Cómo citar este artículo / Citation: Luján, O. y Palacios Cerezales, D. (2021). Politización y movilización social antes del sufragio universal masculino (presentación). Historia y Política, 46, 17-‍22. doi: https://doi.org/10.18042/hp.46.01

SUMARIO
  1. NOTAS
  2. Bibliografía

Pensar lo político en el ochocientos, antes de la llegada del sufragio universal y en una sociedad con una alfabetización limitada, ha venido siendo sinónimo de entender la configuración de las instituciones, las elecciones e incluso el espacio público a partir de las elaboraciones discursivas y las acciones de los notables. Hasta los últimos decenios del siglo xx, el relato historiográfico predominante se construía a partir de los mimbres intelectuales legados por las elites políticas y eruditas del xix, prolongando sus razones, debates, dudas y críticas.

La historia de la participación popular en la política se confundía así con la de la lucha por el sufragio, primero masculino y luego universal, y con la de la organización de partidos políticos populares y de clase. Además, sobre las prácticas políticas del pasado se proyectaba una imagen de imperfección, como si las organizaciones, los usos electorales o las formas de expresión de las preferencias populares del siglo xix fueran ensayos inmaduros de la competición electoral entre partidos semejante a la consolidada en la segunda mitad del siglo xx.

Las aproximaciones a la vida política del siglo xix desde la primera historia social se asentaron con profundas raíces en nuestra historiografía. A pesar de diferir en sus enfoques y sobre el lugar de las élites, coincidían en adjudicarles el monopolio del poder y, por ende, en conceder a los ciudadanos —y aún más con los no ciudadanos— un papel dependiente o pasivo[1]. La propia politización popular se entendía como una transmisión de las elites a las masas[2]. Es decir, y en consonancia con las teorías clásicas de la modernización y de la movilización social en ciencia política, como una aculturación: un proceso de incentivos e inculcación guiado por el Estado y unas u otras elites políticas, que tanto creaban las condiciones para la participación como trasmitían los recursos culturales al resto de la sociedad[3].

El foco en las elites ensombrecía la textura política de la movilización, tanto individual como colectiva, y protagonizada por un amplio elenco de actores de distinta extracción sociológica. Al tiempo, el peso del paradigma de la modernización hizo que las politizaciones alternativas a los proyectos liberales o socialistas, como la legitimista o la católica, fueran poco estudiadas. En unas ocasiones quedaban relegadas al estatuto de residuos anacrónicos; en otras al de resultados de una falsa conciencia o una manipulación elitista. Lo mismo sucedía con la participación popular que parecía resistirse a la modernización, muchas veces expresada en claves localistas o comunitarias. Todo ello dio pie a proyectar una imagen de apatía y desmovilización sobre la población decimonónica, que se entendía como dependiente y sin agencia.

En respuesta a esta visión elitista, la reacción más espontánea, por antagónica, fue aproximarse a la política popular o «desde abajo». Es decir, comprender cómo las clases populares habían contribuido a formar las identidades o incluso el Estado desde su participación política y social[4]. Pero al querer dar voz a colectivos silenciados, no pocas veces se ha caído en análisis preconcebidos que identifican la capacidad de acción de sectores populares con una voluntad emancipatoria hipostasiada, como a menudo sucede con los trabajos de la People’s History[5].

En las últimas décadas, la crítica a los paradigmas anteriores no ha compuesto una agenda de investigación cerrada. No obstante, ha abierto el campo a las experiencias políticas en el siglo xix desde distintas perspectivas de análisis y renovaciones metodológicas. Se han abandonado las aproximaciones dualistas que enfrentaban a pueblo con oligarquía o a masas con elites, y se ha propuesto entender la política como un espacio estructuralmente complejo, en el que coexisten campos relativamente autónomos en los que no solo las elites actuaban o tomaban la palabra. También se han trabajado los marcos culturales de la acción política y los distintos ámbitos de socialización[6]. El punto de encuentro ha pasado por repensar espacios tradicionalmente no concebidos como políticos, pero que permitían expresarse políticamente[7]. En ese sentido, han sido ejemplares los trabajos de Emmanuel Fureix sobre los funerales como espacios donde los códigos burgueses eran puestos en tela de juicio por una cultura de la muerte alternativa a la dominante[8]. En ellos, sujetos sin derechos políticos eran capaces de expresar con más o menos libertad sus opiniones y hacerlas circular de un modo que pesaba en la vida política en su conjunto.

Una multiplicidad de estudios, sin necesariamente compartir unos mismos presupuestos, ha reinterpretado el valor del espacio público para calibrar la agencia de actores no dominantes y su capacidad de definir lo político. El estudio de lo político en la era de las revoluciones se encuentra inmerso en un debate sobre la importancia de los comportamientos populares, o de las mujeres, y sobre su imbricación en las transformaciones de los lenguajes y las culturas políticas. Sin embargo, hay una incertidumbre notable acerca de los mecanismos por los cuales esas voces y conductas definían situaciones, representaban identidades o intereses y hacían pesar preferencias. Tampoco hay un catálogo claro, o siquiera geográficamente delimitado, de los distintos espacios donde se producía esa participación. Para avanzar, parece necesario tanto afinar conceptualmente la comprensión de la agencia política como revitalizar el análisis comparado, que permita evaluar en qué medida las prácticas políticas sucedían en un espacio trasnacional conectado o en un archipiélago de territorios esencialmente marcados por sus propias culturas y contextos.

