RESUMEN
En este trabajo se estudia el comportamiento de la élite política en el momento más crítico del régimen constitucional en el reinado de Isabel II, entre 1863 y 1864. Analiza la estabilidad gubernamental y parlamentaria, la colaboración entre los partidos políticos, la representación y el sistema de partidos tras la ruptura y el fracaso de la Unión Liberal. El régimen se basaba en el principio de la doble confianza, de la Corona y las Cortes, pero la primera de ellas resultaba inútil si dicha élite obstruía deliberadamente el normal funcionamiento del sistema, hacía oposición sistemática en las Cortes para derribar Gobiernos, se negaba o vetaba a Gobiernos de coalición, primaba el cálculo partidista para no depurar el sistema electoral y otras leyes, alimentaba la división de su propio partido y se negaba o impedía la integración política. El objetivo del trabajo es comprobar si el comportamiento de la élite impidió la estabilidad del sistema y obligó a un ejercicio de la designación regia más allá de la lógica de una monarquía constitucional.
Palabras clave: Unión Liberal; Partido Moderado; Partido Progresista; sistema de partidos; Isabel II.
ABSTRACT
This essay studies the behavior of political elite at the most critical time for the constitutional regime during Isabella II’s reign, between 1863 and 1864. It analyzes governmental and parliamentary stability, cooperation amongst political parties, representation, and the party system after the disruption and failure of the Unión Liberal. The regime was based upon the principle of double trust, of the Crown and the Parliament, but the first was useless if those elites deliberately obstructed the regular functioning of the system, opposed roundly in the Cortes to bring down governments, rejected or vetoed coalition governments, prioritized party interests over depurating the electoral system and other laws, nurtured division within their own party, and rejected or impeded political integration. The objective of the work is to verify if the behavior of the elite impeded the stability of the system and forced an exercise of the royal designation beyond the logic of a constitutional monarchy.
Keywords: Liberal Union; Moderate Party; Progressive Party; party system; Isabella II of Spain.
SUMARIO
El funcionamiento de las monarquías liberales en el xix dependió de la combinación armoniosa de prerrogativa regia, elecciones, partidos y Parlamento. Una de las disonancias podía producirse cuando existía contradicción entre un resultado electoral y la designación de la Corona. Esto solo se daba bajo dos condiciones: elecciones sin influencia gubernamental y organización electoral fuerte y eficaz de los partidos. Si no se daban ninguna de estas, la oposición podía seguir dos vías legales para reclamar el poder: demostrar que la opinión pública estaba de su parte y utilizar el obstruccionismo parlamentario para impedir la labor del Gobierno y forzar crisis de gabinete. La resolución de dicha contradicción, su corrección, o el buen funcionamiento de la monarquía constitucional, eran responsabilidad de la élite política[1]. Esto es, la «influencia moral» en un proceso electoral era un acto voluntario del Gobierno y sus servidores, no era ejecutado por palacio, como tampoco era la Corona quien impedía la ordenación práctica de un partido, orquestaba la vida parlamentaria o la reforma de leyes como la electoral o la de imprenta. Era la élite política quien tomaba tales decisiones. Por esta razón, dependía de los dirigentes el funcionamiento de un régimen representativo, su transformación o conservación en momentos de crisis, incluso contra el criterio del trono y su corte o camarilla, así como la organización, expresión y representación de la opinión a través del Parlamento, la prensa y los partidos o la estabilidad parlamentaria de los Gobiernos[2].
El objetivo de este trabajo es comprobar si la élite política del final del reinado de Isabel II favoreció o entorpeció el funcionamiento del régimen constitucional en su momento más crítico, que sitúo entre 1863 y 1864. Si bien el sistema descansaba en la designación regia, esta se convertía en inútil si esa élite obstruía deliberadamente el proceso para impedir el gobierno del adversario a pesar del coste para la estabilidad, la gobernabilidad o la credibilidad de las instituciones, incluida la Corona.
En este trabajo se abordará el comportamiento de la élite en los canales formales de la gobernabilidad; esto es, la estabilidad parlamentaria y la conciliación para constituir y conservar un ministerio. También se analizará su actuación en la construcción de partidos de gobierno, tanto en reuniones públicas y manifiestos al país como en referencia al papel constructor de partidos que Duverger otorgaba a los grupos parlamentarios. Igualmente se tendrá en cuenta el papel de la élite en los procesos electorales como instrumento para la creación de una estructura partidista nacional, legitimadores del proceso político, o bien como demostraciones de la tensión entre la prerrogativa regia y el Parlamento.
El periodo escogido para el estudio es el que se abre con la ruptura de la Unión Liberal a comienzos de 1863 y concluye con la celebración de elecciones en noviembre de 1864, convocadas por Narváez. En esos meses se dio por hecho que el sistema de partidos estaba roto y que eso hacía imposible la gobernabilidad del país. En ese tiempo se barajaron dos proyectos para solventar la crisis del sistema de partidos: la designación de un «gobierno puente» que convocara elecciones para reconstruir los viejos partidos (el Moderado y el Progresista), ya que se consideraba fracasada la Unión Liberal, o el encargo a un unionista de que formara un Gobierno de conciliación para construir dos partidos nuevos mediante elecciones. Fue la última oportunidad para depurar el funcionamiento del régimen constitucional de Isabel II, y la responsabilidad recayó en la élite política.
La idea de la Unión Liberal era construir un centro conciliador que impidiera los
pasados exclusivismos de moderados y progresistas y facilitara la regia prerrogativa Durán ( Durán, N. (1979). La Unión Liberal y la modernización de la España isabelina. Una convivencia frustrada,
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La ruptura de la Unión Liberal comenzó en 1861. Ríos Rosas inició una disidencia porque
esta no había cumplido su promesa de liberalizar el régimen: no había derogado la
reforma de 1857 de la Constitución de 1845 ni se había presentado una ley de imprenta
con jurado ni una descentralización administrativa. O’Donnell, decían los disidentes,
había preferido congraciarse con los moderados resellados de Alejandro Mon y los unionistas
conservadores de Cánovas, y no se habían puesto de acuerdo en la institución del jurado Ríos Rosas en el Diario de Sesiones de Cortes. Congreso de los Diputados [en adelante DSC, CD], 11-4-1861, 2278-2286.
La retirada española de México terminó por romper la Unión Liberal. Gran Bretaña, Francia y España habían firmado un acuerdo para intervenir en México. España envió al general Prim, progresista pasado a las filas unionistas, quien, una vez allí, no quiso seguir el juego de Napoleón III: inventar un trono para Maximiliano de Austria. En febrero de 1862 el español concertó con el Gobierno Juárez el «Convenio de La Soledad» sin autorización de O’Donnell, y salió de México.
