Juan Pro, Hugo García y Emilio J. Gallardo-Saborido: Utopías hispanas. Historia y antología, Granada, Comares, 2022, 508 págs.
Utopía, utopismo, distopía, ucronía, eutopías, antiutopías, retrotopías son algunos de los conceptos que circulan en este trabajo que rescata la tradición utópica hispanoamericana del olvido, cuando no del abierto menosprecio. Como se señala de manera muy convincente en la introducción —un pequeño ensayo que muestra el pormenorizado conocimiento de los autores sobre el tema— existe desde el siglo xvi una tradición utópica hispana sometida a avances y retrocesos, pero que incluso en este siglo sigue vigente, como lo muestran la experiencia zapatista en México, la propuesta del Sumak Kawsay del mundo andino o el 15M.
Una tradición que se puede rastrear en textos de muy diferente naturaleza: desde las utopías en la monarquía española (siglos xvi-xviii) hasta los mundos alternativos propuestos en el cambio de siglo, que constituye el epílogo de este ingente trabajo. Siguiendo la lógica del reader, tan común en el mundo anglosajón, cuyo equivalente sería la antología en el mundo hispano, se seleccionan veinte textos en cada uno de los siete bloques temporales bajo epígrafes muy sugerentes, como el ya mencionado que abre la compilación, «La tradición moderna: utopismo y utopías en la monarquía española (siglos xvi-xv)», seguido de «La conquista del futuro: utopías españolas y americanas de 1808-1870», «Sueños de regeneración y desastre: España, 1871-1939», «Repúblicas de utopía: Hispanoamérica, 1870-1940», «De la reconstrucción al desencanto: España, 1940-2000», «Esperanzas, incertidumbres y descreimientos de un (nuevo) Nuevo Mundo: Hispanoamérica, 1940-2000», y el epílogo «Utopías para después de la utopía: los países hispanohablantes desde el cambio de siglo».
Un desglose temático y temporal que sorprende por su enfoque geográfico y cultural. Por un lado, varios de los bloques temáticos en los que se insertan los textos utópicos se refieren a España, mientras otros lo hacen a Hispanoamérica, comparando —o, al menos, no diciendo nada en contra— dos magnitudes que no son equiparables en ningún caso: un Estado nación y un subcontinente. Esto es algo común y frecuente en la lógica colonial, pero no debería serlo en lógicas decoloniales. En un momento histórico, en una coyuntura, en la que la descolonización —no solo de museos y monumentos, sino también de saberes a través del concepto de colonialidad— está ya en la agitada y controvertida agenda pública, sería conveniente aclarar las razones de este criterio en la clasificación de los textos. Y todo parece indicar que los autores de esta obra, interesante y necesaria, tuvieron consciencia del posible sesgo eurocéntrico al plasmar entre paréntesis en el bloque 6 la idea del (nuevo) Nuevo Mundo, que solo lo era para los recién llegados. Pero, además del argumento ético y político en favor de una mirada más inclusiva, hay un argumento que hace a la cuestión epistemológica. Recortar lo hispánico de sus hibridaciones y sincretismos hace, creo, un flaco favor a la complejidad de las utopías. Pienso, por ejemplo, en la «tierra sin mal», la gran utopía guaraní, ese impulso que se extendió desde el Caribe al Río de la Plata. No es un proyecto moderno, no pertenece a la tradición hispánica, ¿o sí? Esa utopía, que obligó a los indígenas guaraníes a deambular por el continente en busca de ese lugar —en la más pura definición de utopía—, ¿era anterior a la llegada de los españoles o, por el contrario, surge en las misiones jesuíticas, en una suerte de préstamos de ida y vuelta con el cristianismo? En el caso del movimiento zapatista y su utopía, mencionado en la introducción, ¿no forma parte, en fondo y forma, de las variadas tradiciones indígenas? Es esta una observación que puede alentar el debate, la reflexión sobre la posición —muchas veces naturalizada— desde la que miramos y generamos conocimiento. Tal vez un par de líneas que justificaran o advirtieran al lector de la pertinencia de esta clasificación hubiera bastado para mostrar que hay otras formas de mirar y que la propia, seguramente legítima, no es sino una perspectiva posible.
Pero dicho esto como apunte para el debate creo que sería muy injusta si no reconociera las fortalezas de este trabajo. En primer lugar, el rango temporal que abarca —y que habla de la valentía de los compiladores por cruzar seis siglos y salir airosos— y la amplitud del ámbito geográfico con que trabaja, con tradiciones diferentes anudadas por el idioma. Ciento veintinueve textos leídos, trabajados, recortados y comentados en las introducciones de cada bloque temático. En segundo lugar, esta compilación es un ejercicio muy notable de definición del concepto de utopía. Pero no a través de la etimología de la palabra, sino del cúmulo de textos, o lo que es lo mismo, de pensamiento y práctica. Y eso me parece muy destacable toda vez que la utopía y lo utópico durante décadas estuvieron ligados a lo imposible y arrastraron el signo del fracaso. De hecho, las experiencias utópicas —comunidades intencionales o «utopías concretas» como se llaman en esta antología— de las que hay centenares de casos en América Latina, incluso en los países más pequeños, no se habían visto bajo esta óptica, sino bajo el marchamo de comunidades agrícolas (como las comunidades judías o galesas del litoral o de la Patagonia argentina). Como si toda comunidad concretada o materializada no pudiera ser, por derecho, una utopía, reservándose el concepto para lo no realizado, cuando no, para lo irrealizable.
A lo largo de este libro se puede ver que hay dos ejes que vertebran las utopías y el impulso utópico, eso que Ernst Bloch llamó el «principio esperanza»: por un lado, ese deseo de mejorar la vida humana, mundos alternativos con los que pensarse en un mundo mejor; por otro, la idea de comunidad, la política en el sentido de lo colectivo, de lo que nos afecta a todos. En una coyuntura de hiper individualismo, de repliegue hacia lo privado y desprecio de lo público, recuperar y recrear este enorme capital y esta apelación a lo común es un derecho y una responsabilidad. Libros como este sirven para resignificar el concepto, para habilitarlo como noción transformadora, para transmitir ese impulso de cambio y mejora a las nuevas generaciones.
Por último, y sabiendo que es imposible incorporar o completar el panorama de las utopías hispánicas —siempre faltará algo o alguien—, me gustaría señalar tres posibles autores que podrían ser incluidos en una futura reedición: Domingo Faustino Sarmiento, con su Argirópolis; Macedonio Fernández, con el Museo de la novela de la Eterna, ambos argentinos, y la utopía anarquista de Rafael Barrett y la indigenista de Moisés Bertoni, español y suizo respectivamente, transterrados en Paraguay.
Para cerrar, dar la bienvenida a este inmenso trabajo que seguro nos va a ayudar a seguir pensando en la utopización de nuestro presente y de nuestro futuro.