RESUMEN
Castellano Junto con los comunistas, los nazis fueron los principales protagonistas del clima de guerra civil latente que se vivió en Alemania en los años finales de la República de Weimar. Sus fuerzas de choque, las Unidades de Asalto o SA, contribuyeron a alimentar una violencia capilar y mimética en el conjunto del país. En el presente trabajo se analiza la violencia entre "enemigos políticos" en un barrio de la capital alemana. A partir de documentos de archivos, prensa y literatura de la época se ilustra la cotidianeidad y escalamiento de la violencia, desde agresiones y trifulcas callejeras y sin consecuencias fatales hasta la muerte de dos activistas de las SA en el barrio de Nostitz, el enclave berlinés en el que focalizamos el estudio. El envenenamiento de las relaciones comunitarias en dicho barrio ilustra la confrontación política que caracterizó al país en los años que precedieron a la toma del poder por los nazis en 1933.
Palabras clave: palabra; palabra; palabra; palabra; palabra.
ABSTRACT
Ingles Along with Communists, the Nazis were the main contenders in the climate of latent civil war lived in Germany in the final years of the Republic of Weimar. Their Assault Division or SA was decisive in breeding an atmosphere of capillary and mimetic violence in the whole country. This article deals with violence among "political enemies" in a specific neighbourhood of the German capital. Relying on archive materials, newspapers and literature of the time it is shown how violence on political grounds penetrated daily life, ranging from street-quarrels without major consequences to the death of two activist of the SA in the Nostitz area, the neighbourhood in Berlin-Kreuzberg we focus on. Escalation of violence in there illustrates the political confrontation which best characterizes the country previous to the Nazi seizure of power in 1933.
Keywords: word; word; word; word; word.
El lector puede experimentar cierta perplejidad al encontrar en una revista como Historia y Política, que inauguró su andadura en 1999 con un artículo titulado «La política en la historia», un dossier que lleva por título «Historia social de la Guerra Civil española y el franquismo». Aquel texto dice: «Nos interesa hacer de la historia y la política el eje de la revista, además, porque otras especialidades, la historia social o la historia económica, tienen ya sus propias publicaciones»[1]. A la altura de aquel año, no les faltaba razón al señalar esa realidad.
Entonces, ¿por qué se publica este dossier? Porque a pesar de esta aparente contradicción, en la contemporaneidad, tras años de arduos debates, se evidencia un fenómeno cada vez más palpable: la convergencia de lo social en la historia política y viceversa. En el fondo, estas dos dimensiones se entrelazan de manera intrínseca y su separación equivaldría a caer en la paradoja ilustrada por «Los seis ciegos y el elefante», donde los historiadores se asemejan a los sabios debatiendo, sin ponerse de acuerdo, sobre qué es un elefante que ninguno de ellos ha tenido la oportunidad de visualizar. Además, debemos tener añadir una tercera dimensión, el surgimiento de la historia cultural y la capacidad transformadora que ha provocado en la historiografía, ya que la interacción de todas las metodologías conduce a una comprensión más matizada de los eventos pasados e incluso presentes. Las propuestas analíticas presentadas nos habilitan para adentrarnos en un pasado reciente y, en algunos casos, vivido, en este caso focalizado en la Guerra Civil y las primeras décadas de la dictadura franquista.
El objetivo central de este dossier radica en la minuciosa exploración de los individuos. Cualquier análisis de nuestro pasado, al menos, está vinculada a tres esferas concomitantes. Por un lado, la experiencia del historiador, afectada por diversos aspectos, como su generación, sexo, identidad de género, nacionalidad, cultura, clase social y un largo etcétera. En segundo lugar, todo trabajo histórico sigue la lógica expresada por el historiador y ensayista francés Pierre Nora: «Toda la historia es presente», ya que nuestras inquietudes quedan reflejadas, más de lo que nos gustaría admitir, en nuestras investigaciones. La comprensión de nuestro pasado está influenciada por la sociedad contemporánea. Finalmente, no podemos obviar lo aprendido por las generaciones anteriores a la nuestra porque la historiografía se erige como un corpus de conocimiento acumulativo y en constante proceso de evolución. Aquí participamos tres generaciones, dos mujeres y tres hombres, de distintos puntos del Estado, con distintos intereses y temáticas, lo que aporta una riqueza metodológica, de enfoque y de interpretación del pasado.
