Las Sturmabteilung, más comúnmente llamadas SA, fueron mucho más que una simple arma ideológica puesta al servicio de Adolf Hitler. Estas «fuerzas de asalto», tal y cómo se dieron a conocer a lo largo de los años fundacionales, se convirtieron en unos «soldados políticos» cuyo principal propósito fueron la provocación y el matonismo. A pesar de ello, lo que hasta hoy se ha interpretado como un simple conglomerado de radicales empapados de ideología nacionalsocialista acabó convirtiéndose en un instrumento fundamental para la estrategia política del Führer. Es por esto que la investigación que analizamos ahonda su análisis en aspectos trascendentales como la creación de un idealismo mesiánico, la autocelebración y el culto a los mártires, la justificación de la violencia, el antisemitismo y el compromiso —y en algunos casos me atrevería a decir la recíproca confidencialidad— entre la Iglesia protestante y la ideología nazi.
La publicación de Jesús Casquete, profesor de la Universidad del País Vasco y reconocido especialista sobre ideologías políticas, se presenta como una obra esencial en el estudio del nacionalsocialismo y especialmente en la aún necesaria interpretación de los orígenes del Tercer Reich alemán. A la base de este proyecto editorial está, no podía ser de otra forma, un largo período de investigación que Casquete ha llevado a cabo en distintas localidades de Alemania, trabajando en archivos y bibliotecas con material, en algunos casos, inédito.
El libro no sigue un esquema cronológico, ni tiene planteado hacer un simple repaso de la historia de las SA. Con esta publicación, Casquete se atreve —acertando en su tesis original— con el hacer un balance a posteriori sobre la activad desarrollada por el brazo armado del nacionalsocialismo, investigando con precisión y escrupulosidad sus fines y directrices políticas. Principal hilo de la investigación parece ser la búsqueda de la «naturaleza» propia de las SA entendidas como agente político al servicio de la causa nacionalsocialista e instrumento de máxima fidelidad al jefe supremo Adolf Hitler. El culto al dirigente «todopoderoso» y su elevación al título de «salvador de la patria» contribuyeron de forma determinante a crear el mito del caudillo alemán quien, obtenido incluso el apoyo de los cristianos alemanes, acabó siendo incluido en la cúspide de la nueva «Trinidad teutónica»: Dios, Alemania y Adolf Hitler.
Es sabido que la creación de las SA se remonta a los años fundacionales de la ideología nazi, aunque más que un producto de esta última las fuerzas de asalto se estructuraron con la idea de convertirse en el brazo armado (o sea un complemento) de la misma doctrina. La necesidad de un cuerpo con estas características se explica a raíz de la situación surgida a causa de la creación del régimen de Weimar, la grave crispación política existente entre los diferentes representantes del pueblo alemán y también el peso provocado por la carga de Versalles. A mediados de los años veinte, Alemania logró —no sin dificultades— dejar de un lado la desilusión provocada por la derrota de la Primera Guerra Mundial, dando comienzo a una breve pero frenética vivacidad social y política conocida como los Goldene Zwanziger (los felices años veinte), época en la que sin embargo proliferó y se acrecentó el poder nazi.
En este contexto, los inicios de las SA se remontan al mes de septiembre de 1920 con la creación de una «sección gimnástica y deportiva» que sirvió al partido nazi para implementar su presencia en la calle, pudiendo contar con un cuerpo cuyos afiliados hacían un juramento basado en la ciega obediencia, lealtad y compromiso con su jefe. Con tan solo un año de vida, las SA ya habían experimentado su propio «bautismo de fuego» luchando para hacerse con el control de la calle, reventando los mítines de los adversarios políticos y alimentado el odio y la provocación entre sus afiliados y simpatizantes. Los actos violentos que protagonizaron las SA en Múnich primero y en ciudades como Berlín después tuvieron las características —aspecto detenidamente analizado por el autor— de plantear una propaganda basada en la mentira, indispensable para forjar el mito de la supremacía ideológica del partido nazi. Particularmente relevante en la propaganda fue también la creación del culto al mártir, que en el caso de esta agrupación tuvo el nombre de Georg Hirschmann: víctima de un enfrentamiento con los socialistas, la muerte de este joven militante de las SA fue el pretexto perfecto —aprovechado in primis por el mismo Hitler— para crear una «liturgia del victimismo» que sirvió al nacionalsocialismo para planificar su escalada hacia el poder.
