RESUMEN
El artículo parte de un caso concreto para explicar una relación política en apariencia imposible: la colaboración entre individuos marginales del separatismo catalán y del lerrouxismo para perpetrar un quimérico atentado contra el mariscal francés Joseph Joffre en su visita a Barcelona para presidir los Jocs Florals de 1920. A propósito de su preparación, los autores plantean cómo la tradicional interpretación de la realidad política y social catalana no se limitaba a la simple confrontación entre derechas e izquierdas y catalanistas contra españolistas, sino que el juego de alianzas y amistades en su substrato político era mucho más complejo de lo que tradicionalmente han puesto de manifiesto la historiografía catalana y española. El contexto en que se desarrolla la conspiración está marcado por la crisis del modelo de Estado liberal y la eclosión de las diferentes apuestas nacionalistas y revolucionarias en Europa, las cuales tenían en común un horizonte de promoción funcionarial que permitieron el encuentro de dos movimientos políticos con motivaciones políticas aparentemente dispares.
Palabras clave: Joseph Joffre; separatismo; lerrouxismo; españolismo; aliadofília; nacionalismo.
ABSTRACT
This article is based on an apparently impossible assumption: the collaboration between marginal individuals of Catalan separatism and Lerrouxism to perpetrate a chimerical attack against French Marshal Joseph Joffre on his visit to Barcelona to preside the 1920 Jocs Florals event. Regarding its preparation, the authors propose how the traditional interpretation of Catalan political and social reality was not limited to the simple confrontation between right and left and among nationalisms, but that the game of alliances and friendships in their political substratum was a lot more complex than traditionally revealed by Catalan and Spanish historiography. The context in which the conspiracy takes place is marked by the crisis of the liberal state model and the emergence of different nationalist and revolutionary bets in Europe, which had in common a horizon of civil servant promotion that allowed the meeting of two political movements with seemingly disparate political motivations.
Keywords: Joseph Joffre; separatism; lerrouxism; Spanishism; aliadophile; nationalism.
La política catalana vivió el inicio de la Gran Guerra de una manera muy dispar[1]. A pesar de la admiración que el republicanismo catalán, catalanista o no, sentía por la III República francesa, al entender que era su modelo ideal de democracia participativa, no fue hasta la victoria militar francesa de septiembre de 1914, en la batalla del Marne, cuando estos segmentos mostraron un entusiasmo enfervorecido por la denominada causa de los Aliados.
El hecho de que Joseph Joffre comandase las tropas francesas desencadenó un alud de misivas y algún que otro manifiesto de solidaridad con el general, nacido en Rivesaltes en la demarcación de los Pirineos Orientales-Rosellón, parte de la denominada Cataluña francesa por el nacionalismo catalán. Por ello, se llegó incluso a expresar que la victoria había sido netamente catalana[2].
A partir de aquí se empezó a construir un discurso que se esforzó en resaltar que Cataluña estaba también en guerra contra los imperios centrales. Incluso que su participación en el conflicto sería recompensada por los aliados con la liberación nacional de Cataluña, concepto totalmente ambiguo que no dejaba claro si esta sería en todo caso de signo autonomista, federal, confederal o independentista.
Esta ambigüedad fue fruto de la disparidad sociológica de la francofilia catalanista, formada por republicanos, liberales, socialistas nacionalistas y obreristas radicalizados, entre otras tendencias. Sin embargo, quienes promovieron, en especial, la imagen de una Cataluña en guerra fueron aquellos pocos individuos —profesionales y dependientes del comercio— que vinculados al catalanismo radical publicitaron la existencia de unos catalanes que, alistados voluntariamente en la Legión Extranjera francesa, identificaron al general Joffre como su líder espiritual y militar[3].
La idea resultaba imposible. Estos voluntarios eran extranjeros en un cuerpo militar francés de características muy especiales, y Joffre era un oficial de alta graduación en el Ejército regular francés. Para la propaganda separatista la realidad era lo de menos, lo que importaba era destacar que Joffre era catalán y que existían esos voluntarios luchando bajo bandera francesa.
Detrás de la mística de los denominados voluntarios catalanes se escondían dos entidades: la Unió Catalanista y el Comitè de Germanor amb els Voluntaris Catalans. Ambas, a partir de 1917, fueron dirigidas formalmente por un médico homeópata de Barcelona. El doctor Joan Solé i Pla se encargó de dar cobertura propagandística y todo tipo de «regalos» (tabaco, chocolatinas, periódicos) y cartas de ánimo a los voluntarios catalanes[4].
El problema de esta movilización es que la Unió Catalanista era una organización de tintes nacionalistas radicales con escasísima implantación en Cataluña. La Unió se había fundado en 1891 como plataforma unitaria del catalanismo político incipiente, pero a mediados de los años diez se había visto superada por la aparición de partidos políticos catalanistas y su antielectoralismo la había relegado de la escena[5].
A partir de sus restos en ese período, y bajo su imagen de entidad nacionalista intachable por no haber entrado en la brega electoral, surgieron pequeñas entidades que conformaron el primer elenco de grupos separatistas, entendiendo separatismo por un espectro que comprendía el independentismo (muy minoritario), federalismo, confederalismo o, incluso, la autonomía. A partir de 1919, sería Francesc Macià y su Federació Nacionalista Democràtica y posteriormente su Estat Català, así como Acció Catalana (una escisión de la mesocrática y conservadora Lliga Regionalista de Francesc Cambó), quienes recogerían con mayor fortuna la antorcha de la causa separatista[6].
Cuando la Gran Guerra terminó, la campaña que había realizado la Unió Catalanista y el Comitè de Germanor de la mano de Joan Solé i Pla en favor de la causa nacional catalana a través de su participación militar solidaria con Francia se vino abajo. El final de la Primera Guerra Mundial y los posteriores tratados de paz de 1919-1922 crearon la ficción de una Europa que se implementaba a partir de los valores demoliberales y la consecución de Estados para las pequeñas nacionalidades, entre las cuales los separatistas catalanes creían que debía contar Cataluña.
El problema de las expectativas de los catalanistas radicales era que, desde 1918, creían que el caso catalán encajaba en la declaración de los catorce puntos del presidente estadounidense, Woodrow Wilson. El demócrata sureño nunca habló de derecho de autodeterminación de las pequeñas nacionalidades, pero el separatismo catalán se aferró a una interpretación su generis del punto 5, dedicado a la soberanía de los territorios coloniales[7]. Incluso unos de los voluntarios catalanes y un representante del Comitè de Germanor trataron de visitar a Wilson durante la Conferencia de Paz de París, sin éxito[8].
Por otro lado, la propia III República francesa no pensaba de ningún modo satisfacer las expectativas de los separatistas catalanes. Tampoco las de ningún movimiento por la autonomía de Cataluña, una demanda que había aumentado en noviembre de 1918 tras la euforia aliadófila y que ponía en tela de juicio a la misma monarquía de Alfonso XIII, vista como germanófila.
Francia temía la posibilidad de alargar una crisis política en España que se arrastraba desde el verano de 1917 con la Asamblea de Parlamentarios y la huelga general revolucionaria, y que podía generar una caída de la monarquía como la del zar en el Imperio ruso. Teniendo en cuenta que esta había derivado en una guerra civil entre rojos y blancos, Francia no deseaba de ningún modo una posible guerra civil al sur de los Pirineos. Además, una crisis española debilitaría la presencia de ambos estados en Marruecos[9].
Aparte del conflicto ruso, debían añadirse las revoluciones de signo comunista en Alemania o Hungría, la conflictividad social que en la misma España afectaba a los núcleos urbanos de Barcelona y Bilbao, así como a los rurales de Andalucía en paralelo con la ocupación de tierras y fábricas en Italia y la consiguiente respuesta escuadrista mussoliniana en lo que podría definirse como una guerra civil larvada. Ello puso sobre la mesa un nuevo fenómeno en la arena política europea: las apuestas nacionalistas revolucionarias que, insatisfechas con el resultado político de la Gran Guerra, no estaban dispuestas a aceptar el mapa político mundial que la vieja clase política —las consabidas oligarquías— había diseñado en París[10].