Este monográfico de Historia y Política camina en esa dirección aprehensiva y comparada. Lo hace desde perspectivas complementarias que abordan espacios de politización y participación política y social más allá del voto, las elecciones, los Parlamentos y los Gobiernos, aunque en diálogo con estos.

En primer lugar, el monográfico asume como propia la línea historiográfica que reconoce que la agencia política no es monopolio de las elites políticas y propone que el sentido de la actuación política de los subalternos no se presuma a priori, sino que se reconstruya empíricamente. Es necesario ahondar en el propio sentir de la política de dichos sectores y en el significado que daban a su participación política.

En esa revisión se asienta el artículo de Oriol Luján, que pone de relieve la impronta de viejas tendencias que siguen condicionando conceptualizaciones actuales, en particular al abordar las culturas políticas en el liberalismo. En las últimas décadas, la renovación de la historia social de la política y la introducción de una perspectiva cultural en lo político han favorecido la interdisciplinariedad metodológica con la apertura a nuevos enfoques. Sin embargo, esta mirada cultural no siempre ha sido capaz de desprenderse del filtro de las elites en el análisis del entendimiento de las culturas políticas. Por eso, el texto de Luján viene a revisar dicha perspectiva a partir del examen de la propia voz de los electores.

En segundo lugar, la propuesta procura reflejar la complejidad de la articulación política en el seno de la sociedad. Eso es, a partir de las interacciones sociales entre distintos colectivos, que no necesariamente presuponen dominación o niegan la agencia de unos u otros[9]. El artículo de Jordi Roca demuestra, por ejemplo, cómo el carnaval en la Barcelona del reinado de Isabel II se resignificó políticamente gracias a la interacción entre sectores populares y elites sociales. La movilización de colectivos democráticos y progresistas integró en el carnaval elementos procedentes de las fiestas cívicas revolucionarias, y permitió vertebrar redes de solidaridad popular, a la vez que la fiesta también se transformó de acuerdo con pautas de la moda marcadas por las elites sociales.

El texto de Xosé Ramón Veiga aborda la politización en los albores de la modernidad en Galicia y muestra que no fue resultado de un desalojo de las elites tradicionales ni de una innovación aparecida de la nada. En algunas elecciones de síndicos personeros en los ayuntamientos de finales del siglo xviii había movilización de capitales sociales enfrentados, que a menudo tornaban clave la participación electoral del pueblo bajo. El desafío constitucional se imbricó en una competencia política preexistente y el enfrentamiento entre la nueva cultura liberal y la antirrevolucionaria arrastraba consigo prácticas y tradiciones heredadas. En la fricción se resignificó el espacio político.

Esa autonomía de la politización, escapándose a las elites, la aborda también Louise Zbiranski en su trabajo sobre la milicia nacional. Las diferentes dinámicas de radicalización en las que los ciudadanos de esta fuerza se vieron inmersos participaban en un diálogo entre la experiencia del servicio miliciano y los debates más teóricos sobre las virtudes ciudadanas y el rol del ciudadano en la salvaguarda contra la tiranía.

Los trabajos de Henry Miller y Diego Palacios, a su vez, abordan una práctica política, las recogidas de firmas, y atienden a su uso en el siglo xix por parte de actores usualmente no identificados con la modernidad política: los conservadores británicos y los católicos españoles. El primero expone que la identidad política conservadora se fraguó y reprodujo en una multiplicidad de campañas peticionarias, mostrando como movilizaban por sus causas haciendo uso de los instrumentos de la política popular. El segundo analiza la transformación de los repertorios de acción colectiva y la inscripción de las recogidas de firmas como forma de movilización en la cultura política española, de campaña en campaña, y de los marcos para interpretarlas. Además, al poner el foco en el catolicismo realza el protagonismo de proyectos ajenos al liberalismo en la transformación de las formas participativas de hacer política.

La comprensión de la política del siglo xix precisa de una mirada analítica sin apriorismos ni presunciones teleológicas. Este monográfico viene a poner el acento en algunos de los actores y sus prácticas, pero otras muchas quedan en el tintero. Por ejemplo, se está revitalizando la investigación del papel de la mujer. Esta y otras realidades requieren aún de mayor atención y debate para la comprensión de la politización en el siglo xix.

NOTAS[Subir]

[1]

Tuñón de Lara (‍1972); Tusell (‍1976), y Varela Ortega (‍1977).

[2]

Agulhon (‍1970) y Weber (‍1976).

[3]

Deutsch (‍1966).

[4]

Van Ginderachter y Beyen (‍2012) y Calatayud et al. (‍2016).

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Zinn (‍1999).

[6]

Sierra y Romeo Mateo (‍2014).

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[9]

Blockmans et al. (‍2009).

Bibliografía[Subir]

[1] 

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[3] 

Calatayud, S., Millán, J. y Romeo, M. C. (eds.) (2016). El estado desde la sociedad: espacios de poder en la España del siglo xix. Alicante: Publicacions de la Universitat d’Alacant.

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Deutsch, K. (1966). Nationalism and social communication: An Inquiry into the Foundations of Nationality. Massachusetts: Cambridge University Press.

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[8] 

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[9] 

Tusell, J. (1976). Oligarquía y caciquismo en Andalucía: 1876-‍1923. Barcelona: Planeta.

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Van Ginderachter, M. y Beyen, M. (eds.). (2012). Nationhood from below. Europe in the long nineteenth century. Basingstoke: Palgrave. Disponible en: https://doi.org/10.1057/ 9780230355354.

[11] 

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[13] 

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