«Baldomero Espartero fue un fenómeno sin precedentes en la historia de España. Fue la primera figura pública moderna del país, y los españoles le hicieron objeto de un culto único, sólo igualado en Europa por los de Napoleón y Garibaldi». Así fue y así comienza el párrafo final de la biografía del duque de la Victoria que Adrian Shubert, profesor en la Universidad de York (Canadá), ha culminado dando forma a un volumen de referencia que perdurará como la biografía de referencia sobre Espartero, en un sentido similar a otras obras de corte decimonónico como la de Isabel II escrita por Isabel Burdiel o la más reciente de Fernando VII, de Emilio La Parra.
Espartero sin duda se alzó como el hombre político más popular de la España del siglo xix. Ante la ausencia de otros militares con una capacidad similar a ejercer como contrapoderes del estamento civil, apareció mesiánicamente desde mitad de los años treinta para ir elevándose como salvador «definitivo» de la situación. En realidad, en las abundantísimas obras que aparecieron en vida del héroe de Luchana fue visto como un aspirante a Napoleón español, para bien y para mal: hubo quienes equipararon el Abrazo de Vergara con el día en que Napoleón avistó las pirámides, mientras que otros, como Jaime Balmes, lo acusaron de ser una mala copia del corso, quien en todo caso se mantenía como referencia que alcanzar (más que Washington, principal modelo a juicio de Shubert).
Sin embargo, un halo de desconocimiento sobre Espartero se extendió a partir de su muerte, más allá de su popular caballo y con la excepción de las estatuas erigidas en su honor (a tenor del estudio de Carlos Reyero no hay muchos personajes del ochocientos español con tres efigies distintas: Madrid, Logroño y su Granátula de Calatrava natal) y de la biografía publicada por el conde de Romanones, ya mucho después, en 1932. En cuanto a trabajos bibliográficos, han sido escasos hasta hace relativamente poco tiempo, con las excepciones esporádicas de la efímera labor de Raúl Martín Arranz o la bibliografía «riojana» de Francisco Bermejo Martín y José Luis Ollero de la Torre. Con una dilatada elaboración, la biografía publicada por Shubert es una pieza decisiva en el proceso de recuperación de Espartero que se ha producido en los últimos años, desarrollado a través de los trabajos de Pablo Sáez Miguel, Pedro Díaz Marín y Luis Garrido Muro. Estos, desde distintas perspectivas, han logrado revitalizar el interés por una figura tan olvidada como relevante en su día.
Como casi cualquier obra de ciertas dimensiones, el libro elaborado por Adrian Shubert no consigue mantener el mismo nivel en todas sus páginas. En el lado negativo, cuestiones puntuales como llamar al colaborador de Espartero en 1854 «Allendesalazar» o «Allende Salazar» en función de la página (525 y 347) o una errónea mención a Evaristo San Miguel al inicio (p. 13). En esa onda se mueve el estudio de un episodio tan crucial como fue la elección de un sistema de regencia unipersonal a cuya cabeza se situó Espartero. El contenido, formado por extractos de debates parlamentarios y expresiones del propio militar, es correcto y está bien escogido, pero el análisis de Shubert queda algo plano y roza lo descriptivo para lo que merecerían unas jornadas tan cruciales para el propio Espartero y para la España del momento.
En el otro flanco destaca la narración con extremo detalle de la Primera Guerra Carlista en los capítulos tercero y cuarto. Esto último es una virtud recurrente en la obra, a pesar de algún desorden temporal en esos mismos apartados. Los escenarios de la guerra fueron muchos y debido a ello a veces se observa cierta confusión en el libro. El grado de pormenorización en una travesía que se adentra en el campo de la historia militar es de una precisión extrema. Un grado de precisión similar se observa también, por ejemplo, cuando Shubert aborda los efectos políticos del Manifiesto de Mas de las Matas de diciembre de 1839 (pp. 204-206), la tentativa frustrada de Diego de León en 1841 (pp. 266-268) o el contexto de la España de la década de 1860 (pp. 411-414 y 420-427), que desembocó en la Gloriosa y la salida de Isabel II del país.
