RESUMEN
Entre las décadas de 1840 y 1870, los Gobiernos liberales españoles aprobaron un conjunto de iniciativas legislativas destinadas a construir y mejorar la infraestructura de transporte. Debido a la falta de recursos financieros, a menudo fue necesario recurrir al capital privado extranjero a través de varios sistemas de concesiones administrativas y ayudas públicas. Desde el enfoque profesional de los ingenieros civiles y ferroviarios, algunas de esas soluciones entraban en conflicto con sus posiciones ideológicas o con la realidad de unos proyectos que exigían grandes inversiones y prometían parcos retornos. Este artículo examina los supuestos de partida de esos ingenieros para hacer frente a los problemas, las respuestas que dieron, su acogida por los poderes públicos y la evolución de sus posiciones en las décadas centrales del siglo xix.
Palabras clave: Ferrocarriles; concesiones administrativas; subvenciones públicas; España; siglo
ABSTRACT
Between 1840’ and 1870’ decades, Spanish Liberal governments approved a set of legislative initiatives aimed at building and improving the transport infrastructure. Given the lack of financial assets, they often had to call to foreign private capital through several systems of state licenses and public aid. From the professional focus of civil and railway engineers, some of those solutions conflicted with their ideological positions, or with the reality of projects that demanded large investments and promised scant returns. This paper examines the underlying assumptions of these engineers to face the problems, the answers they gave, their acceptance by the public authorities, and the evolution of their viewpoints in the central decades of the 19th century.
Keywords: Railways; state licenses; public aid; Spain; 19th century.
En el siglo xix España se dotó de una red ferroviaria de una extensión considerable para el tamaño,
población y riqueza del país[1]. Su construcción fue contemplada como un éxito del régimen liberal, y aún más como
la victoria de un país sobre una geografía hostil Un estado del conocimiento de la geografía urbana española en la época en Olazábal
et al. ( Olazábal, E., Barquín, R., Álvarez-Palau, E. J. y Macías Muñoz, M. O. (2019). Catálogo
digital de cartografía urbana contemporánea en España, 1800-1950. Biblio3W. Disponible en: http://ciudadyferrocarril.com/cartografia_urbana
El propósito de este artículo es analizar la posición de estos últimos ante el reto
de la construcción ferroviaria, pero no desde una perspectiva técnica, sino económica.
Lo que pronto se hizo evidente es que, por complicado que fuera levantar ferrocarriles
en España, el verdadero problema era su rentabilidad, insuficiente para cubrir los
costes de la construcción. De ahí que para atraer los capitales necesarios, de procedencia
muy mayoritariamente extranjera, fuera necesario otorgar grandes facilidades legales
y ayudas públicas Castellvi y Barquín ( Castellvi, D. y Barquín, R. (2018). Las subvenciones adicionales en la compañía ferroviaria
MZA. Revista de Historia Económica, 36 (3), 457-480. Disponible en: https://doi.org/10.1017/S0212610918000046 Comín, F. (1988). Hacienda y economía en la España contemporánea (1800-1936). Madrid: Instituto de Estudios Fiscales.
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Visto desde la perspectiva del Gobierno y la opinión pública española, promover la
construcción de un medio de transporte bajo tales condiciones parecería insensato.
Pero existían dos convicciones que sobrepujaban todas las dificultades. En primer
lugar, la creencia de que el ferrocarril sería rentable por la simple captación del
mercado del transporte; enseguida veremos que esta es la idea que subyace en el informe
Subercase. Segundo, que el ferrocarril, una vez construido, construiría el país; es decir, que la anticipación de las infraestructuras de transporte sería,
por sí misma, beneficiosa porque generaría nuevas oportunidades empresariales. En
las siguientes décadas esas dos creencias se verían retadas por la realidad. Pero
aún hoy el debate historiográfico en España sigue marcado por aquellas premisas Es decir, sobre la conveniencia, o no, de construir anticipadamente las infraestructuras
de transporte. Véanse Tortella ( Tortella, G. (1982). Los orígenes del capitalismo en España. Madrid: Tecnos.
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La periodización del ferrocarril en España es bien conocida. En 1848 se inauguró el
primero de la península ibérica, el Barcelona-Mataró. Hasta 1855 tan solo se habían
puesto en explotación 477 kilómetros de vías férreas, pero desde la aprobación de
la Ley General de Caminos de Hierro de ese año el ritmo de construcción creció de
forma notable, alcanzándose en diciembre de 1866 los 4383 kilómetros Memoria sobre las obras públicas ( Memoria sobre las obras públicas en España en 1870, 1871 y 1872 (1873). Madrid: Minuesa.
Tortella ( Tortella, G. (1982). Los orígenes del capitalismo en España. Madrid: Tecnos.
Dentro del conjunto europeo, la construcción de la red ferroviaria española fue tardía. El ferrocarril de Mataró se inauguró veintitrés años más tarde que la primera línea inglesa de Stockton a Darlington y veintiuno después que la primera francesa de Saint-Étienne a Andrézieux. Esto es un indicador más del atraso de la economía española; pero ese mismo atraso comportaba una ventaja: el ferrocarril ya era una tecnología probada. Y esto no solo afectaba a las máquinas, sino también a la organización de medios y personas. De ahí que hacia 1850 la bibliografía especializada ya hubiera definido los tres modelos básicos de desarrollo ferroviario: a) el modelo británico (o anglosajón), de limitada intervención pública, en el que las compañías privadas responsables de la construcción y explotación disfrutaban de una concesión indefinida, pero no recibían ayudas públicas, y que se aplicó en las Islas Británicas y Estados Unidos; b) el modelo belga (o alemán) de intervención amplia, en el que el Estado se hacía responsable de la construcción y explotación de, al menos, las líneas principales, y que fue el más frecuente en Europa Central y Oriental, y c) el modelo francés, intermedio entre los dos anteriores, en el que las compañías privadas recibían una concesión temporal, así como diversas ayudas públicas. Este modelo presentaba diferencias no pequeñas entre naciones por la cuantía y forma de entregar esas ayudas. Fue frecuente en la Europa meridional.
