RESUMEN
El liberalismo concedió mucha importancia a la ritualidad política. Era necesario representar públicamente sus teóricos, sus valores constitutivos y su orden sociopolítico, condensándolo en un sistema simbólico complejo. En una época dominada por las formas de gobierno monárquicas, este proyecto ritual liberal se elaboró en diálogo con las ceremonias monárquicas, integradas en una longeva tradición cultural. Esto hizo que se produjera un continuo trasvase entre ambas formas rituales y sus significados políticos. Este artículo analiza los intentos por conciliar simbólica y ritualmente los dos principales sujetos soberanos del siglo xix —la monarquía y la nación— mediante las ceremonias políticas que llevaban a la Corona a la sede de la representación nacional española: la apertura y clausura de Cortes y la jura de la Constitución. El proceso no fue monolítico, sino que sufrió intensos cambios en función a los contextos y el reparto de papeles. Entre 1808 y 1837 se sucederán en España tres modelos ceremoniales asociados a tres sistemas políticos, enfatizando el complejo proceso de adaptación de la monarquía al liberalismo. Establecido el modelo definitivamente en 1837, comenzó entonces un intenso combate por sus usos y significados. Estos rituales llevaron a los gobiernos a instrumentalizar la Corona, haciéndola descender al combate político alejado de aquella reclusión moderadora por ellos teorizada. Pero, igualmente, se convirtieron en espacios de protesta y discusión pública. Tras estas ceremonias se evidencia la lucha por el control del espacio público y la legitimación política donde los silencios, las aclamaciones y los vítores se erigieron en potentes armas políticas.
Palabras clave: Monarquía; nación; liberalismo; parlamentarismo; ritualidad política.
ABSTRACT
Liberalism attributed great significance to political rituality. It was necessary to publicly represent its political principles, constitutive values, and socio-political order but also to condense it into a complex symbolic system. In an age dominated by monarchical forms of government, this ritual project was developed by liberalism in dialogue with the royal ceremonies, which were part of a long cultural tradition. This fact produced a continuous transfer between both ritual forms and their political meanings. This article analyses the attempts to reconcile symbolically and ritually the two nineteenth-century main sovereign subjects in Spain: the monarchy and the nation. To this end, I study the political ceremonies that brought the Crown to the seat of the national representation: the State Opening of Parliament and the Constitution’s Oath. The process was not monolithic but underwent profound changes depending on the contexts and the distribution of roles. Between 1808 and 1837, there were three ceremonial models associated with three political systems in Spain, emphasizing the complex process of adaptation of the monarchy to liberalism. The final ritual model was established in 1837, but it began then an intense fight for its uses and meanings. These rituals led the governments to use the Crown as a political tool, making it descend to political combat far from that theorized moderate reclusion. But they also became spaces for protest and public discussion. Behind these ceremonies, it was hidden the fight for public place control and political legitimization in which silences, acclamations, and cheers became powerful political weapons.
Keywords: Monarchy; nation; liberalism; parliamentarism; political ritual.
La noche del 14 de diciembre de 1843 la luz y el calor de las velas volvían a llenar la sala principal del Ateneo de Madrid. Como venía haciendo todos los jueves desde hacía algún tiempo, un ya experimentado Antonio Alcalá Galiano tomaba la palabra en la Cátedra de Derecho Político para disertar, en esta ocasión, sobre las diferentes tipologías de monarquías existentes. Centrándose en sus modelos contemporáneos, el insigne liberal la definió como una ficción legal «por la cual un hombre o una mujer manda a muchos y los representa». De esta forma, para cumplir su función en tiempos de gobiernos representativos, resaltará la importancia de convertir el trono en un «objeto de veneración, de acatamiento, poniéndole como entre un tanto de niebla en donde se le vea rodeado de una aureola de gloria». De esta forma, el rey no debía disfrutar solo de poder efectivo, sino que debía poseer dignidad y representarla públicamente. A la postre, sintetizaba, «el monarca es representante de la nación, y por eso honrado al representante se honra al representado, o sea, a la nación entera»[2].
