Atrás quedan los tiempos en que para abordar una biografía se hacían necesarias justificaciones con aire de disculpa. Desde los orígenes de la práctica historiográfica la biografía ha sido un género recurrente y, en las últimas décadas, han sido relevantes las de las principales figuras de la Segunda República, la Guerra Civil y la construcción del franquismo. Son ya canónicas las obras sobre Francisco Largo Caballero, Manuel Azaña, José Antonio Primo de Rivera, Ramiro Ledesma Ramos, Juan Negrín o sobre el mismísimo Franco. Sin embargo, estos estantes cuentan con significativos espacios en blanco que hasta el momento habían sido ocupados por literatura de combate y, en mayor medida, por hagiógrafos de la dictadura y revisionistas. Uno de estos huecos era el de Onésimo Redondo, lo que justifica que el historiador Matteo Tomasoni escogiera el título de «el caudillo olvidado». No cabe de duda que lo recordable y lo olvidable responde a condicionamientos paralelos al devenir del personaje y están más relacionados con los contextos y los intereses de los promotores de la memoria. Esta gestión del recuerdo explica el vaivén en el siglo xx de lo memorable y las diferentes etapas de mistificación del personaje.
La biografía de Onésimo Redondo, resultado de una celebrada tesis doctoral, va precedida de un prólogo de Ferran Gallego, que localiza el interés en los debates sobre la conformación y los límites ideológicos del fascismo español, campos en los que es un acreditado especialista. La obra está conformada por dos partes diferenciadas pero complementarias. La primera, una biografía exhaustiva del personaje en la que aborda sus orígenes familiares; su contacto con la academia alemana y con el programa de participación política del catolicismo militante en el Zentrum —y no en relación con el nacionalsocialismo, cuestión que se había convertido en un lugar común pero que Tomasoni rechaza—; su compromiso con el propagandismo católico de la familia Herrera Oria y El Debate; o su formación en el sindicalismo agrario de tipo vertical. Redondo adquirió un papel relevante durante la Segunda República en torno a la configuración y debates sobre el fascismo. En los primeros compases democráticos participó en la fundación de Acción Nacional —una primera respuesta de la asociación de propagandistas y de las derechas católicas promovida por Ángel Herrera y Gil Robles—, de la que pronto se distanció por el fracaso electoral y sus crecientes críticas a la capacidad de dirección política del clero. A finales de 1931 creó junto a Ledesma Ramos las JONS con una clara vocación violenta, antipartidista, antiliberal e hipernacionalista, cuestiones que determinarían sus anhelos regeneracionistas. El fracaso del golpe de Sanjurjo le llevó al exilio en Portugal, donde conoció la obra de António Sardinha y de otros integralistas, fundamentales para comprender su doctrina política. En ese período se distanció de Ledesma Ramos, que había iniciado un acercamiento a José Antonio Primo de Rivera, flamante diputado por Falange Española. Acató, no sin ciertos recelos, la fusión de FE y de las JONS y contribuyó desde el reducto pucelano a la reacción y a la definición doctrinal de un partido en vías abiertas de fascistización. Tras la ilegalización de FE y de las JONS fue encarcelado —Tomasoni se apoya en una profusa correspondencia para destacar el papel de su esposa, Mercedes Sanz, a la hora de hacer de enlace y permitirle seguir coordinando el partido desde prisión—. El 18 de julio, fue liberado de la prisión de Ávila y trasladado a Valladolid para apoyar junto a las milicias falangistas el alzamiento nacional —del que tuvo noticias los meses previos—. Se convirtió durante cinco días en el único líder falangista en libertad y en la voz autorizada del partido en la zona sublevada. Sus expectativas de transformación nacional a través de la violencia le llevaron a las faldas de Guadarrama, donde fue asesinado al toparse con una columna republicana.