Como es sabido, España adoptó el modelo francés. A pesar de que el Estado hizo una
contribución muy generosa a la financiación de la red e implementó ciertos instrumentos
de supervisión de las obras, fue poco diligente en el control financiero de las ayudas
y se abstuvo de construir o gestionar siquiera una parte de la red. En esto último,
el contraste con nuestros dos vecinos, Portugal e Italia, fue muy acusado. Así, Portugal
levantó una red de titularidad pública en dos amplias zonas del país, al sur del Tajo
y al norte del Duero, donde el tráfico ferroviario era menor y, por tanto, el capital
no estaba interesado en invertir. En la zona central, es decir, entre Lisboa y Oporto,
operaron varias empresas privadas, la más grande de las cuales con diferencia era
la Companhia Real dos Caminhos de Ferro. Esas empresas fueron auxiliadas con ayudas
públicas
El caso italiano es más complejo y, en muchos sentidos, interesante. La primera red
ferroviaria surgió alrededor de Milán en 1846 y fue de capital público, a imitación
del modelo belga. En el resto del país la construcción recayó en compañías privadas
subvencionadas. Con la reunificación, y en particular tras el boom constructor de 1861-1865, el nuevo Estado italiano optó por un modelo de grandes
compañías privadas que se inspiraba en la ley francesa de 1858. Así, en 1865 la compañía
estatal piamontesa, la principal del país y la única rentable, fue privatizada y reconvertida
en la Compañía del Norte de Italia. Pero el ferrocarril italiano pronto mostró debilidades.
Los conflictos entre las compañías y el Estado por el doble flujo de subsidios e impuestos
fueron constantes, llevando a una paulatina nacionalización del sistema. Diez años
después de su fundación y privatización, la Compañía del Norte de Italia fue nacionalizada.
En 1881 y, de forma más clara, desde 1885 el sistema ferroviario italiano pasaría
a ser mixto: las líneas eran de propiedad estatal que se alquilaban a compañías privadas
Existe otra diferencia importante entre el modelo español y el de esas dos naciones.
En los tres países, las subvenciones empezaron a articularse mediante un sistema de
garantía de interés. Sin embargo, en España, desde la ley de 1855, ese sistema fue
sustituido por una subvención directa por kilómetro (al margen de otras ayudas), la cual serviría de base para la subasta
de las concesiones. En Italia hubo cambios en la normativa, pero, en lo fundamental,
las ayudas públicas se siguieron concediendo bajo la premisa de garantizar a las empresas
una rentabilidad mínima. En Portugal se aplicaron los dos tipos de ayudas
En resumen, había varias soluciones financieras y contractuales al modo de enfocar la construcción ferroviaria. Incluso dentro del mismo modelo, había varias opciones no incompatibles entre sí. Este artículo trata de las posiciones adoptadas por los ingenieros ferroviarios españoles ante estas cuestiones y cómo respondió la dirigencia del país a sus propuestas.
Hacia 1830 existía una percepción generalizada del atraso de la economía española,
pero también de que los recursos públicos que podrían emplearse para superarlo eran
ralos. El viejo sistema impositivo se mostraba incapaz de dar satisfacción a las necesidades
del Estado, así como al reto del carlismo, de modo que una y otra vez se recurría
al endeudamiento Comín ( Comín, F. (1996). Historia de la Hacienda Pública, II. España (1808-1995). Barcelona: Crítica.
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Uno de esos problemas era el deficiente sistema de transportes Tortella ( Tortella, G. (1982). Los orígenes del capitalismo en España. Madrid: Tecnos.
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En 1844 la solicitud de varios particulares para la construcción de ferrocarriles
en Cataluña, Madrid y Asturias llevó al Gobierno a recabar información. Desde la recién
creada Dirección General de Caminos se requirió a una Comisión de Ingenieros que elaborase
un dictamen sobre el nuevo medio de transporte. Dicho dictamen sería elevado a la
Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos, otro órgano de reciente
creación. Los ingenieros encargados de redactarlo fueron Juan Subercase, inspector
general de Caminos y director de la Escuela de Ingenieros de Caminos; Calixto Santa
Cruz, el número uno de la primera promoción de 1839, y José Subercase, profesor de
Ferrocarriles en dicho centro e hijo de Juan
Como luego sucederá con otros textos firmados por comisiones de ingenieros, el informe
Subercase parte de la comparación de los tres modelos de desarrollo ferroviario citados,
el anglosajón, el francés y el belga. En esta época, la experiencia italiana se encaminaba
hacia el tercer modelo, mientras que la portuguesa era inexistente. Interrogándose
sobre cuál de esos sistemas era el más conveniente, la Comisión se inclinaba por ejecutar
los ferrocarriles con el belga, pues «es el único medio de que los ferrocarriles produzcan
completamente el efecto que de ellos se debe esperar» Gaceta de Madrid, 28-1-1845.
Gaceta de Madrid, 29-1-1845.
Es decir, abocaba al transporte a convertirse en un monopolio que, desde luego, no
podía dejarse en manos de la iniciativa privada, tildada como «naturalmente egoísta» Gaceta de Madrid, 28-1-1845.
Un correlato de lo anterior es que el ferrocarril nunca necesitaría ayudas públicas;
tan solo una legislación que propiciase la expropiación de terrenos y otras facilidades
menores. Esto explica por qué la Comisión descuida este asunto, que precisamente constituirá
el centro del debate político de las siguientes décadas. El informe, tan prolijo en
cuestiones técnicas menores, ni siquiera entra a valorar cuál sería el mejor sistema
de subvenciones. Solo se dice que, llegado el caso, el Estado podría asumir una parte
de los costes de construcción («gastos de entretenimiento») en tanto en cuanto «el
beneficio que estos fondos produzcan en el fomento de la riqueza pública indemnice
completamente de aquel gasto, como podrá suceder en algunos casos» Ibid. Ibid.
De modo coherente, el informe defiende el sistema belga de propiedad estatal, pero
a renglón seguido lo considera impracticable debido a la situación financiera del
Estado. De ahí que inmediatamente se ocupa del sistema francés de concesión administrativa.
De nuevo, el foco es puesto en la desconfianza hacia el concesionario: cómo evitar
que las empresas aprovechen indebidamente las ventajas técnicas del ferrocarril. La
Comisión se pronuncia expresamente en contra de la «libre concurrencia», pues deriva
en tal monopolio, y defiende la fijación por el Estado de tarifas de transporte, así
como de cláusulas para el rescate de las líneas, algo que, al contrario que con las
que subvenciona, nunca sucedió ni casi fue objeto de debate Gaceta de Madrid, 29-1-1845.
Puede resultar chocante que representantes tan conspicuos del liberalismo como Subercase
defendieran planteamientos de política económica tan poco liberales. Su informe parece
estar más en consonancia con el reformismo ilustrado que con el liberalismo manchesteriano.
