e-ISSN: 1988-2564
NOTA CRÍTICA
Nota crítica a propósito de:
Alonso, M. (2021), Ortega y la técnica, Madrid-México D.F.: CSIC-Plaza y Valdés.El problema con la técnica moderna es que posee para nosotros un carácter profundamente ambivalente. Toda la admiración que suscita se encuentra mezclada con la inquietud que nace de los peligros que le son inherentes y es difícil que la reflexión filosófica acerca de ella no adopte posturas extremas. Aunque probablemente una buena parte de los filósofos que se han ocupado sistemáticamente de la técnica han adoptado un posicionamiento pesimista y crítico (pp. 101-127), también hallamos algunos autores que se han caracterizado tal vez por un excesivo entusiasmo, como García-Bacca2 y, más recientemente, Harari3 o Pinker, cuya defensa de las ideas tantas veces demonizadas de la Ilustración supone un reconocimiento explícito de las grandes ventajas para el progreso humano que han acompañado a la tecnología4. De ahí que esta cuestión reclame hoy análisis moderados. Marcos Alonso, en Ortega y la técnica, no solo ofrece una excelente sistematización del pensamiento orteguiano sobre este tema. Además, entrega conceptos que permiten hacerse cargo del problema con mesura. Por ello, la lectura del libro no solo se vuelve imprescindible para quienes deseen conocer el pensamiento de Ortega sobre la técnica, sino que ayuda a pensar adecuadamente los problemas que esta conlleva. No únicamente porque la recuperación ordenada y sistemática de los puntos de vista orteguianos ofrece amplias posibilidades de enriquecer los debates actuales, sino porque Alonso los evalúa críticamente, corrigiéndolos cuando es necesario y profundizándolos cuando los textos no desarrollan todo el potencial que dichos puntos de vista poseen. Uno de los aspectos ciertamente más interesantes del libro es que reconstruye la teoría de Ortega tanto comparándola con las posturas de filósofos y científicos que le fueron contemporáneos (pp. 137-256), como poniéndola en diálogo con las actuales discusiones filosóficas y progresos en biología (pp. 194-256). Esto último le ha dado la ocasión de realizar una síntesis filosófica que, si bien mantiene el espíritu de las tesis orteguianas, las enriquece y supera. El pensamiento de Ortega no es siempre claro y se encuentra cruzado por diversas tensiones, pero esto ha dado la ocasión para que Alonso lleve a cabo dicha síntesis, razón por la cual este libro es a la vez un estudio importante sobre un aspecto de la filosofía de Ortega como una reflexión sistemática sobre la técnica. Vale mencionar que la introducción del libro ofrece un completo estado de la cuestión sobre la filosofía de la técnica en Ortega (pp. 22-44), pero también sobre la filosofía de la técnica en general (pp. 15-22).
Inspirados por la reconstrucción de la filosofía orteguiana de la técnica realizada por Alonso, quisiéramos ofrecer una reflexión sobre uno de los aspectos que más inquietudes genera el fenómeno en cuestión. En la medida en que la técnica se presenta como un elemento definitorio de lo humano, se obtienen herramientas conceptuales para explicar satisfactoriamente el carácter ambivalente de esa imponente construcción que es la técnica moderna. Pues, como veremos, la técnica, para Ortega, solo puede ser un grave peligro por el hecho de que es la causa de todo lo bueno que tiene la vida humana, al punto de que los problemas suscitados por una técnica particular solo podrán resolverse con nuevas técnicas.
¿Quién podría no reconocer la inmensa ventaja que ha significado para la humanidad la creación de ese pequeño aparato que llamamos smartphone? ¿Podría siquiera ponerse en duda el gran volumen de operaciones que ahorra en un solo día esta máquina? El problema es que cada una de esas ventajas abre la posibilidad de un daño tan grande que es difícil que el primer entusiasmo no se transforme en decepción. El almacenamiento casi ilimitado de información al que tenemos acceso en todo momento, ¿no nos empuja acaso a abandonar el interés por cultivar una facultad tan necesaria – incluso para la formación de nuestra identidad – como la memoria? Las posibilidades de estar tan fuertemente intercomunicados, ¿no están acaso diluyendo los sanos límites que han de existir entre el trabajo y la vida privada? Peor aún, ¿acaso el aumento del número de interacciones que ha facilitado no ha tenido como precio la pérdida de vínculos auténticos? Los smartphones, en suma, son indudablemente un bien enorme, pero todo parece indicar que el tamaño de ese bien coincide con el tamaño del mal que posibilita. Pues cada función de estos aparatos es la condición de posibilidad de daños cuyo número o gravedad apenas comenzamos a reconocer. Una buena ilustración de lo anterior es que todo el tiempo que nos ahorran se suele transmutar en la realización de una gran cantidad de actividades frívolas y embrutecedoras que roban un tiempo probablemente mucho mayor que el ganado5. Ciertamente, todos estos males son tanto más serios cuanto que, al estar tan íntimamente ligados a sus ventajas, nos resultan invisibles, banales6.
