El libro que publica Routledge en la serie Studies in Modern History viene a arrojar luz, o más bien asentar unos cimientos sólidos, a un vacío histórico llamativo: el de la historia de las movilizaciones rompehuelgas, con sus bandas de matones, patrullas ciudadanas y organizaciones privadas que actuaban a caballo entre los intereses patronales, las necesidades del Estado y la salvaguarda nacional. Con el fin de ofrecer material para una reflexión global sobre el fenómeno de la violencia sociopolítica en la convulsa coyuntura de transición hacia la política de masas que arranca con el fin-de-siècle hasta los años de la crisis desencadenada por el crash bursátil de Wall Street, la obra se compone de múltiples casos de estudio, privilegiando así un mosaico transnacional cuyas contingencias son debidamente hilvanadas en la introducción. Precisamente, tal y como Matteo Millan y Alessandro Saluppo señalan en las páginas introductorias, el volumen se centra en la organización y evolución de los cuerpos privados que intentaron hacerse un hueco en el monopolio estatal de la fuerza. En consecuencia, se trata de sumar una nueva arista a la comprensión que se tiene de todas las sinergias de alteración, deformación o fragmentación del orden público en un lapso histórico de hondas tensiones políticas y sociales.
El trabajo colectivo que coeditan Matteo Millan y Alessandro Saluppo hace parte del proyecto «The Dark Side of the Belle Époque. Political Violence and Armed Associations in Europe before the First World War» (G.A. 677199-ERC-StG2015), financiado por Consejo Europeo de Investigación (ERC) bajo el programa de investigación e innovación Horizon 2020 de la Unión Europea. La genealogía de los trabajos agrupados en el volumen se encuentra en las contribuciones que se presentaron en el congreso internacional «Industrial Vigilantism, Strikebreaking and Patterns of Anti-Labour Violence, 1890s-1930s», que se celebró en Oxford los días del 23 al 24 de octubre de 2018, en asociación con el Departamento de Ciencias Históricas y Geográficas y la Mundo Antiguo de la Universidad de Padua, la Facultad de Ciencias de la Universidad de Oxford Historia y el Centro de Oxford para la Historia Europea (OCEH). La naturaleza del congreso, del que deriva la obra reseñada, se encuentra en las preocupaciones académicas comunes de ambos editores, cuyas trayectorias investigadoras han partido del estudio de la violencia squadrista, del imaginario antidemocrático de algunos sectores burgueses a principios del Novecientos y de la gestión de la amenaza revolucionaria por parte de los poderes ejecutivos.
La obra se estructura en un prefacio a cargo de Geoff Eley, la introducción de los coeditores, catorce capítulos temáticos y unas conclusiones de la mano de Martin Conway. En el preámbulo, el catedrático de la University of Michigan enfatiza la importancia de distinguir las dinámicas previas y posteriores a 1914 cuando se examina la violencia como una problemática en el proceso de democratización de la sociedad. Las primeras décadas del siglo se caracterizaron por la irregularidad y el constreñimiento de la virulencia, mientras que después de la Gran Guerra se puso drásticamente en duda el monopolio del legítimo uso de la fuerza por parte del Estado. La coerción organizada bajo milicias, grupos de vigilancia, Ejército o policía era connatural a la autoridad de los Gobiernos legalmente instituidos porque la fuerza era un mecanismo de sanción. Pero en los años de postguerra, insiste Eley, las insurgencias populares, combinadas con el ascenso de los fascismos, desencadenaron, en una vorágine que se retroalimentaba, excesos de violencia política.
Una primera parte agrupa los capítulos que tratan sobre las respuestas institucionales. La contribución a cuatro manos de Volodymyr Kulikov e Irina Shilnikova pone sobre la mesa la trascendencia de una realidad histórica alejada de la vía normativa de las sociedades plenamente capitalistas. A diferencia de otros regímenes constitucionales del centro de Europa, el Gobierno zarista se opuso ceñudamente a que los proletarios consiguieran asentarse en el terreno laboral o político. Las duras y continuadas represiones que sufrió el movimiento obrero organizado durante 1906 y 1911 explica el estallido de la revolución de 1917. Por su parte, Assumpta Castillo Cañiz examina las nuevas formas de violencia que se desarrollaron en la periferia de dos Estados europeos periféricos: Portugal y España. Los tres casos locales estudiados muestran cómo las transformaciones económicas, por un lado, y la difusión del sufragio y de la sindicalización, por el otro, implementaron las formas de lucha obrera y represión de las zonas urbanas en el campo. Además, subraya que la delegación o permisividad de la represión a cuerpos privados por parte de las instituciones formaba parte de un proceso de fortalecimiento del Estado. Otra forma de proceder se encuentra en el texto de Erik Bengtsson. El autor revisa la asunción historiográfica de la permisividad de la política liberal sueca abordando la legislación en 1899, la calculada tolerancia gubernamental a la huelga general de 1909, que consiguió desarticular el movimiento proletario, y el soporte del Ejército a los rompehuelgas. En cambio, el incremento de la contestación obrera desde 1880 en el imperio austríaco ofrece otra perspectiva. Analizando la triangulación entre una política interior ministerial consciente de la opinión pública, la dificultad de los ayuntamientos para aplicar la regulación y contener las protestas y el rol del Ejército, la tesis de Claire Melon es que la vida laboral y política se militarizó en los albores de la Gran Guerra. El apartado concluye con el capítulo de Pierre Eichenberger sobre las causas que impelieron a fundar la Organización Internacional de Empleadores Industriales (IOIE) en 1920. Si bien la IOIE partía de unos contactos globales, de unas preocupaciones comunes para frenar la creciente solidaridad de clase obrera, el texto indica claramente los límites tácticos de la alianza entre patronos de distintos estados debido a las lógicas competidoras del mercado capitalista.