Sucede que el liberalismo español de las primeras décadas de siglo es político antes
que económico y también que la coherencia no es la característica primordial de su
principal corriente en esos años, el moderantismo. Progresistas y moderados situaban
el foco de debate mutuo en el alcance de la revolución liberal. Lo que caracterizó
a los moderados fue el temor a que los excesos de la revolución acabasen con el mismo liberalismo. De ahí su firme defensa del orden
y de cierta convivencia con las instituciones heredadas del Antiguo Régimen. Inevitablemente,
esta posición conducía a traicionar el programa liberal, tanto en su vertiente política
como en la menos visible vertiente económica. En cambio, el progresismo pudo hacer
gala de una mayor coherencia con el liberalismo clásico. De ahí que la «escuela economista»,
que básicamente es una defensa de ese programa, sea un producto genuinamente progresista Gómez Ochoa ( Gómez Ochoa, F. (2007). El liberalismo conservador español del siglo xix. Historia y Política, 17, 37-68.
Pan-Montojo, J. (2006). El progresismo isabelino. En M. Suárez Cortina (ed.). La redención del pueblo: la cultura progresista en la España liberal, (pp. 183-208). Santander: Universidad de Cantabria.
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Sáenz Ridruejo, F. (1990). Ingenieros de caminos del siglo xix. Madrid: Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.
El informe Subercase sería la base de la Real Orden de 31/12/1844, que debía regular
la tramitación de solicitudes para la concesión de líneas. Aunque coincidente en mucho,
la Real Orden se apartaba del espíritu del informe en algunos aspectos cruciales.
En particular, el artículo 3.º introdujo las problemáticas «concesiones provisionales»,
que permitían a los particulares hacerse con los derechos de una línea ferroviaria
durante doce o dieciocho meses sin la presentación de la documentación y los avales
necesarios, siempre que los concesionarios fuesen personas «de conocido arraigo [que]
ofrezcan además las garantías que el Gobierno estime suficientes». Por esta vía, los
allegados políticos podían hacerse con unos derechos que, hipotéticamente, podrían
dar grandes beneficios con su reventa o la emisión de acciones u obligaciones. Gracias
a estas facilidades, en 1845 y 1846 se otorgaron veintiuna líneas, con un total de
6700 kilómetros. Su resultado práctico fue nulo. No habiendo capitales interesados
ni en la recompra ni en la salida de títulos, casi todas las concesiones revertieron
al Estado. Hacia 1847 solo subsistían cuatro (Barcelona-Mataró, Madrid-Aranjuez, Sama
de Langreo-Gijón y Valencia-Játiva) con 186 kilómetros de raíles, de los que no se
había tendido ni uno solo. Y es que los concesionarios, actuaran de buena o mala fe,
pronto descubrieron que el bien sobre el que querían ejercer sus operaciones carecía
de valor Memoria sobre las obras públicas en 1867, 1868 y 1869 ( Memoria sobre las obras públicas en 1867, 1868 y 1869 (1870). Madrid: Rivadeneyra.
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El fracaso de la real Orden 31/12/1844 llevó al Gobierno a solicitar a la Junta Consultiva
un examen del estado de las líneas ferroviarias concedidas y a proponer medidas para
acelerar su construcción. Se nombró una nueva comisión, en la que Juan Subercase también
era miembro, que elaboró sendos informes sobre esas cuestiones. Sobre la base de esos
documentos, el Gobierno presentó en 1848 un primer proyecto de ley general de ferrocarriles,
siendo Juan Bravo Murillo ministro de Obras Públicas. En él se proponía incentivar
la construcción garantizando los capitales empleados con un interés de no más del
6 % DSC, 1848, Apéndice al n.º 70, pp. 1413-1418. Esa garantía de 6 % se prolongaría durante
las obras «y el número de años que se estime conveniente», siempre que la rentabilidad
no alcanzase el 8 %.
Un año más tarde, el 10 de enero de 1850, el nuevo ministro de Fomento, Manuel Seijas
Lozano, presentó al Congreso otro proyecto de ley general ferroviaria DSC, 1850, Apéndice al n.º 34, pp. 791-795.
Como se ve, las Cortes fueron muy diligentes en su tramitación. El proyecto de ley
de artículo único fue aprobado el 15 de enero de 1850 (Diario de Sesiones de ese día, pp. 915-917). Entonces fue remitido al Senado, que lo aprobó el 29 de
enero. Fue sancionado por la Corona el 15 de febrero, y publicado en la Gaceta de Madrid como Real Decreto, pese a haber sido aprobado por las Cortes el 22, con fecha de 20.
Al tiempo que entraba en vigor ese real decreto, el Parlamento aprobó la constitución
de una comisión destinada a estudiar el proyecto de ley de Seijas Lozano. Estaba presidida
por Salustiano Olózaga y de ella formaron parte varios políticos y empresarios, así
como el ingeniero Toribio de Areitio, que desempeñó un papel central por su dedicación
y conocimiento de la materia. Ideológicamente, era una comisión equilibrada entre
progresistas y moderados, pero quizás más inclinada hacia los primeros Los otros miembros de la comisión fueron Patricio de la Escosura, Federico Esteban
Vahey, Mateo de Murga, Manuel Antonio Lasheras y Luis María Pastor como secretario.
Olózaga, Murga y Escosura estaban encuadrados en el liberalismo progresista, mientras
que Vahey, Areitio y Pastor eran moderados, si bien el último se acercaba a los progresistas.
El conjunto de esas intervenciones y los informes elaborados en su desarrollo dieron
lugar a un documento titulado «Información parlamentaria hecha por la comisión de
ferro-carriles nombrada por el Congreso de los Diputados en 10 de Enero de 1850». Se trata de uno de los textos de mayor influencia en la conformación del sistema ferroviario
español; incluso por encima del mucho más conocido informe Subercase. Es un texto
irregular. El peso de las intervenciones fue muy variable en cuanto a la profundad
y extensión de las respuestas. Por ejemplo, las opiniones de los militares, que eran
muchos, fueron cortas y, con dos excepciones, irrelevantes. Esas excepciones realmente
no son tales. Se trataba del general Antonio Remón Zarco del Valle y del brigadier
Francisco Luján, quienes hablaban, ante todo, por su calidad de ingenieros o científicos De los treinta y cinco informantes, trece eran militares, pero lo que dijeron solo
ocupa 35 de 252 páginas. De ellas, diez corresponden a Luján y siete a Zarco del Valle.
