RESUMEN
La movilización unitaria de apoyo a los represaliados políticos es un aspecto prácticamente sin estudiar, pero de notable relevancia, de la lucha antifranquista. Este artículo pretende ayudar a llenar ese vacío. En un contexto de marcado endurecimiento de la represión, las organizaciones clandestinas y los movimientos sociales de oposición se dotaron de una herramienta transversal para ayudar a las víctimas y denunciar su situación. Los primeros ejemplos se documentan en 1967 en diferentes localidades, pero es a partir de inicios de 1969 cuando se constituye el principal germen del movimiento: la Comissió de Solidaritat de Barcelona. Este núcleo inicial y más destacado se extenderá en los años siguientes a otros municipios de Cataluña, primero, y Madrid y otras capitales, más tarde. A través del estudio de la documentación generada por estas nuevas plataformas, así como de la realización de entrevistas a algunos de sus componentes, se constata su importancia como uno de los ejes vertebradores del nuevo tipo de oposición a la dictadura. Gracias al trabajo de las Comisiones de Solidaridad se consiguió amortiguar el embate represivo al tiempo que deslegitimar al régimen y aglutinar las diferentes sensibilidades presentes en el antifranquismo. Asimismo, no puede obviarse la influencia de esa experiencia en la creación de organismos unitarios de oposición durante el franquismo y la transición.
Palabras clave: Oposición antifranquista; represión política; unidad; presos políticos; solidaridad.
ABSTRACT
The united mobilization in support of victims of political reprisals is a virtually unstudied aspect of the fight against the Franco dictatorship, yet it is extremely important. This article aims to help fill that void. Amid markedly increased repression, the underground organizations and social movements of the opposition developed a cross-societal tool to help the victims and to speak out against their situation. The first examples were documented in 1967 in different towns, yet it was not until early 1969 that the main origins of the movement took root: the Comissió de Solidaritat de Barcelona [Solidarity Committee of Barcelona]. This initial and most prominent hub would be extended to other cities in subsequent years, first in Catalonia, and later in Madrid and other capitals. Our study of the documentation generated by these new platforms, combined with interviews with some of their members, confirms the importance of this network as one of the main axes of the new mode of opposition to the dictatorship. The work of the Solidarity Commissions made it possible to mitigate the brunt of repression, while delegitimizing the regime and bringing together the different awareness groups within the anti-Franco movement. Mention must also be made of the influence of this experience on the creation of united opposition platforms during the Franco regime and the transition to democracy.
Keywords: Anti-Franco movement; political repression; unity; political prisoners; solidarity.
Hacia finales de la década de los sesenta el franquismo endureció de manera significativa la represión en un giro que pretendía dar respuesta a las conquistas cosechadas por la oposición en los años precedentes. A partir de entonces, el frente antirrepresivo, que desde la misma instauración de la dictadura había formado parte intrínseca de la lucha contra ella, se convirtió en uno de los principales motores de la movilización. Dos eran sus dimensiones más evidentes: el apoyo a los represaliados y su entorno, y la deslegitimación del régimen ante la población española y la opinión pública internacional. Ambos aspectos podían beneficiarse de un tipo de acciones, como las colectas, las recogidas de firmas o los actos culturales, que se situaban en el difuso —y a menudo peligroso— terreno que separaba la actividad legal de la clandestina. La solidaridad se convirtió, de esa forma, en una de las vías para sortear las mayores dificultades para movilizarse derivadas del incremento de la represión.
Una tercera característica acabó por otorgar a la lucha antirrepresiva un papel destacado en la erosión del régimen: su función de eficaz aglutinador entre las diferentes sensibilidades presentes en el antifranquismo. Muestra palpable de ello fue la aparición de las Comisiones de Solidaridad, organismo unitario de apoyo a los represaliados y de denuncia de la represión en el que llegaron a convivir desde sectores eclesiásticos y democratacristianos hasta militantes de izquierda radical. Aunque actor de reparto en el cada vez más amplio magma de la oposición, su trayectoria entre 1969 y 1977 constituye un fiel reflejo de la tendencia de esta a ampliar su espectro, así como del influjo unitario que la caracterizó, en especial —pero no exclusivamente— en el contexto catalán.
Desde mediados de los años cincuenta y, sobre todo, durante la primera mitad de los sesenta, el antifranquismo experimentó cambios que serían decisivos para su futuro crecimiento y que transformarían decisivamente su relación con el régimen. En síntesis, se empezó a visualizar entonces el paso desde una oposición caracterizada por la actividad clandestina de organizaciones políticas normalmente aisladas entre sí y con notables dificultades para mantener una acción continuada en el tiempo, hacia un nuevo tipo de activismo caracterizado por el protagonismo de lo que, en el lenguaje de la época, se llamaba acción de masas. Un cambio hacia una nueva oposición cuyo centro neurálgico no serían ya las organizaciones, sino los movimientos sociales, cuyos activistas actuaban —en la medida de lo posible— públicamente, forzando los límites de la legalidad y esgrimiendo reivindicaciones concretas que podían conectar con una amplia parte de la población. Un cambio, en definitiva, de un antifranquismo político a un antifranquismo social[2].
Más que las explosiones de conflictividad que empezaron a producirse de forma más o menos periódica por aquellos años (Madrid, 1956; Barcelona, 1957; Asturias, 1958 y 1962), aquello que convirtió la década que va aproximadamente de 1956 a 1966 en un período transcendental fue que, a través de la constitución de plataformas propias y permanentes de movilización, estudiantes y trabajadores lograron articularse como movimientos sociales. Con ello, consiguieron protegerse mejor ante la represión y hacer emerger una conflictividad sostenida en el tiempo. Elemento clave en ese proceso fue la utilización de la brecha que ofrecía la participación en los organismos de masas del régimen, tanto en el ámbito estudiantil como en el laboral. Una táctica que, aunque con acentos y alcances distintos en cada caso, llegaría a su culmen alrededor de 1966: en la universidad, con la constitución de los primeros sindicatos democráticos de estudiantes, y, en el mundo del trabajo, con la masiva elección de candidatos vinculados a las Comisiones Obreras (CC. OO) en las elecciones sindicales.
No resulta para nada casual que, inmediatamente después de estos sucesos, el régimen
reaccionara drásticamente. El año 1967 supuso, en efecto, el inicio de un giro represivo
que tuvo un arranque fulminante, prolongado hasta principios de 1969, momento de su
primer clímax, que conoció un segundo apogeo en diciembre de 1970, coincidiendo con
el proceso de Burgos y que, con modulaciones, se extendería hasta el final del franquismo.
No se trataba, con todo, de un cambio de rumbo de ciento ochenta grados: ya desde
algunos años antes, coincidiendo con el progresivo despliegue tanto de las CC. OO.
como de las formas de coordinación de los representantes estudiantiles, se estaba
produciendo un incremento sustancial de las detenciones. En el caso del movimiento
obrero fue claramente perceptible, en ese contexto, el desplazamiento como objeto
prioritario de la represión desde la que era la organización con un arraigo más amplio,
el PCE/PSUC, hacia las CC. OO. Para fastidio de la dictadura, estas tenían —por su
propia morfología e idiosincrasia— una mayor capacidad de resistencia, circunstancia
que les permitía resurgir con más fuerza después de cada caída
A partir de 1967, ese desplazamiento se haría todavía más evidente Sentencia 66/1977, 2-6-1967, TOPDAT; Colomer ( Colomer, J. M. (1978). Els estudiants de Barcelona sota el franquisme. Barcelona: Curial.
Uno de los elementos que ejemplifica más claramente el cambio de ciclo en materia
represiva fue la recuperación del estado de excepción, cuya última aplicación databa
de 1962. La huelga iniciada en noviembre de 1966 en Laminación de Bandas en Frío (en
Etxebarri, en el área del gran Bilbao) llevó al Gobierno a recurrir de nuevo a la
utilización de la excepción, decretada en abril de 1967 y circunscrita a Vizcaya.