Uno de los méritos de Ortega y la técnica es que sistematiza una visión sobre la técnica que es particularmente apta para explicar el carácter ambivalente al que estamos aludiendo. El interés de ello es tanto más grande si recordamos que los progresos técnicos del tiempo de Ortega ya abrían al ser humano una amplísima variedad de opciones vitales, pero estaban muy lejos aún de lo que hoy hemos alcanzado. Si nos limitáramos a observar el tipo de conducta que ha resultado del excesivo uso de los smartphones, ¿cabría dudar de la posibilidad de una estupidización tan profunda y masiva que pusiera las condiciones para el desmoronamiento de nuestra civilización? De acuerdo con lo que plantea Ortega en La rebelión de las masas, lo paradójico de lo anterior reside en el hecho de que es la misma técnica, creación humana que supone un enorme esfuerzo vital, la que permite semejante catástrofe7. En efecto, del mismo modo que es cierto que la técnica permite crear una “sobrenaturaleza” que dilata las posibilidades de realización humana (pp. 194-228, sobre todo pp. 224-225), también es cierto que esa sobrenaturaleza se vuelve, para quienes se benefician de ella, algo tan “natural”, que hace olvidar que no se trata de algo dado u obvio y, por lo tanto, que necesita que sus bases sean aseguradas. Cuando Ortega describía estos riesgos ni siquiera tenía al frente el desolador panorama que ha resultado hoy del uso excesivo de los smartphones. Una creación técnica tan admirable, tan útil y, en sí misma, tan apta para mejorar y ampliar las posibilidades de la existencia humana es la principal causa de un mal análogo a aquel contra el que Ortega nos ponía en guardia, aunque mucho peor.
Conviene dar cuenta de lo que Ortega entiende por “técnica”, que no se limita a lo que comúnmente llamamos “tecnología” e incluye de igual manera tanto los procedimientos más simples que empleamos para ahorrar tiempo, como el método científico y las instituciones políticas. En Meditación de la técnica, la define como los actos que “presuponen y llevan en sí la invención de un procedimiento que nos permite, dentro de ciertos límites, obtener con seguridad, a nuestro antojo y conveniencia, lo que no hay en la naturaleza, pero que necesitamos”8. La clave está en el concepto de necesidad, que va mucho más allá de lo que se requiere para sobrevivir, lo que nos obliga a desarrollar la tesis según la cual la técnica es un rasgo constitutivo de lo específicamente humano (pp. 110-123; 137-256) o, en términos de Alonso “un fenómeno bio-antropo-metafísico” (p. 137). Pensemos en una persona que nos revelara que descubrió la clave para vivir 100 años y nos dijera que, con ese propósito, ha decidido alejarse de toda vida civilizada para aislarse en una pequeña gruta en un bosque. De ahora en adelante, el único propósito de su vida será sobrevivir todo el tiempo que pueda, por lo que abandonará todas aquellas actividades y lujos superfluos que, debido al estrés y la angustia que le generan, acaban por enfermarla. Se limitará a conseguir comida con el mínimo de recursos posible y retornará a una vida “auténticamente natural y saludable”, única garantía para llegar a vivir cien años. No tiene otro propósito que no sea sobrevivir cuanto pueda.
Sin embargo, ¿cómo podría ser un buen cálculo que alguien destine todo su esfuerzo vital a la mera sobrevivencia si, tarde o temprano, acabará muriendo con toda certeza? En realidad, semejante opción nos resulta tan contraintuitiva que nos cuesta trabajo admitir que sea siquiera posible que una persona se decida seriamente a adoptarla. Algo hay en los seres humanos que hace que una expectativa de vida que se limitara a hacer lo necesario para la sobrevivencia nos resulte insoportable. Parece mejor dejarse morir.