Los ingenieros no solo fueron interrogados sobre cuestiones técnicas, sino también
sobre muchas otras de naturaleza económica. En general, se adhirieron al punto de
vista del informe Subercase, según el cual la situación del erario hacía inviable
la implantación del sistema belga, pese a sus muchas ventajas. En consecuencia, habría
que recurrir a un sistema de concesiones. Los ingenieros más cercanos al progresismo
fueron los más críticos con esta posición. Por ejemplo, Joaquín Alfonso, quien defendía
una «libertad absoluta» en las relaciones económicas, ni siquiera veía necesaria la
existencia de una legislación específica para el ferrocarril. Lo deseable sería que
cualquier particular, lo mismo que el Estado, pudiera estudiar, construir y explotar
una línea ferroviaria sin restricciones ni ayudas. Esta alusión al Estado como inversor
es pertinente porque, como el propio Alfonso señalaba, en la práctica su propuesta
acabaría asemejándose a un sistema belga Congreso de los Diputados. Comisión de Ferro-carriles ( Congreso de los Diputados. Comisión de Ferro-carriles (1850). Información parlamentaria hecha por la comisión de ferro-carriles nombrada por el
Congreso de los Diputados en 10 de Enero de 1850. Madrid: Imprenta Nacional.
Ibid.: 32-34
En lo que todos los ingenieros se mostraron de acuerdo fue en rechazar las concesiones provisionales, lo cual no dejaba de ser una postura notable dado que el decreto de 20 de febrero las acababa de legalizar. Además, el cuestionario sobre el que se sostenía la información parlamentaria incidía en varias de sus preguntas en este tema. Pareciera que la Comisión tratase de encontrar en los informantes el respaldo a una propuesta que ya era norma legal.
Los ingenieros más favorables al modelo francés lógicamente también creían que el
Estado debía asumir parte del esfuerzo inversor, pero las opiniones variaban bastante
en cuanto al concepto y cuantía de las ayudas. Así, Francisco Antonio Echanove pensaba
que la subvención del 6 % aún era insuficiente, por lo que creía que el Estado también
debía asumir el coste de los estudios de las líneas y las obras de fábrica y explanación.
Solo cuando esas obras hubiesen concluido, se debería licitar la línea Ibid.: 132.
Ibid.: 23 y 43.
La Comisión igualmente interrogó sobre el futuro plan ferroviario. Presentó a los
informantes seis hipotéticas líneas que desde Madrid alcanzaban los extremos del país
y les preguntó sobre cuáles debían construirse en primer lugar. Implícitamente quedaba
claro que las elegidas también serían las que recibirían ayudas públicas. En este
tema, la Comisión parece haber manifestado un verdadero interés por resolver los detalles,
motivo por el que llamó varias veces a Ardanaz y Echevarría. La propuesta final fue
una red mínima en la que la línea de Madrid a Irún sería prioritaria; no hubo mayor
concreción Barquín ( Barquín, R. (2016). Castillos en el aire, caminos de hierro en España. La construcción
de la red ferroviaria española. Revista de la Historia de la Economía y la Empresa, 10, 289-317.
Mateo del Peral, D. (1978). Los orígenes de la política ferroviaria en España (1844-1877).
En M. Artola (dir.). Los ferrocarriles en España, 1844/1943. 1. El Estado y los ferrocarriles. (pp. 29-159). Madrid: Banco de España.
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La «Información parlamentaria» concluyó en junio y, a corto plazo, sus resultados
fueron nulos. Seijas Lozano cesó en sus funciones en noviembre de 1850 Ibid.: 70-74, y Comín et al. ( Comín, F., Martín Aceña, P., Muñoz Rubio, M. y Vidal Olivares, J. (1998). 150 años de historia de los ferrocarriles españoles. Madrid: Anaya.
La mala praxis del Gobierno en la gestión del sistema ferroviario avivó el debate
político. De nuevo fueron los ingenieros próximos al progresismo los que se mostraron
más críticos con el rumbo que estaban tomando las cosas, abogando por la no injerencia
del Estado. Por ejemplo, en un artículo publicado en 1853 en la Revista de Obras Públicas Un análisis de su universo ideológico en Martykánová ( Martykánová, D. (2007). Por los caminos del progreso. Ayer, 68, 193-219.
Esta línea de pensamiento, ya recogida por Ardanaz y Alfonso en la Comisión Olózaga,
será conocida como «escuela economista» Martín Rodríguez ( Martín Rodríguez, M. (2006). La Economía Política en la Escuela Especial de Ingenieros
de Caminos, Canales y Puertos, 1855-1936, estudio introductorio a C. Orduña y Zarauz.
Lecciones de Economía Matemática (pp. 9-109). Madrid: Fundación de las Cajas de Ahorros.
Ramos Gorostiza, J. L. y Martínez Vara, T. (2008). Las ideas económicas de los ingenieros
de caminos: la Revista de Obras Públicas (1853-1936). Investigaciones de Historia Económica, 11, 9-38. Disponible en: https://doi.org/10.1016/S1698-6989(08)70152-8
Por otro lado, los trabajos dirigidos a elaborar un plan ferroviario no se concretaron
en nada. En el primer lustro de la década de 1850 por dos veces se intentó la aprobación
de planes dentro de leyes generales de ferrocarriles. El primer intento vino con el
proyecto de ley ferroviaria del ministro de Comercio Mariano Miguel Reinoso, presentado
en diciembre de 1851. Su plan ignoraba las conclusiones de la Comisión, proponiendo
una red interior y centrada en Madrid, que sería auxiliada por canales y ríos navegables.
Lo cierto es que todo el proyecto era poco realista y estaba mal justificado DSC, 3-12-1851, Apéndice, pp. 2017-2037. Barquín, R. (2016). Castillos en el aire, caminos de hierro en España. La construcción
de la red ferroviaria española. Revista de la Historia de la Economía y la Empresa, 10, 289-317.
Reinoso, M. M. (1853-1857). Política administrativa del gabinete Bravo Murillo, en el marco de Fomento. Madrid: Imprenta de Tejado.
DSC, 21-11-1853. pp. 43-46. Memoria ( Memoria sobre las obras públicas en 1867, 1868 y 1869 (1870). Madrid: Rivadeneyra.
Entonces estalló la Revolución de 1854. Aquel movimiento fue bien recibido por gran
parte de los ingenieros de caminos. Por ejemplo, Arturo de Marcoartu se felicitó de
que «la patria» hubiese hecho un «heroico esfuerzo para destruir las carcomidas bases
de nuestra organización política y administrativa»
En este contexto el nuevo ministro de Fomento, Francisco Luján, remitió a las Cortes
Constituyentes un tercer proyecto de ley general de ferrocarriles. La comisión de
diputados elegida para dictaminar sobre él estaba formada por cinco funcionarios,
de los que solo dos eran ingenieros de caminos: José García Otero y Cipriano Segundo
Montesino Gaceta de Madrid, 25-8-1854. Los otros miembros de la Comisión fueron José Caveda, director general
de Agricultura, Industria y Comercio; Tomás Ibarrola, oficial del Ministerio de Fomento,
y Eleuterio Oteo, abogado consultor del mismo.