Con este panorama internacional de fondo, Francia no iba a consentir que el caso catalán —por francófilos que hubiesen sido amplios sectores catalanistas durante la Gran Guerra— se paseara por las diferentes sedes de los tratados de paz. Los mismos norteamericanos, como ya se ha indicado, se encargaron de cortocircuitar los canales de expresión catalanistas. La conclusión fue un desencanto, a veces nada contenido, de estos sectores separatistas que habían abrazado el wilsonismo y la francofilia. La sensación era que Francia y el mismo general Joseph Joffre habían traicionado a los catalanes.
Los sectores catalanistas se sintieron engañados por supuestas promesas de «liberación nacional» de Cataluña surgidas de la diplomacia de la Entente Cordiale, pero no fueron los únicos. También en España quedaron decepcionados segmentos del republicanismo lerrouxista que se encontraba en la órbita opuesta al separatismo catalán.
Al principio de la guerra, Lerroux afirmó, antes que los separatistas catalanes, que España debía luchar al lado de los aliados. Apostó incluso por reclutar a españoles que quisieran participar voluntariamente en la Gran Guerra en las filas del Ejército francés. Ofrecidos a la diplomacia francesa en España, cuando la propuesta llegó al Gobierno galo en Burdeos —donde se había trasladado desde París al inicio del conflicto—, la respuesta fue negativa. Francia no quería saber nada, de manera literal, de «terroristas anarquistas», que era la imagen distorsionada que desde la revolución de julio de 1909 —conocida como Semana Trágica— se tenía en las cancillerías europeas de los lerrouxistas[11].
Ahora bien, aunque coincidieran en su intervencionismo militar en la Gran Guerra al lado de los Aliados, separatistas catalanes y lerrouxistas siempre se posicionaron en extremos opuestos en lo que respecta a su definición de lo que ello debía suponer para España. Frente a los diferentes discursos y retóricas catalanistas, los lerrouxistas apostaron por un discurso netamente españolista.
El final de la Gran Guerra no colmó las aspiraciones de los nacionalistas radicales catalanes, pero tampoco la de sectores jóvenes del extrarradio lerrouxista, radicalizados socialmente y también en un sentido nacionalista, que vieron que España no iba a ser protagonista en los acuerdos de paz y que de estos tampoco saldría una propuesta de reforma del Estado. Lo paradójico es que algunos de estos lerrouxistas jóvenes y radicalizados que habían aspirado a una revolución nacional republicana y democrática, se decantaron cada vez más hacia posiciones españolistas hasta el punto de converger, desde Cataluña, en la Unión Patriótica. Por vías distintas, pues, pero a partir de la experiencia propagandista y relativamente militar en la Gran Guerra, separatistas y jóvenes republicanos radicales llegaron unos al nacionalismo revolucionario catalán y otros al español.
En la inmediata posguerra, separatistas catalanes y españolistas se enfrentaron, de manera física, en las Ramblas de Barcelona a finales de 1918 y en los primeros meses de 1919 oponiendo sus distintas e incipientes rutas hacia el nacionalismo revolucionario[12]. Por ello, la literatura académica ha tendido a dibujarlos como dos líneas paralelas sin intersección posible e, incluso, con divergencia creciente[13]. No fue así. Las relaciones entre ambos segmentos fueron más complejas.
El presente artículo sostiene que también elementos de ambos sectores confluyeron en su lucha contra terceros debido a tres elementos que compartían: un pasado común aliadófilo, la atracción por el bolchevismo y la esperanza de un horizonte profesional seguro. Para ejemplificarlo se expone un caso concreto: una conspiración hasta ahora desconocida contra el mariscal Joseph Joffre que tuvo lugar en Barcelona en el año 1920.
En primer lugar, se explica el origen de la visita del mariscal francés y los antecedentes paradiplomáticos del separatismo catalán. A continuación, se traza de manera breve la evolución de la aliadofília intervencionista del lerrouxismo y el perfil del elemento españolista más relevante implicado en la trama. Sigue el desarrollo fracasado de la conspiración y se traza un epílogo sobre las derivadas y partidos en los que desembocaron los sectores y elementos partícipes de la confluencia entre ambos.
El 19 de octubre de 1919 el presidente de la Mancomunitat de Catalunya asistió en Perpiñán a un acto de homenaje al mariscal francés Joseph Joffre. En el momento de los parlamentos Josep Puig i Cadafalch expresó que Cataluña había dado por la guerra y por Francia «más vidas que muchos pueblos beligerantes». Se hizo eco así de la propaganda catalanista aliadófila que sostenía que 12 000 combatientes catalanes habían luchado en la Legión extranjera francesa[14].
Joffre era natural de Rivesaltes, en el Rosellón —el territorio catalán que pasó a Francia después del Tratado de los Pirineos—, e hijo de un reusense emigrado a principios de siglo xix, por lo que hablaba catalán. Por ello, desde su destacado papel militar en la batalla del Marne, que lo había encumbrado al grado de mariscal, el nacionalismo catalán lo consideraba su héroe de la Primera Guerra Mundial[15].
Puig i Cadafalch le invitó a visitar Barcelona para que le pudiesen aclamar en las Ramblas. Pasado el encuentro, los organizadores del certamen literario y patriótico de los Jocs Florals sondearon a Joffre, a través del obispo de Perpiñán, Juli Carsalade du Pont —que los había presidido en 1914—, para saber si el militar aceptaría presidirlos en su próxima celebración, el primer fin de semana de mayo de 1920[16].
Se trataba de una invitación estratégica, no solo para los regionalistas, sino para todo el espacio catalanista. Los Jocs tenían para todas las familias del catalanismo un alto valor simbólico, puesto que estaban directamente relacionados con el movimiento literario de recuperación de la lengua catalana conocido como la Renaixença. Invitándole en esa fecha se quería evidenciar no solo la catalanidad de Joffre, sino identificar la República francesa y su victoria en la Gran Guerra con la Mancomunitat de dominio regionalista y la causa nacional catalana.
Nada más firmarse el armisticio, en noviembre de 1918, la minoría republicana en el Congreso se había hecho eco de la necesidad de impulsar un estatuto de autonomía para Cataluña. Los regionalistas de la Lliga fagocitaron la idea y, a partir de su dominio de la Mancomunitat, la dinamizaron institucionalmente a través de los municipios. La Lliga se hizo así con el control e impulso de la campaña autonomista para no verse desbordada en sus demandas de autogobierno por las izquierdas catalanas, identificadas durante toda la guerra con el verdadero sentimiento aliadófilo.
En la primavera de 1919, la dinámica revolucionaria y social que conllevó la huelga de La Canadiense cortó la dinámica nacionalista-autonomista. La campaña autonomista quedó sustituida por la dialéctica de las pistolas en una confrontación que tuvo como actores destacados a libertarios, sindicalistas libres, policías, militares y somatenistas[17].
La invitación de Puig i Cadafalch a Joffre —que aceptó— fue, pues, el último coletazo de la gran campaña propagandística aliadófila catalanista. Una campaña que durante toda la conflagración mundial había perseguido presionar a los sucesivos Gobiernos de España, así como a algunos consulados y foros y entidades internacionales, con el objetivo de obtener una verdadera autonomía para Cataluña[18].
Pronto el ala más extremista del nacionalismo catalán, el separatismo, vio en la visita una oportunidad para reivindicar su posición maximalista. Era lógico. Desde otoño de 1915 habían sido grupúsculos o personajes a título personal del separatismo, principalmente el doctor Joan Solé i Pla, quienes buscaron y dieron a conocer la existencia de catalanes en la Legión extranjera francesa.
La finalidad básica era contarlos, presentarlos como «voluntarios» y con el relato de sus «hazañas» promover —infructuosamente— el enrolamiento de más «voluntarios» desde Cataluña. La campaña se llevó a cabo a través de propaganda en panfletos y prensa, de manera remarcable La Nació e Iberia[19] y, sobre todo, desde febrero de 1916 con la creación del Comité de Germanor dels Voluntaris Catalans.
