El 21 de febrero de 1936 El Heraldo de Madrid salió a la calle con el siguiente titular: «¡Acción! ¡Acción! ¡Acción! La República del 14 de abril nació con alborozo. La República del 16 de febrero ha nacido con dolor»[2]. Más abajo se podía leer: «No más empachos de juridicidad»[3]. Conclusión del periódico: las elecciones habían traído la Tercera República, lo cual implicaba superar las leyes burguesas. Podría esgrimirse que aquellos titulares solo eran la opinión de unos redactores, aunque lo cierto es que el parecer de aquel diario coincidía con el que reinaba en algunos sectores de la izquierda obrera. Así, a partir de febrero del 36 fue frecuente toparse con llamadas al fin de aquellos empachos de juridicidad. Una idea que se había fraguado antes de los comicios.
Más datos. El 9 de febrero Largo Caballero explicó qué idea tenía él de la coalición
electoral: un paso previo antes de «ir directamente a la implantación del régimen
socialista»[4]. Para que no hubiera equívocos, el líder ugetista explicaba en sus intervenciones
qué significaba aquello: «Cuando yo hablo de Socialismo, no hablo de socialismo a
secas; hablo de Socialismo marxista. Y al hablar de Socialismo marxista, hablo de
Socialismo revolucionario» El Socialista, 14-1-1936, p. 3.
Id.
La producción historiográfica sobre la Segunda República es inabordable. Y también
plural. Sin embargo, el primer semestre de 1936 ha sido muy poco estudiado en profundidad,
lo cual se explica, probablemente, por el peso del fantasma de la narrativa franquista
que aún sigue influyendo en muchos investigadores y la dificultad para trabajar con
fuentes primarias dispersas y complejas. El caso es que desde que Javier Tusell y
su equipo publicaron en 1971 su libro sobre las elecciones generales de 1936
Aún más. Se ha progresado mucho en las tramas golpistas y en la trayectoria de los
militares que las protagonizaron; se han publicado biografías de mucha importancia
para el período y se ha estudiado la situación política, social y religiosa a nivel
local y regional. Sin embargo, de la primavera de 1936 muy poco. Son conocidos los
estudios de Rafael Cruz
Pero ese primer semestre de 1936, como decía, sigue encerrando, a pesar de todo, bastantes
interrogantes. Por eso elegí la primera plana de El Heraldo de Madrid para iniciar la senda hacia esas lagunas historiográficas. Decía antes que aquellos
titulares conectaban con un estado de opinión que venía de atrás. En este sentido,
el arquetipo podrían ser las intervenciones de Largo Caballero, planteadas en unos
términos bastante contrarios a la alternancia y al pluralismo propios de una democracia
liberal. Así, en uno de sus numerosos mítines, Largo Caballero dijo que si perdían
las elecciones los socialistas irían «a la guerra civil declarada» Id. Id.
Por supuesto, podría esgrimirse que todo formaba parte de la tensión electoral de
la época. Ahora bien, con ser cierto tampoco se puede minusvalorar. Porque mucha gente,
especialmente los correligionarios de los pueblos, los escucharon atentamente. Y no
solo eso, también lo interiorizaron. Lo cual es importante, porque hizo posible que
muchos vieran como algo normal el hecho de que un cambio de mayorías en las urnas
conllevara la expulsión de los funcionarios. Sin pasar por alto el que también empezaran
a denostar algo tan fundamental en democracia como el pluralismo y la alternancia.
El caso es que no hubo que esperar mucho para ver las primeras consecuencias de aquellos
discursos. En efecto, ahora sabemos, casi con precisión quirúrgica, que la captura
del poder dio comienzo casi al mismo tiempo que cerraron los colegios electorales Id.