Estas ideas no eran del todo originales, sino que se inscriben dentro de los planteamientos
que a nivel europeo el liberalismo venía formulándose para encuadrar a la monarquía
dentro del sistema constitucional postrevolucionario. En la significativa fecha de
1815, con la restauración borbónica en Francia y la promulgación de una carta otorgada,
Benjamin Constant justificó la figura del rey como «un ser aparte» de la sociedad,
un poder neutro que «planea, por decirlo de alguna manera, por encima de las agitaciones
humanas». Para ello defendió la necesidad de crear una esfera de inviolabilidad, de
majestad, asentada sobre lo que denominó «los elementos de veneración que rodean al
monarca» y cuyo objetivo no era otro que impresionar a la imaginación Constant ( Constant, B. (1989) [1815]. Escritos políticos. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
Se tratase de una ficción o una ilusión monárquica Aludiendo, respectivamente, a los conceptos acuñados en Romeo ( Romeo, M. C. (2007). La ficción monárquica y la magia de la nación en el progresismo
isabelino. En A. Lario (ed.). Monarquía y República en la España contemporánea (pp. 107-125). Madrid: Biblioteca Nueva.
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Balandier ( Balandier, G. (2006). Le pouvoir sur scènes. Paris: Fayard.
Por ello, las ceremonias monárquicas jugaron un papel central en los sistemas europeos
del siglo xix; y no solo por permitir a la Corona legitimarse en el nuevo marco político. El propio
liberalismo no desaprovecharía la oportunidad de instrumentalizar la legitimidad de
la monarquía, explotando sus ceremonias —ancladas, por cierto, en una longeva tradición—
y las posibilidades de proyección social de su fuerte personificación. En ese sentido,
podemos entender las ceremonias como una escenificación pública de la posesión de
capital simbólico condensado en símbolos y formas rituales. Un sistema representativo
que tenía un fuerte poder simbólico, entendiendo como tal —en palabras de Pierre Bourdieu—
«une forme transformée, c’est-à-dire méconnaissable, transfigurée et légitimée, des
autres formes de pouvoir», que se ejercería en tanto que poder reconocible Bourdieu ( Bourdieu, P. (2001). Langage et pouvoir symbolique. Paris: Fayard.
Una aproximación teórica en Bell ( Bell, C. (1997). Ritual. Perspectives and Dimensions. Oxford: Oxford University Press.
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Unas representaciones, en suma, que condensan en una maraña de sistemas simbólicos
los principios y las relaciones del sistema que los produce. Por ello, escenificaban
públicamente discursos políticos con los que definir el sentido identitario de la
comunidad, pretendiendo generar sentimientos de adhesión Unos discursos analizados en Díaz ( Díaz, P. (2018). Política de Estado. Los discursos de la Corona durante la década moderada (1844-1854).
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La emergencia de un nuevo sujeto colectivo soberano —como era la nación—, provisto
de una legitimidad propia, supondría un desafío completo a la soberanía del principio
monárquico. Conciliar la Corona con la nación será, así, uno de los principales desafíos
del mundo postrevolucionario San Narciso ( San Narciso, D. (2020). Being a nation through the crown. Banal monarchism and nation-building
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Billig ( Billig, M. (1995). Banal nationalism. London: SAGE.
Por todo ello, en un mundo dominado por las formas de gobierno monárquicas, el desarrollo
de proyectos rituales liberales nacionales se realizó en estrecha relación con las
tradicionales ceremonias reales, produciéndose un continuo trasvase entre formas rituales
y significados políticos Para el caso portugués véase Urbano ( Urbano, P. (2017). El ceremonial de la corte al final de la monarquía constitucional
portuguesa. Alcores, 21, 99-116.
Deneckere, G. (2006). The impossible neutrality of the speech from the throne. A ritual
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Schwengelbeck, M. (2007). Die Politik des Zeremoniells. Huldigungsfeiern im langen 19. Jahrhundert. Frankfurt: Campus Verlag.
Un caso paradigmático de ello podemos verlo en la evolución de la política ceremonial
de las distintas monarquías que fueron instaurándose en Francia durante el siglo xix. Tras la revolución de 1830, la Monarquía de Julio tuvo que elaborar un sistema ceremonial
que sintetizase la tensión entre los rituales revolucionarios y los monárquicos. Este
«assemblage original», en palabras de Alain Corbin, debía representar y simbolizar
la revolución acabada, mezclando los principios del nuevo régimen —una «fête de la
liberté», a la vez que una «célébration de l’ordre»— y el papel de un monarca «à la
rencontre des Français» Martin-Fugier ( Martin-Fugier, A. (1992). Louis-Philippe et sa famille. Paris: Perrin.
