RESUMEN
En España, los ingenieros constituyen uno de los ejemplos más importantes de élites profesionales. Su ascenso está estrechamente ligado al proceso de la construcción del Estado. Este artículo primero establece los rasgos principales que han caracterizado la ingeniería como campo de conocimiento y como profesión desde el siglo xviii. A continuación, ofrece una visión sintética de las paradojas del proceso lento y complejo de la construcción del Estado en España, prestando atención al papel ambiguo que los ingenieros desempeñaron en este proceso y a los límites de su acción. Por último, el texto debate el concepto del ingenierismo, que se entiende como: a) la tendencia de juzgar la intervención pública en términos de promover las obras públicas, y b) como las aspiraciones de los ingenieros al liderazgo socioprofesional y al reconocimiento público de tal liderazgo. El ingenierismo puede entenderse como una construcción social heredera de la representación social decimonónica de una relación estrecha entre las políticas públicas, el cambio técnico y la ingeniería en tal que profesión.
Palabras clave: Ingenieros; profesión; obras públicas; Estado.
ABSTRACT
Engineers represent one of the most prominent examples of professional elites in Spain. Their rise is closely linked to the state-building process. This article first outlines the main traits that have characterised engineering as a field of expertise and as a profession in Spain since the 18th century. The following section provides a synthetic vision of the paradoxes in the slow process of construction of the Spanish state, paying particular attention to the ambiguous role of engineers and to the limits of their action. Finally, it discusses the concept of ingenierismo [engineerism], which is understood both a) as an inclination to judge public (state) intervention in terms of carrying out public works; and b) as the aspirations of the engineers to socio-professional and political leadership and the public acknowledgement of such leadership. Engineerism can be seen as a cultural construct, in itself a legacy of the 19th century social representation of the existence of a close relationship among public policies, technical change and engineering as a profession.
Keywords: Engineers; profession; public works; State.
Por todas partes se ve el incremento, la importancia que han tomado las obras públicas en España y no puede menos que seguirse continuando por esta traza abierta a procurar el engrandecimiento del país y dar ocupación a la numerosa clase obrera […].
Dirección General de Obras Públicas, Memoria sobre el progreso de las obras públicas en España, Revista de Obras públicas, 1864, 148)[2].
Philip Abrams ha definido el Estado nacional como un fenómeno dual: el Estado sistema,
una serie de instituciones políticas y administrativas organizadas en una estructura,
que gobiernan un territorio y su población en el nombre de la nación; y el Estado
idea, la representación de un ente político unido y coherente, con sus límites definidos
por la ley, autónomo frente a otros poderes y legitimado por su compromiso con el
bienestar de una comunidad nacional imaginada[3]. Esta dualidad del concepto es paralela a la tesis de Bourdieu según la que las instituciones
existen dos veces: en lo objetivo y en lo subjetivo, en las cosas y en el cerebro Bourdieu ( Bourdieu, P. (2012). Sur l’État. Paris: Seuil.
Para que el Estado gobierne efectivamente el territorio y la población que lo habita
y para que el Estado proyecte las representaciones de sí mismo que permiten su consolidación
y reproducción, las instituciones administrativas requieren recursos materiales, organizativos
e informativos, pero también recursos simbólicos. Acumular y distribuir esos recursos
constituye una de las tareas principales de los agentes estatales en todo momento
y, en mayor medida, en las fases iniciales de los procesos de construcción del Estado.
En ese punto de partida, particularmente en los casos de rupturas intensas con los
sistemas políticos anteriores como ocurrió entre la España liberal y la anterior monarquía
católica transatlántica, las élites político-administrativas deben combinar el desarrollo
de los nuevos elementos político-simbólicos y la delimitación y definición de la sociedad
y del mercado nacionales con lo que podríamos llamar acumulación primitiva de recursos:
la obtención de una base informativa, patrimonial, fiscal y personal mínima para sentar
los fundamentos de su propio crecimiento Esos pasos iniciales de reunir empleados públicos, que hagan legible el espacio geográfico
y social para permitir la erección de instituciones que, a su vez, puedan ordenar
esos espacios, son los que, de una manera tan acertada como impresionista, describe
Scott ( Scott, J. (1999). Seeing with the State eyes. How Certain Schemes to Improve the Human Condition Have
Failed. New Haven y Londres: Yale University Press.
En esa fase inicial de la construcción del Estado, los ingenieros, organizados en
España en cuerpos estatales, igual que en Francia y Rusia, jugaron un papel clave
en la identificación, inventario y suministro de un amplio abanico de recursos materiales
y simbólicos. El colapso del imperio español iniciado en 1808 hizo difícil que las
élites políticas de la monarquía constitucional del siglo xix gobernasen el país mediante la readaptación de los mecanismos administrativos heredados,
como ocurrió en otros Estados europeos. Tampoco pudieron hacer avanzar las reformas
liberales sin una larga y tortuosa negociación con las oligarquías locales. Las élites
de los pueblos conservaron el poder de promover, obstruir o paralizar la cooperación
con el proyecto estatal por parte de las comunidades locales. Para sustituir el poder
imperial extenso, difuso y descentralizado por un poder intenso, concreto y concentrado,
hizo falta, paradójicamente, aceptar a corto plazo lo opuesto a este objetivo: un
arreglo inicial casi confederal «Una situación prácticamente confederal» es la expresión que emplea para referirse
al punto de partida del Estado liberal tras la Primera Guerra Carlista. Pro ( Pro, J. (2019). La construcción del Estado en España. Una historia del siglo xix. Madrid: Alianza.
Las relaciones entre poder central y poder local han sido analizadas de forma muy
perspicaz y novedosa en diversos textos de Xosé Ramón Veiga. Véase, por ejemplo, su
reflexión al hilo de la bibliografía reciente, en Veiga ( Veiga, X.R. (2017). Poderes locales y construcción del Estado en el siglo xix (1808-1874). Ayer, 108(4), 285-302.