Este es el problema fundamental tras toda la reflexión orteguiana acerca de la técnica y que Alonso ha logrado sistematizar haciendo un recorrido exhaustivo de la obra del filósofo español (pp. 45-87). Esta peculiaridad humana según la cual el deseo de vivir no es algo obvio es muy extraña desde un punto de vista biológico. Aunque tengamos una fuerte resistencia a comprender que alguien pudiera desear una vida restringida a la sobrevivencia, lo cierto es que nuestra condición se presenta, al menos a primera vista, como una excepción dentro del reino animal. Biológicamente hablando no solamente no tendría nada de extraño que escogiéramos un tipo de vida limitada a la sobrevivencia, sino que es la opción más habitual de las demás especies animales. El ser humano, según Ortega, es un animal eminentemente técnico precisamente porque es la técnica lo que le permite liberarse, tomar distancia de su circunstancia estrictamente biológica y poner las condiciones de posibilidad que le permiten convertir su vida en lo que quiera. Es su aptitud para “ensimismarse”, para no estar sumergido en las circunstancias que le rodean por su condición y que le son hostiles (pp. 166-194), la razón por la que el ser humano se ve obligado a tecnificar su vida de suerte que pueda proyectarla con un sentido que exceda los límites de la mera sobrevivencia (pp. 228-256). En la medida en que entrega los medios para realizar con mayor rapidez y eficiencia las tareas necesarias para su sobrevivencia, la técnica permite al hombre llevar a cabo otras actividades cuyo sentido no le vendría impuesto, sino que él mismo se daría. Así, la técnica no solo no debe considerarse como algo ajeno al hombre, como un fenómeno accidental que habría venido a invadir su vida en los últimos siglos y que solo pondría obstáculos al desarrollo de una vida plena. Dado que permite que el hombre construya su vida como quiera, la actividad técnica se presenta como un elemento decisivo para comprender su especificidad. Sin la técnica, simplemente no comprenderíamos lo propio del ser humano, dado que este no concibe un mero vivir que no califique para él como un buen vivir: “El bienestar y no el estar es la necesidad fundamental para el hombre, la necesidad de las necesidades”9.
Otro mérito de la obra de Alonso es el de haber vinculado sistemáticamente la teoría de la técnica de Ortega con su conocida tesis según la cual “el hombre no tiene naturaleza”. Esta tesis es ciertamente problemática, pero Alonso ha mostrado que, cuando se la estudia a la luz de dicha teoría, se comprende que, en rigor, el filósofo español no pretendió negar de forma absoluta que exista algo propio del ser humano desde un punto de vista biológico. La verdad que Ortega buscaría expresar con esta tesis es que el carácter técnico del hombre lo sitúa en un plano que no se encuentra limitado a los condicionamientos que tienen los demás seres vivos que hacen de sus vidas algo completamente determinado y, por ende, predecible (pp. 194-228). El hombre puede hacer de su vida lo que quiera, aun cuando esto no signifique que no deba satisfacer ciertos mínimos que todo ser vivo y todo animal ha de satisfacer para seguir existiendo. Más aún, es justamente porque la técnica facilita la satisfacción de esos mínimos que el hombre puede llevar a cabo actividades que, para la mera conservación de la vida, han de considerarse “superfluas”. Ese ámbito de lo superfluo es precisamente aquello que cada hombre podrá elegir por sí mismo y que dará a su vida un sentido aceptable (pp. 240-241). Desde este punto de vista, podríamos incluso agregar que la afirmación según la cual “el hombre no tiene naturaleza” busca manifestar precisamente su naturaleza, siempre y cuando tomemos este término en un sentido amplio10. Lo propio del hombre residiría en el hecho de que, a pesar de tener una constitución biológica que lo condiciona a tener que satisfacer ciertas necesidades si desea vivir, tiene, sin embargo, posibilidades de acción indefinidas que dicha constitución no determina ni siquiera en lo más básico, porque incluso la vida se presenta como una opción11. Su propiedad definitoria es, en resumen, tener una apertura potencial indefinida a distintos modos de ser y de vivir (pp. 208-211)12. La libertad, para Ortega, no es sino esa apertura vital que impide explicar la conducta humana a partir de categorías tales como el instinto (pp. 182-183; 209).
Lo anterior permite hacernos cargo de otro aspecto del rol determinante que juega la técnica para la correcta comprensión del hombre. Nos referimos a la tesis orteguiana según la cual el hombre es un ser esencialmente histórico, que deriva de aquella que afirma la ausencia de naturaleza en el hombre (pp. 205-214). En efecto, que el hombre se halle en constante cambio, en permanente autoconstrucción, se debe a que no posee una naturaleza que fije su conducta. La técnica juega en ello un rol fundamental, dado que, en la medida en que van modificándose las “creencias” (pp. 70-79; 97-110)13 que determinan el significado de las vidas humanas y, por lo tanto, las concepciones de vida buena a las que se aspira, también se van creando nuevas técnicas que posibilitan la realización de esas concepciones – y viceversa14. Por consiguiente, la técnica de cada época es tanto el reflejo de los supuestos fundamentales que guían el funcionamiento de una civilización en sus distintas etapas como una causa determinante de esos supuestos (p. 74). Por lo mismo, lo bueno y lo malo de una época se hallan vinculados a sus técnicas particulares, ya que o bien posibilitan la consecución – que puede ser más o menos exitosa – de los fines hegemónicos, o bien los inspiran. Igualmente, tanto los procesos de auge como de decadencia histórica se hallan íntimamente asociados a las peculiaridades de las técnicas implicadas en dichos procesos. Vale la pena ejemplificar lo anterior con un caso al que Ortega le dio importancia (p. 257-265), a saber, el de la revolución que supuso el invento de la imprenta en el siglo XV. Es ciertamente difícil medir las consecuencias de un evento como este, pero sin duda supuso un cambio de enormes proporciones para la conducta del hombre y el funcionamiento de la sociedad. Una mejor comprensión de este cambio