El caso británico continúa siendo el ejemplo de estudio paradigmático en estas cuestiones,
elevado a categoría referencial en el propio siglo xix. En su influyente estudio sobre la invención de las ceremonias monárquicas británicas,
David Cannadine situó a comienzos del siglo xx su verdadera modernización hacia una ritualidad espléndida, pública y popular. De
esta forma, dibujó las ceremonias victorianas —particularmente hasta 1877— como unos
«ineptly managed ritual» oscilantes «between farce and fiasco». Pero, ante todo, situó
en los propios personajes reales el principal freno al papel ceremonial de la monarquía,
por cuanto aquel modelo teatral desprovisto de poder efectivo se encontraba en las
antípodas de su visión de la Corona Cannadine ( Cannadine, D. (1983). The Context, Performance and meaning of Ritual: The British
Monarchy and the «Invention of Tradition», c. 1820-1977. En E. Hobsbawm y T. Ranger
(eds.). The Invention of Tradition (pp. 101-164). Cambridge: Cambridge University Press. Disponible en: https://doi.org/10.1017/CBO9781107295636.004 Tyrrell y Ward ( Tyrrell, A. y Ward, Y. (2000). «God Bless Her Little Majesty». The Popularising of
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Para su contraste con el caso español, véase San Narciso ( San Narciso, D. (2019) ¿Una familia real en el trono de España? Ritualidad política
y ceremonias dinásticas en la construcción del Estado Liberal (1833-1868). Hispania, 79 (262), 359-387. Disponible en: https://doi.org/10.3989/hispania.2019.010
Al igual que sucedería en el plano político, la muerte del príncipe consorte en 1861
y su posterior aislamiento serían mucho más determinantes para forjar esa imagen de
una reina recelosa hacia lo ceremonial. En una gélida carta a su secretario de Estado
negándose a acudir nuevamente a la ceremonia de apertura, la reina confesó sentirse
«always terribly nervous on all public occasions, but especially at the opening of Parliament». Con algo de impostura, Victoria justificó su asistencia
previa por la presencia de su marido, «whose presence alone seemed a tower of strength,
and by whose dear side she felt safe and supported under every trial» La reina Victoria al conde Russell (08-12-1864). En Buckle ( Buckle, G. E. (ed.) (2014) [1926]. The Letters of Queen Victoria. Cambridge: Cambridge University Press.
Saturday Review, 26-03-1864.
El rey de los Belgas a la reina Victoria (15-06-1864). En Buckle ( Buckle, G. E. (ed.) (2014) [1926]. The Letters of Queen Victoria. Cambridge: Cambridge University Press.
Aunque descuidadas por la reina, estos rituales en el Parlamento mantuvieron un papel
fundamental en la vida política y simbólica británica. Como sintetizó David Cannadine
rectificándose ligeramente, las ceremonias de apertura constituían «a performance
of the British Constitution», un tableau vivant «which put the three estates of the realm on parade»
El caso inglés nos proporciona una mejor oportunidad de comparación con España, por cuanto se trataba de una monarquía liberal, con una mujer depositaria de los derechos y la legitimidad soberana y que se erigió, en el propio siglo xix, en un modelo referencial del liberalismo europeo. Paradójicamente, frente a la ausencia en estos rituales políticos que caracterizó a Victoria, la Corona española asistió a prácticamente todos ellos entre 1820 y 1868. Por ese motivo, considero que para el caso español estas ceremonias constituían los principales momentos de representación pública de los valores constitutivos de la comunidad política. Una dramatización del orden político, de la relación establecida entre las instituciones del Estado —con la mediación del gobierno— y del encaje de soberanías. Estos rituales del poder suponían una teatralización de la relación interespecífica, de supervivencia mutua, establecida entre las élites políticas liberales y la monarquía. Con ella la Corona transfería su legitimidad histórica a la nación, anclando los discursos políticos en una tradición estatal histórica. Por otro lado, el desplazamiento del monarca a la sede de la soberanía nacional y la lectura de su discurso refrendaba en la voluntad nacional, quizás no la legitimidad última de la monarquía, pero sí su papel dentro del sistema, afirmando su autoridad. Un laboratorio de prueba, en definitiva, para ensayar distintas fórmulas que acomodasen política y simbólicamente la nación y la monarquía.