España no destacó entre otros países europeos y americanos por su gobierno negociado con los poderes locales: pactos de este tipo resultaron comunes, casi diríamos que imprescindibles, en otros muchos
procesos de construcción del Estado. Lo que sí llama la atención es la brecha persistente
entre, por una parte, la estructura legal y administrativa basada en el modelo francés,
que aspiraba a ejercer un control intenso sobre el territorio y la sociedad, y, por
otra parte, la realidad de un poder central débil Sobre la negociación entre poderes locales y poder central: Krohn-Hansen y Nustad
( Krohn-Hansen, C. y Nustad, K. (2005). State Formation. Anthropological Perspectives, London: Pluto.
En este contexto, los ingenieros ejercieron funciones clave en la construcción del
Estado, entre ellas la de convertirse en un elemento de continuidad a través de las
recurrentes crisis políticas y en un puente entre modelos estatales en pugna porque
sus cuerpos lograron consolidarse con rasgos propios que les dotaban de una relativa
autonomía y estabilidad, inexistente en una Administración sacudida por los cambios
de Gobierno y sus oleadas de ceses y contrataciones de empleados públicos Una visión global de la trayectoria de las diversas ingenierías, de Estado o no,
en Silva Suárez ( Silva Suárez, M. (ed.) (2007). Técnica e Ingeniería en España, vol. 5, El ochocientos, Profesiones e instituciones
civiles. Zaragoza: Institución ‘Fernando el Católico.
Sin descuidar la extracción de las riquezas del espacio no cultivado (montes) y del subsuelo (minas), las obras públicas se convirtieron en todo un símbolo de la acción del Estado y, en consecuencia, en una herramienta para construir y reforzar su legitimidad. De la trascendencia de esa misión estaban convencidos los ingenieros de caminos:
Preciso es también atender con preferencia a la aplicación que de una parte de sus
productos debe hacerse a las obras públicas: solo así recogerán los pueblos el fruto
que legítimamente tienen derecho a esperar de ella. Esta misión, encomendada al señor
ministro de Fomento, es acaso la más delicada, la que más tacto y asiduidad necesidad.
El impulse de las vías férreas, la realización de los caminos vecinales, la construcción
de otras obras de verdadera utilidad, son la base del Desarrollo y del progreso […].
No es a la gloria de la actualidad; no es a un brillo pasajero a lo que debe aspirar
el hombre que toma sobre si ese elevado cargo; sino a un renombre imperecedero, cimentado
en las grandes obras de utilidad pública en el engrandecimiento de los pueblos, y
en los progresos de las ciencias y de las artes «Misión del nuevo ministerio», Gaceta de los caminos de hierro, 4-7-1858
Efectivamente, a juzgar por los discursos que rodearon todos los actos relacionados
con el Ministerio de Fomento, desde la apertura de las escuelas especiales hasta la
inauguración de las líneas férreas, estos técnicos fueron investidos de un potencial
transformador muy amplio. Los ingenieros españoles exploraron y explotaron esa gran
capacidad de generar expectativas y deseos que, como apunta Brian Larkin, poseían
las infraestructuras en los siglos xix y xx, hasta el punto de convertirse en fetiches de la modernidad, además de llegar a ser
uno de los elementos organizativos principales de la vida cotidiana de la época La Ilustración, 17-3-1849.
Pedro Antonio de Alarcón: «Toledo. Inauguración del Ferro-carril. Bellas Artes»,
El Museo Universal, 20-6-1858.
En este artículo defendemos la hipótesis de que, si bien es cierto que la inversión
efectiva en proyectos de infraestructuras fue limitada y la capacidad pública de inventariar
y movilizar recursos productivos se mantuvo en niveles bajos, la imagen del Estado
como palanca potencial de la riqueza nacional, por medio de la obra pública y en menor
medida de otros servicios de fuerte componente técnica y material, se extendió gradualmente
a lo largo del siglo xix entre la población y ha gozado desde entonces de una fuerza y longevidad notables.
En nuestra opinión, esta idea del «Estado de obras públicas» ha tenido en la contemporaneidad
una notable aceptación en todos los grupos políticos en España. De este modo, aspiramos
a contribuir al debate que sigue vivo a nivel nacional e internacional sobre la supuesta
debilidad del Estado construido en España en el siglo xix, aportando una vía interpretativa poco explorada que se nutre de una comparación amplia
con otros países europeos La relación entre la ingeniería moderna y la transformación del poder político en
los siglos xviii y xix, así como la emergencia de la ingeniería como profesión, han sido estudiadas por Gouzévitch
y Verin ( Gouzévitch, I. y Vérin, H. (2005). Sobre la institución y el desarrollo de la ingeniería:
una perspectiva europea. En M. Silva Suárez (ed.). Técnica e ingeniería en España, vol. 3, El Siglo de las Luces. De la industria al
ámbito agroforestal (pp. 115-163). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.
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Pro, J. (2019). La construcción del Estado en España. Una historia del siglo xix. Madrid: Alianza.