Las aproximadamente trescientas detenciones efectuadas a lo largo de los tres meses
de vigencia de la medida Sobre la figura de Ruano y el contexto y circunstancias de su muerte, véase Domínguez
Rama ( Domínguez Rama, A. (ed.) (2011). Enrique Ruano. Memoria viva de la impunidad del franquismo. Madrid: Complutense.
Boletín Extraordinario (Madrid), 20-5-1969, XI, APJJA.
Tras el amplio despliegue represivo de principios de 1969, parecía que el régimen
había conseguido desbaratar la capacidad de actuación del antifranquismo. No obstante,
la realidad distaba mucho de ser así, especialmente en lo que atañe al movimiento
obrero. Su pronta reconstitución, debida a la fortaleza organizativa que habían adquirido
las CC. OO., propiciaría una rápida reactivación de la conflictividad Martínez Foronda ( Martínez Foronda, A. (coord.) (2011). La dictadura en la dictadura. Detenidos, deportados y torturados en Andalucía durante
el Estado de Excepción de 1969. Sevilla; Valladolid: Fundación de Estudios Sindicales; Archivo Histórico de Comisiones
Obreras-Andalucía; El Páramo.
Sobre el juicio, véanse: Halimi ( Halimi, G. (1972). El proceso de Burgos. Caracas: Monte Ávila.
Salaberri, K., Castells, M. y Letamendia, F. (1971). El Proceso de Euskadi en Burgos. El sumarísimo 31/69. París: Ruedo Ibérico.
Casanellas, P. (2014). Morir matando. El franquismo ante la práctica armada, 1968-1977. Madrid: Catarata.
ABC, 20-6-1971, 29-31.
La preocupación desatada en el seno de los círculos de poder franquista a raíz de
la amplitud de las movilizaciones contra el proceso de Burgos motivó un vivo debate
interno La cifra de civiles condenados en consejos de guerra pasó de 232 en 1967 y 254 en
1968 a 400 en 1969 y 403 en 1970. Desde 1971 y hasta 1976, se mantuvo siempre por
encima de los 200 al año. Anuario Estadístico Militar, 19, 1976, 485.
Sobre las cambiantes prerrogativas de la jurisdicción militar, véanse: Ballbé ( Ballbé, M. (1985). Orden público y militarismo en la España constitucional (1812-1983). Madrid: Alianza.
Lamarca, C. (1985). Tratamiento jurídico del terrorismo. Madrid: Ministerio de Justicia.
Casanellas, P. (2014). Morir matando. El franquismo ante la práctica armada, 1968-1977. Madrid: Catarata.
Más allá del ámbito normativo y judicial, también las prácticas policiales reflejaron
claramente el nuevo sello de la política de orden público. En este terreno, nuevamente
1967 significó un punto de inflexión, como ilustran dos casos concretos. En enero,
Rafael Guijarro Moreno, joven maoísta de 17 años, perdía la vida al precipitarse al
vacío durante el registro policial efectuado en su domicilio, en Madrid Si bien con cronologías no siempre coincidentes, varios autores han ofrecido recuentos
parciales o totales de víctimas de la represión estatal durante el período: Landa
Gorostiza ( Landa Gorostiza, J. M. (2008). Informe sobre víctimas de vulneraciones de derechos humanos derivadas de la violencia
de motivación política. Vitoria: Gobierno Vasco.
Baby, S. (2012). Le mythe de la transition pacifique. Violence et politique en Espagne (1975-1982).
Madrid: Casa de Velázquez.
Casanellas, P. (2014). Morir matando. El franquismo ante la práctica armada, 1968-1977. Madrid: Catarata.
Sánchez-Cuenca, I. (2014). Atado y mal atado. El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la
democracia. Madrid: Alianza.
Wilhelmi, G. (2016). Romper el consenso. La izquierda radical en la Transición española (1975-1982). Madrid: Siglo XXI.
Ballester, D. (2018). Vides truncades. Repressió, víctimes i impunitat a Catalunya (1964-1980). Valencia: Publicacions de la Universitat de València.
Véanse, entre otros: Babiano et al. ( Babiano, J., Gómez Bravo, G., Míguez, A. y Tébar, J. (2018). Verdugos impunes. El franquismo y la violación sistémica de los derechos humanos.
Barcelona: Pasado y Presente.
Martínez Foronda, A. (coord.) (2011). La dictadura en la dictadura. Detenidos, deportados y torturados en Andalucía durante
el Estado de Excepción de 1969. Sevilla; Valladolid: Fundación de Estudios Sindicales; Archivo Histórico de Comisiones
Obreras-Andalucía; El Páramo.
Finalmente, la situación en las cárceles experimentó también un endurecimiento a lo
largo de la década de los sesenta. De entrada, la llegada a un centro penitenciario
suponía, en la mayoría de los casos, un alivio respecto a la dureza del paso por comisaría.
España había dejado de ser —en expresión de Marcos Ana— aquella «inmensa prisión»
con alrededor de 270 000 presos que era en 1940, con cárceles absolutamente abarrotadas
e insalubres, en las que reinaban las epidemias, el hambre crónico y un gran índice
de mortalidad La expresión da título al volumen de Molinero et al. ( Molinero, C., Sala, M. y Sobrequés, J. (eds.) (2003). Una inmensa prisión. Los campos de concentración y las prisiones durante la guerra
civil y el franquismo. Barcelona: Crítica.
Vinyes, R. (2002). Irredentas. Las presas políticas y sus hijos en las cárceles de Franco. Madrid: Temas de Hoy.
Gómez Bravo, G. (2007). La redención de penas. La formación del sistema penitenciario franquista, 1936-1950.
Madrid: Catarata.
Gómez Bravo, G. (2009). El exilio interior. Cárcel y represión en la España franquista (1939-1950). Madrid: Taurus.
Hernández Holgado, F. (2011). La prisión militante. Las cárceles franquistas de mujeres de Barcelona y Madrid (1939-1945)
[tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid. Disponible en: https://doi.org/10.4000/ccec.3749 Rodríguez Teijeiro, D. (2011). Las cárceles de Franco. Configuración, evolución y función del sistema penitenciario
franquista, 1936-1945. Madrid: Catarata.
Sin embargo, las condiciones de vida podían variar enormemente de una cárcel a otra,
y no hay que perder de vista que, por norma general, los presos de derecho común disponían
de muchas menos facilidades y respaldo que los políticos. Varias medidas gravosas
para los derechos del preso, como las sanciones, la exclusión de la redención de penas
por el trabajo, los traslados arbitrarios o las dificultades para mantener una fluida
comunicación oral y escrita con familiares y abogados formaban parte del día a día.
Desde 1963, además, los presos políticos, hasta entonces concentrados en unos pocos
centros penitenciarios (Burgos, Cáceres, Soria o, para el caso de las mujeres, Alcalá)
empezaron a verse sometidos a una política de dispersión —que tenía como consecuencia
su aislamiento en pequeños grupos— y a ser normalmente destinados a centros de primer
grado, en los que reinaba una «gran severidad disciplinaria» [Comissió de Solidaritat de Barcelona], «En defensa de los presos políticos», Barcelona,
junio de 1972, AHCO, Moviments Socials, Associacions de Solidaritat, C47-7. Según
Martínez Zauner ( Martínez Zauner, M. (2019). Presos contra Franco. Lucha y militancia en las cárceles del tardofranquismo. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
Amnesty International, «Situación actual de las cárceles españolas», s. l., 1973,
ANC, PSUC, UI 2074. Véase también Suárez y Colectivo 36 ( Suárez, A. y Colectivo 36 (1976). Libro blanco sobre las cárceles franquistas. 1939-1976. París: Ruedo Ibérico.