fundamental solo se alcanza si se tiene presente aquello que quedó atrás con este artefacto, a saber, la técnica de los manuscritos. Cuando hoy estudiamos los textos que nos legaron los grandes autores de la antigüedad y del medievo, normalmente lo hacemos a través de libros editados que, afortunadamente, posibilitan un acceso más rápido y fiable al contenido de su pensamiento. Tales libros pueden hacernos creer que los grandes autores producían sus obras en condiciones muy similares a las actuales o que adoptaban una valoración de la actividad que realizaban similar a las nuestra. Cuando reflexionamos seriamente sobre el hecho de que esos textos eran producidos y reproducidos a través de manuscritos, podremos comprender las motivaciones y autopercepción de esos hombres que decidieron dedicar sus vidas al cultivo y transmisión del conocimiento15. A diferencia del texto que la imprenta permite fijar de una vez y para siempre con el control directo de su autor, los teólogos escolásticos dependían de la destreza y de la buena voluntad de los copistas, sujetos a una serie de accidentes y malentendidos asociados a las condiciones materiales de su actividad. Dado que la figura del “autor” se tendía a diluir en un contexto así, tales teólogos orientaban mucho más su producción intelectual hacia la actividad de la enseñanza oral, por lo que el valor que se asignaba a dichos textos dependía también de la actividad intelectual que estaban destinados a generar en un espacio geográfico e institucional muy acotado. El masivo fenómeno de textos no autografiados, la práctica generalizada de lo que hoy llamaríamos “plagio” y el importante rol que ganaban las decisiones de los copistas son algunas consecuencias de lo anterior. La técnica del manuscrito determinaba así el significado mismo de toda la actividad intelectual de la escolástica. Comparando con las posibilidades que abrió el uso de la imprenta, las limitaciones que la técnica del manuscrito tenía en lo que respecta a la difusión del conocimiento se compensaba seguramente con el hecho de que los pocos que tenían acceso a él alcanzaban un grado de actividad intelectual mucho más profunda: el difícil acceso a los textos no solo obligaba al cultivo de la memoria, sino que invitaba a llevar más lejos la meditación personal y la discusión colectiva de los problemas y doctrinas que contenían. Por el lado de la imprenta, la facilitación de la disponibilidad de textos, la fijación de su contenido original, probablemente ayudaron no solo a que los conocimientos se difundieran rápidamente, sino a que aumentara su volumen, pero ¿quién dudaría hoy que buena parte de la actividad académica se haya vuelto extremadamente superficial?
Es prácticamente un tipo de hombre, con sus más impresionantes hazañas, por un lado, y miserias, por otro, lo que en este caso una técnica nos permite comprender. El cambio histórico que supuso el paso del manuscrito a la imprenta es tan grande, es tan idóneo para explicar una parte de los logros y de las desgracias de la humanidad, que parece ser una prueba convincente del carácter determinante que posee la técnica para la especie humana16. Asimismo, explica en parte nuestra dificultad para adoptar un punto de vista equilibrado acerca de ella. Pues, en la medida en que existe para generar las condiciones que permiten un evidente progreso, ¿no está asociada con consecuencias profundamente negativas respecto al desarrollo espiritual humano? Ese tipo de hombre que era el teólogo escolástico, ¿no ganaba sus virtudes relativas precisamente ahí donde se hallaban sus miserias? Por su parte, esa otra clase de intelectual que comienza a aparecer después de la imprenta, ¿no obtiene sus ventajas a un precio espiritual muy alto? La técnica, en la medida en que determina todo lo bueno que el hombre puede hacer de sí mismo, condiciona aparentemente también todo lo malo.
Tanto la evolución de la valoración de la técnica en Ortega como las tensiones que permanecieron a lo largo de su vida son ciertamente un signo de las dificultades que la técnica suscita. Marcos Alonso ha sabido hacerse cargo de este problema, toda vez que ha identificado en qué punto quedó su juicio en las obras maduras (pp. 68-87). Si bien es cierto que, en su juventud, Ortega manifestó un fuerte menosprecio hacia la técnica moderna, muy similar al que habían exhibido muchos otros filósofos de su tiempo (pp. 47-50), acabó asignándole una importancia que probablemente no tiene precedentes en la historia de la filosofía y que permite entender el conjunto de su pensamiento (p. 87). Según Ortega, la técnica no solo es algo importante dentro de la evolución histórica, sino que es aquello que mejor describe lo propio de la acción humana. Esto tiene la importante ventaja teórica de que la modernidad ya no podrá ser vista, en su aspecto técnico, como una aberración que aplasta al hombre y le impide lograr su plenitud. Si la técnica es la causa principal por la que el hombre genera las condiciones que son reclamadas por una “vida buena”, ¿cómo no admitir que la técnica moderna lleva esa función a su máxima expresión en la medida en que aumenta nuestra capacidad de obtener aquello que deseamos por su íntima conexión con la física?17
Sin embargo, y debido a lo mismo, el pensamiento de Ortega es particularmente apto para reconocer el potencial destructivo que tiene la técnica moderna. En un filósofo que tiene entre sus principales inquietudes la de comprender su propio tiempo (pp. 89-93), este reconocimiento es también una invitación para hacerse cargo seriamente del problema. Uno de los méritos de la obra de Alonso radica en que recupera y actualiza el principio general con el que Ortega intenta resolverlo: los problemas de la técnica han de solucionarse con la creación de nuevas técnicas, tarea que no terminará nunca (pp. 257265). Como la técnica es un elemento constitutivo del hombre, no podemos escapar de ella. Tampoco parece conveniente volver a formas más primitivas. Por consiguiente, lo único que el hombre razonablemente podrá hacer consiste en mejorar su técnica, es decir, en ocupar todo su ingenio para crear nuevos procedimientos técnicos ordenados a resolver los problemas que resultaron de los procedimientos anteriores.
