En memoria de Olga Glondys
En las dos últimas décadas se constata un creciente interés historiográfico por la conocida como Guerra Fría cultural. Uno de los principales actores de esa contienda bipolar por ganar las mentes y los corazones de la humanidad fue el Congreso por la Libertad de la Cultura (CLC). Esta organización se creó en 1950 para defender la independencia intelectual amenazada por el totalitarismo comunista. Desde su fundación, el CLC se propuso, por un lado, ser el paladín de la libertad de pensamiento vinculada a los ideales occidentales de postguerra. Por otro, cohesionar y dotar de legitimidad intelectual al bloque hegemónico conformado por las elites económicas y políticas transatlánticas. Para conseguir estos objetivos, el CLC se esforzó en forjar una comunidad intelectual sustentada sobre el consenso anticomunista y el alineamiento ideológico en torno al eje conformado por el liberalismo reformista y la socialdemocracia moderada.
Dentro de la historia internacional de la Guerra Fría se ha producido una animada discusión académica sobre la naturaleza de esta institución. Algunos historiadores han presentado al CLC como defensor de una causa justa en la batalla cultural contra la tiranía comunista. Otros lo han visto como un instrumento de penetración ideológica y cultural de los valores e intereses occidentales. Finalmente, también hay autores que describen al CLC como una organización títere al servicio de los servicios de inteligencia estadounidenses y de sus objetivos geopolíticos en la Guerra Fría, visión cuestionada en los últimos años por trabajos que han desvelado una cooperación entre la CIA y el CLC basada más en la constante negociación que en la imposición.
El presente volumen, editado por Giles Scott-Smith y Charlotte Lerg, pretende contribuir a los debates historiográficos sobre el CLC mediante el análisis de uno de sus principales instrumentos de influencia intelectual, las revistas políticas y culturales. El libro incluye estudios sobre quince revistas del CLC como Encounters (Gran Bretaña), Der Monat (República Federal de Alemania), Preuves (Francia), Tempo Presente (Italia), Quadrant (Australia) y Jiyu (Japón), entre otras. Tales trabajos suponen un importante avance en los estudios sobre el CLC y su actuación en el marco de la Guerra Fría cultural. Buen ejemplo de ello es el capítulo escrito por parte de la historiadora Olga Glondys. Esta investigadora realiza un sólido y pormenorizado análisis sobre Cuadernos del Congreso por la Libertad de Cultura, la revista del CLC en América Latina entre 1953 y 1965.
Financiada por la CIA bajo la cobertura de la Farfield Foundation, Cuadernos trató de convertirse en plataforma de intercambio y diálogo entre los intelectuales latinoamericanos y sus correligionarios en Europa Occidental y Estados Unidos. Durante los años cincuenta los contenidos de esta revista siguieron la línea marcada por algunos intelectuales exiliados españoles como Julián Gorkin e Ignacio Iglesias. Influencia que hizo, según cuenta Glondys, que la revista adoptase una vacua y enervada retórica anticomunista, cuyo tono agresivo y propagandístico apenas profundizaba en la realidad latinoamericana ni en la problemática económica, social y política del subcontinente. Esta línea editorial, indisimuladamente proamericana (y escasamente crítica con las dictaduras de derechas del hemisferio), dificultó que a lo largo de ese década Cuadernos conectase con los sectores progresistas de las elites culturales latinoamericanas, quedando su radio de acción limitado al establishment intelectual compuesto por autores y académicos liberales, conservadores y anticomunistas. No obstante, como señala la autora, dichos sectores disponían de una escasa capacidad de influencia sobre las fuerzas sociales emergentes en América Latina, como los nuevos líderes juveniles y estudiantiles.
Así se puso de relieve cuando la revolución cubana de 1959 evidenció la escasa relevancia de Cuadernos, una publicación sin apenas contactos con los nuevos actores que estaban irrumpiendo en una región en creciente ebullición política y social. En consecuencia, dentro del CLC aparecieron voces en favor de un giro editorial de la revista hacía una postura más abierta e inclusiva, que permitiese entrar en diálogo con todas las sensibilidades democráticas y de izquierdas, a excepción de aquellas que se situasen en el extremismo totalitario. De este modo, a partir de 1961 Cuadernos adoptó una nueva orientación ideológica que esgrimía un tono menos estridente y más comprensivo con los simpatizantes de la revolución en América Latina.
La apertura hacia la izquierda en las páginas de Cuadernos fue acompañada de un mayor control editorial desde la sede central del Congreso en París. Desde allí se intervino constantemente en la selección de los contenidos, temas, autores e imágenes publicadas en la revista. La autonomía de la redacción local de Cuadernos cada vez fue menor, tal y como se pudo constatar cuando los dirigentes del CLC en París decidieron deshacer el giro progresista de la revista a partir de 1963. Aunque el capítulo no ahonda en los factores internos y externos que pudieron motivar dicho repliegue, demuestra que desde esa fecha Cuadernos retomó un enfoque conservador que le alejó definitivamente de las nuevas generaciones progresistas de escritores, intelectuales y periodistas latinoamericanos. A partir de entonces la revista sufrió un declive que llevó a su desaparición en 1965.
Glondys concluye que la trayectoria de Cuadernos se vio lastrada por su escasa autonomía del CLC. La línea editorial de esta revista habitualmente se situó en las coordenadas políticas e ideológicas decididas por la dirección central del Congreso, la cual solía expresar una fuerte desconfianza sobre la orientación política y la sofisticación cultural de los intelectuales latinoamericanos. Tal disciplina ideológica hizo, en primer lugar, que las páginas de Cuadernos exhibiesen (a excepción del breve lapso entre 1961 y 1963) una posición eminentemente proamericana, conservadora y eurocéntrica. En segundo, que mostrasen un claro desinterés e incapacidad para captar y abordar la situación económica y social que sufría el subcontinente americano. Todo ello provocó que Cuadernos fracasase en su intento de persuadir a la nueva generación de escritores, pensadores y líderes de opinión latinoamericanos.
En definitiva, el trabajo de Olga Glondys aborda, de manera rigurosa y bien documentada, las principales cuestiones y debates presentes en este volumen. El libro representa una aportación significativa a la creciente bibliografía sobre el papel de los intelectuales en la Guerra Fría. Por un lado, sus páginas adoptan un original enfoque, en el que el análisis de los contextos nacionales se combina con otros factores de tipo trasnacional. Por otro, constituyen un buen ejemplo del diálogo entre la historia intelectual y el giro global experimentado en los últimos años por la historia de la Guerra Fría. Lo que hace que este libro sea una lectura muy recomendable para los investigadores interesados en las facetas culturales e intelectuales de las relaciones internacionales entre 1945 y 1989.