A la altura de finales de los años sesenta, el franquismo era sin duda un régimen
capaz de mantenerse en pie, como tantas otras dictaduras, a través de la fuerza, pero
cuyo poder se asentaba en unas bases cada vez menos sólidas. Pese a su éxito aparente,
el estado de excepción de 1969 propició el afloramiento de las contradicciones internas
derivadas de ese poder tambaleante. Unas contradicciones que terminarían por forzar
la remodelación ministerial del otoño de 1969, y que darían pie al inicio de una etapa
que ha sido caracterizada como de crisis Ysàs ( Ysàs, P. (2004). Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia, 1960-1975.
Barcelona: Crítica.
Ysàs, P. (2006). La crisis de la dictadura franquista. En C. Molinero (ed.). La Transición, treinta años después (pp. 27-58). Barcelona: Península.
En el origen de esta crisis, un factor destacaba por encima de los demás: las disensiones
en torno a la mejor forma de combatir al antifranquismo. La desorientación gubernamental
se explica en muy buena medida por la resistencia que habían adquirido los movimientos
sociales —en especial el obrero— ante los zarpazos de la represión. A lo largo de
1969, algunos documentos de la oposición dejarían constancia de esa permeabilidad,
sin duda relativa, pero cada vez mayor. De forma en exceso triunfalista, aunque no
carente de razonabilidad, las CC. OO. de Sevilla apuntaban que el estado de excepción
se había «vuelto en contra [de] quienes lo decretaron» y que había suscitado «una
gran dimensión solidaria y moral» Apud. Martínez Foronda ( Martínez Foronda, A. (coord.) (2011). La dictadura en la dictadura. Detenidos, deportados y torturados en Andalucía durante
el Estado de Excepción de 1969. Sevilla; Valladolid: Fundación de Estudios Sindicales; Archivo Histórico de Comisiones
Obreras-Andalucía; El Páramo.
Gregorio López Raimundo, «Detener la represión. Acabar con el inmovilismo. Imponer
un cambio democrático», 25, s. l., enero de 1969, 25, AGA, Cultura, MIT, Gabinete
de Enlace, c. 642.
Para respaldar su opinión, López Raimundo citaba, entre otras iniciativas, un documento
de diciembre de 1968 dirigido al ministro de la Gobernación, Camilo Alonso Vega, en
el que, con el respaldo de más de un millar de firmas de personalidades de diversos
ámbitos, se denunciaban las torturas practicadas por los cuerpos policiales. Ese tipo
de denuncias públicas habían empezado a ser frecuentes desde algunos años atrás. Entre
1962 y 1969, el Ministerio de Información y Turismo registró tres decenas de escritos
de parecidas características, suscritos normalmente por intelectuales, profesionales
liberales y artistas
Precisamente el papel de los profesionales del derecho había empezado a atraer la
atención de la dictadura, en especial desde que, a raíz de la promulgación del Decreto
Ley sobre Represión del Bandidaje y Terrorismo, proliferaran las críticas contra la
utilización abusiva de la justicia militar. De manera significativa, en enero de 1969,
justo después de la declaración del estado de excepción, el Colegio de Abogados de
Madrid aprobó en junta general extraordinaria dos mociones críticas con el Gobierno.
En ellas se instaba, por un lado, a eliminar las jurisdicciones especiales y, por
el otro, a establecer un estatuto especial para los presos políticos y a permitirles
beneficiarse de la redención de penas por el trabajo y la libertad condicional La Vanguardia Española, 17-1-1969, 8, apud. Ysàs ( Ysàs, P. (2004). Disidencia y subversión. La lucha del régimen franquista por su supervivencia, 1960-1975.
Barcelona: Crítica.
Congreso Nacional de la Abogacía Española ( Congreso Nacional de la Abogacía Española. (1971). Conclusiones del IV Congreso Nacional de la Abogacía Española. León, junio 1970. Barcelona: Ilustre Colegio de Abogados de Barcelona.
Cabrero, C., Díaz, I., Gómez Alén, J. y Vega, R. (2013). Abogados contra el franquismo. Memoria de un compromiso político, 1939-1977. Barcelona: Crítica.
Salaberri ( Salaberri, K., Castells, M. y Letamendia, F. (1971). El Proceso de Euskadi en Burgos. El sumarísimo 31/69. París: Ruedo Ibérico.
Castells, M. (1977). Los procesos políticos. (De la cárcel a la amnistía). Madrid: Fundamentos.
Cabrero, C., Díaz, I., Gómez Alén, J. y Vega, R. (2013). Abogados contra el franquismo. Memoria de un compromiso político, 1939-1977. Barcelona: Crítica.
Boletín Informativo (Madrid), 35, 6-8-1975, APJJA, apud. Águila ( Águila, J. J. del (2007). «Voceros de la libertad» y «parteros de la democracia»:
los abogados comunistas de Madrid en el final del franquismo (1969-1977). En M. Bueno
(coord.). Comunicaciones del II Congreso de Historia del PCE. De la resistencia antifranquista
a la creación de IU. Un enfoque social [CD-ROM]. Madrid: Fundación de Investigaciones Marxistas.
Otro espacio que sirvió para dar cobijo a las acciones de solidaridad con los represaliados
políticos —así como al antifranquismo en general— fue el mundo eclesiástico. El Concordato
de agosto de 1953 entre la Santa Sede y el régimen de Franco establecía la inviolabilidad
de los edificios eclesiásticos, salvo casos de «urgente necesidad» BOE, 292, 19-10-1953, 6230-6234.
Como pone de relieve la cobertura proporcionada por curas y abogados, la actuación
entre la legalidad y la ilegalidad se convirtió en una de las principales bazas de
la lucha antirrepresiva. La vocación de operar públicamente, forzando los límites
de lo permitido, contribuyó asimismo a reforzar el carácter unitario que, por su propia
naturaleza, propiciaban las iniciativas de solidaridad con los represaliados y de
denuncia de la represión. Así lo constataba con buen ojo Gregorio López Raimundo en
el informe antes citado: lo más importante era que esa denuncia «puede desarrollarse
a través de formas abiertas», circunstancia que reflejaba un notable grado de politización
y de organización. Para ilustrar su argumentación, el dirigente comunista citaba la
creación en distintos lugares de comisiones cívicas Gregorio López Raimundo, «Detener la represión», cit., 26-27. «Declaración de la Comisión Cívica de Madrid ante la intensificación de la represión»,
Mundo Obrero, 20, segunda quincena de noviembre de 1968, 2.
«Querido (1)», s. l., [1967], AHPCE, Nacionalidades y Regiones, Euskadi, jack. 581.
Debemos agradecer a Jordi Sancho que nos haya facilitado este documento. Véase una
aproximación al caso de la Comisión Cívica de Tarragona en Ferrer González ( Ferrer González, C. (2018). Sota els peus del franquisme. Conflictivitat social i oposició política a Tarragona.
1956-1977. Tarragona: Arola.
En lo que se refiere estrictamente trabajo de solidaridad, otro espacio de relevancia
impulsado por los comunistas fue el Movimiento Democrático de Mujeres (MDM), organismo
que, en cierto modo, recogió el testigo del trabajo protagonizado desde la posguerra
por muchas «mujeres de preso», tanto comunistas como anarquistas Abad ( Abad, I. (2012). En las puertas de prisión. De la solidaridad a la concienciación política de las mujeres
de los presos del franquismo. Barcelona: Icaria.
Quintero Maqua, A. B. (2016). El eco de los presos. Los libertarios en las cárceles franquistas y la solidaridad
desde fuera de la prisión, 1936-1963 [tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid. Disponible en: https://bit.ly/2SifRwd. Abad ( Abad, I. (2012). En las puertas de prisión. De la solidaridad a la concienciación política de las mujeres
de los presos del franquismo. Barcelona: Icaria.
Gómez Fernández, A. B. (2014). Del antifranquismo al feminismo: la búsqueda de una
nueva ciudadanía del Movimiento Democrático de Mujeres en la Transición democrática.
Pasado y Memoria, 13, 251-270. Disponible en: https://doi.org/10.14198/PASADO2014.13.11. Arriero Ranz, F. (2016). El Movimiento Democrático de Mujeres. De la lucha contra Franco al feminismo (1965-1985).