Por eso, este dossier está lejos de pretender formular una nueva historia social, consciente de que lo nuevo tiende a transmutarse rápidamente en viejo, y que en lo viejo a menudo anidan aspectos más novedosos de lo que podríamos imaginar. En cambio, aspira a suscitar y a impulsar ciertos debates en torno a los acontecimientos sobre los que versan los distintos artículos y con una perspectiva transnacional. Poseen matices y enfoques cambiantes según la década que se aborde. Es decir, no pretendemos que lo escrito en estas páginas se mantenga inmutable en el tiempo, sino, al contrario, que se rebata, desde el respeto, para conocer mejor lo que nos ocupa. Se sigue con lo que varias generaciones, desde diferentes partes del planeta, están haciendo en sus investigaciones: conferir capacidad de agencia y liberar de las estructuras de clase impuestas por el materialismo histórico, así como de las lingüísticas introducidas por el giro cultural.
A nivel metodológico, proponemos que la visión social de la historia es difícil e incluso artificial desligarla de forma sustancial de lo cultural y político. Por eso, se deben abandonar las trincheras para fomentar un diálogo que destaque las similitudes y discuta abiertamente las divergencias sobre la visión del pasado, en función de la mirada que prevalezca en el estudio —lo social, lo cultural o lo política, en todas sus dimensiones—. Cada vez más, la tendencia de los historiadores, conectados con otras disciplinas, como la sociología, las ciencias políticas, la criminología, el derecho o la psicología, es aportar una visión del pasado más diverso y poroso. Por eso, no podemos dar por válidos los paradigmas impuestos por concepciones únicas. Lo importante es qué preguntas realizamos al pasado para que con un aparato metodológico correcto y buenas fuentes —sin olvidarnos de una mente abierta— podamos aproximarnos, siempre de una forma tangencial y subjetiva, al del pasado.
Ofreceré algunas breves reflexiones sobre la interacción actual entre la historia social, la historia cultural y la historia política, en minúscula ya que no deben ser categorías inmutables, que no siempre ha sido tan evidente. La historia social surgió como respuesta al enfoque predominante de la historia política en el siglo xix. Marc Bloch y Lucien Febvre, con la creación de los Annales d’histoire economique et sociale en 1929, bajo el lema: «El objeto de la historia es esencialmente el hombre. Mejor dicho: los hombres», marcaron el comienzo de esta nueva perspectiva[2]. Simultáneamente, el materialismo histórico, basado en los principios de Karl Marx, aportó su propia perspectiva, tratando de analizar la coerción sociopolítica del capital sobre clases subalternas. Ambas corrientes compartían la idea de que era necesario incorporar aspectos sociales para estudiar la política[3]. Esto se gestó en las tumultuosas primeras décadas del siglo xx, donde los individuos buscaban afirmarse dentro de colectivos a través de ideologías políticas, como el liberalismo, socialismo, comunismo o fascismo, y mediante su gestión económica, política y militar. Podría deducirse que la aparición de una «historia social» entre finales del siglo xix y comienzo del xx pudo ser fruto de una posible integración de las personas que estudiaban el pasado en colectivos, organizaciones sociopolíticas y de ideologías que le daban sentido. Un fenómeno que continuó a lo largo de gran parte del siglo xx. Se debe destacar que, a pesar de la fuerte impronta de ambas metodología y maneras de entender la historia, la política, entendida como la labor de los dirigentes, ya fuesen reyes medievales o personajes de las cortes de la época moderna, siguió su curso.