El liberalismo español, al igual que sus homólogos europeos, concedió mucha importancia
a la ritualidad política Lecuyer ( Lecuyer, M. C. (2000). Fêtes civiques et libéralisme en Espagne (1812-1843). Bulletin d’histoire contemporaine de l’Espagne, 30-31, 54-70.
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Varela ( Varela, J. (2013). La monarquía doceañista. Madrid: Marcial Pons.
Estas ceremonias de apertura y clausura —unida a la jura de la Constitución— fueron
momentos clave de expresión del liberalismo, pero también del propio monarca Diario de Sesiones de Cortes (DSC), 09-07-1820 y Archivo General de Palacio (AGP), Reinado Fernando VII, caja
345, exp. 3.
DSC, 01-03-1821. La Parra ( La Parra, E. (2018). Fernando VII. Un rey deseado y detestado. Barcelona: Tusquets.
García Monerris, E. y García Monerris, C. (2015). Las cosas del rey. Historia política de una desavenencia (1808-1874). Madrid: Akal.
La muerte de Fernando VII iniciará un profundo proceso de cambio. La transformación
fue lenta, y de ninguna forma pacífica, pero implicó la instauración definitiva del
liberalismo y del parlamentarismo en España Fijada, incluso, en el reglamento de los estamentos de Próceres y Procuradores. En
Monerri ( Monerri, B. (2015). Las cortes del Estatuto Real (1834-1836) [tesis doctoral]. Universidad Complutense de Madrid. Disponible en: https://eprints.ucm.es/40932
Escondida en los Reales Sitios y manteniendo una paralela vida conyugal con Fernando
Muñoz, María Cristina tendrá que asumir las funciones políticas parejas a su calidad
de regente, entre las que sobresalía la representación de la autoridad monárquica.
La reina no se prestó a ello con facilidad, y las tres aperturas de Cortes fueron
momentos de gran tensión ante los que tuvo que ceder. Especialmente significativa
fue la de 1834, hecho resaltado por la gran difusión de imágenes propagandísticas Archive du Ministère des Affaires Étrangères, Correspondance Politique de l’Espagne
(AMAE CPE), vol. 765, 14-07-1834.
Mensagero de las Cortes, 24-07-1834.
AMAE CPE, vol. 765, 27-07-1834.
La marcha de los eventos políticos aumentaría la impotencia de la reina, que llegó
a experimentar verdadero pavor ante estas ceremonias. Con los levantamientos de 1835
y el nombramiento de Mendizábal, la apertura se trasladó al edificio de Procuradores
y se introdujeron cambios «dans le même esprit» AMAE CPE, vol. 768, 15-11-1835. Eco del Comercio, 17-11-1835.
AMAE CPE, vol. 772, 24-10-1836. National Archives, Foreign Office (NA FO), vol. 462, 24-10-1836.
Las Cortes tenían, no obstante, una naturaleza constituyente, rompiéndose así el modelo
constitucional doceañista para articular uno nuevo caracterizado, en palabras de Joaquín
Varela, por su simbiosis, sincretismo y elasticidad de principios teóricos Gaceta de Madrid, 22-07-1838.
Sobre la importancia de la Comisión encargada de la contestación del discurso de
la Corona, y de la importancia de este desde el Trienio, véase Tomás Villarroya ( Tomás Villarroya, J. (1968). El sistema político del Estatuto Real (1834-1836). Madrid: Instituto de Estudios Políticos.
Lario, A. (2003). El modelo liberal español. Revista de Estudios Políticos, 122, 179-200.
En suma, tres modelos de monarquía, de relación entre la soberanía nacional y monárquica, entre el poder ejecutivo y legislativo, entre distintas concepciones del Estado, que se expresaban simbólicamente en estas ceremonias. De esta forma, fijado desde 1837 teóricamente, la experiencia durante el periodo de las regencias y el gobierno personal de Isabel II marcarán una tensión ritual entre los usos que de ellas harán los gobiernos y su emergencia como un espacio de contestación dentro de la lucha por el espacio público.
La práctica ceremonial seguida tras la promulgación de la Constitución de 1837 permanecerá
invariable en el sistema ritual del Estado durante todo el siglo xix. Sin embargo, una vez fijado su protocolo, se abrió un profundo debate en torno a los
usos y significados que estas aperturas y clausuras de las Cortes entrañaban. Estas
ceremonias se erigieron en momentos claves de la ritualidad política liberal, representando
públicamente la Constitución del Estado y la posición que a cada elemento le correspondía.
