RESUMEN
El presente trabajo aborda la recepción del pensamiento de Bergson en el campo intelectual de la derecha española del periodo de entreguerras a través de la apropiación realizada por el filósofo nacionalcatólico José Pemartín y Sanjuán (1888-1854). Elaborado desde una perspectiva que hibrida diferentes disciplinas para ganar en reflexividad y capacidad analítica, se estudian los textos principales en los que el autor hizo un uso y defensa explícitos de la obra bergsoniana frente al liberalismo y el socialismo, pero también, al anatema que contra el filósofo francés se dispuso desde los sectores más intransigentes de la Iglesia. Así, se pretende mostrar la conexión del pensamiento reaccionario español con redes y debates internacionales y el uso de los bienes intelectuales que circulaban en estos para la legitimación filosófica de un discurso abocado a la fascistización durante los años treinta y que formará parte medular de las políticas franquistas.
Palabras clave: Bergson; José Pemartín; pensamiento reaccionario; modernismo religioso; nacionalismo reaccionario.
ABSTRACT
The main topic of this paper is how the Spanish right-wing intellectuals during the interwar years embraced the philosophy of Henri Bergson by means of the previous borrowing made by the national-catholic philosopher José Pemartín y Sanjuán (1888-1854). Considering a conception of the History of Philosophy that also uses the social sciences to gain in reflexivity and analytical skills too, this work will study the main texts in which the author made an use and an explicit defense of Bergson’s work against liberalism and socialism. But also the paper will make visible the anathema that the most intransigent sectors of the Church sentenced against this French philosopher. Thus, it will be shown the connection between Spanish reactionary thought and international networks and debate forums, as well as the use of intellectual goods that were circulating in these debates in order to philosophically legitimate philosophically a discourse bound to fascism during the thirties and which will form a core part of Francoist policy.
Keywords: Bergson; José Pemartín; reactionary thought; religious modernism; reactionary nationalism.
La historia de España no puede seguir leyéndose al margen del contexto internacional y es importante que desde hace tiempo, en ámbitos o áreas diversas del campo historiográfico y sus afines, se esté rompiendo con el paradigma de su «excepcionalidad». Esto es especialmente prioritario respecto al periodo que se estudia en este trabajo, cuya historia del pensamiento filosófico y político es imposible de entender al margen de la coyuntura europea abierta desde la Gran Guerra y de los debates que circulaban por sus redes intelectuales. También es así para los sectores de la sociedad española supuestamente ajenos o enfrentados a la «extranjerización», posición a la que apresuradamente se asocia el pensamiento reaccionario hegemónico en la derecha española de aquellas décadas, que fundamentalmente enarboló la «teología política» del nacionalcatolicismo[1].
Ninguna tradición intelectual sobrevive a la autarquía, es decir, si no se somete
a una redefinición que la sintonice con los nuevos acontecimientos sociales, políticos
o culturales intra y transfronterizos de su tiempo, aun cuando la meta sea mantener
su matriz ideológica tradicional. Y ninguna actualización conceptual o terminológica
es posible si sus agentes no se mantienen conectados con redes afines internacionales.
Además, el intercambio entre redes intelectuales y sus procesos de emisión y recepción
de teorías o conceptos puede ir acompañado, de forma relativamente independiente,
de estrategias políticas compartidas. De tal modo, si bien ha sido habitual considerar
el nacionalismo reaccionario español como una especie de nota distintiva respecto
al fascismo europeo —es más, lo que vendría a «salvarnos» del totalitarismo, representación
que actualmente se construye desde el llamado «revisionismo» franquista—, en realidad,
aun con sus particularidades, formaba parte de un sujeto político europeo polifacético.
Así, el historiador Ismael Saz ha señalado que al quedar apartada por el debate historiográfico
acerca de la naturaleza del fascismo, y haberse estudiado de modo aislado, la cuestión
del nacionalismo reaccionario necesita de un debate propio que dé lugar a un análisis
más riguroso. Además, al mantenerse abierto el problema acerca de las ideas y creencias
que movieron tanto a los fascistas como a los no-fascistas, existe una imprecisión
conceptual importante. De tal modo, el «nacionalismo reaccionario» responde a una
cultura política específica, conforma un complejo ideológico tan transnacional y tiene
efectos históricos tan importantes como los del propio fascismo. Por lo tanto, se
trata de un sujeto político-ideológico distinto del fascismo con el que, manteniendo
elementos de proximidad, se vio obligado a aliarse en el terreno de la lucha social
y política, como ocurrió en el proceso de fascistización que se desarrolló en las
derechas españolas durante la II República y la Guerra Civil Gallego ( Gallego, F. (2014). El evangelio fascista. La formación de la cultura política del Franquismo (1930-1950).
Barcelona: Crítica.
Ambas posiciones rivalizaron por la hegemonía en el campo europeo de la derecha hasta
1945 González Cuevas ( González Cuevas, P. C. (1998). Acción Española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936).
Madrid: Tecnos.
Morodo, R. (1985). Los orígenes ideológicos del Franquismo: Acción Española. Madrid: Alianza.
Olabarría Agra, J. (1990). Fuentes francesas de Acción Española. Historia contemporánea, 3, 219-238.
Giocanti, S. (2008). Charles Maurras: Le chaos et l’ordre. Paris: Flammarion.