Solé i Pla era miembro de la Unió Catalanista, una plataforma de entidades creada en 1891 que en ese momento languidecía, pero que servía de paraguas para la creación de los primeros grupos y juventudes separatistas[20]. Este médico homeópata de cuarenta y seis años y la Unió se convirtieron en los dinamizadores del Comitè de Germanor y en el eje de la aliadofília radical catalanista, apoyada también por pequeñas formaciones de izquierdas como Esquerra Catalanista, del historiador y periodista Antoni Rovira i Virgili[21]. La repercusión propagandística llevó a Solé i Pla a la presidencia de la Unió Catalanista en la primavera de 1917[22].
La campaña alrededor de los voluntarios partía del convencimiento de que, si un contingente importante de catalanes luchaba a favor de Francia y de los Aliados, la victoria de estos devolverían a Cataluña el favor obligando a la monarquía española y a su Gobierno —equívocamente dibujados como germanófilos—[23] a conceder no un aparente autogobierno como era la Mancomunitat, sino una auténtica autonomía o un Estado catalán que se federase o confederase con el resto de España e, incluso, con Portugal[24].
A finales de la guerra, aunque Solé i Pla evitó afirmarlo porque sabía la realidad, a partir de una idea del diputado francés Emmanuel Brousse desde los círculos periodísticos catalanistas se lanzó la cifra de 12 000 como el número de catalanes que habían formado parte de la Legión extranjera francesa. En realidad, no fueron más de mil y solamente unas pocas decenas eran verdaderos voluntarios, entendidos como devotos guerreros de la causa aliadófilo-catalanista[25].
Sin embargo, todo el esfuerzo propagandístico se deshizo como un terrón de azúcar cuando los participantes en la Conferencia de Paz de París obviaron las reivindicaciones de los nacionalistas catalanes al ser identificados como ciudadanos de un país neutral[26]. Solé i Pla, aquejado de una flebitis, delegó en su brazo derecho Josep Castanyer el viaje a París para tratar de hacer oír la reivindicación separatista. Era lógico. Una parte significativa de la cúpula de la Lliga, principalmente Francesc Cambó, no estaba en absoluto interesada en ello[27]. A finales de abril de 1919, Castanyer entregó propaganda en el Quai d’Orsay, pero sus demandas no tuvieron recorrido[28].
La visita de Joffre, pues, ofrecía al separatismo una nueva oportunidad de hacerse notar, de mostrarse al mariscal y a la prensa gala y, sobre todo, de enseñar su beligerancia en clave interna para demostrar lo que a su entender era la debilidad de una política regionalista que se había abierto a colaborar en el Gobierno de España desde el otoño de 1917[29]. Sin embargo, la venida de Joffre hizo aflorar todas sus contradicciones internas.
Por un lado, el separatismo no había dudado desde 1898, y especialmente con la independencia de Cuba, en mostrar su decidida animadversión contra las guerras, en especial las de corte imperialista. Opuesto al militarismo y a la guerra en sí misma, no dudó durante la Gran Guerra en hacerse eco de una retórica paradójicamente militarista en su exaltación de los «voluntarios catalanes». Distinguía entre guerras injustas —como la de Marruecos—, ante las cuales uno debía objetar, y guerras justas —como la Gran Guerra—, a las cuales se debía acudir por principios porque eran vistas como pacifistas.
Un pacifismo que no era tan paradójico: en realidad, existía una parte notable de la izquierda europea que interpretó la Gran Guerra como la «Guerra que acabaría con todas la Guerras», en expresión formulada por el célebre escritor inglés y simpatizante del Partido Laborista, Herbert G. Wells. Según el autor de La Guerra de los Mundos, la contienda era una oportunidad para que la Entente Cordiale estableciera un nuevo orden internacional fundamentado en asegurar la paz. Aunque primero se debía ganar la guerra a unos imperios centrales, considerando que estos habían agredido primero. Así, se entendía la guerra como un conflicto defensivo y no agresivo —porque la agresividad era la razón de ser del militarismo—, lo que les conducía a resaltar que los aliados eran sinónimo de paz. Por eso se hablaba de una guerra de tintes defensivos y «pacifistas» como única vía para acabar con la Guerra en mayúsculas[30].
Por otra parte, el resultado de la Conferencias de Paz en París y alrededores cuestionaba las más profundas convicciones francófilas del separatismo catalán. Si Francia y Estados Unidos ninguneaban el denominado «caso o problema catalán», se preguntaban si existía alguna razón de celebración francófila sincera en el recibimiento del general vencedor en el Marne.
Ante estos mimbres, algunos separatistas disconformes con la falta de atención de los Aliados hacia el tema catalán decidieron preparar una campaña conspirativa para hacer fracasar la visita del mariscal. El calado de esta, si debía basarse en una actuación propagandística con panfletos o si más audazmente se barajaba alguna acción violenta, se desconoce porque se abortó. También el número real de implicados. Sin embargo, la documentación demuestra que la trama existió y que para realizarla estos elementos buscaron aliarse con sectores del españolismo derivados del lerrouxismo.
Siguiendo el patrón clásico que dibuja a estos sectores como contrapuestos, la conspiración se podría ver como una rareza o falta de sentido. Sin embargo, subyacían elementos de fondo y motivaciones que la hacían posible e incluso, hasta cierto punto, lógica dentro de sus esquemas políticos. La aliadofília, a partir de una francofilia intransigente e intervencionista, fue el factor esencial que permitió la colaboración entre enemigos teóricos.
Los lerrouxistas se convencieron de la necesidad de intervenir militarmente en la Gran Guerra a favor de Francia mucho antes que los separatistas catalanes. Entendieron que la conflagración era una ventana de oportunidades para favorecer una transformación revolucionaria de signo democrático, al menos para Europa. E, incluso, se convencieron de que la mejor manera de situar a España en el nuevo orden mundial que surgiría del final de la guerra era participando militarmente en el conflicto. Por ello, puesto que el Gobierno español había declarado la neutralidad del Estado, Alejandro Lerroux consideró que debía responderse con la aportación, al margen de los cauces legales, de un nutrido número de voluntarios españoles que combatiesen con el Ejército galo.
La apuesta intervencionista de los lerrouxistas pretendía asimismo reimpulsar las energías pérdidas o estancadas del Partido Republicano Radical (PRR) desde la semana trágica de Barcelona. Los orígenes del PRR se hallaban en la ingente labor agitadora de Alejandro Lerroux, como dirigente de la Unión Republicana de Nicolás Salmerón, en la Barcelona de la primera década del siglo xx. A partir de una notable retórica revolucionaria, propia del mundo libertario al cual se quería aproximar y sobre todo absorber, Lerroux intentó construir un movimiento de clases medias progresistas urbanas conectadas al obrerismo manual de industria para convertir Barcelona en el trampolín de la regeneración republicana de España.
La idea de Lerroux topó con la propuesta catalanista de la Lliga. Los regionalistas planteaban una oferta similar, pero dirigida al conjunto de unas clases medias catalanas que también aspiraban reformar España para establecer un régimen de autogobierno en Cataluña. Sin embargo, la oferta de los regionalistas no contaba con los obreros manuales, sino que más bien apostaba por unos menos exaltados dependientes mercantiles[31].
La competencia por el discurso regeneracionista entre la Lliga y Lerroux se tradujo en la concreción, por parte de los primeros, de la Solidaritat Catalana (1906) y la Antisolidaridad, por parte de los segundos. La creación de ambas plataformas electorales supuso la ruptura de la Unión Republicana. Los seguidores de Salmeron se apuntaron a la Solidaritat, mientras que los definidos como lerrouxistas abrazaron la mística revolucionaria republicana y obrerista de la Antisolidaridad, que se tradujo en partido político en 1908 con el PRR[32].