La realidad, desde luego, fue mucho más compleja, si bien no hay espacio para reflejarla. Por eso quiero subrayar algunos aspectos que, a mi juicio, aún siguen tras un tupido velo. Hay que radiografiar la trayectoria de los revolucionarios de tercer y cuarto escalón. Estudiar cómo interiorizaron y llevaron a la práctica aquellas llamadas a la revolución. Es importante averiguarlo por dos razones. Primero, porque hay que ahondar en las posibles continuidades o discontinuidades que rodearon a la violencia política del 36. Y, segundo, porque esas radiografías nos permitirán conocer el origen de los agitadores y los profesionales de la revolución. En efecto, muchas veces conocemos los nombres y las acciones que protagonizaron, incluso las corrientes internas a las que se adscribieron, si bien apelativos como «prietista» o «caballerista», aplicados a esos individuos, no tienen ningún significado más allá de que en un momento concreto estuvieran apoyando a Indalecio Prieto o a Largo Caballero. Solo así tendremos el retrato completo de todos los actores que participaron en la violencia política del período.
Por tanto, es indispensable averiguar de dónde venían; cómo habían sido sus años de juventud; con qué ideas habían crecido; a qué escuelas políticas habían acudido; qué maestros habían tenido y de qué figuras les habían hablado cuando fueron jóvenes; cuáles fueron sus referentes y cuáles sus anhelos. Es fundamental averiguar también si tuvieron algún contacto con ideas diferentes o si siempre se movieron en el mismo espectro de la acción y la revolución. Solo así entenderemos su carrera política, lo cual es indispensable para concluir si aquellas llamadas a la acción que escucharon en los mítines fueron el pequeño empujón que les faltaba. Y conociendo todo esto podremos profundizar aún más en los sucesos que tuvieron lugar. Lo cual a su vez nos llevará, a modo de cadena, a entender mejor las reacciones y las respuestas que adoptaron los españoles que no comulgaban con la radicalidad. Todo indispensable, finalmente, para rescatar con garantías las verdaderas posibilidades de supervivencia que tuvieron la libertad y la democracia liberal en la España del 36.
Lo que acabo de proponer es una tarea difícil. Hay que localizar las fuentes y también
sortear el peso de la ideología antifascista que aún sigue influyendo en algunos investigadores.
En este sentido, es de sobra conocido el hecho de que la narrativa franquista se fundamentó
en una acusación que dio lugar a ríos de tinta «Dictamen de la Comisión sobre la ilegitimidad de poderes actuantes el 18 de julio
de 1936».
Una panorámica sobre la violencia en Del Rey ( Del Rey, F. (2008). Paisanos en lucha. Exclusión política y violencia en la Segunda República española.
Madrid: Biblioteca Nueva.
Del Rey, F. (dir.) (2011). Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española.
Madrid: Tecnos.
González Calleja, E. (2015). Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la Segunda
República española (1931-1936). Granada: Editorial Comares.
La cuestión es que hay que olvidarse de las grandes discusiones y las trampas ideológicas, para seguir ahondando en una serie de circunstancias y acontecimientos fundamentales para conocer lo ocurrido. Como sabemos, la publicística franquista dibujó un período muy negro; pero lo que nunca destacaron fue que, por paradójico que pareciera, durante aquellos meses los jueces, los fiscales y los policías siguieron haciendo su trabajo. Por las comisarías y los juzgados, naturalmente, pasaba muchísima gente acusada de los más diversos delitos. Ahora bien, a partir de marzo empezó a notarse un cambio: a los tradicionales delincuentes se les empezó a sumar una larga lista de revolucionarios y falangistas que no dejó de engrosar durante los meses siguientes. Entre los primeros había un buen número de alcaldes y concejales. Fue aquí donde empezó uno de los problemas más importante para el mantenimiento de la convivencia. La razón es evidente: los jueces y los policías eran un pilar fundamental para el sostenimiento de la democracia. Ahora bien, ese pilar no se sostenía por sí solo, ni de cualquier manera. Para que se mantuviera erguido era necesaria la existencia de un consenso procedimental fuerte y, sobre todo, una férrea voluntad en los servidores públicos para defender la ley ante los enemigos de la democracia. El que muchos alcaldes, concejales y cuadros medios de los partidos desfilaran por los juzgados no ayudó nada a sostener dicho pilar.