Esa es una de las grandes virtudes de este trabajo biográfico: su utilidad como herramienta para comprender el período histórico coincidente con la vida de Espartero, con independencia del papel de este en cada momento, más proactivo en algunas ocasiones y más reactivo o incluso inmóvil en otras. De ese modo, su trayectoria personal y el devenir nacional se alternan y entrecruzan constantemente en las más de setecientas páginas del libro. En todo caso, no se pierde en rodeos que se alejen demasiado del tema principal, con Espartero como motor o al menos como referencia de los acontecimientos. Por otro lado, con independencia del arco temporal que abarquen, los capítulos rondan siempre la misma extensión aproximadamente. Esto es, la intensidad de los sucesos estudiados va acorde con las páginas dedicadas a ello: el largo exilio en Logroño, donde su papel político directo fue nulo, cuenta con una magnitud similar a su papel durante el Bienio Progresista o los avivados debates y numerosas iniciativas favorables a su candidatura al trono entre 1868 y 1870.
Original en algo que puede resultar tan «masculino» como una obra dedicada al espadón que más popularidad atesoró en España, resulta la perspectiva de género, aportada por la presencia intermitente, pero intencionadamente abundante de Jacinta Martínez de Sicilia (pp. 24-27, 94-97, 190, 280-282, entre otras), esposa y principal apoyo de Espartero desde el momento en que se conocieron. Las epístolas entre ambos mencionadas por el autor confirman que fue una persona con un papel político individualizado en los juegos de corte y con una red propia de contactos, de cuya existencia, como ha sucedido en otros casos, no había rastro en trabajos anteriores.
La bibliografía empleada por Shubert es amplísima y además incluye las publicaciones de más reciente aparición. Se apoya en fuentes procedentes tanto de la historiografía hispanoparlante como de la anglófona, y la cantidad de cabeceras es importante. Esta virtud de la obra se aplica a la mayor parte de los aspectos que trata, desde las obras de Pedro Díaz Marín en torno al auge y caída de Espartero hasta Mark Lawrence y sus estudios acerca de la Primera Guerra Carlista. A ello se añade, evidentemente, la oportunidad que tuvo el autor de consultar en profundidad el amplio Archivo Espartero, preservado por la familia del general. Las infinitas cartas seleccionadas por Shubert dan buena muestra del fervor esparterista que había más allá de distinciones territoriales en momentos cruciales como la búsqueda de un monarca tras la Revolución de 1868, cuando tuvo lugar una masiva campaña de peticiones para que el viejo militar se convirtiese en Baldomero I. A pesar de que Shubert hace hincapié en una supuesta «falta de ambición» del militar de Granátula, lo cierto es que a lo largo de su trayectoria se mostró bastante ávido de poder y su persistente negativa a llegar al trono debe buscarse más en cuestiones de salud y de edad que en otros motivos.
A la luz de sus virtudes, extraña aún más la absoluta ausencia de unas auténticas conclusiones que terminen de redondear la obra. Son totalmente inexistentes más allá de un cierre de apenas página y media al final del último capítulo, ni siquiera en un apartado separado. Ese desenlace en falso, casi precipitado para la prolongada expectación que ha generado la culminación de la biografía, aunque es adecuado y trata de rematar el trabajo de las páginas precedentes, resulta abrupto y sin la profundidad que requeriría a tenor del resto de la obra.
Baldomero Espartero fue el espadón más popular de entre los muchos que vio el siglo xix español, al tiempo que se convirtió en un gran desconocido a posteriori. Si bien en esta obra Adrian Shubert no esconde el «lado oscuro» del personaje, no es capaz de ocultar el cariño que le profesa. En cualquier caso, el historiador británico ha escrito, tras muchos años de profunda investigación, una obra holística que alcanza una altura digna de su protagonista, el «Pacificador de España».