Alonso no se limita a destacar la tesis en cuestión, sino que ofrece algunas aplicaciones vinculadas con las dificultades que han surgido por la posibilidad que los actuales progresos tecnológicos ofrecen de “mejorar” al ser humano. Su reflexión apunta a mostrar que, si bien estos avances ponen radicalmente en juego el destino de la humanidad, al mismo tiempo amplían las posibilidades de una “vida buena”, por lo que lo mejor que se puede hacer es buscar la forma de que sea así (pp. 265-302).
La técnica es, en definitiva, un bien, en cualquiera de sus manifestaciones. Más aún, podría afirmarse que la técnica es, entre todo lo que resulta de la acción humana, un bien que funda todos los demás bienes. En efecto, esta se encuentra detrás de todas aquellas creaciones del hombre que permiten que su vida gane valor. Todos los bienes que hacen que la vida merezca la pena de vivirse no serían posibles si los seres humanos no tuviesen que buscar formas que les permitiesen resistir a una naturaleza que resulta siempre hostil. Cuando una persona está frente a su computador trabajando mientras oye música, cómoda con todo lo que necesita en una oficina calefaccionada, con la seguridad de que, ante cualquier emergencia, podrá volver rápidamente a su casa o, ante cualquier malestar físico, podrá asistir a un centro de salud, ¿cuántas veces está consciente de que está experimentando una situación “fabricada” tras la cual se halla todo el trabajo y el ingenio de una civilización?, ¿cuántas veces tiene presente que, sin ello, no podría hacer de sí misma lo que desee? Esa situación no es algo “dado” por naturaleza, por lo que podría desaparecer si todo el esfuerzo y el ingenio humanos, si toda su “técnica” dejara de operar. El filósofo español Antonio Millán-Puelles sostenía que la economía es “una necesidad fundamentada en otras necesidades”18, con lo que buscaba destacar en qué medida se presentaba al hombre como un quehacer que reclamaba ser practicado de la mejor forma posible para la satisfacción de cualquier otra necesidad, material o espiritual. Con razón, concebía todo quehacer económico como una necesidad fundamental del hombre que, de no ser satisfecha, impediría la obtención de todos aquellos bienes que componen su bienestar. Pues bien, lo mismo parece deber aplicarse a la técnica, pero en un nivel mucho más profundo, por ocupar un lugar anterior a la economía. El concepto de lo técnico alude a la dimensión más general de la acción humana: dado que lo específico del hombre parece consistir en el hecho de no poder conformarse con el mero sobrevivir, toda su acción merece calificarse como auténticamente humana precisamente a causa de su necesaria orientación a fines que exigen el empleo de alguna clase de técnica. La economía sería, en cambio, una técnica entre otras técnicas.
Desde el punto de vista orteguiano, lo anterior es válido incluso para las ideas que, al igual que cualquier artefacto material, son “fabricadas” (pp. 60-61). En estricto rigor, en la medida en que la condición humana es un modo de ser que consiste en una constante “fabricación” de sí mismo, todo pensamiento da cuenta de una etapa de ese proceso abierto19. Con mayor razón, pese a la canónica distinción aristotélica que separa el ámbito de la acción moral del ámbito de la acción técnica20, no parece razonable negar que la primera no presuponga un elemento técnico. Precisamente porque la acción moral busca cierta clase de “perfeccionamiento”, es decir, busca una superación de lo que podría considerarse como un estado meramente instintivo o inercial, no podría realizarse adecuadamente sin la elección de un procedimiento que garantizara el éxito contra la resistencia que la circunstancia impone. Una buena acción supone sin duda cierto ingenio, por mínimo que sea, para lograr su cometido.