En un contexto de predominio del naturalismo y del positivismo, tanto Bergson como
el pragmatismo norteamericano aportaban, desde finales del siglo xix, una crítica a la idea de objetividad, señalaban los límites de la razón, reducían
la capacidad de la inteligencia discursiva y subordinaban el conocimiento a razones
técnicas o instrumentales, defendiendo a la intuición como la vía para una captación
verdadera de la realidad Sternhell et al. ( Sternhell, Z., Sznajder, M. y Asheri, M. (1994). El nacimiento de la ideología fascista. Madrid: Siglo XXI.
Pemartín fue un caso singular en el marco de la recepción de Bergson en España, el
cual nos permite profundizar en las relaciones entre el modernismo y la radicalización
de las derechas apuntada por autores como Roger Griffin
Para analizar adecuadamente la recepción de filosofemas en un campo intelectual distinto al de donde fueron producidos, hay que tener en cuenta que ninguna importación se realiza desde cero, porque para ello se debe de contar con una disposición intelectual o cultural previa así como con unas condiciones sociales y materiales de posibilidad en el campo receptor. Del mismo modo, difícilmente se «recibe» una filosofía foránea si no se dispone de una línea autóctona con la que pueda enganchar. Así, el proceso de recepción no es pasivo por parte de los que incorporan determinados conceptos a su discurso, sino que requiere un ejercicio creativo de adaptación y uso en función del capital cultural, posiciones en el espacio social, así como las expectativas o circunstancias por parte de los agentes receptores. Teniendo esto en cuenta, el cometido de este y el siguiente apartado es esbozar la primera recepción del pensamiento de Bergson en España, con el objetivo de establecer después la posición de Pemartín respecto a la misma, si bien el espacio no nos permite desarrollar con mayor detalle la trayectoria vital que lo convirtió en un señorito culto y cosmopolita.
Nacido en Jerez de la Frontera el 29 de febrero de 1888 y perteneciente a una importante
familia de bodegueros jerezanos —que era de antepasados franceses, de la región del
Bearne— venida a menos a finales de siglo, Pemartín aprobó el Bachillerato en la Sorbona
y acudió a los cursos de filosofía de Bergson en el Collège de France en 1904. Allí
se impregnó del ambiente espiritualista que reinaba entre los jóvenes estudiantes
católicos que encontraban en el vitalismo filosófico un asidero frente al reinante
positivismo de tradición comtiana. Dos décadas después, tras haberse licenciado como
ingeniero metalúrgico en París, hacerse cargo de la gerencia de las bodegas de la
familia, así como casarse e instalarse en Sevilla, se vinculó con los círculos católicos
conservadores del periódico sevillano El Correo de Andalucía, que llegó a dirigir en 1926, año en el que pasó a formar parte del Comité de la Unión
Patriótica —el partido único de la dictadura de Miguel Primo de Rivera— de la capital
andaluza. En 1927 fue elegido miembro de la Asamblea Nacional Consultiva y empezó
a escribir asiduamente en La Nación, publicación destinada a legitimar ideológicamente al régimen y a propugnar un nuevo
modelo de Estado inspirado en el corporativismo y el fascismo italiano. En esta militancia
se encontró y colaboró con José Calvo Sotelo, Eduardo Aunós, Ramiro de Maeztu o José
María Pemán, del que era primo-hermano. Desde entonces, desarrolló una intensa actividad
de conferenciante «menor», especialmente en los espacios católicos y aristocráticos
de Sevilla, publicando en 1928 Los valores históricos en la Dictadura española, obra de carácter apologético prologada por el dictador Una primera aproximación biográfica en Quiroga Fernández ( Quiroga Fernández, A. (2007). Los orígenes del nacional-catolicismo. José Pemartín y la Dictadura de Primo de Rivera.
Granada: Comares.
Pemartín era un lector libre alejado del modelo teologal del filósofo seminarista que se impondrá en el primer franquismo. Combinaba banquetes en el Ritz, con la burguesía industrial madrileña, o visitas al Coto de Doñana, con la aristocracia andaluza, con las conspiraciones políticas y la lectura y escritura filosófica. Sus elaboraciones pueden dividirse en tres líneas: una, que muestra los límites de su discurso, son los programas políticos de los partidos en los que militó, las directrices que se desprenden de las encíclicas papales de León XIII (Rerum novarum) y de desarrollos teológicos como los de Jaime Balmes, Zacarías de Vizcarra o el pensamiento del carlista Vázquez de Mella; otra, que armaba de actualidad su discurso y ponía al pensamiento reaccionario español en relación con la filosofía europea de su tiempo, atendía a Nietzsche, Bergson, Ortega, Heidegger o Scheler, en la medida en que eran autores que ponían de relieve la crisis de la razón moderna. En tercer lugar, prestó especial atención a la filosofía de la ciencia francesa que va desde Henri Poincaré y Pierre Duhem hasta Gastón Bachelard, pasando por León Brunschvig y Émily Meyerson, a quienes utilizó como arma de desmontaje de las pretensiones del positivismo y de correctivo hacia las implicaciones filosóficas de la física de Albert Einstein, que consideró una culminación del cartesianismo, origen de la banalidad materialista y mecanicista. En este conjunto de influencias primó la «marca Francia» y dentro de este espectro es donde hay que situar su interés por la filosofía de Bergson, del que se convirtió en su principal receptor en el subcampo intelectual de la derecha española.
