RESUMEN

Este artículo ofrece una interpretación centrada en el impacto de los desertores republicanos en la socialización de los combatientes sublevados y la posterior aceptación de la dictadura franquista. A diferencia de los Estados nación, no todos los desertores fueron enviados a prisión o campos de concentración; aquellos sin delitos de sangre fueron destinados al frente. El contacto entre los reclutas forzosos del bando insurgente y los evadidos pudo influir en su percepción del conflicto al descubrir que las realidades en ambos lados de las trincheras no diferían significativamente. A través de la teoría de los líderes de opinión, los desertores, de manera aparentemente banal, pudieron impactar en la heterogénea tropa sublevada con sus experiencias. Este estudio emplea la documentación obtenida del servicio de información insurgente, en concreto los interrogatorios, teniendo en cuenta las limitaciones de esta fuente. El texto trata de aportar otra mirada a la consolidación de la dictadura.

Palabras clave: Guerra civil; combatientes; desertores; sublevados; republicanos.

ABSTRACT

This article offers an interpretation focused on the impact of the Republican deserters on the socialization of the insurgent combatants and the subsequent acceptance of Franco’s dictatorship. Unlike the Nation-States, not all deserters were sent to prison or concentration camps; those without blood crimes were sent to the front. The contact between the forced recruits of the insurgent side and the escapees may have influenced their perception of the conflict, as they discovered that the realities on both sides of the trenches did not differ significantly. Through the theory of «opinion leaders», deserters, in a seemingly «banal» manner, were able to impact the heterogeneous insurgent troops with their experiences. This study uses the documentation obtained from the insurgent information service, specifically the interrogations, considering the limitations of this source. The text attempts to provide another view of the consolidation of the dictatorship.

Keywords: Civil war; combatants; deserters; rebels; republicans.

Cómo citar este artículo / Citation: Leira-Castiñeira, Francisco J. (2024). Propagandistas de trinchera. Los desertores republicanos como agentes socializadores de los combatientes sublevados (1936-‍1939). Historia y Política, 51, 31-‍57. doi: https://doi.org/10.18042/hp.51.02

I. INTRODUCCIÓN[Subir]

Existe en la actualidad un decaimiento de la moral del enemigo. Según la información del evadido, la situación militar es mala, no tienen el armamento oportuno para la guerra. […] Existe un miedo entre sus antiguos compañeros por la amenaza de los Comisarios Políticos de ser llevados ante un pelotón de fusilamiento si intentan escapar o no acatar órdenes[2].

Este extracto forma parte de un informe, de los muchos realizados a lo largo de la contienda, del servicio de información del Ejército golpista, elaborado a partir de la declaración dada por un evadido del bando republicano. Es un documento amplio, en el que habla, entre otras cosas, de la organización militar o del abastecimiento. Sin embargo, a lo largo de este artículo se quiere destacar la parte centrada en la «moral de enemigo». En ella, a menudo, los desertores narraban historias sobre la cotidianidad al otro lado de la trinchera destacando los aspectos negativos, como las amenazas de los comisarios políticos o la represión religiosa[3]. Estas declaraciones podrían estar sobredimensionadas por dos motivos. Por un lado, se desconoce en qué situación coercitiva se pudieron realizar esas entrevistas. Por otro, al tratar de salvar la vida, es posible que magnificasen algunas historias al pensar que sería lo que querían escuchar quienes les interrogaba.

No todos los evadidos y prisioneros fueron destinados a un batallón de trabajadores o a un campo de concentración. Muchos de ellos fueron reutilizados y destinados a una unidad militar insurgente en la que pudieran desempeñar las mismas funciones que habían desempeñado en el bando republicano[4]. Después de los sucesivos interrogatorios a los que eran sometidos, los estados mayores destinados en el frente y encargados de la propaganda en las trincheras recopilaban ideas para su utilización. Así, este artículo se propone realizar una interpretación del impacto social generado por la propaganda del frente de batalla, enfocándose en aspectos más humanos y que buscaban penetrar a través de sentimientos distintos al odio o al miedo.

Asimismo, en sus destinos posteriores, los evadidos entablaron relaciones con sus compañeros y participaron en conversaciones donde, inevitablemente, surgiría la pregunta sobre su experiencia en el Ejército Popular de la República. Estas conversaciones, en su mayoría triviales, donde explicarían la realidad al otro lado de la trinchera, podrían haber funcionado como un elemento disuasorio ante posibles actos de resistencia, como la deserción, y para mantener su compromiso en el combate[5]. Por tanto, también se busca explorar las relaciones interpersonales entre combatientes con diversas experiencias bélicas que, de repente, se encontraron compartiendo la cotidianidad en el mismo bando. Es importante destacar que todo lo planteado en este texto son interpretaciones preliminares.

En este sentido, aunque los testimonios pudieran no ajustarse a la experiencia que tuvieron los declarantes en el Ejército Popular de la República (EPR), al contrastarla con memorias de algunos soldados republicanos, de comisarios políticos y de investigaciones sobre el EPR, una parte importante de aquellos testimonios fueron reales, como la vigilancia, coerción o la represión[6]. Por este motivo, estos relatos pudieron ejercer cierta influencia para que la tropa aceptase la nueva realidad política que se iba instaurando a medida que avanzaba el conflicto. Por un lado, alimentó el contenido de la propaganda dada en el frente de batalla —a través de charlas o altavoces radiofónicos dirigidos a todos los soldados allí destinados— y, por otro, a través de la sociabilidad entre los que se convirtieron en nuevos compañeros de armas. La aceptación de la inminente victoria del bando sublevado fue provocada por una diversidad de motivos, la experiencia de combate, aspectos banales —como el uso de uniformes, que eliminaba la individualidad inherente a toda persona—, el adoctrinamiento o la convivencia. A los citados, se pretende añadir otra posible explicación: el papel de los evadidos y de las historias transmitidas en las trincheras, que tenían un plus de veracidad al proceder de combatientes del otro lado.

En este sentido, se muestran posibles procesos de socialización, focalizada su importancia en el contacto humano, usando la tesis de los líderes de opinión de Paul Elihu Kalz y Felix Lazarsfeld (1956)[7], a través del relato sobre la experiencia que había vivido el nuevo combatiente y compañero al otro lado de la trinchera. Estas narraciones, que podían ser más o menos exageradas, tenían un efecto desigual en la tropa, pero se mantiene que ayudaron, junto con la coerción, los castigos y la propaganda, a que hubiese menos disidentes. La cifra es difícil de ajustar, pero tener en cuenta que existió esta realidad enriquece el conocimiento sobre lo sucedido en vanguardia. Lo mismo ocurre con la propaganda, ya que en ocasiones los altavoces que estaban en el frente narraban posibles testimonios de evadidos y lo bien que habían sido tratados a su llegada al bando sublevado.

El objetivo principal consiste en proponer una hipótesis de trabajo que contribuya al debate sobre la cohesión social en el bando insurgente y la posterior consolidación de la dictadura en la posguerra. Analiza la base legitimadora del franquismo, que radica en la Guerra Civil, al centrar la atención en los combatientes. La movilización de miles de hombres por ambos bandos tuvo consecuencias sociales y políticas irreversibles, moldeando el curso de la historia de España en las décadas subsiguientes[8].