Los unionistas conservadores pidieron que Prim fuera sancionado, máxime después de
que sostuviera su decisión en el Senado. Cánovas se entrevistó con O’Donnell y Prim
el 21 de diciembre de 1862 y les comunicó que la cuestión de México era motivo de
ruptura Ibid.: 43-49.
DSC, CD, 7-1-1863, 54-69.
Ese mes se escenificó la ruptura. Mon sostuvo en el Congreso que el partido ya estaba
dividido. O’Donnell respondió que seguía siendo la unión de los «hombres del partido
progresista [«resellado»] y del partido conservador», quienes solo tenían «pequeñas
diferencias» programáticas, ya que las «grandes cuestiones» estaban «ya resueltas».
Cánovas y Ríos Rosas anunciaron su oposición al Gobierno DSC, CD, 24-1-1863, 280-291.
La Unión Liberal quedó dividida en cuatro: los disidentes de Ríos Rosas, las facciones
conservadoras de Mon y Cánovas, y los fieles a O’Donnell, cuyo hombre fuerte era Vega
de Armijo. Este último negoció la reconciliación con Ríos Rosas, quien condicionó
su apoyo a la publicación de la descentralizadora ley de gobiernos provinciales —que
había sido sancionada por la Reina, pero no publicada en la Gaceta—, una declaración
de que el nuevo Gobierno significaría una vuelta a la Unión Liberal genuina y una
ley de ayuntamientos que ampliara el voto en la elección de los alcaldes. Vega de
Armijo quiso que el unionista disidente Pastor Díaz ocupara Gracia y Justicia, y Ríos
Rosas pidió que entraran Serrano en Estado y Bustillos en Marina Francisco Ríos Rosas en DSC, CD, 11-4-1863, 536-537. Juan Valero Soto a Riánsares, Madrid, 8-2-1863. Archivo Histórico Nacional. Diversos,
Títulos y Familias [en adelante AHN, DTF], 3561, leg. 25, exp. 14, doc.7.
En enero de 1863 la crisis era evidente. Primero fue el malestar que produjo el nombramiento
como ministro de Marina de Augusto Ulloa, demócrata y civil. La cascada de dimisiones
en la Armada alarmó al Gobierno, a la opinión pública y a palacio. Luego tuvo lugar
el cese de Saturnino Calderón Collantes, ministro de Estado. Pedro Egaña, director
del moderado La España, y siempre bien informado, aseguró que ese cambio se había ocultado «a los ojos de
la reina misma, que ignora el secreto de la farsa». Barrot, embajador francés en Madrid,
había estado «tan imprudente», se había dejado llevar «tanto por la vanidad, que no
hay perro ni gato en Madrid que ignoren que la medida ha sido una inútil y torpe maniobra
dirigida por él, de acuerdo con Vega de Armijo y los Concha». Barrot, cuya condición
de diplomático no le otorga un carácter de analista superior ni certero, había sido
muy indiscreto: quería a Vega de Armijo en Gobernación y, apuntaba Egaña, que para
«dirigir» las nuevas elecciones y lograr una mayoría de «otros cuatro o cinco años».
Egaña remataba: todo el mundo «le llama el Ministerio francés» (subrayado original) Pedro Egaña a Riánsares, Madrid, 18-1-1863. AHN, DTF, 3560, leg. 24, exp.21, doc.
2.
La tensión entre las facciones unionistas y la división y debilidad de las oposiciones
como alternativa de gobierno, aconsejaban una fórmula de conciliación. De hecho, Narváez
se ofreció a finales de 1862 para solucionar la crisis, pero la reina lo rechazó.
Carlos Marfori, quien más tarde sería amante de Isabel II, escribió a Narváez, su
tío, que la reina le había dicho que quería un Gobierno conciliador, y que ella temía
que él no sirviera para tal cometido Carlos Marfori a Narváez, Madrid, 18-11-1862. Academia de la Historia (en adelante
AH), Archivo Narváez II, 9/8106, vol. 39/13; cit. por Salcedo Olid ( Salcedo Olid, M. (2012). Ramón María Narváez (1799-1868). Madrid: Homolegens.
La reina se entrevistó con Ríos Rosas y Manuel Gutiérrez de la Concha, presidentes
del Congreso y del Senado respectivamente, para preguntar si querían formar Gobierno
y tantear las mayorías, como era preceptivo. Luego se entrevistó con progresistas
templados como el exdiputado Moreno López, el esparterista Pascual Madoz y Manuel
Cortina, abogado y hombre de confianza de María Cristina y de Riánsares. Los tres
dijeron que la Unión Liberal había sido un intento fallido de disolver los viejos
partidos que había dañado la situación, por lo que se mostraron partidarios de recuperar
al Partido Moderado y al Progresista. Desaconsejaron un ministerio Narváez por «reaccionario»,
o uno inspirado por Napoleón III, y apuntaron a la formación de un Gobierno «compuesto
de personas de un mismo partido». Al ser preguntados por nombres, escribió Madoz,
«nos abstuvimos de entrar en este terreno». Los tres dijeron a Isabel II que el Partido
Progresista sería garantía de libertad y orden si era llamado al poder «en circunstancias
normales, en su tiempo» (cursiva original), pero no en coalición, sino en exclusiva. La expresión «en su tiempo»
significaba que los progresistas no querían ser llamados en ese momento, sino en condiciones
favorables; esto es, con una legislación electoral que asegurase la limpieza del proceso,
y formar un Gobierno monocolor. Madoz informó a Olózaga y a la minoría progresista,
que quedó satisfecha Pascual Madoz al comité electoral progresista, Madrid, 28-2-1863; cit. por Olivar
Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
Pirala, A. (1876). Historia contemporánea. Anales desde 1843 hasta la conclusión de la última guerra
civil. Vol. III. Madrid: Manuel Tello.
Pascual Madoz a Víctor Balaguer, Madrid, 23-8-1863; cit. por Olivar Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
Los informantes de Riánsares, entre los que había diputados y senadores, apuntaban que el Partido Progresista podía ser una salida para frenar la revolución si estaba en manos de un «gran hombre». Riánsares pensó en Cortina, pero estaba fuera de la vida política, y luego en Prim, en cuanto volvió al progresismo, como se verá más adelante. Sin embargo, al igual que Barrot había recibido la orden de Napoleón III de cobrarse el asunto de México con el cese de Saturnino Esteban Collantes en enero de 1863, es probable que el emperador no viera con buenos ojos el acceso al poder de Prim, principal causante del ridículo mexicano de Francia.
Narváez, animado por Fernández de Córdoba, salió de su retraimiento, llegó a la corte
el 12 de febrero de 1863 para reconstruir el Partido Moderado y aprovechar que «el
lenguaje de los palaciegos respira desdén y muerte por O’Donnell» Eduardo Fernández San Román a Riánsares, Madrid, 15-2-1863, AHN, DTF, 3561, leg.
25, exp. 5, doc. 2.
