Ediciones Complutense Creative Commons BY

RESEÑAS

VVAA, Psicogeografía. Trayectoria de un método, Logroño: Pepitas de Calabaza, 2024

María Santana Fernández
Universidad de Sevilla, España ORCID iD
Publicado: 30/09/2025

Lejos de ser un simple trabajo de archivo, Psicogeografía. Trayectoria de un método, es una laboriosa recopilación de los textos canónicos y adyacentes de la deriva como práctica sistemática, para reconstruir la historia de esta geografía poética. Julio Monteverde articula el libro a través de un discurso nítido que nos enfrenta a la ciudad actual, tomada por las leyes del mercado. De este modo, reivindica el legado de la psicogeografía para acercarnos a una forma diferente de recorrer nuestro entorno, que se fundamenta en la crítica al urbanismo y al capitalismo, concretándose en lo más cotidiano. El presente estudio continúa la línea de trabajo del editor sobre la práctica de la poesía como estrategia de desestabilización del principio de realidad y como resistencia frente a la alienación. Sus anteriores ensayos, De la materia del sueño (2012) y Materialismo poético (2021), ya son fruto de este interés. En concreto, tras su participación en las actividades del Grupo surrealista de Madrid entre 2000 y 2012, Monteverde ha desgranado el concepto de “materialismo poético”, entendiendo éste como una acción política con la que se superaría la lógica de la separación y el fetichismo de la mercancía, para abrirse a un horizonte utópico. Así pues, no es de extrañar el cuidado que ha guiado la elaboración de este volumen.

Antes de seguir, es imprescindible aclarar un poco más en qué consiste este pasear urbanita. Tal y como se explica en el libro, la psicogeografía es una práctica poética y política en la que el cuerpo individual y colectivo se reapropia del espacio en el que se desarrolla la vida. Esta singular mezcla de los sentires subjetivos y el análisis racional es el centro sobre el que Monteverde organiza el recorrido por la deriva y su capacidad transformadora. La psicogeografía no será, por tanto, un simple paseo, un andar meditabundo o filosófico o un salir a la caza del rincón más exótico de El Rastro, para subirlo a las redes sociales.

Según la definición que nos facilitó en 1958 Abdelhafid Khatib, como miembro de la Internacional Situacionista (a partir de ahora IS), la psicogeografía es el “estudio de las leyes y efectos precisos de un medio geográfico, dispuesto o no de manera consciente, que interviene de forma directa sobre el comportamiento afectivo” (p. 174). La IS consideraba que dicho estudio debía desembocar en la propuesta de un “urbanismo unitario”, con el que se podría superar el condicionamiento y el distanciamiento del capitalismo.

En base a su relevancia, su editor ha organizado el libro alrededor de los textos de la Internacional letrista y la IS, a quienes dedica el bloque central. Antes de ellos, reserva la primera parte a sus antecedentes históricos y al surrealismo, con su desarrollo de la deriva en sí. La última parte del estudio se articula como una panorámica que abarca las últimas décadas hasta llegar al presente. La obra se plantea como la memoria de un hacer que sigue estando al alcance de cualquiera. Se trataría de una herramienta política válida para la recuperación del espacio frente a la museificación y gentrificación de los centros históricos. Pero, más interesante aún, capaz de subvertir los usos y la fealdad deprimente del hormigón de los barrios del extrarradio. Monteverde entiende que la psicogeografía mantiene su capacidad para radicarnos en un mundo, un tiempo y un espacio que habitualmente se nos escapan. Como nos indica en las primeras páginas, se trata de “devolver la ciudad a su escala humana” (p. 21).

Así pues, la primera parte del libro está dedicada a románticos, decadentes, simbolistas, dadaístas, expresionistas y surrealistas. En sus textos se va a ir mostrando el doble impulso de atracción y repulsión que producía una ciudad que se industrializaba aceleradamente y que crecía sin planificación. Los paseantes se sienten fascinados por el movimiento, los escaparates, la iluminación nocturna o, incluso, el caos de los barrios obreros. París comienza a ser recorrida por los flanêurs. Todo ello cristalizará en los movimientos de vanguardia, que se lanzarán a las calles como una aventura constante.