García Otero fue director general de Obras Públicas en 1847 y desempeñó un papel
crucial en la elección del paso del ferrocarril del Norte. Barquín ( Barquín, R. (2012). Segovia versus Ávila: la conexión ferroviaria entre Madrid y la
Cuenca del Duero (1845-1865). Investigaciones de Historia Económica, 8 (3), 144-153. Disponible en: https://doi.org/10.1016/j.ihe.2011.12.013 Sáenz Ridruejo, F. (1990). Ingenieros de caminos del siglo xix. Madrid: Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.
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Martínez-Val, J. M. (2001). Un empeño industrial que cambió a España, 1850-2000. Siglo y medio de ingeniería industrial.
Madrid: Síntesis.
DSC, 20-3-1855. Apéndice sexto (3089 a 3093).
La Ley General de Caminos de Hierro de 3 de junio de 1855 supuso un antes y un después
en la historia del ferrocarril en España. En primer lugar, por el extraordinario impulso
que dio a la construcción. Las subvenciones y garantías estatales, las expectativas
de grandes beneficios en la explotación y la certeza de sustanciales ganancias en
la construcción animaron a los inversores extranjeros. Pero, además, supuso un cambio
radical en la estructura de concesiones administrativas y ayudas públicas. No es este
el lugar para hacer una descripción detallada de la ley, pero sí para destacar ciertos
elementos. Esta aspiraba a eliminar la arbitrariedad en las decisiones de los responsables
políticos y a evitar que se repitieran los recientes escándalos político-financieros;
pero también quería que los inversores actuasen libres de injerencias estatales y
se moviesen en un entorno propicio. En consecuencia, apostó por la concesión administrativa
a empresas privadas como principal (o único) sistema de construcción y explotación
de las líneas y por un generoso sistema de subvenciones. Asimismo, estableció la obligatoriedad
de una ley específica para cada concesión. La iniciativa en la propuesta de nuevas
líneas correspondería tanto al Gobierno como a las empresas. En fin, la misma ley
y, sobre todo, el reglamento y la legislación anexa, otorgaban al Estado una considerable
capacidad de inspección y control sobre las obras y las concesiones Ibid.: 93-100, y Comín et al. ( Comín, F., Martín Aceña, P., Muñoz Rubio, M. y Vidal Olivares, J. (1998). 150 años de historia de los ferrocarriles españoles. Madrid: Anaya.
Uno de los efectos de la aprobación de la nueva ley fue la atenuación de los debates surgidos en el lustro anterior en torno a la cuestión ferroviaria. En parte, esto puede atribuirse a que la norma ofrecía fuertes garantías jurídicas y proporcionaba un escenario más sencillo. Aunque se contemplaban otros procedimientos de ayudas públicas, en la práctica la subvención kilométrica acabó articulando todo el proceso de concesión en subasta pública, pues era la mejor solución para todos los agentes implicados. La subvención kilométrica era ventajosa para las empresas porque proporcionaba liquidez con la terminación de las obras, e incluso antes, mediante los «anticipos reintegrables». Desde la perspectiva del Estado y de la opinión pública también era preferible porque no requería la colaboración de las empresas en la presentación de unos estados contables confiables.
Sin embargo, la ley también tenía una clara deficiencia: no venía acompañada de un
plan ferroviario. Tan solo establecía una distinción entre ferrocarriles de servicio
general y particular, siendo los primeros de dominio público y, por tanto, subvencionables.
Algunos de ellos, los que «partiendo de Madrid, terminen en las costas o fronteras
del reino», serían además considerados «de primer orden». Pero esta segunda clasificación
era poco más que una declaración de intenciones, pues su único efecto era evitar un
trámite administrativo irrelevante: la presentación de una información pública sobre
su utilidad. En resumen, todas las grandes y medianas líneas del país eran de servicio
general y podían recibir ayudas del Estado. Nótese que la ausencia de un plan era
el mejor escenario para las compañías ferroviarias, ya que, al no señalar qué líneas
eran susceptibles de recibir ayudas y cuáles no, abría la puerta a que todas las recibiesen.
Dado que se reconocía la iniciativa privada en la propuesta de líneas, lo habitual
fue que la misma compañía que se interesaba por un determinado trayecto realizara
los estudios previos, ganara la concesión en subasta pública y recibiera las pertinentes
subvenciones
Con el nuevo marco normativo el Estado intervenía en todas las fases de la concesión y construcción del ferrocarril como garante del cumplimiento de la ley antes que como fiscalizador, pero su principal papel era otro: la de financiador de las obras, no solo por la generosa cuantía de las subvenciones kilométricas, sino también por otros dos tipos de ayudas: los anticipos de subvenciones y las subvenciones auxiliares. Tampoco es este el lugar adecuado para detallar esas ayudas, pero sí es importante destacar que, en tanto en cuanto el dinero fluyó del Estado a las compañías, la opinión pública estuvo relativamente tranquila.
Pero las dificultades a las que se enfrentaba el ferrocarril en España eran muy serias. Los problemas eran de naturaleza diversa: la complejidad técnica de la propia construcción, la debilidad del entramado financiero, etc., si bien el más grave, y la raíz última de todos, era la falta de tráfico. Esta había sido la causa fundamental de que las concesiones otorgadas al amparo de la Real Orden de 1844 no fructificasen. Con muy pocas excepciones, ninguna de las grandes líneas captaba o generaba suficiente actividad como para ser rentable y solo el poderoso auxilio de las subvenciones había posibilitado que se construyesen. No obstante, tanto los inversores iniciales como los que, incautamente, se fueron uniendo, confiaban en que el ferrocarril terminaría siendo una empresa rentable. Esta creencia se fundaba en la experiencia de los ferrocarriles franceses, en los que las mejores oportunidades de negocio ferroviario fueron apareciendo a medida que los recorridos se extendían. Se pensaba que en España esas oportunidades surgirían con el cierre de la red.
Dicho cierre sucedió alrededor de 1863 En 1863 se inauguraron los últimos tramos de las principales líneas del norte que
enlazaban las capitales vascas con Barcelona y Madrid por Zaragoza, así como varias
líneas del sur, si bien el acceso completo no se cerró hasta abril de 1865. Las líneas
de Valencia y Alicante estaban abiertas desde 1859 y la de Cartagena desde 1862.
Norte, Actas del Consejo de Administración, Compañía de Ferrocarriles del Norte de España (Norte) (1863-1867). Actas del Consejo de Administración. Madrid: Museo del Ferrocarril,Archivo Histórico Ferroviario.
Compañía de Ferrocarriles del Norte de España (Norte) (1863-1867). Actas del Consejo de Administración. Madrid: Museo del Ferrocarril,Archivo Histórico Ferroviario.
