La historiografía sobre el republicanismo en España vive un auge notable desde hace más de dos décadas, y raro es el año en que no vea la luz alguna publicación que aborde el tema. Entre los estudios locales o regionales, que siguen haciendo mucha falta, el periodo que ha suscitado más interés es la Restauración. Sin embargo, Madrid era una de las piezas ausentes en ese rompecabezas territorial, por lo que es de celebrar que Óscar Anchorena haya optado por dedicarle su tesis doctoral, en la que tiene origen este libro. Las aportaciones al conocimiento de la historia política de la capital en esos años —D. Castro Alfín, M. del Moral Vargas, S. de Miguel Salanova o C. Hernández Quero, entre otras— auguraban que una investigación minuciosa sobre el republicanismo local habría de deparar resultados muy estimables para dar continuidad al trabajo desarrollado por Carmen Pérez Roldán sobre el republicanismo madrileño en el Sexenio Democrático. No por casualidad, el libro de Anchorena recibió el XII Premio Miguel Artola, que otorga la Asociación de Historia Contemporánea.
Cronológicamente, la obra no se limita a la fase inicial de la Restauración, como ocurre con otros estudios locales, sino que se prolonga hasta 1923, incorporando así las complejas mudanzas operadas en el primer tramo del novecientos al calor de la política de masas. En lo teórico, su análisis se inscribe en la tendencia a la renovación que desde hace años prevalece en las investigaciones sobre el republicanismo, más inclinadas a la historia social y cultural de la política. Concretamente, el autor se propone hacer «una “historia desde abajo” de la movilización y la sociabilidad republicanas en el Madrid de la Restauración». Para ello, da valor a los «protagonistas colectivos y anónimos», más que a las figuras señeras, e inserta el fenómeno republicano en los grandes ciclos de protesta del periodo, sujetos también a las oportunidades políticas.
Para atender dichas coordenadas, el libro adopta una estructura coherente y bastante equilibrada que, sobre unos cortes temporales significativos (1889, 1895, 1903, 1909), trata de entrelazar la acción colectiva, la sociabilidad y otros aspectos propios de la cultura política. Todo ello para una ciudad neurálgica que, como subraya el autor, «adquiría una resonancia particular». Ciñéndose a la extensión disponible, esta reseña se limitará a señalar cuatro aspectos medulares de la obra.
En primer lugar, la investigación de Anchorena desentraña el entramado organizativo de los republicanismos que cristalizan a partir de 1874. No solo se abordan las estructuras, las dinámicas o los funcionamientos internos de los partidos, en lo esencial parecidos a los de otros lugares, sino que también se arroja luz sobre las densas redes en las que se anclaron y su implantación espacial, es decir, en los distritos y en los barrios. De hecho, algunos devinieron verdaderos «feudos republicanos», como ocurrió en amplias zonas del sur al menos hasta los últimos años de la Restauración, cuando, tras agotarse la renovación lerrouxista, se impuso la hegemonía socialista. El libro tampoco omite las consideraciones electorales, con bastantes datos recogidos en prácticas tablas: admitiendo la «incertidumbre epistemológica» que acarrean, resultan muy útiles en la medida en que reflejan apoyos populares o «claves narrativas» y se relacionan con distintas formas movilización o prácticas novedosas ligadas a los comicios. Así, la elección democrática de los candidatos en algunos momentos presentaba unos visos de modernidad poco comunes en la política del momento, igual que el envío de propaganda a domicilio. Parece muy elocuente la reacción de las élites y las autoridades frente a los triunfos republicanos de 1891 y 1903 o la ruptura del turno en el municipio en 1909.
