RESUMEN
Este artículo aborda la identidad de las mujeres del partido único durante el franquismo, analizando sus orígenes sociales como «camisas viejas» de la Falange, y la inflación en las filas de FET-JONS durante y después del conflicto bélico. Utilizando las diversas aproximaciones teóricas a la organización, cronologías y estudios de caso de toda España, trataremos de entender cuál era el poder de atracción de la única organización política femenina de curso legal durante la dictadura, en las primeras etapas de su existencia. Fue en la trayectoria reaccionaria de las familias acomodadas donde observamos cómo se conminó a sus hijas a apoyar, primero, las campañas en contra de la secularización del Estado republicano; votar a las derechas en 1933, y resarcir después a «sus caídos» en la Guerra Civil. En palabras de Pilar Primo de Rivera, lo más importante no era la organización adulta ni sus juventudes, «que son como las almenas de nuestras torres, [sino] esos muertos que son realmente nuestros cimientos, que son nuestras raíces».
Palabras clave: Franquismo; Sección Femenina; Falange; mujeres; Guerra Civil.
ABSTRACT
This article addresses the identity of the women of the single party during Francoism, analyzing their social origins as «old shirts» of the Falange prior to 1936, and the inflation in the ranks of FET-JONS during and after the conflict. Using the various theoretical approaches to the organization, chronologies and case studies from all over Spain, we will try to understand what was the power of attraction of the only legal female «political» organization during the dictatorship, in the various stages of its existence. It was in the reactionary trajectory of affluent families, where we observed how their daughters were encouraged to first support the campaigns against the secularization of the Republican State; vote for the right in 1933, and then compensate «their fallen» in the Civil War. In the words of Pilar Primo de Rivera, the most important thing was not the adult organization or its youths, «who are like the battlements of our towers, [but] those dead who are really our foundations, who are our roots».
Keywords: Francoism; Women Section; Phalange; women; Spanish Civil War.
La Sección Femenina de FET-JONS (SF) se ha consagrado como un objeto de estudio privilegiado durante las últimas dos décadas. Hoy existe un debate sobre la función que dicha organización cumplió dentro del régimen franquista y distintas líneas de estudio desde aproximaciones más políticas, sociológicas o culturales, hasta su papel en la «educación emocional» de las españolas[2]. Sin embargo, aún quedan por despejar las razones últimas que condujeron a una importante cantidad de mujeres a su afiliación al partido único de la dictadura[3]. Según Ángela Cenarro, fue el silenciamiento femenino en las publicaciones oficiales de Falange lo que conminó a esa SF a dotarse de una narrativa de empoderamiento sobre su propia historia, dividida en el «antes, durante y después» de la guerra, como aparece en los primeros números de sus revistas, Y o Medina[4]. Así lo señaló la propia Pilar Primo de Rivera cuando marcó la historia tripartita de su organización desde la «rebeldía de unas pocas» en 1934[5].
Vamos a dedicar este artículo a tratar de entender las motivaciones y el perfil de la militancia de esta organización en los ejes de espacio y tiempo, es decir, durante las distintas etapas de su trayectoria y en sus diversas casuísticas geográficas, marcando las diferencias entre el medio rural y urbano, así como entre las provincias y países donde se implantó la Falange previa a 1939. Contemplaremos a las falangistas desde una perspectiva interseccional y que atienda a sus culturas políticas o formas de estar y entender el mundo, en una propuesta de análisis sin conclusiones cerradas[6].
Para llevar a cabo este enfoque se emplearán las fuentes orales y documentales de dicha SF, depositadas en el Archivo General de la Administración y la Real Academia de la Historia. Por otra parte, consultaremos la hemeroteca y los estudios a nivel local, nacional y transnacional de los investigadores centrados en el personal político de la dictadura franquista, así como de las organizaciones fascistas femeninas implantadas en Europa y América, fundamentalmente[7].
Con ese talante de entender a las mujeres de la Falange en el contexto de sus homólogas internacionales, recogemos la noción de agencia aplicada a las mismas, como sujetos capaces de superar las limitaciones estructurales de la legislación y la ideología imperantes, para influir en su ámbito de existencia y tomar decisiones propias, es decir, empoderarse y dotarse de legitimidad para la acción. Frente a los enfoques primigenios de Gisela Bock y otras investigadoras que situaban a las integrantes de los partidos fascistas como víctimas pasivas de unos regímenes patriarcales que las alienaban y condenaban al estatus de madres y esposas, proponemos la iniciativa de las mismas a la hora de emprender un proyecto de vida alternativo como mujeres públicas, representantes del régimen pese a las limitaciones de su poder real y correas de transmisión de la violencia simbólica del mismo. Es decir, baluartes de una feminidad como «discurso dominado», pero en cuya trayectoria se detectan múltiples paradojas y un comportamiento oculto u opuesto al de dominio público[8].
La hipótesis de partida con la que vamos a trabajar en estas páginas es que la militancia en SF puede dividirse en tres fases distintas en el periodo 1934-1945: la escuadrista, la colaboracionista y la de asimilación instrumental, por dos grandes motivaciones apuntadas en estudios previos, la «militancia de muerte» asociada a la violencia política republicana y la Guerra Civil, y la «afiliación de la victoria», que incluiría a las adheridas al partido único para congraciarse con los vencedores del nuevo estado franquista[9].
Si nos referimos, en primer lugar, a la socialización de las españolas en las organizaciones de extrema o «nueva derecha» existentes durante la Segunda República, hemos de considerar la experiencia que supuso para ellas el activismo en el espacio público del catolicismo social en los años veinte[10].
Al iniciarse la década de los treinta, cuando se materializó su inclusión en los secretariados femeninos de los partidos de masas, el proceso de politización contaba ya con importantes precedentes internacionales gracias al sufragismo, su papel en la Gran Guerra, o en la reacción blanca y cristera a las revoluciones de Rusia y México. Pese a no participar en la vindicación feminista ni en los frentes de lucha, los sectores más reaccionarios de esa población femenina pudieron beneficiarse de los derechos civiles conquistados, de tal modo que canalizaron el voto, la huelga y la libre sindicación para asociarse con el «amarillismo», paralizar la secularización del Estado y rebelarse en las urnas contra las fuerzas progresistas[11].
En este apartado trataremos de comprender qué sedujo a las mujeres de SF de ese fascismo en auge de la Europa de entreguerras, frente a culturas políticas que les eran más familiares, como el tradicionalismo y otras opciones monárquicas y confesionales.
Si atendemos a los estudios pioneros de Maite Gallego, Rosario Sánchez o Luis Suárez, ya entonces se acentuaba el carácter minoritario, elitista y centralista de las primeras militantes en el círculo madrileño de los Primo de Rivera o de Onésimo Redondo y Dionisio Ridruejo en Castilla[12]. Eran familiares directas, prometidas y amigas de infancia de los líderes de Falange, las JONS o el Partido Nacionalista Español de Albiñana, atraídas por la novedad y el pulso fascista que llegaba de Europa[13]. Hombres y mujeres jóvenes, también hijos de caciques, pero activos y con soluciones populistas para los problemas que atenazaban a un continente en profunda crisis económica y de valores tras la devastadora guerra mundial[14].
En España los y las primeras jóvenes fascistas tampoco eran excombatientes ni, dada su condición social, habían sufrido especialmente las trágicas consecuencias del desempleo, pero sí acostumbraban a hablar en sus hogares de política. Estaban próximos a los militares africanistas y a su defensa de los últimos vestigios del imperio colonial como fórmula para superar la frustración por los desastres del 98 o Annual. Un ejemplo eran las hermanas Martínez Unciti, hijas de un teniente coronel de Ingenieros que participó en las guerras de Filipinas y Marruecos. Otro ejemplo los Primo de Rivera, que lamentaban la ingratitud de la monarquía hacia su padre. Sobre ellos se habría obrado «el efecto fascista» como una suerte de hibridación cultural, que les hacía creer en las recetas de un falso anticapitalismo y emplear una nueva retórica de justicia social, pese a disfrutar en su mayoría de los beneficios de los propietarios rurales y las clases económicas acomodadas en las capitales de provincia[15].