En el plano de la retórica sublevada, pretende complementar las investigaciones ya realizadas, debido a que muchos combatientes la asumieron para dar una explicación a la experiencia que habían vivido. Pizarroso Quintero, Núñez Seixas y Sevillano Calero expusieron a la perfección esa narrativa movilizadora y justificadora de las acciones que cometían como soldados[9]. Sin embargo, este texto se centra en una «propaganda banal» que se realizó de estas dos formas, una institucionalizada —charlas y altavoces— y otra que surgió en conversaciones triviales mientras no había actividad en el frente y siempre que no fuesen vigilados por el oficial de campo o la policía militar. De este modo, lo que decían los evadidos y prisioneros del bando republicano pudo tener más calado porque contaban con ese plus de credibilidad que, en ocasiones, carecía la grandilocuente retórica escrita o la radiada por generales como Queipo de Llano[10]. Como es evidente, esta interpretación varió según la edad, el nivel de alfabetización, la región y la experiencia de vida de cada individuo. No obstante, dado que los nuevos combatientes habían enfrentado desafíos similares, pero desde la perspectiva opuesta de la trinchera, sus relatos gozaban de una mayor credibilidad. Se difundió también la idea de que ambos bandos cometían atrocidades, una lógica que pudo arraigar en soldados carentes de información confiable y atrapados en la vorágine destructiva de la guerra.

Para abordar esta investigación, se ha empleado la documentación generada por los Servicios de Información del Ejército sublevado. La fuente principal consiste en los contenidos de interrogatorios a evadidos y prisioneros, así como en informes elaborados por agentes quintacolumnistas o del servicio de información[11]. Es crucial tener presente que estos testimonios, especialmente los interrogatorios, podrían haber sido exagerados, quizás para complacer a los oficiales con quienes conversaban al llegar a la zona sublevada o por miedo. Además, desconocemos las condiciones bajo las cuales se llevaron a cabo.

Los informes también podrían estar condicionados por la perspectiva que el miembro del servicio de información quisiera imponer. No obstante, aunque se reconoce la posibilidad de sesgos y distorsiones en estas fuentes, se utilizan como herramientas para aproximarnos a las experiencias de los desertores del bando republicano. Estas fuentes, compuestas por interrogatorios e informes, proporcionan ideas clave que fueron empleadas en la batalla informativa desarrollada en el frente y formaron parte de las conversaciones cotidianas. Es fundamental subrayar que estos documentos no se aplican acríticamente, sino que se utilizan como medio para entender las vivencias de aquellos que desertaron del bando republicano. Los evadidos, que abandonaron el bando republicano, transmitieron de manera directa el conocimiento sobre lo que ocurría en el otro lado. En este sentido, se analizará cómo estas experiencias fueron utilizadas en la propaganda y el papel de la sociabilidad bélica entre soldados de diversas procedencias sociopolíticas, culturales y geográficas en la consolidación de la dictadura. Al fin y al cabo, el régimen se construyó y legitimó con la guerra[12], y los combatientes fueron quienes derramaron la sangre por el Nuevo Estado.

II. GOLPE, MOVILIZACIÓN, VIOLENCIA. CONFORMACIÓN DE DOS EJÉRCITOS HETEROGÉNEOS SOCIOPOLÍTICA Y CULTURALMENTE[Subir]

El golpe de Estado fracasó en algunos territorios. Esto tuvo como consecuencia el inicio de una Guerra Civil de duración incierta. Por parte del bando sublevado, el apoyo civil en forma de milicias fue insuficiente; además, ante la incertidumbre de lo que podía ocurrir, los militares preferían tener todo bajo su mandato y control. Por eso, el 28 de octubre de 1936 se militarizaron las milicias, que en su mayoría estaban comandadas por oficiales retirados con las reformas de Azaña[13].

En la temprana fecha del 8 de agosto de 1936, se inició un proceso de reclutamiento forzoso que duró hasta el 7 de enero de 1939. En ese periodo de tiempo se reclutaron trece reemplazos, comprendidos entre los de 1928 y 1941, un rango generacional muy amplio que incluyó a aquellos jóvenes que habían nacido entre los años 1907 y 1920[14]. No tuvieron problemas en aplicar esa medida porque fueron capaces de conseguir una cota de poder casi total en la zona en la que triunfó el golpe.

La Segunda República sostuvo parte del territorio gracias a los militares, guardias civiles, guardias de asalto y carabineros que permanecieron leales. Con la movilización ciudadana, se formaron milicias armadas que, aunque desorganizadamente, ayudaron a evitar que triunfase la asonada. En el mes de agosto, los primeros decretos de alistamiento forzoso los aprobaron el Ayuntamiento de Madrid y la Generalitat, pero o no fructificaron o fracasaron. A pesar de ostentar el poder, el Gobierno de la Segunda República, sistema político democrático pluripartidista, se encontró con más problemas para organizar un ejército que los golpistas. Algunos partidos y sindicatos que organizaron las milicias en defensa del Frente Popular, en un principio se posicionaron en contra de la creación de una estructura castrense, como antimilitaristas convencidos que eran[15]. Entre ellos, destacaron los anarquistas de la CNT, pues el Ejército era una parte del poder estatal que querían derribar.

Finalmente, tras arduas negociaciones, por decreto del 15 de octubre de 1936, se creó el Ejército Popular de la República y se inició el reclutamiento militar obligatorio. A pesar de la propaganda, la mayoría de la tropa estaba formada por reclutas forzosos. Movilizaron más quintas que los sublevados, del reemplazo de 1915 hasta el de 1942. Finalizó el 14 de enero de 1939. Abarcó un rango generacional muy extenso que comprendía a los nacidos entre 1902 y 1921[16].

La movilización civil no se puede considerar espontánea[17]. Los grupos paramilitares estaban preparándose para un eventual choque de trenes, pero fueron escasas las fuerzas que movilizaron e insuficiente para sostener las necesidades de una guerra total. Para ello, ambos recurrieron a la misma legislación para conformar una tropa para hacer frente a la contienda. De manera paralela, en ambos lados la sociedad sufrió una violencia intimidatoria y disuasoria cuya pretensión era desbaratar cualquier tipo de resistencia y romper los lazos de solidaridad social forjados en el pasado[18]. No obstante, cabe destacar que hubo notables diferencias en la naturaleza de la represión perpetrada en ambos bandos[19]. En ninguno de los dos casos habría sido necesario apelar al terror si no hubiera existido antes una compleja sociedad civil que hubiera participado del debate político y social a través de diversas vías, como partidos políticos, asociaciones, clubes u organizaciones juveniles. Llegaban a todo el espectro ideológico, desde la izquierda radical al incipiente fascismo.

Existía una sociedad activa, pero no exenta de conflictos, que en ningún caso eran generalizados, como se deduce con la lectura de la propaganda política o los discursos parlamentario. No existió un contexto distinto que el que se produjo en Francia o Reino Unido[20]. Una sociedad con una alta tasa de analfabetismo, pero que conocía el debate parlamentario o participaba en el seno de la sociedad civil. Se establecieron órganos para una mayor participación en política, «conformando una sociedad civil mejor articulada», en su mayor parte por medios pacíficos[21].

Así pues, el proceso de reclutamiento forzoso desarrollado por ambos bandos dio lugar a dos ejércitos heterogéneos en lo social, lo político y lo cultural. Esto desmitifica la homogeneidad y la voluntariedad exaltada que vendió la propaganda de ambos bandos. Michael Seidman o James Matthews calculan que el número de voluntarios no superó el 25 %, frente al 75 % de la tropa que fue forzadamente[22]. En consecuencia, no existió, como en ninguna guerra civil, una «lealtad geográfica»[23]. Por tanto, es normal que hubiese tanto resistencias como deserciones en ambos lados, por diversos motivos, desde ideológicos a otros más mundanos.

