Mirar a Europa solo desde el presente entraña el riesgo de que acabemos olvidando que la historia europea de posguerra ha sido un periodo de progreso genuino en el que la construcción europea ha desempeñado un gran papel tanto en el logro de la paz como de la prosperidad y, por supuesto, en la formación de la Europa tolerante y democrática que conocemos, y posiblemente es desde esa perspectiva desde la que debe comprenderse —aunque no de forma exclusiva— el libro de Jorge Lafuente.
De hecho, en relación con España, no podemos olvidar que el relato de la Europa de posguerra, y dentro de él, el construido en torno al proceso de integración, ha tenido una enorme influencia —y no solo metafórica— en la redefinición del proyecto nacional español tras el fin de la dictadura franquista. Una construcción que coincide con lo que ha sido definido como la creación de una nueva y europeizante identidad española a partir del ingreso en las Comunidades Europeas, hito simbólico del final de la Transición y de la «normalización» de España en el contexto europeo.
En ese sentido, hay que recordar que desde los años setenta del pasado siglo se ha presentado la integración europea a varias generaciones de europeos —y también de españoles— como la historia de un éxito sin precedentes, como un relato en el que con diferentes variantes se ha venido narrando el avance y la expansión del proceso de integración y de la que España forma parte. Y es en ese contexto en el que cobra especial dimensión la lucha por el relato de la Transición y, dentro de ella, tanto el papel jugado por Europa (dirimido principalmente —y nunca cerrado completamente— entre PSOE y PP desde los primeros años noventa) como el protagonismo de unos u otros en la adhesión a las Comunidades Europeas (y que enfrentó a altos cargos de la Administración y los Gobiernos centristas con dirigentes socialistas y miembros de los Ejecutivos de González desde los años ochenta). Ambos son aspectos básicos para comprender algunas otras importantes claves de la tesis doctoral de Jorge Lafuente sobre Leopoldo Calvo-Sotelo, base que alumbra el magnífico volumen a considerar en estas páginas.
El libro parte de una premisa si no totalmente original, sí menos frecuente de lo que posiblemente debería en las agendas de investigación, como es considerar el periodo de la Transición a la luz del que quizás es el eje fundamental en la definición de la posición internacional de España tras el final del franquismo: el ingreso en el Mercado Común. Para ello, Jorge Lafuente, a través del enfoque biográfico, se aproxima a uno de los grandes protagonistas de las «dos Transiciones», la interior y la exterior: Leopoldo Calvo-Sotelo. Una figura clave pero que, sin embargo, ha pasado relativamente inadvertida —o casi de puntillas— en muchos de los estudios canónicos sobre el periodo. Indudablemente, detrás de la investigación subyace una cierta vindicación de la figura y la labor de Calvo-Sotelo, realizada con un material excepcional, el archivo personal del expresidente del Gobierno, lo cual es una virtud, ciertamente, pero también entraña, en cierto modo, algunos problemas.
Una virtud porque permite una aproximación, que deja pocas fisuras, al ideario de Leopoldo Calvo-Sotelo y a su idea de Europa —guiada, como en tantos otros miembros de su generación, por la manida máxima orteguiana de «España como problema, Europa como solución»— a partir de su implementación en la praxis política con el telón de fondo de su actuación al frente del Ministerio de Relaciones con las Comunidades Europeas —y en menor medida como vicepresidente económico o presidente del Gobierno— sobre la formulación y ejecución de la política europea de España durante veintisiete meses fundamentales. Asimismo, intenta alejar al personaje del estereotipo de tecnócrata frío, distante y eficaz. De hecho, Lafuente presenta a Calvo-Sotelo como un profesional de perfil técnico —ingeniero de caminos— que desde joven manifestó una notable vocación política vinculada con la necesidad de que España participase en el proyecto europeo. Pero sobre todo, le estudia en su condición de «Mr. Europa», como el hombre que tuvo la responsabilidad de generar una estructura político-administrativa de carácter técnico, clave en la definición de las posiciones nacionales para las negociaciones para la adhesión de España a las instituciones comunitarias. Tarea en la que contó con el apoyo de un pequeño grupo de expertos —un equipo de élite, más conocidos como «La Trinidad», por la sede oficial del Ministerio de Relaciones con las Comunidades Europeas y sinónimo durante décadas de lo mejor del «modelo español» de integración europea—, en el que se integraran algunas de las figuras más destacadas de la política europea y de la política exterior española durante los años siguientes.
