Apelar al diálogo entre disciplinas académicas hoy, evidencia una paradoja en relación con los propios orígenes del conocimiento. Aprendemos en la escuela que el paso del mito al logos hizo posible el surgimiento de la filosofía en la Grecia Antigua. Este nuevo saber con pretensiones racionales, críticas y totalizadoras pudo asentarse en un contexto en el que las explicaciones míticas y poéticas trataban de dar respuesta a los fenómenos naturales que ocurrían en el mundo. El perfil global e integrador que exigía al filósofo estar al corriente de todos los conocimientos que el ser humano había generado, se debilitó durante la modernidad cuando la llamada revolución científica surtió a las disciplinas de nuevas ideas en el plano teórico y aplicaciones en el práctico. Desde entonces, la eclosión de la ciencia moderna tendió hasta nuestros días hacia una especialización extrema, que tenía el empeño de abarcar todos los resquicios de cualquier campo de investigación. Así, los saberes se dividieron y se multiplicó el número de disciplinas. Sin embargo, la hiperespecialización hizo necesario, al mismo tiempo, disponer de un vínculo entre las distintas disciplinas, a fin de lograr una percepción total de la realidad. Con esta finalidad apareció en el tapete académico e intelectual la interdisciplinariedad, como una exigencia interna de las ciencias buscando limitar el fraccionamiento en los modos de abordar el conocimiento.

La complejidad de los fenómenos a estudiar requiere proyectar miradas múltiples, como es el caso de la Dictadura de Franco (1939-‍1975). Aquí tiene sentido la aparición de El franquismo en caleidoscopio, una obra colectiva de la que Zira Box y César Rina son editores. Este texto tiene una intención doble: incentivar la conversación entre disciplinas, que permite incorporar las herramientas y debates procedentes de otras ciencias, teniendo presente las dificultades y la incertidumbre que conlleva bucear en las entrañas de materias ajenas; y también, quiere evidenciar que existen disciplinas de difícil etiquetaje porque no pertenecen manifiestamente a ninguna ciencia, más bien son rayanas y ocupan dominios de distintos saberes.

La idea de mirar al franquismo en caleidoscopio resulta reveladora, pues a medida que volteas el tubo cambia nuestra visión sobre las distintas cuestiones. Y la metáfora es muy acertada porque si alteramos los interrogantes que le hacemos al pasado, obtendremos respuestas cada vez más complejas y cambiantes, exactamente como es la realidad. El franquismo es un objeto de estudio con cierto bagaje transdisciplinar. En él ya ha llegado a reunirse la historiografía con otras ciencias sociales, dado que es la única alternativa para conseguir respuestas esclarecedoras de un periodo que es cronológicamente dilatado, además de complejo por la cantidad de factores explicativos que entraña. Así que la obra está ensamblada de modo que en las contribuciones de los autores primero se muestran los planos teóricos de cada disciplina a partir de algunos conceptos con los que se puede abordar el franquismo, para que más tarde la propuesta teórica sea aplicada en algún caso práctico.

La primera parte de la obra se ocupa de señalar las aportaciones del diálogo transdisciplinar entre la historia y tres ciencias sociales: la criminología, a cargo de Alejandro Pérez-Olivares, a partir de herramientas como la comprensión de los delitos y las conductas concebidas como desviadas; la sociología, siendo Zira Box la encargada de elaborar una aportación articulada en torno al dilema estructura-acción, donde el interés recae en el sujeto y su capacidad de acción en cualquier contexto social; y la antropología, partiendo del aporte de César Rina, quien revela cómo la cultura y los ritos festivos ayudaron a explicar la construcción de la legitimidad franquista mediante diversas herramientas culturales. Por otro lado, la segunda parte de la obra enfrenta el desafío de alumbrar las contribuciones que pueden hacer los estudios culturales al análisis de la España franquista. Sara Santamaría reflexiona acerca de la memoria del franquismo desde los estudios postcoloniales, analizando la exposición «Ifni. La mili africana dels catalans», que tiene el objeto de dar voz a los catalanes que participaron en la guerra de Ifni en la segunda mitad de los años cincuenta. A este le sigue un capítulo firmado por Richard Cleminson y Ricardo Campos, quienes desde la historia de la medicina valoran el recorrido y la permanencia de dos tradiciones dispares dentro de los debates sobre la raza y la salud. E Igor Contreras, a partir de la musicología, analiza las interacciones entre los compositores musicales y las élites políticas centrándose en la figura de Joaquín Rodrigo.

La tercera parte observa las posibilidades que ofrecen disciplinas pertenecientes a la educación y la comunicación para estudiar la dictadura. Tamar Groves y Mariano Delgado se plantean desde la historia de la educación el impacto y la influencia que tuvieron organismos internacionales como la UNESCO durante la primera etapa del franquismo. A este, le sigue un capítulo de Fernando Hernández que reflexiona sobre cómo enseñar la dictadura en la escuela, partiendo de la base de conceptos e instrumentos trabajados en la didáctica de la historia. Y José Emilio Pérez y José Carlos Rueda, desde los estudios de comunicación, se acercan a la repercusión de la radiodifusión y la televisión para vislumbrar mejor dinámicas internas de la dictadura. Asimismo, la cuarta y última parte presenta apuntes breves sobre la ciencia forense para entender las exhumaciones franquistas; el aporte de la ciencia política a través de la formación de conceptos y el institucionalismo histórico, que es la forma en la que los politólogos han reflexionado sobre la historia; y la circulación de las narrativas culturales de los imaginarios mediante las imágenes del turismo en el segundo franquismo, desde la historia del arte. Las consideraciones acerca de estas últimas tres disciplinas corren a cargo de Miriam Saqqa, Carlos Domper y Alicia Fuentes, respectivamente. Y finalmente, se muestra un espacio más que sugerente donde los editores conversan con los dibujantes de cómic Sento Llobell y Ana Penyas, con la cineasta Almudena Carracedo y con el novelista Isaac Rosa para recordar que la guerra civil y el franquismo «se aprende en muchos otros ámbitos, sobre todo informales» (p. 256).