Las indecisiones de la dirección del PRR ante la revolución anticlerical, antimilitarista y republicana de julio de 1909, creó cierta desconfianza entre el obrerismo industrial catalán, los sectores obreros y el lumpen urbano. Una respuesta fue la incorporación del PRR a la conjunción republicano-socialista en 1910. Sin embargo, en Cataluña los réditos de la misma se evaporaron elección tras elección hasta el punto de considerar y plasmar una alianza electoral con la Unión Federal Nacionalista Republicana (UFNR) en el denominado Pacto de San Gervasio de marzo de 1914.
Paradójicamente, con el pacto los lerrouxistas volvían a confluir con los republicanos salmeronianos, catalanistas y federales con los que habían roto por la constitución de la Solidaritat Catalana. El pacto ya puso de manifiesto que españolistas y catalanistas podían llegar a ententes coyunturales a pesar de sus diferentes filias patrióticas. No solo eso, el PRR en Cataluña participó junto a la Lliga en la gestión de la Mancomunitat[33].
Sin embargo, en la primavera de 1914 la lógica de coalición útil de izquierdas no fue entendida ni por las bases lerrouxistas ni por las de los republicanos nacionalistas. Las elecciones legislativas de aquel abril, previo al estallido de la Gran Guerra, hundieron un poco más al PRR en Cataluña y dieron a la Lliga Regionalista una cada vez mayor hegemonía política y electoral. El problema del lerrouxismo no se encontraba solo en el alejamiento de los sectores obreros barceloneses, sino en la imposibilidad de penetrar en el tejido social de las clases medias catalanas que se encontraban bien representadas con la Lliga y su construcción nacional a través de la Mancomunitat, donde los sectores técnicos y profesionales debían ser el eje[34].
La consecuencia de este fracaso fue la reconversión del PRR en un partido español dirigido desde Madrid y no desde Barcelona. Su revolución de las conciencias ya no iba a apelar a las masas obreras —las cuales parecía que le estaban dando la espalda—, sino a las potencias aliadas con el fin de que estas promocionaran la republicanización del régimen alfonsino. Dicho de otro modo, el PRR se propuso convertir la monarquía española en una República coronada. Para proyectarse a nivel español e internacional, en la coyuntura del inicio de la Gran Guerra el lerrouxismo utilizó un discurso rabiosamente aliadófilo[35].
El PRR quería, además, presentarse ante las potencias aliadas como el interlocutor idóneo para liderar en España la gran transformación social y política que debía significar la «Guerra Europea»[36]. Con esta finalidad, organizó a finales de verano de 1914 de forma semiclandestina el reclutamiento y transporte de un grupo de voluntarios para que fueran a luchar en las filas del Ejército francés[37]. Con todo, existió una diferencia notable entre la publicidad y el infructuoso intento de reclutar a los llamados «voluntarios lerrouxistas»[38].
Al comenzar el otoño de 1914, el cónsul francés en Barcelona, Emile Gaussen, informó al embajador francés en España, Leon Geoffray, que Lerroux quería saber si se aceptaría el enrolamiento por la duración de la guerra de un número considerable de «jóvenes catalanes» deseosos de servir juntos. Ante la posibilidad de que un número considerable de ellos tuviera ideas anarquistas o similares, la respuesta de Geoffray fue negativa. Con todo, pidió a Gaussen y a los líderes lerrouxistas un tiempo prudencial de reflexión para calibrar la mejor manera de organizar el reclutamiento. Dicho de otro modo, no había inconveniente en reclutar estos jóvenes arditi lerrouxistas siempre y cuando no fuesen auténticos profesionales de la revolución.
Y es que, aunque Francia no podía permitirse rechazar todo tipo de combatientes, la imagen exterior del lerrouxismo era la de un movimiento populista republicano identificado con el mundo libertario. Aunque tras la revolución de julio de 1909 los puentes organizativos e ideológicos entre radicales y libertarios se hubieran dañado profundamente, la opinión pública no había abandonado la imagen incendiaria y revolucionaria del Emperador del Paralelo y los suyos[39].
Finalmente, el Gobierno francés rechazó la propuesta por no tener la certeza de que aquellos «jeunes catalanes» fueran un puñado de revolucionarios desestabilizadores[40]. También porque la III República no quería ni tenía previsto enemistarse con la monarquía de Alfonso XIII. Y es que una cosa era el alistamiento a título individual, y otra que la diplomacia francesa ayudara a organizaciones o movimientos políticos catalanes o estatales opuestos al régimen de la Restauración a vertebrar un reclutamiento que tenía como objetivo o recompensa final el establecimiento de una república en España.
Además, si algo tenía claro el Gobierno francés era que le interesaba más una monarquía española implicada en la pacificación militarizada de Marruecos, que no unos republicanos —a los que había que añadir socialistas, catalanistas de izquierdas, radicales y libertarios— opuestos a la guerra del Rif[41]. Francia solamente aceptó el enrolamiento de un grupo muy reducido de lerrouxistas que, finalmente, tampoco se unió a la Legión extranjera porque no se les pagó ni el transporte a la frontera[42]. Por otra parte, el asunto del reclutamiento de los «voluntarios lerrouxistas» terminó repentinamente porque, pese a su exaltación inicial, el Partido Republicano Radical evolucionó al instante hacia posiciones políticas de carácter posibilista en lo que al tema de la Gran Guerra se refiere.
También durante la campaña para conseguir la Mancomunitat, en Cataluña el lerrouxismo apaciguó su radical españolismo por cálculo político. Había descubierto la potencialidad de controlar una Administración local y no quería ceder el control absoluto de las alcaldías y diputaciones provinciales catalanas a los regionalistas. La experiencia municipal en Barcelona había convencido al PRR de la importancia de tener poder en las instituciones porque con ellas controlaba los concursos públicos para obtener permisos de obras, recalificación de terrenos o concesiones de servicios públicos. Y así, de paso, hacer algún negocio alternativo a su amparo[43].
La aliadofilia radical y el intervencionismo extremo del lerrouxismo no resultaban compatibles en aquella coyuntura con la condición de empresarios de una buena parte de su cúpula dirigente. A lo máximo que se expusieron fue a mantener una retórica aliadófila intransigente que no debía ser una complicación en tanto no fuera más allá de las palabras. El giro antiintervencionista se acompañó de un claro discurso posibilista, al cual se quiso hacer copartícipe de su aliadofilia francófila. Lerroux llegó a creer que la revolución de las conciencias que conllevaría la guerra sería generosa con las monarquías, al permitir que estas se convirtiesen en regímenes verdaderamente constitucionales y democráticos[44].
Como el líder sindicalista revolucionario Salvador Seguí o el republicano catalán Lluís Companys, Camilo Boix Melgosa era originario de Lérida. Como ellos, Boix nació en la década de los ochenta del siglo xix, en concreto en 1890, mientras que Seguí lo hizo en 1887 y Companys en 1882.
Boix Melgosa también formó parte de una generación que comprendió que triunfar en el mundo de la literatura y la política solo era posible en Barcelona, al menos para aquellos jóvenes que provenían de las comarcas interiores de Cataluña. A muchos de estos jóvenes les sedujo más la ciudad catalana porque Madrid les parecía demasiado ministerial y funcionarial. Carecía del glamur, del cosmopolitismo y del aventurerismo político y violento que los publicistas extranjeros habían conformado de Barcelona[45].
Boix, como Seguí o Companys, recaló en la bohemia y el mundo lumpenizado del Barrio Chino barcelonés, donde confraternizaban la delincuencia común, los revolucionarios sindicales, el republicanismo más izquierdista disfrazado de ácrata y los aspirantes a bohemios[46]. A veces, todo era una misma cosa. En Boix Melgosa se mixturan buena parte de estas características a lo largo de su vida.
Así, las primeras noticias que se tienen de él son de 1910, momento en que rondaba los veinte años y militaba en la denominada ala izquierdista del Partido Republicano Radical en Barcelona, centrada fundamentalmente en las juventudes del partido. Boix Melgosa era una voz crítica y estridente contra lo que consideraba una derechización de la dirección del PRR tras el fracaso político de la revolución de julio de 1909 y el titubeante papel que sostuvo la misma la dirección del partido y, en concreto, Emiliano Iglesias.