La segunda parte agrupa cinco textos que indagan acerca de las prácticas y tácticas empleadas contra las huelgas. En su estudio sobre las Messageries Maritimes en 1900-1920, Charles Bégué Fawell demuestra los mecanismos de la empresa naviera francesa para mantener a raya a los trabajadores, quienes sacaban provecho de los roles poco definidos que desempeñaban y de los resquicios en la soberanía imperial. La estrategia patronal de contratar mano de obra rotante y colonial comportó que los obreros organizados tuviesen que lidiar con la solidaridad racial. Prerna Agarwal analiza las tácticas patronales empleadas en el imperio británico por la formación amarilla Calcutta Docker’s Union, encargada de contrarrestar a la comunista Calcutta Port and Dock Worker’s Union, declarada ilegal tras la huelga de 1934. Es interesante observar que el empeño para frenar el sindicalismo rojo fomentó la base popular de la fanática Liga Musulmana en los puertos. El capítulo de Thanasis Betas incide en la pluralidad de respuestas dadas por los patronos (violencia, coerción, paternalismo) para lidiar con las huelgas obreras, comparando los estallidos que ocurrieron en Atenas, El Cairo y Salónica en empresas tabacaleras a principios del Novecientos. El autor insiste en que para comprender la pugna entre capital y trabajo se requiere incorporar en los análisis las cuestiones raciales, de género y generacionales. Bajo un prisma más particular, George Gilbert se adentra en el imaginario antihuelguista de las formaciones nacionalistas rusas entre 1905 y 1914, tales como la Unión del Pueblo Ruso. Gilbert apunta que esas organizaciones rompehuelgas actuaban bajo sus propios intereses, generando problemas para las autoridades. Es interesante remarcar el influjo que tuvo la experiencia del jefe de policía Sergei Zubatov (1902-1903) a la hora de crear ligas patrióticas que se infiltraran en los sindicatos; a pesar de que el modelo no cumplió con los objetivos de la autoridad de dividir al proletariado, las derechas nacionalistas lo tomaron como ejemplo a partir de la revolución de 1905. Otra manifestación rompehuelgas es la que Amerigo Caruso relata al presentar las trayectorias de Friedrich Hintze y su banda y las actividades del agente antihuelguista Karl Katzmarek. El capítulo se enfoca en los procesos que llevaron a los industriales a incorporar criminales y pistoleros para resolver el conflicto sindical alrededor de 1907.
El último apartado habla del fenómeno de la vigilancia industrial y cívica. Los capítulos reunidos reflexionan sobre la injerencia de las patrullas privadas en la vida pública. Vilja Hulden y Chad Pearson tratan de las técnicas organizativas y de la propaganda de la estadunidense Citizen’s Industral Association of America (CIAA), organización creada en 1903 para mantener la libertad individual, salvaguardar la propiedad privada y mantener el derecho de contrato, y el influjo que ejerció el escritor de novelas del oeste Owen Wister a la hora de articular un imaginario individualista y heroico, opuesto al colectivismo sindical. En la misma línea, Alessandro Saluppo trata la Volunteer Police Force, fundada en Londres en 1911. El autor se sirve de este cuerpo armado para exponer cómo el fenómeno de las milicias patrulleras respondió a la creciente inseguridad de las clases conservadoras británicas a las reivindicaciones populares y a la desconfianza hacia la capacidad del Estado para mantener el orden. En un contexto de creciente fiebre nacionalista, el porte militar del organismo evidencia la existencia de un sector social cuya ideología no desestimaba el uso de la violencia contra la población obrera en nombre de veleidades patrióticas. A su vez, el capítulo de Matteo Millan aborda la inseguridad del orden público en la sociedad italiana causado por la imbricación entre los esfuerzos gubernamentales para instigar a la ciudadanía a oponerse al sindicalismo militante y por las movilizaciones espontaneas que surgieron por miedo a la revolución social. La gestión atropellada de la situación por parte de las élites permitió que germinasen sentimientos populares de rechazo al régimen que fueron canalizados por el movimiento fascista. Por último, el texto de Martin Conway reafirma la idea de comprender la violencia antihuelguista como la arista sensible de los procesos caóticos de la modernización donde se sumaron actores marginales y oportunistas fuera de la dinámica de la lucha de clases. Conway incide en la idea de considerar el fenómeno como la expresión de una desazón, pero con modulaciones tanto temporales como contextuales. Con todo, como reivindica, la dificultad para encontrar evidencias empíricas y archivísticas convierte el libro en un paso agigantado para la comprensión de la violencia antirrevolucionaria en la era del advenimiento de las masas.