El libro contempla también algunos elementos que identificaron las SA y todo el aparato político nazi. Por un lado las fuerzas de choque al servicio del Führer defendieron una división sexual de las competencias, donde el hombre —a diferencia de la mujer, obligada al mero sustentamiento de la raza— ocupaba un puesto central. Por el otro, las SA contribuyeron de forma determinante a la difusión del sentimiento antihebreo, congregando entre sus filas a muchos partidarios del antisemitismo visceral proveniente de la Liga Antisemita fundada a finales del siglo xix. Asimismo, asume un valor esencial en el análisis de Casquete el rápido proceso de radicalización que alcanzaron unas SA ya ampliamente involucradas en la caída del régimen de Weimar y la trasposición del enfrentamiento callejero a una más preocupante guerra civil latente que se extendió en todo el país.
Entre las principales novedades recogidas por el autor, hay que señalar la cuestión de los seguros de las SA y la participación directa de los cristianos alemanes en la causa nazi. En cuanto a lo primero, Casquete dedica un capítulo de su brillante y novedoso estudio a la formación de un elaborado sistema de seguros que desde los años del Deutschenationale Volkspartei (DNVP) y su plan de protección (Stahlheim) fue asumiendo un peso cada vez mayor. A finales de los años veinte los nazis fomentaron la formación de divisiones de seguros, creando las bases de la Hilfkasse (caja de auxilio) y un sistema propio que garantizó e incluso justificó la práctica de la violencia y de la intimidación. El éxito de esta técnica no solo permitió a las SA engrosar sus filas, sino a la vez endurecer los ataques a sus propios enemigos políticos.
El segundo aspecto analizado por el autor explora la poco conocida colaboración de los Deustche Christen (DC) con la causa nazi. Esta organización de matiz cristiano-protestante se aproximó con fuerza al nacionalsocialismo durante el período de entreguerras, al considerar la ideología de Adolf Hitler como el principal referente del proceso de regeneración nacional. No se trató de una asimilación de los cristianos alemanes entre las filas del partido nazi, sino más bien de un intento por compaginar la fe en Dios con la salvación política ofrecida por el Führer. El resultado de esta liturgia ideológica (donde lo espiritual fue mezclándose con lo político) llevó en apenas unos años a rellenar las iglesias protestantes de esvásticas, himnos y saludos con el brazo levantado. La nazificación del espacio religioso creó, en el seno del nacionalsocialismo, un nuevo prototipo de SA, que Joachim Hossenfelder —pastor evangelista y principal exponente de los DC— elevó al cargo de «SA de Jesucristo».
Todo el entramado nazi basado en la autoglorificación, la justificación previa y la supremacía ideológica tuvo en las SA un hábil instrumento de propaganda. Este cuerpo fue fundamental para la supervivencia del partido en sus fases iniciales, pero a la vez para consolidar una liturgia política que, gracias a los mitos creados por Hitler, alcanzó en poco tiempo el poder. Las referencias finales al culto a los mártires y al planteamiento de un proyecto de base totalitaria (efectivo a partir de 1933) fueron algunos de los efectos provocados por la intensa campaña de propaganda desarrollada a lo largo de los años previos. Sin la organización de unas fuerzas de combate como fueron las SA es posible que el nacionalsocialismo hubiera tardado más tiempo en completar el proceso de nazificación de la sociedad alemana. No obstante, las cosas fueron diversamente y las SA pudieron convertirse, antes de las purgas de 1934 (la tristemente célebre Kristallnacht, la Noche de los cuchillos largos), en el perfecto ejemplo de ciudadano alemán del futuro Tercer Reich: el hombre-soldado puesto al servicio incondicional del jefe, Adolf Hitler. Una dramática lealtad que costó al pueblo alemán el peso de una larga guerra, la incitación al odio racial y el asesinato de millones de personas.