La historia del nacionalismo español es un campo sumamente fértil, sobre todo desde finales de los noventa. En otros países a veces parece existir cierto hartazgo, argumentando que ya se ha dicho todo lo sustancial acerca del nacionalismo, pero este libro demuestra que no es así. De un lado puede tener que ver con que el caso español —con la supuesta debilidad del estado decimonónico, la interacción entre imperialismo y nacionalismo, la rivalidad con los nacionalismos periféricos y la longevidad del régimen ultranacionalista de Franco— es sumamente interesante, ya que en él todas las vertientes europeas del nacionalismo parecen confluir. Por otro lado, también guarda relación con la alta calidad de las investigaciones sobre el tema. Por ejemplo, lo que destaca en muchos trabajos en este volumen es el diálogo con una gran cantidad de estudios, conceptos y teorías recientes que provienen de la historiografía internacional sobre el nacionalismo.
Los caminos de la nación es el resultado de un simposio en el Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, donde se reunieron cuatro grupos de investigación procedentes de las universidades del País Vasco, Salamanca, Santiago de Compostela y la Autónoma de Barcelona. El tema central es la nacionalización de las masas en la España de los siglos xix y xx. En una breve introducción, Félix Luengo Teixidor y Fernando Molina Aparicio explican su preferencia por el concepto de nacionalización sobre nation-building o nacionalismo. Según los coordinadores, el término nation-building proviene de un «paradigma modernizador un tanto trasnochado», mientras que el concepto de nacionalismo implícitamente favorece un enfoque político e ideológico, que excluye la «poderosa dimensión cultural y simbólica». El concepto de nacionalización, por otra parte, es más flexible, porque también permite hablar de «desnacionalización» y «renacionalización», y abarca todos los campos, generando una interpretación menos teleológica del pasado.
El libro se estructura en ocho artículos introductorios y diecinueve estudios de casos incluidos en el CD. Los coordinadores decidieron centrarse en cinco factores o áreas temáticas: primero, iconografías y representaciones de la nación; segundo, religión; tercero, procesos migratorios; cuarto, violencia política, y quinto, el mundo rural. Sin embargo, no resulta una publicación totalmente coherente. Aunque todos los artículos introductorios dan un repaso ambicioso de uno de los cinco factores, algunos ofrecen sobre todo un amplio panorama internacional, otros se fijan más bien en los debates historiográficos o describen detalladamente el desarrollo en España. Además, algunas temáticas son introducidas por un largo artículo escrito por dos autores, mientras que otras tienen dos artículos de un solo autor. También en el CD hay algunas inconsistencias. Falta una sección sobre la interacción entre los flujos migratorios y los procesos de nacionalización y los dos artículos que abordan esta temática —uno sobre la colonia francesa en San Sebastián alrededor de 1900, el otro sobre las conexiones entre el exilio vasco y la nueva generación abertzale— están emplazados en otras secciones. Finalmente, se ha incluido un estudio sobre el mesianismo político en Israel que no tiene relación ninguna con el ámbito español.
Sin embargo, el libro contiene verdaderas joyas, que hacen de él una introducción sumamente útil para todos los que quieran informarse acerca del estado de la cuestión sobre los procesos de nacionalización en España. El primer artículo, de la mano de Justo Beramendi y Antonio Rivera, contiene una introducción teórica excelente. Los autores diferencian de una manera nítida entre varios puntos de partida, fases y dimensiones en el desarrollo del nacionalismo. Para estudiar procesos de nacionalización habría que distinguir claramente entre diferentes preguntas: ¿qué se asume? ¿Quién lo hace? ¿Cuándo? ¿Cómo? ¿Por qué? También intentan clasificar la nacionalización en España según los espacios —el ámbito público, la sociedad organizada y la esfera privada— y establecer una clara periodización, con el Desastre de 1898 y los años sesenta como principales puntos de inflexión. Este artículo merece ser leído por cualquier investigador que quiera abordar el tema de la nacionalización, sobre todo por las sugerencias fascinantes de los autores y el planteamiento sistemático de su análisis.