Desde un primer momento, la filosofía de Bergson se recibió en España en campos muy diferenciados. Dejando a un lado la influencia en la literatura a través de autores como Clarín, Pérez de Ayala o Antonio Machado, desde el punto de vista de la historia de la filosofía española la primera obra que contó con cierta resonancia fue L’Evolution Créatrice, de 1907. Esta se leyó desde prismas antagónicos. Por ejemplo, los institucionistas se sintieron atraídos por sus vínculos con el pragmatismo norteamericano e incorporaron —consciente e inconscientemente— algunos de los filosofemas bergsonianos a su defensa de la reforma pedagógica. Sin embargo, los sectores eclesiásticos, más que al pragmatismo, atendieron a los aspectos metafísicos de la obra de Bergson, viendo en esta una perversión de la ortodoxia católica asociada al modernismo religioso, cuya polémica explosionó en Francia justamente el mismo año en el que aquella obra se publicó.
El llamado «modernismo religioso» fue un movimiento surgido en el seno del catolicismo que se caracterizó por buscar la renovación de la Iglesia a través de una postura receptiva hacia lo espiritual, en términos vitalistas e irracionalistas. La reacción modernista francesa encontró en el bergsonismo una salida filosófica a las inquietudes renovadoras que recorrían seminarios e institutos de teología, convirtiéndolo en la base de un espiritualismo que convencía a muchos jóvenes poco atraídos por la teología escolástica. Un ejemplo muy ilustrativo es el relato que de dicho ambiente hizo el eminente medievalista Étienne Gilson. Admirador de las primeras obras de Bergson, reconoció que su ataque al cientifismo, el materialismo y el determinismo fue un acontecimiento decisivo para los jóvenes católicos dedicados a la filosofía de su tiempo. Mostrando dicho desencanto con la escolástica, recordaba:
Criticismus refutatur, positivismus refutatur, era demasiado fácil; al hacer, de una manera abierta, profesión de rechazar a priori como falsa toda doctrina filosófica cuyo espíritu o conclusiones contradijeran las
verdades de la religión cristiana, tenían, se sabía, teológicamente razón para condenar
a sus adversarios, pero no siempre se sabía por qué éstos estaban filosóficamente
en lo falso. La llegada de Bergson al campo de batalla cambió el sentido y las condiciones
del combate. Cuando el nuevo campeón entró en la liza, la negación de la metafísica
en nombre de la ciencia moderna se vio contrarrestado por las afirmaciones contrarias
de una metafísica situada en la prolongación exacta de esta misma ciencia. El positivismo
estaba derrotado por un espíritu más positivo aún que el suyo. Al mostrarse más exigente
que ellos en materia de ciencia, Bergson acababa de realizar una innovación triunfal
en el criticismo y el cientifismo Gilson ( Gilson, É. (1962). El filósofo y la teología. Madrid: Guadarrama.
La memoria de Pemartín de sus años de estudiante en París, que evocará en distintas ocasiones, ayuda a entender su afición por un filósofo francés que también será anatemizado más adelante, por su origen judío y su condena del Régimen de Vichy, por el franquismo:
Con una gran emoción las jóvenes generaciones francesas del principio del siglo xx, entristecidas por una herencia de pesimismo nietzscheano y de positivismo materialista,
acudían a las lecciones del maestro, titular de la Cátedra de Filosofía del Collége
de France, y bajo el encanto de la palabra más elegante y la más maravillosamente
coloreada, veían al espíritu —casi desterrado hacía cincuenta años de los cursos de
filosofía—, surgir finamente del análisis de los primeros estados de la conciencia,
de esa sutil puerta del espíritu que se llama la memoria, que detiene o deja pasar
misteriosamente el flujo intermitente de nuestros recuerdos, de nuestros pensamientos,
de nuestros ensueños... Pemartín ( Pemartín, J. (1934b). Cultura y nacionalismo. Acción Española, 66-67, 600-601.
El primero en trasladar el intuicionismo del filósofo francés al campo de la teología
fue Edouard Le Roy, que acabó siendo sucesor de la cátedra de Bergson en el Collège
de France. En este centro también impartía clase el historiador del cristianismo Abbé
Loisy, que desató la crisis modernista con su obra El Evangelio y la Iglesia (1902)
La condena al modernismo se abrió con la encíclica Pascendi de Pío X promulgada en 1907. En ella se proclamaba, desde una defensa férrea del tomismo,
la posibilidad de un conocimiento racional de Dios y se condenaban las ideas kantianas,
pero implícitamente, también las bergsonianas. La encíclica no venía sola, sino que
el Vaticano publicó en 1910 el Motu Propio Sacrorum Antistitum, por el que se imponía un juramento antimodernista a los futuros miembros de la Iglesia,
afirmando que los estudios sacerdotales solamente debían de contemplar la filosofía
escolástica, produciéndose así una purga de los seminarios y facultades católicas
de los simpatizantes con el modernismo. Más específicamente, el bergsonismo, entendido
como una filosofía de la «inmanencia vital», fue condenado por el Vaticano en 1914,
contando con duras críticas desde el campo teológico, como las de Jacques Maritain
en su La philosophie bergsonienne, de aquel mismo año. En España se hicieron eco del anatema la mayor parte de la prensa,
libros e instituciones ligadas a la Iglesia y al catolicismo social (El Debate, ABC...), que reprodujeron la condena contra la obra y persona del filósofo y orquestaron
una campaña de desprestigio contra la degeneración espiritualista en la que desembocaba.