La ingeniería es un campo de conocimiento y una práctica experta (o «facultativa»,
en el lenguaje de la época) que se reconfiguró como profesión moderna durante el siglo xix. En España, los cuerpos de ingenieros creados como parte del aparato del Estado emergente
desempeñaron un papel clave en este proceso de definición profesional. Las ingenierías
del Estado marcaron el desarrollo de la profesión en el incipiente sector privado,
sobre todo al quedar vinculada la ingeniería con estudios superiores con alta carga
teórica y al considerarse como una ocupación digna de un caballero, con su remuneración
correspondiente. Tal y como se desarrolló dentro de las estructuras administrativas
entre los años 1790 y 1900, la ingeniería española se asentó sobre dos tradiciones
interconectadas. La primera consistió en una apropiación creativa de la organización
administrativa francesa en los términos en que se fue configurando a partir de la
Revolución francesa y el Imperio napoleónico. La Francia revolucionaria y postrevolucionaria
sirvió como un punto de referencia para los reformistas españoles de distintos signos,
aunque esta inspiración no siempre fuese reconocida. La segunda tradición, quizás
más sólida, se remonta a más de cien años antes de la revolución liberal: el intervencionismo
de la Corona española en el siglo xviii también se apropió de los modelos franceses que integraban, a su vez, prácticas e
instituciones de la monarquía hispana, incluidas las
que se desarrollaron en Flandes, en los dominios italianos y en América. Los ingenieros
del Ejército fueron organizados en un cuerpo a principios del siglo xviii y la Real Armada creó su propio cuerpo de ingenieros en 1770. En ambos casos, los
ingenieros recibieron una formación sistemática en matemáticas en academias creadas
con este propósito. La Corona fue asumiendo cada vez más tareas durante la segunda
mitad del siglo xviii, dentro del discurso de fomento, entendido generalmente como un esfuerzo dirigido a aumentar la riqueza del reino y
el afán de hacer su gobierno más eficaz. Como parte de este proceso, se creó una sección
dentro del cuerpo de ingenieros del ejército encargada exclusivamente de obras civiles,
sin relación directa con la guerra, como la construcción de puentes y caminos. Asimismo,
las élites ilustradas de toda Europa, desde Portugal hasta Rusia, consideraban la
hidráulica como un área de conocimiento y aplicación de gran importancia, esperando
que la mejora del transporte fluvial, el regadío y la minería, todas ellas prácticas
que podían beneficiarse de las innovaciones en ese campo, contribuyeran a una explotación
más eficaz de los recursos. El triunfo del liberalismo en España en la década de 1830
integró este discurso dieciochesco de controlar y fomentar la riqueza del país en
un marco radicalmente redefinido: el de gobernar la patria en el nombre de la nación
y para su beneficio Sobre el surgimiento y la transformación de las tradiciones de la ingeniería francesa
y su relación con grandes cambios políticos, véase: Alder ( Alder, K. (1999). Engineering the Revolution: Arms and Enlightenment in France, 1763-1815. Princeton: Princeton University Press.
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Los cuerpos civiles de ingenieros —el cuerpo de Caminos se creó en 1799, el de Minas
en 1833, el de Montes de forma gradual en la década de 1850, mientras los ingenieros
agrónomos consiguieron organizarse en un cuerpo de Estado en 1879— llegaron a convertirse
en ejemplo de un aparato administrativo moderno. Su reputación y la representación
que proyectaron de sí mismos se basaron en varios elementos. El punto clave era la
visión del servicio público como acción racional fundada en conocimientos científicos
certificados y orientada a promover el bien común. Los ingenieros del Estado hacían
gala de los procedimientos meritocráticos a la hora de seleccionar a los aspirantes
y durante su paso por las escuelas especiales, fundadas con el propósito de formar
facultativos para el Estado. Resaltaban que en los cuerpos el ascenso se producía
mediante mecanismos impersonales (escalafón, promoción por antigüedad): «Los ascensos
en el Cuerpo son por rigurosa antigüedad; y los servicios extraordinarios se premian
por el Gobierno por los varios medios de que dispone sin contar los grados, que no
puede conferir por actos espontáneos y voluntarios: así se evita la posibilidad de
que a pretexto de premiar el mérito, y estimular el celo, se introduzcan el favoritismo
con las intrigas y las injusticias que siempre le acompañan» «Cuerpo de Ingenieros de Caminos, Canales, Puertos y Faros», Revista de Obras Públicas, 23 (1856), p. 267.
Sin embargo, desde mediados del siglo xix, los cuerpos y cargos facultativos (los ingenieros de caminos, los médicos-directores
de baños y otros) fueron duramente criticados por su pretensión de monopolizar los
puestos técnicos bien remunerados en la Administración pública y obstaculizar la iniciativa
privada. Sus críticos desplegaron argumentos liberales para tacharlos de herederos
privilegiados de los gremios del Antiguo Régimen
Si bien es cierto que existía cierta continuidad con las pautas de la organización
del gobierno durante el Antiguo Régimen, los rasgos y las tareas de los cuerpos habían
sido redefinidos y habían adquirido componentes radicalmente nuevos tras su refundación
liberal. Había una diferencia fundamental entre los servidores del rey, por una parte,
y los cuerpos facultativos, por otra. Desde la década de 1790, pero sobre todo a partir
de la consolidación definitiva del régimen constitucional en la de 1830, la relación
de los cuerpos con el gobierno fue definida por leyes y reglamentos detallados. De
este modo, en vez de «postrarse a los pies de Su Majestad» para pedir su sueldo y
el pago de dietas, como había sido habitual todavía entre los años 1790 y 1830, a
mediados del siglo xix los ingenieros pudieron reclamar sus derechos legales como empleados públicos con
un lenguaje administrativo en el que se adivinaba una profunda confianza en sí mismos Para un ejemplo del primer tercio del siglo, en una carta a la superioridad del ingeniero
Subercase, datada el 27-8-1815, este dirigiéndose formalmente al rey, decía: «Don
Juan Subercase Ingeniero de Caminos y Canales, postrado a los reales pies de V. M.
con el más profundo respeto expone: que habiendole destinado los Sres. Directores
de Correos y Caminos á Villafranca del Vierzo para cuidar del trozo de camino comprendido
entre Astorga y Lugo, les hizo presente en 22 de este mes que para llevar á debido
efecto sus órdenes, necesitaba hacer gastos extraordinarios y excesivos para los cuales
no alcansaba su corto sueldo: tales son un viage de 70 leguas con su muger enferma,
un niño de tres años y sus muebles; la compra de un caballo con arreglo á las instrucciones
de su empleo; y la adquisicion de algunas instrumentas y libros costosos indispensables
para el mejor desempeño de su obligacion […]», AMOPU, leg. 6856, expediente de Juan Subercase y Krets.
Para las críticas decimonónicas de los cuerpos: Silva y Lusa ( Silva Suárez, M. y Lusa Monforte, G. (2007). Cuerpos facultativos del Estado versus
profesión liberal. En M. Silva Suárez (ed.). Técnica e ingeniería en España, vol. 4, El Ochocientos: pensamiento, profesiones y
sociedad (pp. 323-386). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.