La pregunta que debemos hacernos es por qué aquella gente a la que me acabo de referir
acabó ante la Justicia. Y la respuesta la encontramos una vez más en la influencia
que ejercieron las arremetidas de un amplio sector de los ganadores de febrero a favor
de la revolución y en contra de la juridicidad. Gracias a ellas, como he dicho, muchos
empezaron a ver con normalidad el que se pudieran sobrepasar los límites que habían
imperado hasta aquel momento, para bochorno incluso de algunos gobernadores civiles
del Gobierno de la izquierda republicana. Fernando del Rey lo estudió en La Mancha
A estos sucesos se le unió inmediatamente la vuelta de los presos del 34 amnistiados
por el nuevo Gobierno. Un dato interesante, porque fueron recibidos como héroes y
no como asaltantes de la legalidad republicana. Y estos dos acontecimientos se convirtieron
a su vez en un enorme respaldo para los propios radicales. Lo cual los llevó a dar
el siguiente paso: capturar el espacio público. Eso originó más consecuencias: cacheos
a los viandantes; palizas a los opositores; agresiones verbales; ocupaciones de fincas
rústicas y urbanas o abusos de todo tipo. Tal fue «la movilización de la izquierda
obrera [que] dio pie a que los ayuntamientos de provincias de mayoría derechista como
la que nos ocupa [Ciudad Real] pasaran a sus manos sin que los gobernadores movieran
un dedo para impedirlo» Ibid.: 490.
La captura de los ayuntamientos dio lugar y «de forma fulminante a la depuración de
los empleados y funcionarios municipales considerados desafectos». Una depuración
que, como bien explica Del Rey, «tampoco tenía precedentes» Ibid.: 492.
Id. Ibid: 492-493.
Más asuntos. No hay ninguna panorámica sobre la Segunda República en la que no se
preste atención a las cuestiones económicas. Es un asunto capital, pero hay una particularidad:
los menesterosos siempre contaron más en los libros de historia que aquellos que arriesgaron
su capital en busca de beneficios. Esto, a la postre, ocasionó que durante muchos
lustros la historiografía se centrara más en las medidas de lucha contra el paro y
muy poco en las consecuencias económicas, sociales y políticas que ocasionaron. En
este sentido, la combinación de las políticas económicas del nuevo Gobierno con las
acciones que se realizaron desde los ayuntamientos en manos de la izquierda obrera
contribuyó a enrarecer, primero, y a incendiar, después, la convivencia en muchas
zonas del país. La razón la explicó hace casi veinte años José Manuel Macarro: la
solución a aquel «problema apremiante» se descargó «sobre los ricos, que tenían la
obligación de dar trabajo. Posiblemente, la herencia de una mentalidad precapitalista
pesaba demasiado». Así, continúa, lo que hubo fue una «consideración sobre el deber
de dar trabajo o mantener a los jornaleros, sin valoración alguna de las necesidades
mínimas de los sectores productivos para poder continuar funcionando»
Este problema se agravó porque a las arbitrariedades que cometieron contra los industriales
y los agricultores se les sumó las que perpetraron contra muchos trabajadores. El
asunto podría sintetizarse de la siguiente manera: primero, como ya he dicho, convirtieron
a los agentes sociales «en sujetos con deberes» ante «la comunidad» Id. Ibid.: 426-427.
Todas estas actuaciones y otras circunstancias que no puedo atender por falta de espacio respondieron a una lógica muy concreta: conformar un poder popular desde abajo. Si lo conseguían, y los acontecimientos de aquella primavera del 36 demostraban que, en algunos aspectos importantes, iban por buen camino, evitarían la competencia política y, lo que era más importante, el pluralismo y la alternancia propias de un régimen democrático. Siguiendo con aquella lógica, la lucha contra la competencia los llevó a enfrentarse también con la Iglesia pues, para ellos, era fundamental evitar que los curas siguieran controlando las conciencias, es decir, haciendo política desde los púlpitos. Fue una de las razones que explican los asaltos que empezaron a sucederse contra los edificios religiosos y, también, la persecución que sufrieron los católicos señalados por haberse opuesto o estar oponiéndose supuestamente al predominio de aquella izquierda obrera.