Los que comenzaron a ser tildados de «fachas» eran esos «señoritos» del campo de Jerez o la Sierra Norte de Sevilla, así como las clases medias santanderinas[16]. Igual que los jóvenes del Ventennio fascista en Europa, los «camisas viejas» españoles se curtieron en el odio, la violencia vitalista y una «hermandad de sangre» desde 1933, que les hizo vestir la camisa azul y alistarse voluntarios para marchar a la guerra. De hecho, en Sevilla un 68 % eran muchachos solteros y sin pasado político alguno[17].
En Badajoz, Tánger o Tenerife la mayoría de sus miembros se adhirieron a Falange durante el conflicto, haciendo que pareciera un partido realmente interclasista, pero antes de febrero de 1936 predominaron los estudiantes de bachillerato, profesionales, militares y aristócratas latifundistas. En Andalucía oriental, La Mancha y otras provincias rurales como Salamanca, se cumplía la máxima de Michael Mann de jóvenes solteros, humildes, sin formación ni experiencia adulta en la vida civil; con un conocimiento elemental de los valores que defendían, pero motivados por los lemas maximalistas, las personalidades carismáticas y el impulso de los amigos, paisanos y vecinos[18]. De hecho, esa era la dinámica común al pannacionalismo imperante entonces en toda Europa, por contagio de las ideas fascistas[19].
Las primeras mujeres vinculadas a ese movimiento fueron las miembros de la Sociedad Aspiraciones pertenecientes al Partido Nacionalista Español desde 1932. Antes de que se fundara la SF de Falange, estas se reunían en Madrid bajo la apariencia de una agrupación artístico-deportiva, conspirando, ayudando a preparar la sanjurjada y dando instrucciones sobre su adhesión al fascismo a través de la revista Realidades. No obstante, desde el otoño de 1933 se produjo una fuga de militantes hacia Falange de la que participó la propia Dora Maqueda, futura secretaria nacional de SF[20].
En Valladolid actuaría desde 1932 Rosario Pereda, dirigente de la Asociación de Estudiantes Católicos del Magisterio enfrentada a la FUE, y primera propagandista de las JONS junto a Onésimo Redondo, con quien viajó durante días por Castilla y el norte de España. Tras la fusión con FE, Pereda también traspasó su militancia a SF, donde se la propondría como fundadora del Socorro Pro-Presos y delegada provincial de Valladolid[21].
En Madrid funcionó una SF de las JONS desde noviembre de 1932. Estaba encabezada por la hija de un ministro de la monarquía, Justina Rodríguez de Viguri, además de otra estudiante de Filosofía y Letras, María Dolores Galvarriato, y Carmen Micó. Y desde febrero de 1934, en que se produjo la fusión con FE, las allegadas a José Antonio se unirían a través del SEU, aunque no fueran universitarias, excepción hecha de Mercedes Formica y Carolina Zamora. Cada afiliada debía acudir a las reuniones clandestinas en casa de Inés Primo o la propia Dora Maqueda acompañada de otra simpatizante, como modo de multiplicar la militancia[22].
Tras la creación de la propia SF de FE-JONS en junio, fueron los sucesos de Asturias en octubre de 1934 y las detenciones de los «camaradas» más osados los que desencadenaron un aumento de la militancia de hasta 2500 afiliadas en diecinueve provincias. «Se cumplía el principio de que la persecución creaba mártires que resultaban atractivos» para jóvenes que habían crecido sin privaciones entre familias de orden de Madrid, Sevilla, Navarra, Jerez, Zaragoza, Pamplona o Salamanca. En esta última, María Engracia (Nena) y Carmen Lammamié de Clairac se contaban en el grupo de sus fundadoras mucho antes de la unificación, lo que demuestra también la agencia de estas jóvenes en contra de los designios del patriarca y líder requeté, José María Lammamié de Clairac[23].
La Delegación Provincial de Cádiz sería otra de las primeras en crearse y organizar un curso de formación en febrero de 1935, con Fernanda García Guerrero como jefa. A esta le siguieron Jerez, el Puerto de Santa María, San Fernando o Algeciras y, aunque la local de Tarifa no se crearía hasta una década después, el perfil de sus miembros, y sobre todo de los mandos, sería el de mujeres solteras, con vinculación paralela a la Acción Católica e incluso el Opus Dei, sin obligaciones laborales ni necesidades económicas que les impidieran dedicarse enteramente a su labor sin remuneración. Tal era el caso de su delegada, la maestra María Gallurt, y el resto de sus colaboradoras en el Auxilio Social, la educación física o la guardería, actividades en las que se mantuvieron hasta contraer matrimonio. De ahí, que la SF gaditana se enfocase en las clases urbanas medias y altas con posibilidad de acceso a estudios superiores, a través del servicio social y los institutos de enseñanzas medias[24].
Málaga sería una de las provincias clave en esa Falange meridional, gracias, entre otros aspectos, a la presencia de familias como las Larios; de Ana María Hurtado de Mendoza, quien fuera su primera delegada, y de su secretaria, Carmen Werner Bolín, amiga personal de José Antonio y colaboradora en la sublevación en esta ciudad. Con el fracaso del golpe y hasta la ofensiva de los voluntarios italianos en febrero de 1937, muchas militantes malagueñas, como la propia Carmen Werner y su hermana Mercedes, que habían sufrido el fusilamiento de sus familiares, pudieron huir a Tánger y refugiarse después en Sevilla, al abrigo de la jefa de esta, Carmen Azancot[25].
En Granada, un reducido grupo de mujeres relacionadas también con los primeros falangistas constituyeron la SF en junio de 1936 en el domicilio de su primera delegada, Pilar Moliné, pero «a remolque y como complemento de la rama masculina». Solo un mes después, en la fecha del golpe de Estado, contarían con 63 afiliadas a las que pronto se unirían unas pocas margaritas tradicionalistas, multiplicándose por diez al final de ese año. Las motivaciones en 1937 serían: el nuevo culto a la feminidad falangista, producto de la unificación y la rivalidad con las católicas, y el citado servicio social, del que quedaron exentas las viudas o hijas de caídos, lo que significó otra brecha más entre las clases altas que podían eludirlo y las más bajas[26].
Lo mismo podríamos decir respecto a las afiliadas en Murcia, pese a que Falange allí no se constituyó hasta 1935 y su SF después de la guerra. Las fuentes orales indican que, en su mayoría, las primeras simpatizantes eran también «amigas, novias, hermanas de falangistas que les ayudaban y colaboraban con ellos», visitando a los presos y llevándoles la comunión pese al miedo de la clandestinidad. Pertenecían a clases acomodadas y, pese a dedicarse enteramente a la organización, podían permitirse no recibir sueldo y permanecer en sus domicilios paternos. Como indicaba una antigua miembro, «la mayoría de las chicas de la Sección Femenina tenían un nivel económico familiar superior al mío, yo diría una clase media acomodada, porque eso se nota […]»[27]
En Alicante, la SF de Elche tuvo un papel protagónico como parte de la quinta columna organizada durante la Guerra Civil, con no pocas mujeres de presos en Albatera. No obstante, antes de 1936 las simpatizantes de Falange eran jóvenes trabajadoras del calzado, la hija del farmacéutico y «algunas más». La vainiquera de 41 años, Asunción Berenguer, declarada entusiasta pese a negar su ingreso en la organización, admitía que «en el pueblo había oído hablar de que eran fascistas las de Bru, la familia Serrano Sánchez, así como las de la familia Coquillat y otros muchos nombres que ahora no recuerda»[28]. Adela Gerona Beza, por ejemplo, era una madre soltera de veinticuatro años perteneciente a FE desde 1935, mientras que su hermana Carmen, de diecisiete, estaba empleada en una tintorería. A ellas se unirían más tarde refugiadas procedentes de distintas provincias, con profesiones que iban desde una enfermera de la Cruz Roja a una estudiante y otra maestra de veintisiete años procedente de Vergara (Guipúzcoa). Esta última, Zenaida Gozalo Aguirre, ingresó en la Falange madrileña a finales de 1934 y declaró haber montado la SF en casa de José Miralles y del dentista Vicente Jornet, donde se reunía el Consejo Provincial y les pedían referencias de mujeres derechistas de su círculo, como la familia Caballero, Conchita Azcárate, las hermanas Madaria…[29]
Si nos referimos a Lleida o las islas, en Mallorca se dio también la ecuación de cuadros dirigentes pertenecientes a la alta sociedad y las esferas católicas encargadas de educar a las hijas de las clases más pudientes[30]. Y Julio Prada ha insistido igualmente en el carácter elitista de las miembros de la Comunión Tradicionalista gallega y, sobre todo, orensana, así como de la Falange. Frente a la escasa implantación de las margaritas, su Delegación Provincial de SF fue la primera en crearse fuera de la capital, donde tres de cada cuatro miembros eran familiares o novias de camisas viejas. La primera jefa gallega fue María Dolores (Lily) Ozores, en Vigo, en noviembre de 1934. No obstante, fue la visita de José Antonio el hito que sirvió de revulsivo para el resto de la región que, aunque tenía pocas miembros, contó con Vicenta Pérez en Orense, Antonia Naya en Coruña desde el verano de 1935 y Pura Pardo en Lugo, ya en marzo de 1936. Se dice que fue el «boca a boca» lo que constituyó el «factor de arrastre» entre hermanas, primas o amigas para vestir la camisa azul[31]. Todas ellas compartían círculos de sociabilidad, «experiencias, marcos identitarios e intereses previos» de enfrentamientos con los sindicatos o grupos de izquierda en el contexto del primer bienio republicano.