III. LA ADMINISTRACIÓN DEL EJÉRCITO SUBLEVADO CON LOS EVADIDOS Y PRISIONEROS[Subir]

Como consecuencia de la inexistencia de una lealtad geográfica y del entusiasmo desmedido proclamado por los propagandistas, los dos ejércitos tuvieron que apoyarse en otros factores para que hubiese una aceptación por parte de la tropa de las órdenes de la oficialidad; por ejemplo, a través de la propaganda, las charlas, la coerción o la mejora de sus condiciones de vida. Sin embargo, atendiendo a la complejidad cultural de la sociedad española y a que la movilización voluntaria fue insuficiente para sostener las necesidades bélicas, los estados mayores tuvieron que hacer frente a ciertas acciones de resistencia[24]. Aunque es imposible establecer el número de desertores, algunos historiadores consideran que pudo ser más alto que las bajas en combate[25]. Las causas podían ser ideológicas o geográficas —estar emigrado y tener a la familia en el bando contrario—, entre otras.

Por ejemplo, un mozo del reemplazo de 1933, natural de Friol (Lugo), se encontraba en Fabero (León) en el momento de la sublevación militar. No quiso formar parte de las «partidas revolucionarias» que se constituyeron en defensa de la República, a pesar de formar parte de partidos políticos proclives, y decidió irse, haciendo a pie los 136 kilómetros que lo separaban de su localidad. Una vez en Friol, fue llamado por las autoridades golpistas al ser militarizada su quinta de reemplazo, tras lo que optó nuevamente por la huida y permaneció escondido en el monte durante varios meses. Finalmente, se presentó y terminó haciendo toda la guerra, sin conocerse acciones de resistencia en las filas del Ejército sublevado[26]. Este mozo no quiso participar del contexto de terror y violencia, y menos aún ser partícipe de ella. Por eso, en ambas situaciones y con los dos bandos, decidió huir. Es otra casuística de las muchas que se produjeron en aquellos años tan convulsos.

El tipo de resistencia más reconocido era la deserción hacia el campo enemigo, aunque posiblemente no fuera el más común, ya que se requerían varios factores difíciles de reunir. En primer lugar, el combatiente debía tener una voluntad clara de llevar a cabo esta deserción, a pesar de las posibles represalias tanto para él como para su familia. Además, debía surgir la oportunidad adecuada, es decir, estar destinado en una unidad ubicada en el frente y que esta se encontrara en un sector que permitiera al soldado escapar y unirse al bando contrario. No se puede subestimar el miedo a lo desconocido y las presiones de los compañeros, ya que estos también enfrentaban represalias en caso de que hubiera un desertor en la unidad. Por este motivo, uno de los mecanismos más utilizados consistía en ponerse a salvo durante el desarrollo de una operación bélica y, posteriormente, dejarse atrapar como prisionero[27].

Los motivos no han tenido que ser exclusivamente ideológicos, aunque fueron los más comunes. Así aparece reflejado en uno de los informes del Servicio de Información y Policía Militar (SIPM) del Ejército sublevado[28]. Se extrañaban, después de la caída del frente de Asturias, de que hubiese un alto número de evadidos con buenas referencias sobre su conducta y achacaban a su ideología la huida al bando republicano: «Llama la atención los casos repetidos de deserciones de individuos que llevan bastante tiempo en filas, observando buena conducta y algunos de los cuales han sido heridos en combate. Buscando en los motivos fuera del orden militar pudiera encontrarse en la conducta política del referido»[29].

El continuo avance territorial de los golpistas y las ofensivas de primavera de 1937 llevaron a una reorganización militar para abordar posibles problemas asociados, como el exceso de población en las cárceles, el potencial descontrol de individuos que ingresaban en la zona sublevada y la posibilidad de revueltas o protestas. Esta reorganización se llevó a cabo de manera simultánea con la institucionalización del sistema de campos de concentración. Las primeras normativas relacionadas con evadidos y desertores datan de diciembre de 1936, estableciendo que solo se consideraría como evadidos a aquellos que realizaran un «acto voluntario visible» para cambiarse de bando. Estos individuos no serían tratados como prisioneros, sino destinados a una unidad militar bajo estricta vigilancia[30].

El año 1937 es crucial para entender la estructura del Ejército sublevado. El objetivo era centralizar todo en el poder militar bajo el mando único del Cuartel General del Generalísimo. A partir de ese momento, los campos de concentración mejoraron su organización y se prepararon para una guerra de ocupación y larga duración. Los presentados, evadidos y prisioneros fueron una constante durante todo el conflicto; por eso, y para no saturar el sistema carcelario, se optó por una política de reintegración que Matthews denominó «reciclaje de soldados»[31]. A aquellos evadidos que demostrasen que no iban a ser un peligro para ganar la guerra se les destinó en una unidad similar de la que procedían, pero dentro del Ejército sublevado.

Para este cometido, en marzo de 1937 se crearon las comisiones de Clasificación de Presentados y Prisioneros, que se encontraban en los campos de concentración o en las cajas de recluta[32]. Asimismo, tenía un papel fundamental la Jefatura de Movilización, Instrucción y Reserva, que era donde se integraban las comisiones que clasificaban a los individuos en afectos, dudosos y desafectos[33].

Se sometía a los evadidos a dos interrogatorios: el primero estaba a cargo del oficial de campo del sector al que llegaban, y luego se llevaba a cabo otro en la comisión clasificadora, donde se decidía el destino del evadido o prisionero. Cabe destacar que estos documentos no reflejan toda la información proporcionada por el soldado evadido ni las circunstancias intimidatorias del interrogatorio. Los interrogatorios se dividían en varias partes, abordando el proceso de huida con especial atención a las ubicaciones, el armamento del enemigo, las posiciones de las baterías, los planes de ataque y la moral del Ejército republicano. Con la información recopilada, se redactaba un informe que se remitía al Estado Mayor del Servicio de Información y Propaganda Militar (SIPM) para preparar la siguiente ofensiva.

Posteriormente a los interrogatorios, se llevaba a cabo una investigación de cada evadido para proceder a su clasificación, teniendo en cuenta sus antecedentes. Estos antecedentes eran obtenidos con la colaboración del Servicio de Información y de diversas figuras, como «comandantes militares, alcaldes, párrocos, autoridades o jefes y presidentes de entidades patrióticas de solvencia», quienes presentaban una suerte de historial y avales de los prisioneros y evadidos[34]. Los nuevos poderes políticos y la participación de una parte de la ciudadanía —por pulsión ideológica, obtener una venganza personal, una prebenda o por miedo— aportaban información sobre los presentados y prisioneros. Según un documento oficial del Servicio de Información, en el informe sobre la conquista de Santander se especifica lo siguiente: «Las denuncias contra personas se han comunicado a la Auditoría del Ejército a fin de facilitar la labor de instrucción de sumarios y celebración de consejos de guerra»[35].