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Malatesta, M. (2006). Professionisti e gentiluomini. Storia delle professioni nell’Europa contemporanea.
Torino: Einaudi.
Los ingenieros desempeñaron un papel clave en el desarrollo de nuevos recursos públicos
y, al mismo tiempo, contribuyeron a crear, en palabras de Timothy Mitchell, «la autonomía
aparente del Estado como una entidad independiente» El Museo Universal, 7-7-1861.
Como empleados públicos, los ingenieros ejercieron una gran influencia sobre la definición y protección legal de sus campos de acción facultativa y sobre las formas válidas de acreditar la posesión de conocimientos científicos y técnicos. No dudaron en usar el aparato estatal para sus pugnas con otros grupos socioprofesionales. La consolidación de la ingeniería en los cuerpos del Estado, anterior en España a la consolidación de la ingeniería como una profesión liberal digna de hombres de cierto estatus en la sociedad, permitió a los ingenieros dar el salto hacia las actividades a caballo entre la esfera pública y la privada, fomentando el transvase de personas, conocimientos e influencias entre ambas, un fenómeno conocido en Francia como pantouflage pero que, significativamente, en España no recibió una denominación específica. Al mismo tiempo, las excedencias que los ingenieros del Estado negociaron con el fin de proseguir su carrera en uno u otro ámbito dibujaron una línea clara entre las dos esferas, pública y privada, lo que contribuyó a reforzar su definición y separación.
La monarquía constitucional que los patriotas empezaron a construir durante la guerra de Independencia y que los liberales consiguieron estabilizar después del colapso del imperio español, al triunfar sobre las fuerzas contrarrevolucionarias en 1840, contaba con unas instituciones frágiles. Las estructuras administrativas creadas durante el siglo xviii para transformar la relación entre la Corona y sus dominios se habían visto seriamente dañadas por la pérdida de las posesiones transatlánticas en tierra firme americana, por las sucesivas revoluciones y restauraciones del viejo orden, por las purgas y exilios de los cargos administrativos y empleados públicos y por la caída dramática de los ingresos del erario público. A finales de la década de 1820 y durante la de 1830, los ministros reformistas del rey absoluto y las nuevas élites políticas a menudo volvieron la mirada hacia los logros y proyectos del reinado de Carlos III (1759-1788), en cuyo curso se habían dado grandes pasos hacia la construcción de una nueva monarquía española, basada en la centralización administrativa y política. Menos atractivo resultaba reivindicar el reinado de su hijo Carlos IV, que se percibía a través de las pugnas internas y externas que marcaron la crisis del Antiguo Régimen, pese a que en la década de 1790 y en la primera del nuevo siglo se habían adoptado medidas reformistas de gran calado, también en el campo de caminos y canales, que nos concierne en este artículo.
El Estado nacional en construcción necesitaba reafirmar y expandir su poder sobre
el reino, sus tierras y sus habitantes, definidos ahora por las constituciones liberales
en términos políticos como «el territorio nacional español» y «los españoles», así
como sobre los restos ultramarinos del imperio, definitivamente transformados en 1837
en colonias Fradera ( Fradera, J. M. (2005). Colonias para después de un Imperio. Barcelona: Bellaterra.
Pro ( Pro, J. (1994). Fraude, statistique et pouvoir dans l’Espagne libérale (1840-1868).
Revue d’histoire moderne et contemporaine, 41(2), 253-268. Disponible en: https://doi.org/10.3406/rhmc.1994.1719 Pro, J. (2019). La construcción del Estado en España. Una historia del siglo xix. Madrid: Alianza.
En cuanto a la estadística, la contribución de los ingenieros del Estado fue menor.
Aun así, generaron datos cuantitativos relativos a su campo de acción y, a pesar de
los problemas de fiabilidad de las cifras que obtuvieron, sus datos sirvieron de base
para varias de las pocas series estadísticas continuas de la España decimonónica (caminos
y ferrocarriles en construcción y terminados, producción minera y contabilidad presupuestaria).
La estadística fue esencial a la hora de justificar la creación en 1879 del cuerpo
de ingenieros agrónomos, siguiendo el modelo de los cuerpos de ingenieros ya existentes.
El decreto de bases del Servicio Agronómico afirmaba en su artículo 2.º: «El objeto
de este servicio será ejecutar todos los trabajos de Estadística agrícola y pecuaria» Sobre la nueva definición del Estado español en las constituciones liberales véase
Pro ( Pro, J. (2019). La construcción del Estado en España. Una historia del siglo xix. Madrid: Alianza.
Muro, J. I., Nadal, F. y Urteaga, L. (1996). Geografía, estadística y catastro en España, 1856-1870. Barcelona: Serbal.
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Torrelodones, Madrid: B&H.
Además de coleccionar y tratar recursos en forma de información, los ingenieros contribuyeron
también a proveer al Estado de ingresos financieros directos e indirectos. En el caso
concreto de la minería, los ingenieros de minas se encargaron de determinar las bases
tributarias del impuesto de este ramo. Los ingenieros también se encargaron de la
gestión permanente de determinados bienes públicos: los ingenieros de minas dirigieron
las minas públicas, los ingenieros navales y militares las fábricas de armas y arsenales públicos,
y los ingenieros de montes supervisaron la explotación de los montes públicos, estableciendo
las condiciones para su concesión a compañías privadas y a particulares. Además, la
provisión indirecta de recursos era la base de toda la concepción del fomento. Los
ingenieros de caminos proyectaron y ejecutaron o supervisaron la ejecución de las
obras públicas que incluían la inmensa mayoría de las infraestructuras de transporte
terrestre y marítimo, de gran riego y de abastecimiento de agua a las ciudades. De
este modo, no solo se echaban sobre los hombros la garantía de un gasto eficaz de
los dineros públicos. Al ampliar y modernizar las infraestructuras, se entendía que
los ingenieros ponían las bases del progreso material, con el significado que a estos
términos otorgaban las élites políticas y sociales de la época. Hubo un consenso amplio
de que así fomentaban la riqueza de España, incrementando los ingresos del Estado
y fortaleciendo las
instituciones públicas. Nos encontramos con esta línea de razonamiento en muchos textos
legales y políticos de la España decimonónica. Por tanto, podemos suponer que, fuera
cual fuera la contribución real de las obras públicas al desarrollo de las distintas
actividades económicas y fuera cual fuera la elasticidad de la tributación (más bien
baja en un sistema fiscal poco flexible y fundado en la negociación), los observadores
políticos contemporáneos percibían la ingeniería como un mecanismo administrativo
creador de recursos Respecto a los ingenieros de minas y su papel como agentes del Estado: Chastagnaret
( Chastagnaret, G. (2000). L’Espagne puissance minière dans l’Europe du XIXe siècle. Madrid: Casa de Velázquez.