Madrid: Catarata.
Entrevista a Vicenta Camacho Abad, septiembre de 2006, AHT, Biografías obreras y
militancia sindical en CC. OO., BIO 58/04 y BIO 58/05.
Otro frente en el que los comunistas fueron muy activos fue el de la ayuda procedente
del exterior. Un actor esencial en este terreno fue la Delegación Exterior de Comisiones
Obreras (DECO). Además de actuar como altavoz de denuncia de la represión franquista,
la DECO se encargó de recaudar ayuda económica entre organizaciones políticas y sindicales
de otros países, así como de enlazar con las Comisiones de Solidaridad con CC. OO.
(o Comisiones Obreras de Solidaridad) constituidas en varias ciudades europeas desde
los años sesenta. Un momento especialmente importante para el impulso del trabajo
solidario de los españoles de la emigración fue el estado de excepción de 1969 Sanz Díaz ( Sanz Díaz, C. (2006). Las movilizaciones de los emigrantes españoles en Alemania bajo
el franquismo. Protesta política y reivindicación sociolaboral. Migraciones y Exilios, 7, 51-80.
Babiano, J. y Fernández Asperilla, A. (2009). La patria en la maleta. Historia social de la emigración española a Europa. Madrid: Fundación 1.º de Mayo; Ediciones GPS.
Rozalén Piñero, L. (2013). Las campañas de solidaridad: sus protagonistas, su dimensión
y repercusiones. En J. Babiano (coord.). Proceso 1001 contra Comisiones Obreras. ¿Quién juzgó a quién? (pp. 89-137). Madrid: Fundación 1.º de Mayo.
En el interior, varias iniciativas antirrepresivas unitarias fueron apareciendo por
aquellos mismos años, con acentos distintos en cada caso. En junio de 1967, al calor
de las movilizaciones contra la represión desplegada durante el estado de excepción
de aquel año, fue creada en Vizcaya una Comisión Central de Solidaridad de carácter
unitario y en la que se involucraron abogados, profesionales liberales y sacerdotes «Los trabajadores defienden a los represaliados», Mundo Obrero, 15, segunda quincena de junio de 1967, 4; Ibarra ( Ibarra, P. (1987). El movimiento obrero en Vizcaya: 1967-1977. Ideología, organización y conflictividad.
Bilbao: Universidad del País Vasco-Euskal Erriko Unibertsitatea.
Treglia, E. (2012). Fuera de las catacumbas. La política del PCE y el movimiento obrero. Madrid: Eneida.
«Querido (1)», cit. [Reunión del CE del PCE con militantes comunistas en el movimiento obrero], s. l.,
[enero de 1973], AHPCE, Movimiento Obrero, c. 91, carp. 2, cinta n.º 4, 44. Debemos
agradecer a Emanuele Treglia que nos haya facilitado este documento.
Fondo Común Provincial de los Trabajadores de Vizcaya, «¡A los trabajadores de Bizkaia!»,
Bilbao, 6-7-1978, AFFLC, Archivos Personales, Archivo de Alberto Pérez García, 004005-004.
A su vez, en Asturias se intentó armar un espacio unitario de apoyo a detenidos, presos
y despedidos desde finales de los sesenta. Fruto de las discrepancias, inicialmente
funcionaron en paralelo dos organismos con idénticas funciones, constituidos el primero
en octubre de 1969 y el segundo en mayo de 1970: el Fondo Común de Solidaridad Obrera
(luego también llamado Comité de Solidaridad, en el que figuraban como siglas participantes
PSOE, UGT, USO, CNT y CRAS) y la Comisión de Solidaridad de Asturias (impulsada por
CC. OO. y el PCE). Ambas plataformas se unirían en enero 1972 bajo la denominación
de Fondo Unitario de Solidaridad Obrera de Asturias (FUSOA), cuyo funcionamiento llegó
hasta diciembre de 1976. Como en el caso vizcaíno, estas iniciativas se inspiraban
en un precedente: la llamada Comisión de Despedidos, creada en 1964 Fernández ( Fernández, B. (1990). Una experiencia singular de oposición al franquismo en Asturias:
el Fondo Unitario de Solidaridad Obrera de Asturias (FUSOA), 1972-1976. En J. Tusell,
A. Alted y A. Mateos (coords.). La oposición al régimen de Franco. Estado de la cuestión y metodología de la investigación.
Tomo I (vol. 2) (pp. 189-205). Madrid: Universidad Nacional de Educación a Distancia.
Treglia, E. (2012). Fuera de las catacumbas. La política del PCE y el movimiento obrero. Madrid: Eneida.
La extensión del espíritu unitario antirrepresivo que denotaba el surgimiento de estos
espacios tuvo una plasmación todavía más amplia en Cataluña. El punto de arranque
de la dinámica unitaria que caracterizó al antifranquismo catalán hay que situarlo
en la Caputxinada (marzo de 1966) y, más concretamente, en las muestras de solidaridad suscitadas por
las represalias contra quienes tomaron parte en ella. A partir del núcleo de intelectuales
presentes en el encuentro surgió la Taula Rodona: un organismo que, por vez primera
desde el fin de la Guerra Civil, reunía desde democristianos hasta comunistas Véanse Colomer ( Colomer, J. M. (1976). Assemblea de Catalunya. Barcelona: L’Avenç.
Crexell, J. (1987). La Caputxinada. Barcelona: Edicions 62.
Una vez tejidos, aunque fuera incipientemente, lazos de colaboración entre las más
diversas fuerzas del antifranquismo catalán, y resquebrajado el aislamiento que había
pendido sobre los comunistas desde la posguerra, estaban puestas las bases para una
profundización en el trabajo unitario antirrepresivo. Se explica, así que desde 1967
encontremos algunas comisiones de solidaridad, como la constituida en el Vallès «como
un hecho esporádico el 27-10-67 con motivo de 30 detenciones aquel día». Formada
«por grupos cristianos y de Comisiones Obreras», la comisión recogió «dinero para
las fianzas y para los semanales de los detenidos», alrededor de 250 000 pesetas en
un breve período Solidaritat, 15, marzo de 1972, ABPR.
No sería, sin embargo, hasta más de un año después, a inicios de 1969, cuando apareciera
la estructura que orgánicamente acabaría conociéndose como Comisiones de Solidaridad.
Un papel destacado correspondería al responsable de la Vicaría Obrera del Arzobispado
de Barcelona, Joan Carrera. Se trataba de un antiguo consiliario de la JOC a quien
el régimen ya tenía un ojo encima, al menos, desde su etapa en la parroquia de Sant
Antoni de Pàdua, en Llefià (Badalona) AHDDPOB, carp. Delegació Pastoral Obrera i Solidaritat (traducido del catalán).
A partir de entonces, el despacho de Carrera en el Palacio Episcopal acogió reuniones
diarias de coordinación. Entre sus participantes se encontraban, por ejemplo, el abogado
Agustí de Semir, el escritor Albert Manent, el abogado y político democristiano Anton
Cañellas o Remei Ramírez, antigua militante de la JOC y entonces encuadrada en la
ACO. Fue a esta última, secretaria de la Vicaría Obrera, a quien Carrera confió también
la secretaría de aquella comisión. En esa etapa inicial, la red eclesiástica jugó
un papel central. Se intentaba, por ejemplo, que las escuelas religiosas donde estudiaban
los hijos de represaliados dejaran de cobrar temporalmente las mensualidades a sus
familias. Y la colaboración del vicario episcopal de Ambientes Obreros de la diócesis
de Madrid, Antonio Albarrán, resultó fundamental para obtener información sobre el
estado de los detenidos y presos que se encontraban allí Ferrer y Teruel ( Ferrer, J. y Teruel, F. (2010). Joan Carrera. Un bisbe del poble. Barcelona: Mediterrània.