Los declarados como «afectos» eran destinados a una unidad militar, junto con los «dudosos». Estos últimos eran sometidos a una estrecha vigilancia. Los considerados «desafectos» eran recluidos en los campos de concentración o enviados a un batallón de trabajadores. Esto se modificó con la Orden General de Clasificación, aprobada el 11 de marzo de 1937, que los dividía en A, B, C y D:

A) […] presentados —aun siendo voluntarios— o prisioneros que ingresasen forzados al Ejército republicano, que justificasen su afección a la causa franquista y no fuesen hostiles al Movimiento Nacional;

B) prisioneros que se incorporaron voluntariamente a las filas republicanas y que no apareciesen afectados de otras responsabilidades de índole social, política o común;

C) jefes y oficiales del Ejército republicano, capturados o presentados que actuasen contra las tropas insurgentes, dirigentes de partidos políticos y/o sindicales, «enemigos de la Patria y del Movimiento Nacional», responsables de cometer «delito de rebelión militar cometidos antes o después de producirse el Movimiento Nacional liberador».

D) […] presuntos responsables de delitos comunes o contra el derecho de las gentes, realizados antes o después del Movimiento Nacional[36].

IV. LAS NARRACIONES DE LOS EVADIDOS[Subir]

El fracaso de la sublevación en una parte del Estado provocó el inicio de una guerra de columnas, que vino aparejada con un proceso propagandístico. Se elaboraron discursos simples, que fueron similares a los que surgieron en los demás conflictos de la primera mitad del siglo xx, preparados para aumentar y cohesionar a su base social, evitar sediciones y legitimarse. Fue una narrativa dicotómica —empleada en ambos bandos—, basada en el «ellos» contra el «nosotros», en la lucha contra de la «barbarie» en pos de la «civilización», el «orden» contra el «caos» y, cuando entró la Iglesia a escena, la «cristiandad» contra la «herejía». Un esquema sustentado bajo la idea de la «España» que tenía que reconquistar a la «anti-España»[37]. Defendían un ideal historicista de la nación española, que debía ser católica, imperialista y con el Ejército como constante vigía de sus esencias. En el contexto de bélico, se aunó con la ideología fascista[38].

No obstante, es importante señalar que esta retórica no fue aceptada de manera acrítica por una ciudadanía diversa. Además, la adhesión a un bando específico no estuvo determinada por la ubicación geográfica de los individuos. En este sentido, la propaganda basada en las declaraciones de prisioneros y evadidos, así como las conversaciones entre estos combatientes procedentes del campo republicano y sus nuevos compañeros, tuvieron un mayor impacto que otros elementos propagandísticos a la hora de cohesionar y prevenir actos disidentes. En este escenario, donde apenas llegaban noticias fiables, la propaganda o la información que recibía un combatiente resultaba más creíble cuanto más se ajustaba a la realidad que conocían.

Este fenómeno se fundamenta en la teoría de los líderes de opinión, quienes en esas pequeñas unidades militares pudieron ejercer una mayor influencia. Además, existían personas con la capacidad de influir en las actitudes o conductas del resto de sus compañeros, percibidas como fuentes fiables debido a las experiencias que habían vivido. Este proceso tenía dos vertientes: una más básica, a través de preguntas, rumores o historias que se transmitían de trinchera en trinchera, llevando consigo la credibilidad de provenir de un evadido que había experimentado el supuesto «terror rojo»[39]. Por otro lado, su testimonio servía como fuente de autoridad para elaborar la propaganda que se realizaba en prensa y radio o que era locutada en el propio frente por grandes altavoces.

La segunda es más contrastable, pues se mostrará a lo largo del texto. La primera, la más social, es una interpretación que se realiza al conocer que existían espacios de libertad en los que los soldados podían charlar de casi cualquier tema. En las entrevistas a excombatientes sublevados conocían lo que sucedía en el otro bando, pero no empleaban el discurso propagandístico del régimen, sino uno más comprensivo[40]. Se debe tener en cuenta que los informes analizados son de 1937 en adelante, cuando la deserción al campo sublevado comenzó a ser mayor. Cabe la hipótesis de que, ante la disyuntiva de estar matando y jugándose la vida, se les preguntase que había al otro lado de la trinchera.

Así, se explorarán las historias narradas por los evadidos durante los mencionados interrogatorios. Es comprensible que lo que compartieron con la tropa no estuviera plagado de las exageraciones que pudieron surgir ante la comisión de clasificación, ya que esos evadidos tenían que demostrar su compromiso con el Movimiento Nacional frente a dicho tribunal. Sin embargo, parte de esas narrativas probablemente tuvieran elementos de realidad, lo que podría haber permitido que en las conversaciones diarias durante los momentos de calma en el frente se infiltraran de manera trivial en la percepción de sus nuevos compañeros de armas.

No se argumenta que el contacto con los soldados evadidos del campo republicano haya llevado a un adoctrinamiento o una conversión en franquistas. Más bien, aquellos que pensaban de manera diferente podrían haberse desmotivado, evitando así la organización de acciones de resistencia activa. Por otro lado, aquellos con opiniones más moderadas podrían haber fortalecido su reticencia hacia los republicanos, mientras que aquellos plenamente convencidos podrían haber obtenido más argumentos y una legitimación para los actos que estaban llevando a cabo. Esto se debe a que las historias que escucharon de los evadidos guardaban similitud con sus propias experiencias a lo largo de su trayectoria bélica.

De este modo, comenzaría a gestarse un sentimiento que años más tarde popularizó el franquismo a partir de los llamados «25 años de paz», y que se asentó en la Transición, de que «todos eran culpables». Es comprensible que en esa generación se aceptase esa premisa debido a que los soldados habían matado a otros seres humanos para sobrevivir y la mayoría sentían remordimientos, por lo que conocer que en el otro bando se habían hecho cosas similares apaciguaría su culpa[41]. Al ser evadidos, en las conversaciones aparecerían los aspectos más negativos, ya que, en teoría, en su mayoría serían contrarios políticamente al bando republicano.

A pesar del control ejercido por el Ejército sublevado, siempre existían espacios de libertad para los combatientes. En estos lugares se formaban grupos donde se discutía sobre el curso de la guerra, sus experiencias, aspectos personales y familiares, así como cualquier otro tema. Es crucial tener en cuenta que convivían las veinticuatro horas del día, generando una conexión más fuerte que cualquier consideración ideológica. Cuando destinaban a un evadido a un batallón sublevado, seguramente lo abrumaban con preguntas sobre su origen, su experiencia en el Ejército de la Segunda República, su remuneración, la veracidad de algunas noticias que llegaban por radio o prensa e, incluso, si estaban realmente ganando la guerra, tal como les indicaban sus superiores y la propaganda. Durante estas interacciones, se compartían todo tipo de historias, incluyendo algunas de las que se relataron en los interrogatorios, pero sin la exageración que se presume que empleaban ante la comisión de clasificación para congraciarse con la jerarquía militar y, de esta manera, intentar salvar sus vidas.

Dado que eran evadidos, se supone que debían experimentar cierta amargura debido a las vivencias pasadas. Es relevante tener presente que los relatos compartidos, tanto por católicos moderados que incluso no apoyaron el golpe, como por aquellos que sí estaban convencidos, pero se encontraban en un territorio donde la insurrección no tuvo éxito, debieron ser especialmente impactantes. Cabe decir que la persecución contra estas personas durante los primeros meses de la guerra fue especialmente severa[42]. También lo fue la de los republicanos moderados en el momento en el que PCE alcanzó altas cotas de poder dentro del Gobierno republicano. Fue algo que incluso resaltaron las fuerzas sublevadas como una forma de crear división y duda entre quienes sintiesen simpatía por esos movimientos. Decía así una información del SIPM insurgente: «No existe ni una sola publicación de carácter democrático parlamentario que responda al criterio que creen los “moderados” Azaña, Martínez Barrios y demás sujetos que en sus discursos aseguran no haber comunistas ni comunismo en la zona roja»[43]. El extracto citado es muy significativo, y no solo por llamar «moderado» a Manuel Azaña en un documento interno cuando la propaganda lo vilipendiaba. Además, podría ser un sentimiento que tuviesen los simpatizantes del movimiento anarquista, socialistas contrarios a Largo Caballero, agraristas e incluso nacionalistas vascos, catalanes y gallegos[44].