Como Pilar Primo, Mercedes Sanz Bachiller, Mercedes Formica o Justina Rodríguez de Viguri, ellas se convencieron a sí mismas, a través del relato mítico que forjaron en la posguerra, de que habían sacrificado su feminidad por servicio patriótico, en un periodo equiparable al Kampfszeit o «época de lucha» de las fascistas europeas. SF recogería esta etapa fundacional en su revista Y, al igual que hicieran las alemanas del Bund Deutscher Mädel, recordando las prohibiciones de los padres para afiliarse tras las detenciones de octubre de 1934[32]. Sorteando vetos y peligros, las falangistas mostraban su capacidad de agencia, más allá de una militancia vicaria de sus familiares. Solo un año más tarde, los dos millones de afiliadas al NSDAP constituían ya una élite entre las mujeres nazis, pese a que también allí las dirigentes locales estuvieran bajo el control de los jefes del partido. Sin embargo, SF nunca consiguió aglutinar un movimiento de masas similar a las muchachas del BDM o las Deutsches Frauenwerk, pese a la pronta organización de sus equivalentes, la OJEF y la Hermandad de la Ciudad y el Campo[33].
La oposición a la afiliación femenina de los fascistas italianos tampoco pudo evitar que las «camisas negras» comenzaran a organizarse ya en 1920. La Opera Nazionale per la Maternità e l´Infanzia creada en 1925, e imitada tanto por SF como por la OMEN portuguesa, se proponía el control total de las mujeres y, más allá de los prejuicios católicos de las ibéricas, apoyó a las madres solteras y las de origen plebeyo con aspiraciones de promoción social en los Fasci Femminili. Esta elite urbana acogió al 3 % de las italianas, frente al 5 % de Massaie Rurali del sur de Italia, y como la primera SF, se compuso de mujeres adultas de extracción pequeñoburguesa o aristocrática, con autoridad sobre «la masa» bajo su dirección. De ellas aprendieron las falangistas que habrían de aceptar su «techo de cristal» y la falta de retribución económica, a cambio de convertirse en la imagen oficial del régimen[34].
Pilar Primo conocía de primera mano la experiencia de esos Fasci Femminili porque había viajado a Italia con sus hermanos. Desconocemos, en cambio, qué vinculación tenían con las miembros de la Legión rumana, las Lotta-Svärd finlandesas o las Ustaša croatas, a las que los hombres también despreciaron de inicio. Marjorie Munden, miembro de la vieja guardia, sí que pudo informar al grupo Primo sobre las británicas seguidoras de Mosley, fundadoras de The Fascist Woman en el mismo 1933. Sin contar con el favor de su Gobierno, estas representaron un cuarto de la afiliación y mostraron desde sus inicios una composición más interclasista, admitiendo a mujeres casadas en su seno, aunque muchas encontraron a sus parejas en el partido, como sucedería en la SF[35].
Tras el veneno inoculado por José Antonio a los jóvenes universitarios y empleados asistentes al Teatro de la Comedia en octubre de 1933, ya no habría marcha atrás. Pilar Primo recorrió junto a Dora Maqueda media España en tren y su automóvil particular, haciendo cientos de kilómetros en una campaña proselitista. Perseguía tejer una red entre las jóvenes que, como ella, tenían hermanos idealistas, cursaban estudios superiores o se habían formado como enfermeras nacionalistas, atraídas por el clima de heroísmo de aquellos años, las charlas grandilocuentes, la camaradería y, sobre todo, el carisma «joseantoniano»[36]. Hasta el punto de que podríamos hablar de una militancia anterior y posterior a la muerte del líder, el joven y apuesto abogado al que las siguientes generaciones comenzarían a venerar en La Mota como a un Cristo o santo laico —el Ausente—, aprendiéndose sus discursos y aforismos, y reteniendo una imagen que conocían por los retratos presentes en cada colegio nacional[37].
El análisis interseccional demuestra así que clase social, juventud, soltería, proximidad a los pioneros varones, pero también agencia o audacia, entendidas como rebeldía entre las mujeres, serían características entre la militancia de la SF de todas las provincias investigadas y de sus homólogas fascistas en Europa.
Si hasta el 18 de julio de 1936 podemos considerar la militancia en SF como minoritaria, elitista y urbana, un fenómeno moderno en paralelo al resto del continente, la movilización desencadenada por la guerra cambiaría significativamente el cariz de la organización. No solo por las funciones asistenciales asignadas a las mujeres de Falange, en competencia con las jonsistas del Auxilio Social y las tradicionalistas de la Delegación de Frentes y Hospitales, sino por el nuevo perfil de las adheridas.
Pese a la connotación que el término adquiriría poco después de la ocupación nazi, vamos a calificar esta etapa como colaboracionista porque las mujeres que se acercaron entonces al partido no lo hacían ya para ayudar a unos pocos camaradas perseguidos en la clandestinidad, sino como apoyo al bando sublevado en una situación tan extraordinaria como la Guerra Civil, en la que cada familia tenía a uno o varios implicados[38]. Gloria Cantero Muñoz, hija de un militar y miembro de Acción Católica antes que delegada de la SF de Melilla, recordaba cómo fue esa disposición a colaborar con el golpe de Estado: «Empezó ya el Movimiento, el 17 en Melilla... a las seis o siete de la tarde, parece que lo estoy viendo, y claro, pues ya nosotras, las chicas, como yo estaba afiliada a la Sección Femenina, pues tomamos parte [...]. Mi padre como militar [...] me lo preguntó: “¿Tú te quieres afiliar?”. Porque como españolas teníamos que colaborar, ¿comprendes? Nosotras estábamos “adictas” a todo, claro…»[39].
También en Galicia triunfó el golpe y se crearon los roperos de Mujeres al Servicio de España. Junto a las organizadoras, señoras de las autoridades militares coruñesas, el decreto de unificación y la intendencia militar fusionaron a falangistas y a obreras que se acercaron a los talleres en una «conjunción de propaganda, coacción y fiebre colaboracionista», para ganarse el favor de los nuevos poderes establecidos desde el mes de agosto. En general, se trataba de miembros de la Acción Católica, viudas, esposas o descendientes de esas jerarquías militares, pero también de las fuerzas vivas civiles, «la elite burguesa y administrativa de las ciudades y villas gallegas», así como de las tres provincias vascas donde se estableció dicha entidad. Hermanas de camisas viejas y un 16 % de militantes de SF antes del 18J, todas trabajarían por abastecer a sus hombres y, de paso, obtener el reconocimiento público y una recompensa material[40].
Atendiendo a esa identidad de clase de los mandos falangistas designados hasta entonces, no fueron desde luego las Primo de Rivera, las Werner ni las Lamamié de Clairac quienes atendieron con su trabajo esos talleres del soldado u hospitales como el de Algeciras, aunque se las invitara a amadrinarlos. Las elites fundadoras constituirían entonces la jerarquía nacional alojada en la Trilingüe salmantina, pese a que el primer Consejo Nacional celebrado allí propuso «que ni el parentesco, la amistad ni la antipatía influyan para nada en vuestras decisiones; y mucho menos, las recomendaciones, ese sistema viejo e injusto que la Falange está decidida a abolir»[41].