En esta sección, el editor nos presenta los documentos más clásicos y rescata pequeñas joyas como los fragmentos de los poetas simbolistas Verhaeren y Rodenbach (p. 58), aumentando la polifonía y resonancia. Del mismo modo, se reconoce el papel fundamental que jugaron las mujeres de las vanguardias como Anaïs Nin o Mina Loy (p. 84), que se atrevieron a desafiar la moral de la época con sus paseos nocturnos.

El surrealismo merece un apartado especial, pues con él se comienza a organizar un corpus en torno al vagabundear sin rumbo fijo. Este azar objetivo será entendido por Breton o Aragon como un afuera absoluto, que permitiría la irrupción del inconsciente. Eso sí, los surrealistas no se lanzaron al encuentro de lo maravilloso desde la complacencia con la ciudad burguesa. Su deriva siempre tuvo un enfoque colectivo y político. Como escribe Monteverde, el caminar era una de las estrategias liberación, que conduciría a una ciudad mítica en la que “todas las percepciones sensibles se resuelvan en la creación de más vida” (p. 38).

Este primer apartado se cierra con un fragmento la novela La derrota de Pierre Minet (2018), quien había pertenecido al grupo El Gran Juego, cercano al surrealismo. Su descripción psicogeográfica es especialmente interesante cuando el caminar por las calles le introduce, directamente, en otro estado de conciencia. Si de Quicey se había abandonado a un deambular sin destino a partir de su consumo de opio (p. 41), Minet opera a la inversa y detalla claramente cómo sus pasos le sumergen en un auténtico trance en el que “la cuesta de la Rue des Martyrs equivalía a una huida, o para ser más exacto al paso de un mundo a otro” (p. 88).

Como he indicado al inicio, el segundo bloque está dedicado a la psicogeografía situacionista. El pequeño ensayo, que propone Monteverde como introducción, es una reconstrucción bien documentada en torno al debate que enfrentó a dos posturas radicalmente distintas. Por un lado, Gilles Ivain, con su proyecto poético de transformación de la ciudad a través del desvío. Por el otro, Constant Nieuwenhuys, que provenía del grupo CoBrA, con su Nueva Babilonia, que concebía unas “ciudades móviles que, suspendidas sobre altos pilares, permitían la circulación de vehículos por debajo de ellas, dejando libre la zona dedicada a la vida” (p. 99). A partir de ambos, la IS imaginará una ciudad en constante cambio y repleta de recodos, en la que poder extraviarse.

La psicogeografía se convirtió en una labor urgente, que debía insuflar vida a la ciudad, alejar el aburrimiento y subvertir la fealdad, que se extendía por la Europa de postguerra. El enemigo será Le Corbusier, apodado Le Corbusier-Sing-Sing, empeñado en suprimir la calle. Su urbanismo es acusado de complicidad con el capitalismo a la hora de vigilar y aislar a los trabajadores, para evitar cualquier insurrección.

Finalmente, en el debate entre Ivain y Nieuwenhuys, la IS termina por inclinarse hacia el primero y la reivindicación de los medios más poéticos. Debord y sus compañeros recordarán al cartero Cheval, que construyó su palacio ideal escamoteando tiempo a la vida pragmática, o las locuras de Luis II de Baviera (.p 104). Ambos ejemplificarán la experiencia del desborde de lo cotidiano, un sentir inaccesible a esos espectadores pasivos, consumidores de banalidades, que se desplazan como zombis en los ambientes artificiales de los centros comerciales, donde no se siente el paso de las estaciones, ni la oscuridad de las noches. Para curarnos de esta banalización, Ivain nos sacude con una evidencia: “el hombre de las ciudades cree alejarse de la realidad cósmica, y por eso ya no sueña” (p. 166).