La tercera generación, encabezada por figuras como Jacques Le Goff o Georges Duby, dio paso a lo que se conoció como una nueva historia cultural y de las mentalidades, sentando así las bases de la linguistic turn[4]. De manera paralela, la historia marxista experimentó avances limitados durante la Guerra Fría, pero la recuperación de obras de Antonio Gramsci y Walter Benjamin, intelectuales que propiamente no fueron historiadores, aportaron valiosos matices al estudio histórico. El descubrimiento de la política represiva al otro lado del Muro de Berlín provocó una crisis en los partidos comunistas occidentales, que hizo que muchos intelectuales rompiesen no solo su carnet de dichos partidos políticos, sino también el soporte teórico de sus investigaciones. Esto ayudó al establecimiento de la new left, como respuesta a la izquierda tradicional, y que fue de la mano de nuevos movimientos políticos —feminismo, pacifismo o ecologismo—, y no tuvo un pensamiento unificado, sino que fue más un lugar de reunión de historiadores, sociólogos, politólogos y artistas, con diversas corrientes y enfoques. Entre los historiadores que formaron parte tanto del materialismo histórico como de la New Left —que posteriormente terminaría abandonando— destaca uno de los más influyentes de todos los tiempos, E. P. Thompson, que representó la búsqueda por entender otros aspectos sociales, como la formación de la «conciencia de clase»[5].
A pesar de las dudas iniciales y la desilusión asociada al giro lingüístico, con el tiempo la mayoría de los historiadores reconocieron sus beneficios y surgieron nuevas áreas de interés, como los análisis de la situación de las mujeres, las relaciones de género y las emociones. Perspectivas como la historia de género, teorizada por Joan Scott, se han destacado en este dossier[6]. La convergencia entre la historia social y cultural ha enriquecido la metodología y el conocimiento histórico, ofreciendo una visión más integral y completa de las complejidades del pasado. Autores como Gabrielle Spiegel o Miguel Ángel Cabrera —impulsor de la historia postsocial— plantearon ciertas limitaciones de su propuesta inicial. Defienden la prevalencia del discurso, pero reconocen que este no existe sin interacciones sociales y, por ende, sin individuos[7]. Desde la perspectiva de la historia social, figuras como Natalie Zemon Davis han sostenido que la historia social debe abordar aspectos de la historia cultural, ya que los individuos participan en ambas esferas[8]. A diferencia de Spiegel o Cabrera, Davis defiende la prevalencia de las relaciones sociales sobre el discurso, es decir, que estas mediatizan al segundo. En resumen, ha habiado una interesante convergencia entre las dos posturas que ha favorecido a la metodología y el conocimiento histórico[9].
En cuanto a la historia política, la célebre afirmación de que «en la vida todo es política» destaca la interrelación innegable entre las interacciones humanas, las decisiones y las estructuras sociales con el ámbito político. La convergencia de la historia social y cultural ha influido positivamente también en la comprensión de la historia política. Por este motivo, en 1999 los editores de Historia y Política reclamaron su espacio, evidenciando la importancia y la relevancia de esta disciplina frente a la fuerza de la historia social y el linguistic turn. Aunque ha sido difícil juntar las tres esferas sobre el análisis del pasado, finalmente esta convergencia ha enriquecido significativamente nuestra comprensión histórica, proporcionando un enfoque multidimensional y en constante evolución.