Este tipo de narraciones obtenidas de los informes del Servicio de Información, nutrían la propaganda retrasmitida en forma de folletos, charlas o altavoces colocados en el frente y que escuchaban miembros de ambos bandos. Muchos republicanos que eran movilizados forzosos por el Ejército de Franco, al escuchar las experiencias narradas a través de los altavoces o en pequeños espacios de sociabilidad, pensarían que no era una República que les representase y que no valdría la pena arriesgarse a ser capturados en medio de una deserción, por lo que su derrota fue doble. Se convirtieron en cómplices de Franco, convencidos de que esa República que para sus adentros preferían que ganase no era mejor que el bando en el que les había tocado luchar.

Las principales historias que se narraron en los interrogatorios se centran en la violencia represiva. En el informe redactado tras la toma de Santander con testimonios de evadidos y denunciantes, redactado en agosto de 1937, se hace referencia a una serie de asesinatos cometidos por la zona. A las doce de la noche del 17 de agosto de 1936 mataron a un campesino en la puerta de su casa y el cadáver apareció en una cuneta de San Vicente de la Barquera (Cantabria). En Cicero afirmaban que habían matado a Hilario Llano, un soldado republicano que ya se encontraba destinado en el frente, pero cuando llegaron los informes de su pueblo, Ampuero, su capitán del 103 Batallón lo detuvo en Santoña (Cantabria) y allí mismo lo asesinaron. Del mismo modo, hacen referencia al asesinato de un tal «padre Miguel» y de un hermano lego de su orden religiosa que fusilaron en la misma carretera de Santoña[45].

En el extenso informe, centrado especialmente en aspectos tácticos y de armamento, destaca un apartado dedicado a la persecución de eclesiásticos y la quema de iglesias, tanto en Santander como en sus alrededores. Se afirmaba que todos estos edificios habían sido confiscados por milicianos y utilizados como puestos de guardia, cuarteles, centros de reclutamiento o comunicación. Según los narradores de estas historias, en su mayoría quintacolumnistas, los religiosos que residían en estos lugares fueron expulsados o asesinados. Estas narrativas eran impactantes y afectarían a cualquier ser humano incapaz de comprender la vorágine de violencia en la que participaban.

El SIM elaboró un informe sobre las medidas de castigo y vigilancia establecidas por la República mediante el Decreto del 21 de octubre de 1937, con el objetivo de que fueran aplicadas entre sus combatientes. Incluso, un informante llegó a afirmar que se habían instalado ametralladoras en la retaguardia para evitar retrocesos en combate[46]. Otro evadido narra la violencia ejercida por la FAI, sobre todo contra los que desertaban. Dejó constancia en el interrogatorio de que «al día siguiente de huir a las montañas, su madre fue encarcelada, por lo que tuvo que volver»[47]. De igual modo que los sublevados emplearon la violencia y la intimidación con los familiares de los combatientes para mantener «prietas las filas», la República se vio abocada a hacer lo mismo.

A mediados de la contienda, en marzo de 1938, un evadido aportó la identidad y filiación de todas las personas que habían cometido algún acto violento en Castellfollit (Girona)[48]. Narró el asesinato, en los primeros instantes del golpe de Estado, de un maestro nacional y de su hijo, Francisco Beltrán, por el «simple» hecho de que era teniente médico de complemento. Añade que hubo dos milicianos que se encargaron de asesinar a personas que querían huir a Andorra en noviembre de 1936 para escapar de la «barbarie roja»[49]. Es una historia similar a cualquiera sobre los huidos que escapaban de las garras del terror golpista en los montes leoneses, gallegos o extremeños. En ningún momento se realiza una equiparación de ambas violencias; solo se señala que para los combatientes era difícil discernir las diferencias que se aprecian desde el análisis histórico.

Un elemento compartido por ambos bandos en la trinchera fue la escasez de alimentos, identificada por los líderes golpistas como una fuente de descontento en un documento de mayo de 1938. Es comprensible que, a medida que el conflicto se prolongaba, los soldados se preocuparan más por cuestiones cotidianas, siendo la alimentación una de las principales, junto con la necesidad de ropa para hacer frente al frío en el frente de Aragón[50]. Unos milicianos presentados en Luarca (Asturias) el día 5 de febrero de 1937 afirmaron que los víveres estaban escaseando, que no llegaban a todos los sectores del frente. Expusieron que les habían mentido diciendo que iban a recibir más comida, pero que, por el momento, no había llegado. Además, comentaron que les habían prometido trescientas toneladas de trigo a las localidades de Asturias, Santander y Bilbao y que llegarían setenta aviones con alimentos, algo nunca sucedió, y que el pueblo estaba cansado de vivir en esa situación de racionamiento.

Por su parte, Félix García García, que decía ser afiliado a Falange, añadió que escaseaba la gasolina y que en Trubia (Asturias), en la fábrica de armas, los obreros continuaban trabajando por miedo a represalias, a pesar de estar la fábrica en ruinas[51]. En la localidad de Grado (Asturias), varios presentados en diferentes días contaron que en febrero y marzo de 1937, en la zona republicana, sucedía lo siguiente: «Escasean los víveres hasta el extremo de que por la mañana y a las doce solo les dan un poco de chocolate y pan negro, y por la noche, unas lentejas. Tampoco les dan prendas de vestir, y el que quiera tenerlas tiene que comprarlas con dinero nacionalista, pues no quieren billetes emitidos por ellos».

La idea de la escasez de alimentos y ropa de abrigo resulta plausible. Escucharla de boca de un exsoldado republicano podría haber tenido un impacto significativo en aquellos combatientes que consideraban realizar actos de resistencia. En ese contexto, la supervivencia era la principal preocupación y al escuchar a sus nuevos compañeros provenientes del bando republicano, confirmaban que compartían una situación similar. En mayo de 1938, un «ingeniero» no identificado mencionó la creciente inquietud entre los barceloneses debido a la escasez de alimentos. Esta disminuía en la Ciudad Condal, en la que, según el informe, las autoridades se encargaban de transmitir a la ciudadanía que «se pasa hambre, pero no se muere de hambre», añadiendo de que «las nuevas autoridades viven bien»[52]. Esta última parte tiene una clara intencionalidad, la de poner bajo sospecha la llegada de una revolución como la que se produjo en Rusia, en donde, según los propagandistas del Ejército golpista, existía una importante diferencia entre las élites y el pueblo[53]. Además, desde los altavoces repetían la mentira de que si desertaban no les iba a ocurrir nada, al contrario de la política represiva de los comisarios políticos de la República

Son historias con mayor credibilidad que tendrían mayor repercusión en una tropa con ideas diversas, pero hastiada de la experiencia bélica. Al final, con lo que seguramente se quedasen era con que en el otro bando la comida también escaseaba, incluso puede que más, y que no merecía la pena, por lo tanto, arriesgar el bienestar de su familia y su propia vida con un acto como podía ser la deserción. Asimismo, el salario resultaba relevante porque de algún modo aseguraba una cierta estabilidad económica para sus allegados, especialmente en aquellas familias humildes y campesinas. Seidman (‍2012) afirma que la victoria sublevada se basó en una mejor organización de sus escasos recursos. Por ejemplo, el capitán de artillería evadido del campo republicano, Juan García, incidía en que «las diez pesetas que cobran diariamente los soldados hay muchos individuos que los perciben con gran retraso, especialmente, en Artillería»[54].