El caballo de batalla vendrá, no obstante, de la fuerte instrumentalización que hará
el gobierno de turno de estas ceremonias. En primer lugar porque, aunque la Corona
podía tener mayor o menor capacidad para fijar la fecha y la hora, la conveniencia
o no de celebrar esta ceremonia quedó en manos gubernativas, vinculándose con su poder
de maniobra y las circunstancias políticas. Pero igualmente este decidía el realce
del que quería dotar al evento al elegir la sede y, con ello, el itinerario de la
comitiva real. Será, precisamente, este último elemento lo que permitirá abrir espacios
públicos para la movilización y la protesta tanto física —en el recorrido por las
calles— como figurada mediante la discusión en la prensa. En ello la actitud de la
población, con sus silencios, sus vítores, su entusiasmo o su refracción, será fundamental,
así como su utilización política
Este hecho se aprecia desde el primer momento. María Cristina continuó mostrando temor
a estas apariciones públicas, si bien tuvo que transigir y representar —aunque mínimamente—
el papel que correspondía a la monarquía en la ritualidad política liberal. Incluso,
tras grandes presiones del gobierno Calatrava, María Cristina tuvo que consentir y
llevar a la reina Isabel —de tan solo seis años— a la jura de la Constitución de 1837 AMAE CPE, vol. 778, 16-06-1837. El Correo Nacional, 02-09-1839; Eco del Comercio, 02-09-1839.
Burdiel ( Burdiel, I. (2010). Isabel II. Una biografía (1830-1904). Madrid: Taurus.
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Eco del Comercio, 19-02-1840.
Será durante la regencia de Espartero cuando este carácter instrumental llegue a sus
mayores cotas, probablemente por el fuerte papel político que este jugó y las enormes
críticas —moderadas, pero también progresistas— que suscitó Shubert ( Shubert, A. (2018). Espartero, el Pacificador. Barcelona: Galaxia Gutenberg.
El Correo Nacional, 27-12-1841.
Eco del Comercio, 31-03-1843.
AMAE CPE, vol. 805, 28-12-1841. NA FO, vol. 574, 20-03-1841.
Esta misma dinámica se proyectará indeleblemente durante todo el reinado efectivo
de Isabel II (1843-1868), politizando enormemente la ceremonia y con ella la presencia
pública de la monarquía. El cambio de Constitución en 1845, y la reformulación de
la soberanía compartida entre la Corona y las Cortes Marcuello ( Marcuello, J. I. (2013). El discurso constituyente y la legitimación de la monarquía
de Isabel II en la reforma política de 1845. En E. García, M. Moreno y J. I. Marcuello
(eds.). Culturas políticas monárquicas en la España liberal: discursos, representaciones y
prácticas (1808-1902) (pp. 151-176). València: Publicacions de la Universitat de València.
Sánchez, R. (2007). La monarquía en el pensamiento del Partido Moderado. En A. Lario
(ed.). Monarquía y república en la España contemporánea (pp. 127-154). Madrid: Biblioteca Nueva.
Burdiel ( Burdiel, I. (2010). Isabel II. Una biografía (1830-1904). Madrid: Taurus.
AMAE CPE, vol. 832, 15-11-1847. NA FO, vol. 729, 16-11-1847. AMAE CPE, vol. 869, 28-12-1867.
Vista la enorme instrumentalización del gobierno de esta ceremonia, la elección de
la apertura por decreto —sin la presencia física de la Corona— nos permite localizar
graves crisis del sistema. La reina Isabel abrió en persona dieciséis de las veintitrés
legislaturas que se sucedieron entre 1844 y 1868. De las siete restantes, cuatro se
corresponden a los gobiernos antiparlamentarios instalados entre 1851 y 1854 Pro ( Pro, J. (1987). La práctica política de los Gobiernos antiparlamentarios del final
de la Década Moderada (1851-1854). Revista de las Cortes Generales, 12, 7-57. Disponible en: https://doi.org/10.33426/rcg/1987/12/277 Marcuello, J. I. (2016). Los proyectos de reforma política de Bravo Murillo en perspectiva. Oviedo: In Itinere.
El Clamor Público, 10-11-1854.