Psicogeografía se cierra con “El nuevo caleidoscopio. Brechas de vida en la ciudad neoliberal”. Aquí, Monteverde recoge una gran diversidad textos que van desde los Diggers de San Francisco y los provos holandeses, muy influidos por la IS, hasta las derivas actuales de colectivos poéticos y políticos. Entremedias, aparece el escritor Ian Sinclair, con su reacción al thatcherismo, y la London Psychogeographical Association, en la que participó el teórico de la contracultura Stewart Home.

Pasado mayo del 68’, el surrealismo reclamó la psicogeografía como algo propio a través de prácticas como las de l’Ekart en Lyon y de los grupos surrealistas de Estocolmo o Madrid. Entre los textos, debemos destacar los de José Manuel Rojo o Eugenio Castro, pertenecientes al Grupo surrealista de Madrid, y de amigos de este colectivo, como el traductor y editor de los textos de la IS (1999), Luis Navarro, Emilio Santiago o Servando Rocha (La Felguera). A través de ellos se puede llegar a elaborar una nueva cartografía de Madrid en la que se descubren latencias y sentidos ocultos capaces de producir hermosas alucinaciones, como el mar de Atocha descubierto por Emilio Santiago (p. 328), o pequeños terremotos, como el documentado por José Manuel Rojo entorno a una acción poética realizada en el barrio de Malasaña (p. 285).

La psicogeografía de las últimas décadas se ha desarrollado con fines de agitación política y guerrilla de la cultura, prestando especial atención a los espacios baldíos, como lugares abiertos a lo posible. Va quedando clara la dificultad para el encuentro de lo maravilloso en una ciudad moldeada para el mercado y las necesidades laborales. En la mayor parte de los artículos, la clave sigue siendo retomar la vida en común, habiendo una reivindicación del juego como algo colectivo. Estar juntos en la calle se convierte en una reivindicación en sí misma.

Dentro de la atención que el editor presta al Grupo surrealista de Madrid, cabe señalar el texto de Eugenio Castro, poeta recientemente fallecido. En él se propone la deriva como una recuperación erótica del tiempo, que giraría en torno al concepto clave de desacción (“no hay objetivo, ni finalidad” (p. 276)). Castro concebía el callejear como la posibilidad de alcanzar un abandono hipnótico, que llevara más allá del uso pragmático del tiempo. Escribía que el “derivar inicia la revelación del instante y uno queda a merced del flujo erótico del devenir” (p. 276). Y en ese singular desplazamiento, se abre la posibilidad de acceder a un estado onírico en el que se siente la presencia de lo maravilloso, capaz de subvertir el principio de realidad. De nuevo, la poesía hecha por otros medios.

Por último, me gustaría señalar las páginas dedicadas a la especial psicogeografía de Iain Sinclair, cuyos recorridos por Londres rastrean los signos de la historia subterránea. Sinclair explica en sus textos cómo siente sus pasos empujados por las fuerzas secretas, que se han mantenido activas durante siglos. El paseante cae presa de las emociones que despiertan los vahos del pasado. Aquí me permitiré recordar su versión pop realizada por el mago y escritor Alan Moore, quien basó los paseos del protagonista de su cómic From Hell (2001) en la especial cartografía desplegada por Sinclair en Heat Lud. Hoy, en sintonía con ambos, Servando Rocha reconstruye para Madrid esta mezcla de contra-historia y mito.

Como nos insta Monteverde desde las primeras páginas, la psicogeografía sigue siendo un saber práctico fundamental para hacer frente a nuestras ciudades, que cada día se parecen más a una necrópolis. El pasear nos ofrece la oportunidad de crear nuevos vínculos con el espacio, mientras el cuerpo retoma una voluptuosidad olvidada. Al desplegar este caminar como deriva, como una hacer poético, se descubre “una ciudad oculta, pero accesible a nuestros pasos y nuestras miradas, a nuestro cuerpo doblando esquinas y atravesando plazas” (p. 11).

Referencias bibliográficas