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Información, dinero y recursos materiales se combinaron con recursos políticos. Como
ha observado Germà Bel, la regulación y el desarrollo de los flujos dentro del territorio
nacional constituían el objetivo principal de la acción política en materia de infraestructuras,
una de cuyas directrices era la centralización de las vías de comunicación en la capital
del Estado y, de forma secundaria, en las ciudades capitales de provincias, y asegurar
así la máxima movilidad de los funcionarios y las órdenes administrativas y una rápida
movilización de las fuerzas militares Sobre la elección de las capitales provinciales y su impacto territorial: Burgueño
( Burgueño, J. (1996). Geografía política de la España constitucional. La división provincial. Madrid: Centro de Estudios Constitucionales.
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España participó desde fechas tempranas en la configuración transnacional del liberalismo
y en los años 1840 adoptó el modelo francés de Administración central Pro ( Pro, J. (2017). El modelo francés en la construcción del Estado español: el momento
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Rosanvallon, P. (1990). L’État en France. De 1789 à nos jours. Paris: Seuil.
Reino Unido | Italia | Francia | Alemania | España | |
---|---|---|---|---|---|
1850 | 12,4 | — | 8,5 | — | 5,9 |
1860 | 12,7 | 14,6 | 9,1 | — | 8,0 |
1870 | 9,9 | 15,4 | 11,6 | 18,5 | 10,3 |
1880 | 10,4 | 13,1 | 15,4 | 12,5 | 8,5 |
1890 | 10,3 | 17,3 | 15 | 15,2 | 8,5 |
1900 | 16,9 | 15,2 | 15,2 | 17,4 | 7,5 |
1910 | 14,5 | 17,8 | 14,4 | 16,7 | 8,3 |
1920 | 31,8 | 42,8 | 37,6 | 28,9 | 8,3 |
1930 | 29,4 | 24,5 | 24,6 | 43,1 | 9,7 |
Comparando el gasto público total, observamos no solo que España se situaba por detrás de países como el Reino Unido, Francia y Alemania, que hacia 1870, disfrutaban de una renta per cápita muy superior a la española, divergencia que había crecido en 1900, sino que lo mismo ocurría si el punto de referencia es Italia, un Estado nuevo cuya renta per cápita en la segunda mitad del xix era bastante semejante a la de España. No solo la cuantía total de los gastos públicos era más baja, sino que la estructura del gasto público no indica una implicación activa del Estado en el fomento de la riqueza pública: antes de 1870, los rasgos distintivos del presupuesto del Estado en España eran un alto porcentaje del gasto militar (26,4 % en 1850 y 34,5 % en 1860) y, desde 1870 en adelante, un alto porcentaje destinado a pagar los intereses de la deuda pública (52,7 % en 1870; 38,1 % en 1880; 34,7 % en 1890; 43,9 % en 1900; 36,1 % en 1910 e incluso, en la década 1920, porcentajes parecidos a los de aquellos países que, a diferencia de España, sí participaron en la Gran Guerra y heredaron un endeudamiento elevado).
En relación con el gasto público total, lo dedicado a agricultura (incluidos los montes)
y obras públicas (ferrocarriles, caminos y puertos) era poco en términos relativos,
un 8 % de promedio durante todo el periodo analizado, y marcado por ciclos breves
dentro de una tendencia de aumento moderado a largo plazo (gráfico 1). Cabe destacar que en los presupuestos para 1862-63 y 1863-64, durante el Gobierno
de O’Donnell, el gasto en obras públicas aumentó hasta casi el 10 % de todo el gasto
público, un porcentaje que además no hace justica a la cantidad real, probablemente
alrededor del 15 %, ya que los subvenciones al ferrocarril se canalizaron a través
de la deuda pública y no se incluían en el presupuesto. Por esta razón, la década
de 1860 ha sido bautizada por la historiografía como la edad de oro de las obras públicas.
La Unión Liberal de O’Donnell compartió con el fontismo portugués una visión de las obras públicas, sobre todo de la construcción de carreteras
y ferrocarriles, como la vía fundamental para conseguir a corto plazo el progreso
material y sus Gobiernos se mostraron dispuestos a invertir muchos más recursos que
sus predecesores o sucesores decimonónicos en este ramo. No obstante, a pesar de este
periodo excepcional y de la dificultad de hacer una estimación sobre las obras públicas
pagadas o subvencionadas por las autoridades provinciales y municipales, en general
el Estado gastaba en España en obras públicas y en otros servicios
económicos menos que el Reino Unido, Alemania y Francia y bastante menos que Italia.
De nuevo, la diferencia entre España e Italia es particularmente llamativa, por lo
parecidas que eran las condiciones económicas de ambos países. Mientras que en la
nueva monarquía mediterránea «hacer italianos» y legitimar el novísimo Estado unitario
tuvo un reflejo claro en la cantidad de dinero destinada a las obras públicas, en
la vieja monarquía española, por muy nuevo que fuese el Estado nacional, el ramo de fomento
no fue una prioridad en un presupuesto en el que pesaba mucho la deuda pública, ya
que superar las rigideces fiscales resultaba imposible por razones políticas y las
razones políticas eran difíciles de transformar por la ausencia de recursos fiscales Un análisis del gasto público español en términos comparativos en Comín ( Comín, F. (1996). Historia de la Hacienda pública, I. Europa. Barcelona: Crítica.