Un segundo eje básico es el de la movilización, con un cuestionamiento explícito de la imagen de apatía que a menudo se traslada al hablar de la Restauración. En consonancia con otros estudios, el libro ratifica la capacidad movilizadora del republicanismo hasta la llegada de la política de masas, y su duradero ascendiente sobre las clases populares y trabajadoras, aunque llama la atención la debilidad del tejido asociativo obrero —mutuas y cooperativas— que se observa durante muchos años, al menos en comparación con lo sucedido en otras provincias. A su vez, se examina cómo evoluciona el «repertorio cosmopolita» de la acción colectiva republicana, cada vez más planificada, y que iba desde la manifestación al gran mitin, pasando por las meriendas o romerías al aire libre. Más o menos disruptiva según los casos, la ocupación del espacio público tuvo en Madrid una plasmación ostensible, incluyendo modalidades desatendidas por la historiografía, como los cortejos fúnebres, de los que se analizan varios ejemplos paradigmáticos. La aglomeración de varios miles de personas en teatros, frontones o, más adelante, plazas de toros claramente prefiguraba rasgos de los años treinta. Como subraya Anchorena, «las fuerzas republicanas eran partidos de masas que arrastraban multitudes».
Una tercera dimensión concierne a la sociabilidad. Aquí se entrecruzan los muchos espacios y actividades que propiciaron la socialización de varias generaciones en los valores y la identidad republicanos. El libro compila, por lo pronto, una muestra muy amplia de centros sociales, que pasan de ser tres a una veintena, y en los que termina dándose cierta especialización con fines instructivos u obreros. Pero consta asimismo la versatilidad de otros espacios informales, como los cafés, los restaurantes e incluso los negocios de determinados correligionarios. La presencia de infiltrados que documenta el autor constituye también un fenómeno del mayor interés. Iniciativas pedagógicas —hasta quince escuelas laicas—, conferencias, banquetes, homenajes, conmemoraciones, rituales varios y otras experiencias más lúdicas o festivas enmarcaron el proceso de aculturación de militantes, simpatizantes y familias, entre quienes se reforzaban la cohesión y el aprendizaje político. Mantiene su vigencia, pues, esa idea de «escuela de ciudadanía» tan común en la historiografía sobre el republicanismo. Todo ello incluyó también una memoria del pasado, con su panteón de héroes y mártires, así como sus símbolos, himnos, percepciones y lenguajes compartidos, que se redefinen con el tiempo. Por lo demás, en el ámbito de la sociabilidad es precisamente donde mejor se aprecian los procesos de cooperación, transferencias e hibridaciones con otras culturas políticas o movimientos, que a su vez acreditan la porosidad entre categorías que demasiadas veces se presuponen estancas.
En cuarto y último lugar, cabría destacar las aportaciones sobre quiénes protagonizaron o dieron soporte a esa cultura republicana. Especialmente, habría que señalar la creciente presencia de las mujeres, a menudo en actividades o espacios heterodoxos, definidos por el anticlericalismo y el librepensamiento, con reapropiaciones tan elocuentes como la de Mendizábal, en torno al que se celebró el llamado «Jubileo de la Libertad». Los esquemas de género imperantes se resistieron, pero las transgresiones se abrían paso, sobre todo entre las activistas de los entornos republicanos y socialistas, que ya planteaban demandas netamente feministas e igualitarias. A su vez, las tesis sufragistas, aunque minoritarias, pronto se dieron entre algunos varones ilustres, como Esquerdo. Anchorena constata que «la organización femenina republicana era mayor de lo que la historiografía había identificado», pero muchas asociaciones funcionaron sin inscribirse de manera oficial. Así y todo, parece que ese protagonismo fue oportunamente relegado.
El resultado de esta investigación sobre el republicanismo madrileño es coherente con los objetivos que se propuso inicialmente. Si acaso, podría haberse enriquecido con más notas comparativas de otros estudios locales, puesto que mediaron concomitancias significativas, pero esto no deja de constituir una vía abordable en futuros trabajos. A la cuidada edición del libro, por su parte, únicamente cabría reprocharle la escasa nitidez de los mapas, que merecerían una impresión a color. En definitiva, la obra de Anchorena pone de manifiesto —y reivindica— una tradición democrática y unas dinámicas previas sin las que no se entendería bien lo sucedido a partir de 1931. Representa una contribución valiosa que incorpora Madrid al mapa de los estudios locales sobre el republicanismo español durante la Restauración, una laguna que urgía subsanar por tratarse de la sede de las más altas representaciones del poder y de la propia monarquía.