Entre las incorporaciones más significativas del «verano caliente» encontramos a Clara Stauffer Loewe, a quien, pese a su origen acomodado, se la describe «llegando muchas noches como la vimos, a las tantas […] llena de barro y agua» por montar el Auxilio de Invierno en los pueblos del campo charro. Hija del ingeniero cervecero de Mahou y nieta del peletero Enrique Loewe, ambos de origen teutón, esta diplomada en Enfermería y Comercio, de condición atlética, con carné de conducir y cinco idiomas, era el modelo de mando de la SF. Un perfecto activo para «trabajos movidos» de propaganda donde acabó destinada. Parecía salida del NSDAP, pero «Clarita» había nacido en Madrid y no había militado en partido alguno antes del Movimiento. Rechazó un puesto de intérprete de la Legión Cóndor para trabajar gratuitamente en la divulgación de la SF, escribiendo en la prensa alemana, participando en Radio Nacional y colaborando con las embajadas. Acudió también a las misiones diplomáticas de la Delegación Exterior utilizando su pasaporte extranjero —como el de Marjorie Munden— para introducir a SF en los círculos internacionales y estudiar a las Nazionalsozialistische Frauenschaft[42].
Ya al inicio del conflicto se ocupó de recaudar fondos desde Berlín para los repatriados de la zona roja con la SF exterior. Pero los esfuerzos de Stauffer por crear esa red fueron en vano, ya que la Falange se decantó por afinidades ideológicas por Hispanoamérica y Filipinas, tras comprobar el desprecio de las alemanas hacia las españolas por su insignificancia internacional. Pese a la cercanía católica con las italianas, húngaras y portuguesas, que dirigidas por la condesa de Rilvas crearon la Obra das Mães pela Educação Nacional, en agosto de 1936, y la Mocedade Portuguesa Feminina a finales de 1937, su atención se centró en los transterrados españoles allende los mares. Tanto que, para captar las simpatías hacia el nuevo régimen entre las élites conservadoras del cono sur, se instituyó una política de intercambios y «becas de la Victoria» desde 1939, destinadas a profesionales, universitarios y «jóvenes latinoamericanos proclives al conservadurismo, al hispanismo y/o al catolicismo»[43].
Si SF pretendía proyectar una especie de soft power a través de estos círculos culturales o sus Coros y Danzas, el Servicio Exterior de Falange, dirigido en guerra por José del Castaño, se centró en las labores de propaganda y recogida de donativos para la retaguardia de los sublevados. Entre 1938 y 1939 estas fueron atendidas por mujeres voluntarias de 55 países de todo el mundo, que llegaron a representar unas 4000 afiliadas, aunque con el estallido de la Segunda Guerra Mundial quedaron reducidas a Alemania, Italia, Francia, Turquía, Filipinas y Tánger.
En 1938, solo en Chile existían otros 4000 miembros de Falange repartidos por todo el país, y cuatro comarcales de SF lideradas por Isabel de la Calle. El nivel cultural y político de las expatriadas españolas allí era muy bajo, pero se encargaron de la difusión, así como de una obra social que iba del encuadramiento educativo a la organización de colectas, Día del Plato Único, etc. En palabras de Luis Suárez, dicha SF «organizó paralela e independientemente, en cierto modo, de la Falange del exterior, su propia red de ayuda internacional»[44].
Pero, dadas las distintas sensibilidades y culturas políticas de los apoyos al golpe, no sentó bien en toda Latinoamérica ese proselitismo de la Falange para monopolizar las recaudaciones de guerra entre las colonias de españoles. Así se manifestó cuando el jefe provincial de FET en México, José Ortega Celorio, visitó el Centro Social Español (UNE) y el Comité de Señoras Españolas con la intención de congregarlas en una única Junta de Recaudación de FET-JONS. Fue su presidenta, la marquesa de Mohernando, quien elevó sus quejas frente a las nuevas veleidades fascistas:
La mayoría de las señoras que integran este Comité, son esposas o pertenecen a familias de los españoles más destacados por sus negocios en Méjico y se juzga que sería un gran riesgo entrar a formar parte en cualquier organización política […]. No estaremos de ninguna manera conformes en formar parte de ninguna Junta que haga las manifestaciones externas que ha venido haciendo la citada organización política FET y de las JONS porque estamos seguros de los peligros que acarrearía en contra de nuestros representativos españoles y sus negocios[45].
La gota que colmó la paciencia de los antifascistas fueron los festejos organizados en un teatro de Puebla, donde, tras vitorear a «nuestra querida España y al glorioso General Franco», se escuchó el himno de la Falange. Estos forzaron el cese de Celorio, proponiendo su sustitución por un «auténtico» español como José María Suárez, cuya «numerosa familia está en servicio: los hombres en las armas y las mujeres en el Auxilio Social»[46].
De este modo entendemos que, aunque efectivamente el contexto bélico propició una nueva afiliación a la SF en Hispanoamérica, el partido se encontró allí también con resistencias de diversa índole. Las mujeres más movilizadas seguían perteneciendo a la elite social y, si se acercaron a Falange, fue animadas por el colaboracionismo asistencial. No hay que obviar que la relación de los mandos con la población autóctona se basó en principios colonialistas, como sucedería aún en los años sesenta con las delegaciones de SF en Guinea y el Sáhara[47].
Muy distinta sería la relación con Alemania, donde la Falange berlinesa brindaba todo su apoyo a Hitler. Las dos principales líderes de la SF allí fueron Mercedes de las Heras y, desde julio de 1940, Celia Giménez. La primera ofreció sus servicios a la Cruz Roja Alemana y a Gertrud Scholtz-Klink, líder de la Frauenschaft. La segunda, enfermera en el hospital de Neukölln desde 1939, donde se empleó como madre soltera y viuda de guerra de un piloto franquista, fue apadrinada por Faupel y condecorada por su trabajo a favor del Winterhilfe, el Auxilio de Invierno copiado por Mercedes Sanz Bachiller. Además de trabajar en Radio Berlín, su labor fue más encaminada a trabar las relaciones entre las Juventudes Hitlerianas y las de SF, y reconstruir la Falange con alrededor de 300 españoles residentes. Esto la convirtió en la española más influyente y madrina de la División Azul en 1941[48].
Dentro de España, SF participaría de todas las actividades de intendencia para colaborar con la victoria de los sublevados en la Guerra Civil. Estuvo en primera línea del frente con sus puestos de socorro, comedores y lavaderos, y en la retaguardia con los roperos o el hogar del soldado. Pero colaboró también en la sombra, a través de su participación en la quinta columna, como informantes del SIPM o la prestación del servicio social en los archivos del Cuartel General del Generalísimo[49]. Según Heiberg y Ros, los hombres y mujeres implicados en tareas de inteligencia solían tener motivos personales que justificaban su participación en actividades tan arriesgadas, por lo que los miembros de esa policía militar franquista eran reclutados preferentemente en la región en la que iban a operar, por la creencia del propio Franco de que conocerían mejor la zona y tendrían «intereses efectivos de venganza que les impulse a la acción que se trata de conseguir»[50]. He aquí, una vez más, la justificación de muchas de estas mujeres que perdieron a sus familiares en el curso de la guerra y, desde entonces, se prestaron a realizar todo tipo de misiones para reducir a los responsables de su tragedia. Una demostración más de que «lo personal es político»[51].
Tal y como planteara Inbal Ofer, a pesar de esto, gran parte de la sociedad española no veía a SF como una organización política, sino benéfica y de servicio social. Pese a lo rupturista que fue su movilización extradoméstica, esa imagen significó un triunfo para el franquismo, que quiso distinguir su actividad pública de la masculina. De modo que, aunque las 59 mártires de SF durante la guerra fueron coronadas por sus heroicos atributos de «monje alférez», estos no les restaron un ápice de feminidad porque se identificó el conflicto con un acontecimiento único[52]. Tanto, que hicieron «de las muertas algo útil, para ponerlas a trabajar en el objetivo urgente de definir qué era ser mujer nacionalsindicalista»[53].