El tema de la desorganización del bando republicano fue recurrente tanto en los interrogatorios a evadidos como en la propaganda sublevada, presentándose como el principal motivo de su derrota en la guerra. En la localidad de Grado, Celestino Cordero se presentó el 11 de febrero de 1937 y relató que, durante un ataque planificado por los sublevados en uno de los sectores, la mayoría de los combatientes republicanos evitaron entrar en combate y se escabulleron: «No tienen disciplina ni nada que se le parezca, y en cuanto se ven un poco atacados huyen en desbandada»[55].

El 15 de abril de 1938 se tomó declaración al capitán de Artillería Juan García Solid, que se encontraba destinado en el Parque Divisionario n.° 3 en Valencia. Afirmó lo siguiente: «Muchos oficiales están convencidos de que van a perder la guerra, y lo mismo gran parte de la tropa, que luchan sin fe, sin que puedan exteriorizar sus convicciones por temor a ser castigados. La disciplina no se ha conseguido introducir en las filas rojas»[56]. Después de la consecuente investigación e interrogatorio lo destinaron a un batallón de artillería, en el que —se presupone— no tendría reparos a la hora de narrar su experiencia con los rojos.

El citado ingeniero, que fue interrogado en mayo de 1938, afirmó: «La moral está muy decaída» y «solo se sostiene por la continua propaganda». Mantuvo en el interrogatorio la idea de que los combatientes republicanos pensaban que iba a ser «inminente» la intervención de Francia y que eso supuso un estímulo para algunos, pero otros ya no se lo creyeron, hastiados del conflicto. En la relación entre discurso y forma de entenderlo es fundamental la experiencia propia, y una gran mayoría era consciente de que estaban perdiendo batallas continuamente. Asimismo, afirma que «muchos se querían pasar» de bando[57]. Es algo plausible, ya que estaban en proceso las campañas en Aragón y Cataluña y se percibía una derrota cercana. Del mismo modo, un número importante de soldados republicanos pasaron a tener a sus familiares en zonas conquistadas por los sublevados, por lo que desertaron para preocuparse de su estado. Fue algo común, especialmente en los últimos compases de la contienda.

Con el paso de los años y las derrotas del Ejército republicano, muchos empezaron a desear el final de la guerra. En junio de 1938, se presentó Pascual García Ballester, de Vila-real (Castellón), en el Estado Mayor de las Flechas Azules. Fue miembro del 1.er Batallón de la 151 Brigada. Afirmó que los valencianos estaban desesperados, que solo deseaban que terminara la guerra y que «la mayoría están deseando pasarse». Por su parte, contó que los catalanes tenían la esperanza de que Francia finalmente entrara en el conflicto a favor de la Segunda República.

En este sentido, Manuel Vaquer Conde, de Burriana (Castellón), que pertenecía al mismo batallón, llegó a afirmar que existían enfrentamientos entre valencianos y catalanes por esa posible intervención francesa y que así «pudiera quedar segregada Cataluña del resto de España»[58]. La afirmación de que la mayoría quería desertar formaba parte de la grandilocuencia con la que narraban a los agentes del SIPM sus vivencias todos los evadidos para poder salvar la vida. No obstante, ese deseo por finalizar la contienda también se dio en el bando sublevado[59].

Para finalizar, se puede observar el profundo desconocimiento de la realidad internacional a pie de trinchera y el aluvión de noticias falsas que recibían los soldados. Esto causó que una parte importante de combatientes no tuviesen un conocimiento claro de lo que estaba sucediendo más allá de la realidad que les era tangible. El 8 de febrero de 1937, Faustino Fernández García se presentó en Grado (Asturias). Afirmaba que la CNT y fuerzas republicanas habían llegado a un acuerdo con Francia e Inglaterra para que no se implantase un régimen comunista. Para ello, lo que iban a hacer era descabezar a la cúpula del PCE[60].

Se puede observar que los interrogatorios se centraron en los aspectos cotidianos de los combatientes: la violencia, la comida y las condiciones de vida. La ideología permaneció al margen. Se considera que son los primeros los que tuvieron un mayor impacto en ellos a la hora de tomar decisiones y de entender su propia experiencia. De hecho, en el frente se encuentran numerosos ejemplos de propaganda de ambas trincheras que inciden en las mismas cuestiones apuntadas por los desertores del Ejército republicano —idénticas a las proferidas por los evadidos sublevados al campo republicano—. El paternalismo con el que fomentaban el pase al otro bando se puede observar en la transcripción de una narración propagandística emitida por radio y altavoces narrada por un supuesto evadido del bando republicano. Destaca el uso de la palabra «hermanos», algo impensable en la prensa de retaguardia:

Milicianos, porque sé lo que sufrís, porque sé cómo pensáis, me decido a aconsejaros. No hace mucho tiempo os exponía la necesidad de pasaros a las filas de Franco, donde seréis recibidos con los brazos abiertos. Qué alegría y qué emoción experimenté al abrazar a hermanos vuestros, que sufren por vosotros, porque saben cómo coméis, porque saben que vuestras familias y las que ellos tienen en esa zona mueren de hambre, porque ven cómo vuestros mandos, sin conocimiento ni corazón, os envían para atacar nuestras posiciones…

[…]

Antiguos compañeros y siempre hermanos, porque sé cómo pensáis, porque he sufrido con vosotros. […] Hermanos, todos contestar conmigo. ¡Viva España, viva España siempre![61].

En el frente de Cataluña, un supuesto exiliado a Francia y excombatiente republicano que decidió volver a la España Nacional habló en catalán por las radios, exponiendo el buen trato que recibía para que sirviese de reclamo[62].

La manera de asumir estas narraciones debe considerarse siempre tan diversa como lo eran quienes las escuchaban, que variaban en función de su cultura, ideología y trayectoria bélica. Este tipo de historias simplemente supondrían un freno para que algunos optasen por la vía de la resistencia y se sometieran a los mandos militares. Para otros, servía de refuerzo de sus propias convicciones y de lo que escuchaban en algunas charlas en el frente y en las homilías de los capellanes. No se puede conocer cómo fue la sociabilidad en la trinchera, sino que simplemente se puede realizar una aproximación a través de la documentación existente y afirmar que los evadidos que eran destinados a batallones del Ejército sublevado tuvieron su influencia en el resto de la tropa, una interpretación del contacto que pudo existir entre los que fueron primero enemigos y, luego, compañeros y de sus consecuencias sociopolíticas en la posguerra.

V. ASPECTOS PARA UN DEBATE[Subir]

Ninguno de los dos contingentes bélicos fue homogéneo social, cultural y políticamente. Como es lógico, hubo partidarios de uno y otro bando en ambos territorios, así como una ingente cantidad de personas que, identificadas con una determinada identidad política, no estaban a favor de una contienda armada. No hubo dos Españas uniformes e irreconciliables condenadas a luchar entre sí. Por eso, como señalaron algunos expertos, ambos ejércitos se tuvieron que nutrir de la recluta forzosa. Esto provocó que en un batallón hubiese republicanos del ala izquierda y derecha del tablero político, como socialistas, comunistas, socialcatólicos, agraristas, monárquicos y derechistas fascinados por el fascismo alemán, así como un grupo muy amplio de personas que no profesaban una ideología definida y que podían fluctuar o que, simplemente, no participaban de la política.