Desde el 26 de febrero se había consultado a casi todos, con cuatro posibles Gobiernos
con un único objetivo: solucionar la crisis del sistema de partidos que desestabilizaba
la monarquía constitucional y que, por dejación e incapacidad de la élite política
para llegar a acuerdos, otorgaba demasiado protagonismo al trono. Nazario Carriquiri,
Esteban Collantes, Campo Sagrado y Pedro Egaña, hombres vinculados a los negocios,
la política y la prensa, relataron a Riánsares el papel secundario de la Corona en
este asunto. «Desgraciada Reina» o «Pobre Reina» son expresiones habituales en esos
documentos para describir las actuaciones de Isabel II entre políticos «egoístas»
y «ciegos». En esta situación, Riánsares barajó el proyecto de crear un periódico
«liberal democrático» que dejara al trono fuera de las disputas políticas. El motivo,
decía, era que los ministros responsabilizaban de sus actuaciones a la reina, con
lo que se dañaba a la monarquía y a la dinastía Nota de 1863. Borradores de cartas del duque de Riánsares, AHN, DTF, 3561, leg.25,
exp.29, doc.8.
La idea que prosperó, vista la situación caótica de la Unión Liberal, fue la reconstrucción
del tradicional sistema de partidos de moderados y progresistas. Esa fue la tarea
encomendada por la reina a Miraflores el 2 de marzo, cuyo propósito era utilizar las
elecciones para ordenar dos grupos parlamentarios poderosos que constituyeran la matriz
de los partidos que habrían de turnarse en el poder. Miraflores pensaba que la Unión
Liberal no tenía «condiciones de partido», no había llenado el vacío dejado por moderados
y progresistas, ni servido para que estos «se fuesen vivificando» durante su mandato.
Abogaba por el turno entre esos dos partidos, ya que coincidían, decía, en la unidad
religiosa y monárquica, la dinastía, y el constitucionalismo. Además, quería disminuir
la presencia del Partido Demócrata, al que consideraba un «elemento perturbador» Miraflores ( Miraflores, Marqués de (1863). Reseña histórico-crítica de la participación de los partidos en los sucesos políticos
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El Partido Progresista estaba en crisis desde 1856. La Unión Liberal supuso la ruptura
del progresismo: a un lado quedaron los que, como Cortina, defendieron la Constitución
de 1845 y la colaboración con los unionistas, y al otro los que se negaron a aceptar
la situación. Las discrepancias se mostraron con claridad en el verano de 1858. A
fin de evitar la escisión se acordó participar en las elecciones, pero quedó pendiente
la «cuestión de conducta»; es decir, si la acción parlamentaria iba a ser de colaboración
o de oposición. El 26 de septiembre se reunieron los electores progresistas para elegir
al Comité Central y decidir la conducta, bajo la presidencia de Olózaga y con Calvo
Asensio —director de La Iberia— y Sagasta como secretarios. La comisión para la redacción del manifiesto se rompió
y fue Olózaga quien lo escribió La Iberia, 25 y 30-9-1858.
La Iberia, 2-10-1858.
Empezaron con trece, como señaló Sagasta en DSC, 23-4-1863, y acabaron en 1863 con
veintiséis, como señaló Laureano Figuerola a Agustín Aymar, Madrid, 14-2-1863; cit.
por Olivar Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
El progresismo que a partir de entonces lideró Olózaga contó con un grupo parlamentario
pequeño y joven, con buenas personalidades, y un puñado de periódicos como La Iberia y Las Novedades, con Calvo Asensio y Montemar al frente. Estos «puros» tenían una concepción contractualista
de la comunidad política fundada en dos premisas: la idea de progreso y la idea de
la felicidad general. En consecuencia, el Estado debía tener la forma de una monarquía
constitucional cuyas leyes fueran elaboradas por los representantes de la nación soberana,
lo que procuraría la libertad y, por ende, el progreso y el bienestar de la mayoría.
Para que esto fuera cierto, decían, el régimen debía ser verdaderamente representativo;
esto es, que las elecciones fueran libres, periódicas y competitivas merced a ayuntamientos
elegidos de la misma manera y un Gobierno neutral. Con tal objetivo, junto al dogma
de la soberanía nacional defendieron la descentralización, la rebaja del gasto público,
la ampliación del cuerpo electoral, las elecciones libres y la amplitud de la libertad
de prensa, entrando en un nuevo proceso constituyente. La defensa de estos principios,
aseguraban, rompía el dominio exclusivo de los moderados auspiciado por la corte y
la Corona. Sobre el trono recaía la máxima responsabilidad, ya que de su decisión
dependía quién formaba Gobierno y, en consecuencia, la corrupción del sistema para
el beneficio de unos pocos en perjuicio de la nación. Por esta razón, el Partido Progresista
había encontrado «obstáculos tradicionales» para llegar al poder Rubio ( Rubio, C. (1859). Teoría del progreso. Madrid: Manuel Rojas.
Fernández de los Ríos, Á. (1863). 1808-1863. Olózaga. Estudio político y biográfico. Madrid: Manuel de Rojas.
Junto a esta argumentación política construyeron otra histórica: eran herederos de
la Constitución de 1812 como inicio de la nación política que buscaba el progreso
a través de la libertad, y suyos eran los grandes liberales: Argüelles, Mendizábal,
Calatrava, Flórez Estrada y Quintana. Convirtieron en actos partidistas la conmemoración
de fechas como el Dos de Mayo, o el 19 de marzo y el 18 de junio por la aprobación
de las Constituciones de 1812 y 1837, respectivamente. Organizaron una manifestación
para enterrar los restos mortales de Muñoz Torrero en Madrid, reeditaron la obra de
Argüelles titulada De 1820 a 1824, y construyeron un mausoleo para los «padres del partido»: Mendizábal, Calatrava y
los citados Muñoz Torrero y Argüelles Garrido Muro ( Garrido Muro, L. (2000). El entierro de Argüelles. Historia y Política, 3, 121-146.
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La crisis del sistema de partidos con el hundimiento de la Unión Liberal daba una
nueva perspectiva al Partido Progresista. Olózaga controlaba la minoría parlamentaria
y dio la orden de no alterar el orden ni ofrecerse como solución. Era preciso no salir
«antes de tiempo» de esa actitud porque había «una crisis verdadera y más grave de
lo que yo pueda decir a V.», escribía Olózaga. La ocasión para acceder al poder se
malograría «si no hay mucha prudencia y sobre todo mucha abnegación» Salustiano de Olózaga a Víctor Balaguer, Vico, 30-6-1862. Museo Biblioteca Víctor
Balaguer, ms. 359, núm. 95.