Cuéllar Villar, D. (2002). Política de obras públicas y políticas liberales. El Ministerio
de Fomento (1851-1874). TST, Trasportes, Servicios y Comunicaciones, 2, 42-69.
Fernandes, P. J. (2001). Fomento, Fontismo e Ferrovias. História, 36, 32-39.
Las bajas tasas de gasto en obras públicas hasta después de 1898, y en especial hasta
la reanudación de los proyectos aparcados por la Gran Guerra y sobre todo hasta los
ambiciosos planes de la dictadura de Primo de Rivera, tuvieron consecuencias directas
para la integración territorial del país y muy probablemente también para su construcción
nacional, aunque no fuera el único factor en el asunto. Como muestra la tabla 2, las líneas férreas en España eran menos densas que en los países vecinos, aunque
el dato sobre kilómetros de ferrocarril por cada mil personas revela que la baja densidad
de la red no se debía únicamente a consideraciones presupuestarias, sino también a
razones económicas que desbordaban las cuentas públicas: en 1866, cuando había sido
puesta en funcionamiento una parte considerable de los nuevos ferrocarriles, ya quedaba
claro que no existía suficiente demanda para que las compañías que los operaban pudieran
sacar beneficio Véase a este respecto el artículo de Barquín y Larrinaga en este mismo número.
Sin embargo, la falta de demanda en un país pobre y escasamente poblado no lo explica
todo. Algunos historiadores económicos han afirmado que la distribución de la red
ferroviaria, moldeada en gran medida por criterios políticos, reducía la demanda de
los servicios ferroviarios debido a que no respondía a los flujos comerciales existentes.
En el siglo xix esta tesis fue defendida por pocos, pero desde el principio del siglo xx atribuir el uso limitado de los ferrocarriles a la ausencia de vías y ramales secundarios,
al mal estado de los caminos vecinales o a la inexistencia de carreteras transitables
que conectaran los pueblos con los caminos principales o llevaran a la estación de
tren más cercana llegó a ser una crítica muy habitual Quizá no el primero, pero sí el más conocido de los argumentos sobre la falta de
correspondencia entre la red ferroviaria y los flujos geográficos de mercancías fue
desarrollado por Nadal ( Nadal, J. (1975). El fracaso de la revolución industrial en España, 1814-1913. Barcelona: Ariel
Aguilar Civera, I. (2013). El sistema terrestre de comunicaciones: caminos y ferrocarriles.
Reflexiones y testimonios. En M. Silva Suárez (2011), Técnica e ingeniería en España. VII. El Ochocientos. De las profundidades a las alturas
(pp. 693-738). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.
Kms. de ferrocarril por 1000 km 2 de superficie del país | |||||
---|---|---|---|---|---|
Francia | Alemania | Reino Unido | Italia | España | |
c. 1850 | 5 | 11 | 43 | 2 | 0 |
c. 1870 | 25 | 34 | 94 | 22 | 11 |
c. 1890 | 59 | 77 | 121 | 47 | 18 |
c. 1910 | 64 | 110 | 140 | 63 | 22 |
Kms. de ferrocarril por 100 000 habitantes | |||||
---|---|---|---|---|---|
Francia | Alemania | Reino Unido | Italia | España | |
c. 1850 | 8 | 18 | 48 | 3 | 0 |
c. 1870 | 43 | 46 | 83 | 24 | 34 |
c. 1890 | 98 | 87 | 84 | 45 | 52 |
c. 1910 | 103 | 94 | 79 | 52 | 57 |
Además de la baja densidad de las vías férreas, no se dedicaron apenas fondos a fomentar
el riego en un país en el que las precipitaciones escaseaban y eran muy variables
de año a año, como denunciarían los discursos costistas a partir del 98 Sobre la evaluación pesimista de los logros del Estado en el siglo xix por parte de la opinión pública finisecular, véase Pan-Montojo ( Pan-Montojo, J. (2006). El atraso económico y la regeneración. En J. Pan-Montojo (ed.).
Más se perdió en Cuba (pp. 267-340). Madrid: Alianza.
Las paradojas de la ingeniería española se resuelven parcialmente si tenemos en cuenta,
en línea con lo señalado en la introducción, que el Estado no es solamente un conjunto
de instituciones administrativas más o menos coordinadas que gobiernan el territorio
y su población en el nombre de la nación. Es también una idea, una representación
de un todo unido y coherente que debe velar por una comunidad nacional imaginada,
por la nación en la que se fundamenta. Es este último ámbito en el que los ingenieros
españoles, a pesar del impacto limitado de su práctica profesional, desempeñaron un
papel decisivo a lo largo de la segunda mitad del siglo xix, sembrando lo que iban a cosechar en el siglo xx. Lograron hacerse reconocer como la encarnación de la ciencia útil, es decir, de la
ciencia que podía y debía aplicarse al bienestar nacional, a la utilidad colectiva. Debido a los procedimientos de su selección, formación y promoción, que
eran excepcionales dentro de la Administración española, y por su actividad profesional,
tanto al servicio del Estado como en el sector privado, pudieron reconocerse y ser
reconocidos como nuevos hombres dotados de voluntad y conocimientos necesarios para
fomentar el progreso material, identificado en la España decimonónica como el espíritu
del siglo (l’esprit du siècle, como a menudo se decía en francés). Es más, igual que los ingenieros hacían un buen
uso de la plataforma que les ofrecían
los puestos públicos en las capitales a la hora de promover su agenda corporativa
y sus intereses económicos particulares, el Estado también se beneficiaba de la presencia,
prácticas y discurso de los ingenieros
Para empezar, los ingenieros representaron la acción del Estado de una forma muy específica:
no recaudaban impuestos ni reclutaban hombres ni estaban en los pueblos para imponer
las nuevas leyes, a diferencia de los empleados de Hacienda, de los oficiales del
Ejército, de los guardias civiles o de los jueces, los representantes más ubicuos
de la autoridad del Estado. Sin embargo, eran fáciles de identificar como representantes
del poder estatal porque llevaban uniforme y tenían símbolos y emblemas que adornaban
sus obras y sus edificios Sobre los uniformes y otros símbolos: Silva ( Silva Suárez, M. (1999). Uniformes, símbolos y emblemas de la ingeniería civil española (1835-1975). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.