El desarrollo de los acontecimientos ha sido estudiado pormenorizadamente y gracias
a ello también conocemos lo que sucedió. Podría resumirse así: el día del asalto los
párrocos llamaban a los alcaldes para que los protegieran de las turbas que se habían
congregado frente a las parroquias. Muchos alcaldes, como ahora sabemos, hicieron
caso omiso o reaccionaron tarde y tímidamente. Ante esto, muchos curas recurrieron
a los gobernadores civiles en busca de ayuda; pero estos también fueron desoídos por
las autoridades locales. Abandonados ante los manifestantes violentos, la siguiente
llamada telefónica la hicieron normalmente para pedir el envío de alguien que les
ayudara a apagar el fuego Ibid.: 495.
González Gullón ( González Gullón, J. L. (2018). El Opus Dei en la zona republicana durante la Guerra Civil española (1936-1939).
Madrid: Rialp.
Dionisio Vivas, M. A. (2015). El clero toledano en la primavera trágica de 1936. Toledo: Instituto Teológico San Ildefonso.
Clara Campoamor dejó escrita con acerada precisión la siguiente reflexión: «Una sublevación
que no es aplastada desde el principio se convierte en un peligro para el régimen
contra el que se produce. Un gobierno legal que no consigue ahogar desde los primeros
momentos un movimiento revolucionario se arriesga a perder cada día una parte de su
fuerza moral y de su autoridad»
Esa pérdida de fuerza moral y de autoridad fue, además, un proceso muy doloroso para los defensores de la legalidad republicana, porque se produjo en contra de sus esfuerzos para mantener el imperio de la ley y la convivencia. No es verdad que la Justicia se hundiera a partir de las elecciones de febrero del 36; tampoco que todos los que ocupaban puestos de autoridad actuaran de forma arbitraria. Pero sí que la acción de los radicales se abrió paso de forma inexorable y provocó un enorme malestar en importantes sectores de la población. Si ese malestar se hubiera canalizado a favor de la legalidad y la democracia, no habría existido ningún problema; es más, el Estado de derecho se habría visto reforzado. La cuestión, sin embargo, fue muy distinta: muchos reaccionaron en la dirección opuesta. Aquellos españoles hartos de la exclusión de los radicales no repararon en los esfuerzos que hacía la Justicia para mantener el orden y la legalidad —no en vano, desde las izquierdas obreras se denunciaba públicamente a los jueces por aplicar las garantías a los procesados y no practicar una justicia puramente política cuando se trataba de detenidos falangistas—. Sencillamente dejaron de creer en el predominio de la ley para retornar a la normalidad y derrotar a los revolucionarios. Y lo hicieron bien porque no fueron capaces de analizar la realidad por ellos mismos o porque, sencillamente, se dejaron arrastrar por los mensajes apocalípticos de algunas organizaciones. El caso es que muchos, como dije anteriormente, acabaron abrazando las filas del fascismo. Hasta entonces Falange no había sido más que un grupúsculo irrelevante en el panorama político español, aunque responsable de muchos atentados y choques con las izquierdas. Pero ¿quiénes fueron, en realidad, los nuevos falangistas que pidieron el alta a partir de febrero del 36?
Este interrogante merece un comentario. Durante mucho tiempo los historiadores consideraron que el crecimiento de la Falange se debió al trasvase masivo de derechistas hacia sus filas. A saber: los nuevos falangistas, gentes muy jóvenes, procedían en su mayoría de las radicalizadas Juventudes de Acción Popular. Pero esta explicación tan asentada entre tantos historiadores arranca, en realidad, de un análisis erróneo realizado por los propios cedistas. En efecto, después del triunfo del Frente Popular algunos correligionarios escribieron a Giménez Fernández contándole lo que, a juicio de aquellos testigos miopes, estaba pasando con los muchachos de la CEDA:
Tan pronto como he podido he procurado ir observando el estado de ánimo y opinión
que hay por aquí y veo con agrado que no es tan desquiciado como supuse en lo que
atañe a los dirigentes del partido. He hablado con el presidente de la Juventud, M.
