RESUMEN
El objetivo del presente artículo es examinar la importancia que el prestigio y la reputación jugaron históricamente en la legitimización de las élites liberales. Mientras que la historiografía tradicionalmente ha justificado la preeminencia social de las élites en base al control que estas ejercían de los mecanismos de influencia (como el clientelismo), y de su adscripción a espacios de sociabilidad más amplios (como los partidos y las redes de afinidad personal), nuestra intención es analizar la función que la imagen pública jugó en la perpetuación (o declive) social de dichas élites. Por medio de un escándalo político que afectó a la familia Godó, propietaria del diario barcelonés La Vanguardia, el artículo examinará la transformación de los valores morales en los que se basaba la legitimidad de las élites liberales, destacándose la función cada vez más importante que la prensa y la esfera pública jugaron en la nueva política de masas. De esta manera, el fenómeno del escándalo será usado como un recurso heurístico dirigido a renovar el estudio de las élites liberales, a partir de un enfoque multidisciplinar que combina la historia cultural y la historia de la comunicación política.
Palabras clave: Escándalos; reputación; capital simbólico; notables.
ABSTRACT
This article analyses the importance that prestige and reputation played in the social legitimacy of liberal elites. While the literature has traditionally assumed that the social preeminence of liberal elites relied on their control of the “mechanisms of influence” (e.g. clientelism and patronage), and to their adscription to broader spaces of sociability (e.g. political parties and networks of affinity), our intention is to examine the function that public image played in the survival (and decline) of political elites. By focusing on a scandal that affected one of the great press baron dynasties in Barcelona, the article will uncover the historical transformation of moral values concerning the values of legitimacy and authority, and at the same time examine how the growing importance of public opinion and the press profoundly transformed routine liberal politics. In this way, scandals will be used as an heuristic tool to renew the study of elites based on an interdisciplinary perspective that combines cultural and media history.
Keywords: Scandals; reputation; symbolic capital; notables.
El día 1 de julio de 1906 el periódico La Vanguardia publicó una carta dirigida al director. Siguiendo una práctica que parece fue inventada por la prensa británica, el rotativo barcelonés —por entonces líder de ventas en la ciudad— había adoptado la costumbre de reservar una de sus páginas a dar voz a sus lectores. En esta ocasión, sin embargo, la carta no había sido escrita por un lector anónimo, ni iba dirigida, como era habitual, a comentar algún aspecto de la vida pública, sino que había sido remitida por el mismo propietario de La Vanguardia, Ramón Godó Lallana (1864-1931). Como él explicaría, las razones que le habían llevado a hacerlo tenían una motivación personal:
Mi estimado amigo: En más de una ocasión he manifestado particularmente á algunos amigos íntimos el propósito que abrigaba de apartarme por ahora de la vida política activa, en que ninguna satisfacción personal he encontrado, pero sí muchos disgustos y decepciones.
Habiendo mis manifestaciones, no obstante su carácter, hasta ahora meramente particular, trascendido á la opinión en el distrito de Igualada, que tengo la honra de representar en Cortes, y sido torcidamente comentadas é interpretadas, entiendo llegado el momento de declarar que, en efecto, he tomado la firme resolución de no presentar mi candidatura en las próximas elecciones de diputados á Cortes, sea cual fuere el plazo que tarden en verificarse aquéllas y sea cual fuere el partido que las realice, considerándome, por lo tanto, desde ahora apartado de la política.
Créome, pues, obligado á poner mi resolución en conocimiento de mis amigos y de los electores del distrito de Igualada, de cuyo afecto y confianza guardaré siempre vivísimo agradecimiento.
Ruego á usted ordene la inserción en las columnas de LA VANGUARDIA de esta carta[1].
Con este breve texto, el propietario del periódico más vendido de Cataluña ponía fin a su carrera política. Lo hacía con la voluntad de acabar con los rumores en que se había visto envuelto y sin esconder su desencanto con respecto a la política, en la que confesaba no haber encontrado «ninguna satisfacción personal […] pero sí muchos disgustos y decepciones». Renunciaba de esta manera al escaño que había ocupado en el Congreso de los Diputados desde 1897, en virtud de sucesivas victorias electorales que en más de una ocasión habían llegado a alcanzar el 99 % de los votos. Esta sucesión de triunfos aplastantes eran el resultado, como fue la tónica general durante la Restauración borbónica (1874-1923), de una maquinaria caciquil minuciosamente engrasada. En efecto, Ramón Godó personificaba una alianza de más veinte de años entre el Partido Liberal de Sagasta y la dinastía de los Godó. El origen de esa alianza se remontaba a 1881, cuando el padre y el tío de Ramón (los hermanos Carlos y Bartolomé Godó Pié) fundaron La Vanguardia como portavoz del Partido Constitucional en Barcelona. A partir de aquel momento y hasta la carta antes reproducida, los Godó fueron un ejemplo prototípico de aquellas élites liberales que hicieron de su papel de mediador entre el Estado y el territorio la base de una próspera carrera política.
Un rol de mediador, el de estas élites locales o «notables», que fue decisivo en la
consolidación del Estado liberal en España. En este sentido, y como Juan Pro ha recordado
recientemente, la asociación que suele hacerse del caciquismo con el período de la
Restauración no debería desviar la atención sobre el significado más primigenio y
genuino del «cacique», desde su aparición en el segundo tercio del siglo xix: actuar como enlace entre el Estado liberal y el mundo local, durante la larga etapa
de inestabilidad y reacción carlista que siguieron al derrumbe del Antiguo Régimen[2]. También en el resto de Europa existieron élites locales que ejercieron una función
parecida en la articulación del Estado liberal, referidas habitualmente como «notables».