La subsiguiente heterogeneidad de las unidades militares de uno y otro bando provocó que tuviesen que aplicar medidas de cohesión de la tropa. En el bando sublevado destacaron la propaganda en el frente y en retaguardia, la violencia como estímulo socializador, la ruptura de los lazos sociales de preguerra y las medidas de vigilancia y castigo. Sin embargo, el presente artículo propone sumar una propuesta que no debe ser entendida de forma exclusiva, sino que complemente a las presentadas por otros historiadores ya citados: sería el papel que desempeñaron los evadidos del campo republicano y que pasaron a formar parte de los batallones sublevados, un aspecto que enriquece la comprensión del conflicto armado.

Se han expuesto las narraciones de los interrogatorios. Se entiende que mucho de lo detallado en ellos está exagerado para agradar a los miembros del Servicio de Información; sin embargo, parte de esas historias pudieron ser reales, especialmente los aspectos que quedaban expuestos grosso modo, como la violencia y la represión, la carestía de la vida y la desorganización militar, estudiados por autores como Seidman, Ledesma o Rodríguez Barreira. Estas historias se contarían dentro de la sociabilidad de la trinchera y generarían diversos sentimientos entre la heterogénea tropa. Algunos reforzarían su propio pensamiento sobre el peligro del Frente Popular y el comunismo; otros, simplemente, verían con pesar que daba igual en qué lado estar, sobre todo a medida que avanzaba el conflicto y tenían un mayor cansancio físico y mental. Finalmente, los que no pensaban como los golpistas vieron que no conseguirían nada realizando una acción de resistencia.

Ambos aspectos, la sociabilidad desde abajo, imposible de rastrear, y la propaganda en el frente mediante altavoces, servirían para cohesionar las unidades militares sublevadas, junto con las otras medidas ya expuestas. El resultado, en el que también hay que tener en cuenta lo aportado por otros historiadores, sería un hartazgo hacia la guerra que generaría un consenso hacia el nuevo régimen[63]. Reforzó esa adaptación a la realidad violenta de la que eran protagonistas, basada en la supervivencia. La consecuencia fue la ayuda a la consolidación social del Nuevo Estado, constitutivo y consecuencia de la guerra.

Aquí es donde se propone un debate en torno al papel de la propaganda oficial y la banal, como la estudiada en este artículo. No se afirma que los combatientes adquiriesen una identidad franquista, sino una aceptación o consentimiento a la nueva realidad, en algunos casos más activa y politizada que en otros. Se debe a que se considera que las medidas extremas para que una identidad quede subordinada a las demás suelen fracasar porque son —y por extensión, la sociedad— difusas y porosas[64]. El significado que se le da a un significante no solo procede del poder, sino que, en ocasiones, se lo otorga la sociedad desde abajo a través de fuentes diversas. Esas fuentes pueden ser la propia experiencia vital, la trasmitida a través de la memoria o la que se produce en centros contrarios al régimen establecido, porque, a pesar de la capacidad totalizadora del poder militar insurgente, este no tuvo el monopolio de los lugares de sociabilidad, de manera que el significado que se le puede dar a un rito o símbolo y, en este caso, a una historia, pudo ser discordante[65].

Existieron espacios de libertad que no fueron controlados por el poder y que fueron aprovechados por los sectores subalternos de la sociedad para, si no crear un discurso alternativo a lo largo de la dictadura, al menos expandir un sentimiento de repudio y oposición, es decir, un discurso privado[66]. Términos como rojo, fascista o antiespañol llevan aparejados un significado y una pretensión de identificación total creados desde el poder que no se puede asumir en su conjunto. Las personas tienen distintas identidades que se pueden apreciar en su comportamiento, actitudes o incluso su autodefinición política. Son identidades volubles, cambiantes y que tienen un mayor protagonismo en función del rol que esté protagonizando el soldado y, en la posguerra, el excombatiente en su día a día[67].

Con estos elementos, se propone revisar la importancia que se le ha dado a la retórica oficial. Esta depende de diversos factores, como se ha explicado. Por el contrario, se ha propuesto que las narraciones de los evadidos se convirtieron en líderes de opinión, con mayor credibilidad tanto usado para la propaganda en el propio frente —distinta a la de retaguardia— como para las posibles —y difíciles de rastrear— relaciones interpersonales en los procesos de socialización o modulación de la acción política.

De este modo, algunos que pudieran tener en mente desertar al bando republicano abandonarían esa idea al escuchar lo propagado desde los altavoces colocados en el frente o algunas de las historias que pudieron transmitirles otros compañeros, similares, aunque no iguales, a las transcritas en los interrogatorios. Es una aportación distinta al análisis tradicional de la propaganda, en el que la interacción social cobra protagonismo en su análisis y en el que la capacidad de influencia se adquiere por el lugar del que sale lo expresado públicamente. En este caso, escuchar a los soldados reciclados y las historias sobre el bando republicano no implicaría una asunción de unos preceptos ideológicos, sino un posible cambio en una eventual respuesta social o una reafirmación en lo que creían dentro de aquella experiencia, solo comprensible para quienes la vivieron. Es un aspecto que se abre al debate y que ayudará a tener una visión más completa de todos los factores socializadores y propagandísticos, y también, del modo en que es asumida.

No obstante, se mantiene que la suma de las diferentes medidas, junto a la propuesta en estas líneas, ayudó a cohesionar la tropa insurgente y que la resistencia no fuese un factor que desestabilizara al Ejército sublevado. Su consecuencia social tras la contienda fue un consenso generalizado de los que no estaban a favor del bando en el que luchaban. Para otros, sirvió de acicate y estimuló su capacidad de movilización política en la posguerra. En definitiva, se ha pretendido mostrar un aspecto para el debate sobre la propaganda de guerra y las consecuencias que genera la sociabilidad con otros individuos.

NOTAS[Subir]

[1]

Quiero agradecer al equipo de la Revista de Historia y Política las críticas constructivas a la hora de la realización de este artículo. En especial a los revisores/as anónimos que lo analizaron con rigurosidad y respeto y cuyos aspectos positivo debo tanto. Del mismo modo, a mis compañeros/as de dossier, se realizó de manera colaborativa, por lo que el aprendizaje, críticas y sugerencia que me proporcionaron han hecho que todo lo positivo que en estas páginas hay, sea suyo.

[2]

Archivo General Militar de Ávila (AGMAV), c. 1223, l. 14, cp. 71. Ejército del Norte.

[3]

Matthews (‍2013: 94; ‍2011: 344-‍363).

[4]

Perfectamente explicado por Matthews (‍2011: 344-‍363).

[5]

Núñez Seixas (‍2006: 245-‍261); Sevillano (‍2007, ‍2017: 9-‍18, 71-‍90); García (‍2009: 143-‍17), y Alonso Ibarra (‍2020: 305-‍335).

[6]

Ledesma (‍2003) o Del Rey (‍2019).

[7]

De algún modo es la que sigue Francisco Sevillano en su novedoso estudio sobre la opinión pública durante el franquismo en Ecos de papel (‍2000).