La crítica se dirigía a este y no a Alejandro Lerroux, el cual era exculpado de falta de animosidad revolucionaria al hallarse durante la Semana Trágica de viaje de «negocios» por Argentina[47]. De hecho, mientras Lerroux realizaba un giro político ciertamente moderado, personajes como Boix permitían sostener al PRR una cierta imagen de partido comprometido con la revolución (republicana). Boix Melgosa participó entre 1912 y 1914 en diferentes plataformas periodísticas del lerrouxismo barcelonés, como La Protesta, subtitulado «Semanario Revolucionario», o dirigiendo la publicación con el significativo nombre de Revolución.
Este último como «órgano semanal de la Federación de Juventudes Radicales», lo cual da una idea de hasta qué punto Boix había sabido medrar en los círculos políticos y periodísticos del radicalismo. Era un hombre en progresión y en promoción profesional, de momento en los círculos del periodismo. Su utilidad era manifiesta: mientras no se pasase de la raya, era un activo útil de la prestancia revolucionaria que debía conservar el partido[48].
Es en este periodo cuando Boix Melgosa se dio a conocer como periodista a partir del seudónimo de León Roch, sobrenombre que le identificaría popularmente durante los años diez y veinte. Roch es el nombre del protagonista de una de las novelas de tesis de Benito Pérez Galdos, La familia de León Roch. El personaje que da nombre a la obra, aunque hombre de negocios, es por encima de todo un ilustrado seguidor de las tesis darwinianas. Factor que le confronta a la buena sociedad madrileña y a su propia familia y, en concreto, a su mujer, que aunque hermosa, es una beata fanática. Su seudónimo era, por tanto, una declaración de principios de uno de los baluartes discursivos más característicos del primer lerrouxismo: el anticlericalismo[49].
Boix era un izquierdista anticlerical netamente españolista, crítico con el apoyo del PRR al establecimiento de la Mancomunitat, así como al Pacte de Sant Gervasi. Precisamente, una crítica que compartía con todos aquellos que, procedentes de la UFNR, como Màrius Aguilar o Antoni Rovira i Virgili, lo consideraban, desde el lado opuesto, una rendición ante el españolismo de izquierdas.
Además de su aliadofilia y sus previos conocimientos, en la bohemia barcelonesa coincidió con Màrius Aguilar, Ángel Samblancat, Platón Peig y muchos otros. A partir del otoño de 1914, Boix dirigió la publicación aliadófila Los Aliados, que en su primer número publicó un manifiesto de solidaridad con la III República firmado por Lerroux y catalanistas republicanos antilerrouxistas como Antoni Rovira i Virgili, socialistas catalanistas como Gabriel Alomar o republicanos filolibertarios como Ángel Samblancat, entre otros.
Irónicamente, pues, Boix y los disidentes de la UFNR acabaron concertando el mismo acuerdo que tanto habían criticado a sus dirigentes: una entente entre catalanistas y españolistas, pero ahora por una causa superior, la de los Aliados. Esta causa era la que traería la república a España, y ello se llevaría a cabo, como ya había puesto en evidencia el propio Lerroux, a través de la intervención en la guerra[50].
Sin embargo, el contexto revolucionario mundial de 1917, con Rusia como escaparate más notorio, provocó cambios en las filias de los proaliados[51]. Mientras un republicano catalanista (de gran retórica lerrouxista) como Màrius Aguilar se manifestó filobolchevique sin dejar de ser francófilo, Boix Melgosa también orientó su norte ideológico hacia la Rusia roja, pero rompiendo con la aliadofilia y el Partido Radical, para ingresar, a su vez, en las Juventudes Socialistas y convertirse en el director de publicaciones de subvención íntegramente alemana como Europa Libre y El Maximalista.
Ello le comportó el ninguneo de sus anteriores amigos y ser acusado, obviamente, de germanófilo. Aunque personajes siempre identificados como aliadófilos de una pieza, caso de Ángel Samblancat o Marcelino Domingo, también recibieron pagos por sus colaboraciones en publicaciones que estaban completamente financiadas con dinero alemán[52].
Con este telón de fondo, el 15 de febrero de 1920 el redactor de El Diluvio, Joan Tomàs Rossich, informó a Joan Solé i Pla en la posdata de una carta que estaba «atento para tirar por tierra una especie de “conspiración” formada para deslucir la llegada de Joffre a Barcelona bajo germanófilos pretextos disfrazados de catalanismo ultra-radical». Añadió que pensaba «dar dentro de pocos días la voz de alerta» desde el periódico, de orientación republicana cercana al federalismo y de corte anticlerical[53].
Sin duda, la información preocupó al más que francófilo Solé i Pla. El presidente de la Unió Catalanista podía sentir una profunda decepción en su fuero interno por el fracaso de la campaña aliadófila y la posición de Francia, a la que nunca había interesado fomentar el separatismo catalán, y prefería una monarquía estable en España antes que contribuir a desestabilizar el país[54].
Un mes después, en la noche del 15 de marzo tuvo una reunión en la sede de la Unió Catalanista, en el casco antiguo de Barcelona, que se convirtió en un proceso acusatorio al joven de veinte años Josep Fernàndez Puig, miembro de la misma y de la Associació Catalana d’Estudiants. Este formaba parte de los núcleos del separatismo más aguerrido y había pasado media docena de días en prisión tras un altercado con la policía en la conmemoración del día nacional de Cataluña, el 11 de setiembre de 1916[55]. Ese día le detuvieron junto a otros dos jóvenes líderes emblemáticos de las juventudes del nacionalismo radical, Domènec Latorre, seis años mayor, impulsor de distintas entidades como L’Avençada o La Barricada. También de Jaume Blanch, vicepresidente de la Joventut Nacionalista La Falç, un año menor[56].
En la reunión, Josep Castanyer, brazo derecho del doctor Solé i Pla —ausente en la misma— acusó a Fernàndez de conspirar contra Joffre. Según el acusado, lo hizo «sin una base sólida», a través de «dos anónimos, una letra vaga de un señor que no conoce ni él ni yo, lo que dicen o dejan de decir algunos compañeros y sobre todo sus prejuicios sobre mi moral»[57].
Castanyer, un separatista barcelonés de treinta años, miembro de la Unió Catalanista, era como el propio Solé i Pla aficionado al juego de espías y a recabar informaciones que en algunos casos ambos servían al cónsul francés en Barcelona durante la Gran Guerra[58]. A menudo se trataba de comentarios en tertulias o reuniones sin trascendencia, pero Gaussen les pagaba el mantenerle informado solucionándoles problemas económicos y sobrevalorando la Unió Catalanista en los informes que redactaba para su Gobierno[59]. Castanyer, incluso, había llegado a pedir públicamente que se delatase a los germanófilos, por lo que su actitud en esta ocasión seguía un patrón lógico[60].
Fernàndez Puig negó cualquier implicación y lamentó la acusación basada en «pobres indicios». Fue por ello que pidió a Solé i Pla que pusiese por escrito su juicio sobre la cuestión, como «única forma de que yo me pueda lavar en todos lados de una fábula infamante». Requirió al día siguiente, 16 de marzo, que le respondiese a las siguientes preguntas. «¿Si o no, creéis que yo debería publicar la hoja en cuestión en combinación con un tal León Roch?», «¿Si o no, creéis que debía de publicarla en combinación con Amador?», «¿Si o no, creéis que yo concurría a reuniones contra Joffre en un Centro Germinal de los radicales del distrito V, situado no se donde pero el señor Castanyer tampoco?», «¿Si o no, creéis que he ofrecido dinero a algún voluntario para hacer un artículo contra Joffre?». Finalmente, deseaba saber cuál era la posición de la junta permanente de la Unió Catalanista sobre el proceso a que había sido sometido[61].
El 17 de marzo, el periodista Tomàs se reunió con Fernàndez Puig. Al día siguiente le contó a Solé i Pla que el acusado quería saber si había sido él quien le había informado de los propósitos «de él y otros amigos con motivo de la próxima visita del mariscal Joffre a Barcelona». Tomàs le aclaró que si todavía no había destapado la trama en El Diluvio era porque quería saber «cuales eran esos propósitos». Fernández le negó toda vinculación con cualquier entidad lerrouxista del distrito V, ni con León Roch «y demás asalariados germanófilos»[62].