Según la definición clásica de André-Jean Tudesq, este grupo social presentaba una
serie de rasgos definitorios —como el arraigo al ámbito familiar, una posición acomodada,
su función de liderazgo e intermediación entre la comunidad y el poder central— que,
sin embargo, y como se ha apuntado recientemente, presentaba rasgos propios en cada
país Tudesq ( Tudesq, A.-J. (1993). Le concept de notable et les différentes dimensions de l’étude
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En el espacio mediterráneo, además de contribuir al asentamiento y articulación del
régimen parlamentario, los notables fueron una pieza clave para asegurar el monopolio
del poder público por parte de los partidos liberales; ya fuera mediante su contribución
a los mecanismos de alternancia en el Gobierno («rotativismo», en el caso de Portugal;
«sistema del turno», en España), como en la formación de coaliciones entre los mismos
partidos liberales («trasformismo», en Italia) Musella ( Musella, L. (1985). Clientélisme politique et rapport entre pouvoir local et système
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Llegados a este punto, el caso de Ramón Godó Lallana resulta de especial interés para cuestionar algunos supuestos de la historiografía sobre las élites liberales. En la carta publicada en La Vanguardia, Godó renunciaba a su candidatura a Cortes, cansado de tantos rumores. ¿Cuáles fueron las razones que llevaron a un político que siempre había ganado las elecciones de forma tan avasalladora a abandonar su carrera? ¿Qué motivos le inclinaron a tomar una decisión tan repentina como irrevocable? Y más importante para la historia de las élites, ¿cómo explicar una situación tan inaudita, como es el hecho de que un cacique dimitiera de la política?
En efecto, en plena España de la Restauración, dominada por las prácticas clientelares
(a pesar del nuevo clima político creado por el «Desastre» de 1898 y el movimiento
regeneracionista), un cacique como Ramón Godó decidió tirar la toalla. Si esta situación
puede resultar sorprendente se debe a la existencia de lagunas en la manera cómo los
historiadores han abordado la naturaleza del poder en la Europa liberal. Uno de los
rasgos que caracterizó la trayectoria de los notables en la mayor parte del continente
fue su capacidad para perpetuar su presencia en las instituciones oficiales, en algunos
casos incluso hasta después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)
No obstante, la atención que los historiadores han dedicado a estudiar las «prácticas
del favor» ha tendido a eclipsar otro aspecto clave del poder notabiliar: su dimensión
pública. En efecto, ya sea por el interés en demostrar que el caciquismo era un mecanismo
de dominación social basado en la violencia de clase, o bien para subrayar que el
sistema se basaba en la «política del pacto», las distintas corrientes historiográficas
han profundizado menos en la dimensión simbólica de las élites Como han señalado Javier Moreno Luzón y Pedro Carasa, en: Zurita y Camurri ( Zurita, R. y Camurri, R. (eds.). (2008). Las élites en Italia y en España (1850-1922). València: Publicacions de la Universitat de València.
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En palabras del sociólogo alemán, los notables (Honoratiores) «[…]. adoptan, en virtud de su posición económica, un modo de vida que les otorga
el “prestigio” social de un “honor estamental” y los destina al ejercicio de la dominación»,
Weber ( Weber, M. (2014) [1922]. Economía y sociedad. México DF: Fondo de Cultura Económica.
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Sin embargo, la realidad es que ni en Francia, España, Portugal o Italia el rol de
mediador que los notables ejercían tuvo nunca un reconocimiento legal. En contraste
con lo que ocurría en el Antiguo Régimen, en los siglos xix y xx la relación entre patrón y cliente no tenía una base jurídica, sino que descansaba
sobre acuerdos de naturaleza informal. En la práctica, esta situación implicaba que
la posición del notable no era permanente ni estaba legitimada por las elecciones
(manipuladas de forma sistemática), y en consecuencia estaba abierta a la competencia
de otros actores, fueran los partidos de la oposición u otras élites rivales dentro
del propio grupo político Incluso hay ejemplos de notables que fueron relevados por su incapacidad para representar
de forma efectiva los intereses locales frente al poder central. Véase Marín ( Marín, M. (2006). Clientélisme et domination politique en Espagne. Catalogne, fin du xix siècle. Paris: L’Harmattan.
Este artículo se centrará en la dinastía de los Godó para analizar la dimensión pública
de los escándalos y examinar de qué manera su estallido podía afectar a la legitimidad
de los actores históricos implicados. Durante el período de la Restauración (1874-1923)
la familia Godó se erigió en uno de los principales activos del Partido Liberal en
Cataluña, gracias a la influencia ejercida a través de La Vanguardia y del feudo político que poseía en su distrito natal de Igualada. Su larga trayectoria
política —que duró más de veinte años y llegó a involucrar hasta tres generaciones
de la misma familia— se asentaba en una estrategia colectiva que combinaba el uso
de las prácticas clientelares con el cultivo de la imagen (o reputación) en el territorio.