Sobre la negociación del estatus social mediante una gestión cautelosa de la práctica
profesional: Martykánová ( Martykánová, D. (2018). La profession, la masculinité et le travail. La représentation
sociale des ingénieurs en Espagne pendant la deuxième moitié du XIXe siècle. En
A. Derouet y S. Paye (eds.). Les Ingénieurs. La production d’un groupe social (pp. 79-102). Paris: Garnier.
Ordóñez Rodríguez, J. (2007). Ingenieros, utopía y progreso en la novela española
del Ochocientos. En M. Silva Suárez (ed.). Técnica e ingeniería en España, vol. 4, El ochocientos: pensamiento, profesiones y
sociedad (pp. 467-514). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.
Sin embargo, durante la mayor parte del siglo xix los ingenieros no fueron la cara buena del Estado, al menos no para la gran parte
de la población. Si bien es cierto que no recaudaban impuestos, sí que con sus estudios
topográficos o sus valoraciones del suelo o de los yacimientos allanaban el camino
para las intervenciones fiscales; no reclutaban soldados, pero sí que hacían uso de
ellos, además de recurrir a los presos comunes y a los vecinos para llevar a cabo
las obras; no se encargaban de imponer la ley, pero sí tomaban partido en los conflictos
o denunciaban a los guardas forestales o a la guardia civil a quienes infringían las
normas administrativas. Para los que los conocieron personalmente no cabía duda de
que eran miembros de la élite social y que además encarnaban un poder extraño y temido.
Asimismo, hablaban otro idioma, unas veces literalmente pues se expresaban en castellano
frente a las lenguas de sus interlocutores y, cuando el castellano era el idioma común
de administradores y administrados, en un lenguaje apenas comprensible para sus interlocutores
por estar lleno de jerga técnica y jurídica. Tenían el poder de imponer la expropiación
de terrenos y casas, la venta pública o el uso restringido de bienes comunes, la elevación
de la valoración tributaria de minas o tierras que podía llevar a impuestos más altos
o la introducción de cambios en los sistemas de riego. Las autoridades locales también
temían la intervención de los ingenieros y
sus propuestas y en ocasiones expresaron su descontento de forma violenta, igual que
ocurrió en Portugal y en otros lugares Como subraya Pan-Montojo ( Pan-Montojo, J. (2005). Apostolado, profesión y tecnología. Una historia de los ingenieros agrónomos en España.
Torrelodones, Madrid: B&H.
En cierto sentido, las obras públicas llegaron a ser el bien común por excelencia
y uno de los principales objetivos de la acción providencial del nuevo estado nacional
del liberalismo y, de este modo, los ingenieros se convirtieron en la encarnación
visible del proyecto del Estado. Varios factores influyeron en la centralidad de las
obras y servicios públicos y de los ingenieros en la construcción del Estado idea
en España. En primer lugar, situar el fomento en el centro de la acción estatal conectaba
con una tradición potente del reformismo que se remontaba, al menos, a la monarquía
católica dieciochesca. Además, existían pocas alternativas viables para legitimar
el nuevo orden. El papel secundario de España en la arena internacional era un gran
obstáculo a la hora de desarrollar una política internacional de prestigio (que solo
acometió con escasos resultados la Unión Liberal, el partido que también protagonizó
la edad de oro de las obras públicas entre 1858 y 1863), particularmente si comparamos
la monarquía liberal con la monarquía católica transatlántica. La posición dominante
de la Iglesia católica en un sistema político confesional hizo muy difícil que fueran
las políticas culturales y educativas las que se convirtieran en la piedra angular
de los proyectos de construcción del Estado nacional. El progreso material fomentado
por el Estado vino, por ello, a constituirse en la bandera del buen gobierno tanto
para los moderados como para los progresistas y para
los dos partidos dinásticos en la Restauración e incluso para un republicanismo que,
sin embargo, y a diferencia de los anteriores, condicionaba el triunfo del progreso
material a una profunda transformación político-cultural, a la construcción de una
nueva ciudadanía Pan-Montojo ( Pan-Montojo, J. (2014). Progreso material, fomento y libertad: la economía en las
culturas políticas del periodo isabelino. En M. C. Romeo y M. Sierra (eds.). La España liberal, 1833-1874 (pp. 51-88). Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza.
Peyrou, F. (2008). Tribunos del pueblo. Demócratas y republicanos durante el reinado de Isabel II. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
¿Cuánto éxito tuvieron los ingenieros a la hora de difundir y encarnar el discurso
de fomento a finales del siglo xix? Javier Ordóñez, Juan Carlos Ara y Javier Fornieles han mostrado que, mientras que
la figura de ingeniero sirvió básicamente como símbolo de progreso y pensamiento racional
en la literatura española de la época, su trabajo cotidiano, incluso su trabajo en
las grandes obras, despertaba poco interés entre los literatos y fue prácticamente
invisible. Añadamos que el ingeniero en ocasiones desempeñó un papel trágico en las
historias nacionales de amor de la España decimonónica. Así, por ejemplo, en la obra de Benito Pérez Galdós, los
ingenieros eran héroes al estilo de Prometeo que sufrían profundamente debido a sus
relaciones amorosas con las mujeres, ya que ellas y/o sus familias representaron una
España retrógrada, supersticiosa y corrupta. Estas relaciones, que desembocaron en
la muerte o en el exilio del héroe, conforme con la visión trágica de dos Españas,
es decir, un país unido en carne y sangre, pero dividido en dos grupos ideológicos
divergentes, condenados a enfrentarse permanentemente en una lucha fratricida Esta interpretación la tomamos prestada de Sommer ( Sommer, D. (2009). Ficciones fundacionales: las novelas nacionales de América Latina. México: Fondo de Cultura Económica.