Este excesivamente breve y sintético recorrido demuestra cómo el estudio histórico es más diverso y poroso hacia otras formulaciones con el paso del tiempo. Partimos de una evolución historiográfica basada en la confrontación entre perspectivas, pero en este dossier factores políticos, sociales, culturales y discursivos se entrelazan para entender la realidad. Las relaciones sociales mediatizan el discurso en algunos contextos sociopolíticos, mientras que en otros escenarios es el discurso el que prevalece sobre las relaciones sociales. Estas relaciones tienen consecuencias políticas significativas, ya que las sociedades están compuestas por millones de individuos cuyas relaciones sociales y culturales influyen en la política. ¿Acaso los políticos no adoptan medidas en función de las relaciones sociales entre clases sociales y con los poderes políticos? ¿O es que los poderes políticos no utilizan un lenguaje específico para influir en la opinión pública? ¿Ese lenguaje no influye en sus relaciones interpersonales? Por ello, factores como los estudios de las emociones, las identidades, las relaciones de género, las minorías, las relaciones de la sociedad con el poder y su influencia en su consolidación, la historia local o la microhistoria han adquirido una importancia creciente.
Sin embargo, bajo mi punto de vista, esta generación que comenzó a escribir en el 2000 ha aportado un elemento distintivo con respecto a las anteriores. Este cambio es resultado del contexto político en el cual crearon sus obras. Se destaca por otorgar agencia a los individuos, colocándolos como protagonistas del relato y no ocultándolos, a diferencia de la historia política decimonónica, la evolución de la historia social, vinculada al materialismo histórico en la historia social, o las del lenguaje —como el giro lingüístico—. Este enfoque está en los artículos de este monográfico, cada uno centrado en el colectivo que aborda o en la evolución historiográfica producida. Se aleja del estudio general del Ejército para centrarse en los combatientes, de las mujeres para enfocarse en las trabajadoras domésticas, de la Iglesia para estudiar a los religiosos y del fascismo y Falange —y la relación entre ambas— para dirigirse a las personas que conformaban la organización. Sin embargo, también es el estudio del Ejército, la Iglesia, la mujer y de la Falange.
Los artículos que integran este dossier tienen como objetivo primordial mostrar el estado actual de las investigaciones sobre algunos debates actuales sobre la Guerra Civil española y el franquismo: la consolidación social del franquismo y la naturaleza política del régimen a través de otros colectivos y poniendo el foco en el individuo. Se realiza desde los llamados war studies, la historia social, la cultural, la política e introduciendo aspectos de género, religiosos o de relaciones internacionales. Se debe dejar claro que los artículos no pretenden ser algo cerrado, sino abrir un espacio de encuentro con otros colegas de profesión para enriquecer nuestro conocimiento del pasado.
En este contexto, se busca examinar las contradicciones presentes en el discurso, destacando el respaldo inquebrantable de religiosos, combatientes y miembros de Falange a la dictadura franquista. Al mismo tiempo, se exploran las experiencias de colectivos marginados que, a pesar de encontrarse en una posición desfavorecida, exhiben una notable capacidad de resistencia, como es el caso de las trabajadoras del hogar. Cada uno de estos grupos sociales sirve como lente para comprender los desafíos y virtudes en la consolidación del régimen franquista, revelando una capacidad de agencia que se manifiesta en diversas formas, desde acciones colectivas hasta estrategias ingeniosas de los individuos para adaptarse al contexto político e, incluso, respaldar activamente el Nuevo Estado.
Es crucial tener presente que las actitudes sociales no son estáticas ni monolíticas, ya que están constantemente en un proceso de cambio. Este cambio está influido por las diversas identidades sociopolíticas de las personas y la forma en que interactúan con sus semejantes, así como por sus experiencias pasadas, ya sean vividas o transmitidas, y su relación con el poder o la interpretación del discurso. No obstante, este no es el único debate historiográfico que surge en estas líneas, ya que, desde una perspectiva diferente, se enfoca en el individuo.