Según la definición del sociólogo John B. Thompson, la reputación es un tipo de capital
simbólico que puede definirse como «el aprecio o estima relativa que un determinado
grupo de personas concede a un individuo o institución» Thompson ( Thompson, J. B. (2001). El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de los medios de comunicación. Barcelona: Paidós.
Thompson, J. B. (2001). El escándalo político. Poder y visibilidad en la era de los medios de comunicación. Barcelona: Paidós.
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El primer apartado del artículo analizará las acciones que los Godó protagonizaron con el objetivo de afianzar su reputación en el territorio, en una época en que el ejercicio de los cargos representativos estaba estrechamente inspirado en la cultura del patronazgo. Se valorarán los distintos rituales que los miembros de esta familia pusieron en práctica para proyectar una imagen como «padres del distrito», así como el significado que este tipo de acciones tenían para su legitimidad. El segundo y tercer apartado analizarán la oposición creciente a la que tuvieron que enfrentarse los Godó, y que culminaría en 1906 cuando el estallido de un escándalo acabó por forzar la dimisión del miembro más destacado de la familia. Este suceso será utilizado para analizar el impacto que los escándalos podían tener en la reputación de los individuos afectados, y para evaluar el potencial heurístico que estos episodios tienen a la hora de rastrear la transformación de los valores hegemónicos que rigen una sociedad.
El nombre de Ramón Godó Lallana ha ido asociado tradicionalmente a la transformación
de La Vanguardia en el gran periódico de referencia en Cataluña Gómez Aparicio ( Gómez Aparicio, P. (1971). Historia del periodismo español. Madrid: Editora Nacional.
Sin embargo, existe otra faceta de la vida de Ramón Godó que ha pasado totalmente
desapercibida, y es el hecho de que, de forma paralela a su condición de editor, cultivó
asimismo la carrera política. En efecto, la independencia editorial de La Vanguardia no fue un impedimento para que su propietario militara de forma activa en las filas
del Partido Liberal durante largos años. Como él mismo explicaría en una ocasión al
político conservador Antonio Maura, las razones de esa militancia se remontaban a
unos «compromisos de abolengo» que su familia había contraído hacía tiempo con Sagasta «[…] Y ya que ha mediado la confusion de nombre á que aludo, me será permitido decir
á Vd. que hace años me retiré de la política activa y rompí mis compromisos de abolengo
con el partido liberal […]». Archivo Fundación Antonio Maura, leg. 266, c. 2, Carta
de Ramón Godó a Antonio Maura.
El día después de la fundación del periódico, Bartolomé Godó fue nombrado vicepresidente
del Círculo Constitucional de Barcelona y, poco después, del Comité de Provincia.
Otro rédito añadido que los hermanos Godó sacaron de la fundación de La Vanguardia fue el inicio de una trayectoria ascendente en el mundo de la política oficial. Ambos habían ejercido como concejales en Barcelona y Bilbao, pero no fue hasta 1881 —poco después de la fundación del periódico— cuando uno de ellos consiguió un escaño en el Congreso. El interés por ocupar este cargo político venía de lejos y tenía que ver con sus intereses en la industria textil. Juntos habían fundado una de las fábricas más importantes de España dedicada a la fabricación de sacos de yute para las Antillas. Este tipo de manufactura, que se utilizaba para envasar materias primas como el café y el azúcar, estaba estrechamente ligado al mercado colonial y era muy vulnerable, en consecuencia, a los vaivenes de los gobiernos en política económica.
Fruto de esos intereses en el mundo antillano, el cargo de diputado se convirtió en
una de las plataformas —junto con la prensa— desde la que los hermanos Godó intentaron
extender su influencia a los principales centros de decisión política. Para conseguirlo
resultó decisiva la amistad con Sagasta, quien a partir de la fundación de La Vanguardia empezó a brindarles el apoyo del Gobierno durante las elecciones. De forma paralela
a esa intervención desde el poder central, los Godó maniobraron para asentar también
su posición en el espacio local mediante una red de adeptos que, a partir de 1887,
se reuniría bajo el paraguas del Comité Liberal Monárquico de Igualada. Los nombres
que integraban esta asociación pertenecían al círculo más próximo a la familia, formado
por parientes y amigos, así como por una amalgama de partidarios compuesta de «estómagos
agradecidos, tránsfugas de los demás partidos con más hambre que vergüenza, vividores
que se arriman siempre al sol que más calienta» El Igualadino, 10/12/1893, núm. 32, p. 2.
Los resultados electorales de este distrito, en: Varela ( Varela, J. (dir.). (2001). El poder de la influencia. Geografía del caciquismo en España, 1875-1923. Madrid: Marcial Pons, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales.
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Sin embargo, al mismo tiempo que ejercían un férreo control sobre las elecciones,
la familia Godó también dedicó gran esmero a promocionar su imagen en público. En
el caso de Ramón Godó, hijo de uno de los fundadores de La Vanguardia, esa dimensión simbólica de las élites puede observarse, si cabe, con mayor claridad.
A pesar de que representaría el distrito de Igualada durante varias legislaturas,
en realidad nunca llegó a vivir en esta ciudad. Había nacido en Bilbao en 1864 (donde
su padre había emigrado de forma temporal) y luego residiría el resto de su vida en
Barcelona. La etapa en el País Vasco dejaría, además, una impronta visible en él:
el castellano —y no el catalán— sería la lengua que utilizaría cotidianamente, siendo
esta una conducta que otras élites catalanas adoptarían como forma de distinción social Gerson ( Gerson, S. (2003). The Pride of Place. Local Memories and Political Culture in Nineteenth-Century France. Ithaca, London: Cornell University Press.