Salustiano de Olózaga a Agustín Aymar, Madrid, 23-1-1863; cit. Olivar Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
O’Donnell fue quien aconsejó a la reina en los meses finales de 1862 que llamase a
formar Gobierno a Prim, un progresista «resellado» en el unionismo. No era una simple
propuesta gubernamental. Prim dirigiría un Gobierno de conciliación con «más elementos
progresistas que moderados» para celebrar elecciones y formar así dos agrupaciones
nuevas: O’Donnell con «los hombres conservadores y liberales del país» y Prim con
«la mayoría del partido progresista» Carta de Antonio María de Campos, 11-12-1863; cit. Álvarez Villamil y Llopis ( Álvarez Villamil, V. y Llopis, R. (1929). Cartas de conspiradores. La revolución de septiembre. De la emigración al poder. Madrid. Espasa-Calpe.
Olivar Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1975). Prim. Madrid: Tebas.
Carlos Marfori a Narváez, Madrid, 23-12-1862. AH, Archivo Narváez II, 9/8106, vol.
39/13; cit. por Salcedo Olid ( Salcedo Olid, M. (2012). Ramón María Narváez (1799-1868). Madrid: Homolegens.
Campo Sagrado a Riánsares, 13-2-1863. AHN, DTF, 3560, leg. 24, exp. 9, doc. 2. Juan Valero Soto a Riánsares, Madrid, 6-1-1863. AHN, DTF, 3561, leg. 25, exp. 14,
doc. 8.
En consecuencia, el puente de Prim al poder, apuntaba el bien informado San Román,
diputado moderado, consistía en «organizar públicamente el partido progresista doctrinario
(el “puro”) sin violencia», y «así se lo ha dicho a la reina y así irán a las elecciones
precediendo su programa o declaración» Eduardo Fernández San Román a Riánsares, Madrid, 2-2-1863. AHN, DTF, 3561, leg.25,
exp.5, doc.3.
Salustiano de Olózaga a Agustín Aymar, Madrid, 18-2-1863; cit. por Olivar Bertrand
( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
El Partido Moderado podía ser la otra alternativa tras la caída de la Unión Liberal.
Sin embargo, estaba roto: Mon, Miraflores, Llorente, Arrazola y Armero, entre otros,
se convirtieron en moderados «resellados» de unionismo. No eran un grupo sólido y
estaban enfrentados a los moderados puros o históricos Fernández de Córdoba ( Fernández de Córdoba, F. (1889). Mis memorias íntimas. 3 tomos. Madrid: Rivadeneyra.
Narváez dejó su retraimiento en noviembre de 1862, cuando le advirtieron de la crisis
unionista Agustín Esteban Collantes a Riánsares, Madrid, 3-1-1863. AHN, DTF, 3560, leg. 24,
exp. 15, doc. 1
Narváez a Fernández de Córdoba, 17-12-1862, en Fernández de Córdoba ( Fernández de Córdoba, F. (1889). Mis memorias íntimas. 3 tomos. Madrid: Rivadeneyra.
Fernández de Córdoba ( Fernández de Córdoba, F. (1889). Mis memorias íntimas. 3 tomos. Madrid: Rivadeneyra.
A pesar de su fracaso en febrero de 1863, antes citado, Narváez continuó con su plan
de resucitar el bipartidismo para resolver la crisis del sistema. A su lado quería
al Partido Progresista, dijo en mayo en el Senado. Narváez expuso que el problema
de liderazgo en ambos partidos se resolvía con la designación regia porque, al ostentar
el poder, el jefe de Gobierno sería el jefe del partido. También restó importancia
a Espartero intentando ayudar a Prim en la lucha por la jefatura del progresismo.
Afirmó que este partido había «prestado servicios» que debía volver a dar para establecer
un turno en el poder que pudiera «salvar este país y afirmar el gobierno representativo» DS, Senado, 4-5-1863, 375-380.
La prensa dio por vencedor a Narváez. Algunos moderados vieron en su alocución un
manifiesto-programa útil para unir al partido. Así se lo dijo Pedro José Pidal a Narváez,
y encargaron a Manuel Seijas Lozano dicha tarea Pedro José Pidal a Narváez, Madrid, 5-5-1863. AH, Archivo Narváez II, 9/8122, vol.
48/17; y Manuel Seijas Lozano a Narváez, AH, Archivo Narváez I, 9/7863, II-F-a-52;
cit. por Salcedo Olid ( Salcedo Olid, M. (2012). Ramón María Narváez (1799-1868). Madrid: Homolegens.
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En el verano de 1863 el duque de Valencia, recluido en Loja, estaba a la espera de
la designación regia mientras Fernández de Córdoba y Gutiérrez de la Vega recogían
opiniones de palacio y entre los políticos. La crisis de Gobierno parecía inminente,
pero la reina no contaba con Narváez. «Creo que nos están engañando», escribía este
a Fernández de Córdoba el 1 de julio. Narváez creía que los habían utilizado —todo
apuntaba a O’Donnell, como se verá más adelante— para simbolizar la reacción frente
a la revolución, y que entre los dos extremos, decía, la reina y la opinión pública
apoyaran de nuevo un Gobierno largo de la Unión Liberal. Si no se le llamaba a presidir
el ministerio por «una Real Orden» antes de las vacaciones de la Reina, en agosto,
«que no se cuente conmigo nunca más» Carta de Narváez a Fernández de Córdoba, 1-7-1863; en Fernández de Córdoba ( Fernández de Córdoba, F. (1889). Mis memorias íntimas. 3 tomos. Madrid: Rivadeneyra.
El nombramiento de Miraflores el 2 de marzo fue instrumental: convocar elecciones
para la «reconstrucción de los dos partidos políticos históricos ya semidisueltos,
confundidos y perturbados»
Miraflores se reunió con Olózaga y pidió que el Partido Progresista volviera al consenso
político antes de las elecciones y renunciara a «ciertas utopías ya envejecidas»,
como la Milicia Nacional, en beneficio de la estabilidad gubernamental y parlamentaria.
Miraflores creía posible que así alcanzaran entre cincuenta y setenta diputados Ibid.: 878-880.
Olózaga pareció dispuesto a colaborar, pero cambió de opinión cuando lo consultó con
la minoría progresista. Dijeron que las exigencias eran inaceptables porque suponían
renunciar a reivindicaciones históricas del partido y la propuesta no aseguraba la
designación regia, ni el grupo prometido era suficiente para un Gobierno exclusivo.
Es más, aceptar suponía ser partícipes del fraude electoral contra el cual habían
elaborado una retórica efectiva y realista. La nueva generación de progresistas forjada
en los años opositores a O’Donnell estaba impaciente. Ese progresismo veía su acceso
al poder como una cuestión de justicia histórica, imprescindible para la regeneración
de la monarquía constitucional. Esa fe en un Gobierno progresista se ha convertido
en el eje de la interpretación historiográfica volitiva y ucrónica del reinado de
Isabel II, quien se condenó, dicen, por no llamar al poder a dicho partido «La suerte del reinado habría sido distinta y, con ella, toda la historia posterior
del liberalismo decimonónico y sus complejas relaciones con la dinastía borbónica»,
dice Burdiel ( Burdiel, I. (2010). Isabel II. Una biografía (1830-1904). Madrid: Taurus.