Si bien al bergsonismo se acercaron católicos liberales como Maeztu, Miguel de Unamuno
o Juan Domínguez Berrueta —estos dos últimos eran amigos de intelectuales cercanos
a Bergson como François Chevalier y Maurice Legendre—, autores como los padres Marcelino
Arnáiz, Eustaquio Ugarte de Ercilla o José Cuervo lo criticaron duramente Lacau St Guily ( Lacau ST Guily, C. (2010). Une histoire contrariée du bergsonisme en Espagne (1889-années 1920). Alicante: Biblioteca Cervantes Virtual.
Lacau ST Guily, C. (2015). Henry Bergson en Espagne. Une histoire contrariée (1875-1930). Paris: Editions L’Harmattan.
Respecto a Ortega, los enlaces con Bergson son importantes, y se podían establecer
en tres puntos que, a su modo, repetirá Pemartín. En primer lugar, compartían una
concepción amplia de la filosofía, que dialogaba con las ciencias; en segundo, la
«lealtad a lo real», lo concreto e individual, y por último, situaban a la vida como
fenómeno central de reflexión
A pesar de lo dicho y siendo cierto que tenía muy presente la obra de Ortega, es difícil
establecer vías directas dentro del campo filosófico o político españoles a través
de las cuales Pemartín recibiese esa posición filosófica y la incorporase a su discurso
reaccionario, poniendo el intuicionismo al servicio de la defensa de los valores tradicionalmente
esgrimida por los pensadores ultracatólicos españoles; valores que, resumidos en el
lema carlista «Dios, Patria y Rey», eran los propios de la representación del «orden» social que primaba en la burguesía reaccionaria de la que provenía. Lo lógico,
especialmente por su vinculación a la Asociación Católica Nacional de Propagandistas,
hubiese sido su adhesión a la condena del bergsonismo por parte del Vaticano, pero
no fue así. Más adelante se verá su explicación al respecto, pero tiene mucho que
ver con que Pemartín, que contaba con un importante patrimonio familiar, nunca aspiraría
a una carrera académica en el mundo de la filosofía y por tanto se tomaba licencias
no adecuadas para quien sí tuviese que hacerlo, sobre todo si quería realizarla por
los canales eclesiásticos —las trayectorias de los filósofos Xavier Zubiri, que hizo
el juramento antimodernista, lo que vivió con profunda desolación, o la de Juan David
García Bacca explican mucho al respecto—. En cualquier caso, había una brecha que
permitía jugar con el vitalismo bergsoniano dentro del marco de posibilidades que
aquella condena permitía. Esa era la posición mantenida por el sacerdote Juan Zaragüeta,
quien trató, como dice Camille Lacau St Guily, de reconciliar lo irreconciliable
Aunque al comienzo se mantuvo cauto, repitiendo las tesis que el cardenal Mercier
publicó en 1908 advirtiendo sobre la peligrosidad de las lecturas modernistas, su
interés por la psicología llevó a Zaragüeta a incorporar poco a poco ideas fundamentales
de la filosofía de Bergson, a quien acabará dedicando una amplia monografía en la
significativa fecha de 1941
Entender ese sesgo «modernista» en el seno del propio catolicismo es importante para delimitar el uso de las ideas de Bergson por parte del jerezano, pero no es suficiente. Hasta donde sabemos, el jerezano no siguió ninguna maestría dentro del campo filosófico español para recibir y usar esa filosofía, sino que hacía una lectura propia, más situado en relación directa con el campo intelectual francés y sus redes de intelectuales derechistas y católicos que con el español, emulando por tanto la lectura que podían hacer otros lectores de disposición autoritaria en otros países europeos.
Para Permartín, Bergson se sumaba a unos signos de cambio más generales que probaban
el derrumbe y superación del racionalismo: la crisis de la física clásica a manos
de la mecánica cuántica, el auge de la teoría de los valores objetivos de Heinrich
Rickert o la axiología de Max Scheler, la filosofía de Herman Cohen y Edmund Husserl,
etc., que junto al vitalismo levantaban acta del fin de la modernidad y con ello,
de todo lo que le estaba asociado, desde el racionalismo al positivismo, desde el
liberalismo al socialismo, todo ello pensado siempre desde una concepción «salvaje»
—es decir, no erudita, no amaestrada académicamente, y a su vez, maniquea y profundamente
guerrera— de la historia de la filosofía. Así, en sus primeros textos se encuentran
términos bergsonianos que conocía desde antes de la polémica modernista y que usaba
teniendo como objetivo fundamental el combate político, que en el contexto español
de recepción de tales ideas incluía, de suyo, la cuestión religiosa. Si el enemigo
fundamental era el idealismo en política, en tanto que estaba asociado a las aspiraciones
democráticas del liberalismo y del igualitarismo socialista, la obra del francés también
le servía para plantear una teoría aristocrática del conocimiento, con la legitimación
de las jerarquías sociopolíticas que le acompañaban. Por tanto, si bien es importante
tener en cuenta los prismas señalados respecto a la recepción de Bergson en España
y su cercanía con la línea particular de Zaragüeta, hay que indicar que el jerezano
llevó a cabo una incorporación propia del bergsonismo a su actividad ideológica e
intelectual. Y en dicha apropiación que comienza en los años veinte va a primar una
concepción irracionalista, tanto de la filosofía como de la política, cuyos paralelismos,
y a falta de un estudio más sistemático de las redes intelectuales en las que se desenvolvía,
se pueden observar más claramente fuera de España. Por ejemplo, con la influencia
de Bergson en Georges Sorel ya indicada, en Charles Maurrás
Ya se indicó que una vez instalado en la capital de los señoritos del sur, desde 1926
Pemartín empezó a publicar cada dos semanas en el órgano de prensa y propaganda del
régimen de Primo de Rivera, el citado diario La Nación Una síntesis temática en López Íñiguez ( López Íñiguez, J. (2010). El nacionalcatolicismo de José Pemartín. Almería: Círculo Rojo.