Compañía de Ferrocarriles del Norte de España (Norte) (1863-1867). Actas del Consejo de Administración. Madrid: Museo del Ferrocarril,Archivo Histórico Ferroviario.
Compañía de Ferrocarriles del Norte de España (Norte) (1863-1867). Actas del Consejo de Administración. Madrid: Museo del Ferrocarril,Archivo Histórico Ferroviario.
Compañía de Ferrocarriles del Norte de España (Norte) (1863-1867). Actas del Consejo de Administración. Madrid: Museo del Ferrocarril,Archivo Histórico Ferroviario.
Tortella ( Tortella, G. (1982). Los orígenes del capitalismo en España. Madrid: Tecnos.
En esos años de paso de la euforia al pánico se elaboraron varios informes sobre el futuro plan ferroviario español. Su eficacia última fue, como veremos, muy reducida. No obstante, las deliberaciones son un buen observatorio de las posiciones de los ingenieros en materia ferroviaria. Y es que detrás de la aparentemente técnica e inocua voluntad de elaborar un plan ferroviario, yacía una cuestión más importante: qué líneas ferroviarias podrían recibir ayudas públicas y en qué orden y cuáles no.
La iniciativa en esta investigación nació el 13 de enero de 1864. Constantino Ardanaz
y otros seis diputados presentaron un proyecto de ley en el que se solicitaba un crédito
de dos millones de reales para elaborar un estudio que apartara «de la arena de la
discusión política cuestiones que se han traído a ella con demasiada frecuencia» DSC 10-3-1864, p. 1130.
DSC 10-3-1864. Un resumen de dicho debate en Comisión especial, 1867: 111-121.
Para llevarla adelante se decidió la constitución de una comisión que sería conocida
como Comisión de Ingenieros, aunque también como Comisión Ardanaz, un nombre equívoco
pues él no participaba en ella. Sus miembros fueron designados desde la Dirección
General de Obras Públicas, que acababa de estrenar titular en el diputado gallego
Frutos Saavedra Meneses, de la Unión Liberal. Saavedra llegó al ministerio de la mano
del nuevo ministro de Fomento, el también diputado gallego del mismo partido Augusto
Ulloa y Castañón, que tenía un perfil más progresista. Los comisionados fueron los
ingenieros Calixto Santa Cruz, Carlos María de Castro, Jacobo González Arnao y, como
secretario, Gabriel Rodríguez. Este último seguramente fue quien cargó con el trabajo
material de redactar el documento A él se debe su enfoque marcadamente económico, o no solo técnico, de la Escuela
de Ingenieros en Madrid, que también se seguía en las grandes écoles de ingenieros de Francia. Rodríguez se servía de los textos de los economistas académicos
liberales franceses ligados al Journal des Économistes. Sáenz Ridruejo ( Sáenz Ridruejo, F. (1990). Ingenieros de caminos del siglo xix. Madrid: Colegio Oficial de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.
Martín Rodríguez, M. (2006). La Economía Política en la Escuela Especial de Ingenieros
de Caminos, Canales y Puertos, 1855-1936, estudio introductorio a C. Orduña y Zarauz.
Lecciones de Economía Matemática (pp. 9-109). Madrid: Fundación de las Cajas de Ahorros.
Hay un tercer firmante, el ingeniero Luis Torres Vildósola, también progresista.
Arnao y Rodríguez trabajaron juntos en 1864 en el estudio del mejor paso del ferrocarril
por el Pirineo Central, Cien años del ferrocarril en España ( Cien años del ferrocarril en España (1948). Madrid: Comisión Oficial para la Conmemoración del Primer Centenario del Ferrocarril
en España.
Ramos Gorostiza, J. L. y Martínez Vara, T. (2008). Las ideas económicas de los ingenieros
de caminos: la Revista de Obras Públicas (1853-1936). Investigaciones de Historia Económica, 11, 9-38. Disponible en: https://doi.org/10.1016/S1698-6989(08)70152-8
El informe que elaboró la Comisión de Ingenieros, el primer anteproyecto del plan de ferrocarriles, tiene firma de 25 de junio de 1864 Comisión de Ingenieros ( Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (1864). Informe y anteproyecto del plan general de ferrocarriles.
Ramos Gorostiza, J. L. y Martínez Vara, T. (2008). Las ideas económicas de los ingenieros
de caminos: la Revista de Obras Públicas (1853-1936). Investigaciones de Historia Económica, 11, 9-38. Disponible en: https://doi.org/10.1016/S1698-6989(08)70152-8 Comisión Especial (1867). Memoria presentada al Gobierno por la Comisión especial encargada de proponer el plan
general de Ferrocarriles. Madrid: Rivadeneyra.
Ibid.: 32-33.
El anteproyecto de la Comisión de Ingenieros propuso la construcción de un número
relativamente pequeño de nuevas líneas con 3814 kilómetros. De ellos, 3034 serían
de primera categoría y 780 de segunda, lo que básicamente significaba que los primeros
deberían construirse antes que los segundos En rigor, las primeras serían aquellas que atendieran a «las necesidades desatendidas
de una manera completa o casi completa», y las segundas «las que tienen por principal,
si no exclusivo objeto, ampliar y mejorar la satisfacción ya conseguida». Ibid.: 8.
Ibid.: 31 y cuadros 13 y 14.
Como era preceptivo, el informe de la Comisión de Ingenieros fue elevado al órgano
rector del cuerpo, la Junta Consultiva. De ella formaban parte tres de los cuatro
miembros de la misma Comisión —faltaba Rodríguez—, los cuales, lógicamente, votaron
a favor de su propio informe. También lo hizo el presidente, Francisco Barra, así
como Ramón Echevarría, quien participó con Ardanaz en la Comisión de 1850 Los cinco emitieron votos particulares. El de Barra, Santa Cruz y González Arnao
fue conjunto y breve, manifestando su respaldo al antiguo plan y, además, la queja
por la ausencia de datos. Castro, coincidiendo con los anteriores, insistió en la
cuestión de los Alduides. El voto de Echevarría fue muy extenso, conformando una especie
de ampliación del plan de la Comisión de Ingenieros. Junta Consultiva de Ingenieros
de Caminos, Canales y Puertos ( Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (1864). Informe y anteproyecto del plan general de ferrocarriles.
Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos ( Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (1864). Informe y anteproyecto del plan general de ferrocarriles.
Ramos Gorostiza, J. L. y Martínez Vara, T. (2008). Las ideas económicas de los ingenieros
de caminos: la Revista de Obras Públicas (1853-1936). Investigaciones de Historia Económica, 11, 9-38. Disponible en: https://doi.org/10.1016/S1698-6989(08)70152-8 Comisión Especial (1867). Memoria presentada al Gobierno por la Comisión especial encargada de proponer el plan
general de Ferrocarriles. Madrid: Rivadeneyra.