Se puede observar hasta qué punto es distinta la doctrina orteguiana sobre la técnica de la famosa crítica de Heidegger. Cuando comprendemos que lo específico de toda acción humana es su carácter técnico, se sigue que el enorme progreso tecnológico del que dispone nuestra civilización no solamente no podrá considerarse, en sí mismo, como el signo más terrible de nuestra deshumanización. Por el contrario, solo podrá considerarse como un estadio avanzado del progreso al que inevitablemente ha llegado la acción humana. Se podrá ciertamente reconocer que ese progreso no ha estado acompañado de un progreso moral equivalente21, pero ello no prueba de ninguna manera que la técnica sea un ente ajeno al hombre y, por ende, destinado a destruirlo o a enajenarlo irremediablemente. Muy por el contrario, es un progreso que solo ha de invitarnos a ser aún más conscientes de la enorme responsabilidad que tenemos de buscar formas – es decir, nuevas técnicas – que nos ayuden a manejarlo para nuestro beneficio. Como afirma Jacques Bouveresse, el poder que nos ha otorgado la técnica moderna no ha de ponernos en un estado de perplejidad tal que nos haga capitular ante un fenómeno supuestamente autónomo e incontrolable que acabará por destruirnos. La consciencia de ese poder solamente debe invitarnos a ser aún más responsables en la aplicación de los principios morales22. Independientemente de cómo haya de especificarse esa aplicación al caso concreto en que nos encontremos, lo cierto es que esa especificación es un problema que podría considerarse, desde la filosofía orteguiana, como un problema técnico más. Igualmente, la técnica moderna es una creación específicamente humana y, como tal, una creación cuyas eventuales consecuencias negativas no necesariamente han de realizarse si cada persona conoce la gran responsabilidad que tiene en todo lo que con ella se puede hacer23.
En suma, según la propuesta filosófica orteguiana es precisamente porque la técnica parece representar lo específicamente humano por lo que no queda más remedio que hacernos responsables de todo aquello que esta trae consigo24.
Hay una doctrina escolástica según la cual el mal no tiene existencia ontológica, es decir, no es “algo” con un ser propio. El mal es “privación” de todo aquello que se podría llegar a ser25. Cuando esta doctrina se aplica al hombre, cabría decir que el mal moral representa todo aquello que se pierde en plenitud o en felicidad como resultado de elecciones voluntarias u opciones de vida. Pues bien, la técnica, desde este punto de vista, emerge como el remedio más elemental de lo que podríamos denominar el “mal humano”, ya que este mal coincide básicamente con la ausencia de plenitud de la que todo hombre es capaz si logra encontrar la manera de superar la resistencia que proviene de su “circunstancia”. De ahí que, como recalcamos, la técnica parece definir el carácter propio de la acción humana en cuanto humana, ya que ese carácter propio reside en el no conformarse con lo dado. En este esquema, es obvio que todo progreso de la técnica trae consigo un grave peligro por estar orientado, por principio, a permitirnos hacer efectivas todas las acciones y vidas posibles. Es precisamente porque condiciona la posibilidad de toda plenitud humana que también es ocasión para la emergencia de males incomparablemente peores que aquellos a los que nos veríamos enfrentados si el propósito de nuestra existencia se limitara a la sobrevivencia. No obstante, ese peligro se halla tan indisociablemente ligado a nuestra humanidad que sería absurdo pretender darle una solución definitiva. Igualmente, sería absurdo intentar resolver las consecuencias negativas concretas que emergen con ocasión de un particular estadio en el progreso de la técnica poniendo todo el énfasis de la crítica en el aspecto específicamente técnico que tienen esas consecuencias. Pues, si la técnica es un rasgo constitutivo de lo humano, lo que estas poseen de específicamente técnico se identifica, en rigor, con lo que poseen de bueno. Su malicia solo puede situarse en el uso abusivo que hacemos de los medios técnicos, uso del que, como de la misma técnica, somos completamente responsables. Como aclara Bouveresse, la técnica nunca puede ser considerada como la causa esencial del mal, aun cuando, sin duda, sea ocasión de los peores males imaginables26.
En síntesis, todo el mal del que es capaz la técnica coincide con el problema de la condición humana. Poner el foco de la crítica en la técnica misma – incluso si la crítica se limita a una de sus formas– equivale, en último término, a identificar lo humano como causa de todo mal. Críticas de esta índole están destinadas a ser triviales o inconsecuentes. Triviales porque, si la causa de males tan graves se identifica con la condición última de posibilidad de todo mal moral – en este caso, con la condición humana, que se halla indisociablemente ligada a la técnica – no solo no se dirá nada muy nuevo, sino que además algo bastante inútil cuando lo que se desea es ofrecer un diagnóstico o principios de solución para el problema. Estas críticas serán también inconsecuentes porque, si la única causa de tan grave mal se identifica con la condición de posibilidad de todo mal, no queda otra solución coherente que la eliminación del hombre.
