En una bucólica colina situada a unos veinte kilómetros de la ciudad de Linz y a orillas del río Danubio se erigió el 8 de agosto de 1938 el KL-Mauthausen, campo-cantera que se convirtió en un infierno en la tierra para las decenas de miles de personas que pasaron por el archipiélago concentracionario nazi. Desde el inicio, este campo fue el único que ocupó la tercera y última categoría en la circular enviada por Reinhard Heydrich a inicios de 1941. Reconocido como el punto más terrible de toda la red, a él solo debían ser transferidos aquellos «incorregibles» enemigos del Reich, de los que no se esperaba nada más que la extenuación y la muerte. Allí llegaron los primeros cientos de españoles el 6 de agosto, poco después de la rendición de Francia, marcados curiosamente con un triángulo azul (utilizado para los «emigrantes» o «apátridas», diferente al resto de KL, que tenían el triángulo rojo de prisioneros políticos) y que no tardaron en descubrir la trituradora de almas diseñada para exprimir hasta la última gota de sudor de los 7251 españoles deportados hasta la liberación el día 5 de mayo de 1945 por las tropas estadounidenses. De estos, según los cálculos realizados por ambos profesores, 4750 encontraron la muerte.
En este contexto histórico se enmarca la investigación los autores, miembros del Grupo de Investigación Complutense de la Guerra Civil y el Franquismo (GIGEFRA). Basta recorrer los primeros capítulos para observar que se trata de una aproximación historiográfica solvente y rigurosa por la inmensa labor de consulta archivística (más de una decena de archivos nacionales e internacionales), que cuenta además con documentos inéditos y desconocidos hasta el momento gracias a la colección de los diez libros de registro recopilados entre 1950 y 1952 por la Oficina Nacional de Antiguos Combatientes y Víctimas de Guerra francesa. Si a esto le sumamos un interesante apartado gráfico proveniente sobre todo de los Archivos Nacionales y Administración de Documentos estadounidense (NARA), nos encontramos con un libro que será, sin duda alguna, referencia para futuros trabajos académicos y que toma el testigo del estudio realizado ya en el año 2000 por David Wingeate Pike: Spaniards in the Holocaust: Mauthausen, the horror on the Danube (reeditado en 2014 y citado profusamente por los mismos autores) y que en una vertiente distinta también fue objeto de estudio en 2018 por Sara J. Brenneis: Spaniards in Mauthausen: Representations of a Nazi Concentration Camp, 1940-2015.
Gómez y Martínez estructuran el libro en tres partes. La primera, la más breve, ofrece un amplio contexto histórico que abarca desde los orígenes de los KL a los diferentes engranajes e instituciones que colaboraron en llevar el ignominioso traslado de centenares de miles de vidas a estos campos. Aquí vemos la importancia de la colaboración franco-hispano-germana que supuso el inicio del fin para miles de republicanos españoles y la odisea vivida por ellos que, derrotados tras la Guerra Civil, van a parar a una Francia donde les esperaba la arena de las playas y los barracones, el primer contacto con la Alemania nazi en los campos de internamiento de prisioneros de guerra, los denominados Stalag, hasta la llegada a Mauthausen.
La segunda parte aborda la vida del campo, el día a día de los presos a la vez que se entrelazan testimonios personales y memorias de quienes pasaron años al filo de la muerte. Los infaustos compañeros más frecuentes de los republicanos en Mauthausen fueron la disentería, el hambre, el frío, los castigos físicos e, incluso, los experimentos científicos. También el lector podrá encontrar que los relatos de los españoles se encuentran salpicados de algunos personajes infames, como Franz Ziereis, comandante del campo, cínico hasta el final, o los sádicos Karl Chmielewski o Hermann Richter.
La tercera y última parte describe el cambio de rumbo que sufrieron los KL al final de la guerra y el enorme caos en el que se sumieron los campos ante la perspectiva de la derrota nazi. Entre el deseo de los jerarcas nazis de ocultar las pruebas, mantener la industria armamentística y utilizar a los presos como monedas de cambio se movió una maraña de políticas contradictorias que dejaron pendiente de un hilo la total aniquilación de los presos en Mauthausen hasta su liberación.
Los relatos sobre Gusen o el fantasmagórico castillo de Hartheim, con su cámara de gas, completan una visión de los horrores que sufrieron los rotspanier («españoles rojos»). Merece destacar el conjunto de tablas y gráficos que nos ayudan a ver datos tan interesantes como la evolución de la mortalidad por meses y años de los presos españoles en el complejo de Mauthasen-Gusen o las edades de estos y su procedencia geográfica (págs. 163-168).
Los autores muestran también la evolución de los KL a lo largo de los años y cómo el esfuerzo bélico obligó a la reconversión de los campos de concentración para aumentar su productividad, especialmente tras el fracaso de las operaciones en el Este. El ya entorno dantesco o ballardiano de los campos de concentración se acentuó aún más cuando la industria armamentística alemana se instala en ellos a partir de 1942: la paradójica necesidad de «convertir un perfeccionado sistema de exterminio en una moderna fábrica de esclavos competitiva sin modificar sustancialmente ni su esencia ni su funcionamiento» (p. 206) consiguió que los españoles supervivientes desde hacía ya varios años pudieran escalar en la jerarquía presidiaria gracias a su veteranía en el campo, las conexiones con los superiores, la cohesión y solidaridad de varios de ellos y una coyuntura favorable que les permitió adaptarse y sobrevivir en mayor número. Una supervivencia que se hacía a expensas de otros grupos, lo que denominan correctamente los autores la «zona gris» (referencia a Primo Lévi).
El intercalado de información sobre lo que ocurre en otros campos junto a las explicaciones del cambio de políticas durante el nazismo interrumpe a veces el relato principal, pero ayuda a comprender mejor lo que ocurría en Mauthausen. Por todo ello, este libro se hace imprescindible para los investigadores del Holocausto y el rescate de la memoria republicana en los campos, y logra su objetivo sin caer ni en la lágrima fácil ni en el voyeurismo. Concluimos con las conmovedoras palabras de Prisciliano García Gaitero, mencionado frecuentemente en el libro: «Oh Dios, de qué era yo culpable, de haber nacido o de pertenecer a una generación que había nacido en los aledaños de una guerra y que fue obligada a matarse en otras dos» (p. 178).