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Efectivamente, no fue por casualidad que, llegado el momento de contraer matrimonio,
Ramón lo hizo en Igualada, con una mujer llamada Rosa Valls (1874-1922). El enlace
no solo permitió estrechar lazos con una de las familias más distinguidas de la ciudad,
sino que fue oportunamente utilizado para introducir al joven Ramón en los círculos
de la política local. Así, entre todos los festejos que se organizaron para felicitar
a la pareja, destaca el banquete que el patriarca de la familia (Carlos Godó Pié)
ofreció a los miembros del Comité Monárquico de Igualada. El evento congregó a todas
aquellas personas que tan decisivamente contribuían a la hegemonía local de los Godó,
ante los cuales se escenificó la llegada a la madurez de Ramón, presentado como el
futuro heredero de la trayectoria política familiar Para los detalles de la celebración, véase: La Vanguardia, 03/12/1893, p. 2.
Un cacique, erigido en señor feudal […] viendo que sobran abundantes provisiones de
una comida, dá la orden de que al dia siguiente acuda su partido á comer, y un centenar
de personas, sin conciencia de su dignidad, se arroja con avidez sobre los restos
del festin, mascando con el afán del goloso, y con los ojos, húmedos por el reconocimiento,
vuelto á su amo y señor que contempla satisfecho el cuadro, contento de ver como se
hartan sus admiradores y convencido de que con un partido tan entusiasta se puede
imponer la voluntad, no á una ciudad como Igualada, sino aún á Barcelona si fuera
necesario Juan del Noya, «¡QUÉ ASCO!», El Igualadino, 10/12/1893, p. 2.
La celebración del matrimonio fue utilizada de esta manera como una oportunidad para
reforzar los vínculos afectivos entre la familia Godó y sus seguidores más inmediatos.
El hecho de que la escenificación fuera pública y se hiciera por medio de un banquete
ejemplifica el tipo de rituales en los que se asentaba la cultura del patronazgo,
y revela hasta qué punto la relación entre el patrón y sus clientes se basaba en una
vínculo social jerarquizado, basado en la subordinación y la dependencia Un análisis detallado de las relaciones clientelares, en: Moreno ( Moreno Luzón, J. (1995). Teoría del clientelismo y estudio de la política caciquil.
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Geertz, C. (1994). Centros, reyes y carisma: una reflexión sobre el simbolismo del
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En años sucesivos, sería el propio Ramón Godó quien protagonizaría otros actos parecidos, con los que pretendía afianzar su reputación en el territorio. El rasgo común en todas esas actuaciones era la voluntad de proyectar una imagen de persona cercana a la localidad, sensible a las necesidades que acuciaban a los vecinos, a la vez que heredero de una tradición política iniciada por su padre. Durante los períodos electorales, este tipo de gestos se multiplicaban, como lo ejemplifican los comicios celebrados en mayo de 1901. En esta ocasión, Godó visitó uno de los 32 pueblos que integraban el distrito de Igualada, llamado Prats de Rei. En este caso la visita no obedecía a una necesidad estrictamente electoral, ya que era el único candidato que se presentaba a las elecciones (que terminó ganando con el 99,77 % de los votos). Y fue no obstante este control abrumador que ejercía en el terreno electoral —por medio del caciquismo y de una baja participación endémica— que Godó no desaprovechó la oportunidad de visitar la pequeña localidad para afianzar su posición. La larga crónica que se efectuó de la visita revela cómo la dimensión pública era un elemento clave en la preeminencia social de la familia:
Esta tarde se han cerrado los talleres, fábricas y escuelas de esta villa, y todos los habitantes, hombres, mujeres y niños, se han vestido de fiesta, para la noticia de que don Ramón Godó, de paso para Igualada, visitaría hoy á sus antiguos amigos de esta población. Al efecto, el vecindario ha abandonado sus hogares, para trasladarse á la carretera de Igualada, y á cosa de las quince, ó sea tan pronto se ha vislumbrado el carruaje del señor Godó, se han echado al vuelo las campanas de todas las iglesias, y el pueblo en masa le ha recibido y le ha felicitado con aclamaciones de entusiasmo diciéndole ¡Bienvenido sea nuestro diputado! ¡Dios llene de felicidad al padre del distrito! ¡Albricias y salud al amigo y amparo de los pobres! Dios bendiga al hijo de don Carlos Godó.
Los gritos de júbilo, se mezclaban con los acordes de la charanga y con las felicitaciones, de manera tan honrosa, que no creo que diputado alguno haya inspirado un recibimiento más simpático, emocionante y afectuoso, que el que describimos.
El señor Godó, fué llevado como en triunfo al Salón Capitular de estas Casas Consistoriales, donde platicó cariñosamente con muchos y distinguidas personalidades del país y de esta localidad, así como con humildes hijos del trabajo, y con el respetuoso grupo de los ancianos, y después de practicar una bellísima y cristiana obra de caridad se despidió con tan afectuosas palabras, que emocionaron á todos los asistentes al acto.