Si por una parte una crisis civilizatoria provocada por la Gran Guerra atravesaba el continente minando los principios de la democracia liberal, por otra, en el campo científico, los nuevos descubrimientos a partir de Einstein y la teoría atómica amenazaban la seguridad de la concepción moderna y newtoniana del mundo. Así, en su etapa de La Nación, Pemartín encontraba en la crisis de la física clásica una base argumental para arremeter contra el liberalismo y la democracia, al hacerlos herederos del racionalismo kantiano y rousseniano, y en última instancia, del cartesianismo. De ese modo, la democracia parlamentaria constituye uno de los momentos de mayor degeneración o desnacionalización de España. Según Pemartín, el siglo xix estaba representado por dos escuelas de pensamiento distintas. Por un lado la «inmanentista», derivada del kantismo, que suponía la moral del imperativo categórico trasladada al derecho. Concretada de manera formal en Rousseau y la Revolución francesa, el inmanentismo pretendía que la verdad política y la legitimidad del Gobierno fuese producida por la masa, desde dentro de la «opinión pública». Por otro lado, el trascendentalismo, representado por el tradicionalismo, establecía un orden trascendente desde fuera de la masa y que da sentido a las acciones de la misma. Ese trascendentalismo era una vía «realista» para la solución de los problemas políticos ocasionados por la herencia ilustrada.
La acusación al «apriorismo» kantiano como origen del fanatismo político propio del
socialismo será muy habitual en Pemartín. En él se basarían tanto los principios absolutos
de la ciencia física, que reduce la consideración de todo lo real a meras categorías
cuantitativas, como los de la soberanía absoluta del pueblo; «ucronismos», expresión
de Ortega, que se derrumbaban a mediados de los años veinte. Muy influido por España invertebrada, consideraba que el irracionalismo era la corriente que debería comandar la nueva ideología
política europea. Y lo cierto es que en sus textos de La Nación Al respecto, destacan «Reintegración de lo dislocado», La Nación, 18-11-1926; «Las ideas de nuestra política», La Nación, 31-1-1927; «Ídolos y máscaras», La Nación, 26-2-1927; «Más allá del racionalismo», La Nación, 14-6-1927; «La libertad colectiva», La Nación, 15-10-1927; «La muerte de una clase», La Nación, 22-11-1927; «La realidad velada», La Nación, 29-3-1928; «Las dos escuelas», La Nación, 4-4-1928; «Los médicos de Molière», La Nación, 16-5-1928.
Los principales ejes de la filosofía de Bergson son los conceptos de «intuición» y «duración», que desarrolló a la contra del análisis positivista de los
fenómenos psíquicos. La razón científica reducía el tiempo a una forma de espacio
al estudiar los hechos de conciencia como si de hechos físicos se tratase, midiéndolos
de modo cuantitativo y ordenándolos mediante la ley de sucesión, al modo de cómo se
ordenan los objetos espacialmente. Sin embargo, hay que diferenciar entre un tiempo
espacializado, que construyen la ciencia y la razón geométrica, del tiempo auténtico,
que es el de la «duración» en la vida interior de la conciencia y en el que los momentos
no pueden diferenciarse como estados distintos y continuos. De modo que no es posible
medir ninguna vivencia interior de la conciencia, sea la representación, la volición
o la memoria Bergson ( Bergson, H. (1973). La evolución creadora. Madrid: Espasa-Calpe.
En un primer momento, Pemartín incorpora la idea de «intuición» a su concepción psicologista
del pueblo español. Este siempre la ha llevado consigo, en tanto que percepción directa
de la «esencia de los fenómenos y las cosas», como a priori en su relación práctica con el mundo. Ese «realismo» es un rasgo que define la excepcionalidad de la inteligencia mediterránea.
Así que frente al «conceptualismo» de los pueblos del norte, los pueblos mediterráneos
«con nuestro intuicionismo sintético meridional practicábamos la cosa»
Este punto pone en relación la crítica al igualitarismo social con la fundamentación de una visión jerárquica del acceso a la verdad. Como señaló Lukàcs:
[…] la posición central asignada a la vivencia en la teoría del conocimiento de la
filosofía de la vida inculca necesariamente una actitud aristocrática. Una filosofía
de la vivencia sólo puede ser intuitiva, y la capacidad de intuición es, al parecer,
patrimonio de los elegidos, de los miembros de una nueva aristocracia. Andando el
tiempo, a medida que se agudicen todavía más las contradicciones sociales, se proclamará
abiertamente que las categorías del entendimiento y la razón son las que corresponden
a la chusma democrática y que los hombres realmente escogidos y superiores sólo se
asimilan el mundo a base de la intuición. La filosofía de la vida profesa, por principio,
una teoría aristocrática del conocimiento
Esa «teoría aristocrática del conocimiento» desembocaba en la negación de la política en favor del pragmatismo tecnócrata y del decisionismo autoritario que en su día defendió Donoso Cortés. Frente al utopismo liberal, el Estado debía de regirse por una organización más técnica y eficaz, que acabase con el debate político. Así que cuando Pemartín toma el intuicionismo bergsoniano como instrumento justificador de un Estado contrarrevolucionario no hacía más que sumarse a un asalto a la modernidad ilustrada presente en toda Europa. Entre sus rasgos se hallaron la sobrevaloración de la acción y la defensa, desde postulados vitalistas, del decisionismo y de la legitimidad de la violencia.