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Este artículo forma parte del proyecto de investigación Fondecyt Regular no 1231299, financiado por ANID, Chile.↩︎
Para un ensayo crítico acerca de la obra de García Bacca, cf. Saralegui, M. (2018), “El Elogio de la técnica de García Bacca y los límites del filotecnologismo”, CRICHTON, C. (ed.), Filosofía de la técnica. Madrid: Trea, pp. 83-93.↩︎
Cf., sobre todo, HARARI, Y. N. (2016), Homo Deus. Breve historia del mañana, Barcelona: Debate.↩︎
Cf. PINKER, S. (2020). En defensa de la Ilustración. Barcelona: Paidós.↩︎
Stiegler ha enfatizado de qué manera el consumo masificado de la cultura que proporcionan los modernos medios de comunicación de una sociedad “hiper-industrializada” ponen en peligro la individualidad. Cf. Sti egl er, B. (2018), La technique et le temps, Paris: Fayard, pp. 681-739; Sti egl er, B. (2004), “Le désir asphyxié, ou comment l’industrie culturelle détruit l’individu”. Le monde diplomatique (junio), pp. 24-24.↩︎
Las listas de estos males son frecuentes entre los filósofos de la técnica (por ejemplo, SÉRIS, J.-P. (2013), La technique, Paris: Puf, p. 307) y aluden directamente a las consecuencias más graves que se han observado en el siglo XX, como las armas de destrucción masiva o la contaminación. Acá me limito a destacar el fenómeno de los smartphones precisamente porque muestra hasta qué punto un aparato de uso tan cotidiano es susceptible de modificar nuestra vida radicalmente.↩︎
Aunque esto es la tesis central de toda la obra, lo esencial de ella lo encontramos entre los capítulos VI a XI de la parte I.↩︎
Ortega y Gasset, J. (1964), Meditación de la técnica, en Obras Completas. V (1933-1941), Madrid: Revista de Occidente, p. 324.↩︎
Ortega y Gasset, J. (1964), Meditación del a técnica, p. 328.↩︎
El mismo Ortega parece abierto a esta forma de plantearlo cuando, en una de sus obras de madurez, afirma que “un ingrediente mínimo de comunidad tendrá que existir entre los puntos extremos de la variación humana, un límite forzoso habrá de tener el margen que otorgamos a la humanidad para serlo”. ORTEGA Y GASSET (2020), ¿Qué es la filosofía? Madrid: Alianza, p. 33. La renuencia por llamar a ese mínimo “naturaleza” se debe probablemente a que el uso habitual que Ortega da a este término lo asocia a la constitución biológica de cada especie. En el sentido menos corriente de la filosofía escolástica, la naturaleza se limita a expresar ese mínimo por el cual cada cosa es lo que es. Cf. ODERBERG, D. S. (2007), Real Essentialism, New York: Routledge, pp. 1-20.↩︎
Ortega y Gasset, J. (1964), Meditación de la técnica, p. 328: “Las necesidades biológicamente objetivas no son, por sí, necesidades para él. Cuando se encuentra atenido a ellas se niega a satisfacerlas y prefiere sucumbir”.↩︎
Esta tesis parece haber sido adoptada por varios autores de su tiempo. Collingwood, por ejemplo, defiende una tesis muy similar. Cf. COLLINGWOOD, R.G. (2004), Idea de la historia, México D. F.: Fondo de Cultura Económica, pp. 59-72; 284-289. Lo interesante del pensamiento de Ortega es la vinculación esencial que establece entre dicha tesis y la técnica.↩︎
“De aquí que el hombre tenga que estar siempre en alguna creencia y que la estructura de su vida dependa primordialmente de las creencias en que esté y que los cambios más decisivos en la humanidad sean los cambios de creencias”. Ortega y Gasset, J. (2006), Historia como sistema, en Obras completas. VI, Madrid: Taurus, p. 47.↩︎
Sobre la cuestión de las “creencias” en Ortega, ver principalmente ORTEGA Y GASSET, J. (1964), Ideas y creencias, en Obras Completas. Tomo V (1933-1941), Madrid: Revista de Occidente, pp. 383-394. Esta tesis aparece de manera especialmente clara en Ortega. (2020), Idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, Madrid: CSIC-FOM, pp. 295306. Vale la pena mencionar que Collingwood defiende una tesis muy similar, pero no la vincula con el carácter constitutivamente técnico del hombre. Cf. COLLINGWOOD, R.G. (2014), An Essay on Metaphysics, Mansfield Centre: Martino.↩︎
Cf. BOUREAU, A. (2018), Le feu des manuscrits. Lecteurs et scribes des textes médiévaux, Paris: Les Belles Lettres; BOUREAU, A. (2007), L’empire du livre. Pour una histoire du savoir scolastique (1200-1380), Paris: Les Belles Letres; KÖNIG-PRALONG, C. (2011), Le bon usage des savoirs. Scolastique, philosophie et politique culturelle, Paris: Vrin.↩︎