Como ha escrito el profesor Juan Francisco Fuentes ( Fuentes, J. F. (2005). Dios no juega a los dados (¿o sí?). Revista de Libros, 01.3.2005. Disponible en: https://bit.ly/2MmpSo7
Los unionistas de O’Donnell le hicieron la guerra a Miraflores desde el comienzo,
ya que resucitar a los viejos partidos suponía enterrar al suyo. Así, Posada Herrera
presentó en la sesión del Congreso del 17 de abril de 1863 una proposición para declarar
que el Gobierno O’Donnell había «servido leal y útilmente» a la nación «mientras S.M.
le ha dispensado su confianza». Era un texto que desautorizaba a Isabel II y al Gobierno
Miraflores, similar a una moción de censura. El debate fue muy duro y Posada Herrera
acabó retirando una proposición que hubiera ganado. Miraflores escribió que O’Donnell
tenía el «decidido propósito de combatir al Gabinete hasta obligarle a retirarse»
Los moderados puros no creyeron a Miraflores. Fernández de Córdoba confió a Narváez
que el Gobierno intentaría llevar una mayoría adicta, no reconstruir el bipartidismo
tradicional Fernández de Córdova a Narváez, Roma, 30-8-1863. AH, Archivo Narváez, I; 9/7825;
II-B-b-2; cit. Salcedo Olid ( Salcedo Olid, M. (2012). Ramón María Narváez (1799-1868). Madrid: Homolegens.
Rubio ( Rubio, C. (1859). Teoría del progreso. Madrid: Manuel Rojas.
Las elecciones de octubre de 1863 fueron inútiles. Los unionistas siguieron divididos.
Mon y Cánovas intentaron agrupar a los conservadores en oposición a los disidentes
de Ríos Rosas y Alonso Martínez. Miraflores, por contra, se decidió por estos últimos
y los introdujo en el Gobierno antes de las elecciones. Aquel Congreso mostró la división
y la crisis del sistema de partidos. Ríos Rosas fue el candidato gubernamental a presidir
la Cámara frente al conservador Mon, y consiguió 160 votos, frente a los 98 votos
de moderados puros y unionistas conservadores. El desorden en los partidos y la inestabilidad
continuaban. Isabel II confesó a Emilio Alcalá Galiano su disgusto por la «confusión
que hay en la política» y su deseo de que «se agrupen los partidos en el Congreso
para saber quién tiene mayoría, y poder llamar a Narváez o a O’Donnell, pues por ninguno
tiene preferencia, y que constituyan un Gobierno fuerte»
La oposición aprovechó la primera oportunidad para derribar a Miraflores. En 1857
se había reformado la Constitución para distinguir tres tipos de senadores: hereditarios,
vitalicios y designados por la Corona. Miraflores planteó eliminar los dos últimos.
Perdió la votación del 15 de enero de 1864 por 53 a 93 votos de los moderados puros
y de los unionistas conservadores. Era una desautorización completa y dimitió. Pirala
escribió que aquel ministerio consiguió unir a O’Donnell y Narváez, ya que «ninguno
tenía más aspiración ni otro propósito que aprovechar la ocasión de derribar el gabinete»
La reina encargó a Manuel Gutiérrez de la Concha y a Ríos Rosas, presidentes del Senado
y del Congreso respectivamente, la formación de un ministerio. Ante la negativa, Isabel
II conservó la idea de reconstruir los viejos partidos, por lo que llamó al moderado
puro Lorenzo Arrazola. Este quería «reorganizar el partido [moderado] y atraer al
partido progresista» al «terreno de la legalidad». El plan era presentar una moción
de confianza y si se perdía, disolver las Cortes y convocar unas «elecciones completamente
libres», como querían los progresistas, para reconstruir los viejos partidos Carriquiri a Riánsares, Madrid, 21-1-1864. AHN, DTF, 3562, leg. 26, exp. 23, doc.
64.
Agustín Esteban Collantes a Riánsares, Madrid, 22-12-1863. AHN, DTF, 3560, leg.
24, exp. 15, doc. 3.
Benavides, ministro de la Gobernación, se reunió con Prim. Le aseguró que las autoridades
no influirían y que se rectificarían las listas del censo electoral, otra de las reivindicaciones
progresistas. Ambos coincidieron en que los comicios debían servir para «extirpar
de raíz dos lobanillos que le han salido a este país: la democracia y la Unión Liberal».
De esa reunión Benavides sacó que el Partido Progresista no había renunciado a «conquistar
el poder por medio de la revolución» y que el progresismo aplaudía «con júbilo la
tenacidad en no llamarle legalmente a la dirección de los negocios». Los progresistas,
concluía Carriquiri, «siguen unidos y compactos, sordos y ciegos, obedientes a la
voz de D. Juan [Prim] y de D. Salustiano [de Olózaga]» Carriquiri a Riánsares, Madrid, 28-1-1864. AHN, DTF, 3562, leg.26, exp.23, doc.63. Carriquiri a Riánsares, Madrid, 15-2-1864. AHN, DTF, 3562, leg.26, exp.23, doc.60. Romeo Mateo ( Romeo Mateo, M. C. (2001). Una historia incipiente: los liberales en el reinado de
Isabel II. Ayer, 44, 254-264.
Burdiel, I. (2010). Isabel II. Una biografía (1830-1904). Madrid: Taurus.
La desestabilización también tenía otro foco. Carriquiri consiguió la colaboración
de Sagasta, director de La Iberia, para que publicara artículos favorables a un cambio de Gobierno que permitiera la
vuelta a España de María Cristina de Borbón. Las órdenes, y seguramente la financiación,
venían de Riánsares. Carriquiri informaba de la dirección que «el amigo Sagasta» daba
a su periódico y apuntaba la influencia que podía tener en otros diarios del mismo
partido: «Dígame V. categóricamente si quiere que los órganos progresistas continúen
tratando de la cuestión en la que forma que han comenzado, o lo que estime V. más
conveniente» Nazario Carriquiri a Riánsares, Madrid, 29-4-1864. AHN, DTF, 3562, leg. 26, exp.
23, doc. 48. Burdiel ( Burdiel, I. (2010). Isabel II. Una biografía (1830-1904). Madrid: Taurus.
No fue el progresismo, empero, quien falló a Arrazola, sino el moderantismo. La Reina
había sufrido un parto muy complicado el 12 de febrero de 1864 con el nacimiento de
la infanta Eulalia. Esto obligó a otorgar temporalmente el poder al rey consorte,
quien promovió un negocio turbio con los ferrocarriles en el que estaba implicado
Salamanca. Arrazola se negó a la componenda, por lo que un grupo dirigido por González
Bravo y Salamanca se pasó a la oposición en el Congreso para derribarlo Martínez Mansilla ( Martínez Mansilla, A. (2007). Lorenzo Arrazola o el Estado Liberalcatólico. Gijón: Ateneo Jovellanos.