Los dos junteros que votaron con la comisión, Barra y Echevarría, tenían esa experiencia.
De los que votaron en contra la tenían Subercase, Núñez de Prado y Rafael López.
La mayoría de la Junta tenía una idea menos positiva acerca del diseño general de
la red que la minoría y consideraba que algunas líneas «adolecen de graves defectos
en la determinación de sus direcciones generales» Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos ( Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (1864). Informe y anteproyecto del plan general de ferrocarriles.
Ibid.: 42-49, 69 y cuadros 1 a 13.
Una cuestión interesante es el coste presupuestado en cada plan. El de la Comisión
de Ingenieros ascendía a 1393 millones de pesetas, una cifra muy similar al de la
Junta, 1353 millones Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos ( Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (1864). Informe y anteproyecto del plan general de ferrocarriles.
Además de publicar los dos anteproyectos, la redacción de la Revista de Obras Púbicas publicó un artículo extenso en dos números (1865, 7 y 9).
En definitiva, los principios que guiaban el trabajo de la Junta eran muy distintos
de los de la Comisión. La Junta se propuso averiguar qué ferrocarriles necesitaba
el país sin preocuparse demasiado por los costes, que se estimaron a la baja. Ante
todo, había que resolver un problema explicitado con cursiva del siguiente modo: «Fijar la red de ferrocarriles que en un plazo prudencial pueda ejecutarse y satisfacer
las necesidades de la Península en sus relaciones comerciales interiores y exteriores» Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos ( Junta Consultiva de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos (1864). Informe y anteproyecto del plan general de ferrocarriles.
Ibid.: 49.
Los dos informes, junto con el resto de los datos recabados, fueron sometidos a una «Comisión Especial» que acabaría respaldando a la Comisión de Ingenieros. Dada la experiencia anterior (y la futura), este desenlace resulta inesperado, pero tampoco las circunstancias bajo las que trabajó esa Comisión fueron normales. En el momento de redacción del informe y el contrainforme (primavera de 1864) la situación financiera de las compañías era incierta, pero la quiebra aún parecía lejana. Pero a lo largo del segundo semestre de 1864 y el primero de 1865, las perspectivas de las compañías ferroviarias empeoraron mucho. Bajo tales circunstancias plantear la construcción de nuevas líneas resultaba quimérico.
Por otro lado, la misma composición de la Comisión Especial tampoco era proclive a
una expansión de la red. Su presidente, Manuel Gutiérrez de la Concha, marqués del
Duero, era un destacado militar y liberal moderado hondamente preocupado por la moralidad
en el sistema de concesiones. Como la Comisión Especial era muy numerosa (38 junteros,
un secretario y dos auxiliares), su primera decisión fue constituir una subcomisión
que elaborase un borrador Comisión Especial ( Comisión Especial (1867). Memoria presentada al Gobierno por la Comisión especial encargada de proponer el plan
general de Ferrocarriles. Madrid: Rivadeneyra.
Una circunstancia que pesó en el trabajo de la subcomisión fue la muerte por cólera de dos de sus miembros en el verano de 1865, Santa Cruz y Olea. Según indica el informe final, «tanto por estas lamentables desgracias como por la ausencia de los otros miembros de la subcomisión», hubo que hacer nuevos nombramientos. Fueron designados Facundo Infante y Joaquín de la Gándara en representación de las empresas concesionarias, el director general de impuestos indirectos Augusto Amblard, el geógrafo Francisco Coello y, como se ha indicado, el ingeniero Mariano de Castro. Estos cambios seguramente retrasaron el trabajo de la subcomisión, que no pudo presentar su informe hasta diciembre de 1865, es decir, en el preciso momento en el que las compañías ferroviarias se hundían en el abismo.
El informe de la subcomisión fue refrendado por el pleno sin, al parecer, mayores resistencias. La ausencia de una respuesta organizada pudo deberse a su mismo tamaño y a que participaban un buen número de ingenieros sin experiencia en ferrocarriles que secundaron los puntos de vista de sus colegas ferroviarios, lo que, al fin, era un comportamiento previsible en el cuerpo de ingenieros. Por lo demás, una actitud semejante cabría esperar de los militares, algunos de los cuales eran ingenieros sin experiencia ferroviaria. Por otro lado, varios miembros tenían experiencia en Hacienda, como exministros (Pascual Madoz, Manuel Moreno López y Pedro Salaverría) o exdirectores generales de tributos indirectos. Solo había cuatro junteros relacionados con las fuerzas vivas del país que, a priori, estarían interesados en una extensa red ferroviaria como instrumento para el desarrollo. Eran Fermín Caballero, Rafael de Bustos, un ex cónsul del Tribunal de Comercio de Madrid y un miembro del Real Concejo de Agricultura, Industria y Comercio.
Mención aparte merecen los cuatro representantes de las compañías ferroviarias: José
Salamanca, José Campo, Manuel Bertrán de Lis e Ignacio de Olea (quien, como vimos,
murió en 1865). Bajo circunstancias normales las compañías habrían sido favorables
a la aprobación de un extenso plan de construcciones, lo que no dejaba de ser una
buena alternativa al mejor escenario: la ausencia de un plan. Pero en 1865 el principal
reto para esas compañías era la mera supervivencia. Es decir, lograr que el transporte
fuera rentable o, al menos, no muy deficitario. Para conseguirlo cualquier medio parecía
adecuado y ninguno mejor que la monopolización del mercado. De hecho, a raíz de la
crisis las compañías abandonaron las guerras de tarifas e iniciaron una política de
concertación que tendría muchas reediciones en los siguientes años
Es significativo que, precisamente en enero y marzo de 1866, se presentara a la opinión
pública y al Congreso una propuesta firmada por los representantes de todas las compañías
ferroviarias. Solicitaban al Gobierno nuevas ayudas públicas a través del antiguo
sistema de la garantía de interés, que legalmente seguía en vigor con la ley de 1855,
pero que no se aplicaba porque todas las compañías habían preferido acogerse al de
subvención kilométrica
Así pues, el pleno de la Comisión Especial estaba inclinado a un «pequeño» plan ferroviario,
es decir, el de la Comisión de Ingenieros. De hecho, fue más lejos. Propuso una red
de 3331 kilómetros, lo que aún reducía en 483 los de aquella comisión (y en 70 los
de la subcomisión interna formada dentro la Comisión Especial) Ibid.: 151.
El plan ferroviario finalmente aprobado por la Comisión Especial nunca se aplicaría.