Tras la caída de la dictadura y la llegada de la II República, mientras militaba en
los partidos de la extrema derecha alfonsina y antidemocrática, Pemartín participó
en la revista Acción Española. Con esta publicación clave del pensamiento ultraconservador del siglo xx español, imprimió textos sobre problemas de actualidad política, científica, literaria
y filosófica. Así, uno de los artículos que ha sido citado en ocasiones es la crítica
a la que sometió la interpretación orteguiana de la física de Einstein Pemartín ( Pemartín, J. (1932). La Física y el Espíritu III. Acción Española, 20, 131-146.
Ortega y Gasset ( Ortega y Gasset, J. (2005). Obras Completas. Tomo III. Madrid: Taurus, Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón.
Castro Sánchez, Á. (2013). Filosofía y ciencia en el pensamiento reaccionario español
durante la II República. La figura de José Pemartín. Éndoxa: Series Filosóficas, 32, 133-152.
Pemartín, interesado en desprestigiar a un filósofo considerado entonces un precursor
de la República, escribió que Ortega se precipitaba al considerar a Einstein como
una superación del cartesianismo, porque más bien representaba la culminación de la
aspiración fundamental de este: el sustituir una consideración realista y cualitativa
de la realidad por un nominalismo matemático absoluto. En esta crítica, una de las
pocas que recibió Ortega en este punto, Pemartín se apoyó en la confrontación que
el propio Einstein tuvo con Bergson años antes. El francés había tomado contacto con
las teorías del físico en el Congreso Internacional de Filosofía de Bolonia de 1911
a través de una exposición del físico Paul Langevin
Por una parte, habría un mundo atemporal, objetivo-material, extenso y por tanto mensurable; pero por otra, un mundo subjetivo, psicológico e inextenso que sería el de la «duración» en la conciencia y al que la ciencia no podía acceder de modo positivo. Entre otras cosas, eso permitía defender un espacio para el espíritu en términos de dualismo antropológico, así como un papel salvífico de la filosofía frente al naturalismo cientificista.
La idea de una realidad dinámica y que se realiza temporalmente, que «es» tiempo,
es algo que obsesionó a Pemartín el resto de su vida. En su obra Introducción a una filosofía de lo temporal, escrito en 1936, criticaba las visiones estáticas y cuantitativas del cosmos tradicionales,
cuya última versión, que suponía el agotamiento del pensamiento occidental, era la
física moderna por haberse limitado a lo puramente espacial. Pemartín hablaba de una
«metástasis» del pensamiento occidental que iba más allá de la actitud estática del
idealismo que Einstein repetía, en una línea de defensa de lo cualitativo que partía
de Nietzsche y Bergson y a la que se sumaban Scheler y Heidegger Pemartín ( Pemartín, J. (1934a). Vida cultural. Acción Española, 42, 594-595.
El jerezano se reconocía parte de aquella generación de 1900 compuesta de estudiantes franceses que, viendo agotadas sus energías ante el predominio del positivismo, encontraron en Bergson un soplo de aire fresco y una vía de defensa de lo espiritual. Eso es algo que reprochó a la Iglesia no haber asumido con inteligencia, como también hará Gilson en la obra citada al principio de este trabajo, porque no supo ver que su filosofía abrió un camino espiritualista para la religión católica. Su mérito fue demoler las bases del positivismo desde su propio terreno, desde el lenguaje propio de las ciencias experimentales y no desde el lenguaje de la «escolástica», solamente accesible para un grupo de «iniciados», lenguaje que obviamente no podía ser del gusto de las juventudes universitarias de aquella época.
En segundo lugar, en el núm. 66 de Acción Española, dedicaba de nuevo unas líneas a la relación del bergsonismo con la filosofía tomista
con motivo de la publicación de Les Deux Sources de la Morale et de la Religion ( Pemartín, J. (1932). La Física y el Espíritu III. Acción Española, 20, 131-146.1932). Para ello no recurría a Zaragüeta —al que no citaba—, sino a algunos autores franceses
que desde la ortodoxia católica habían indagado esa vía, como el Padre Sertillanges,
mostrando bastante conocimiento de la bibliografía que tanto el bergsonismo como el
antibergsonismo habían generado en el país vecino. Cabe recordar que lo que llevó
a colocar en el índice de libros prohibidos las obras de Bergson en 1914 fue su «peligro modernista».
Sin embargo, para Pemartín «Dios elige los caminos que quiere» y la Iglesia no debe
de tener una filosofía propia. Es más, la filosofía bergsoniana «ha hecho, en conjunto,
mucho más bien que mal»
Respecto a la cuestión de la continuidad entre materia y espíritu que Maritain reprochó a Bergson acusándolo de «panteísta», hay que recordar que este hacía del cerebro un instrumento de la conciencia en el que la inteligencia se ponía a resolver cuestiones prácticas, siendo privilegio del espíritu la comprensión y el propio pensamiento —la representación—. Sería la memoria el punto de enlace, de flujo, entre la mente y el cerebro. Recuerda que la síntesis buscada por Bergson se resuelve en la noción de «impulso vital», mediante la cual, como creación continua, la «materia» se deshace y asciende organizando la vida a través de la misma. Lo mismo ocurre en el hombre, cuyo espíritu asciende y se libera de la materia que lo aprisiona en un proceso temporal irreversible. Así, aun reconociendo el «monismo» de Bergson, valora que con su voluntad de síntesis acabe afirmando la liberación del espíritu sobre la materia como el secreto íntimo y esencial de la vida del hombre.