Entrevista a Joaquim Boix Lluch, noviembre de 2017.
Muy pronto esa primigenia comisión se abriría más allá de los círculos católicos y
se convertiría en un espacio transversal. Una apertura que, no por casualidad, empezó
con la incorporación de militantes del PSUC. Además de principal activo del antifranquismo
catalán, los comunistas habían dedicado notables esfuerzos a propiciar el encuentro
entre los diferentes actores de la oposición en aplicación de su política de subordinar
el propio programa a medio y largo plazo al objetivo inmediato de terminar con la
dictadura Domènech ( Domènech, X. (2006). Entre el chotis reformista y la sardana idílica. La política
de alianzas del PSU de Cataluña en tiempos de cambios políticos. Papeles de la FIM, 24, 201-233.
Molinero, C. e Ysàs, P. (2010). Els anys del PSUC. El partit de l’antifranquisme (1956-1981). Barcelona: L’Avenç.
Entrevista a Joaquim Boix Lluch, noviembre de 2017. Entrevista a Adonio González Mateos, septiembre de 2017. «Capas medias, intelectuales y artistas que integraron y/o colaboraron con las Comissions
de Solidaritat de Catalunya», s. l., 5-10-2010 (documento cedido por Adonio González
Mateos).
Ferrer y Teruel ( Ferrer, J. y Teruel, F. (2010). Joan Carrera. Un bisbe del poble. Barcelona: Mediterrània.
Además de la Comissió de Solidaritat, otras plataformas con fines específicos acreditan
la amplitud del influjo unitario que caracterizó a la oposición catalana. Fue el caso
de la Comissió Onze de Setembre (creada en 1964 para impulsar las movilizaciones con
motivo de la Diada), de la dedicada a la lucha contra la guerra en Vietnam o de la
Comissió Catalana d’Amnistia. De todas ellas, la que tuvo mayor eco fue esta última,
que vería la luz en 1969 Amnistia, 1, marzo de 1973, ABPR.
Colomines ( Colomines, J. (2003). Crònica de l’antifranquisme a Catalunya. Barcelona: Angle.
Ibid.: 190-191.
La Comissió de Solidaritat creada en Barcelona en 1969 no solamente consiguió por primera vez articular de manera permanente el trabajo unitario antirrepresivo, sino que su experiencia sirvió también para definir claramente las tareas que debían desempeñarse en ese frente de lucha. El modelo, que fue luego adoptado por las demás Comisiones de Solidaridad, partía de tres actividades básicas: la información, el apoyo y la denuncia pública.
La primera de esas tres patas era la obtención de información actualizada acerca de
la situación de cada uno de los represaliados: «Sin datos concretos no hay respuesta
concreta efectiva. Demasiadas veces se denuncian casos represivos cuando han pasado
meses desde su ejecución; otros quedan desconocidos. Sucede, otras veces, que la rutina
en la denuncia o los fallos de información deforman la veracidad de lo ocurrido, con
lo cual le es más fácil a Instituciones Penitenciarias asumir la defensa de su posición» [Comissió de Solidaritat de Barcelona], «En defensa de los presos políticos», cit.
La segunda función primordial era la prestación de apoyo. En su vertiente material,
esta ayuda requería, obviamente, la obtención de fondos, que resultaban también básicos
para el mantenimiento de una mínima estructura organizativa. Según se desprende del
detalle de las informaciones sobre las cuentas internas, hubo siempre un estricto
control de hasta el último céntimo obtenido y gastado. Cabe subrayar que las sumas
recabadas llegaron a ser de un volumen notable: por ejemplo, los movimientos de caja
de enero-marzo de 1972 de la Comissió de Solidaritat de Barcelona —la mayor de las
diferentes comisiones que se habían ido creando desde 1969 en distintas localidades
catalanas— reflejaban entradas por un total de casi 435 000 pesetas (de las que 18 100
correspondían al saldo positivo heredado de las cuentas del año anterior). Entre los
capítulos que más dinero aportaban, destacaban por encima de los demás la «venta de
objetos» (268 185 pesetas) y, en segundo lugar, las colectas y contribuciones de parroquias
(64 166 pesetas) y de «comunidades cristianas» (18 300). Los «colegios profesionales»
habían donado 10 000 pesetas, y las aportaciones personales, tanto de dentro como
de fuera del país, llegaban a 17 000 pesetas. Asimismo, una campaña específica de
recogida de fondos para los huelguistas de El Ferrol consiguió reunir 25 200 pesetas Solidaritat, 15, marzo de 1972, ABPR.
La colaboración de esta entidad fue muy notable no únicamente en términos económicos,
sino también a través de juguetes y regalos a los hijos de los represaliados, de ayuda
a sus familias y a los exiliados, de la denuncia de la represión franquista en Francia,
etc. Entrevista a Joaquim Boix Lluch, noviembre de 2017.
Solidaritat, 23, enero de 1973, CEDOC.
En lo que se refiere a las salidas, normalmente se repetían las ayudas a los presos
y sus familiares, el pago de multas, fianzas y costas judiciales, las aportaciones
a las cajas de resistencia de plantillas en huelga y el envío de dinero a los exiliados.
Así pues, las contribuciones económicas resultaron fundamentales tanto para asegurar
una vida digna a los presos y sus familias —que muchas veces dependían del sueldo
de la persona encarcelada—, como para dar cobertura a conflictos laborales prolongados.
En el caso de las cuentas de los tres primeros meses de 1972, las salidas sumaban
234 456 pesetas, y se repartían entre las contribuciones a trabajadores de empresas
en conflicto (122 726), las ayudas a los familiares de presos (63 000), los pagos
a abogados (26 000), los gastos derivados de las comidas enviadas a las cárceles (7500)
y, por último, las facturas derivadas del funcionamiento de la propia comisión (15 230) Solidaritat, 15, marzo de 1972, ABPR.
Aunque menor cuantitativamente, la partida destinada directamente a los presos resultaba
de gran importancia, puesto que permitía complementar una dieta normalmente muy limitada
y hacerles llegar aquellos productos que no podían comprarse en los economatos de
las galerías. En ese terreno, además de recaudar dinero, se llamaba a aportar determinados
productos: dentro de las prisiones no estaban permitidos todos los tipos de envases
y, por ejemplo, el tabaco solamente era tolerado en las prisiones de hombres «Solidaritat. Normas para la confección de paquetes», AHCO, Moviments Socials, Associacions
de Solidaritat, C47-8.
Solidaritat, 23, enero de 1973, CEDOC.
Varias facturas por este concepto, pagadas por la Comissió de Solidaritat, se conservan
en AHDDPOB, carp. Vicaria d’Ambients Obrers.
A parte de la ayuda económica y material, no pueden omitirse otros aspectos del apoyo
que ofrecían las Comisiones de Solidaridad. No fue extraño, por ejemplo, que se ofrecieran
domicilios que «en una situación de represión o persecución pudieran servir para esconder
y proteger gente, informando a los inquilinos de las medidas de seguridad que en estos
casos deben establecerse» [Comisiones de Solidaridad de Madrid], «El régimen español se caracteriza», s. l.,
s.d., AHT, TOP / Despacho del abogado Jaime Sartorius, 08-07.
Entrevista a Joaquim Boix Lluch, noviembre de 2017. Entrevista a Vicenta Camacho Abad, cit., BIO 58/05.
No hay que olvidar, tampoco, la vertiente más propiamente humana de la ayuda. Frecuentemente
se visitaba tanto a los propios presos como a sus familias, a las que, además de intentar
transmitir afecto, se acompañaba hasta la cárcel en caso de que tuvieran dificultades
para hacerlo por sus propios medios Solidaritat, 23, enero de 1973, CEDOC.