La dimisión de Arrazola estaba cantada. Pedro Egaña, senador moderado y confidente
de Riánsares, ayudó entonces a formar Gobierno al senador Alejandro Llorente, que
había sido ministro de Hacienda en 1853. La pretensión era reunir un ministerio de
conciliación con moderados, unionistas conservadores como Cánovas, y progresistas
como Prim y Zavala. Fabié, canovista, relató que un caballerizo de la reina entregó
la lista de ministrables a Isabel II. El programa era renovar los ayuntamientos y
permitir libertad de imprenta para luego celebrar elecciones generales. Fabié añadió
que la reina, todavía convaleciente, desechó este plan a los tres días al ver las
trabas que ponían los moderados puros
Ricardo Muñiz, progresista e íntimo de Prim, afirmó que este se negó a participar
en ese Gobierno y que «convino con doña Isabel II en la formación de un ministerio
moderado puro, que hiciera unas elecciones legales» La Iberia, 17-1-1864; Las Novedades, 17-1-1864, y Fernández de los Ríos ( Fernández de los Ríos, Á. (1864). O todo o nada. Madrid: A. de San Martín-Agustín Jubera.
La dimisión de Arrazola el 1 de marzo frustró una solución basada en elecciones más libres, que pretendía la reconstrucción del viejo sistema de partidos, la reunión de mayorías en el Congreso y, por tanto, la formación de Gobiernos parlamentarios. El conjunto, creía Arrazola, habría liberado a la reina del peso de la regia prerrogativa como clave del funcionamiento del sistema.
Isabel II encargó entonces a Mon la formación de Gobierno el 28 de febrero de 1864.
Probaba así con la facción unionista conservadora, cuya intención no era resucitar
los viejos partidos, sino crear dos nuevos; de hecho, Isabel II confesó a Emilio Alcalá
Galiano que Cánovas debía tomar «la batuta en el Congreso». Cánovas fue el negociador
del ministerio, e incorporó a Pacheco, Augusto Ulloa, Mayans y Pedro Salaverría. También
fue su imagen pública: escribió el programa y tomó la palabra en los debates parlamentarios.
El plan gubernamental no se diferenciaba mucho del presentado por Miraflores: abolición
de la reforma constitucional de 1857 y leyes de imprenta y electoral. Eran las tres
claves que se barajaban para salir de la crisis con unas Cortes más representativas
y una mayor libertad de expresión. El ministerio no se definió como de «Unión Liberal»,
sino «liberal-conservador», lo que pretendía ser el germen de una nueva agrupación
política: el «Partido Constitucional» Autrán y González Estefani ( Autrán y González Estefani, I. (1864). La Unión Liberal de ayer. El ministerio de hoy. El Partido Constitucional de mañana.
Madrid: Fortanet.
Gómez Ochoa, F. (2003). Pero, ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? El Partido Moderado
y la conciliación liberal, 1833-1868. En M. Suárez Cortina (coord.). Las máscaras de la libertad: el liberalismo español, 1808-1950 (pp. 135-168). Madrid: Marcial Pons.
Cánovas entendía que la dificultad del régimen constitucional español, a diferencia
del británico, era la falta de «verdaderos partidos parlamentarios». El problema,
por tanto, no era solo la «influencia moral» en las elecciones, sino una desorganización
de los grupos en el Congreso que dificultaba la gobernabilidad. La solución era fortalecer
a los grupos parlamentarios, que debían estar identificados con una idea y un partido,
no solo con una persona. Esa era la manera, a su entender, de acabar con la inestabilidad
e inculcar costumbres públicas liberales en el cuerpo electoral DSC, CD, 31-5-1864, 2366-2375.
El programa de Cánovas reconoció como negativa la influencia del Gobierno en las elecciones,
por lo que reguló las reuniones electorales a gusto de los progresistas, puso sanciones
para los abusos y suprimió los corregidores Sobre la aceptación general de la influencia electoral, véase Peña, Sierra y Zurita,
( Peña, M.A., Sierra, M. y Zurita, R. (2006). La representación política en el discurso
del liberalismo español (1845-1874). Ayer, 61, 15-45.
El Gobierno consiguió el apoyo de los unionistas de O’Donnell y de los moderados más liberales, pero contó con la oposición de los unionistas disidentes de Ríos Rosas y de los moderados puros de González Bravo. La incógnita estaba en la respuesta de los progresistas a las medidas aperturistas de Cánovas.
La célebre reunión del Partido Progresista en los Campos Elíseos de Madrid, el 3 de
mayo de 1864, con delegados de todas las provincias, fue una demostración de fuerza,
como la de Zaragoza el 5 de marzo y la de Valencia después. Es de sobra conocido que
de allí salió el retraimiento electoral, para disgusto de Prim, Ruiz Zorrilla, Figuerola
y Madoz, entre otros, y que se evidenció la fractura entre Olózaga y Espartero La Iberia, 5-5-1864; Vilches ( Vilches, J. (2001). Progreso y Libertad. El partido progresista en la revolución liberal española. Madrid: Alianza Editorial.
Ollero Vallés, J. L. (2006). Sagasta, de conspirador a gobernante. Madrid: Marcial Pons.
Shubert, A. (2018). Espartero, el Pacificador. Madrid: Galaxia Gutenberg.
No obstante, el progresismo quedó dividido ante la opinión pública y el resto de los
partidos. Por un lado, los seguidores de Olózaga, la mayoría, eran partidarios del
«o todo o nada», en expresión de Fernández de los Ríos. Por otro lado, los esparteristas,
liderados por Pascual Madoz, quien controlaba La Nación, eran partidarios de participar en las elecciones y esperaban que la vuelta de Espartero
les acercara al poder. En tercer lugar, Prim, Ruiz Zorrilla y Figuerola, contrarios
al retraimiento, pero no esparteristas, creían aún en el proyecto de reconstrucción
de los dos partidos tradicionales. A esta división se unió la de los «resellados»,
que comenzaron a llamarse «progresistas constitucionales», y entre los que estaban
Cortina, Antonio Pirala y Fernando Corradi, director de El Clamor Público. La visión peligrosa del «revolucionarismo» de los puros no era solo el punto de vista
de moderados y unionistas. En el citado periódico alegaban que «nos hemos separado
de los progresistas del comité que llevan el nombre de puros, proclamándonos progresistas constitucionales (cursiva original)», ya que estaban «convencidos […] de que todo cambio revolucionario
siquiera se intente con la mejor intención, ha de traer para nuestra patria días amargos» El Clamor Público, 5-5-1864.
Olózaga reabrió con su discurso de los Campos Elíseos una vieja herida con Espartero
diciendo que este era perjudicial para la nación y el partido porque escogía malos
aliados. Partidarios de uno y otro intercambiaron acusaciones de no ser progresistas.