Al estudio en profundidad y a la descripción minuciosa tanto de esta doble faceta del político gallego como de las estructuras administrativas creadas y de su funcionamiento dedica el autor buena parte de las páginas del libro. Páginas que indudablemente serán de imprescindible consulta para futuros estudios sobre las relaciones España-Europa. Estudios que necesariamente deben de tener continuidad a la hora de estudiar —al igual que se ha realizado en los países de nuestro entorno— tanto la preparación de las negociaciones como su desarrollo y resultados, con un carácter menos generalista, considerando algunos de los principales capítulos de la negociación (veintiuno en total), en el que se tengan en cuenta las posiciones de los sectores implicados y los puntos de vista de los interlocutores sociales junto a la Administración.
Pero también —hasta cierto punto— un problema porque la investigación se resiente en cierto modo de la ausencia de fuentes de recambio que proyecten una mirada más compleja sobre el proceso negociador con países terceros, sobre todo en la perspectiva comunitaria, pero también porque algunos protagonistas aparecen con unos contornos un tanto difusos, como puede ser el caso de Eduardo Punset o el mismo Adolfo Suárez. En lo que respecta a la perspectiva comunitaria, quizás convenga tener en cuenta la importancia de las negociaciones de adhesión sobre los procesos de transición democrática. Y en referencia al caso español, más allá de la negociación técnica, es preciso tener presente que las instituciones europeas se tomarán su tiempo en verificar que la democracia se instala sólidamente; se preguntarán sobre la compatibilidad de los niveles de desarrollo económico, sobre el retraso en las mentalidades, sobre la falta de experiencia en las prácticas comunitarias de una burocracia y una dirección política cuyos atributos —por diferentes razones a las que no son lejanas ciertas permanencias de un antifranquismo latente durante décadas— eran considerados dudosos a ojos de Bruselas. Ciertamente, la homologación democrática abría las puertas a las negociaciones para la adhesión a las Comunidades, pero ello no implicaba necesariamente que estas se fuesen a cerrar de forma rápida, ni que respondiesen a las expectativas y calendarios de los países candidatos, como en el caso español.
Tampoco puede desconocerse, por otra parte, que toda negociación internacional —y evidentemente también las desarrolladas en el marco comunitario— tiene como objetivo la maximización de intereses, que se ven reforzados si se dispone de un conjunto de instrumentos que permitan condicionar el margen de actuación de un país tercero. En el caso de la ampliación al Sur, esta llamémosla, capacidad de influencia de Bruselas, fue el resultado de la combinación de al menos tres variables configuradas a partir de una relación individualizada que se ha ido tejiendo con el país tercero desde la firma de los tratados fundacionales: la adecuación al interés europeo de negociaciones desarrolladas con anterioridad, el nivel de concertación alcanzado entre las diferentes posiciones nacionales de los Estados miembros respecto a procesos de negociación en curso y el grado de implementación política de los resultados parciales de la negociación tanto sobre la Comunidad como sobre el país tercero. Asimismo, no puede ignorarse que las relaciones bilaterales entre el país candidato y los países miembros —singularmente los más importantes— son determinantes, pero también lo son los equilibrios de poder y su relaciones. En suma, en el marco comunitario, tanto hoy como hace cuarenta años, las negociaciones para la entrada —o salida, como ocurre actualmente con el brexit—, son el resultado de la confrontación, defensa y colaboración entre múltiples intereses nacionales en un marco multilateral complejo que resulta atemperado por el acquis comunitario,
Por último, es necesario introducir una última variable, la agenda comunitaria en el periodo de estudio y el lugar que en ella ocupaban la «segunda ampliación» y, más concretamente, las negociaciones con España. Estas, por supuesto, eran un problema importante —que incluso abría brechas en las posiciones comunes de los socios comunitarios— pero no era, ni de lejos, la principal cuestión comunitaria en esos años, lo que no es óbice para que fuese vital para España. Esta relativa «asimetría» a la hora de valorar la importancia de la negociación ayuda a comprender mejor sus contornos. Baste esta observación para matizar la importancia del célebre «giscardazo», que siendo cierto el frenazo que supuso a las negociaciones, como las causas aducidas (coyuntura electoral en Francia, dificultades en la negociación de las reformas comunitarias, actitud británica), también hay que precisar que fue un producto de consumo interno, convenientemente instrumentalizado por el Gobierno y por su partido, y con escasas resonancias fuera de España donde la lectura de lo sucedido fue distinta.