Finalmente, la tercera gran esfera de trabajo de las Comisiones de Solidaridad, aunque
en ningún caso la menos importante, fue la denuncia pública. Disponer de información
detallada de la realidad de la represión las convertía en un actor especialmente indicado
para dar publicidad, tanto en el interior como en el extranjero, de la sistemática
vulneración de derechos humanos imperante bajo el franquismo. Detenciones, torturas,
imposición de multas, penas de cárcel, traslados a celdas de castigo y muertes en
manifestaciones o bajo custodia policial pudieron salir a la luz, en muchos casos,
gracias a las Comisiones de Solidaridad. Fue su red de contactos la que permitió que
se difundiera, por ejemplo, la imagen del cuerpo brutalmente torturado del comunista
y militante de CC. OO. Francisco Téllez Fue Quim Boix quien convenció al médico Toni Borràs, a quien conocía del SDEUB, para
que tomara la fotografía. Entrevista a Joaquim Boix Lluch, noviembre de 2017.
El rápido crecimiento experimentado por la inicial Comissió de Solidaritat obligó
a una mayor estructuración interna, tanto territorial como temática. Territorialmente,
muy pronto aparecerían núcleos locales en distintas localidades catalanas, principalmente
—pero no solo— en el área metropolitana de Barcelona Boletín de Información de Solidaridad, 18-10-1971, AHCO, Moviments Socials, Associacions de Solidaritat, C47-7.
«Las Comisiones de Solidaritat», Barcelona, 1976 (documento cedido por Joaquim Boix
Lluch).
«Comissió de Solidaritat de Mataró», s. l., s.d., AHCO, Moviments Socials, Associacions
de Solidaritat, C47-4.
«“Solidaritat” en barrios de Barcelona», s. l., s.d., AHCO, Moviments Socials, Associacions
de Solidaritat, C47-9.
La diversidad de perfiles de las personas que integraron las Comissions de Solidaritat
catalanas o colaboraron con ellas en algún momento u otro, así como la lógica inexistencia
de censos en una actividad que carecía de cobertura legal, hace difícil la tarea de
establecer un perfil del militante tipo. En una lista de más de 150 nombres elaborada
por Adonio González años después, figuran cantantes, artistas, intelectuales, representantes
de entidades culturales, actores, cineastas, gente del mundo eclesiástico, profesores,
abogados, médicos y profesionales liberales de todo tipo «Capas medias, intelectuales», cit. Entrevista a Adonio González Mateos, septiembre de 2017 (traducido del catalán).
El rápido crecimiento del movimiento lo dotó sin duda de mucha más fortaleza, pero
la mayor heterogeneidad ideológica propiciada por ese proceso también suscitó conflictos
que, en cierto modo, pueden ser leídos como crisis de crecimiento. La creación en
1970 de una comisión propia en Terrassa, por ejemplo, «empezó con obstáculos por parte
de algunos partidos obreros, que la acusaban de “institución benéfica”, o de estar
instrumentalizada, o de ambas cosas». Sin embargo, dos años después, «estos recelos
han desaparecido, debido en parte a que se ha ayudado a cualquier represaliado, aunque
perteneciera a uno de los grupos que atacaba a la Comisión» Solidaritat, 15, marzo de 1972, ABPR.
«Editorial», Boletín de Solidaridad, 16, junio de 1972, ABPR.
Joan Carrera Planas, «El mur que ha començat a caure… (2)», Catalunya Cristiana, 531, 26-11-1989, 5 (traducido del catalán).
La eficacia del modelo fue, precisamente, una de las razones de su traslación más allá de la realidad catalana, proceso que hay que situar entre 1972 y 1973. Se percibe entonces la necesidad de hacer llegar el movimiento a tantos rincones como sea posible, para hacer frente de forma más efectiva a la política penitenciaria y represiva del régimen. Un documento de la Comissió de Solidaritat de Barcelona de junio de 1972, exponente de una lúcida visión de conjunto de la realidad penitenciaria española, lo formulaba en los siguientes términos:
La tesis de Instituciones Penitenciarias de que «cuanto más dispersos estén los presos políticos menos problemas nos crean» y que hoy se muestra como bastante cierta, debería estimular la creación de comisiones de solidaridad en las poblaciones donde se encuentran cárceles de presos políticos. […] no debe olvidarse que la mayor parte de las cárceles están situadas lejos de Madrid o Barcelona, en lugares lejanos de familia y abogados, donde los carceleros imponen su ley y a los que se podría frenar en cada caso represivo concreto con la rápida visita de familiares, abogados, comisiones, envíos de telegramas, cartas, etc., así como con denuncias ante la población de los elementos represivos de la plantilla (experiencias positivas en este sentido se dieron en Jaén y Soria).
En última instancia, se trataba de «dar y popularizar una respuesta concreta a las
bases mismas de la actual política penitenciaria española, tanto en sus líneas generales,
como en la concreta que aplica a los presos políticos». La «acción solidaria» podría
así «coordinar una respuesta global y afirmarla ante la opinión pública», así como
dar respuesta a situaciones que se consideraba de urgencia, «tales como el traslado
de los recluidos en Córdoba, Cartagena y Puerto de Sta. María a cárceles menos rigurosas»
o «el levantamiento de las sanciones que pesan sobre una gran cantidad de presos políticos».
En un comentario final lleno de esperanza, pero no por ello exento de lucidez, el
documento remachaba: «Lograrlo es posible porque, en definitiva, la actual represión,
por brutal que sea, no es, precisamente, prueba de fortaleza» [Comissió de Solidaritat de Barcelona], «En defensa de los presos políticos», cit.
Con el objetivo, pues, de articular una respuesta solidaria coordinada más allá de
Cataluña, algunos miembros de las Comissions de Solidaritat entablaron contactos con
militantes de otras grandes ciudades españolas. Según una de las encargadas de realizar
esos viajes, Remei Ramírez, como mínimo hubo reuniones en Madrid, Zaragoza y Valencia Entrevista a Vicenta Camacho Abad, cit., BIO 58/05. [Reunión del CE del PCE], cit., cinta n.º 5, 19-20.
La capital española sería la ciudad donde la traslación del modelo catalán de solidaridad
resultó probablemente más fecunda. Una fundamental reunión de coordinación Barcelona-Madrid
se celebró en esta última ciudad en otoño de 1973. Tomaron parte en el encuentro,
además de las Comissions de Solidaritat catalanas, las tres patas madrileñas que convergerían
en el movimiento: la Comisión de Solidaridad del MDM, la Comisión de Expresos de Madrid
y el Comité Antirrepresivo de Madrid. De allí salió un documento de conclusiones en
el que se informaba de «la reunión celebrada para intercambiar información, coordinar
sus actividades e impulsar la creación de nuevas Comisiones de Solidaridad y de lucha
contra la represión, a la vez de establecer contactos con las ya existentes». Asimismo,
se anunciaba la elaboración de un «proyecto de declaración de principios» común a
partir de la propuesta de Barcelona. Finalmente, un comunicado dirigido a la «opinión
internacional» declaraba que «por primera vez han tenido un contacto entre ellas a
nivel de los pueblos de España» las comisiones y comités firmantes, y apelaba a difundir
«la actividad represiva del régimen de Franco y Carrero Blanco» y a promover «el envío
de ayuda económica y material a todos los represaliados» «Proyecto de documento de las Comisiones de Solidaridad», s. l., octubre de 1973,
AHT, TOP / Despacho del Abogado Jaime Sartorius, 08-07.
Un extenso e interesante documento sin fechar, elaborado probablemente poco después,
anunciaba públicamente el nacimiento de las Comisiones de Solidaridad de Madrid y
recogía sus principios, objetivos y estructura. Su existencia formal con ese nombre
debió por lo tanto de establecerse a lo largo de 1973, si bien del redactado se desprende
algún tipo de actividad —al menos de ayuda económica— desde junio de 1972. La constatación
que se hace en el texto sobre el funcionamiento de varios núcleos en Madrid parece
confirmar ese extremo. Según sus autores, «aunque en una fase de consolidación», las
Comisiones de Solidaridad de Madrid «cuentan ya en su haber con varias comisiones
de solidaridad de barrios, de universidad, de fábricas y movimiento obrero, y con
algunas de sectores profesionales», además de tres «equipos de trabajo» («de información»,
«económico» y «de relaciones»), coordinados todos ellos por medio de una «comisión
de solidaridad central». Tanto en la estructura de funcionamiento, como en los principios
y objetivos básicos, es nítidamente perceptible la influencia del ejemplo catalán.