Un ejemplo palpable de este enfoque es el debate sobre la naturaleza política del régimen franquista. Inicialmente, se basó en los análisis de la politología de J. J. Linz, quien lo consideraba un régimen autoritario. Sin embargo, con el tiempo y la contribución de la historia cultural, especialmente en el estudio de los nacionalismos, se generaron diferentes perspectivas que enriquecieron su conceptualización. Los debates sobre este tema en Italia, Alemania y otros países europeos contribuyeron significativamente a este proceso. En el contexto español, las propuestas vinieron principalmente de la mano de Ismael Saz y la escuela de la Universitat de València, de Joan María Thomas o Ferrán Gallego y otros autores de la Universitat Autònoma de Barcelona. También habría que incluir a Eduardo Gónzalez Calleja, Francisco Cobo y la escuela de la Universidad de Granada, Mercedes Peñalba-Sotorrío y las nuevas generaciones que están trabajando en este tema[10].
El debate en torno a la consolidación social del franquismo ha sido un tema recurrente desde la llegada de la democracia. Este debate comenzó a emerger a finales de los años ochenta y principios de los noventa, coincidiendo con la llegada de una nueva generación de historiadores. Buscaron romper con la división del periodo en dos bandos monolíticos: franquismo y antifranquismo[11]. Una de las características distintivas de estos trabajos fue la falta de normalización en los términos empleados, lo que llevó a una variedad de enfoques y perspectivas entre los autores. Además, se observó una polarización excesiva entre las categorías de resistencia y consenso, lo que llevó a una simplificación injustificada de la complejidad política y social del periodo. Hasta la década de los noventa no se comenzaron a desarrollar estudios específicos sobre las opiniones y posicionamientos sociales durante el franquismo. Los trabajos de historiadores como Ismael Saz, Francisco Sevillano y Antonio Cazorla marcaron un punto de inflexión en este sentido[12].
Los tres primeros artículos, de Francisco Leira, Óscar Rodríguez Barreira y Sofía Rodríguez, están influenciados por la obra de Antonio Cazorla. Como afirmó este autor, el franquismo se constituye durante la guerra y a través de la memoria impuesta por las autoridades franquistas, al contrario que los casos alemán e italiano, cuyos regímenes se descomponen en la Segunda Guerra Mundial[13]. Por este motivo, el capítulo de Francisco Leira se centra en la propia Guerra Civil y en los combatientes. Indaga en la capacidad de aceptación de una realidad violenta por parte de los propios perpetradores de la misma. La culpa es un sentimiento difícil de aceptar; por eso, los individuos necesitan codificar su propia experiencia para hacerla aceptable a sus estándares morales. Examina la influencia de los relatos de los desertores del bando republicano que contaron en las trincheras a sus nuevos compañeros de armas. De algún modo, estos relatos pudieron influir en la aceptación de lo que les tocó vivir de manera forzosa, pues así había sido su reclutamiento. Se trata de integrar la vertiente cultural y la social, sin los determinismos que pudieron arrastrar con mayor o menor frecuencia durante mucho tiempo ambas corrientes. Del mismo modo, es un artículo que propone una alternativa al consenso posterior del franquismo, sin defender que los soldados de recluta forzosa se convirtieron en fascistas y la guerra provocó que se desinteresasen por la política y aceptasen el nuevo régimen. Plantea una postura intermedia entre la defendida por Miguel Alonso y Javier Rodrigo, y muestra una evolución en la propia perspectiva, publicada años antes —gracias a la influencia de los dos primeros—[14].
Óscar Rodríguez Barreira, por su parte, considera el parafascismo como una oportunidad para analizar categorías híbridas en funcionamiento dentro de una sociedad en movimiento. Utilizando el concepto de hibridación de Kallis, pone su foco en cómo el fascismo se convirtió en un referente político para una parte de la sociedad, que trató de adaptar las innovaciones sociales y de relación colectiva que llevaba aparejada. La aportación novedosa de Óscar Rodríguez está en tratar de entender cómo las culturas políticas prefiguran la forma en que las personas interactúan con las instituciones, las organizaciones y con la comunidad en la que residen. Al fin y al cabo, terminaron condicionando las decisiones individuales en el contexto de la Guerra Civil y la dictadura. Por tanto, no realiza un análisis exclusivamente desde las ciencias políticas o la historia política, sino que, como Willian Sewell, entiende la cultura política como parte de la evolución y adaptación de los individuos al contexto político[15].