Por último, Pemartín escribió, sin reparos, que de Les Deus Sources... se desprendía una filosofía de la historia que coincidía, en su fondo, con la que
defendía Acción Española. Para su demostración, atendió a la teoría social de la moral y la teoría de las religiones
que presentaba la obra. En las sociedades primitivas dominó, según Bergson, una moral
instintiva que se traducía en un sentimiento de obligación derivado de la presión
del grupo. A esa «moral cerrada» se le opuso una «moral abierta» de vocación universalista.
Así, el «impulso vital» evolucionó desde una moral del instinto a una moral de la
intuición espiritual, la cual está llamada a superar las circunscripciones de la familia
y de la patria en vistas al amor universal. De ese modo, la teoría social de la moral
desembocaba en una teoría de la religión, que le llevó a dividir a esta en una religión
estática que lastra la moral de los pueblos primitivos y una religión dinámica, de
corte universalista. Esta sería obra de unos «individuos privilegiados» en los que
surge una «intuición», una actividad espiritualmente superior, un impulso hacia el
verdadero fin que no es otro que la divinidad y el amor, ambos esencias del misticismo.
Por ello, el único porvenir que puede esperar la humanidad tendría que venir gracias
a la propagación de la mística cristiana, cuya dirección coincide con la del «impulso
vital». De forma que la orientación salvacionista del misticismo cristiano de Bergson
coincide con la del clasicismo católico que de modo particular ha sido representado
por España a largo de su historia. Este fue perfectamente defendido por Maeztu en
su Defensa de la Hispanidad, donde esta última se presenta como objetivo colectivo, como fin y fundamento de una
nación española que ha sido imprescindible para la historia universal
Este es el modo en que la instrumentalización de la filosofía de Bergson pudo servir tanto para justificar el golpe militar de julio de 1936 o para darle estatus teórico a la propuesta de un «fascismo católico» que Pemartín hizo durante la guerra, incorporándolo a un metarrelato dirigido a establecer la lógica identitaria que legitimó tanto la limpieza política en la zona rebelde como la futura biopolítica del régimen franquista. Y aún operará en la concepción idealizada del papel de España en la historia que se tratará de utilizar como maquillaje ante la comunidad internacional una vez vencidos los fascismos.
Algo que tuvieron en común las diferentes formas de irracionalismo que surgieron de
las ruinas del pensamiento ilustrado fue el haber despuntado en los países que se
encontraban embarcados dentro de la carrera imperialista y belicista de comienzos
del siglo xx, como fue el caso de Francia. En ellos, algunos filósofos se vieron vinculados a la
radicalización de las ideas nacionalistas, contribuyendo al giro autoritario que tuvo
lugar tras la Gran Guerra por las lecturas ideológicas que desde determinados sectores
se hizo de ellos. En el plano de la teoría, estas alimentaron el desprecio del materialismo
y de toda concepción del mundo basada en unos fundamentos racionales y científicos,
privilegiando la acción sobre la razón. Por ejemplo, en 1929, Paul Nizan señalaba,
comentando en la revista marxista la obra de Georges Politzer Bergsonism, a Philosophical Hoax (Le Bergsonisme, une Mystification Philosophique),
de qué modo la filosofía de Bergson era un episodio de la lucha de la burguesía reaccionaria
de su tiempo contra la Revolución. Veinte años después, un joven Louis Althusser compararía
la reacción del bergsonismo contra la tradición kantiano-hegeliana con la emprendida
por Jacobi contra las ideas ilustradas a finales del siglo xviii, señalando la existencia de dos filosofías: una, la del concepto, que permite discusión
racional y demanda argumentación, y otra, la de la intuición, que en última instancia
sitúa la posibilidad de acceder a la verdad en un don de Dios, siendo en esencia una
filosofía aristocrática y reaccionaria
Con sus textos, Pemartín estaba incorporando al discurso del subcampo intelectual de la derecha española un tema de trascendencia europea, y las evocaciones del filósofo francés tuvieron que jugar un importante papel ritual en sus numerosas conferencias en los espacios locales en los que se desenvolvió. Del mismo modo que dotaba de actualidad su defensa del tradicionalismo, como importante elaborador teórico en el grupo de los monárquicos que se enfrentaron a la II República, primero, y a la permanencia de Franco, después, colocaba una pieza que permitía el diálogo con los fascismos. Ya por último, Bergson le serviría para su propia singularización intelectual como filósofo empeñado en elaborar una ontología del tiempo propia.
En definitiva, el análisis de la recepción del pensamiento del filósofo francés en el campo intelectual de la extrema derecha española revela la necesidad de estudiar esta en conexión con el contexto cultural y filosófico europeo, así como las redes intelectuales internacionales de las que formaba parte. Por otro lado, muestra que tanto el fascismo como los movimientos autoritarios y reaccionarios que marcaron la vida social y política de la Europa de entreguerras no se pueden entender únicamente desde el estudio de las estructuras, prácticas o regímenes, prescindiendo de las ideas —vehiculadas, entre otros medios, en textos que hay que interpretar adecuadamente— que mantenían en movimiento a sus agentes. Por último, se muestra la fecundidad del análisis de las trayectorias de pensadores menores y cómo en ellos se reflejan de modo muy realista los contornos de una época.