[8]

Pretende completar la perspectiva de autores como Cazorla (‍2000, ‍2016); Del Arco et al. (‍2013); Rodríguez Barreira (2008, ‍2013); Cabana (‍2013), y Hernández (‍2013). Para el caso específico de los combatientes, Alcalde (‍2014) o Leira Castiñeira (‍2014, ‍2020b). En España, el papel socializador y adoctrinador del Ejército ha sido señalado por González Calleja (‍2009) y Alonso (‍2020). Asimismo, siguiendo las tesis aplicadas para la Primera Guerra Mundial, Alcalde (‍2014, ‍2017); Rodrigo (‍2016), y el libro colectivo editado por Alonso et al. (2019) mostraron cómo la experiencia de combate fue la vivencia clave a nivel sociopolítico.

[9]

Pizarroso Quintero (‍2002: 353-‍372).

[10]

Sobre la propaganda de guerra, Pizarroso Quintero (‍2008: 3-‍19; ‍1990).

[11]

Ofrece una idea distinta del papel del servicio de información que ha estudiado Carlos Píriz en sus diversos trabajos citados al final del texto.

[12]

Según Aguilar (‍1996).

[13]

Artiaga (‍2018: 23-‍51); Matthews y Alpert (‍2021: 39-‍64); Peñalba-Sotorrío (‍2021: 64-‍92), y Báez Pérez de Tudela (‍2005: 123-‍145).

[14]

Matthews (‍2013: 60-‍68) y Leira Castiñeira (‍2020b: 41-‍73).

[15]

Así queda definido en la introducción del libro colectivo editado por Leira Castiñeira (‍2023).

[16]

Matthews (‍2013: 54-‍60); Seidman (‍2003: 65 y ss.), y Alpert (‍2007: 61 y ss.).

[17]

González Calleja (‍2009: 36-‍64).

[18]

Leira Castiñeira y Fernández Prieto (‍2023).

[19]

Para conocer el debate se puede consultar a Rodrigo (‍2008); Miguez (‍2014); Gómez Bravo (‍2017), y Anderson (‍2009). Para el bando republicano, Ledesma (‍2003) y Rey Reguillo (‍2019).

[20]

Aspecto destacado por Cruz (‍2006). González Calleja (‍2015) demostró con cifras que la sociedad no estaba dividida y que la violencia no fue algo generalizado.

[21]

Cruz (‍2006: 11-‍32).

[22]

Seidman (‍2003: 64-‍67; ‍2012: 290-‍291) y Matthews (‍2013).

[23]

Kalyvas (‍2010: 42).

[24]

Leira Castiñeira (‍2021: 177-‍204).

[25]

Corral (‍2007: 529-‍535) y Matthews (‍2013: 268-‍269).

[26]

Archivo Intermedio de la Región Militar Noroeste (AIRMNO), Expediente judicial del Regimiento Zamora 29, 2771/38. Caja 16. Leira Castiñeira (‍2021: 177-‍204).

[27]

Corral (‍2007).

[28]

Núñez de Prado y Clavel (‍1992: 168-‍192). Para saber más del SIM y SIPM, Píriz (‍2022).

[29]

AIRMNO. 05. ANT216. Dictámenes sobre deserciones.

[30]

Rodrigo (‍2006: 25).

[31]

Matthews (‍2013: 94, ‍2011: 344-‍363).

[32]

AIRMNO. 05. ANT37, Movimiento Nacional.

[33]

Rodrigo (‍2006: 29-‍30).

[34]

Ibid.: 32.

[35]

AGMAV, c. 1220, 44. Prisioneros y evadidos en el avance de Santander.

[36]

Reproducción del decreto citado en Rodrigo (‍2006: 31).

[37]

Núñez Seixas (‍2006: 11-‍28); Sevillano Calero (‍2017: 19-‍42, 87-‍106), y Rodrigo (‍2008: 85 y ss.).

[38]

Rodrigo (‍2016) y Alonso et al. (‍2019).

[39]

Katzcon y Lazarsfeld (‍1956). El mejor estudio para un análisis de la opinión pública en Sevillano Calero (‍2000).

[40]

Se puede observar en las memorias de Faustino Vázquez, editadas por Grandío (2011). También, en las del fraile Cándido Rial, editado por Leira Castineira (‍2020a, ‍2022a). Aparece reflejado en Entrevistador anónimo (1988). Fondo HISTORGA. Referencia 50. Entrevista a V. L. P. (1991). Fondo HISTORGA. Referencia 272. Entrevista a J. B. (1991). Fondo HISTORGA. Referencia 273. Leira Castiñeira (‍2020b, ‍2022b: 622-‍640).

[41]

Como se observa en la entrevista realizada a O. R. B. por Francisco Leira (2010) en Ferrol. Grabación propia. Entrevista a V. S. R. (1990). Fondo HISTORGA. Referencia 151. En ambas, así como en otras, la frase de que no van a ser comprendido porque «aquello para entenderlo hay que vivirlo» es muy común. Leira Castiñeira (‍2020b, ‍2022b: 622-‍640).

[42]

Ledesma (‍2003) y Rey Reguillo (‍2019).

[43]

AGMAV, c. 1223, l. 14, cp. 48. Norma de propaganda en el frente.

[44]

AGMAV, c. 1052, cp. 3. 90 Brigada Mixta. Ejército Popular. Información.

[45]

Por «hermano Lego» se hace referencia a alguien que está en el seminario estudiando para fraile.

[46]

AGMAV, c. 2890, 9. SIMP. Notas informativas sobre Ejército Republicano.

[47]

AGMAV, c. 2895, 13. SIMP. Notas informativas sobre Ejército Republicano.

[48]

Cabe señalar que los interrogatorios fueron posteriormente utilizados para desarrollar una implacable represión, incluso en algunos casos, en la Causa General.

[49]

AGMAV, c. 1222, l. 13, 68. Declaraciones de prisioneros y evadidos.

[50]

Alegre Lorenz (‍2018).

[51]

AGMAV, c. 1471, 50/1. Prisioneros y evadidos en Asturias.

[52]

AGMAV, c. 1223, l. 4, 3. Declaraciones de prisioneros y evadidos.

[53]

Se puede observar en cualquiera de los números de La Ametralladora. El Semanario de los Soldados, publicado por los golpistas.

[54]

AGMAV, c. 1222, l. 13, 68. Declaraciones de prisioneros y evadidos.

[55]

AGMAV, c. 1471, 50/1. Prisioneros y evadidos en Asturias.

[56]

AGMAV, c. 1222, l. 13, 68. Declaraciones de prisioneros y evadidos.

[57]

AGMAV, c. 1223, l. 4, 3. Declaraciones de prisioneros y evadidos.

[58]

AGMAV, c. 1223, l. 14, 15. Declaraciones de prisioneros y evadidos.

[59]

Matthews (‍2013) y Leira Castiñeira (‍2020b).

[60]

AGMAV, c. 1471, 50/1. Prisioneros y evadidos en Asturias.

[61]

AGMAV, c. 1338, cp. 3. Ejército del Norte.

[62]

AGMAV, E. N., C. 2900.9. Cuartel General del Generalísimo. SIPM.

[63]

Cazorla (‍2000, ‍2016).

[64]

Leira Castiñeira (‍2020b)

[65]

Íd.

[66]

Scott (‍2003:161 y ss., 257-‍281).

[67]

Leira Castiñeira (‍2020b, ‍2018: 245-‍280).

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