Espartero envió una carta contestando a Olózaga que causó sensación. Aquel «rompimiento
ostensible», escribió Madoz, fue «motivo de mil satisfacciones para los enemigos del
partido progresista». La «concordia» y la «conciliación» eran necesarias para resolver
«una situación muy comprometida» Pascual Madoz al Comité progresista del 4.º distrito, Madrid, 11-5-1864; cit. Olivar
Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
Baldomero Espartero a Agustín Aymar, Logroño, 19-5-1864; cit. Olivar Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
Pascual Madoz a Agustín Aymar, Madrid, 6-6-1864; cit. Olivar Bertrand ( Olivar Bertrand, R. (1986). Así cayó Isabel II. Madrid: Sarpe.
Por contra, el discurso de Prim en los Campos Elíseos conmovió a todo el mundo: «Dos
años calculo que le queda de monopolizar el poder al partido moderado (en realidad
este no estaba en el Gobierno desde 1858). A los dos años y un día la bandera progresista
ondeará triunfante». Burdiel indica que era el anuncio de una revolución
Carriquiri contó a Riánsares la conferencia «larguísima» que mantuvo después de aquel
3 de mayo con Prim, quien dijo que «su brindis había sido mal interpretado» Anguera ( Anguera, P. (2003). El general Prim. Biografía de un conspirador. Barcelona: Edhasa.
Carriquiri a Riánsares, Madrid, 8-5-1864. AHN, DTF, 3562, leg. 26, exp. 23, Doc.
44.
Prim a Riánsares, s.l., 23-4-1864. AHN, DTF, 3563, leg. 27, exp. 34, doc.6.
Pero la ocasión parecía clara. La crisis del Gobierno Mon-Cánovas se creía segura
para el verano. En los mentideros de Madrid, y lo refrenda la documentación epistolar,
la mudanza gubernamental se postergaba a la vuelta de las vacaciones de Isabel II.
Era un buen momento para un pronunciamiento. Entre junio y agosto de 1864, Carriquiri
y Riánsares, en óptima comunicación con Prim, valoraban que el Partido Progresista
estaba preparando una revolución que solo se podía parar dándoles el poder o cediendo
a sus condiciones para salir del retraimiento. Ambos consideraban que la reina se
estaba equivocando y que era preferible forzar un llamamiento regio a Prim con un
«movimiento» —un pronunciamiento— a que la revolución tuviera lugar. Es más, los ánimos
estaban tan caldeados en el progresismo que «si el movimiento se aplaza indefinidamente
y no estalla en este año de 1864 perderá para siempre (subrayado original), según se me asegura, su influencia en el partido progresista quien debe tener grande interés en conservarla
(subrayado original)» Carriquiri a «Pierre», Madrid, 21-6-1864. AHN, DTF, 3562, leg. 26, exp. 23, doc.
25.
En este sentido, los «dos años y un día» que dijo Prim parecía un plazo dictado para
calmar las aguas lo suficiente sin apagar la esperanza. Por esta razón, Carriquiri
indicaba a Riánsares que Prim se había dejado querer diciendo a militares y políticos
íntimos que «nunca sería cabeza de motín, pero que si viniese la revolución y lo aclamasen
por jefe, por salvar instituciones sagradas para él y aún el Trono constitucional
de Isabel II y su dinastía, admitiría el cargo» Carriquiri a Riánsares, Madrid, 12-8-1864. AHN, DTF, 3562, leg. 26, exp. 23, doc.
16. Esto confirma la versión de Muñiz ( Muñiz, R. (1884). Apuntes históricos sobre la revolución de 1868. 2 tomos. Madrid: Fortanet.
Un grupo de entusiastas del general y de demócratas dirigidos por Manuel Becerra prepararon un pronunciamiento para auparle al poder; de hecho, todos los condenados posteriormente, menos el general Contreras, habían sido ayudantes de Prim.
Delatados, fueron desterrados y el conde de Reus fue enviado a Oviedo. Campo Sagrado,
yerno de María Cristina e informante de Riánsares, acogió a Prim en su casa ovetense.
Carriquiri aconsejó a Riánsares que escribiera a Prim para rogarle «prudencia y calma,
y que no se deje llevar por la fogosidad de su genio» Carriquiri a Riánsares, Madrid, 12-8-1864, carta citada. Prim a Riánsares, Arnedo, 25-8-1864. AHN, DTF, 3563, leg. 27, exp. 34, doc.2.
La crisis llegó al Gobierno en julio de 1864 por la cuestión de la vuelta a España
de María Cristina de Borbón. Mon, Mayans y Ballesteros estaban conformes «de que venga
a Oviedo»; Pacheco y Pareja no lo creían «conveniente», pero no harían «crisis por
esto», y Salaverría, Cánovas y Ulloa estaban «resueltos a que no venga» Carriquiri a Campo Sagrado, Madrid, 27-6-1864. AHN, DTF, 3562, leg. 26, exp. 19,
doc. 8. Por tanto, no fueron Mon y Pacheco los favorables a la vuelta de María Cristina,
como indica Burdiel ( Burdiel, I. (2010). Isabel II. Una biografía (1830-1904). Madrid: Taurus.
Puñonrostro a Narváez, Segovia, 19-8-1864. AH, Archivo Narváez, I; 9/7862. Cit.
por Salcedo Olid ( Salcedo Olid, M. (2012). Ramón María Narváez (1799-1868). Madrid: Homolegens.
El gobierno Mon-Cánovas presentó la dimisión el 15 de septiembre. Era el fracaso de
otro proyecto de Gobierno de conciliación para crear un sistema de partidos sobre
opciones nuevas. La reina no desistió y para llevar a cabo la misma misión llamó a
O’Donnell, quien había apoyado al Gobierno dimitido Miraflores ( Miraflores, Marqués de (1873). Continuación de las memorias políticas para escribir la historia del reinado de Isabel
II. 2 tomos. Madrid: Rivadeneyra.
Narváez dijo que si la reina le llamase aceptaría «con gusto» solo por «el placer
de dejar al duque de Tetuán con un palmo de narices, porque voy a ser más liberal
que Riego» Carta reproducida por Durán ( Durán, N. (1979). La Unión Liberal y la modernización de la España isabelina. Una convivencia frustrada,
1854-1868. Madrid: Akal.
Desde la crisis de marzo de 1863 se habían sucedido tres gobiernos civiles —Miraflores, Arrazola y Mon— con el propósito de construir un sistema de partidos, ya fuera el tradicional o bien uno nuevo. Ninguno encontró una mayoría parlamentaria suficiente o la conciliación necesaria para la convocatoria de unas elecciones aceptables para todos. La actitud del Partido Progresista era una variable más, muy importante, pero no la única. La desintegración de la Unión Liberal en tres facciones la inhabilitó. El Partido Moderado tenía grandes personalidades, pero no había unidad. Narváez creyó tener la fórmula: una política liberal que sacara al progresismo del retraimiento, o un entendimiento con O’Donnell que permitiera no una alternancia de partidos, sino de militares capaces de reunir a su alrededor a políticos con significaciones similares. Esta fue la fórmula que se impuso en 1865 y 1866.