Otro capítulo magnífico es el de Joseba Louzao Villar y José Ramón Rodríguez Lago sobre la religión y la nacionalización en España. Sabido es que el Vaticano —por su oposición a la unificación italiana— durante gran parte del siglo xix y principios del xx mostraba una actitud hostil frente al nacionalismo. Sin embargo, en pocos países el catolicismo se unió de una manera tan estrecha con un proyecto nacionalista de carácter totalizador como en la España de Franco. En un relato más o menos cronológico, los autores entrelazan de una manera detallada la relación entre la Iglesia y el nacionalismo a nivel internacional con los principales acontecimientos nacionales, sin olvidar la interacción con la jerarquía eclesiástica en las regiones periféricas y la influencia del clero en el proceso de nacionalización a nivel local. Incluso dedican atención a las influyentes redes transnacionales de la Iglesia como el Opus Dei. De aquí surge un panorama muy matizado sobre el papel que tuvieron los diversos componentes de la Iglesia católica en los procesos de nacionalización en España desde mediados del siglo xix.
También merece mención especial el capítulo de Fernando Molina y José Pérez sobre violencia y nacionalización de masas. Después de discutir la utilidad de varias aportaciones teóricas desde las ciencias sociales, los autores analizan los aspectos violentos del nacionalismo español —de derechas— desde los años veinte. Los autores dejan claro que la dictadura de Miguel Primo de Rivera se distanciaba ya de la política integradora de la Restauración, utilizando métodos coercitivos y un lenguaje apocalíptico. Durante la Guerra Civil la retórica se radicalizó, plasmándose en actos de extrema violencia, sobre todo en la retaguardia. Estas acciones tuvieron como objetivo la purificación de la nación del peligro «rojo», para así redimirla. Definiendo la identidad nacional de una manera absoluta, no había más remedio que destruir el enemigo y borrar después su memoria. Esta política extirpadora continuó después de la victoria de Franco, aunque en general con otros métodos, como el exilio de los republicanos, el robo de bebés y la recatolización de la población. Sin embargo, la llegada de nuevas generaciones y el surgimiento de la sociedad de consumo en los años cincuenta y sesenta socavaron desde dentro el discurso heroico y apocalíptico del franquismo y esto disolvió también lo que los autores llaman, la «comunidad de violencia» que, según ellos, había sido el sustento fundamental del régimen. El análisis del surgimiento de esta comunidad de violencia, su funcionamiento durante las primeras décadas del franquismo y su declive posterior, nos da una nueva perspectiva fascinante sobre una época sobradamente conocida.
Uno de los objetivos de este libro es analizar el complejo, múltiple y a veces contradictorio proceso de la nacionalización de las masas en España sin presentarlo como una invención impuesta desde arriba. Por lo tanto, en los capítulos sobre el mundo rural —tema crucial en un país agrario como España explicado bien por Miguel Cabo y Javier Ugarte—, la religión y la violencia, como también en muchos estudios de casos sobre estos temas, se presta mucha atención al impacto de la nacionalización sobre la vida diaria de la gente normal y corriente. Los capítulos de Mikel Aizpuru y Juan Andrés Blanco también incluyen el imperio americano y la dimensión transnacional. Sin embargo, hay una notable ausencia. Solamente hay un estudio de caso —de Lourdes Moreiras Fernández sobre la retaguardia gallega durante la Guerra Civil— que trata explícitamente del efecto del proceso de nacionalización sobre las mujeres. En los demás capítulos apenas figuran, y casi nunca con un papel activo.
Además, los estudios sobre la dimensión cultural, aunque interesantes y conclusivos, no son muy innovadores. El artículo introductorio de Pere Gabriel y Tomás Pérez Viejo analiza el papel de los diversos símbolos nacionales, las conmemoraciones y la pintura de historia, que serían temas claves en un libro sobre nation-building. También los estudios de casos en este apartado —sobre el edificio del Congreso de Diputados, el populismo de Espartero y la idea de España en un diario maurista— son algo convencionales. Es lógico que no haya interés por un proceso más sutil como la nacionalización del canon artístico, pero ¿por qué no hay ninguna contribución sobre el papel nacionalizador de la cultura popular? Asimismo, las artes que más influencia tenían en la vida diaria, como la arquitectura (domestica), la artesanía, el diseño, la música, el teatro, el cine y la gastronomía brillan por su ausencia. Tampoco hay referencias al papel del comercio, que hoy día es tan influyente al propagar la imagen de un mundo divido en estados nacionales, cada uno con sus productos, paisajes y experiencias típicas. Por lo tanto, aunque el libro aporta nuevas perspectivas y nueva información, todavía queda mucho por explorar.