Las revistas y publicaciones de la organización no dejaron de referirse a esas mártires, especialmente las cautivas en las checas, juzgadas por los tribunales populares y caídas en el frente, condecoradas con el máximo galardón de SF, la «Y de oro, plata o roja», pero eclipsadas por el resto de los varones caídos de la Falange. Según Cenarro, estas heroínas representarían un arquetipo y una genealogía de mujeres con poder en la memoria colectiva del falangismo femenino, aunque se trató de rebajar la transgresión que suponía su intervención bélica como maternal, ejemplarizante y opuesta a la miliciana. De hecho, la revista Medina recogería las historias de vida de falangistas comprometidas con distintos servicios sociales, pero también con su profesión y la política. Capitalizando este background que conciliaba esferas separadas, SF legitimaría su propia existencia en la dictadura[54]. El modo en que el discurso neodoméstico franquista argumentó su activismo se basaría en el sacrificio patriótico y la entrega misional. No importaba tanto en qué puestos como la actitud en su desempeño, esto es, la alegría, modestia y recato que las identificaban y equiparaban su función social a la de las madres y esposas[55].
Más allá de la propaganda, las declaraciones de estas mujeres sobre el duelo provocado por su actividad en el Auxilio Azul ayudaron a construir una «comunidad de sufrimiento» que sirvió para consolidar a la Falange femenina en el régimen del 39. De hecho, quienes comparecieron ante la Asesoría Jurídica fueron calificadas como falangistas comprometidas y de extracción social media alta, cuyo objetivo era obtener reconocimiento como legitimistas de la SF, tras la unificación de FET-JONS[56].
Así, a la proximidad y la identidad de clase características de la fase escuadrista, añadiríamos en guerra las culturas políticas de quienes apoyaron el golpe dentro y fuera de España, y la agencia femenina que superó las barreras del discurso público de la domesticidad para acudir en masa a la colaboración asistencial.
La afiliación a SF superó las 500 000 mujeres al término del conflicto bélico. Entre ellas se contarían quiénes mantuvieron la vinculación con la muerte a través de su sacrificio personal o la pérdida de sus familiares, con la consabida amortización política de quienes, no pudiendo acreditar méritos, lo hicieron como un modo de acercamiento a las nuevas autoridades franquistas. Ahí se explicitaría su capacidad de agencia histórica, al decidir cómo ser, estar y definirse en la dictadura franquista. Y es que en ambos casos observamos una asimilación a los vencedores de forma instrumental: bien para pasar factura por su sacrificio, bien para borrar un pasado de nula o escasa afinidad con la coalición reaccionaria.
Resulta interesante a este respecto la perspectiva aportada por Pedro Egea acerca de las recompensas obtenidas durante la posguerra por los quintacolumnistas. Pese a los favores obtenidos en forma de empleos para la Administración, sobre ellos recayó, en cierto modo, un estigma que los aislaba de la comunidad imaginada triunfante. En ciudades de provincias como Almería, el colaboracionismo con los sublevados solo saldría a la luz años después del 39, por tratarse de actividades en la sombra que no dejaban de resultar deshonrosas y que les obligaban a justificar sus empleos en guerra, los ascensos e incluso el hecho de no haber sido fusilados. Hasta el punto de que «aquella pequeña burguesía de funcionarios civiles y militares» tuvo que sufrir la depuración de sus correligionarios antes de obtener los beneficios de la victoria. Un modo de congraciarse con el nuevo régimen fue hacer acto de presencia en los ritos católicos y afiliar a sus hijos e hijas en los órganos de socialización de FET-JONS, como la OJE o SF, reivindicándose como parte de la casta de los vencedores, cuyo cursus honorum culminaba como familiares de caídos. Todo lo cual nos introduce en las redes solidarias, el mundo de las influencias y el peso de determinadas categorías sociales: curas, militares y falangistas. «Nos aboca a la elaboración de imaginarios colectivos»[57].
El hecho cierto es que apenas un par de semanas después del 1 de abril de 1939, jefaturas provinciales de FET-JONS, como la de Barcelona, decretaban las órdenes de «Recuperación y depuración de la Quinta Columna». Por ellas, todos los camisas viejas y los que posteriormente se integraron en esta, así como en el Socorro Blanco y SF, con jerarquías de jefes de Grupos, Banderas, Centurias, Falanges y Escuadras, deberían efectuar su presentación en la Delegación Provincial de Información e Investigación ubicada, en este caso, en el Paseo de Gracia. Allí harían entrega de una declaración jurada y la relación nominal de los individuos que tenían encuadrados bajo su mando. Quienes no lo hicieran quedarían fuera de esa «comunidad de sufrimiento» o «de la Victoria», es decir, no obtendrían un carné definitivo de Falange ni podrían optar a las recompensas establecidas por la Comisión de Desmovilización del SIPM, ni por la propia SF[58].
El paternalismo de una dictadura militar como la franquista hacia sus excombatientes quedaría demostrado ya en agosto de 1939, cuando el extinto «Socorro Blanco de1 Madrid rojo» avisó a todos los familiares de caídos «en dificultades para organizar sus vidas», que se dirigieran a la Delegación de FET para obtener ayuda. Comenzaba también entonces la gestión de su memoria: «A los que sufrieron cárcel y martirio, les recomienda su inscripción individual en la Hermandad de Cautivos y propone la formación de una cooperativa o montepío para impedir que queden en el olvido»[59].
Como ha mostrado Ángel Alcalde, si la masculinidad franquista quedó acreditada por su participación en el conflicto bélico, rasgo que supuestamente los distinguía de las mujeres, las expectativas de recompensa de los veteranos de guerra pasaban por un nuevo estatus, el del «descanso del guerrero». Pero el fascismo español tenía también sus mártires femeninas, cuyo valor y ejemplaridad devinieron en auténtico culto. Su función sería cohesionar a las seguidoras de SF en una cultura política común en torno a valores compartidos, en el momento de su conversión en un partido de masas: la cultura de la muerte y la abnegación, tan genuina del falangismo como religión política. Según Barrera, «la retórica de las pocas, primeras y mejores, de la victimización y de la entrega a la muerte como sacrificio supremo fue el canon»[60].
La SF de Madrid arbitró una suerte de Junta de Recompensas para llevar a cabo esta labor y rescatar del olvido a las mujeres que apoyaron la sublevación militar como parte de la quinta columna, modelo exportado a las provincias que fueron conquistándose conforme avanzaba la guerra. De tal suerte, la propia Carina Martínez Unciti, líder del Auxilio Azul María Paz tras la muerte de su hermana, sería nombrada secretaria provincial de SF. Y dado que en la capital no pocas provenían de instituciones oficiales, como funcionarias del Ministerio de Hacienda, el de Guerra, la Telefónica, etc., o como voluntarias de la Fiscalía del Ejército de Ocupación, caso de M.ª Dolores Hernández Perdiguero, su colaboracionismo bélico les permitió promocionarse con el ascendiente de la victoria. No obstante, como ya se ha demostrado, la mayoría eran simplemente familiares de represaliados y hermanas entre sí, como en Madrid y Teruel, donde destacaron sagas como las Núñez y Fagoaga, Egea Groisard, las Martín Monjas, Rodríguez Mazarra, Encuentra Buisán o las Fernández Sainz-Ezquerra.
Respecto a su filiación política, alguna provendría de Renovación Española o la Comunión Tradicionalista, como Consuelo Rocha o Nieves Lillo, que tras ser secretaria y presidenta de las margaritas de Toledo fue nombrada jefa provincial de la SF de FET. Otras, como Ana Rizzo o María Luisa Laguna Torres, fueron ya enlaces falangistas encarcelados antes de 1936, cuando el partido pasó a la ilegalidad, mientras que M.ª Piedad Torres Montero trabajó en la oficina de la Juventud Republicana Federal de Madrid falsificando certificados de trabajo[61].
Que directamente declararan haber participado en un complot o realizado labores de espionaje encontramos a trece mujeres, mientras que otras nueve confesaron que trabajaban como agentes del SIPM. En los «servicios especiales», de información militar o de FET-JONS, colaborarían otras ocho. Así, por ejemplo, la camisa vieja y jefa de conexión, María Luisa Rubio y de Benito, aseguraba haber elaborado ella misma un fichero de trescientas personas destacadas en zona roja, que entregó a Información e Investigación de FET en Madrid[62].
Durante los dos primeros años de reconocimiento, en 1938 y 1939, fueron 1081 las mujeres que, residiendo en la España sublevada o recién conquistada por el ejército franquista, presentaron a SF sus declaraciones para obtener una recompensa. Procedían en su mayoría de Málaga la Roja, que había caído en febrero de 1937 y aglutinado en su seno a toda la Falange clandestina del sureste andaluz; o Baleares, un punto estratégico de información y hacia donde se desplazarían también refugiadas procedentes de Valencia, Cataluña y Madrid, que funcionaban como quinta columna[63].