En cualquier caso, todo ello está muy lejos de ser una lectura negativa del personaje o de la obra que nos ocupa, todo lo contrario. No hubo ningún fracaso por parte del equipo negociador y no solo porque a la larga supuso en realidad un ascenso político de Calvo-Sotelo —que, en plena crisis interna de la UCD y con la figura de Suárez en caída libre, fue promovido primero a la Vicepresidencia Económica del Gobierno y posteriormente a la Presidencia del Gobierno—, sino porque en estos años —y en este aspecto es especialmente valiosa la propuesta y la contribución de Jorge Lafuente— es cuando se cerraron algunos de los capítulos más complejos de la negociación desde el punto de vista técnico, y también alguno de los políticos, con las Comunidades Europeas, todo ello en un contexto de crisis, de cambio, de transformación de una también convulsa realidad comunitaria como la de aquellos años, atrapada entre la necesidad de huir de la «euroesclerosis» y la dificultad de hacer compatibles l’approfondissement y l’élargissement con los intereses nacionales de los Estados miembros, en un marco de inevitables e imprescindibles reformas no siempre sencillas de realizar ni en lo técnico ni en lo político. En realidad, ante este escenario, pocas fueron las ventajas —y menos aún las excepciones— que se ofrecieron a España, Portugal o Grecia. Se exigía la asunción completa del acervo comunitario, la única flexibilidad en su cumplimiento dimanaba de los periodos transitorios para su transposición legislativa y cumplimiento efectivo. Los límites eran claros, otra cosa es cómo cada país presentase la situación ante sus respectivas opiniones públicas y se gestionase en el espacio público nacional.
Lo cierto es que las negociaciones con la Comunidades Europeas, independientemente del debate partidista, del acierto o del error de las diferentes estrategias negociadoras implementadas —en realidad, no era mucho el margen técnico y la implementación política de la negociación tenía un tiempo de rodaje—, fueron significativamente un elemento de política de Estado y sobre todo de proyecto-país, y su resultado, un éxito colectivo que, como lo ha expresado en más de una ocasión Santos Juliá, permitió reconciliar a los españoles con su pasaporte, aunque nada más fuese por un momento. O por expresarlo en otros términos: desde el punto de vista de la preparación de las negociaciones, meollo del excelente trabajo de Jorge Lafuente, es necesario no perder de vista que las Comunidades Europeas dispensaron a España el tratamiento otorgado a un Estado europeo más y el nivel de exigencia fue el requerido a cualquier otra país europeo que no hubiese sufrido la experiencia traumática de la dictadura franquista. Nunca hubo, ni se planteó, por Europa una excepcionalidad para el caso español; Calvo-Sotelo y el equipo primigenio de «La Trinidad» fueron los primeros en constatarlo, como bien se desprende de la lectura de este libro imprescindible.
Finalmente, y volviendo a la figura de Calvo-Sotelo, justo es considerar sus luces y sombras, sus éxitos y sus fracasos, que son en buena medida un reflejo del propio desarrollo de la transición a la democracia en España pero también de las dificultades que en aquellos años atravesaba el proceso de construcción europea: un relato de éxito, como decíamos al inicio de estas líneas, que se empaña si tan solo lo vemos desde el presente, y ese es uno de los grandes riesgos para el historiador. El libro de Jorge Lafuente ayuda —y mucho— a conocer la historia y los orígenes de algunos momentos clave para valorar con precisión los acontecimientos del presente y nos proporciona una nueva oportunidad para pensar nuestra relación con el proyecto europeo.