Este Ayuntamiento pondrá en práctica la idea del señor Capdevila, de Calaf, dotando
á las Escuelas públicas de esta población, de unos carteles con el nombre de don Ramón
Godó Lallana, para que al deletrearlo los parvulillos, aprendan ya á respetar y estimar
á su bienhechor, patentizando así nuestra gratitud. Dichosos los pueblos que tienen
diputados como nuestro estimado don Ramón. […] La Vanguardia, 19/05/1901, p. 6.
El texto reproducido constituye una muestra del tipo de rituales que contribuían a
legitimar la autoridad del notable y a naturalizar la jerarquía que imperaba en la
sociedad. La visita ilustra, además, algunos de los ingredientes que alimentaban el
capital simbólico de los notables. En primer lugar, el rol de «padre del distrito»:
este rasgo consistía en la capacidad de actuar —y ser percibido— como el guardián
de los intereses locales frente a la acción del Estado. Se trata de la misma figura
a la que el historiador Manuel Marín se ha referido como «el cacique protector», y
se fundaba en la capacidad de las élites locales para hacer frente a decisiones llegadas
desde Madrid, ya fuera en materia de reclutamiento militar (quintas), de administración
de justicia o de asuntos fiscales, vistos a menudo como injustos o arbitrarios por
la población local
La visita a Prats de Rei revela otra faceta típica de la reputación del notable: las
donaciones caritativas. Mezcladas con otros gestos de deferencia (como la atención
especial prestada a los grupos más «débiles» de la sociedad, como niños y ancianos),
este tipo de actuaciones evocan la importancia que la economía moral tenía en la forma
de ejercer el liderazgo en el mundo local. En efecto, la acción del diputado no se
limitaba a velar por los intereses del distrito, sino que acarreaba una serie de obligaciones
morales añadidas, como el amparo de los pobres y la protección de los indefensos Sobre el asistencialismo social como forma de autoafirmación de las élites: Carasa
( Carasa, P. (1987). Pauperismo y revolución burguesa. Burgos, 1750-1900. Valladolid: Secretariado de Publicaciones.
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Un tercer elemento que resulta clave para entender la naturaleza de la reputación
es su prolongación en el tiempo. En efecto, y como señaló Pierre Bourdieu, el capital
simbólico no es inmediato, sino que es el fruto de un largo proceso de acumulación,
a menudo a lo largo de varias generaciones
Finalmente, existe un cuarto elemento que era clave en la legitimidad de los notables:
la «visibilidad» de la que gozaban en la comunidad. De hecho, el mismo origen etimológico
de la palabra («ser notado») ya indica esta predisposición al liderazgo «El festival en honor de don Ramón Godó y Lallana, oportunamente anunciado, se celebró
ayer en esta villa con un esplendor y entusiasmo superior á los cálculos más optimistas.
A la madrugada de la fiesta, fué sorprendido agradablemente el vecindario con el toque
de diana […] desde cuya hora empezó el bullicio que fué aumentando con la llegada
de forasteros, adquiriendo la población tan animado aspecto, que parecía un día de
fiesta mayor. […] Después de aguardar media hora bajo la bienhechora sombra de frondosa
arboleda, con gran regocijo se divisó allá lejos, en la carretera de Igualada, una
jardinera en la que se aproximaba don Ramón Godó, acompañado de varios amigos. Al
llegar se apearon y cambiaron afectuosos saludos con la comisión […] al frente de
la cual iba la orquesta, ejecutando marchas patrióticas. Entró por la calle de San
Ramón […] pasando en este último punto por el artístico arco triunfal levantado en
honor del señor Godó […]. Ante numerosa concurrencia que llenaba literalmente toda
la casa, se hizo la ceremonia de la bendición de la misma [casa consistorial] por
el reverendo cura párroco […]. En el propio salón de sesiones se leyó, por el notario
de Igualada, […] la escritura de la donación del edificio que motivó esta fiesta […]
Acto seguido, el señor alcalde don José Morera leyó con corrección y entusiasmo un
bien escrito discurso ofreciendo al señor Godó un monumento que, si modesto en sí,
dijo es grande en la intención, y retirando al efecto la cortina que lo cubría apareció
en punto preferente del Salón una preciosa lápida de mármol […] produciendo todo ello
aplausos y vivas al señor Godó», La Vanguardia, 29/07/1902, p. 2.
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Sin embargo, la esfera pública no era solamente un espacio que las élites utilizaban
para reproducir su estatus, sino que se trataba también de un terreno abierto a la
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Si a primera vista los partidos dinásticos españoles parecieron salir indemnes de
la crisis colonial, o por lo menos mejor parados que sus homólogos portugueses después
del ultimátum británico de 1890, los cambios surgidos en el mapa político catalán
demostrarían que esta imagen era más un espejismo que una realidad. Dos nuevas formaciones
políticas (los republicanos de Alejandro Lerroux y los catalanistas de la Lliga Regionalista)
irrumpieron con fuerza a partir de 1901 y arrebataron las instituciones de las manos
de los partidos dinásticos en menos de una década, hasta relegarlos a una posición
secundaria en muchos distritos Sobre la evolución de los resultados electorales, véase: Rubí y Armengol ( Rubí, G. y Armengol, J. (2012). Vots, electors i corrupció. Una reflexió sobre l’apatia a Catalunya (1869-1923). Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat, Biblioteca Serra d’Or.