Tomàs, que consideraba que «abomino, más que Fernàndez, [¿] Roca, [Antoni] Obach y otros exaltados, del militarismo francés», trató de convencer a Fernàndez y a los demás que «todo cuanto se hiciese contra Joffre ayudaría al enemigo, que Joffre significa Francia» y que «por encima de todo debemos recordar que éramos catalanes y que como tales debíamos actuar». Le pareció que lo había conseguido. Obach era un joven con ideas socializantes salido del Centre Autonomista de Dependents del Comerç i de la Indústria (CADCI), cuna de separatistas, y secretario de la Joventut Socialista de Cataluña, vinculada, pese al nombre, a este entorno[63].
Fernàndez y los demás le aseguraron, según Tomàs, que «en vista del disgusto que todo había producido entre los elementos catalanistas puros, algunos de los cuales —yo me cuento entre ellos— pertenecen, en el orden de las ideas, a la extrema izquierda, dejarían de publicar las hojas que preparaban». Es decir, Fernàndez negaba, pero a la vez admitía estar involucrado en la conspiración.
Al día siguiente Fernàndez Puig volvió a la carga en una nueva carta a Solé i Pla expresando que se «tergiversa la verdad» y que era «víctima de una maquinación absurda». Acusó a Castanyer de «expendedor de patentes de moralidad». Exigió que éste aclarase donde estaba el centro Germinal de los radicales al que le acusaba de acudir a reuniones con Roch y Amador —del que no tenemos referencias—. «Los radicales en todo Barcelona no tienen un centro titulado Germinal. No dan razón de ello ni en las oficinas de la Casa del Pueblo».
Lo cierto es que Joan B. Culla, el principal especialista sobre lerrouxismo catalán, no menciona ni constata la existencia de ningún centro republicano radical con el nombre de la emblemática novela de Emile Zola[64]. Añadía Fernández Puig, con toda certeza, que Germinal era una cabecera de Emiliano «y sus disidentes» en 1915 y 1916, pero que en el piso donde estaba instalada su redacción, en la calle Sant Pau, no había ningún centro. «El centro Germinal tan solo ha existido en la imaginación perturbada de bajas maquinaciones del señor Castanyer»[65].
En esa misma carta del 18 de marzo, Fernàndez Puig explicaba que su amigo Domènec Latorre había visto a León Roch y que este le había dicho que «la embajada [la alemana, de la cual había sido asalariado Boix Melgosa] ya no paga campañas y que en estas condiciones tanto le da que venga Joffre». Boix habría añadido que «me dedico a explotar artistas con revistas de varietés, [porqué] los alemanes ya no dan». Desmintió también que hubiese ofrecido dinero al exvoluntario catalán en la Gran Guerra, Daniel Domingo Montserrat, para colaborar en la campaña. Este trabajaba en la Oficina de Turismo Francés en Barcelona, pero había partido a París.
Finalmente, el 30 de marzo de 1920 Castanyer informó a Solé i Pla del «fracaso del muchacho que quería hacer esas hojas [de propaganda], como también se confirma, todavía, sus concomitancias con un condenado a muerte por espionaje en Francia [desconocemos a quién se refiere]». Y añadía que, en todo caso, Fernàndez «es un farsante, un hipócrita y un cobarde»[66].
Solé i Pla accedió a la petición inicial de Fernàndez Puig y le escribió la carta que le pedía, aunque no se ha conservado. Este último se lo agradeció, por «salvar su honorabilidad», aun insistiendo que se le había difamado[67]. La carta del presidente de la Unió Catalanista a Fernàndez fue conocida en los círculos de la entidad y defraudó a quienes habían destapado la trama.
En ese momento, preocupado por lo que debió entender que eran unas relaciones peligrosas —y más teniendo en cuenta el historial de Boix—, el representante de comercio Josep Freixes Paquin —del que no se ha hallado más información que la expuesta— delató la conspiración. Este, junto a Antoni Obach y Amadeu Bernadó, en febrero de 1919 había impulsado una publicación quincenal, Catalunya Roja, que pretendía ser el órgano del «nacionalismo obrerista catalán» y de todas las «juventudes nacionalistas sociales», al estilo de la Joventut Socialista de Catalunya o de la Joventut Socialista la Renaixensa, de la que formaba parte el también miembro de la Unió Catalanista, Bernadó[68]. Precisamente, la Joventut Nacionalista La Falç, antes citada, había aparecido como una escisión de la Renaixensa por la incomodidad de algunos separatistas con su orientación demasiado izquierdista[69].
Freixes denunció a Fernández, pero se autoexculpó de su participación en la misma. Lo terrible para él fue que no concitó la comprensión del doctor Solé i Pla y su área de influencia en la Unió Catalanista. Así, el 9 de abril de 1920, Freixes escribió a Castanyer para lamentar que se pusiese en «duda mi palabra»[70]. Explicaba que Solé i Pla había admitido que no existía el centro Germinal y expresado que podían considerase unos «intrigantes» a quienes lo habían afirmado. «Yo no he intrigado en nada», expresaba Freixes, y admitía que él había acompañado a Fernàndez al Centro Germinal Circulo Republicano Radical, «un centro que no tenía ninguna señal exterior sino únicamente un rotulo en la puerta, es decir parecía más “una casa de xantage”», cosa que podría ser más que plausible si tenemos en cuenta que años después, en 1935, Boix Melgosa estuvo implicado en un proceso por estafa[71].
Freixes también admitió que Rafael López, hijo del propietario del satírico L’Esquella de la Torratxa —Innocenci López—[72] «no tendrá ningún inconveniente en hablaros y explicaros sus gestiones en este asunto ya que él me indicó donde y como podía yo encontrar a León Roch». Freixes era considerado un amigo por la redacción de L’Esquella[73]. El 10 de abril Freixes escribió a Solé i Pla para expresarle su enfado por haber escrito la carta que salvaguardaba la honorabilidad de Fernàndez Puig[74]. Por su parte, el periodista Tomàs no publicó información alguna en El Diluvio y así, el presidente de la Unió Catalanista consiguió su objetivo: impedir la trama contra Joffre al mismo tiempo que trató de apaciguar los ánimos y las envidias que anidaban entre los jóvenes separatistas.
Ajeno a los delirios de aquellos jóvenes revolucionarios, el Gobierno del conservador Manuel Allendesalazar no impidió la visita de Joffre a Barcelona, pero el mariscal pasó primero a cumplimentar al rey Alfonso XIII en Madrid. El sábado 1 de mayo de 1920, el militar francés llegó a Barcelona, precedido de una notable efervescencia patriótica entre quienes lo querían convertir en una reivindicación catalanista y quienes desde el españolismo querían ver en ello un acto de afirmación separatista[75].
Ya en la estación de Paseo de Gracia y después en las Ramblas la policía cargó contra grupos de catalanistas. En la recepción en el Palacio de la Mancomunitat un asistente exclamó «viva Catalunya libre» o, según la versión, «muera España», lo que conllevó a cargas posteriores que enfrentaron al Gobierno Civil con las autoridades regionalistas[76]. Al día siguiente presidió los Jocs Florals en el Palacio de Bellas Artes en Montjuic. Por la tarde, al finalizar el certamen se repitieron los incidentes entre catalanistas y la policía. Las cargas dejaron un número considerable de heridos, incluso entre no participantes en los alborotos[77].
El mariscal Joffre regresó a Francia el 6 de mayo tras una semana con una agenda de visitas de distinta índole, pero sin muestra alguna de actividad separatista o exlerrouxista o bolchevique maximalista dispuesta a boicotear su presencia, como pretendía la conspiración[78].