Gómez, y o lo disimula muy bien o las visitas de Pérez Laborda de que Vd. me habló
no han surtido mucho efecto. Lo que sí me dijo, y esto es cosa que hay que procurar
evitar, es que en pueblos que hace tres meses no sabían lo que era (bueno, ni hoy
tampoco lo saben) el fascio, ya andan hablando de él
El retrato de aquella desbandada se basó en una serie de apreciaciones personales y no en una cuantificación numérica extraída de los ficheros de la organización. Paradójicamente, esa idea del trasvase masivo fue adoptada sin discusión por los historiadores. A este hecho se le unió otro de no menos importancia, relacionado muy directamente con las preferencias ideológicas de algunos investigadores. La cuestión se puede formular así: si era verdad que la Falange creció a costa de las JAP —y era verdad porque lo habían dicho los propios cedistas —, entonces el asunto estaba solucionado: la derecha siempre había sido enemiga de la República y la prueba de que eso siempre había sido así la aportaron los propios muchachos cuando cambiaron a Gil Robles por Primo de Rivera. Es lo que explica por qué durante décadas no se sintió la necesidad de investigar cuáles habían sido las bases sociales del fascismo en España. Todo había tenido una sencilla explicación desde el principio.
Pero había un problema que salió a relucir en cuanto salieron a la luz los archivos
de Falange. Primero fue Alfonso Lazo
¿Qué había pasado durante aquellos meses del 36 anteriores a la guerra? ¿Qué razones
habían llevado a tantos españoles, sin orígenes políticos, a ingresar, voluntariamente,
en un partido como la Falange, derrotado en las elecciones de manera estrepitosa,
rápidamente inserto en la clandestinidad, perseguido por la policía y fuertemente
comprometido con la violencia y el riesgo sin fin? Porque lo cierto fue que los nuevos
falangistas entraron en la Falange para combatir al enemigo en el peor momento de
la organización. Que esto fue así nos lo demuestra otra información clave contenida
en las propias fuentes falangistas: el porcentaje de inscritos en la primera línea.
La adscripción a la sección más expuesta de la Falange —un verdadero instrumento de
castigo contra los enemigos— era completamente voluntaria. Aún más, hasta 1938 no
hubo ningún reglamento que organizara la pertenencia a la misma. Pues bien, yendo
al meollo de la cuestión, los datos que obtuvimos sobre la primera línea arrojan otra
cifra verdaderamente llamativa: el 65,9 % pidió su adscripción a la Falange de la
Sangre, que era como se la conocía en la época. Así pues, los españoles que llamaron
a las puertas de la Falange lo hicieron sin tutelas ni miedos de ningún tipo y sí
para combatir a la izquierda radical y, sobre todo, para acabar con un régimen republicano
al que culpaban de todos los males del país. Ellos mismos lo confesaron en las declaraciones
que acompañaban a muchas de aquellas fichas y expedientes
Como bien ha explicado Manuel Álvarez Tardío en más de una ocasión, la supervivencia
de la libertad, la democracia liberal y el pluralismo se anclan en cuatro pilares
claves: la existencia de un consenso procedimental consolidado, la pervivencia del
Estado de derecho, la firme voluntad gubernativa de defenderlo ante la acción de sus
enemigos y la férrea convicción de la ciudadanía de que solo respetando las leyes
democráticas es como se pueden perseguir los objetivos que uno ansía y, sobre todo,
el único camino para dirimir las dificultades y las tensiones existentes en un marco
de paz y seguridad Parejo Fernández ( Parejo Fernández, J. A. (2008b). Señoritos, jornaleros y falangistas. Sevilla: Bosque de Palabras.
Del Rey ( Del Rey, F. (dir.) (2011). Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española.
Madrid: Tecnos.
Del Rey, F. y Álvarez Tardío, M. (eds.) (2012). El laberinto republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936). Barcelona: RBA.
Álvarez Tardío, M. y Villa García, R. (2010). El precio de la exclusión. La política durante la Segunda República. Madrid: Encuentro.
Álvarez Tardío, M. y Villa García, R. (2017). 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Madrid: Espasa.