Falange, antes del conflicto, era un partido reducido, con escasa repercusión social y que no fue capaz de entrar en el Parlamento en 1936. Sin embargo, tras la guerra su crecimiento fue exponencial, tanto en la movilización de milicias como de poderes públicos. No obstante, el debate sobre de dónde procedían las primeras corporaciones locales, los gobiernos civiles, los dirigentes de asociaciones, entre otros, ha estado muy abierto. Como demuestra el texto de Óscar Rodríguez Barreira, depende del territorio, pues lugares como Almería, Galicia e, incluso, Asturias tuvieron que echar mano del personal político que procedía de la Restauración y de la República. De ahí el evocador título de «Tratando de hacerse fascista», pues muchos, aunque se fascistizaron como consecuencia del contexto sociopolítico y cultural, procedían de culturas políticas afianzadas en un largo liberalismo. Por tanto, aunque muchos participasen y fuesen clave en la instauración del franquismo, no defendían toda la ideología que impusieron con las armas.
Sofía Rodríguez, en su análisis sobre las mujeres afiliadas en la Sección Femenina, analiza la atracción de esta organización fascista en las primeras etapas de su existencia. También utiliza el concepto de hibridación de Kallis y de cultura política de Sewell. Su enfoque interseccional proporciona una visión detallada de los perfiles de la militancia y los motivos de afiliación, destacando la influencia de la trayectoria reaccionaria de las familias acomodadas en la participación de las mujeres en esta organización. Desde la historia social aparece un aspecto que introdujo la historia cultural, las identidades, y a su vez lo engarza con la tradición de la historia social británica heredera de las tesis de E. P. Thompson, con la formación no de una clase social, pero si de una forma de sentirse en un contexto político, en este caso dictatorial, muy concreto. Analiza los orígenes sociales como «camisas viejas» de la Falange previa a 1936, y la inflación en las filas de FET-JONS durante y después del conflicto bélico. Utilizando las diversas aproximaciones teóricas a la organización, cronologías y estudios de caso de toda España, explica el poder de atracción de la única organización política femenina durante la dictadura en las primeras etapas de su existencia. Fue en la trayectoria reaccionaria de las familias acomodadas donde observamos cómo se conminó a sus hijas a apoyar primero las campañas en contra de la secularización del Estado republicano votar a las derechas en 1933 y resarcir después a «sus caídos» en la Guerra Civil.
En estos tres primeros artículos, la identidad y la socialización están muy presentes y la pregunta que pretenden responder es: ¿qué elementos ayudaron a implantarse a la dictadura franquista? Se puede observar que hay una tendencia historiográfica que defiende la diversidad social, frente a lo que prevaleció en el pasado de bandos monolíticos, rojos y azules, vencedores y vencidos, víctimas y verdugos, ellos y nosotros. A nivel discursivo durante la guerra y la dictadura es cierto que se estableció esa distinción, pero estuvo más presente en la retórica. Antes del golpe de Estado de 1936 había partidos republicanos con diferentes posicionamientos más a menos izquierdistas, republicanos más o menos de derecha, conservadores monárquicos, partidos de derecha que se fueron fascistizando, socialistas de distinto signo, comunistas, un movimiento libertario a su vez heterogéneo y con fracturas internas, un movimiento agrarista con múltiples sensibilidades, partidos regionalistas, partidos nacionalistas subestatales, un partido fascista con distintas tendencias y un incipiente movimiento carlista.