Igualmente, al identificar los usos rituales con el gobierno, la ceremonia de apertura
de Cortes emerge como un momento de protesta y contestación, como un espacio de discusión
entre las distintas culturas políticas. Una postura, tomada particularmente desde
elementos progresistas y demócratas, que se mostrará especialmente relevante en esa
pugna por el control del espacio público. El repertorio de críticas se mantendrá estable
en el tiempo: falta de concurrencia y de entusiasmo popular —expresados en vítores
y con metáforas fúnebres—, exceso de militarización en el recorrido y exuberancia
de boato y lujo —focalizado en las medallas, condecoraciones y uniformes frente al
frac negro—. A ello opondrán, en una clara idealización del pasado, las ceremonias
hechas durante épocas de gobierno progresista y movilizarán en su interés a las clases
populares cuando estén en el poder. A modo de ejemplo, tomando la apertura de 1845
tras la promulgación de la Constitución, diarios progresistas criticaron el «lujo
deslumbrador» de la ceremonia, pero advirtieron al gobierno del «significativo silencio
y la frialdad glacial que ha reinado en toda la carrera» Eco del Comercio, 16-12-1845.
El Espectador, 16-12-1845.
Eco del Comercio, 16-11-1847.
El Espectador, 16-11-1847.
Pero en este periodo no solo se discutieron los usos de estas ceremonias, sino que
también llegó a cuestionarse su significado mismo. El debate más interesante se producirá
en la apertura de las Cortes constituyentes de 1854, tras una revolución que llevará
una profunda revisión del papel de la monarquía en el régimen liberal desde un punto
de vista político Burdiel ( Burdiel, I. (2013). Monarquía y nación en la cultura política progresista. La encrucijada
de 1854. En E. García, M. Moreno y J. I. Marcuello (eds.). Culturas políticas monárquicas en la España liberal: Discursos, representaciones y
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NA FO, vol. 846, 19-10-1854. NA FO, vol. 846, 20-10-1854. El Siglo xix, 24-10-1854.
Esta decisión fue seguida de un intenso debate público entre las distintas familias
liberales, en primer lugar, por la conveniencia o no de dicha ceremonia, así como
las implicaciones políticas y simbólicas que ello tenía. El fondo de todo el asunto
no dejaba de ser el mismo que dividió al gobierno: saber si la Corona de Isabel II
era una soberanía propia, previa a la nacional, y se presentaba ante las Cortes constituyentes
como un ente soberano, con legitimidad propia. La prensa conservadora se mostró muy
alarmada de los intentos para que la reina no abriese en persona las Cortes, sino
por delegación al presidente. Por ello lanzaron columnas defendiendo su postura pues
dicha ceremonia proclamaría «su alianza con el pueblo, para escarnio y vergüenza de
los enemigos de nuestra legítima revolución» La Época, 16-10-1854.
La Época, 20-10-1854.
En el otro lado del arco político, los diarios progresistas fueron reacios a aceptar
la presencia de la reina en la sede parlamentaria mediante la ceremonia de apertura.
Su discurso de oposición, en todo caso, varió en su argumentación. Inicialmente, ridiculizaron
el hecho mismo de la ritualidad monárquica, pues ni ceremonia ni discurso «alzan ni
bajan para nosotros el poder soberano de la voluntad nacional» El Clamor Público, 24-10-1854.
El Clamor Público, 17-10-1854.
El Clamor Público, 25-10-1854.
El Clamor Público, 24-10-1854.
Eco del Comercio, 30-10-1849.
Finalmente, la ceremonia tuvo lugar el 8 de noviembre tras muchas dificultades. El
día anterior, como informaba el embajador francés, «la parte révolutionnaire avait
réuni tous ses efforts pour que cette solennité devint une occasion de scandale et
d’insultes à la reine» AMAE CPE, vol. 845, 11-11-1854. NA FO, vol. 847, 08-11-1854. AMAE CPE, vol. 845, 08-11-1854. La España, 09-11-1854.
Las Novedades, 05-11-1854.
En 1849, el autollamado «primer chismógrafo de la Corte» cogía la pluma para trazar
una serie de cuadros pintorescos, de escenas de la vida cotidiana de Madrid. Entre
los primeros de aquellos lienzos que escogió, el autor retrató precisamente «esta
cívica y patriótica solemnidad» de la apertura de Cortes. Tal era la importancia concedida
por sus contemporáneos, al fundar política y simbólicamente el inicio de la vida parlamentaria
de España. Y es que, escribió, «no sabemos si afortunada o desgraciadamente, el régimen
monárquico-constitucional no ha desterrado hasta ahora» las solemnidades públicas
y políticas Parla-Verdades ( Parla-Verdades, B. de (1849). Madrid al daguerrotipo. Madrid: Imprenta de L. García.