Los pueblos, como los individuos, debido a prohibiciones de la naturaleza, acaban
a veces, a través de crisis crueles, creando sus propios organismos de defensa contra
los elementos convertidos en dañinos. ¿Quizás para llegar a ese periodo de calma y
de libertad que deseamos ardientemente, le era necesario al país atravesar esta dura
prueba donde se pone trágicamente de manifiesto la constante equivocación de los elementos
reunidos alrededor del Frente Popular?
¿Estaba Clara Campoamor justificando el golpe del 18 de julio? Claramente no. ¿Lo
estoy justificando yo al traer estas reflexiones a esta presentación? Rotundamente
no. Campoamor hizo estas reflexiones valientes para ayudar a las generaciones futuras
a descubrir por qué el país encaró aquellos momentos tan difíciles Ibid.: 179.
La entrada en Falange, en cualquier caso, fue una respuesta equivocada; pero una respuesta, a fin de cuentas. Es verdad que no fue la única reacción que hubo en aquellos días; pero tal vez fue la más importante de todas, especialmente si afrontamos el hecho desde la perspectiva de la democracia liberal. La oferta de la Falange consistió básicamente en un modo muy concreto de plantar cara a los radicales de izquierda que estaban acabando con la autoridad del Estado y los derechos de propiedad en tantísimos pueblos y ciudades de España. Esa respuesta, obviamente, fue madurando con el paso de las semanas y la sucesión de los acontecimientos (algunos de los cuales hemos mencionado anteriormente). Una respuesta, y esto fue lo trágico, que contribuyó a empeorar aún más la situación. Efectivamente, con el ascenso de la Falange la Segunda República sumó nuevos problemas a una larga lista ya existente en la que se encontraban los radicales de izquierda, los partidos de extrema derecha y, por supuesto, los militares que andaban preparando la sublevación.
En este dosier se estudian algunas de aquellas circunstancias y también algunas decisiones que se adoptaron en la época. Son cinco artículos firmados por excelentes historiadores, de muy diversa formación, de muy diversos orígenes académicos, intelectuales y profesionales, aunque con un punto común: todos afrontan el pasado en sus respectivos artículos con rigor para contribuir al avance del conocimiento histórico. En «La historiografía sobre los frentes populares en Francia y España: una mirada comparada», José Luis Ledesma nos ofrece una panorámica muy detallada y una comparación sobre el peso y la valía de los estudios que se han realizado en Francia y España sobre sus respectivos frentes populares. Es un artículo de historiografía comparada, en el que el autor mide el impacto historiográfico que han ejercido los frentes populares en los dos países. Y es que mientras en Francia ha sido centro de atención durante décadas, en el caso español se está aún muy atrás, tanto en volumen de estudios como en profundidad de análisis. En «La autoridad, el pánico y la beligerancia. Políticas de orden público y violencia política en la España del Frente Popular», Sergio Vaquero nos acerca a los retos que tuvieron que afrontar los responsables del orden público en España entre febrero y julio de 1936. El Gobierno de Casares Quiroga tuvo que adoptar medidas difíciles, si bien fue incapaz de atajar la violencia política, perdiendo así el monopolio en el uso de la fuerza.
En «Historia de un desencuentro: Ejército y República hacia la España del Frente Popular», Joaquín Gil Honduvilla radiografía las difíciles relaciones que mantuvo un sector del estamento militar con el propio gobierno republicano. En su trabajo queda de manifiesto cómo el divorcio con el régimen republicano fue previo a la llegada del Frente Popular, si bien el ascenso de éste al poder y las políticas que emprendió o dejó de emprender fueron también algunas de las razones que empujaron a muchos militares hacia los brazos de la rebelión. En «República, religión y libertad: la Iglesia y el Frente Popular», Santiago Navarro se ocupa, recurriendo a fuentes vaticanas, de la postura que adoptó la Santa Sede ante la nueva etapa que inauguraron aquellas elecciones del 36 y, por supuesto, de las reacciones que siguieron a los ataques que empezaron a perpetrar las izquierdas radicales contra los católicos. Una Iglesia, dicho sea de paso, que intentó acercarse a la izquierda más moderada al tiempo que siguió apelando a los derechos que se le reconocían en la legislación española.