En otoño de 1918, el separatista Freixes publicó un breve artículo en el que criticaba «el militarismo de la Europa central». También a aquellos que negaban la posibilidad a Cataluña de participar en la Conferencia de Paz de París con el argumento de que «no hemos aportado un ejército a los campos de batalla como han hecho otras naciones» para luego ser ninguneado.
Se preguntaba si era «posible que un pueblo esclavizado y oprimido, por grandes que sean sus deseos, puede organizar un ejército y ofrecerlo en ayuda de quienes luchan por sus mismos ideales»[79]. Obviamente, la respuesta había de ser afirmativa, pero como ya se ha resaltado, las diplomacias y Gobiernos de los Aliados nunca estuvieron dispuestos a facilitar una solución de autogobierno para Cataluña patrocinada por la nueva Sociedad de Naciones.
Y es que Freixes, como tantos otros, esperaba mucho de la guerra. Una Cataluña como Estado federado o libre en España suponía una oportunidad de promoción funcionarial para los verdaderos patriotas del momento. La rabia por el fracaso de una estrategia internacional del catalanismo le inundó de frustración. Como él, muchos renunciaron a la francofilia y la substituyeron por la retórica socialista-nacionalista o, más explícitamente, comunista.
Tras el fracaso de la campaña autonomista y el aumento de la violencia social armada, los sectores separatistas más jóvenes abrazaron cada vez de forma más entusiasta una retórica nacionalista revolucionaria que sería absorbida durante los años veinte por Francesc Macià. Francia había traicionado a los catalanistas intervencionistas francófilos, que habían santificado al mariscal Joffre como el gran jefe militar catalán. Parecía lógico que, ante tal menosprecio, la Francia republicana expurgara su pecado con la eliminación o descrédito de su insigne vencedor del Marne. Y, por tanto, que Freixas junto a Fernández Puig y otros participasen en un proyecto de conspiración contra Joffre.
También que confluyesen con elementos como un Boix Melgosa bolchevizado, un treintañero experto en el submundo de la política. No solamente un periodista de pluma exaltada, sino también un veterano de la lucha política pistola en mano al haber participado en tiroteos contra mauristas y carlistas y moverse con facilidad en los bajos fondos de Barcelona. Así, si republicanos catalanistas y españolistas se habían podido entender en clave electoral durante los primeros años diez y lerrouxistas y separatistas en Los Aliados, ¿por qué no podía pasar lo mismo en un ámbito como el de los recién bolchevizados o pseudobolchevizados, fuesen tanto catalanistas como españolistas?[80]
Boix Melgosa no era un germanófilo de toda la vida, sino un germanófilo por traición a la causa de la Entente Cordiale, además de ser un filobolchevique. Y, ciertamente, la clave se encuentra en esta última consideración: en la construcción lenta, especialmente en Cataluña, de una retórica nacionalista revolucionaria próxima al bolchevismo, que podía ser afín tanto al catalanismo como al españolismo. Un esquema en el que, para personajes con una visión simplista del momento, como Solé i Pla, bolchevismo aún era sinónimo de germanofilia, sin entender que en 1920 la dicotomía aliadofilia-germanofilia como debate político había pasado o estaba ya pasando a mejor vida. De hecho, Boix Melgosa se situaba en el ámbito correspondiente a una izquierda nacionalista revolucionaria de filiación comunista que acabó abrazando en algunos casos el fascismo, como acabó siendo el caso de Boix Melgosa en los años de la Dictadura de Primo de Rivera[81].
Freixes y Fernàndez Puig se movían en un separatismo catalán escorado hacia el marxismo, con compañeros como Bernadó, por ejemplo, que a comienzos de los años veinte siguió el separatismo de Macià y a su Estat Català, pero en los años treinta se encuadró, lo mismo que Obach, en la Unió Socialista de Cataluña y durante la Guerra Civil en el PSUC[82]. Lo mismo hizo el exvoluntario catalán Daniel Domingo Montserrat, que pasó del nacionalismo macianista de Estat Català en los años veinte al Partit Comunista Català (1929-1930) y el Bloc Obrer i Camperol para recalar también en el PSUC[83].
Por otro lado, el objetivo último de todos ellos era bien claro. Fernàndez Puig entró a trabajar en el Ayuntamiento de Barcelona a principios de los años veinte y consiguió una plaza de auxiliar en el Negociado de Ingresos Municipales. Continuando con su carrera funcionarial en los años treinta llegó a ejercer de jefe de los Servicios de Policía Urbana del Ayuntamiento, del que fue destituido con la llegada de las autoridades franquistas[84].
El mismo camino realizó Boix Melgosa. Entró en el Ayuntamiento de Barcelona de la mano de Joan Pich y Pon, notorio germanófilo, a través del cual parece que no solo accedió a la función pública municipal, sino que llegó a promocionarse y a ejercer como una de las figuras señeras de las Juventudes de la Unión Patriótica, de las cuales se desvinculó en 1925[85]. Mantuvo su puesto de funcionario durante la Segunda República y la Guerra Civil, lo que le valió un expediente depurador que le expulsó de la función pública en 1939.
Con el pósito aliadófilo, los elementos en teoría opuestos, pues, se encontraron en el contexto del nacionalismo revolucionario de ideas bolcheviques. Tenían más en común de lo que creían: el objetivo de obtener una plaza segura en la función pública en el Ayuntamiento de Barcelona, la Diputación o en los años treinta la Generalitat de Catalunya[86].
Muchos son los aspectos que se han querido poner de manifiesto a lo largo de las presentes páginas. El primero es la existencia de un mundo de escritorcillos, intelectuales de ocasión y periodistas que eran más bien voceros radicalizados y estridentes de una izquierda definida como radical y vinculada al populismo lerrouxista.
Unos sectores que el Emperador del Paralelo nunca desestimó, pues le ofrecían una pátina de radicalidad político-social que le permitía aproximarse a los difusos círculos libertarios y del lumpen proletariado barcelonés. Y, de este modo, acercarse a su objetivo de configurar un movimiento de masas capaz de poner en aprietos a los partidos dinásticos, pero sobre todo a los emergentes sectores mesocráticos catalanistas que identificaba con la idea global y marxista de la burguesía, en este caso la catalana.
Una imagen de la burguesía sin matices, con todos sus sectores en un mismo saco y sin distinguir entre sus sectores profesionales, industriales, financieros, agrarios o intelectuales. Todo valía conceptualmente. Es en este espacio donde hemos comprobado cómo se nutrió la carrera de Camilo Boix Melgosa, León Roch. Pero este también fue ejemplo de un fenómeno que acompañó el lerrouxismo: la construcción de un discurso nacionalista español que lo condujo con el tiempo a aproximarse a una cierta derecha nacionalista y revolucionaria en los años veinte.
Este nacionalismo español se contraponía lógica y obviamente al nacionalismo radical catalán. Sin embargo, este último estaba construyendo, con muchas dificultades, un discurso social que sería absorbido por Francesc Macià en 1919 a través del Partit Obrer Nacionalista, pronto reconvertido en la Federació Democràtica Nacionalista. Pero lo más interesante es que tanto el nacionalismo catalán como el español del lerrouxismo convergieron y compartieron una retórica aliadófila que, en los años de la Primera Guerra Mundial, abogaba por la imperiosa necesidad de que España interviniese en el conflicto.
Sin embargo, ambas opciones, ciertamente militaristas, cada vez se distanciaron más en su objetivo final, puesto que los nacionalistas radicales aspiraban a poner fin a la monarquía de Alfonso XIII, mientras que el lerrouxismo apostó ambivalentemente tanto por una solución republicana (una Segunda República española) como por una reforma democrática de la monarquía, de la cual se apartarían personajes como Camilo Boix Melgosa, que pasarían a engrosar las filas de la Unión Patriótica y del primorriverismo.
De ello se derivó que lerrouxistas y separatistas fuesen los principales artífices en el reclutamiento de voluntarios (catalanes, españoles o catalano-españoles) para luchar contra los imperios centrales y poner las bases para una regeneración de España vía una futura Sociedad de Naciones. Como se ha expuesto, la alternativa se frustró o, mejor dicho, nació frustrada. Es en este marco post Gran Guerra donde se pergeñó el complot contra Joseph Joffre en su visita a Barcelona, durante los Juegos Florales de 1920.
