‍2003, ‍2020, ‍2021) y Griffin (‍1991: 16-‍17).

Bibliografía[Subir]

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Alcalde, Ángel (2014). Los excombatientes franquistas. La cultura de guerra del fascismo español y la Delegación Nacional de Excombatientes (1936-‍1965). Zaragoza: Prensas de la Universidad de Zaragoza.

[2] 

Aly, Gotz (2006). La utopía nazi. Cómo Hitler compró a los alemanes. Barcelona: Crítica.

[3] 

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