Hoyos y Vinent ( Hoyos y Vinent, A. de (1931). El primer estado. Madrid: CIAP; Renacimiento.
A modo de ejemplo, destacan Campos ( Campos, L. (2016). Celebrar la nación: conmemoraciones oficiales y festejos durante la Segunda República.
Madrid: Marcial Pons.
Febo, G. di (2012). Ritos de guerra y de victoria en la España franquista. València: Publicacions de la Universitat de València.
Box, Z. (2010). España, año cero. La construcción simbólica del franquismo. Madrid: Alianza.
De esta forma, los regímenes liberales que se fueron instaurando por toda Europa a
lo largo del siglo xix concedieron gran importancia a la ritualidad política. La revolución no era un proceso
acabado, sino que requería una continua reelaboración con viejos y nuevos materiales
entre los cuales, lo simbólico, ocupó un lugar preeminente. Como ya defendiera Mona
Ozouf, era necesario representar públicamente la nueva comunidad política
El liberalismo español no sería un caso excepcional, sino que seguiría unas pautas y unos tiempos homologables a sus vecinos europeos. En todos ellos las diferentes dinastías gobernantes subieron a sus vetustas carrozas doradas —recuerdos vivos de otras épocas— impelidos fervientemente por sus gobiernos; se pasearon por los nuevos circuitos simbólicos de unas ciudades cambiantes, transitando por los nuevos ejes rituales que vertebraban simbólicamente al Estado contemporáneo, y entrarían en las sedes de la soberanía nacional para leer un discurso político preparado por su gobierno o para jurar una Constitución que cercenaba parte de sus derechos históricos en pro de un abstracto —y muchas veces incomprendido por ellos— sujeto soberano nacional. Una clara escenificación del orden político, de la relación establecida entre las instituciones del Estado y del encaje de soberanías. Con ello, la monarquía proveía al liberalismo de una pátina de legitimidad histórica, mientras que este refrendaba así su papel dentro del sistema. Una representación, en suma, de la relación de supervivencia establecida entre el liberalismo y la monarquía.
Entre 1808 y 1837 se sucederán en España tres modelos ceremoniales asociados a tres
sistemas políticos: partiendo de una monarquía asamblearia recogida en la Constitución
de 1812 se llegó hasta otra constitucional institucionalizada en 1837, sin olvidar
el régimen de carta otorgada plasmado con el Estatuto Real de 1834. Tres modelos político-rituales
que nos hablan elocuentemente del complejo proceso de adaptación de la monarquía al
liberalismo y de la intensa negociación que sufrió con el principio de soberanía nacional
Establecido el modelo ceremonial definitivamente en 1837, que perdurará en su forma
y esencia largo tiempo, comenzó entonces un intenso combate por sus usos y significados.
Un hecho que evidencia las contradicciones que estuvieron en el germen del constitucionalismo,
con un ejecutivo dual donde la monarquía retenía la jefatura y designaba una serie
de ministros responsables —en base, según la práctica política, a la mayoría parlamentaria—
Finalmente, de la asistencia y la actitud ritual de Isabel II no parece desprenderse
aquel pavor que experimentaría la reina Victoria o su propia madre, María Cristina
de Borbón. Ello no hay que entenderlo, sin embargo, como una muestra de su apego al
régimen constitucional liberal, sino quizás como la expresión más visual de la imposición
del gobierno sobre la monarquía a un nivel ritual. A la postre, la conquista del espacio
público en distintas revoluciones, el control de la calle por parte de demócratas
y progresistas y los sucesivos intentos de regicidio —así como las noticias de casos
europeos que corrían a gran velocidad por las cancillerías— fueron calando poco a
poco en el ánimo de los monarcas. De esta forma, Isabel iría experimentando gradualmente
una especie de agorafobia ceremonial, de miedo a los espacios rituales, en la capital
del Estado. El contraste con sus experiencias en el resto de España durante sus numerosos
viajes no podía ser más elocuente en ese sentido Barral ( Barral, M. (2015). Performing Monarchy and national identity in the liberal culture:
the case of Galicia (1858). Ler História, 68, 69-84. Disponible en: https://doi.org/10.4000/lerhistoria.1742 San Narciso, D. (2017). Viejos ropajes para una nueva monarquía. Género y nación en
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