La cooperación entre disciplinas, en este caso, la historia y la filosofía, puede traer consigo una práctica inteligente de ambas a la hora de producir conocimiento crítico sobre los procesos y acontecimientos del pasado. Respecto a Bergson, que nunca fue afín a la extrema derecha y seguiría odiado por amplios sectores del nacionalcatolicismo español, cabe decir que al igual que otros, como el propio Nietzsche o quien nublará totalmente su figura, Martin Heidegger, es un autor polifónico que permite lecturas y usos diversos, tal y como por ejemplo se pueden localizar en el papel fundamental que jugará en la filosofía de Gilles Deleuze o Félix Guattari décadas después, cuyas posturas fueron diametralmente opuestas a la cultura política que Pemartín contribuyó a actualizar.
Antliff, M. (1993). Inventing Bergson. Cultural Politics and the Parisian Avant-Garde. Princeton: Princeton University Press. |
|
Atencia, J. M. (2003). Razón, intuición y experiencia de la vida. Coincidencia y divergencias entre H. Bergson y J. Ortega y Gasset. Logos. Anales del Seminario de Metafísica, 36, 67-98. |
|
Bergson, H. (1973). La evolución creadora. Madrid: Espasa-Calpe. |
|
Bergson, H. (2004). Duración y simultaneidad (A propósito de la teoría de Einstein). Buenos Aires: P.U.F. |
|
Castro Sánchez, Á. (2013). Filosofía y ciencia en el pensamiento reaccionario español durante la II República. La figura de José Pemartín. Éndoxa: Series Filosóficas, 32, 133-152. |
|
Castro Sánchez, Á. (2018). La utopía reaccionaria de José Pemartín y Sanjuán (1888-1954). Una historia genética de la derecha española. Cádiz: Universidad de Cádiz. |
|
Cerezo Galán, P. (2003). El mal del siglo. El conflicto entre Ilustración y Romanticismo en la crisis finisecular del siglo xix. Madrid: Biblioteca Nueva. |
|
Gallego, F. (2014). El evangelio fascista. La formación de la cultura política del Franquismo (1930-1950). Barcelona: Crítica. |
|
Gilson, É. (1962). El filósofo y la teología. Madrid: Guadarrama. |
|
Giocanti, S. (2008). Charles Maurras: Le chaos et l’ordre. Paris: Flammarion. |
|
González Cuevas, P. C. (1998). Acción Española. Teología política y nacionalismo autoritario en España (1913-1936). Madrid: Tecnos. |
|
González Cuevas, P. C. (2001). Las tradiciones ideológicas de la extrema derecha española. Hispania, 207, 99-141. Disponible en: https://doi.org/10.3989/hispania.2001.v61.i207.308. |
|
Griffin, R. (2010). Modernismo y fascismo. La sensación de comienzo bajo Mussolini y Hitler. Madrid: Akal. |
|
Lacau ST Guily, C. (2015). Henry Bergson en Espagne. Une histoire contrariée (1875-1930). Paris: Editions L’Harmattan. |
|
Lacau ST Guily, C. (2010). Une histoire contrariée du bergsonisme en Espagne (1889-années 1920). Alicante: Biblioteca Cervantes Virtual. |
|
López Íñiguez, J. (2010). El nacionalcatolicismo de José Pemartín. Almería: Círculo Rojo. |
|
Lukács, G. (1972). El asalto a la razón. La trayectoria del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler. México D.F.: Grijalbo. |
|
Maeztu, Ramiro de (2005). Defensa de la Hispanidad. Madrid: Homo Legens. |
|
Ortega y Gasset, J. (2005). Obras Completas. Tomo III. Madrid: Taurus, Fundación José Ortega y Gasset-Gregorio Marañón. |
|
Morodo, R. (1985). Los orígenes ideológicos del Franquismo: Acción Española. Madrid: Alianza. |
|
Olabarría Agra, J. (1990). Fuentes francesas de Acción Española. Historia contemporánea, 3, 219-238. |
|
Pemartín, J. (1928). Los valores históricos en la dictadura española. Madrid: Arte y Ciencia. |
|
Pemartín, J. (1932). La Física y el Espíritu III. Acción Española, 20, 131-146. |
|
Pemartín, J. (1934a). Vida cultural. Acción Española, 42, 594-595. |
|
Pemartín, J. (1934b). Cultura y nacionalismo. Acción Española, 66-67, 600-601. |
|
Pemartín, J. (1941). Introducción a una filosofía de lo temporal. Doce lecciones sobre Espacio-Tiempo-Causalidad. Madrid: Espasa-Calpe. |
|
Quiroga Fernández, A. (2007). Los orígenes del nacional-catolicismo. José Pemartín y la Dictadura de Primo de Rivera. Granada: Comares. |
|
Saz, I. (2012). ¿Dónde está el otro? O sobre qué eran los que no eran fascistas. En J.A. Mellón (comp.). El fascismo clásico (1919-1945) y sus epígonos, (pp. 155-190). Madrid: Tecnos. |
|
Sternhell, Z., Sznajder, M. y Asheri, M. (1994). El nacimiento de la ideología fascista. Madrid: Siglo XXI. |
|
Vermeren, P. (2006). ¿Decadencia y muerte del bergsonismo? En H. González y P. Vermeren (eds.). ¿Inactualidad del bergsonismo? (pp.197-208). Buenos Aires: Colihue. |
|
Vidler, A. (1970). A variety of Catholic Modernist. London: Camdridge University Press. |
|
Zaragüeta, J. (1941). La intuición en la filosofía de Henri Bergson. Madrid: Espasa-Calpe. |