La segunda parte del libro aborda las bases de su pensamiento político: su imperialismo y castellanismo, el compromiso con la transformación violenta, el nacionalsindicalismo y un novedoso capítulo dedicado a su antisemitismo, aspecto poco transitado por la historiografía. Todos estos factores no pueden entenderse sin el trasfondo católico, tuétano de su planteamiento ideológico y de su praxis política. Faltaría una tercera vía transitable que Tomasoni deja enunciada: la construcción del mito de Onésimo, sus usos públicos y los combates por apropiarse y resignificar el personaje en sucesivas escalas de la memoria, atendiendo a cada coyuntura y a los espacios del recuerdo. Sin duda este análisis contribuiría a comprender las múltiples dimensiones de uno de los principales «caídos» de la dictadura. Otra puerta abierta sería la existencia de una comisión de investigación sobre el asesinato de Redondo —documentación preservada en el Archivo Histórico Nacional— que realizó decenas de entrevistas y corroboró la tesis del asesinato por el encuentro accidental con una columna republicana. Cabría preguntarse si se crearon comisiones análogas con otros personajes asesinados durante la guerra y trabajarlas a fondo.
Las fuentes utilizadas por Tomasoni son muy novedosas, especialmente el archivo familiar que heredó Mercedes Redondo, hija del biografiado, y que albergaba numeroso material inédito, correspondencia, listados bibliográficos y joyas hemerográficas que se consideraban perdidas, como el semanario Libertad, fundado por Onésimo en junio de 1931 para combatir la República y disputar espacios discursivos fagocitados por las izquierdas. Fue su principal herramienta de expresión política y ha sido digitalizado y puesto a disposición de los investigadores en la hemeroteca digital de la Biblioteca Nacional. A la hora de afrontar una biografía de estas características es fundamental hacerlo con el material de un archivo de estas características, para evitar los improductivos debates escolásticos en los que está sumida la disciplina, en una constante y estéril lógica de actualización conceptual.
Esta obra contiene tres aportaciones metodológicas relacionadas con las recientes formas de concebir el oficio. En primer lugar, la biografía de su autor constata el proceso paulatino de internacionalización de la universidad española, que ha abierto el horizonte a múltiples espacios historiográficos internacionales y a la superación de los análisis explicativos basados en la excepcionalidad española. En segundo lugar, la integración discursiva de la vida, obra y pensamiento de Onésimo, desde una óptica que no discrimina la ideología de la acción política. Y, en último lugar, la apuesta por el género biográfico, que permite hacer historia desde lo que podríamos denominar un «giro cronológico», es decir, que en lugar de articular el estudio en etapas cerradas y autónomas unas de otras (República, Guerra Civil, dictadura, etc.) aborda el tiempo transversal de agentes históricos que abarcan diferentes periodicidades.
La obra también contribuye a complejizar más si cabe los orígenes del proceso de fascistización español, con un personaje que concilia sin contradicciones el catolicismo nacionalista de Menéndez Pelayo, la reacción y el elitismo rural con el nacionalsindicalismo y el antisemitismo. Su pensamiento político contribuye a demoler la esclerótica noción del fascismo vinculada, stricto sensu, al planteamiento revolucionario, modernista y urbano —representado por Ledesma Ramos— y hace hincapié en los procesos de fascistización y en la relación de fuerzas en el seno del falangismo de tendencias políticas diferenciadas pero confluyentes. La trayectoria de Onésimo nos muestra cómo no solo podemos comprender el fascismo a nivel teórico o doctrinal. A su vez, cuestiona una vez más el laicismo o anticlericalismo del falangismo, como ha constatado para el caso nacionalsocialista Steingmann-Gall. Tomasoni compara la apuesta doctrinal de Ledesma Ramos por la revolución con la reacción nacionalista e historicista de Onésimo, cuyos nexos de unión se encontraban en el antirrepublicanismo, el nacionalsindicalismo y la acción violenta. Redondo rechazaba el uso y la adscripción al fascismo y a la revolución y se encontraba más cómodo en la reacción por la restauración de los valores nacionales, representados en Castilla y su campo, y no por corrientes políticas extranjeras.
Mención especial merece el análisis del antisemitismo de Onésimo, diferible según el autor del contenido racial planteado por el nazismo y más cercano a la recuperación de un historicismo nacionalista y a un viaje en el tiempo a la España imperial y a los Reyes Católicos, a la que habría que sumar la cultura política antijudía a nivel internacional y la presencia de este enemigo nacional en obras de referencia para el vallisoletano como Historia de los heterodoxos españoles de Menéndez Pelayo, que identificaban la decadencia nacional con complots judaicos.
En definitiva, consideramos que esta opera prima de Matteo Tomasoni enriquece y amplía los debates sobre el fascismo en España y arroja mucha luz sobra uno de los caudillos centrales en la memoria mortuoria del franquismo.