En último término, los dimes y diretes de la conspiración pusieron de manifiesto las miserias de unos sectores políticos con nula influencia en la política del momento y que, en definitiva, a lo máximo que aspiraban era a ser admitidos en la función pública fuese municipal, provincial o del Estado. Y este iba a ser uno de los motores de las futuras conspiraciones contra la monarquía y Primo de Rivera en los años veinte: la construcción o reconstrucción de un Estado nacional español fundamentado en un amplio contingente de empleados públicos. Esta idea es extensiva a los propios separatistas catalanes, que encontraron esta oportunidad en la implementación de la Generalitat en los años treinta.
Boix Melgosa deambuló como funcionario municipal de Barcelona durante la Dictadura de Primo de Rivera y hasta el final de la Guerra Civil, lo que nos demuestra las supuestas ambivalencias del personaje. Supuestas porque desde su experiencia en el republicanismo radical barcelonés vinculó su futuro político, pero sobre todo el profesional, a la figura de Joan Pich y Pon, la gran figura del lerrouxismo catalán entre 1917 y 1936.
Este, a diferencia de Lerroux, jugaría la carta primorriverista para, con la Segunda República, continuar en el juego del Partido Republicano Radical. Pich y Pon, entre octubre de 1934 y febrero de 1936, dominó el Ayuntamiento de Barcelona y presidió accidentalmente la Generalitat de Cataluña, convirtiéndose en una auténtica maquinaria de generar empleo público para sus amigos políticos, entre los que podemos encontrar a Camilo Boix Melgosa.
Este último, como auténtico camaleón y superviviente político, se adecuó al escenario revolucionario de 1936, siendo depurado por las autoridades nacionales en 1939. En rigor, la posible conexión que se estableció entre Boix Melgosa y algún separatista catalán desnortado forma parte de un mundo político catalán muy complejo y que, no necesariamente, se entendía por las dicotomías entre españolistas y catalanistas o izquierdas y derechas, sino también por los diferentes lazos ocultos y dispares de relación personal que existían en aquellos ambientes[87]. Y es que, socialmente, nada distinguía a un bohemio exaltado como Boix Melgosa de los oficinistas o dependientes del comercio separatistas de finales de los años diez y principios de los veinte.
[1] |
Pla et al. (2016). |
[2] | |
[3] |
Esculies y Martínez Fiol (2017). |
[4] |
Esculies (2011). |
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[6] | |
[7] |
Manela (2007). |
[8] |
Esculies (2018). |
[9] | |
[10] |
Salvador y Kjostvedt (2017); Corner (2012); Gerwarth y Horne (2012), y Ucelay-Da Cal (2017). |
[11] |
Martínez Fiol (1990a). |
[12] |
Esculies (2014a: 10-30). |
[13] |
Como ejemplo Safont Plumed (2012). |
[14] |
Safont (2013: 50-55). |
[15] | |
[16] |
Cartas de Juli Carsalade du Pont a Francesc Matheu, 17 y 28 de octubre de 1919, AHCB. |
[17] |
Balcells et al. (1996: 167-178); Aisa (2019), y Balcells (2001: 11-118). |
[18] |
Dueñas y Solé (2020). |
[19] |
Arnau de Vilanova [pseud. Joan Solé i Pla], «Per abatre l’imperialisme. Els voluntaris catalans a França», La Nació, 25-12-1915; Safont (2012). |
[20] |
Esculies (2013a). |
[21] |
Martínez Fiol (1991: 27-30). |
[22] |
Esculies (2011: 88-93). |
[23] |
Fuentes (2014: 113) y Vila-San Juan (1993: 143). |
[24] |
Ucelay-Da Cal et al. (2019); Martínez Fiol (1990b), y Martínez Fiol y Esculies (2018). |
[25] | |
[26] |
En general, Manela (2007) y Núñez Seixas (2010: 31-89). |
[27] |
Esculies (2011: 134-142). |
[28] |
Su viaje en Comitè Pro-Catalunya, «Impressions d’un nacionalista català per terres de França», mayo de 1919, Carpeta “Missatges”, Fondo Comitè de Germanor amb els Voluntaris Catalans, ANC. La documentación que entregó, Comitè Pro-Catalunya, «Messieurs les Délegués de la Conférence de la Paix. Ministère des Affaires Étrangères, Paris». Fondo Foreign Office, ANB. |
[29] |
Martínez Fiol y Esculies (2018). |
[30] |
Martínez Fiol y Pich (2019); Fuentes (2021), y Neiberg (2011). |
[31] | |
[32] | |
[33] | |
[34] |
Ucelay-Da Cal (1987). |
[35] |
«El presente y el porvenir», El Progreso, 8-8-1914. |
[36] |
Martínez Fiol (1990a). |
[37] |
Alejandro Lerroux, «España y la guerra internacional», El Progreso, 12-8-1914. |
[38] |
«Recluta voluntaria», El Progreso, 15-8-1914. |
[39] |
Geoffray al ministro de Asuntos Exteriores Francés. Embajada de la República Francesa en España, Madrid, septiembre-octubre de 1914, informes 259, 383, 995, 307, 448, Guerre 1914/1918. AMAEP. |
[40] |
Íd. |
[41] |
Ponce Marrero (2011: 53-65; 2013). |
[42] |
Martínez Fiol (1990a). |
[43] |
Culla i Clara (1986: 313) y Ruiz-Manjón (1976). |
[44] |
Lerroux y la Gran Tragedia (1915: 6). |
[45] |
Ucelay-Da Cal (1997). |
[46] |
Arevalo y Just (2002). |
[47] |
Culla i Clara (1986: 255-260, 280-283). |
[48] |
Íd. |
[49] |
Pérez Galdós (2016) [1878]. |
[50] |
Los Aliados, 31-10-1914. |
[51] |
Avilés (1999). |
[52] |
González Calleja y Aubert (2014: 252, 365-373). |
[53] |
Carta de Joan Tomàs Rossich a Joan Solé i Pla, 15 de febrero de 1920, Barcelona, Fondo Joan Solé i Pla, ANC, [en catalán original]. |
[54] |
Esculies y Martínez Fiol (2014). |
[55] |
«Visita als presos», El Poble Català, 15-9-1916; «Cargas y garrotazos», El Diluvio: Diario Político de Avisos, Noticias y Decretos, 11-9-1916; Gent nova, periòdic catalanista, 31-3-1917; «Els estudiants», El Poble Català, 28-4-1917. |
[56] | |
[57] |
Carta de Josep Fernàndez Puig a Joan Solé i Pla, 16 de marzo de 1920, Barcelona, Fondo Joan Solé i Pla, ANC [en catalán original]. |
[58] |
Partida de defunción de Josep Castanyer Prat, 4 de mayo de 1953, Barcelona, ARCB. |
[59] |
Martínez Fiol (1991: 16-20). |
[60] |
Josep Castanyer, «Delateu!», El Poble Català, 15-2-1915. |
[61] |
Carta de Josep Fernàndez Puig a Joan Solé i Pla, 16 de marzo de 1920, Barcelona, Fondo Joan Solé i Pla, ANC [en catalán original]. |
[62] |
Carta de Joan Tomàs Rossich a Joan Solé i Pla, 18 de marzo de 1920, Barcelona, Fondo Joan Solé i Pla, ANC [en catalán original]. |
[63] |
El Diluvio: Diario Político de Avisos, Noticias y Decretos, 13-3-1920; «Nova junta», La Veu de Catalunya, 6-7-1920. |
[64] |
Culla i Clara (1986). |
[65] |
Carta de Josep Fernàndez Puig a Joan Solé i Pla, 18 de marzo de 1920, Barcelona, Fondo Joan Solé i Pla, ANC [en catalán original]. |
[66] |
Carta de Josep Castanyer a Joan Solé i Pla, 30 de marzo de 1920, Barcelona, Fondo Joan Solé i Pla, ANC [en catalán original]. |
[67] |
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