Narváez llegó a Madrid el 16 de septiembre. Le recibió González Bravo, a quien confesó:
«Yo no puedo ser hoy lo que antes fui, y es preciso, por tanto, organizar un Ministerio
que dentro del partido moderado pueda satisfacer las tendencias más conciliadoras
y liberales» Pi y Margall y Pi y Arsuaga ( Pi y Margall, F. y Pi y Arsuaga, J. (1902). Historia de España en el siglo xix. 8 tomos. Barcelona: Miguel Seguí.
Las primeras medidas fueron para contentar al progresismo: amnistía para delitos de
imprenta, sobreseimiento de causas pendientes de la prensa, condonación de multas
a periódicos y vuelta de los militares desterrados, como Prim. Además, aprobó el regreso
de María Cristina, quien llegó a Madrid el 1 de octubre de 1864, que podía ser un
gran apoyo de los progresistas en la corte. El objetivo de la reina madre fue convencer
al progresismo de que se reintegrara, con la promesa de unas elecciones libres. Se
entrevistó con Cortina, a quien no sacó de su alejamiento de la política, y aconsejó
a Isabel II eliminar a la camarilla de palacio, en especial a «la Monja», pero no
lo consiguió. Terminó por marchar a Logroño para recordar a Espartero su promesa de
defensa del «Trono constitucional y de la dinastía» Carriquiri a Riánsares, Madrid, 16-11-1864. AHN, DTF, 3562, leg. 26, exp. 23, doc.
5.
Narváez convocó elecciones para el 22 de noviembre. González Bravo, ministro de la Gobernación, publicó el 15 de octubre una circular a los gobernadores civiles cuyo destinatario parecía el Partido Progresista. Aseguraba que el «campo electoral» estaría «abierto y patente» con plena libertad de expresión, lo que originó la protesta de los unionistas, que pedían censura. «¿Qué más puede exigirse? ¿Qué más puede concederse?», decía González Bravo. Sin embargo, sí se podía más: actualizar las listas de electores, el censo, algo que el progresismo llevaba reivindicando mucho tiempo, y que no se hizo seguramente para moderar los resultados del Partido Progresista si concurría.
La Iberia y Las Novedades siguieron publicando artículos favorables al retraimiento durante aquellos días. La
oposición ya no era a un partido, sino al sistema constitucional que les cerraba las
vías legales al poder. No iban a variar porque «perderíamos todo lo que hemos ganado
en fuerza, en organización y en crédito acudiendo de nuevo a las urnas, y volviendo
a ser comparsas en la repugnante farsa» La Iberia, 25-9-1864.
Las reuniones en Ollero Vallés ( Ollero Vallés, J. L. (2006). Sagasta, de conspirador a gobernante. Madrid: Marcial Pons.
El manifiesto exponía que el retraimiento estaba motivado por la falsedad del régimen
constitucional por la combinación de obstáculos tradicionales, partidos reaccionarios
y elecciones fraudulentas. La utilidad del retraimiento, decían, era romper «combinaciones
ministeriales» y poner en dificultad a la monarquía, al punto de que si no eran atendidos
mirarían «cruzados de brazos y con tranquila conciencia, las ruinas» La Iberia, 3-11-1864.
El trabajo muestra que el comportamiento de la élite política en la crisis del reinado de Isabel, entre 1863 y 1864, se caracterizó por lo siguiente: primero, el obstruccionismo y la oposición sistemática en las Cortes para derribar a los Gobiernos; segundo, las negativas y los vetos a la hora de constituir ministerios de coalición o de conciliación en torno a programas; tercero, el cálculo partidista para no depurar el sistema electoral y otras leyes; cuarto, la múltiple división en cada partido, que los debilitaba y hacía ingobernable el Parlamento, y quinto, el retraimiento de los progresistas, sin cuya integración no había solución posible. En suma, el comportamiento de la élite impidió la estabilidad del sistema y obligó a un ejercicio de la designación regia que desvirtuaba el espíritu de la monarquía constitucional.
Los partidos estaban desarticulados en enero de 1863. Entre esa fecha y noviembre de 1864 hubo dos salidas para solucionar el problema. Una fue la reconstrucción del viejo sistema de partidos, con el Moderado y el Progresista, mediante la convocatoria de unas elecciones por parte de un ministerio técnico. Otra fue la de construir dos partidos nuevos aprovechando la disolución práctica de los tradicionales. Esta última opción necesitaba también unas elecciones, convocadas por un Gobierno de alguna de las facciones unionistas.
No obstante, todos los intentos fueron abortados. Las facciones unionistas impidieron la estabilidad del Gobierno Miraflores, quien quiso reconstruir el viejo sistema de partidos. Además, dicho ministerio cometió el error de empeorar la circunstancia electoral. Los progresistas iniciaron entonces el retraimiento, que alimentó la división interna y que el doble juego de Prim no supo arreglar. Esto generó una retórica de oposición que fue creciendo hasta su conversión en opositores al sistema con tintes antidinásticos. El gobierno Arrazola quiso acabar con la «influencia moral» en los comicios y revisar el censo, lo que satisfacía a los progresistas, pero la oposición parlamentaria lo truncó. El Gobierno Mon-Cánovas, de unionistas conservadores, pensó utilizar las elecciones para construir un sistema con partidos nuevos, pero no hubo capacidad ni voluntad para crearlos porque las facciones personalistas estaban cada vez más enfrentadas. Narváez parecía el único capaz de agrupar a los moderados, pero cuando por fin consiguió formar Gobierno, las opciones para resolver la situación habían cambiado. No solo el Partido Progresista parecía irrecuperable, lanzado, por otra parte, a una competencia con el Demócrata, sino que añadió una tercera salida a la crisis: la alternancia con O’Donnell, quien se había dedicado a desestabilizar todos los Gobiernos.
La responsabilidad, por tanto, no descansó en la regia prerrogativa, sino en la élite política. La zona de incertidumbre de la designación regia en la toma de decisiones estaba delimitada por la capacidad y la voluntad de los líderes para dotarse de un sistema de partidos que diera vida a las elecciones y al Parlamento, confiriendo estabilidad y práctica constitucional a la vida política. De lo contrario, como así fue, el ejercicio de la regia prerrogativa se ampliaba a límites más allá de la lógica de una monarquía constitucional, al tiempo que, paradójicamente, se volvía impotente. Esto es; sin una élite política gobernante responsable con la ley y el espíritu de un régimen representativo, no era posible su funcionamiento.
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