Con todo, ese documento marco de las Comisiones de Solidaridad de Madrid aportaba
un extraordinario nivel de detalle —diferenciando entre las funciones de las comisiones
de cada sector— y hacía un especial hincapié en determinados aspectos. Se insistía,
por ejemplo, en la necesidad de actuar «clandestinamente solo en aquello en que sea
imprescindible» («reuniones de
coordinación, distribución de hojas […]»), pero de hacerlo en cambio «públicamente
en todo aquello en lo que sea posible» («entrevistas con todo tipo de sectores ciudadanos
[…], recogida de dinero, festivales, recogida de firmas …»). Igualmente, se apostaba
por coordinarse «con todas las organizaciones de solidaridad ya existentes, tanto
a nivel local, nacional e internacional», puesto que «aspiramos en el futuro a una
fusión de todas aquellas que estén conformes con los principios y objetivos, independientemente
de mantener la colaboración y coordinación con quienes no deseen la fusión» [Comisiones de Solidaridad de Madrid], «El régimen español se caracteriza», cit. «Declaración de las Comisiones de Solidaridad de Madrid», [Madrid], mayo de 1974,
AHT, TOP / Despacho del abogado Jaime Sartorius, 08-07.
El documento marco que venimos de referir acabaría plasmado prácticamente en su totalidad
en un pequeño dosier de ocho páginas confeccionado a ciclostil. En él se incluía,
casi como única modificación respecto al texto original, una pequeña exposición sobre
las actividades realizadas hasta entonces, lo que confirma la existencia de una actividad
previa al encuentro del otoño de 1973. Así, según se especificaba, se habían realizado
acciones como «la elaboración de diferentes informes sobre la represión» y de «hojas
informativas dirigidas a la opinión pública», la difusión de «documentos apoyados
con miles de firmas», la «participación en distintos actos de solidaridad», el establecimiento
de «contactos con otras comisiones de solidaridad de otras provincias y con organismos
internacionales solidarios» y el apoyo a «la creación de nuevas comisiones en otros
lugares del estado español». Por último, se exponía un «Balance de solidaridad económica
desde junio de 1972», en el que constaban gastos por valor de 934 459 pesetas, la
mayor parte destinadas a «trabajadores despedidos» «Comisiones de Solidaridad de Madrid», s. l., s.d., AHT, TOP / Despacho del abogado
Jaime Sartorius, 11-01.
Otros dos estados de cuentas nos permiten calibrar el volumen de actividad de las
Comisiones de Solidaridad de Madrid. Un balance económico del segundo semestre de
1974 refleja entradas por un monte total de 333 142 pesetas Comisiones de Solidaridad de Madrid, «Estado de cuentas del segundo semestre de 1974
del 30 de junio al 31 de diciembre», [Madrid], s.d., AHT, TOP / Despacho del abogado
Jaime Sartorius, 11-01.
Comisiones de Solidaridad de Madrid, 1, enero de 1975, AHT, Hemeroteca.
«Organización interna comisión organización», s. l., s.f., AHT, TOP / Despacho del
abogado Jaime Sartorius, exp. 11-01.
No era, sin embargo, el número de militantes aquello que confería mayor potencial
a las Comisiones de Solidaridad. La importancia del movimiento radicaba en su mera
existencia, plasmación de la progresiva creación de puentes —tal vez frágiles, pero
crecientemente transitados— entre las diferentes sensibilidades del antifranquismo.
El afán por la difusión del modelo y por la articulación de una respuesta cada vez
más amplia y, sobre todo, más coordinada ante la represión demuestra que la unidad
no fue coyuntural o una mera proclama retórica. Es igualmente importante tener en
cuenta que las Comisiones de Solidaridad funcionaban como un movimiento: sus militantes
lo eran a título individual, no en calidad de representantes de un partido u organización,
por más que, como es obvio, cada organización tuviera un posicionamiento y una política
propia respecto a ellas. En este aspecto, el movimiento de solidaridad en Cataluña
y Madrid encerraba seguramente más potencial como instrumento unitario del que tuvo
la experiencia de Asturias, donde FUSOA operaba más bien como una superestructura
de las siglas que le daban apoyo. Significativamente, la captación de fondos la llevaba
a cabo cada organización de forma autónoma, para entregar posteriormente lo recaudado
al fondo común asturiano. Ello no quiere decir, no obstante, que la utilidad de FUSOA
en cuanto instrumento de apoyo a los represaliados fuera más limitada, como atestiguan
los doce millones de pesetas distribuidos entre
1972 y 1976
Hacia la mitad de los años setenta, el movimiento de solidaridad iba viento en popa.
Con todo, ese momento dulce no tardaría en dejar paso a una crisis que sería el preludio
de su rápido final. Paradójicamente, el inicio del declive de las Comisiones de Solidaridad
empezó a gestarse precisamente allí donde éstas habían nacido y donde eran más fuertes:
en Barcelona. Los primeros síntomas de malestar interno se manifestaron a raíz de
la huelga de octubre de 1974 en la SEAT. Según un documento elaborado más de un año
después por activistas católicos, el dinero entregado al movimiento a raíz del conflicto
fue a parar a una caja controlada en exclusiva por las CC. OO. «Anàlisi de Solidaritat. Document confidencial», Barcelona, enero de 1976, AHCO,
Moviments Socials, Associacions de Solidaritat, C47-8.
Fueran ciertos o no, los reproches se daban en un contexto de crecientes tiranteces
internas debidas a varios factores. Por un lado, en el aspecto organizativo, la relativa
autonomía de que gozaban las comisiones de trabajo y las de cada sector se prestaba
a que cada una de ellas se convirtiera en una especie de coto vedado. La variedad
de siglas presentes en aquel momento en las Comissions de Solidaritat catalanas nos
da una idea del desafío de hacerlas funcionar: sectores eclesiásticos, UDC, CDC, USO,
CSC, Cristians pel Socialisme, PSUC, PTE, MCE, trotskistas… Otra fuente de recelos
era el papel de control que, según el documento elaborado por militantes cristianos,
ejercía el PSUC en la coordinación. Ello habría llevado a otros militantes a apartarse,
al sentirse utilizados o excluidos, si bien, en sentido contrario, se reconocía el
dinamismo que aportaban los comunistas desde la Comisión Central «Anàlisi de Solidaritat», cit.
Por otro lado, a partir de 1975-1976 el PSUC apostó decididamente por acentuar el
carácter público y abierto de los actos organizados por las Comissions de Solidaritat «Ha llegado el momento de organizar abiertamente la solidaridad: el trabajo de solidaridad,
trabajo político», [Barcelona], s. d., AHCO, Biblioteca.
[Comisiones de Solidaridad de Madrid], «El régimen español se caracteriza», cit. Sirva como ejemplo la caída de varios de ellos de 1973, o la posterior de Adonio
González. Solidaritat (Mataró), época II, 1, julio de 1976, CEDOC.
«Anàlisi de Solidaritat», cit.
Se trataba, en definitiva, de debates y problemáticas muy comunes en los movimientos sociales antifranquistas, pero que en ese caso adquirían un carácter especialmente candente por las sensibles distancias ideológicas que separaban a sus protagonistas, así como por el hecho de tenerlos que dirimir en una misma estructura organizativa relativamente acotada. En ese sentido, una de las mayores aportaciones de las Comisiones de Solidaridad, su amplísima transversalidad, constituía a la vez su principal talón de Aquiles. Disputas que, en espacios más amplios como la Assemblea de Catalunya o las Mesas Democráticas, quedaban más o menos amortiguadas, resultaban en ese caso más difíciles de gestionar.