La mayoría, no obstante, trabajaron en servicios de retaguardia, infiltradas en hospitales de sangre u organizando el Auxilio Social entre 12 y 48 horas después de la conquista de sus ciudades por el ejército franquista, como hizo en Gijón y Avilés la secretaria local, Trinidad Díaz Velarde y Rodríguez de los Ríos, de veintinueve años. Ese fue el caso también de las enfermeras voluntarias de los hospitales de Huesca o Teruel, que se vieron asediados, Navatrasierra, en Cáceres, o Melilla. En la localidad de Amposta (Tarragona), las diez recompensadas con una «Y» roja colectiva pasaron a ser afiliadas tras la caída de la ciudad, en 1938, con una media de veinticinco años. De hecho, la mayor parte de ellas tuvieron cargos ya en guerra en la clandestina y fueron mandos de SF, la OJEF y el Auxilio Social en la posguerra. Así ocurrió con María Cruz Abadía Garín, jefa local y provincial de Huesca, como recompensa a los servicios que prestó durante un año «en primera línea, ya que la capital estaba rodeada por los rojos por todas partes»[64].
Sin embargo, que tuvieran la consideración o carné de excombatientes, con pensión acreditada por pertenecer al SIPM, solo aparecen dos afiliadas de toda España en los registros de SF hasta 1940: Clotilde Vera González y Ángeles Huidobro Pineda, ambas madrileñas. A tres afiliadas de Huesca, no obstante, les fue concedida la Medalla de la Cruz Roja del Mérito Militar, y a dos más la Medalla de la Ciudad.
Durante esta última etapa, la del denominado cuarto año triunfal, en 1940, las condecoraciones se elevaron a casi 3000, sumando un total de 4063 desde 1938. Nuevamente las provincias más representadas serían: Málaga, con más de un tercio de los reconocimientos colectivos a su labor (38 %, un vivero de mandos para la Delegación Nacional de SF por la presencia de Carmen Werner en la Junta de Recompensas); Baleares (un 24,6 % desde 1938) y Madrid (el 19,2 %).
Rangos de afiliadas totales recompensadas
Fuente: Elaboración propia. RAH, Nueva Andadura, Serie Azul, Carpetas 12-13 «Informes de personas condecoradas para recompensas» (1938-1940).
Transcurrido apenas un mes del término de la Guerra Civil, los tres primeros niños nacidos en la cárcel de Ventas fueron bautizados solemnemente con los nombres de Julio (por Julio Ruiz de Alda), Pilar (por Primo de Rivera) y María Paz (por la fundadora del Auxilio Azul y mártir contrarrevolucionaria, María Paz Fernández Unciti)[65]. Poco después, en agosto de 1939 se celebrarían los funerales por esta última, cubiertos por un extenso reportaje en toda la prensa nacional. Era el modo en que SF culminaba su martirologio, creando una habitación propia en el panteón de la Falange, y haciendo de su cultura de muerte un rasgo distintivo tras la unificación. Un año más tarde, para no ir a la zaga, María Rosa Urraca Pastor reivindicaba su papel en la guerra dando una charla en el Salón Victoria de Barcelona titulada «Así empezamos», y dedicada al Socorro Blanco de las margaritas[66].
Como ha indicado recientemente Begoña Barrera, el empleo de las caídas como elemento cohesionador durante la posguerra inmediata se iría debilitando con el tiempo por el recambio generacional en SF, que pasaría a buscar otros referentes para sus juventudes y miembros del SEU, donde ejercía un proselitismo directo[67]. Los propios Estatutos de FET-JONS del 31 de julio de 1939 reconocerían en sus arts. 5 y 7 a todas las militantes de la Comunión Tradicionalista, Renovación Española y la propia Falange como «camisas viejas», frente al aluvión de afiliadas o «adheridas». La diferencia entre la afiliada anterior y posterior a 1936-1939 estribaba en la obligatoriedad del servicio social y la necesidad de congraciarse con el nuevo régimen[68]. En cualquier caso, se pasaría así de la «militancia de muerte» de los años treinta, vinculada a la violencia política republicana, la clandestinidad y la guerra, a la «afiliación con los victoriosos» del conflicto bélico. Dos motivaciones bien distintas que implicaron el paso de una SF elitista a otra más popular por la base, y que trató de extenderse desde las ciudades hasta el interior de las provincias recién conquistadas.
Un ejemplo sería Almería, donde tras la formación de un grupo seminal de afiliadas entre las huidas a zona nacional en Granada, se conformó la jerarquía provincial de 1939 con la familia Salazar Salvador. Del capital político acumulado en los años previos por Alejandro, el hermano mártir, fundador del SEU y de la propia Falange en aquella ciudad, se aprovecharon sus hermanos y primos, quienes pasaron a controlar algunas de las instituciones más importantes: José la Delegación Provincial de Magisterio, Cándido la del SEU y Clotilde en SF, a los que habría que añadir la Delegación de Información e Investigación en manos de Rafael Salazar Ruiz[69].
El Decreto de 25 de agosto de 1939 ampliaba las compensaciones de excombatientes y excautivas, a los/as familiares de las «víctimas de las hordas por su adhesión al Movimiento». De ese modo, se equiparaban en sus beneficios a las hijas de los funcionarios, las familias numerosas y las incursas en expedientes de pobreza. Por debajo de los mandos provinciales, a las familias de derechas perseguidas en la retaguardia republicana la reparación del Estado franquista les llegó en forma de pensiones, empleos públicos, expendidurías de tabacos y loterías, matrículas gratuitas, becas, reservas de plazas en oposiciones y colegios de huérfanos, así como los más diversos cargos en el abultado aparato político falangista. Según una vecina de la capital, «todas las jefas eran... de familias muy pudientes de Almería... Unas eran hijas de guardias civiles que habían muerto en guerra... de gente así»[70].
La desaparición de sus allegados fue el marco de injusticia capaz de rebelar a las mujeres, despertar su «conciencia femenina» y convertir simbólicamente al Movimiento en una venganza que canalizaría su vivencia personal al escenario público[71]. Como mostrara Estefanía Langarita, la «tanatopolítica» de las viudas de guerra no solo les proporcionó beneficios económicos, sino que fue una justificación para la delación y violencia hacia los vencidos y un elemento cohesionador de la España franquista[72].
Hasta finales de 1939, las afiliadas a SF solo cobrarían por sus empleos fuera del partido, casi siempre como maestras, mecanógrafas o funcionarias de prisiones, reservándose las mayores gratificaciones, en torno a 450 pesetas, para las responsables de Auxilio Social. De ahí que en la posguerra no pocas prestatarias del servicio social decidieran quedarse a trabajar en el mismo al término de sus prácticas. La necesidad de obtener estos beneficios, tanto los materiales como los intangibles, son los que pueden colegirse del siguiente testimonio, el de una niña criada en el Hogar de Auxilio Social El Pinar de Barcelona, acerca de la afiliación a SF de su madre, enfermera separada:
[…] Yo creo que se metió en la Sección Femenina por supervivencia. Pero luego sí comulgó con todos los requisitos, o con toda la idea de lo que era la Sección Femenina, porque estuvo muy involucrada y muchos años. […] Auxilio Social, o sea, como fundación, las ideas estaban bien, eh, era ayudar a los niños, o a los que pasaban hambre, o a los niños huérfanos y todo esto […] claro, nosotros éramos de madre falangista, dijéramos. Pero había otros que los padres eran republicanos. Entonces la idea era separarlos, separarlos de los padres para que no les influenciaran […]. La finalidad era que saliéramos educadas con un mínimo y, bueno, siendo franquistas, siendo del régimen[73].
Madre falangista-instrumental para trabajar e hijas falangistas por asimilación. La principal diferencia entonces se revelaría entre las bases y los mandos, o entre la política de élites y la de masas[74]. Tras la unificación y la guerra, SF se afanó en distinguir entre la «minoría selecta» y las mujeres que se acercaron a la organización para buscar protección entre sus filas por oportunismo. Demostrarían así su capacidad de agencia, aunque provinieran de distintos orígenes sociales y culturas políticas.