La Vanguardia se ha quitado la máscara. Al oponerse a Cataluña y a su causa nacional se ha presentado
tal y como es, como es su amo, el cacique de Igualada, el catalán que ignora la lengua
de sus abuelos, el mestizo que reniega de las tradiciones de la tierra de su padre.
[…] Esforzados patricios portan una vigorosa campaña electoral, organizan mítines
innumerables, y La Vanguardia calla, calla como si no pasara nada […]. Es en Igualada donde se aprovechan de forma
descarada las actas falsas; es en Igualada que se falsifica la voluntad de los electores,
y cuando no se puede falsificar, se compra con dinero o con comida; es en Igualada
que se busca una acta cueste lo que cueste, caiga quien caiga. […] No tiene que confundirse,
señor Godó, no nos mida con su mismo patrón (…) de moralidad mejor no hable […] porque
la gente se reiría en su cara «La Vanguardia caciquista», La Veu de Catalunya, 16/09/1905, p. 1. Publicado originalmente en catalán.
El artículo de La Veu de Catalunya revela una de las prácticas recurrentes en la estrategia de los nuevos partidos políticos,
que consistía en poner en entredicho la imagen de imparcialidad de La Vanguardia por el amparo que esta hacía de las prácticas clientelares. No obstante, a menudo
los ataques iban más allá y apuntaban al mismo Ramón Godó, que era presentado como
un cacique que se servía de todo tipo de fechorías (desde la falsificación de las
actas a la compra de votos) para asegurar su dominio político. Esas acusaciones revelan
cómo la denuncia se convirtió en una forma de acción política por parte de dos formaciones
políticas, los catalanistas y los republicanos, que pretendían erigirse en paladines
de una nueva moral cívica
Sin embargo, los mismos partidos no dudaban tampoco en recurrir a prácticas más agresivas,
como la descalificación personal. Así, los regionalistas no solo acusaban a Godó de
cometer fraude en las elecciones, sino que además le tachaban de ser un «mestizo» «La Vanguardia caciquista», op. cit.
Pero lejos de quedarse de brazos cruzados, Ramón Godó salió en contra de esos ataques que buscaban cuestionar sus méritos como diputado. A través de una carta publicada en La Vanguardia, dejaba claro que «en cuanto á las consideraciones estampadas sobre los males del caciquismo, allí donde exista, el señor Godó las suscribiría con sinceridad completa». Añadía, además, que:
[…] Por asentimiento natural y por estimación á los pueblos que le honraron con su
representación en Cortes y en donde tantas afecciones tiene, el señor Godó no quiere
ejercer en su distrito otra acción que la del bien, general y particular, hasta donde
sus medios sociales alcancen. Las puertas de su casa están siempre abiertas para todo
el que quiera contar con él persiguiendo sinceramente esos fines con respeto de la
moral y de la ley. Frecuentemente, y esto no es ataque ni defensa, sino mera observación
de un modo de ser de la realidad, se confunde con el caciquismo —otras veces auténtico—
lo que es un estado social producido por el interés encontrado y por las pasiones
desatadas de muchos. […] «NOTAS LOCALES», LV, 07/09/1900, p. 2. Este artículo fue escrito en respuesta a una
carta publicada por La Renaixensa, 07/09/1900, p. 1, en que se interrogaba a Godó de forma abierta por las arbitrariedades
que se cometían durante las elecciones en el distrito de Igualada.
La carta de Godó demuestra cómo, en determinadas ocasiones —por más excepcionales
que estas fueran— las acusaciones por corrupción podían acarrear consecuencias políticas
en la España de la Restauración. El hecho de que el caciquismo fuera la piedra angular
del sistema no quería decir que sus beneficiarios estuvieran dispuestos a permanecer
inmóviles viendo cómo se mancillaba su honor en público Sobre la noción de «honor», véase: Frevert ( Frevert, U. (2000). Condición burguesa y honor. En torno a la historia del duelo en
Inglaterra y Alemania. En J. Millán y J. M. Fradera (eds.). Las burguesías europeas del siglo xix. Sociedad civil, política y cultura (pp. 361-398). Madrid: Biblioteca Nueva.
Ibid.
Resulta indicativo, en este sentido, que otros caciques acusados de corrupción utilizaran
argumentos muy parecidos. El líder del Partido Conservador en Cataluña (Manuel Planas
i Casals), por ejemplo, afirmó en una ocasión que «lo que hay es que se confunde maliciosamente
el caciquismo con la legítima influencia alcanzada á fuerza de trabajos y sacrificios,
y protegiendo y atendiendo, dentro siempre de sus justas aspiraciones, á cuantos á
mi acuden, amigos y adversarios» «Caciquisme», La Veu de Catalunya, 07/04/1901, p. 1.
Sierra et al. ( Sierra, M., Peña, M. A. y Zurita, R. (2010). Elegidos y elegibles. La representación parlamentaria en la cultura del liberalismo. Madrid: Marcial Pons.
Capellán, G. (2010). «Los intérpretes de la opinión». Uso, abuso y transformación
del concepto de «opinión pública» en el discurso político durante la Restauración
(1875-1902). Ayer, 80, 83-114.