Es decir, existía una sociedad civil diversa, activa, plural y con proyectos políticos diferentes. Asimismo, no existía la violencia política que muchos defienden, como de manera cuantitativa demostró González Calleja y cualitativa Rafael Cruz[16]. Para demostrar esta diversidad de posicionamientos previos al golpe y sus consecuencias, tenemos la aportación de José Ramón Rodríguez Lago. Escribe sobre los religiosos, algunos altos cargos dentro de la jerarquía católica que defendieron la República o, al menos, se opusieron a la violencia. Es algo que puede sonar contradictorio debido al apoyo que los obispos dieron a los golpistas en julio de 1937 con la Carta colectiva del Episcopado español a los obispos del mundo entero. En primer lugar, como han demostrado autores como Dionisio Vivas, muchos obispos eran reticentes, incluido el propio cardenal primado Isidro Gomá[17]. Un texto que aborda de una manera fiel, y con una explicación simple y sencilla, la complejidad de las relaciones entre la Santa Sede y los católicos españoles que se manifestaron a favor del bando republicano. Resulta excelente el uso de la documentación del pontificado de Pío XII, accesible en los archivos vaticanos y romanos o la consultada en archivos estadounidenses, entre otros. Estudia el funcionamiento, la dimensión y el alcance de la agencia diplomática desarrollada por la curia vaticana ante la España de Franco y la del exilio, la labor asistencial y espiritual entre los refugiados españoles o la actuación respecto a los presos políticos y los sentenciados a muerte. No obstante, las medidas contra militantes y clérigos católicos opuestos al régimen de Franco contaron en la mayor parte de las ocasiones con la aceptación, más o menos entusiasta, de una Santa Sede «más influida por los intereses de la Realpolitik que por los principios humanitarios o los postulados de su misión espiritual».
El artículo de Eider de Dios, «¡Y la criada salió respondona! Las trabajadoras del servicio doméstico», ahonda en la idea de ruptura que ha supuesto para la obtención de derechos políticos y de tejer redes de solidaridad social[18]. Muestra cómo las sirvientas representan a la República, al desorden, a las aspiraciones de los pobres, a la protesta. Por este motivo, la dictadura considera que es necesario guiar a España hacia lo que debería ser: pasar de una criada «rebelde a una leal sirvienta». Es una metáfora de lo que trataron de hacer con la sociedad desde el golpe de Estado, reeducar a la «otra España», a la vencida. La sirvienta adquiere un rol poderoso, pues conoce los secretos de las personas a las que sirve y, por eso, podía ser delatora y enviar a alguien a la muerte porque la hubiesen humillado en el pasado. Además, es importante señalar que hay delatoras en ambos bandos, y que la imagen es mucho más compleja de lo que se creyó en el primer franquismo.
Es crucial destacar cómo la diversificación de los modelos de mujer durante la República afectó a las trabajadoras del servicio doméstico, permitiéndoles sindicarse y regulando su trabajo por primera vez en la historia de España. Sin embargo, la Guerra Civil interrumpió este proceso de emancipación social y, de manera curiosa, contribuyó a la comprensión de la consolidación del régimen. Se plantea la idea de que este imaginario llevó a la dictadura a querer eliminar cualquier relación del servicio doméstico con la esfera laboral.
En su detallado análisis, José Luis Ledesma realiza un exhaustivo repaso crítico de la historiografía sobre la Guerra Civil Española y el franquismo, centrándose de manera particular en las contribuciones más recientes desde una perspectiva social. En lugar de limitarse a ser un mero compendio de numerosos autores, Ledesma traza las características y la evolución de este campo, especialmente a partir del año 2000, revelando las tendencias y enfoques que han marcado su desarrollo. En este contexto, destaca la creciente importancia de la historia «desde abajo» y cómo han emergido nuevos sujetos de estudio que, con su capacidad de agencia, ofrecen una comprensión más profunda de la ruptura sociopolítica, cultural y económica que representó el golpe de Estado de julio de 1936. No solo se centra en el pasado, sino que también vincula la labor del historiador con el contexto social contemporáneo. Interroga sobre el papel que movimientos sociales actuales como el 15M o Occupy Wall Street podrían desempeñar como respuestas radicales y positivas a la crisis del 2008. Además, señala cómo la actual ola reaccionaria impacta en la generación actual de historiadores, influyendo en la incertidumbre laboral y en las condiciones de investigación en el país.