Pese a la pérdida de peso específico de la Falange en el seno de la dictadura, el régimen mantuvo a las mujeres de azul mahón como «personal de servicio»[75]. Hasta el punto de que en 1942 Arrese las exoneró del proceso de depuración llevado a cabo por Falange sobre los señalados por falta de espíritu o interés, o los motivados por un provecho personal[76]. Un par de años más tarde, SF articularía los Planes de Formación de la Masa como filtros para las nuevas adheridas entre 17 y 27 años que no proviniesen del Frente de Juventudes, del SEU o el Servicio Social: «Después de 11 años de Movimiento y de 7 desde la Liberación total de España, han tenido tiempo sobrado las mujeres para saber si querían o no pertenecer a SF de FET y de las JONS. […]. Por otra parte, la finalidad de nuestro Movimiento no es un reclutamiento de masas, sino conseguir la selecta minoría […]»[77].
Lo que ocurría es que en 1945 Falange ya era minoritaria, aunque quizás menos selecta. Le faltaba empuje para ser tan exigente con sus nuevas clientelas, entre las que cada vez se contaban más adheridas de origen popular. No obstante, su anhelo de convertirse en un partido movilizador de masas también resultó un fracaso que constataba, más si cabe, las diferencias entre unos mandos que «sentían la Falange», como indicaba Pilar, y los intereses de supervivencia de las arribistas:
Las que se revuelvan, las que os contesten, las que no os acaten cuando se les impone un correctivo, es que en el fondo no son ni falangistas ni tradicionalistas; serán de esa otra clase de gentes que se acomodan a todas las situaciones, y que lo mismo les da ponerse una camisa azul o una boina roja, con tal de seguir viviendo, sin darse cuenta de lo que para nosotras representan estas cosas, que se nos han llevado lo que más queríamos en la vida[78].
De nuevo los muertos se convertían en capital político… El modo de garantizar el relevo de esos primeros mandos de SF con un apellido reconocido fueron los cursos nacionales realizados casi siempre por afiliadas provenientes de las ciudades y destinadas a las delegaciones locales y provinciales. De hecho, la preocupación por la formación de los cuadros femeninos reproducía el modelo sustanciado en Zaragoza para los hombres, dada la falta de preparación doctrinal detectada ya por el propio José Antonio. Con una clara diferenciación entre la instrucción dada a las elites y la de «la masa», no pocas adictas al nuevo régimen encontraron una salida laboral en estos centros puestos en funcionamiento entre 1941-1942 en Medina del Campo o El Pardo, así como en Las Navas del Marqués ya en 1950, para el que siguieron exigiendo ser menor de treinta años y «voluntaria en el Movimiento»[79]… Después de todo, la militancia de muerte seguía detentando un valor en sí misma, frente a «las almenas del cuartel franquista».
Ya en los consejos nacionales de SF en 1942 y 1944, los informes no dejaban dudas sobre el fracaso proselitista en provincias, lo que animó una campaña de captación que en 1945 introdujo el mes de vacaciones pagadas y veintiún días de descanso para todas las afiliadas especializadas[80]. Entre estas habrían de contarse las divulgadoras sanitarias rurales como una de las escasas figuras emergentes, que solía coincidir con las hermanas de las delegadas locales o maestras que, pasados unos años, se casaban, optaban por los hábitos u obtenían cargos de mejor remuneración y les cedían el puesto. De hecho, desde la creación de esa figura de la divulgadora de SF en 1940, se creó un nicho laboral para las mujeres plenamente coincidente con los propósitos fascistas de control de la maternidad e intrusión por parte del Estado en la vida privada de las españolas. Esta presencia de mujeres con conocimientos domésticos y una misión a caballo entre la política, la divulgación científica, la transmisión de una educación nacionalista y una «maternidad subrogada», sería también atrayente para quienes se acercaron a la organización, sobre todo a partir de 1946, cuando esta figura obtuvo por primera vez una remuneración económica[81].
Las divulgadoras sirvieron también para llevar a cabo la colonización interior de SF desde las ciudades hacia el medio rural y los nuevos poblados del INC a partir de los cuarenta[82]. Solo en Valladolid se ha constatado una mayor presencia de la Falange en la provincia que en la capital diocesana. En el resto, desde Almería a Mallorca, pasando por Lleida o Zaragoza, incluso allá donde SF prevalecía sobre las organizaciones confesionales, su presencia fue muy débil y atenuada en el segundo franquismo[83].
La fase de adhesión o «afiliación de victoria» se caracterizaría, a nivel interseccional, por una impronta de clase más popular, su extensión geográfica y la fuerte jerarquización interna de las elites y familiares de caídos, frente a «la masa». Como ha indicado recientemente Stephanie Wright, «la clase social era un factor determinante que moldeaba las experiencias corporales en la posguerra»[84].
Utilizando la terminología de James C. Scott, durante décadas hemos identificado a la SF con el discurso público que encarnaba la conducta del subordinado en presencia del dominador, esto es, como una organización vicaria cuyas integrantes estaban llamadas a divulgar, primero, el modelo patriarcal fascista, y, después, el nacionalcatólico. No obstante, aquí hemos tratado de mostrar algunos retazos de su discurso oculto, es decir, la forma en que estas mujeres se comportaban más allá del modelo y la observación directa de los ostentadores de poder. No tanto en su funcionamiento cotidiano, cuyos vaivenes quedan fuera de los límites de esta investigación, sino en el momento de su afiliación. Lejos de la militancia consciente e ideológica de primera hora, la experiencia bélica y abril de 1937 dieron pie a múltiples expresiones de lo que era ser falangista. Se pasó de jóvenes subalternas a la organización varonil y sin un núcleo de seguidoras propio que les proporcionara un margen de autoridad, a ser parte del sistema de dominación franquista como reconocimiento al sufrimiento de unas pocas. Desde entonces, la agencia histórica quedaría reservada a la elite dirigente y su modelo falangista de alteridad femenina. Desde abajo, las nuevas adheridas instrumentalizaron también a la SF para conseguir protección política, una salida laboral o una sociabilidad apropiada.
Madrid, Málaga o Mallorca fueron algunas de las regiones más castigadas durante el conflicto y el núcleo de esa militancia a SF recompensada por la dictadura. El «premio a la muerte» que cartografiamos conllevaba otra derivada: que las camisas viejas supervivientes se mantuvieron laureadas en los mayores puestos de mando, al menos hasta el relevo generacional de los cincuenta. Ni la unificación ni la victoria socavaron el estatus de las primeras, a las que, por ser pocas y de rancio abolengo, condonaron el fracaso movilizador entre la población femenina, pese al aluvión de guerra.
Nuestra aproximación interseccional a la militancia de SF ha mostrado cómo al combinar el género con otras categorías analíticas como la clase social, la edad, el estado civil, la nacionalidad o la jerarquía de estas mujeres en el partido único, aparece una identidad más compleja de lo que se acostumbra a otorgarles, que necesariamente habrá de seguir definiéndose con la aportación de nuevas fuentes orales y memorialísticas.
El perfil de la afiliada a SF pasó de la joven soltera, fuerte e ideologizada por el ultranacionalismo fascista de 1934, a la mujer vulnerable y necesitada de una red en 1939. Transitó de la afiliación entre las elites urbanas cercanas a las autoridades militares y civiles, sin problemas laborales ni económicos, a las maestras que precisaban de un sueldo, por pequeño que fuese, para salir adelante en el ámbito rural, donde existían menos oportunidades de todo tipo. Derivó de unas cuantas estudiantes atraídas por el heroísmo de sus amigos y hermanos, en un clima de violencia política y clandestinidad, a las viudas e hijas de combatientes marcadas por la sed de venganza, o las perdedoras en busca de un salvoconducto para sobrevivir. Como dijo Javier Marías, «así empieza lo malo…».