Que tal tipo de alegatos se hiciera en un país regido por un sistema parlamentario que —por lo menos teóricamente— garantizaba los derechos de sus ciudadanos revela hasta qué punto las instituciones formales coexistían, en la práctica, con prácticas informales (como el patronazgo), que eran un ingrediente básico en la cultura política del liberalismo decimonónico. El interés por estudiar los escándalos reside, precisamente, en su condición de episodios públicos que visibilizan la irrupción de conflictos normativos sobre qué tipo de comportamientos son considerados moralmente reprochables en una sociedad.
La firmeza que Ramón Godó había exhibido a la hora de defender su actuación como diputado demostró ser más frágil una vez las acusaciones empezaron a salpicar a sus parientes de Igualada. Una cosa era salir a proteger su honorabilidad y la de su periódico y otra muy distinta tener que responder en público por los atropellos que sus parientes estaban cometiendo en el distrito. Este tipo de actuaciones arbitrarias no eran nuevas, ni tampoco lo eran las críticas que generaban: como hemos visto anteriormente, la oposición había denunciado el caciquismo godonista en repetidas ocasiones. Sin embargo, fue un escándalo el que terminaría produciendo la dimisión del propietario de La Vanguardia. Su renuncia fue la culminación de una cadena de sucesos, ocurridos de forma tan rápida como inesperada durante el mes de junio de 1906, y que llegaron a atraer la atención de buena parte de la opinión pública catalana.
El sobrino de Ramón, llamado Juan Godó Pelegrí (1876-1957), ocupaba la alcaldía de
Igualada en virtud de una real orden emitida en enero de dicho año. Su nombramiento
oficial contrastaba no obstante con la realidad de una ciudad en la que republicanos
y catalanistas habían experimentado un fuerte crecimiento desde principios de siglo,
hasta el punto de que quince de los concejales pertenecían a estas dos formaciones,
por solo dos del grupo godonista. El resultado era un clima de fuerte crispación política,
en el que el auge de las nuevas formaciones políticas chocaba con el apoyo gubernamental
que la familia Godó seguía recibiendo desde Madrid. La situación alcanzó un punto
límite cuando el 22 de junio, de madrugada, el teniente de alcalde (el republicano
Leopoldo Sàbat) fue duramente agredido en medio de la calle. El responsable de la
paliza era Josep Jorba (alias Rosa Negra), empleado municipal y mano derecha del alcalde
Godó, tristemente conocido por haber protagonizado incidentes parecidos en el pasado.
En esta ocasión, sin embargo, la agresión terminó siendo la gota que colmaría el vaso,
al sumarse a otra acción arbitraria que los partidarios godonistas habían cometido
pocos días antes, cuando dos dirigentes republicanos y catalanistas fueron procesados
por el alcalde godonista bajo el pretexto de haber organizado un mitin separatista Los procesados eran Joan Llansana, presidente de la sección de Enciclopedia del Ateneu
Igualadí de la Classe Obrera, y Pere Mussons, presidente del Centro Autonomista. Un
tercer suceso que contribuyó de forma decisiva a alimentar el escándalo fue el ingreso
en prisión, también en 1906, de partidarios godonistas acusados de haber cometido
actos violentos en la población vecina de Hostalets de Pierola. Véase Planas y Vals
( Planas, J. y Valls Junyent, F. (2012). L’incident dels Hostalets de Pierola de 1904:
un episodi de la decadència del caciquisme dels Godó al districte d’Igualada. Revista d’Igualada, 41, setembre, 18-35.
«[…] Hoy con grandes carácteres escribimos: D. Juan Godó y Pelegrí. Justicia. Si
no se nos oye, escribiremos mañana la misma hoja, cambiando unicamente las palabras
Cordura y Sensatez por las de: Republicanos y Catalanistas á defenderse. Y caiga toda
la responsabilidad sobre los provocadores», El Igualadino, 23/06/1906, p. 2; Sometent, 30/6/1906.
El Globo, 23/06/1906, p. 1.
«(…) La rahó es tota vostra: Tant l’opinió com la prempsa d’aquí ho reconeixen. Casi
tot Barcelona está enterada del plet que á Igualada sosté el poble honrat contra una
oligarquia de fira y tots seguim ansiosos el curs dels aconteixements.», Guillem Parés,
«De la Salvatjada», El Igualadino, p. 2
Nos referimos al homenaje público que se ofreció en Barcelona a los diputados y senadores
catalanes que habían votado en contra de la ley. Las fuentes contemporáneas estimarían
la participación ciudadana en doscientas mil personas (cifra sin duda exagerada) que
la convertiría en la manifestación más multitudinaria ocurrida nunca en la ciudad.
Véase Riquer ( Riquer, B. de (2008). Construcció i destrucció de la Solidaritat Catalana: el paper
de la Lliga Regionalista. En G. Rubí y F. Espinet (eds.). Solidaritat Catalana i Espanya (pp. 47-67). Barcelona: Editorial Base.
Izquierdo Ballester, S. (2008). Significació política de Solidaritat Catalana. Butlletí de la Societat Catalana d’Estudis Històrics, XIX, 43-69.
El Diluvio, 30/06/06/1906, p. 9-10; El Poble Català, 25/06/1906, p. 1.
«¿Voleu mes ridicolesa? Aixó quan se digui á las Corts y se demani responsabilitat
á qui la té, posará en ridicol al autor, al senyor Godó, propietari y inspirador de
La Vanguardia y cacich suprem d’Igualada. Com es natural, ha indignat al poble, ha soliviantat els
ànims, y ha fet mes estreta la unió dels bons catalans d’Igualada, que ‘s preparan
á escombrar tota la bruticia del districte […]», La Veu de Catalunya, 29/06/1906, p. 3.