En el marco de este dossier, convergen tres generaciones distintas de historiadores, cada una con sus aportacioenes desde sus perspectivas y preocupaciones. Ledesma destaca cómo estas generaciones están sentando las bases de la historia social, cultural, política y económica, abogando por superar los marcos de referencia restrictivos para enriquecer y ampliar el conocimiento histórico, de manera similar a cómo generaciones anteriores han pavimentado el camino por el cual transitamos hoy.
En resumen, estos artículos contribuyen eliminar la dicotómica visión de una historia realizada desde el franquismo y el antifranquismo, subrayando la diversidad de posicionamientos políticos y sociales existentes antes del golpe de 1936. Busca superar la simplificación de dos bandos monolíticos, demostrando que la sociedad civil preexistente era diversa, activa y plural, con proyectos políticos diferentes, y desentrañar el complejo procesos de consolidación social —y político— del franquismo. Buscamos conocer un poco mejor ese elefante del que hablé al principio, desde el debate con nuestros/as compañeros/as de profesión, pero también con otras disciplinas como las ciencias políticas o la sociología. De este modo, este dossier aborda, desde la perspectiva de historiadores/as que escriben en 2024, los mismos intereses que llevaron a la fundación de esta revista hace cincuenta años.
[1] | |
[2] |
Bloch (2002: 29). Para conocer el nacimiento y evolución de la escuela de Annales consultar a Burke (1975, 1993). |
[3] |
Palmer (2018: 41-48). |
[4] |
En 2005 se publicó en castellano la monografía Burke (1993) dedicada a la historia cultural. Asimismo, resulta de gran interés la compilación realizada por el mismo autor en 2003, en concreto su capítulo; Kocka (2002: 65-86); Hernández Sandoica (2004); Piqueras (2008: 59-89), o Pérez Ledesma (2008: 227-248). Sobre el giro lingüístico, Rorty (1998) y, especialmente, Chartier (1998: 87-107). |
[5] |
La obra más destacada de E. P. Thompson se publicó en 1963 y supuso un cambio en la historia social. Sin embargo, también se preocupó por dejar textos de carácter metodológico sobre la evolución de la disciplina (1981). Ver también Artaraz (2022: 97-12) o Hernández Sánchez (2012: 81-94). |
[6] |
Scott (1986: 1053-1075). |
[7] |
Cabrera (2001) y especialmente el dossier «Más allá de la historia social», de la revista Ayer (2006), coordinado por el propio Miguel Ángel Cabrera y en el que escriben Joan Scott, Gabrielle Spiegel o William H. Sewell Jr., entre otros, y en el que se condensan los matices propuestos por todos ellos. |
[8] |
Zenon Davis (1991: 177-182). |
[9] |
Dos excelentes síntesis son la escrita por Pérez Ledesma (2008: 227-248) o la editada por Ortega López (2007). |
[10] |
Saz (2003, 2004, 2013); Thomas (2001); Gallego (2005, 2014); Gónzalez Calleja (2011); Cobo et al. (2016), y Peñalba-Sotorrío (2009, 2015). |
[11] |
Cazorla (2002: 303-320). |
[12] |
Cazorla (2000), aunque posteriormente publicaría Miedo y progreso (2016), que ampliaría lo publicado en su primera monografía. Saz (1999) o Sevillano Calero (2000). |
[13] |
Cazorla (2002): 303-320). |
[14] |
Leira Castiñeira (2020); Rodrigo (2016), y Alonso et al. (2019). |
[15] | |
[16] | |
[17] |
Dionisio Vivas (2011). |
[18] |
Una idea extendida que puede observarse en el reciente libro de Fernández Prieto y Leira Castiñeira (2023). |
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