[1] |
Trabajo adscrito al proyecto I+D+I «Género, compromiso y transgresión en espacios intergeneracionales y transnacionales» (PID2020-118574GB-I00), 2021-24, y al subproyecto «Género y nación franquista. Perspectivas transnacionales e interseccionales» (PID2022-141082NB-C22), dentro del proyecto marco FRANGETRANS, 2023-2026, financiados por el Ministerio de Ciencia e Innovación. |
[2] |
Barrera (2020a). |
[3] |
Rosón (2016). |
[4] |
Cenarro (2017: 100). |
[5] |
Tavera (2011: 212). |
[6] |
Ofer (2018); Flunser (2018), y Morant (2018). Sobre la interseccionalidad, Platero (2012: 15-72). |
[7] |
En el artículo recogemos la definición de fascismo de Saz (2004) o Griffin (2019), como «una forma revolucionaria de nacionalismo guiada por el mito del renacimiento inminente de la nación en decadencia». |
[8] |
Sobre la agencia femenina y el enfoque de las capacidades: Lee y Logan (2017); Sen (2001), y Nussbaum (2000). El debate entre Gisela Bock y Claudia Koonz, en: Rodríguez (2010: 84-85); Passmore (2003), y Grossman (1991). Sobre la violencia simbólica: Bordieu (2000: 49-59). Esta puede relacionarse con la dicotomía entre «discurso público» y «oculto» propuesta por James C. Scott (2000), y con las «paradojas de la ortodoxia» explicitadas por Blasco (2003) para las católicas. |
[9] |
Rodríguez (2010: 52-65). Apelamos a «las mujeres integrantes de la comunidad de la victoria» según Langarita (2016: 128). |
[10] | |
[11] |
Gutiérrez (2018) y Rodríguez (2020: 532-538). |
[12] | |
[13] |
Gil Pecharromán (2000: 115-131) y Gahete (2015a). |
[14] |
Ofer (2018: 31). |
[15] | |
[16] | |
[17] |
Parejo (2017: 167-232). |
[18] |
Mann (2006: 39); González (2004: 182-244); Cobo (2012), y Píriz (2015: 179). |
[19] |
González (2011). |
[20] |
Gil Pecharromán (2000: 107-136, 183) y Gahete (2015b). |
[21] |
Lavail (2008: 361-369) y Gómez (2004). |
[22] |
Gahete (2015a) y Delgado (2009: 26-37). |
[23] |
Suárez (1993: 35, 44, 49). |
[24] |
Tejera (2018: 264). |
[25] |
Barranquero (1994) y Suárez (1993: 52-54). |
[26] |
Morales (2010: 249-250) y Jiménez (2017: 204, 210). |
[27] |
Noval (1999: 84, 97). |
[28] |
Centro Documental de la Memoria Histórica (CDMH), FC-Causa General, Caja 885, Pieza 2, Sumario 1/1938, del Juzgado Especial de Espionaje de Alicante. |
[29] |
Íd. Véase también: Borrás (1965: 159) y Díez (1995). |
[30] |
Jarne (1991) y Pastor (1984: 143). |
[31] |
Prada (2008) y Cebreiros (2013: 85, 93). |
[32] |
Barrera (2022: 266); Rodríguez (2020: 537-538); Morant (2018: 16), y Suárez (1993: 32, 34). |
[33] |
Blanco (2005); Pine (2003); Stephenson (2001), y Koonz (1987). |
[34] |
Sassano (2015); Wilson (2013); Corner (1993), y De Grazia (1992). |
[35] |
Gottlieb (2000). |
[36] |
Barrera (2019: 38, 45). |
[37] |
Barrera (2021, 2022: 265); Ofer (2018: 31-33), y Box (2010: 160-177). |
[38] |
No vamos a repetir aquí las distintas formas en que se materializó su actuación o las disputas por el poder del triunvirato femenino tras la unificación de abril de 1937, suficientemente abordadas en múltiples trabajos como: Rodríguez (2010: 164-167); Delgado (2009); Cenarro (2005), y Richmond (2004: 136-141). |
[39] |
Entrevista a Gloria Cantero Muñoz (Alhama de Almería, 11-10-2003). |
[40] |
Prada (2022a: 552-554, 562-569; 2022b: 240-244). |
[41] |
AGA, Cultura, Sección Femenina, Grupo 2.º, N.º 6, Paquete 74-75 (Consejos Nacionales). |
[42] |
AGA, Cultura, Sección Femenina, (03) 096.000 02602, Top. 23_09-10, Expediente personal de Clara Stauffer Loewe, 1938-1945. |
[43] | |
[44] |
Suárez (1993: 70). |
[45] |
AGA, 54, Ministerio de Asuntos Exteriores, Correspondencia de la Embajada de España en Washington, Leg. 1796, Caja 8.587, Exp. 1728, Carta del Comité de Señoras Españolas de México a Augusto Ibáñez, Representante del Gobierno Nacional de España (México, 30-7-1938). |
[46] |
Íd. Carta del embajador franquista, Juan F. de Cárdenas, al conde de Jordana, ministro de Asuntos Exteriores (Nueva York, 12-8-1938). |
[47] | |
[48] |
Bowen (2000: 70, 86, 177, 182, 214). |
[49] | |
[50] |
Heiberg y Ros (2006: 185). |
[51] |
Millet (1995: 67-124) y Langarita (2016: 144-145). |
[52] |
Ofer (2009: 592). |
[53] |
Barrera (2020b: 12). |
[54] |
Cenarro (2017: 102-107). |
[55] |
Barrera (2019). |
[56] |
Flynn (2018: 52). |
[57] |
Egea (2016: 41-45). Como demostración de esto, la dirigente de la quinta columna en Almería, Carmen Góngora López, no obtuvo su Medalla al Mérito en el Trabajo hasta 1968. Véase: Píriz (2022: 305) y Rodríguez (2008). |
[58] |
La Vanguardia Española, 19-4-1939, p. 3 y «Entrega del carnet definitivo a los componentes de la Quinta Columna», 28-6-1939, p.3. Sobre la desmovilización del SIPM y la promoción profesional de los miembros de la Falange clandestina: Píriz (2022: 302-312). Las expresiones ya citadas son de Flynn y Langarita. |
[59] |
«El Socorro Blanco madrileño ofrece su ayuda a los familiares de las víctimas y todos los excautivos de la que fue zona roja», La Vanguardia Española, 9-8-1939, p. 5. Sobre los soldados desmovilizados: Leira (2020). |
[60] |
Alcalde (2017: 203) y Barrera (2022: 270, 278). |
[61] |
Borrás (1965) y Píriz (2022: 306). |
[62] |
Para el caso de Madrid: Flynn (2018); Moreno (2013) y, sobre todo, Cervera (1998). |
[63] | |
[64] |
Véase sobre la SF de Huesca: Marías (2011); Rebollo (2003), y Blasco (1999). |
[65] |
La Vanguardia Española, 12-5-1939, p.7. |
[66] |
La Vanguardia Española, 11-8-1939, p.3 y «Una Charla De María Rosa Urraca Pastor», 14-8-1940, p.3. |
[67] |
Barrera (2022: 277) y Ruiz (1996). |
[68] |
Circular 53 de SF: «Militantes y adheridas (Activas y Pasivas) y encuadramiento de afiliadas por servicios» (4-1-1940); Circular 3 de Personal (1-2-1940) y Ampliación (8-5-1940), más «Organización y modificación sobre activas y pasivas» (18-6-1940). |
[69] |
Rodríguez (2010: 51-52). |
[70] |
Entrevista a Josefa Cañadas Albacete, vecina de Almería (Almería, 16-10-2003). |
[71] |
Rodríguez (2010: 56). |
[72] |
Langarita (2016). |
[73] |
Entrevista a Montserrat Font Gasca, nacida en 1945 en Barcelona, interna en el Hogar de Auxilio Social El Pinar de Barcelona entre 1949 y 1956. Fuente: ID269. Banco Audiovisual de Testimonios, Memorial Democrático. https://tinyurl.com/4uuzpyrx [Consultado 04-6-2022]. |
[74] |
Ofer (2006). |
[75] |
Nicolás (1982: 426-427). |
[76] |
AGA, Circular 114 del Departamento de Personal (3-3-1942) y Palomares (2002: 36-38). |
[77] |
AGA, Cartas Circulares del Departamento de Personal: 23-2-1942; Ampliación Circular 111, 21-2-1944; 23-5-1945 y «Ampliación de las normas para la admisión de afiliadas a la Sección Femenina» (5-6-1945). |
[78] |
AGA, Cultura, Sección Femenina, IDD 51.041, Grupo 2.º, N.º 6, Paquete 74-75 (Consejos Nacionales). |
[79] | |
[80] |
VI Consejo Nacional (1942) y Oficios-Circulares 70 (5-2-1944), 107 (14-12-1944) y 130 (19-7-1945). |
[81] |
Oroz (2016). |
[82] |
Véanse los casos de La Mancha (Muñoz, 2003) o Huesca (Marías, 2011). |
[83] |
Rodríguez (2010: 249, 298); Gómez (2004); Blasco (1999: 174), y Jarne (1991). |
[84] |
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