El Diluvio, 30/06/1906, pp. 9-10.
El día siguiente a los acontecimientos relatados, Ramón Godó presentó su dimisión
a través de la carta reproducida al inicio de este artículo. El editor que había conseguido
transformar La Vanguardia en el diario más vendido de Barcelona y Cataluña ponía fin de esta manera a su carrera
como diputado. Aunque él no había participado directamente en ninguno de los hechos
ocurridos en Igualada, su condición de diputado hizo que su nombre fuera señalado
como responsable último de la situación. Existe constancia, de hecho, de que el día
posterior a la agresión se trasladó expresamente de Barcelona a Igualada para analizar
la situación con sus parientes, en medio de rumores que vaticinaban la dimisión de
la familia al completo «Dietario de Igualada», El Igualadino, 30/06/1906, p. 1.
«Todos los periódicos publican una carta firmada por el diputado D. Ramón Godó, en
la que manifiesta se separa de la política y renuncia á presentarse por el distrito
que tantos años ha representado en las Cortes», «Retirada de Godó», ABC, 03/07/1906, p. 10. Véase también: La Época, 05/07/1906, p. 1; La Veu de Catalunya, 02/07/1906, p. 1; El Diluvio, 08/07/1906, p. 2; La Campana de Gràcia, 07/07/1906, p. 3.
“¡¡¡Quin desastre!!!”, El Igualadino, 08/07/1906, p. 2.
De esta manera, si la fundación de La Vanguardia había permitido al padre y al tío de Ramón promocionar su carrera dentro del Partido
Liberal, para él la condición de editor de prensa acabó siendo un arma de doble filo.
La propiedad del periódico había sido una herramienta de gran valor en sus intentos
por presentarse como un político arraigado en el distrito, pero al mismo tiempo le
había expuesto sobremanera a los ataques de sus enemigos. Este doble filo puede considerarse,
de hecho, una característica inherente a la dimensión mediatizada del poder Arxiu Comarcal de l’Anoia-Arxiu Municipal d’Igualada, Llibre d’actes municipals,
1906.
Desde una perspectiva más amplia, la renuncia de Godó revela la importancia que la
imagen y la reputación tenían en la legitimidad de los notables. Más allá de asegurarse
el control de los cargos oficiales mediante la manipulación de las elecciones, su
actuación demuestra un interés en protagonizar cuántas iniciativas contribuyeran a
reforzar su imagen como el representante «natural» del territorio. Para cumplir dicho
cometido, no era tan importante presentarse de forma limpia a los comicios como ser
capaz de cumplir con un conjunto de obligaciones morales que las poblaciones locales
esperaban de su diputado; especialmente en su relación no siempre fácil con el Estado.
Ese tipo de rituales —en la medida en que eran acciones que se repetían de forma periódica
e incluían una estrategia de self-fashioning por parte de los actores involucrados— revelan lo que ha venido a llamarse la «dimensión
performativa del poder» Burke ( Burke, P. (2005). Performing History: The Importance of Occasions. Rethinking History, 9 (1), 35-52. Disponible en: https://doi.org/10.1080/1364252042000329241.
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Estudiar la dimensión pública del poder no debería llevar, sin embargo, a obviar otros
aspectos igualmente decisivos en la preeminencia social de los notables, como la violencia
y la coacción. Tan importante como cultivar la imagen era contar con una red de acólitos
dispuestos a apoyar (y beneficiarse) de un liderazgo social que a menudo reposaba
tanto sobre el consenso social como sobre el recurso a la fuerza. En efecto, el particularismo
a la hora de ejercer la acción pública empezó a entrar en conflicto con una parte
de la población cada vez más movilizada por un hecho sin precedentes como fue la formación
de Solidaritat Catalana. Los intentos de catalanistas y republicanos por responsabilizar
al propietario de La Vanguardia de los abusos cometidos en Igualada revelan una estrategia que buscaba perjudicar
su imagen en el distrito; y evidencian cómo los escándalos constituyen a menudo una
lucha entre distintos actores que se disputan las fuentes del poder simbólico
Su caso puede verse, además, como un ejemplo de lo que el historiador italiano Edoardo
Grendi llamó un caso «excepcional-normal»; es decir, un caso de estudio que dentro
de su naturaleza singular alberga la semilla de un fenómeno mucho más amplio Engels ( Engels, J. I. (2008). Corruption as a political issue in modern society: France, Great
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En el estudio de los escándalos existe el peligro recurrente, sin embargo, de escribir
la historia de la corrupción desde una perspectiva teleológica, en la que la creciente
demarcación entre las esferas pública y privada se identifique como una señal de avance
imparable hacia la transparencia. Afortunadamente, la historiografía ha dado ya algunas
muestras de cómo la explosión de escándalos sucesivos no implicó la erradicación del
clientelismo o del patronazgo en Europa. En más de una ocasión, lo que sucedió realmente
fue que tal tipo de prácticas mutó y fue readaptado a nuevos contextos sociales y
políticos —perpetuándose en algunos casos hasta la actualidad— Briquet y Sawicki ( Briquet, J. L. y Sawicki, F. (eds.). (1998). Le clientélisme politique dans les sociétés contemporaines. Paris: Presses Universitaires de France.
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