Finalmente, Joan María Thomàs, en «José Antonio Primo de Rivera y el Frente Popular», nos ofrece, a través de su fundador, una panorámica de la época tal vez más complicada de la Falange. Por las páginas de este artículo desfilan las contradicciones ideológicas del hijo del dictador, la definitiva asunción de los fundamentos fascistas, la evolución del partido durante aquellos meses tan trascendentales, el cómo muchos de sus correligionarios se sumaron a los preparativos golpistas y la falta de preparación real de los camisas azules para poner de rodillas a un Estado moderno que, por entonces, aún tenía intactas sus posibilidades de defensa. Cinco artículos, en definitiva, que, por encima de las particularidades de cada autor, van en busca de algunas respuestas a algunos de los retos e interrogantes que he ido señalando a lo largo de las páginas anteriores.
Álvarez Tardío, M. (2012). Democratización y violencia política en el mundo de entreguerras: una cuestión abierta. Ayer, 88, 27-49. |
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Álvarez Tardío, M. y Villa García, R. (2010). El precio de la exclusión. La política durante la Segunda República. Madrid: Encuentro. |
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Álvarez Tardío, M. y Villa García, R. (2013). El impacto de la violencia anticlerical en la primavera de 1936 y la respuesta de las autoridades. Hispania Sacra, 65 (132), 683-764. Disponible en: https://doi.org/10.3989/hs.2013.033. |
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Álvarez Tardío, M. y Villa García, R. (2017). 1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular. Madrid: Espasa. |
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Campoamor, C. (2005). La revolución española vista por una republicana. Sevilla: Espuela de Plata. |
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Cruz, R. (2006). En el nombre del pueblo: rebelión y guerra en la España de 1936. Madrid: Siglo xxi. |
|
Del Rey, F. (2008). Paisanos en lucha. Exclusión política y violencia en la Segunda República española. Madrid: Biblioteca Nueva. |
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Del Rey, F. (dir.) (2011). Palabras como puños. La intransigencia política en la Segunda República española. Madrid: Tecnos. |
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Del Rey, F. y Álvarez Tardío, M. (eds.) (2012). El laberinto republicano. La democracia española y sus enemigos (1931-1936). Barcelona: RBA. |
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Dionisio Vivas, M. A. (2015). El clero toledano en la primavera trágica de 1936. Toledo: Instituto Teológico San Ildefonso. |
|
González Calleja, E. (2015). Cifras cruentas. Las víctimas mortales de la violencia sociopolítica en la Segunda República española (1931-1936). Granada: Editorial Comares. |
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González Gullón, J. L. (2018). El Opus Dei en la zona republicana durante la Guerra Civil española (1936-1939). Madrid: Rialp. |
|
Lazo Díaz, A. (1998). Retrato de fascismo rural en Sevilla. Sevilla: Universidad de Sevilla. Disponible en: https://doi.org/10.12795/9788447220557. |
|
Macarro Vera, J. M. (2000). Socialismo, República y revolución en Andalucía. Sevilla: Universidad de Sevilla. |
|
Martín Ramos, J. L. (2016). El Frente Popular. Victoria y derrota de la democracia en España. Barcelona: Pasado y Presente. |
|
Parejo Fernández, J. A. (2004). La Falange en la Sierra Norte de Sevilla (1934-1956). Sevilla: Universidad-Ateneo de Sevilla. |
|
Parejo Fernández, J. A. (2008a). Las piezas perdidas de la Falange: el Sur de España. Sevilla: Universidad de Sevilla. |
|
Parejo Fernández, J. A. (2008b). Señoritos, jornaleros y falangistas. Sevilla: Bosque de Palabras. |
|
Ranzato, G. (2014). El gran miedo de 1936: cómo España se precipitó a la Guerra Civil. Madrid: La Esfera de los Libros. |
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Tusell, J. (1971). Las elecciones del Frente Popular en España (2 vol.). Madrid: Cuadernos para el Diálogo. |