Martykánová, D. (2017). El amor condenado, el amor triunfante. El género en el discurso
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Sobre las dimensiones simbólicas de la figura del ingeniero en la literatura española:
Ordóñez ( Ordóñez Rodríguez, J. (2007). Ingenieros, utopía y progreso en la novela española
del Ochocientos. En M. Silva Suárez (ed.). Técnica e ingeniería en España, vol. 4, El ochocientos: pensamiento, profesiones y
sociedad (pp. 467-514). Zaragoza: Institución Fernando el Católico.
Ara Torralba, J. C. (2007). Asombros, euforias y recelos: consideraciones acerca de
la percepción del progreso técnico en la literatura del siglo xix. En M. Silva Suárez (ed.). Técnica e ingeniería en España. Vol. 4, El Ochocientos: pensamiento, profesiones y
sociedad (pp. 427-465). Zaragoza: Prensas Universitarias de Zaragoza; Instituto Fernando el
Católico.
Fornieles Alcáraz, J. (1989). Trayectoria de un intelectual de la Restauración: José Echegaray. Almería: Caja Almería.
En la España del siglo xix surgió una representación social particular: la de una relación cercana entre las políticas públicas, el cambio tecnológico y los ingenieros como profesión. Los ingenieros llegaron a encarnar el ideal de un Estado fuerte y eficiente, que usaba los conocimientos técnico-científicos para el progreso general de la nación. Esta representación nunca se mostró incompatible con la participación individual de los ingenieros en las luchas políticas ni con su integración a título individual en las redes de interés económico que conectaron los sectores público y privado, a pesar de la creciente separación simbólica de ambos. El prestigio de los ingenieros se basó en su proceso de selección, sus conocimientos presentados como útiles y su posición oficial en el aparato administrativo. En su conjunto, estos rasgos dieron lugar a un hombre nuevo que era capaz de evocar y representar los atributos de los distinguidos miembros de las corporaciones privilegiadas, construidas en el tiempo en el que los ingenieros debían luchar por el bien común en el nombre del soberano y, al mismo tiempo, manifestar todas las virtudes de un aristócrata benévolo y generoso, dispuesto al sacrificio personal en aras del progreso nacional. Como era de esperar, esta combinación ideal de viejos y nuevos valores no funcionó sin contradicciones y tuvo que ser defendida de forma activa en la palestra pública.
La imagen de un «Estado de obras públicas» que se empezó a fraguar en los 1830 no se tradujo en términos presupuestarios hasta el siglo xx. En España, los recursos fiscales relativamente escasos, que reflejaban el limitado poder infraestructural del Estado, lastraron a las instituciones públicas a la hora de financiar o coordinar la provisión de bienes públicos, particularmente las obras públicas, en comparación con otros países europeos. Los mecanismos fiscales eran insuficientes porque la clase política dominante careció de la voluntad de buscar vías para su transformación, como tampoco la hubo para promover instituciones educativas de un alcance más amplio. Ahora bien, incluso con otras coaliciones sociopolíticas que hubieran hecho posibles más, más eficaces y más duraderas reformas, no cabe duda de que la pobreza del país constituía un factor limitante.
Sin embargo, como hemos argumentado, la pobreza relativa no fue el único factor que restringió el gasto público: con una renta per cápita parecida a la de España, los Gobiernos nacionales de algunos otros países ordenaron las prioridades presupuestarias de forma diferente. La paradoja en el caso español consiste en que mientras las élites políticas y sociales compartieron con las élites de otros países periféricos la fe en la importancia de las infraestructuras y en el papel que los expertos técnicos podían desempeñar a la hora de superar la brecha de riqueza creciente entre sus países y las potencias dominantes del momento, no hicieron del gasto en infraestructuras su prioridad en sus políticas presupuestarias. Esta paradoja es aún más patente teniendo en cuenta el hecho de que el ingeniero, una figura social (re)creada por el Estado en el siglo xix, tuvo un papel distinto y muy potente en el discurso político y administrativo. Décadas antes de que Portugal, Italia, el Imperio otomano o las más ricas entre las repúblicas latinoamericanas crearan sus propias burocracias civiles de carácter facultativo y abrieran escuelas para formas ingenieros no militares, España estableció sus cuerpos civiles y fue pionera en convertir en ingenierías nuevos campos, como la agronomía, que no existió como tal ingeniería superior ni siquiera en la admirada Francia hasta 1876 (tras una frustrada experiencia entre 1848 y 1852) y que no se plasmó en este país en un cuerpo de Estado hasta la primera década del siglo xx.
La creación y consolidación temprana en España de las distintas ramas de ingeniería como cuerpos del Estado no fue producto de una voluntad política particular orientada a fomentar el desarrollo o usar las obras públicas para acelerar la convergencia con los países que las élites españolas percibían como faros del «progreso de la civilización». Las elecciones presupuestarias y los resultados reales en kilómetros de caminos y ferrocarriles, en construcción y mejora de los puertos, en creación de estaciones experimentales, en reforestación o exploración y aprovechamiento mineros muestran las políticas públicas no solo no destacaron respecto a las de otros países con niveles parecidos de ingresos, sino que se situaron en niveles parecidos o incluso inferiores. Eso no significa, sin embargo, que los ingenieros y las obras públicas desempeñaran un papel secundario en el desarrollo del Estado español. Al convertirse en un modelo para el reclutamiento de empleados y la administración en el Estado sistema, llegaron a constituir un elemento central en la construcción discursiva del Estado idea en España y, por lo tanto, en la legitimación del Estado nacional periférico, nacido del fin del imperio español.
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