Tesis que también ha adoptado más recientemente JeanPierre Séris, para quien la técnica modela al hombre de diversas maneras, por lo que es necesario cuidarse de todo apresuramiento que nos incline a tomar una de sus posibles formas como la más propia y, por ende, como la que define lo esencial al hombre. Cf. SÉRIS, J.-P. (2013), La technique, Paris: Puf, pp. 103-149.↩︎
“El hombre es el ente infeliz y, por lo mismo, su destino es la felicidad. Por eso, todo lo que el hombre hace, lo hace para ser feliz. Ahora bien, el único instrumento que el hombre tiene para transformar este mundo es la técnica, y la física es la posibilidad de una técnica infinita. La física es, pues, el órganon de la felicidad, y por ello la instauración de la física es el hecho más importante de la historia humana. Por lo mismo, radicalmente peligroso. La capacidad de construir un mundo es inseparable de su capacidad para destruirlo” (la cursiva es nuestra). Cf. ORTEGA Y GASSET, J. (2020), La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, pp. 129-130. Nótese cómo la última frase pone el peligro de la técnica moderna en íntima relación con su capacidad para proporcionar aquello que más realiza al hombre.↩︎
Millán-Puelles A. (2014), Economía y libertad, Madrid: Rialp, p. 19.↩︎
Sobre esta idea, cf. ORTEGA Y GASSET. (2020), ¿Qué es la filosofía?, Madrid: Alianza, pp. 211-258 (lecciones IX y X).↩︎
Aristóteles (2019), Ética a Nicómaco, Buenos Aires: Colihue, p. 207 (libro VI, 4, 1140ª1-5).↩︎
Esta fue, por ejemplo, la opinión de Collingwood en su reflexión sobre los efectos desastrosos que, con la guerra, fueron posibles gracias a la técnica moderna. Cf. COLLINGWOOD, R.-G. (1939), An Autobiography, London: Oxford University Press, pp. 89-91. Es interesante que el filósofo inglés, en ese capítulo del libro citado, está tratando de proporcionar un método para la resolución de conflictos sociales que sea digno del progreso de la técnica. Acá hay un paralelo bastante claro con algunos puntos de vista de Ortega en su “Epílogo para ingleses” de la Rebelión de las masas, sobre todo cuando afirma que la paz, tanto como la guerra, ha de construirse, lo que supone “la invención y ejercicio de toda una serie de nuevas técnicas”. Cf. ORTEGA Y GASSET, J. (2020), La rebelión de las masas y otros ensayos, Madrid: Alianza, p. 288.↩︎
Bouveresse, J. (2004), Pourquoi pas des philosophes? Marseille: Agone, p. 107. Cf. SÉRIS, J.-P. (2013). La technique, p. 337-373.↩︎
Lo que se opone a la idea de una supuesta autonomía de los procesos eventualmente desastrosos que inician los avan ces técnicos, tal como sostiene Heidegger. Cf. BOUVERESSE, J. (2004), Pourquoi pas des philosophes? pp. 106-109; SÉRIS, J.-P. (2013), La technique, pp. 283-306; LÓPEZ, M. (2018), “La ciencia y la técnica modernas en la historia de las ideas. Martin Heidegger, Hannah Arendt, Alexandre Koyré”, Síntesis. Revista de Filosofía 2-1, 63-82, Para una síntesis de lo esencial de la propuesta heideggeriana sobre la técnica y que matiza la percepción de esta como excesivamente crítica, cf. CRICHTON, C. (2018). “La pregunta por la técnica en Martin Heidegger”, en CRICHTON, C. (ed.). Filosofía de la técnica. Madrid: Trea, pp. 59-82 y ALARCÓN, N. (2023), “Entre Ortega y Heidegger: en torno a la pregunta por la técnica”, Síntesis. Revista de Filosofía 6-1, 1-22, que incluso reconoce ciertas similitudes con la teoría orteguiana.↩︎
Por ello, esta forma de concebir la técnica como rasgo constitutivo del hombre se distingue de la de Bernard Stiegler. A pesar de que este filósofo francés también estima que la técnica es un rasgo constitutivo del hombre – ver, principalmente, STIEGLER, B. (2018), La technique et le temps, pp. 109-162 – adopta un posicionamiento lejano al de Ortega según el cual la técnica de la sociedad capitalista e industrial opera, sobre todo gracias a los medios de comunicación masiva, como un medio de dominación que lo aliena. Cf. SEI, M. (2004), “Técnica, memoria e individuación: la perspectiva de Bernard Stiegler”, Logos. Anales del Seminario de Metafísica 37, 337-363.↩︎
Para una síntesis de esta teoría, cf. PUTALLAZ, F.-X. (2017), Le mal, Paris: Cerf.↩︎
Bouveresse, J. (2004), Pourquoi pas des philosophes? p. 107.↩︎