Finalmente, la discusión teórica fue sobrepasada por la fuerza de los acontecimientos.
La gran ola de movilizaciones de los primeros meses de 1976 La Vanguardia Española, 7-4-1976, 4.
La Vanguardia Española, 23-6-1976, 36.
La Vanguardia Española, 18-2-1976, 35.
La Vanguardia Española, 5-11-1976, 27.
El abandono de la clandestinidad coincidió con el momento de máximo esplendor del
movimiento, que se benefició de la centralidad adquirida por la lucha por la amnistía
a lo largo de la primera mitad de 1976. Pero casi tan repentina como ese auge fue
su —en cierta medida lógica— muerte de éxito. Tras la amplia excarcelación de presos
políticos propiciada por la aprobación del Decreto Ley de 30 de julio de 1976, solo
aquellos sobre los que pesaba la acusación de haber atentado contra personas permanecieron
entre rejas, lo que hizo que la lucha por la amnistía se concentrara en muy buena
medida en el País Vasco Solidaritat, 36, octubre-noviembre de 1976, CEDOC; Solidaritat, 38, enero-febrero de 1977, CEDOC.
Real Decreto 388/1977, de 14 de marzo, sobre Indulto General, y Real Decreto Ley
19/1977, de 14 de marzo, sobre Medidas de Gracia.
La Vanguardia Española, 14-6-1977, 32.
Esta sería, sin embargo, una de las últimas apariciones públicas de las Comisiones
de Solidaridad. Percibidas cada vez como menos necesarias, y con una actividad y unos
ingresos en declive —de más de medio millón de pesetas recaudadas por las comisiones
catalanas entre julio y agosto de 1976 Solidaritat, 35, septiembre de 1976, CEDOC.
Solidaritat, 38, enero-febrero de 1977, CEDOC.
Entrevistas a Joaquim Boix Lluch y a Teresa Domènech, noviembre de 2017.
A ojos de muchos, la aprobación en octubre de 1977 de la Ley de Amnistía ratificó
el final de una época caracterizada por la existencia de presos políticos y el inicio
de otra en la que debían regir los principios del Estado de derecho. Con todo, la
realidad penitenciaria distaría de convertirse en una balsa de aceite. Otro frente,
el protagonizado por los presos comunes —a los que las Comisiones de Solidaridad dedicaron
alguna atención— Solidaritat, 34, agosto de 1976, CEDOC.
Lejos de conseguir sus objetivos, el giro represivo impuesto por el franquismo hacia finales de los años sesenta suscitó una amplia respuesta social. Desde entonces, la lucha antirrepresiva, materializada en la solidaridad con los represaliados, las denuncias de vulneraciones de derechos y la reivindicación de amnistía, devino un elemento central del combate contra la dictadura. De entre las diferentes iniciativas antirrepresivas de carácter unitario surgidas en aquel contexto, la más relevante serían las Comisiones de Solidaridad. Pese a constituir un actor secundario en el amplio magma del antifranquismo, su experiencia resultó de notable importancia desde varios puntos de vista. Por un lado, contribuyó a extender y amplificar el papel de las movilizaciones de solidaridad como antídoto ante los efectos de la represión, lo que redundó en un fortalecimiento de la oposición. Por el otro —y esa fue su principal aportación—, se convirtió en un banco de pruebas para el trabajo unitario, del que el movimiento de solidaridad fue a la vez plasmación y catalizador.
Ese influjo unitario tuvo su máxima expresión en Cataluña, una de las zonas donde,
además, las movilizaciones contra el régimen adquirieron mayor amplitud. No obstante,
interpretar el fenómeno desde el paradigma de la especificidad catalana, como si se
tratara de una característica excepcional, exclusiva de ese territorio, nos llevaría
a una lectura seguramente sesgada o, cuando menos, incompleta. La misma extensión
del modelo de las Comisiones de Solidaridad más allá del Ebro, con Madrid como principal
pista de aterrizaje, da cuenta de la penetración del espíritu unitario en el conjunto
del antifranquismo español. De igual manera, probablemente no se explicarían experiencias
como las Mesas Democráticas sin la existencia previa y la influencia de los organismos
unitarios catalanes. Como tampoco se entenderían, en fin, los planteamientos sobre
la cuestión nacional de la oposición española en los años del cambio político sin
atender a las formulaciones realizadas con anterioridad desde Cataluña Sobre este último aspecto, véase Molinero e Ysàs ( Molinero, C. e Ysàs, P. (2014). La cuestión catalana. Cataluña en la transición española. Barcelona: Crítica.
Las iniciativas antirrepresivas unitarias, y las Comisiones de Solidaridad entre ellas, no fueron en absoluto un camino de rosas, pero ello no significa, como ya ha quedado dicho, que no fueran fructíferas. Su desaparición coincidiendo con el final de la dictadura fue un reflejo, al mismo tiempo, de las tensiones que afloraron en el seno de la oposición cuando se empezó a entrever la posibilidad de superación de la dictadura, y de la crisis que sufrió el modelo de militancia antifranquista cuando tuvo que enfrentarse al terreno de juego de la naciente democracia parlamentaria. Nada de ello puede ocultar, sin embargo, el significado más profundo del reflejo proyectado por la otra cara de la experiencia del movimiento de solidaridad: la evidencia que la represión desplegada en la última década del franquismo no constituyó un síntoma de la fortaleza del régimen, sino más bien de su debilidad.
ACO: |
Acción Católica Obrera. |
AFAPP: |
Asociación de Familiares y Amigos de Presos Políticos. |
BOE: |
Boletín Oficial del Estado. |
CCFPC: |
Comissió Coordinadora de Forces Polítiques de Catalunya. |
CC. OO.: |
Comisiones Obreras. |
CDC: |
Convergència Democràtica de Catalunya. |
CS: |
Comissió de Solidaritat. |
CSC: |
Convergència Socialista de Catalunya. |
CCSM: |
Comisiones de Solidaridad de Madrid. |
CNT: |
Confederación Nacional del Trabajo. |
CRAS: |
Comunas Revolucionarias de Acción Socialista. |
DECO: |
Delegación Exterior de Comisiones Obreras. |
ETA: |
Euskadi ta Askatasuna. |
FUSOA: |
Fondo Unitario de Solidaridad Obrera de Asturias. |
JOC: |
Juventud Obrera Cristiana. |
MCE: |
Movimiento Comunista de España. |
MDM: |
Movimiento Democrático de Mujeres. |
MIL-GAC: |
Movimiento Ibérico de Liberación — Grupos Autónomos de Combate. |
MIT: |
Ministerio de Información y Turismo. |
OSE: |
Organización Sindical Española. |
PCE: |
Partido Comunista de España. |
PCI: |
Partito Comunista Italiano. |
PSOE: |
Partido Socialista Obrero Español. |
PSUC: |
Partit Socialista Unificat de Catalunya. |
PTE: |
Partido del Trabajo de España. |
SDEUB: |
Sindicat Democràtic d’Estudiants de la Universitat de Barcelona. |
UDC: |
Unió Democràtica de Catalunya. |
UGT: |
Unión General de Trabajadores. |
USO: |
Unión Sindical Obrera. |
TOP: |
Tribunal de Orden Público. |
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ABPR: |
Arxiu Biblioteca del Pavelló de la República. |
AFFLC: |
Archivo de la Fundación Francisco Largo Caballero. |
AGA: |
Archivo General de la Administración. |
AHCO: |
Arxiu Històric de Comissions Obreres de Catalunya. |
AHDDPOB: |
Arxiu Històric de la Delegació Diocesana de Pastoral Obrera de Barcelona. |
AHPCE: |
Archivo Histórico del Partido Comunista de España. |
AHT: |
Archivo de Historia del Trabajo. |
ANC: |
Arxiu Nacional de Catalunya. |
APJJA: |
Archivo Privado de Juan José del Águila. |
CEDOC: |
Centre Documental de la Comunicació. |