En septiembre de 1868 un nuevo pronunciamiento militar llevó al poder a una heterogénea
coalición liderada por el Partido Liberal Progresista, con cuyo ideario se identificaban
muchos ingenieros de caminos Sobre la recepción de la «escuela economista» en la sociedad y en el propio cuerpo
de ingenieros, Martykánová ( Martykánová, D. (2016). Remover los obstáculos. Historia y Política, 36, 49-73. Disponible en: https://doi.org/10.18042/hp.36.03
En primer lugar, y contradiciendo flagrantemente la ley de bases, pero con una oportuna
antelación de siete días, se aprobó un plan de ayudas a las compañías ferroviarias,
los llamados «auxilios», que venían a añadirse a las subvenciones ordinarias y adicionales
ya concedidas. A 31 de diciembre de 1872 las compañías habían recibido por este concepto
24,8 millones de pesetas, una cifra pequeña, aunque tampoco desdeñable, con respecto
al total de subvenciones ordinarias abonadas hasta entonces: 697,6 millones de pesetas Memoria sobre las obras públicas en 1870, 1871 y 1872 ( Memoria sobre las obras públicas en España en 1870, 1871 y 1872 (1873). Madrid: Minuesa.
Posteriormente, el 3 de febrero de 1870, se presentó un proyecto de ley sobre ampliación
del plan general de ferrocarriles en el que, contradiciendo de nuevo la ley de bases,
se contemplaba la concesión de una subvención de 60 000 pesetas por kilómetro a un
conjunto de líneas que sumaban 2069 kilómetros, aunque en los ocho años inmediatos
solo se abordaría la construcción de 761 kilómetros. De todos modos, para salir adelante
el proyecto de ley aún tuvo que asumir las rectificaciones impuestas por el Congreso
dirigidas a ampliar la red. En resumen, la ley publicada el 7 de julio de 1870 contemplaba
una red subvencionable de 3033 kilómetros, 1000 más que los del proyecto, pero 300
menos que los del plan de 1867 Los planes de 1870 y 1877, así como muchos anteproyectos, contemplaban varias nuevas
conexiones con Portugal. Más allá de su limitado interés (desde la perspectiva española),
existía una componente política: el iberismo, la aspiración a fortalecer las relaciones entre los dos países, incluso con la lejana
pretensión de construir algún tipo de unión política. Lo cierto es que en Portugal
existía cierto rechazo a esa aspiración y en España dominaba la indiferencia. Con
el tiempo se acabaron construyeron varios accesos, lo que resulta coherente con la
visión expansiva del ferrocarril español. Sobre la perspectiva portuguesa del programa constructivo
español, Pereira ( Pereira, H. S. (2017). The technodiplomacy of Iberian transnational railways in the
second half of the nineteenth century. History and Technology, 33 (2), 175-195. Disponible en: https://doi.org/10.1080/07341512.2017.1317847
Sin embargo, este nuevo plan apenas tuvo aplicación. El 23 de noviembre de 1877, ya
con la Restauración, se aprobó uno nuevo en el que las líneas subvencionables de servicio
público cruzaban el territorio nacional de parte a parte. Y no solo eso: aún se afirmaba
que otras más, especialmente las que atendieran los intereses mineros, podrían igualmente
ser declaradas de servicio público. Así pues, el plan ferroviario de 1870, que era
similar al de 1867, solo estuvo vigente durante siete años. En la práctica fue poco
menos que inútil, pues su único sentido estaba en la ordenación de la construcción
y la limitación de las subvenciones en el largo plazo. En sus primeros años, las secuelas
de la crisis y la guerra civil paralizaron todos los proyectos. Luego, las pocas líneas
que se concedieron hasta 1877 no coartaban los intereses de las compañías ferroviarias
por cuanto que se limitaron a prolongar las ya previstas. Es significativo que las
grandes líneas transversales, aún estando contempladas en ese plan de 1877, no empezaran
a construirse hasta la década de 1890
A lo largo de las páginas anteriores hemos visto la pugna entre dos posiciones ideológicas sobre la construcción del ferrocarril en España. La primera era la sostenida mayormente por el liberalismo moderado, que enlazaba con el reformismo ilustrado. Tomaba como modelo el sistema francés de concesión administrativa y subvenciones públicas. La segunda era la del liberalismo progresista, también llamada «escuela economista», que tomaba como modelo el sistema anglosajón de propiedad privada y ausencia de subvenciones. Había un tercer modelo, el belga, de construcción estatal de líneas principales que, por distintos motivos, era aceptable para las dos corrientes; incluso era la opción preferida, pero que nadie creía viable.
En su gran mayoría, el cuerpo de ingenieros de caminos estaba más cerca del liberalismo progresista que del moderado. Si en los primeros tiempos el prestigio de ingenieros como Subercase aún pudo inclinar la balanza hacia el moderantismo, la aparición de una segunda generación representada por Ardanaz, Rodríguez, Page, Retortillo o Echegaray, afianzó definitivamente al progresismo. Protegidos por su condición de funcionarios, expresaron con libertad sus puntos de vista, que a veces eran contrarios a los intereses de las compañías ferroviarias y el propio Estado. Los ingenieros progresistas estuvieron presentes en todas las comisiones parlamentarias relevantes, desde la Olózaga de 1850 hasta la Especial de 1867, y en ellas defendieron con éxito una política de transporte presidida por una visión realista del tráfico y los recursos públicos.
Con todo, su autoridad no alcanzó a ciertas cuestiones sensibles. El legislador optó por un sistema de concesiones administrativas que, en un primer momento, incluso admitía las provisionales. Mediante la no planificanción, se implantó un sistema de subvenciones públicas casi irrestricto. Cuando en 1870 se aprobó el primer plan ferroviario, la coyuntura del momento hizo que no tuviera mayor aplicación. Siete años más tarde, un nuevo y extenso plan puso fin a cualquier intento de ordenación racional y restricción de las ayudas públicas. En otras palabras, los ingenieros progresistas españoles tuvieron que aceptar un modelo de desarrollo ferroviario diferente, si no contrario, al que habían propuesto.
El resultado fue una red ferroviaria que cumplía diversos objetivos, pero de forma
insatisfactoria. Era una red extensa para la riqueza y población del país, aunque
insuficiente para satisfacer todas las demandas sociales. Se construyó mediante el
auxilio de unas subvenciones generosas sobre las que hubo un control público insuficiente.
La red otorgaba a las compañías ferroviarias un cierto monopolio gracias a la disposición
preferentemente radial de las líneas, lo cual les permitía obtener una rentabilidad
magra, acorde con los reducidos tráficos Franch-Auladell et al. ( Franch-Auladell, X., Morillas-Torné, M. y Martí-Henneberg, J. (2014). The railway
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